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Title: Historia de América desde sus tiempos más remotos hasta nuestros días, tomo I
Author: Rubio, Juan Ortega
Language: Spanish
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                               HISTORIA
                                  DE
                                AMÉRICA

                     DESDE SUS TIEMPOS MÁS REMOTOS
                          HASTA NUESTROS DÍAS

                                  POR

                         D. JUAN ORTEGA RUBIO

                CATEDRÁTICO DE LA UNIVERSIDAD CENTRAL.


                                TOMO I.


                                MADRID
                 LIBRERÍA DE LOS SUCESORES DE HERNANDO
                       CALLE DEL ARENAL, NÚM. 11
                                 1917



PRÓLOGO


    I. POLÍTICA DE ESPAÑA EN LAS INDIAS.

   II. PLAN DE LA OBRA.

  III. FUENTES DE CONOCIMIENTO.

   IV. EXPOSICIÓN DE PROPÓSITOS.

    V. DESCRIPCIÓN GEOGRÁFICA DE AMÉRICA.



I

POLÍTICA DE ESPAÑA EN LAS INDIAS.


Cuando no conservamos un palmo de terreno en América, cuando los
hermosos restos de nuestro inmenso poder colonial han adquirido
recientemente su independencia, tomamos la pluma para escribir
la historia de aquella parte del mundo. Hace tiempo que venimos
acariciando esta idea; pero circunstancias especiales nos han impedido
realizarla. Bajo el peso de larga enfermedad y en los últimos años
de la vida, ¿tendremos tiempo para reseñar los muchos y variados
acontecimientos que se han sucedido en el Nuevo Mundo? ¿Tendremos
fuerzas intelectuales y físicas para tamaña empresa? Sea de ello lo
que fuere, ponemos manos a la obra, creyendo firmemente que hacemos un
bien a España, y también--aunque sólo sea por el cariño con que hemos
de referir acontecimientos pasados--a las antiguas colonias americanas.
No para atraernos las simpatías de los pueblos del Nuevo Mundo, sino
porque así lo sentimos de todo corazón, comenzaremos afirmando que
nuestra vieja y querida España no quiere, ni puede, ni debe pensar en
ejercer hegemonía alguna sobre los pueblos ibero-americanos. Queremos y
aspiramos solamente a una comunión fraternal, y no seremos exigentes si
les recordamos que la mayor parte de los pueblos americanos pertenecen
a nuestra raza, hablan nuestro idioma, piensan como nosotros y llevan
nuestros apellidos.

Españoles y americanos de raza ibera, olvidando antiguos agravios,
sólo pensarán en adelante vivir la vida de la cultura y del progreso.
Españoles y americanos de raza ibera, inspirados en generosos
sentimientos, condenarán el poder de la fuerza y olvidarán en lo
sucesivo que unos fueron vencedores y otros vencidos, que unos fueron
conquistadores y otros conquistados.

Al mismo tiempo que rogamos a los hijos de aquellas Repúblicas de
nuestra raza, que no se olviden de España y que honren la memoria
de los descubridores y colonizadores de las Indias, también les
diremos que somos admiradores de los valerosos paladines que en los
comienzos del siglo XIX proclamaron su independencia y libertad. Con
la realización de tales acontecimientos, creemos que se cumplía una
ley histórica, la cual consiste en que las colonias, cuando llegan
a la mayor edad, esto es, a cierto grado de civilización y cultura,
se separan de la Metrópoli. Aquellas posesiones coloniales, 26 veces
mayores--como escriben Baralt (Rafael María) y Díaz (Ramón)--que el
propio territorio de la Metrópoli, eran mole inmensa que los hombres
debilitados por la edad y los achaques de España no podían sostener
por mucho tiempo[1]. Lo que llama la atención y causa extrañeza es
el largo tiempo en que España, sin ejército ni marina, sin frutos
ni manufacturas para cambiar sus productos, dominase tan extensos
territorios. Lo que impidió por siglos revolución reformadora en
América fué, según los citados Baralt y Díaz, «la despoblación,
efecto de una industria escasa y del comercio exclusivo; la falta
de comunicaciones interiores que aisla las comarcas; la ignorancia
que las embrutece y amolda para el yugo perpetuo; la división del
pueblo en clases que diversifican las costumbres y los intereses; el
hábito morboso de la servidumbre, cimentado en la ignorancia y en
la superstición religiosa, auxiliares indispensables y fieles del
despotismo; la cátedra del Evangelio y los confesionarios convertidos
en tribunas de doctrinas serviles; los peninsulares revestidos con los
primeros y los más importantes cargos de la República; los americanos
excluídos de ellos, no por las leyes, sino por la política mezquina del
Gobierno[2]. Vamos a escribir vuestras hazañas, pueblos americanos.
Nosotros, siguiendo a lord Macaulay, profesamos el principio de que la
política leal y honrada es la mejor de todas, y la única que conviene
así a los individuos aislados como a las colectividades, a los hombres
como a los pueblos[3]. Colocados en el alto tribunal de la historia,
mostraremos una y cien veces que no tenemos prejuicios de ninguna clase
y narraremos con la misma imparcialidad los hechos realizados por los
españoles que por los americanos de raza ibera o de raza anglo-sajona».
De Polibio es la siguiente máxima: «El que toma oficio de historiador,
algunas veces debe enaltecer a los enemigos, cuando sus hechos lo
merecen, y otras reprender a los amigos, cuando sus errores son dignos
de vituperio»[4]. Nosotros no tenemos enemigos; son todos amigos.

       [1] _Resumen de la Historia de Venezuela_, tomo I, pág. 1.ª

       [2] Ibidem.

       [3] _Estudios históricos_, pág. 126.

       [4] _Historia de los romanos_, lib. I.

También queremos que termine nuestra leyenda histórica. Bastante
tiempo hemos hecho y aun estamos haciendo una novela de la historia.
Impórtanos poco que España tenga mayor o menor antigüedad; no afirmamos
que el suelo de nuestra nación es el mejor de Europa, ni paramos
mientes en las hazañas realizadas por los cristianos durante los
tiempos medioevales, ni consideramos a Isabel la Católica como tipo de
la mujer perfecta, ni creemos en el cesarismo de Carlos V, ni en la
prudencia de Felipe II, ni decimos orgullosos que nuestros abuelos se
cubrieron de laureles peleando con los franceses en los comienzos del
siglo XIX, ni tenemos frecuentemente en nuestros labios los nombres de
Sagunto y de Numancia, de San Quintín y Lepanto, de Zaragoza y Gerona.

No son nuestros escritores los primeros de la historia de la
literatura, como tampoco son nuestros artistas los más inspirados, ni
nuestros industriales los más dignos de fama.

En nuestra larga historia encontramos pocos políticos ilustres.

Guerreros y marinos no son superiores a los de otras naciones.
Cuentan sesudos cronistas que nuestros triunfos en los Tiempos
Medios fueron debidos a la intervención de Santiago o de San Isidro;
refieren competentes historiadores que nuestros desastres en la edad
contemporánea fueron gloriosos. Lo primero y lo segundo pertenecen al
mundo de la fábula. Ni los santos intervinieron en aquellas batallas,
ni la fortuna acompañó siempre a nuestras banderas. Nuestros cronistas
creyeron en los milagros y nuestros poetas no dudaron de que la
valentía iba siempre unida al español. Dejemos también descansar las
cenizas del Cid.

Si tiempo adelante (últimos años del siglo XV y gran parte del XVI)
el Sol no se ponía en los dominios españoles y los soldados del Gran
Capitán y de Alejandro Farnesio, de Hernán Cortés y de Francisco
Pizarro se coronaban de laureles, lo mismo en Europa que en las Indias,
luego, peleando con Francia e Inglaterra, sufrieron grandes reveses y
no pocas desventuras.

Escritores extranjeros y españoles son injustos con nuestra nación.
«España--dice ilustre historiador desde una cátedra de la Sorbona--nada
ha hecho por la civilización y el progreso»; y famoso político de la
Gran Bretaña ha dicho en popular discurso que «España se halla entre
las naciones moribundas.» «No tiene pulso el pueblo español», repetía
Silvela en su pesimismo político. «¿Posee España--escribe Macías
Picavea--la patria amada, alientos para seguir viviendo entre los
pueblos vivos de la historia? ¿Es mortal, por el contrario, su agonía,
y al fin hemos tocado en la víspera de su desaparición como nación
independiente? ¿Cual Polonia y Turquía va a ser repartida y devorada
en forma de despojos por sus poderosos vecinos? Y si hemos de vivir,
¿a qué precio y con cuáles remedios? Y, si tenemos de morir, ¿por qué
hemos venido a dar en este trance de muerte?»[5].

       [5] _El problema nacional_, Prólogo, pág. VII.

Somos de opinión que no es tan grande nuestra decadencia, ni se
encuentra tampoco tan gastada y pobre la nacionalidad española. Cierto
es que adelantamos poco en el camino del progreso y que el miedo, el
apocamiento y el egoísmo, como en las épocas de verdadera crisis,
se halla en la mayoría de nuestros compatriotas. Apenas encontramos
hombres de carácter. Aquellos que creíamos espíritus fuertes, se
han convertido en aduladores cortesanos. Hasta los sabios y los
artistas rinden culto al que la fortuna, caprichosa de suyo, levanta
sobre el pavés. «La inteligencia--tales eran las palabras de Colbert
refiriéndose a los sabios de su tiempo--rindió respeto y vasallaje al
monarca (Luis XIV). Las clases ricas, más vanidosas que prudentes, se
cruzan de brazos, cuidándose poco de la prosperidad o decaimiento de
España. La clase obrera, especialmente en las grandes poblaciones,
si ama el trabajo, gusta más de los placeres. Los establecimientos
de enseñanza, lo mismo los pertenecientes al elemento civil que al
militar, piden reformas a voz en grito. Maestros y discípulos andan
desorientados, los primeros, sin vocación alguna, y los segundos, sin
entusiasmo por la ciencia. Si de política se trata, hemos de decir que
en los Cuerpos Colegisladores (Senado y Congreso) abundan los audaces,
no los más conocedores de la política o de la administración pública.
Los gobiernos que se suceden de algún tiempo a esta parte marchan casi
siempre a la ventura y carecen frecuentemente de ideales. No aparece
un hombre de Estado ni un verdadero orador». Estudiando la situación
política de Francia, escribía Timón lo siguiente: «Lo confesaré, aunque
haya de ofender la vanidad de mis más ilustres contemporáneos: nunca
conocí a un hombre, a uno sólo, que me pareciese enteramente digno de
dirigir el gobierno de mi país, ya por falta de talento, ya, sobre
todo, por falta de virtud»[6]. Más adelante, añade: «¡Cuántos oradores
se asemejan a esas luciérnagas o gusanos de luz que centellean en la
hierba como la estrella en los cielos! Pero acérquese a ellos una
luz, y veráse cuán fácilmente pierden su fosforescencia y brillo»[7].
¿Seríamos justos si dijésemos de nuestros actuales políticos y oradores
lo que el crítico francés decía de los de su tiempo y de su nación?

       [6] _Libro de los oradores_, tomo I, Advertencia, pág. VII.

       [7] Ibidem, pág. 40.

Sin embargo de nuestro decaimiento presente, España debe ocupar
puesto importante entre las naciones europeas; pero no oigamos
impasibles las quejas de nuestro pobre pueblo, ni permanezcamos con
los brazos cruzados ante las desgracias de esta bendita tierra, donde
descansan las cenizas de nuestros mayores y donde descansarán las de
nuestros hijos, ni cerremos los ojos para no ver que estamos cerca
de un precipicio. Sería cobardía llorar sobre las ruinas de nuestras
ciudades, como el profeta Jeremías lloraba sobre los restos de
Jerusalén. Sería propio de mujeres llorar por la pérdida de Granada,
como el infortunado Boabdil. ¿Nos hallamos amenazados de grandes males?
No lo sabemos. Nos asaltan tremendas dudas.

En estos momentos, cuando nuestro espíritu se encuentra confuso, un
rayo de esperanza cruza por nuestra mente. Si llegase la hora tremenda
anunciada por muchos, volvamos la vista a las Indias, a esas Indias
descubiertas por nuestros antepasados. A vosotros, hijos del Nuevo
Mundo, pediremos entonces albergue en vuestras populosas ciudades o en
vuestros ricos y productivos terrenos. Nada esperamos ni queremos de
las egoístas naciones de Europa; tenemos toda nuestra confianza en los
generosos pueblos americanos. No deis crédito a ciegos defensores de
los indios, a la cabeza de los cuales se hallan Ercilla, autor de _La
Araucana_, y el P. Las Casas, Obispo de Chiapas. Uno y otro, Ercilla y
Las Casas, llegaron a olvidar frecuentemente que la imparcialidad es
una de las cualidades principales y más necesarias del historiador.
Lejos de mostrarse imparciales en sus juicios, se convirtieron--y
sentimos tener que decirlo--en plañideras asalariadas de los indígenas
y en acres censores de los españoles.

No deis crédito a D. Jorge Juan y a D. Antonio Ulloa. Sin poner en
duda los méritos de los insignes marinos, conviene no olvidar el
espíritu generoso que les animaba al dirigir censuras tan amargas a
las autoridades de las Indias. Según ellos, la misma conducta que los
antiguos cartagineses y romanos observaron en España, los españoles
del siglo XVI observaron en el Nuevo Mundo. Aquéllos fueron fieros
conquistadores y codiciosos comerciantes; nosotros no les fuimos en
zaga cuando de exacciones y rapiñas se trataba. Si en el fondo hay
bastante verdad en el relato, no se olvide la época y el modo de hacer
la información. El P. Las Casas fué el maestro, mejor dicho, el oráculo
de todos los escritores de las Indias, los cuales mostraron empeño
en exagerar las doctrinas del piadoso prelado. Hermoso es el cuadro
que pintaron nuestros sabios marinos, no sin que se note a primera
vista demasiado colorido y alguna que otra incorrección en el dibujo.
Buscaron el efecto de la pintura, la expresión vigorosa y enérgica,
movidos exclusivamente por el corazón, por los sentimientos generosos
de la época (Apéndice A).

No deis crédito a los muchos autores extranjeros que repiten a toda
hora que el aventurero castellano llegó al Nuevo Mundo llevando en una
mano la espada y en la otra incendiaria tea, como si se propusiese
conmover y aterrar a los mismos indígenas salvajes.

Menos crédito debéis dar a juicios apasionados de famoso escritor
francés, el cual, con más deseo de causar efecto que de decir verdad,
ha escrito lo que copiamos a continuación: «España--tales son sus
palabras--pone la primera el pie en América; pero esta nación devota no
sabe ya pensar ni trabajar; no sabe más que asolar, destruir y rezar su
rosario; mata, saquea, pasea la cruz y la hoguera a través de México,
y deja allí, para bienvenida, la inquisición y la esclavitud»[8].

       [8] Pelletan, _Profesión de fe del siglo XIX_, pág. 355. Tr.

Si hubo exageración en la pintura de Ercilla y del P. Las Casas, de
D. Jorge Juan y de D. Antonio Ulloa; si apenas tiene parecido con el
original lo escrito por el autor de la _Profesión de fe del siglo XIX_,
no por eso habremos de negar que algunos o muchos descubridores y
conquistadores ni fueron prudentes, ni buenos, ni justos.

Pero, sea más o menos censurable la conducta de aquellos españoles del
siglo XVI, prometemos que en la centuria XX nuestras armas serán la
azada, el arado, el pico, la sierra, el martillo y el yunque. En el
siglo XVI fuimos en busca del misterioso Bellocino y a pediros que nos
llenaseis una habitación de rico metal; pero en el XX iremos a labrar
el suelo, a edificar la casa, a variar el curso de los ríos, a guiar
las aguas del manantial, a derribar el árbol, a tallar el mueble, a
cultivar el tabaco, el café, la caña de azúcar y el algodón, a coger el
cacao, a buscar la esmeralda; en una palabra, a compartir con vosotros
el trabajo y a tomar parte en vuestras alegrías y en vuestras penas. En
el siglo XX, en cambio de vuestra protección y ayuda, os recordaremos
el _Quijote_, la condenación más enérgica de nuestras antiguas locuras,
y _La vida es sueño_, el cántico más hermoso de la libertad; y os
llevaremos _Las nacionalidades_, aspiración nueva del pueblo español, y
los _Episodios nacionales_, gallarda y simpática relación de nuestros
usos y costumbres.

Las dos manos que vemos en la bandera argentina, no son las dos de
aquel país, sino una es la de América y la otra es la de España. Si
la obra de nuestros antepasados en el Nuevo Mundo fué de guerra,
la nuestra será de paz. Si los españoles que pasaron a las Indias
eran--como dice Platón de los espartanos del tiempo de Licurgo--_más
que ciudadanos, soldados acampados bajo tiendas_, a la sazón tenemos
presente el precepto pedagógico americano que dice: «Si la antorcha de
la libertad ha de iluminar el mundo, es preciso que sea con la luz del
entendimiento.» La obra que queremos realizar, no sólo será de paz,
sino también política, pues pretenderemos fomentar la unión de las
Repúblicas latinas entre sí y luego la unión de dichas Repúblicas con
la madre Patria. Nada importa que sea grande el espacio que separa
a España de América; nada importa el largo tiempo en que han estado
separados españoles y americanos. Unos y otros jamás olvidarán una
fecha memorable: el 12 de Octubre de 1492.

Buena prueba de ello es la noticia que copiamos a continuación. El
Secretario de Estado o de Relaciones Exteriores de la República
dominicana, en carta fechada el 20 de Noviembre de 1912, y dirigida a
sus colegas de las otras naciones de origen ibero en aquel Continente,
recomienda la celebración del día 12 de Octubre, aniversario del
descubrimiento de América, como fiesta nacional en todos los Estados
ibero-americanos.

He aquí el párrafo de la carta de que queda hecha referencia, que atañe
al asunto que nos ocupa:

  «Cree asimismo la República Dominicana que las naciones del Nuevo
  Continente deben perpetuar de un modo que revista mayor gratitud
  y amor el día inmortal del descubrimiento de América. No sólo con
  el objeto de honrar de una manera solemne y general el nombre del
  esclarecido nauta genovés Cristóbal Colón, sino con el laudable
  propósito de que todas las naciones americanas tengan un día de
  fiesta común, el Gobierno de la República Dominicana se permite
  proponer igualmente al de V. E., que ese día, con la denominación
  que se considere oportuna, sea declarado de fiesta nacional en
  vuestro país.

  Ya mi Gobierno lo ha declarado de fiesta oficial con la
  denominación de «Día de Colón», a reserva de hacer que las Cámaras,
  tan pronto termine el receso en que se encuentran, lo declaren día
  de fiesta nacional»[9].

       [9] _Unión Ibero-Americana_, núm. 4, págs. 6 y 7.

  «La Asamblea Nacional Legislativa de la República de El Salvador,

  _Considerando_: que el 12 de Octubre, aniversario del
  descubrimiento de América, es una fecha digna de ser conmemorada
  por todas las naciones de este Continente;

  Que varias de estas naciones han decretado día de fiesta nacional
  esa magna fecha histórica, insinuando la idea de que todos los
  países americanos tributen en este día recuerdo de gratitud y
  admiración al descubridor del Nuevo Mundo, Cristóbal Colón,


                                DECRETA

  Artículo único. Declárase el 12 de Octubre día de Fiesta Nacional.

  Dado en el Salón de Sesiones del Poder Legislativo. Palacio
  Nacional: San Salvador a 11 de Junio de 1915.

  _Francisco G. de Machón_, Presidente.--_Rafael A. Orellana_, primer
  Secretario.--_J. H. Villacorta_, segundo Secretario.

  Palacio Nacional: San Salvador, 12 de Junio de 1915.

  Publíquese.--_C. Meléndez._--El Ministro de Gobernación, _Cecilio
  Bustamante_.»

Igual conducta que Santo Domingo y El Salvador han seguido las
Repúblicas de Cuba, Chile, Argentina, Uruguay, Honduras, Paraguay,
Brasil, Panamá, Guatemala y Colombia.

Trasladaremos aquí lo que acerca de la política española en las Indias
dicen D. Francisco Pi y Margall y D. Jacinto Benavente:

  «Las naciones cultas (de América), escribe el ilustre historiador
  Pi y Margall, no vacilo en afirmar que, fuera de la religión y de
  la guerra, tenían mejores costumbres que las de Europa. El Perú,
  hasta dentro de la guerra, ya que la hacía con más respeto que
  nosotros a la persona y los bienes de los enemigos. Con nuestro
  contacto depraváronse todas, en común sentir de los primitivos
  historiadores de Indias. Bajo la antigua tiranía eran dóciles,
  trabajadoras, poco propensas a litigios, modeladas en el uso
  de sensuales deleites; bajo la nuestra, con ser mucho peor,
  contamináronse de todos nuestros vicios y se hicieron rebeldes,
  inactivas, pendencieras, lujuriosas.

  De las tribus salvajes no me atrevo a formular juicio general de
  ningún género. Las había rayanas de los brutos y las había que en
  el sentimiento de la dignidad propia y la ajena igualaban cuando no
  aventajaban a los pueblos cultos»[10].

       [10] _Historia general de América_, tom. I. vol. II. págs.
       1.903 y 1.904.

Del gran dramaturgo Benavente son las siguientes palabras:

  «... Y de nuestra política colonial en las Indias, ¿qué no se
  habrá dicho? No sería tan tiránica, tan destructora, cuando de
  ellas surgieron pueblos grandes y libres, orgullo de nuestra
  raza. Una política tiránica, opresora, destruye toda posibilidad
  de emancipación. No habríamos oprimido tanto, cuando de igual a
  igual, fuertes y triunfantes, pudieron combatirnos y proclamar su
  independencia.

  Yo he visitado alguna parte de la América española, y, con orgullo
  puedo decirlo, lo mejor que hallé en ella es lo que de español
  queda allí, pese al cosmopolitismo invasor. Las virtudes de la
  familia española, esa discreción de la mujer no contaminada
  de feminismo, que más bien debiera llamarse masculinismo, la
  generosidad hidalga en los hombres, el trato afable y llano con los
  iguales, con los inferiores, todas esas virtudes de nuestra raza,
  la más democrática del mundo, contrastando con la sequedad de los
  hombres de presa que allí acuden de todas partes, hacen de aquellas
  hermosas ciudades, que nos recuerdan a las españolas, cuando en los
  hogares donde aún alienta el espíritu de España se penetra como
  amigo, ciudades a la americana, cuando después, por sus calles,
  entre empujones y codazos, ve uno a los otros, a los extranjeros
  de todos los puntos del mundo, brutales, febriles, codiciosos de
  bienes materiales...[11]»

       [11] Discurso leído en los _Juegos florales_ de El Escorial el
       29 de Agosto de 1915.

Sin embargo del respeto y admiración que sentimos por Pi y Margall y
por Benavente, habremos de manifestar que no estamos conformes con la
opinión del uno ni con la del otro.

Reconoce el autor de _Las nacionalidades_ que las tribus americanas,
lo mismo cultas que salvajes tenían los vicios de la embriaguez, de
la lujuria, de la prostitución y del juego. Por nuestra parte diremos
que no debe olvidarse cómo el canibalismo se hallaba extendido por
toda América de la manera más brutal y fiera, hasta el punto que
muchos pueblos del Amazonas declaraban que «preferían ser comidos por
sus parientes antes que por los gusanos[12]». Asimismo sabemos con
toda certeza que unas tribus se contentaban con beberse la sangre
del cautivo, otras se repartían en menudos pedazos las carnes del
difunto, llegando el refinamiento de la crueldad al extremo de que
si no alcanzaba el reparto para todos, cocían algún trozo en agua,
distribuyendo luego el líquido con el objeto de que todos pudiesen
decir que habían probado en mayor o menor cantidad la carne del enemigo.

       [12] Markham, List. of Tribes etc. (Fourk, Anthrop. Inst.
       1895, pág. 233).

También no parece ocioso advertir que la esclavitud era en las Indias
más bárbara y repugnante que en los pueblos de Europa.

No negaremos que numerosas tribus indias que poblaban algunos de
aquellos dilatados países, ya tuviesen establecida su morada en las
heladas regiones de Groenlandia, ya en las riberas de los caudalosos
Mississipí y Amazonas, o en los elevados picos de los Andes, aunque no
tenían gobierno organizado ni leyes escritas y creían en dioses feroces
que se alimentaban de sangre humana, eran dulces, pacíficas y buenas.
No negaremos la pureza de costumbres, la sobriedad y el respeto al
extranjero de aquellas tribus bárbaras que habitaban en el Gran Chaco
o en la Patagonia. Pero habremos de añadir que muchos indígenas fueron
taimados y perversos. Ellos pagaron con traiciones los beneficios que
recibían de sus patronos, al mismo tiempo que se postraban ante los
españoles, que les maltrataban o envilecían. Fueron desleales con los
castellanos, que les trataban como hombres; obedientes y cariñosos con
los que veían en ellos seres irracionales. No hacían distinción entre
sus bienhechores y sus tiranos.

Si llevamos a América--contestaremos a Benavente--nuestra política y
administración, nuestra religión católica, nuestro régimen económico,
nuestras ideas sobre la hacienda pública, nuestro sistema municipal
democrático, nuestras instituciones benéficas, nuestros consulados,
nuestras Audiencias y nuestras Universidades, también les llevamos
modos, usos y costumbres, ruines pasiones y no pocos vicios. Cierto es
que los frailes por un lado y la Compañía de Jesús por otro, cubrieron
el suelo de iglesias y de hospitales, los misioneros llevaron la
civilización a los países más lejanos e incultos, los artistas de la
Metrópoli instruyeron en las Bellas Artes a aquellos numerosos pueblos
y los colonos españoles crearon muchas industrias y enseñaron a los
indígenas la apertura de caminos y el cultivo de los campos; pero
frailes, misioneros, artistas y colonos abusaron de la ignorancia de
los indios y les engañaron en los tratos que con ellos hicieron.

Si el gran poeta Quintana, recordando nuestras culpas pasadas, creía
vindicar a su patria diciendo:

            _Crimen fueron del tiempo, no de España_,

el historiador, aunque con profundo sentimiento, se ve obligado a decir
otra cosa. De los primeros españoles descubridores y conquistadores
de América, habremos de afirmar que, hombres de poca cultura y, como
tales, de hábitos un tanto groseros, cometieron con harta frecuencia
desórdenes y tropelías, robos y muertes. (Apéndice B).

Los soldados de Cortés y Pizarro no tenían la disciplina de aquellos
que mandaba el Gran Capitán, Antonio de Leiva y el marqués de
Pescara, ni aun la de los tercios de Flandes, ni siquiera la de los
que conquistaron Portugal bajo las órdenes del duque de Alba. Los
aventureros que desde Andalucía, especialmente de Sevilla, iban a
América, eran hombres más dados a la vagancia que al trabajo. Servían
unos de espadachines escuderos a elevadas damas o influyentes galanes;
descendían otros a rufianes de la más ínfima clase de cortesanas;
dedicábanse muchos a cobrar el barato en las casas de juego o se
agregaban a las compañías de comediantes o faranduleros, con el sólo
objeto de aplaudir en los corrales a damas y a galanes. En busca de
aventuras se dirigían también al Nuevo Mundo castellanos, extremeños,
catalanes y manchegos, gente ruda, altiva y áspera en sus costumbres.

Aquéllos y éstos, unos y otros eran asistentes diarios a las farsas que
imitaban perfectamente o con exactitud las palizas, las lidias de toros
y los autos de fe que celebraba la Inquisición.

Recordaremos a este propósito al hidalgo de Extremadura, que «viéndose
tan falto de dineros, y aun no con muchos amigos, se acogió al remedio
a que otros muchos perdidos en aquella ciudad (Sevilla) se acogen, que
es el pasarse a las Indias, refugio y amparo de los desesperados de
España, iglesia de los alzados, salvoconducto de los homicidas, pala
y cubierta de los jugadores (a quien llaman diestros los peritos en
el arte), añagaza general de mujeres libres, engaño común de muchos y
remedio particular de pocos»[13].

       [13] Cervantes, _El Celoso Extremeño_, pág. 5.

Y Prescott escribió que los conquistadores del Nuevo Mundo fueron
«soldados de fortuna, aventureros desesperados que entraron en la
empresa como en un juego, proponiéndose jugar sin el menor escrúpulo y
con el único objeto de ganar de cualquier modo que fuese»[14].

       [14] _Historia del Perú_, tom. II, pág. 215.

Creían que por el derecho de conquista podían, no sólo repartirse las
cosas, sino también las personas; pero no debemos olvidar--pues el
asunto tiene transcendental importancia--que la gente que iba de España
se veía obligada frecuentemente a subir altas y fragosas montañas, a
recorrer estrechas y pedregosas veredas o valles donde nunca llegaba
la luz del sol, a atravesar caudalosos ríos, terribles precipicios y
profundas simas, a subir escarpadas rocas y montes cubiertos de verdor
y cuyas cimas, coronadas de nieve, se ocultaban en las nubes, a bajar
cordilleras, a arrostrar riesgos y trabajos, a luchar de noche y de
día en las ciudades y en los campos. Para conquistar aquel país, donde
se encontraban hombres sencillos y feroces, civilizados y salvajes,
hospitalarios y antropófagos, necesitaba la Metrópoli, y no lo tenía,
poderoso, obediente y disciplinado ejército.

Conviene recordar que las distracciones del español estaban reducidas
a fugaces amoríos con alguna india cautiva, a escuchar picaresco
cuento y a veces legendarias hazañas referidas en largas noches de
invierno por algún soldado poeta. Otra hubiese sido la conducta de los
conquistadores de las Indias al tener en su compañía mujeres de la
misma raza y del mismo país, pues ellas, con sus amores y caricias, con
sus alegrías y bondades, habrían transformado por completo el carácter
de aquellos rudos soldados.

Tampoco habremos de negar que algunos de los primeros conquistadores,
con la excusa de la civilización, olvidándose de la Moral cristiana,
hollaron las instituciones, sentimientos, usos y costumbres de las
razas americanas. Con la excusa de la civilización, algunos de los
primeros conquistadores arrebataron a los indios sus mujeres y sus
hijas, sus casas y sus tierras. Con la excusa de la civilización,
algunos de los primeros conquistadores arrojaron de su pedestal
aquellos ídolos que habían sido el consuelo de infinitas generaciones,
en tanto que el miedo y el terror, cuando no la desesperación, se
pintaba en el rostro de los indígenas. Tuvieron a dicha no pocos
religiosos españoles derribar templos, romper ídolos y recorrer
extensas comarcas imponiendo por la fuerza la doctrina del Crucificado.

En otro orden de cosas, también se cometieron abusos sin cuento. No
negaremos lo que dice--y que copiamos a continuación--el provisor
Morales. «Es general el vicio de amancebamiento con indias, y algunos
tienen cantidad de ellas como en serrallo»[15]. El citado cronista, más
dado a la leyenda que a la historia, se atrevió a escribir que algunos
españoles se entretenían, tiempo después de la conquista, en cazar
indios con perros de caza[16], añadiendo otros autores que hubo entre
los nuestros quienes llegaron a creer que los indígenas no pertenecían
a la especie humana, y que valían, por tanto, lo mismo que un mono o un
caballo. Sólo se nos ocurre contestar--y esta es la única observación o
comentario a la noticia--que no habían de faltar compatriotas nuestros,
ya que careciesen de toda clase de cultura, ya que por instinto fuesen
crueles y feroces.

       [15] _Relación dada por el provisor Morales sobre cosas que
       convenían probarse en el Perú._ M. S.

       [16] Ibidem.

Tristísima era la vida del indio entre algunos españoles. El, sin
mujer que le consuele, sin hijos que le ayuden en sus trabajos y sin
familia que se compadezca de sus infortunios, condenado a vivir--si
vida puede llamarse--en el fondo de las minas para extraer el oro y
la plata que los reyes de España gastaban en guerras y los cortesanos
en orgías; agricultor y recolector de los frutos de la tierra para
que se alimentasen sus despiadados amos; esclavo de hombres que se
llamaban religiosos cuando la religión enseña que ambos eran hijos de
un mismo Dios; el indio, repetimos, hastiado de la vida, buscaba en el
suicidio, enfermedad de todas las sociedades caducas y desesperadas,
el término de sus penas y dolores. Preferían la muerte a la pérdida de
su libertad, a la servidumbre, a la esclavitud. Los incultos indígenas
se creían más felices que los civilizados españoles. Indiferentes los
indios a los goces de la cultura, vivían alegres y satisfechos en sus
montañas y bosques. Lo que Dozy decía de los beduínos del tiempo de
Mahoma, decimos nosotros de los indios del siglo XVI. «Guiados (los
beduínos)--tales son las palabras del historiador francés--no por
principios filosóficos, sino por una especie de instinto, han realizado
de buenas a primeras la noble divisa de la revolución francesa: la
libertad, la igualdad y la fraternidad»[17].

       [17] _Historia de los musulmanes españoles_, tomo I, pág. 36.
       Tr.

Severos censores hemos sido al juzgar la conducta de los conquistadores
españoles en las Indias, y sin miramientos de ninguna clase diremos
después lo bueno y lo malo que hicieron; pero colocándonos en el alto
tribunal de la historia, añadiremos que no todos son negruras en el
descubrimiento, conquista y gobierno de España en el Nuevo Mundo, como
no todo son negruras--aunque otra cosa digan apasionados cronistas--lo
realizado en la colonización inglesa y portuguesa de las Indias
Orientales. La imparcialidad no ha sido norma de los historiadores
antiguos y modernos. A pesar de los juicios poco favorables que
escritores europeos y americanos han emitido acerca de la política de
los gobiernos de Madrid, Londres y Lisboa, a pesar de la ingratitud
de algunas naciones de América--no todas, por fortuna--con España,
Inglaterra y Portugal, nadie podrá negar, o mejor dicho, conviene no
olvidar que un ilustre hijo de la república de Génova, al servicio
de los Reyes Católicos D. Fernando y Doña Isabel, descubrió el Nuevo
Mundo, y que ingleses, portugueses y españoles llevaron a aquellas
lejanas tierras su respectiva civilización y cultura.

Al ocuparnos en las conquistas de unos pueblos sobre otros, tentados
estamos para decir que, lo mismo en aquella época que antes y después,
lo mismo si se trata de España que de otras naciones, dichas conquistas
han ido casi siempre acompañadas de abusos y alevosías. Si pecaron
los españoles, también pecaron ingleses, franceses, dinamarqueses y
holandeses. Si no fué generosa ni aun prudente la política seguida
por nuestros compatriotas, tampoco lo fué la de otras naciones.
Recuérdense los Gobiernos de lord Clive y de Warren Hastings en la
India. Del primero, gobernador general de las posesiones inglesas
de Bengala, dice lord Macaulay lo siguiente: «Se sabe que antes de
salir de la India remesó a su patria más de ciento ochenta mil libras
esterlinas por conducto de la Compañía Holandesa, y más de cuarenta
mil por la Inglesa, aparte de otras considerables sumas enviadas por
casas particulares. Además, poseía joyas de gran precio, medio muy
generalizado entonces de traer valores a Europa, y en la India era
dueño de propiedades cuyas rentas estimaba él mismo en veintisiete
mil libras; de modo, que sus ingresos anuales, cuando menos, según la
opinión de John Malcolm, pasaban de cuarenta mil libras esterlinas
(3.800.000 reales), rentas en aquella época tan pingües y raras como lo
son en la nuestra las de cien mil libras. Así, que podemos afirmar, sin
temor de incurrir en exageración, que ningún inglés que comenzara la
vida sin bienes de fortuna ha llegado, como Clive, a encontrarse a los
treinta y tres años poseedor de tan inmensas riquezas»[18]. Respecto a
la administración de Warren Hastings, gobernador de Bengala, añade el
citado historiador, que «es imposible desconocer que hacen contrapeso
a los grandes crímenes que la mancharon, los grandes servicios que
prestó al Estado»[19]. En efecto, muchos y graves fueron los atropellos
cometidos por Hastings y contados por Burke en la Cámara de los
Lores. Tampoco pasaremos en silencio las crueldades que el francés
D'Esnambuc cometió con los naturales de la Martinica en el año 1635,
ni la conducta torpe, torpísima de los dinamarqueses en la costa de
Coromandel y de los holandeses en la citada India.

       [18] _Estudios históricos_, pág. 140. Tr.

       [19] Ibidem, pág. 285.

Allá en la antigüedad, la historia enseña que Virgilio daba idea clara
del destino y de la política exterior de Roma en los siguientes versos:

    _Tu regere imperio populos, Romane, memento_:

    ..................................................

    _Parcere subjectis, et debellare superbos_[20].

       [20] _Eneida_, lib. VI, versos 851 y 853.

Y las Doce Tablas consagraron aquel terrible principio que dice:

    _Adversas hostes æterna auctoritas esto._

Cartago, gobernada por egoísta aristocracia, sólo quería aumentar el
producto de su tráfico, importándole poco las ideas de patria, de
justicia, de honor y de cultura.

Los germanos se apoderaron de la mejor y mayor parte de la tierra de
los vencidos, y algunos de aquéllos, los anglo-sajones, por ejemplo, se
hicieron dueños de todo en la Bretaña. Tristísima fué la condición de
los vencidos.

Cuando los musulmanes lograron la victoria en la Laguna de Janda,
los ibero-romanos sufrieron toda clase de vejaciones, y cuando los
cristianos tomaron a Granada hicieron objeto de su odio a los hijos del
Profeta.

En nuestros días, ingleses, alemanes, franceses, italianos, rusos y
portugueses, guiados únicamente por la idea del lucro, ven en sus
colonias ancho campo donde extender y desarrollar sus respectivas
industrias.

En suma: el _Væ victis_ de Breno, fué y será, no la ley horrible del
derecho de gentes en la época romana, sino el dogma político de todos
los tiempos y de todos los pueblos.

De Sir Russell Wallace, son las siguientes palabras: «¡Qué
colonizadores y conquistadores tan maravillosos estos españoles y
portugueses! En los territorios colonizados por ellos, trazaron cambios
mucho más rápidos que todos los demás pueblos modernos, y semejantes
a los romanos, poseen sus grandes facultades para imponer su lengua,
cultura y religión a pueblos bárbaros y salvajes.»

Cariñoso por demás se muestra con nosotros Sir Russell Wallace. Si
no creemos que España tenga justos títulos para pedir, como nación
colonizadora, lugar preeminente en la Historia, tampoco admitimos que
la pérdida de las colonias de la América del Sur, sea prueba palmaria
de su incapacidad para gobernar las extensas posesiones adquiridas
en aquellos lejanos territorios. La Gran Bretaña no pudo sofocar la
rebelión y perdió las colonias de América del Norte, y a España le
sucedió lo mismo. Una y otra nación perdieron sus respectivas colonias
porque debían perderlas, porque no era posible tener en perpetua tutela
pueblos poderosos y cultos.

No olvidemos, no, que las Leyes de Indias son monumento glorioso de la
legislación española, y la Casa de la Contratación mereció alabanzas,
lo mismo de nacionales que de extranjeros. Y dígase lo que se quiera en
contrario, digna de encomio fué muchas veces la conducta de nuestros
Reyes. Ellos, en no pocos casos, recomendaron con gran solicitud a sus
infelices indios.

Isabel la Católica decía en su testamento lo siguiente:

  «Cuando nos fueron concedidas por la Santa Sede Apostólica las
  Islas y Tierra Firme del mar Océano, descubiertas y por descubrir,
  nuestra principal intención fué al tiempo que lo suplicamos al Papa
  Alejandro VI, de buena memoria, que nos hizo la dicha concesión,
  de procurar inducir y traer los pueblos de ellas, y los convertir
  a nuestra Santa Fe Católica y enviar a las dichas islas y Tierra
  Firme, prelado y religiosos, clérigos y otras personas doctas y
  temerosas de Dios, para instruir los vecinos y moradores de ellas
  a la fe católica y los doctrinar, y enseñar buenas costumbres y
  poner en ello la diligencia debida, según más largamente en las
  letras de la dicha concesión se contiene. Suplico al Rey, mi señor,
  muy afectuosamente, y encargo y mando a la Princesa, mi hija, y al
  Príncipe, su marido, que así lo hagan y cumplan, y que éste sea su
  principal fin y en ello pongan mucha diligencia y no consientan
  ni den lugar a que los indios vecinos y moradores de las dichas
  islas y Tierra Firme, ganados y por ganar, reciban agravio alguno
  en sus personas y bienes...» Igual conducta--como se muestra por
  diferentes Reales Cédulas--, observaron Carlos I, Felipe II, Felipe
  III y Carlos II. Gloria inmortal merece el Emperador Carlos V por
  la Cédula que dió el 15 de Abril de 1540 en favor de los negros de
  la provincia de Tierra Firme, llamada Castilla del Oro (Apéndice
  C). No se olvide que Felipe II, al recibir en su palacio al
  visitador Muñoz (1568), que ejerció sangrienta dictadura en México,
  le dijo con severidad: «Te mandé a las Indias a gobernar, y no a
  destruir», contándose también que, como casi al mismo tiempo se
  le presentara el Virrey del Perú, D. Francisco de Toledo, matador
  del inca Sairi Tupac, le dirigió en tono amenazador las siguientes
  palabras: «Idos a vuestra casa, que yo no os mandé al Perú para
  matar Reyes.» Felipe III miró con singular cariño a los infelices
  indios. Y en la _Recopilación de las Leyes de Indias_, Felipe IV
  escribió por su real mano la hermosa cláusula que copiamos: «Quiero
  que me déis satisfacción a mí y al mundo, del modo de tratar esos
  mis vasallos, y de no hacerlo, con que en respuesta de esta carta
  vea yo ejecutados ejemplares castigos en los que hubieren excedido
  en esta parte. Mandamos a los Virreyes, Presidentes, Audiencias
  y Justicias, que visto y considerado lo que Su Majestad fué
  servido de mandar y todo cuanto se contiene en las Leyes de esta
  Recopilación, dadas en favor de los indios, lo guarden y cumplan
  con tal especial cuidado, que no den motivo a nuestra indignación,
  y para todos sea cargo de residencia.» Habremos de referir, por
  último, que al confirmar Carlos II la concesión pontifical, lo hizo
  con las siguientes palabras: «Y por que nuestra voluntad es que los
  indios sean tratados con toda suavidad, blandura y caricia, y de
  ninguna persona eclesiástica o secular ofendidos: Mando que sean
  bien y justamente tratados, y si algún agravio han recibido, lo
  remedien, y provean de manera que no se exceda cosa alguna lo que
  por las letras apostólicas de la dicha concesión nos es inyungido y
  mandado.»

La misma simpática conducta siguieron con bastante frecuencia los
Reyes de la Casa de Borbón. Ilustre historiador contemporáneo ha dicho
lo siguiente: «En lo que se refiere a los indios, hay que repetir
que los monarcas multiplicaban los medios de proteger sus personas e
intereses. Sometidos los naturales por la conquista a un poder extraño,
intimidados ante la superioridad de los europeos, a quienes tenían
que obedecer, era muy justo que la Corte de Madrid les dispensara
consideraciones, para hacer simpático el nuevo régimen a los que tanto
necesitaban de paternal auxilio y de cariñoso apoyo; la justicia
debía mostrar mayor solicitud respecto de los débiles, que habían
perdido sus sagrados derechos como pueblo independiente y soberano; y
los delegados del Rey en las Indias tenían especial recomendación de
favorecer de todos modos a los aborígenes»[21]. Alejandro Humboldt,
cuya autoridad nadie se atreverá a poner en duda, ha escrito que la
condición social del indio español era mejor que la de los aldeanos
de una gran parte del Norte de Europa[22]. También el argentino D.
Vicente G. Quesada, aunque a veces ha juzgado con severidad el gobierno
español en América, reconoce que no están en lo cierto los escritores
que afirman que la organización colonial fué un centralismo pernicioso,
a la cual atribuyen todos los errores y males de las nuevas naciones
hispano-americanas[23].

       [21] Gómez Carrillo, _Historia de la América Central_, tomo
       III, págs. 27 y 28.--Continuación de Milla.

       [22] _Ensayo político_, lib. IV, cap. IX.

       [23] _La Sociedad hispano-americana bajo la dominación
       española._

En tanto que los Monarcas austriacos y los Reyes de la casa de Borbón
daban pruebas de su amor a la justicia y del cariño que sentían por
los indios, también eran dignos de fama y renombre no pocos Virreyes,
Gobernadores, Presidentes, Corregidores, Arzobispos y Obispos. No
todos, ni aun una gran mayoría, como fuera nuestro deseo; pero muchos
fueron tolerantes y buenos, como lo confirman antiguos cronistas y
modernos historiadores.

Nadie--por exigente que sea--escatimaría aplausos a Antonio de Mendoza
y a Luis de Velasco, virreyes de México; a Manuel de Guirior, virrey
del Perú; a José Antonio Manso de Velasco, Gobernador de Chile; a
Miguel de Ibarra, Presidente del Ecuador, y a Andrés Venero de Leyva,
Presidente de la Audiencia de Santa Fe de Bogotá. Entre los prelados,
justo será recordar los nombres insignes de Santo Toribio de Mogrovejo,
Arzobispo de Lima, y de Fr. Juan de Zumárraga, Arzobispo de México.
Protectoras incansables las autoridades españolas de la religión y de
las órdenes religiosas, la religión fué desde la cuna hasta la muerte
el sentimiento general lo mismo del español que del indio. Tanto las
autoridades civiles como las eclesiásticas se desvelaron por extender
la civilización, abrir escuelas, establecer imprentas y llevar a todas
partes el mejoramiento y el bienestar. Que en el esplendoroso cuadro de
los Gobiernos españoles hubo algunas y, si se quiere muchas manchas,
nada importa, pues toda obra humana las tiene en más o menos cantidad,
con mayor o menor fuerza señaladas. No hemos de negar que no siempre
estuvieron acertados los Reyes y los Gobiernos en el nombramiento de
las autoridades, lo mismo civiles que militares, para las colonias. Con
mucha frecuencia se impuso el favoritismo y ocuparon elevados puestos
hombres aduladores, necios e intrigantes, cuando no avaros, codiciosos
y crueles.

Para terminar esta materia permítasenos recordar algunos hechos
y dirigir una pregunta. No olvidéis que a últimos del siglo XV
desconocíais la escritura alfabética, los progresos de las ciencias y
las bellezas de las artes, ni teníais arados para cultivar vuestras
tierras, ni utensilios de hierro para todas las necesidades de la
vida, ni carros en que transportar vuestras mercancías, ni buques de
alto bordo para recorrer los mares, ni moneda de ley para el cambio de
vuestros productos. No olvidéis que a últimos del siglo XV ni siquiera
teníais noticia de los animales domésticos, ni sabíais nada del cultivo
de los cereales. No olvidéis que durante largo lapso de tiempo, unidas
España y América han marchado por tierras y mares realizando su vida,
a veces con gran trabajo, a veces con facilidad extrema; pero siempre
con fe y entusiasmo. ¡Americanos! En uno de los platillos de sensible
balanza colocad lo bueno que habéis recibido de los españoles, y en el
otro platillo colocad lo malo. ¿Qué pesa más?

«¡América para los americanos! Tal es la consigna adoptada--escribe
Reclus--por las repúblicas del Nuevo Mundo para oponerse a las
tentativas de intervención de las potencias europeas en los asuntos
interiores del continente occidental. Bajo el punto de vista político,
no cabe duda que los Estados americanos no han de temer ya los
ataques de ningún adversario, y no se sabe si tolerarán mucho tiempo
en aquellas regiones la existencia de colonias dependientes de un
Gobierno extranjero. Si oficialmente posee todavía la Gran Bretaña
la cuarta parte de la superficie del Nuevo Mundo, casi la totalidad
de aquel inmenso espacio está desierto, y las provincias habitadas,
constituyen, por decirlo así, una república independiente, en la que
el poder real sólo está representado en el nombre, y por todo ejército
tiene un regimiento acampado en una punta de tierra en el sitio más
inmediato a Europa, como si estuviese aguardando órdenes para regresar
a la Metrópoli. Los pueblos del Nuevo Mundo tienen, pues, asegurada
su autonomía política contra toda mira ambiciosa del extranjero; pero
bajo el aspecto social, América dista mucho de ser de los americanos;
es de todos los colonos del antiguo mundo que a ella acuden y en ella
encuentran nueva patria, aportando sus usos y costumbres hereditarias,
al par que sus ambiciones, sus esperanzas y la necesaria fuerza para
acomodarse a un nuevo modo de ser. Los que por distinguirse de los
hombres civilizados del resto del mundo se llaman _americanos_, son
también hijos o nietos de europeos; el número de estos americanos
aumenta en más de un millón cada año por el excedente de los nacidos
sobre los muertos; además, aumenta en más de otro millón con los
colonos recién llegados, que a su vez se llaman pronto americanos, y a
veces miran como intrusos a los compatriotas que llegan tras ellos. El
mundo trasatlántico es un campo experimental para la vieja Europa, y
como en el antiguo mundo, se prepara allí la solución de los problemas
políticos y sociales en bien de la humanidad»[24].

       [24] _Geografía universal, América septentrional_, págs. 83 y
       84.

Viene al caso recordar que allá en el año 1824, el Congreso de
Panamá, siguiendo las inspiraciones de Bolívar, entre otros asuntos,
procuró establecer un pacto de unión y de liga perpetua contra España
o contra cualquier otro poder que procurase dominar la América,
impidiendo además toda colonización europea en el nuevo continente,
toda intervención extranjera en los negocios del Nuevo Mundo[25].
Los temores de Bolívar tenían su razón de ser después de pelear en
_Ayacucho_ con ejércitos de Europa. Añade con acierto J. B. Alberdi,
lo siguiente: «Si Bolívar viviera hoy día, como hombre de alto
espíritu, se guardaría bien de tener las ideas de 1824 respecto a
Europa. Viendo que Isabel II nos ha reconocido la independencia de
esa América que nos dió Isabel I hace tres siglos, lejos de temer a
la España como a la enemiga de América, buscaría en ella su aliada
natural, como lo es, en efecto, por otros intereses supremos que han
sucedido a los de una dominación concluida por la fuerza de las cosas.
Los peligros para las Repúblicas no están en Europa. Están en América:
son el Brasil, de un lado, y los Estados Unidos, del otro»[26].

       [25] Véase _Simón Bolívar_, págs. 179 y 180.

       [26] _Simón Bolívar_, pág. 180. Madrid, 1914.

Algunos escritores americanos tienen a gala el denostar a España.
Rechazan indignados la idea de que se les atribuyan las cualidades
de nuestra raza. No quieren llevar en sus venas sangre española. El
argentino Domingo F. Sarmiento, autor de la excelente obra _Facundo o
Civilización y barbarie_, tuvo el mal gusto de censurar con acritud las
costumbres españolas en su libro _Viajes por América, Europa y Africa_.
Contra Sarmiento escribió nuestro Martínez Villergas el folleto
titulado _Sarmenticidio_, al cual sirve de preliminar composición
poética que el inspirado vate había publicado en París el año 1853. En
ella se lee lo siguiente:

    _Quemó Erostrato el templo de Diana,_
    _Y usted, por vanagloria,_
    _Maldice de su raza la memoria:_
    ....................................

La misma animosidad contra España ha manifestado recientemente Fernando
Ortiz, catedrático de la Universidad de la Habana, en su libro _La
Reconquista de América_. Otros no les han seguido por el mismo camino
en su enconada ojeriza a la madre Patria.

Por fortuna, creemos que no están en mayoría los escritores que piensan
como Sarmiento y Ortiz. No pocos--aunque nosotros quisiéramos que fuese
mayor el número--aprovechan cuantas ocasiones se les presentan para
manifestar su cariño a España. Con singular complacencia hemos leído
varias veces el siguiente párrafo del Sr. Riva Palacio, ministro de
México en Madrid:

  «No se conserva memoria--dice--de otro pueblo que, como el
  español, sin desmembrar su territorio patrimonial y sin perder la
  existencia social y política, haya formado directamente diez y
  seis nacionalidades enteramente nuevas sobre la faz de la tierra,
  hoy ya emancipadas, y a la que legó sus costumbres, su idioma,
  su literatura, su altivez, su indomable patriotismo y el celo
  exagerado por su autonomía. Diez y seis nacionalidades que marchan
  todas por el camino del progreso, y que, reconociendo con su
  origen todas esas identidades, procuran estrechar cada día más sus
  relaciones, creando una virtud cívica hasta hoy desconocida, el
  patriotismo continental, que hace de cada americano como un hijo
  cualquiera de las otras Repúblicas; y quizá algún día la España,
  hija del antiguo mundo, podrá decir delante de esas diez y seis
  nacionalidades, como Cornelia la romana: «Tengo más orgullo en ser
  la madre de los Gracos, que la hija de Escipión el Africano»[27].

       [27] Discurso leído por el general Riva Palacio en el Ateneo
       de Madrid el 18 de Enero de 1892, pág. 9.

Entre los papeles de Manuel Araujo, electo presidente de la República
de San Salvador en el año 1911, y fallecido en 1914, hallamos uno, en
el cual se consigna este hermoso pensamiento:

  «La obra afanosa de mi agitada vida va cumpliéndose. Bajo la égida
  protectora de Dios, mis flores, mis ensueños de progreso para la
  patria antigua y de libertad para mi pueblo amado, van siendo una
  hermosa realidad»[28].

       [28] Véase _Libro Araujo_.--San Salvador, Imprenta Nacional,
       1914.

Merece trasladarse también aquí lo que Alejandro Alvarado Quirós ha
escrito al visitar el sepulcro de Colón en Sevilla. Dice así:

  «Los pueblos de América deberían visitarlo en cruzadas como el más
  sagrado de sus cultos; tuvo para nosotros un resplandor celeste,
  una palabra profundamente religiosa, superior a las que el espíritu
  del gran guerrero, del artista y del santo nos dijeron al oído, y
  que sólo podría ser superada por la armonía inefable de nuestras
  creencias, evocadas ante la piedra tumular y el sepulcro abierto y
  luminoso de Jerusalén»[29].

       [29] _Bric-Brac._--San José de Costa Rica.--Alsina, 1914.

En _La Nota_, periódico de Buenos Aires, ha publicado últimamente
José Enrique Rodó un artículo donde, entre otras cosas dignas de
nuestra gratitud, se lee este párrafo: «Cualesquiera que sean las
modificaciones profundas que al núcleo de civilización heredado ha
impuesto nuestra fuerza de asimilación y de progreso; cualesquiera que
hayan de ser en el porvenir los desenvolvimientos originales de nuestra
cultura, es indudable que nunca podríamos dejar de reconocer y confesar
nuestra vinculación con aquel núcleo primero, sin perder la conciencia
de una continuidad histórica y de un abolengo que no da solaz y linaje
conocido en las tradiciones de la humanidad civilizada.»

De Blanco Fombona son las palabras que copiamos de la revista
_Renacimiento_, de la Habana: «La holgazanería española, que es una de
las frases hechas más injustas, labora minas en Bilbao, cultiva viñedos
en la Mancha y Aragón, cría ganados en Andalucía y ejerce toda suerte
de industrias en Cataluña y Valencia. En un momento de holgazanería
española, echaron nuestros abuelos a los moros de la Península,
descubrieron, conquistaron y colonizaron a América, y abriendo los
brazos en Europa, con gesto heroico y magnífico, pusieron una mano
sobre Flandes y sobre Nápoles la otra.»

A José Ingenieros, crítico argentino y autor, entre otras obras, de
las intituladas _Simulación en la lucha por la vida_ y _Al margen de
la ciencia_, le colocamos entre los defensores de España, aunque otra
cosa digan críticos suspicaces. De la _Revista de Filosofía_, de Buenos
Aires, correspondiente al año de 1916, copiamos el siguiente párrafo de
largo artículo:

  ... «Mi anhelo de español sería que en los libros de los niños de
  hoy--los españoles de mañana--se enseñara a venerar la memoria de
  un Isidoro, de un Lulio, de un Vives y de un Servet, en vez de
  seguir mintiendo las aventuras del Cid--que vivió mucho tiempo
  con dinero de los moros--, las glorias de Carlos «Quinto» de
  Alemania--que nadie conoce por Carlos «Primero» de España--, ni la
  fastuosa magnificencia de los siguientes Hapsburgos--que por la
  indigencia en que vivieron no fuéronle en zaga a ningún estudiante
  de novela picaresca.

  Constituída una nueva moral, poniendo como ejemplo la tradición de
  sus pensadores y de sus filósofos, a España le sobrarán fuerzas
  para renacer; las hay en cada provincia o región; muchas de ellas
  pujan ya en vuestra Cataluña intensa y expansiva.»

Entre los inspirados vates que mas han amado a España, ataremos a Rubén
Darío. Recordamos aquellos versos:

      _No es Babilonia ni Nínive enterrada en olvido y en polvo_
    _ni entre momias y piedras reina que habita el sepulcro_
    _la nación generosa, coronada de orgullo inmarchito,_
    _que hacia el lado del alba fija las miradas ansiosas;_

o aquellos de Chocano:

      _Y así América dice: ¡Oh madre España!_
    _Toma mi vida entera;_
    _que yo te he dado el sol de mi montaña_
    _y tú me has dado el sol de tu bandera,_

o aquellos otros de Gómez Jaime;

      _Y a España, madre egregia que fecundó tu historia,_
    _le ofrecerás tu sangre, le rendirás tu gloria;_
    _y el triunfo de la raza le ofrendarás también;_

o los de Andrade Coello:

      _Erguido quedará siempre,_
    _porque su cumbre tremola_
    _mi altiva ensena española_
    _que tu raza no arriará;_

o, en fin, otros muchos inspirados en el mismo sentimiento hacia España.

Al querer--como poco antes se dijo--la unión de los pueblos
hispano-europeos con los hispano-americanos, no deseamos de ningún modo
la enemiga con los de raza anglo-sajona. Pruebas habremos de dar en
el curso de nuestra obra, no sólo del respeto, sino de la admiración
que sentimos por la gran República de los Estados Unidos del Norte de
América.

Algunas veces hemos llegado a creer--y de ello estamos
arrepentidos--que, para contrarrestar el imperialismo de los Estados
Unidos, debieran confederarse todos los pueblos de raza española del
Nuevo Continente y con ellos el lusitano americano, bajo la suprema
dirección de los más poderosos (el Brasil, la Argentina, Chile, etc.)

De un artículo de Castelar copiamos lo siguiente: «Pero cuando la
raza anglo-sajona pretende negar nuestra influencia en América,
hacer suyo todo aquel mundo, turbar la paz de nuestras Repúblicas,
acrecentar su poderío, a costa de nuestro mismo territorio, contar
entre sus estrellas a Cuba; cuando esto suceda, fuerza es que todos
los que de españoles nos preciamos, unamos nuestras inteligencias y
nuestras fuerzas para no consentir tamaña degradación y estar fuertes
y apercibidos en el día de los grandes peligros, de las amenazadoras
desventuras»[30].

       [30] _La unión de España y América._

Aunque llegó el día tan temido, no se unieron nuestras inteligencias
ni nuestras fuerzas, o mejor dicho, nuestras inteligencias y nuestras
fuerzas fueron vencidas por el inmenso poder de los Estados Unidos. Con
pena habremos de confesar que lo mismo América que Europa se alegraron
para sus adentros de las desgracias de España.

Trasladaremos también a este lugar lo que ha escrito el académico Sr.
Beltrán y Rózpide, recordando seguramente la destrucción de nuestras
escuadras en Santiago de Cuba y en Cavite. «Si hoy los historiadores,
dice, encuentran las raíces de la decadencia de España en los mismos
días de Carlos I y de Felipe II, en los tiempos de Mac Kinley y
Roosevelt habrán de investigar los historiadores del porvenir el remoto
origen o causa primera de la disolución y ruina de los Estados Unidos
del Norte de América»[31].

       [31] _Los pueblos hispano-americanos en el siglo XX_, pág.
       296. Madrid, 1904.

Ni paramos mientes, ni damos valor alguno a juicios más apasionados que
justos de ilustrado escritor, cuyo libro ha sido publicado en estos
mismos días. El autor es el agustino P. Teodoro Rodríguez, Rector de
la Universidad de El Escorial, y el libro se intitula _La civilización
moderna_.

«No vamos a estudiar--dice--aunque bien pudiéramos hacerlo, ciertos
actos de carácter internacional, y por todos conocidos, suficientes
para colocar a quien los realiza, sea persona individual o colectiva,
entre los profesionales del bandidaje y de la piratería; nos referimos
a la usurpación de España por los Estados Unidos de sus colonias
Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Tampoco queremos estudiar, la Historia
dará sobre ello su veredicto, la intervención _extraoficial_ en las
cuestiones de México y en la actual gran guerra europea, que para
algunos pone en entredicho su honorabilidad como nación»[32].

       [32] Págs. 153 y 154.

Cuando los hijos de Cuba, Puerto Rico y Filipinas no se hallen
contentos con su estado actual, cuando echen de menos el Gobierno de la
antigua Metrópoli y cuando el progreso se haya interrumpido o cortado
en aquellos países, entonces y sólo entonces estaremos conformes con el
sabio agustino.

Nada importa que España haya perdido una provincia, dos o veinte. Lo
que importa es que la guerra no destruya aquellas ciudades, ni se
hiera ni se mate en aquellas tierras. Lo que importa es que al ruido
de la pólvora haya sucedido el reino de la paz y del amor. Entretanto
que geógrafos y religiosos condenan a los hijos de Wáshington y de
Franklin, nosotros bendecimos a Dios y entonamos un cántico a la
libertad e independencia de los pueblos. ¡Bendita sea la hora en que la
fuerza fué vencida por el derecho!

Triste, muy triste es que España, la primera nación que tuvo la
fortuna de llegar a América y la única que fué dueña de más extensos
territorios, nada posea en nuestros días. La culpa es nuestra. Pero
olvidándolo todo, casi me atrevería a rogar al geógrafo Beltrán y
Rózpide y al teólogo P. Martínez que me acompañaran a rezar una oración
ante las tumbas de españoles y de americanos, pues las de aquéllos y
las de éstos se hallan bajo las flores del mismo cementerio. (Apéndice
D.)

Grande es el amor que tenemos a España; grande es también el amor que
tenemos a nuestras antiguas colonias. Pero no dejamos de reconocer que
en esta vieja Europa los hombres sólo piensan en matarse unos a otros
y las naciones en destruirse; en esa joven América, salvo algunas
excepciones, los hombres son laboriosos, emprendedores, y las ciudades
poseen inmensas fábricas dedicadas a la industria y al comercio. Aunque
dichas naciones, lo mismo las europeas que las americanas, sufren
terribles enfermedades sociales, la historia enseña que las primeras
salen de sus crisis maltrechas y debilitadas, al paso que las segundas
continúan prósperas y poderosas.

Si allá en los primeros tiempos de la historia, el progreso, después
de cumplir su misión en Egipto, pasó a Caldea, China e India, luego
a Grecia y Roma y tiempo adelante a los pueblos todos de Europa, en
nuestros días ¿emprenderá su marcha al Nuevo Mundo? De Africa pasó al
Asia, y de Asia a Europa; ¿pasará al presente de Europa a América?
¿Buscará otro campo de acción en las orillas del San Lorenzo, del
Mississipí, del Amazonas o del Plata? Cuando haya pasado la crisis
terrible porque atraviesa Europa, contestaremos, ya tranquilo nuestro
espíritu, que el Antiguo y Nuevo Mundo seguirán su marcha progresiva
y realizarán, cada vez con mayor entusiasmo, la ley del amor y de la
justicia.



II

PLAN DE LA OBRA.


Por lo que respecta al plan de la obra, nos proponemos reseñar la
vida de los pueblos americanos de una manera clara y ordenada. En
cinco partes dividiremos la HISTORIA DE AMÉRICA: trataremos en la
primera de la América antes de Colón, o sea, de las primitivas razas
que poblaron el Nuevo Mundo; en la segunda del descubrimiento de las
Indias Occidentales y de los descubrimientos anteriores y posteriores
al del insigne genovés; en la tercera de las conquistas realizadas
por los españoles y otros pueblos de Europa; en la cuarta de los
diferentes Gobiernos establecidos en aquellos países o de los Gobiernos
coloniales, y en la quinta de la guerra de la independencia y de los
sucesos acaecidos en aquellos pueblos hasta nuestros días.

Estas cinco partes o épocas se estudiarán en tres tomos; las dos
primeras, o sea América precolombina y los descubrimientos serán
materia del tomo primero; la conquista del país y los Gobiernos
coloniales se expondrán en el tomo segundo, y la independencia de todos
los Estados hasta nuestros días formarán la historia del tomo tercero.

Veamos más detalladamente los asuntos que se incluirán en cada una
de las cinco partes. Después del Prólogo damos algunas noticias
geográficas del Nuevo Mundo, pasando luego a tratar de la Prehistoria
y de la aparición del hombre en el continente americano, procurando
resolver la cuestión de si es o no es autóctono; y en caso contrario,
cuál es su procedencia y el camino que siguió para llegar a América.
En seguida tratamos de las razas y tribus que habitaron el suelo
americano antes del descubrimiento. Si vaga y corta es la historia de
los pueblos que llamamos civilizados, casi nula es la de los pueblos
bárbaros. Algunas noticias daremos acerca del estado social de los
indios, de su lengua, de sus conocimientos científicos y artísticos.
Después se estudiará el estado de España durante el reinado de los
Reyes Católicos, y luego los importantes descubrimientos geográficos
anteriores al del Nuevo Mundo.

Así como poetas y santos presentían la invasión de los germanos y la
muerte de Roma, y así como sabios y Papas anunciaban la llegada de
los turcos y la destrucción de Constantinopla, de la misma manera los
isleños de la Española tenían como cosa cierta que de lejanas tierras
vendrían unos guerreros a derrocar los altares de sus dioses, a
derramar la sangre de sus hijos y a reducir a eterna esclavitud a todos
los habitantes del país; los sacerdotes del Yucatán profetizaron que
había llegado el fin de los vanos dioses, que ciertas señales indicaban
próximos y terribles castigos, que estaban cerca los hombres encargados
de traer la buena nueva, que aborreciesen a los dioses indígenas y
adoraran al Dios de la verdad, y, por último, que se vislumbraba
ya la señal de nueva vida, la cruz que había iluminado al mundo; y
Huayna Capac, el último Emperador del Perú, cuando comprendió que se
aproximaba el último momento de su vida, llamó a sus dignatarios y les
anunció la ruina del imperio por extranjeros blancos y barbudos, según
habían pronosticado los oráculos, ordenándoles no hiciesen resistencia,
antes por el contrario, se sometiesen de buen grado. Al mismo tiempo
cometas cruzaban los cielos llenando de terror a los peruanos, la
luna apareció teniendo a su alrededor círculos de fuego de diferentes
colores, un rayo cayó en uno de los reales palacios destruyéndolo
completamente, los terremotos se sucedían unos tras otros y una águila
perseguida por varios alcones vino a caer herida en la plaza del Cuzco;
hecho que presenciaron aterrados muchos nobles incas, quienes creyeron
que era aquello triste agüero de su propia muerte. Del mismo modo que
aquel Dios Pan, tan alegre y risueño, que se precipitó, allá en los
tiempos antiguos, como dice Castelar, en las ondas del Mediterráneo
buscando la muerte[33], y cuyos tristes quejidos oían de noche los
navegantes que surcaban los mares helénicos, otros dioses, en el siglo
XVI, exhalaban su último suspiro cerca de las playas americanas--según
cuentan los sacerdotes indios--y eran reemplazados por el Dios de la
verdad, de la justicia y de la misericordia.

       [33] _La civilización de los cinco primeros siglos del
       Cristianismo_, tomo I, pág. 352.

Con todo detenimiento será objeto de nuestro estudio la vida de
Cristóbal Colón y los cuatro viajes que hizo al Nuevo Continente.

Ultimamente nos fijaremos en los descubrimientos y expediciones de
Alonso de Ojeda, Vicente Yáñez Pinzón y Juan Díaz de Solís, Vasco Núñez
de Balboa, Juan Ponce de León, Juan de Ampués, Rodrigo de Bastidas y
Francisco Orellana.

El tomo segundo está dedicado a la conquista del territorio y a los
Gobiernos de los diferentes Estados. Lo primero que se presenta a
nuestro estudio es la América septentrional, esto es, la Groenlandia,
el Canadá y las colonias inglesas. Seguirá a la conquista de México, la
de la América Central (Guatemala, Honduras, San Salvador, Nicaragua y
Costa Rica); también las Antillas, y, por último, la América Meridional
(Perú, Bolivia, Chile, Argentina, Patagonia, Colombia, Venezuela,
Ecuador, Las Guayanas, Paraguay, Uruguay y Brasil).

Libre España de la guerra con los hijos del Profeta, dos rumbos
diferentes tomaron nuestros guerreros: unos marcharon a Italia sin
otra mira que conquistar laureles en los campos de batalla, dirigidos
por aquel ilustre político y valeroso soldado, a quien la Historia
designa con el nombre de _El Gran Capitán_; otros, tomaron camino de
Occidente buscando aventuras, o más bien guiados por la idea del lucro
o por la codicia de oro y piedras preciosas, oro y piedras preciosas
que abundantes se hallaban en la nueva tierra de promisión. «En las
guerras del Nuevo Mundo, escribe lord Macaulay, en las cuales el arte
estratégico vulgar no podía ser bastante, como tampoco la ordinaria
disciplina en el soldado; allí, donde se hacía necesario desbaratar y
vencer cada día por medio de alguna nueva estratagema la instable y
caprichosa táctica de un bárbaro enemigo, demostraron los aventureros
españoles, salidos del seno del pueblo, una fecundidad de recursos y
un talento para negociar y hacerse obedecer de que apenas daría otros
ejemplos la Historia»[34].

       [34] _Estudios históricos_, pág. 5.

Inmediatamente será objeto de examen el Gobierno de los franceses e
ingleses en el Canadá, deteniéndonos en las guerras intercoloniales.
No deja de ser interesante la política seguida por ingleses, franceses
y españoles en los Estados Unidos. Después de exponer los hechos de
la Capitanía general de Guatemala (San Salvador, Nicaragua, Honduras y
Costa Rica), daremos ligera idea de las luchas religiosas en la América
española, pasando inmediatamente a hacer ligera reseña de los sucesos
acaecidos en el Gobierno de las islas Mayores y Menores, Virreinato
del Perú, Capitanía general de Chile, Gobierno y luego Virreinato de
Buenos Aires, Gobierno de Colombia y luego Virreinato de Nueva Granada,
Gobiernos de Quito, Panamá, Venezuela, Paraguay, Uruguay y Brasil.

Seguirá el estudio de la organización interior de los Estados, ya de
raza anglo-sajona, ya de raza ibera. Allí veremos que franceses e
ingleses defendieron y engrandecieron el territorio. Igual conducta
siguieron las autoridades españolas en nuestras colonias. Del mismo
modo en el tomo citado daremos exacta noticia de las Audiencias,
Consulados, Cabildos y otros tribunales menos importantes, como también
de la Inquisición y de la esclavitud. Además de las Encomiendas,
procuraremos fijarnos muy especialmente en la Casa de la Contratación
de Sevilla, en el Real y Supremo Consejo, y en las Leyes de Indias. Con
algunas consideraciones acerca de la instrucción pública, de la cultura
literaria, artística e industrial, terminaremos la materia del tomo
segundo.

Asunto del tomo tercero y último será la independencia de las colonias,
ya de raza inglesa, ya de raza española. Antes diremos algo de la cuasi
independencia del Canadá en los últimos años. Tres nombres gloriosos
aparecen iluminando los primeros tiempos de la independencia de los
Estados Unidos: los americanos Franklin y Washington y el francés
Lafayette. Respecto a las colonias de la América española, creemos
indispensable y aun de importancia suma dar a conocer el estado en que
se hallaban al comenzar la guerra; esto es, reseñaremos los movimientos
precursores de la mencionada guerra, el carácter diferente que tuvo
en cada uno de los países, las noticias que nuestros gobernantes de
allá comunicaban de los sucesos y el efecto que dichas noticias hacían
en la metrópoli, las medidas o resoluciones que tomaba el gobierno
de Madrid, las instrucciones que se dieron a los comisionados para
la pacificación y los resultados que produjeron, no olvidando las
relaciones interesadas de algunas potencias con los insurgentes. Nótase
a primera vista una diferencia entre los Estados Unidos y las colonias
españolas; los Estados Unidos son--y permítasenos la palabra--un pueblo
trasplantado desde el Antiguo al Nuevo Mundo, y nuestras colonias se
hallan formadas por razas americanas injertas en españoles; sólo el
Brasil es hijo de Portugal.

Cuando se vió que los destinos públicos principales se proveían
casi siempre en hijos de España y no en americanos[35], cuando las
Reducciones[36], Repartimientos[37] y Encomiendas[38] levantaron una
muralla entre conquistadores y conquistados, y cuando se agotó la
paciencia de los indios, entonces se notaron los primeros síntomas de
la revolución por la independencia.

       [35] De 170 virreyes que hubo en América, sólo cuatro fueron
       de dicho país y los cuatro hijos de empleados: de 602
       capitanes generales de provincia, 14 fueron originarios del
       Nuevo Mundo, y de 706 obispos, 105 únicamente nacieron en
       aquellas lejanas tierras.

       [36] Pueblos de indios convertidos a la religión católica.

       [37] Familias indígenas repartidas a los colonos.

       [38] Distritos con sus respectivos habitantes distribuídos a
       conquistadores y colonos.

Ya los franceses habían realizado los hechos más brillantes de su
gloriosa historia, y los americanos de los Estados Unidos habían
mostrado al mundo el heroísmo que alentaba sus espíritus; ya la tabla
de los derechos del hombre, como nuevo Evangelio, se había grabado con
letras de fuego en el corazón de aquellas gentes.

Escondidos en las asperezas de los montes y al abrigo de los espesos
bosques, en los hondos valles y estrechos desfiladeros, buscaron su
salvación aquellos pobres indios, ya de pura raza, ya mestizos (hijos
de españoles e indias), y ya mulatos (hijos de españoles y negras).
Otros formaban parte de las sociedades secretas, ramas de la masonería,
extendidas por todos los Virreinatos y Gobiernos de América. Aquéllos
y éstos se disponían a librar a la patria del dominio español. Algunos
se agitaban en el mismo sentido; pero más al descubierto, sin temor a
nada ni a nadie. Publicábanse muchos folletos subversivos y canciones
revolucionarias; se urdían diabólicos proyectos y conjuraciones. A
veces, fingiéndose decididos partidarios de Fernando VII, nombraban
Juntas, las cuales, después de muchas protestas de fidelidad, acababan
por proclamar la República. El fuego de la insurrección se extendió
pronto por Venezuela, El Ecuador, Bolivia, Perú y Colombia.

Después estudiaremos las citadas Repúblicas, desde la muerte de
Bolívar, procurando no olvidar los acontecimientos de más bulto
acaecidos en dichos pueblos. Seguirá inmediatamente la narración de
los hechos, ya del Paraguay y Uruguay antes de la independencia, ya
de la independencia de Chile y Buenos Aires. Se darán también algunas
noticias acerca del Chaco y de la Patagonia, desde los últimos años del
siglo XVIII, para entrar de lleno en el estudio de la independencia de
México, Paraguay, Uruguay, de toda la América Central (Guatemala, San
Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa-Rica). En todas partes apenas
era obedecida la autoridad de nuestros Virreyes. Donde se conservaba
la dominación española, era a fuerza de gastar hombres y dinero, sin
comprender que un poco antes o un poco después, el resultado debía ser
el mismo, porque la hora de la independencia había sonado en el reloj
de las colonias españolas.

Registraremos inmediatamente el hecho de la independencia del Brasil,
Santo Domingo, Haití, Cuba, Puerto Rico y Panamá. Los últimos capítulos
se refieren a Jamaica, las Guayanas y las pequeñas Antillas, de todo
lo cual nos ocuparemos con poca extensión. «Un mundo entero--como dice
Lafuente--que se levanta resuelto a sacudir la esclavitud y la opresión
en que se le ha tenido, no puede ser subyugado por la fuerza»[39].

       [39] _Historia de España_, tomo XXVII, págs. 66 y 67.

Entre los valerosos revolucionarios, cuyos nombres guardará eternamente
la historia, se hallan Hidalgo y Morelos, en México; O'Higgins, en
Chile; San Martín y Belgrano, en la Argentina; Sucre, en el Perú, y
Bolívar en el Ecuador, Bolivia, Perú, Venezuela y Colombia. Simón
Bolívar es superior, muy superior a todos. Paladín tan esforzado
ocupa--como expondremos en diferentes capítulos de esta obra--el primer
lugar en la historia de las Indias. Tentados estamos a decir que le
consideramos superior a Washington y Napoleón. Los dos últimos tuvieron
a su lado hombres, que con sus luces les alentaron en sus empresas, y
pueblos unidos que les siguieron entusiasmados a todas partes; pero
Bolívar, ni halló hombres que tuvieran conocimientos prácticos de
gobierno, ni encontró pueblos que comprendiesen sus altas cualidades.
Sólo él pudo decir en una de sus proclamas: «El mundo de Colón ha
dejado de ser español.»

Creeríamos dejar incompleta nuestra obra si no estudiásemos las
Ciencias, Letras, Bellas Artes, Industria y Comercio, en el Canadá,
Estados Unidos y Estados Hispano-americanos. Con singular cariño
recordaremos los nombres de los prosistas y poetas, porque unos y otros
han inculcado en el pueblo americano el profundo sentimiento de la
patria. Objeto será de especial estudio, la fauna, flora y gea de aquel
hermoso continente.

Para terminar, sólo nos resta decir, que al fin de cada tomo
colocaremos los Apéndices correspondientes.



III

FUENTES DE CONOCIMIENTO.


Consideremos las fuentes de conocimiento. Para que nuestro estudio
sea lo más completo posible, conviene recordar: 1.º Los monumentos
históricos precolombinos que se han encontrado en aquellas antiguas
tribus. 2.º Las obras históricas que tratan del descubrimiento,
conquista, colonización, gobierno e independencia de las diferentes
colonias españolas en las Indias.

De los mayas (tribus que se hallaban en México y en la América Central)
se conservan los llamados libros del _Chilan Balam_ (ciencia de los
sacerdotes). Cada uno de estos libros se distingue por el nombre del
pueblo en que se encontró; así se intitulan libro de _Chilan Balam de
Nabula_, de _Chumayel_, de _Mani_, de _Oxkatzcab_ y otros. Brinton cita
hasta 16, y en ellos se registran curiosas e interesantes noticias.
Hállanse algunos adornados con diferentes signos y aun con retratos más
o menos perfectos.

De los quichés de Guatemala, se admira el _Popol Vuch_ (libro
nacional). Encontróse en el pueblo de Santo Tomás de Chichicastessango,
y fué traducido al castellano por el Padre Francisco Ximénez, a
principios del pasado siglo. En el año 1861 el abate Brasseur de
Bourbourg lo vertió al frances, haciendo notar que los dos primeros
libros eran una traducción del Tevamoxtli de los toltecas. «De las
cuatro partes que contiene, las dos primeras se refieren a las ciencias
poseídas por los sabios quichés, y las dos últimas a las tradiciones y
anales de aquellas gentes hasta la conquista por los españoles»[40].

       [40] Sentenach, _Ensayo sobre la América Precolombina_, pág.
       73. Se ignora el nombre del autor del _Popol Vuch_; pero
       se cree que fué escrito quince o veinte años después de la
       conquista, por algún individuo de la familia real de quiché.

Además del Popol-Vuch, se encuentra otro documento, traducido por el
citado Brasseur con el título de _Memorial de Tepan-Atilan_, que es un
manuscrito en lengua cakchiquel[41].

       [41] Estaba (año 1845) en los Archivos del Gobierno
       eclesiástico de Guatemala, y la versión se hizo en 1855.

Pasando por alto el drama titulado _Rabinal Achi_ de los quichés,
la comedia del _Güegüence_ o del _viejo ratón_ (Nicaragua) y el
drama _Ollanta_ de los incas, se pueden considerar los tres códices
quichés-mayas que llevan los nombres de _Dresde_ (porque se conserva
en la Biblioteca Real de dicha ciudad), _Troano_ y _Cortesiano_
(fragmentos de un tercero) que se hallan en el Museo Arqueológico
Nacional[42], y el _Pereziano_, existente en la Biblioteca Nacional de
París[43].

       [42] Llámase _Troano_ porque perteneció a D. Juan de Tró,
       quien lo vendió al Estado.

       [43] Se denomina _Pereziano_ porque su primitivo poseedor fué
       un español de apellido Pérez.

[Ilustración: Página del _Códice Cortesiano_.]

Semejantes Códices los encontró el madrileño Gonzalo Fernández de
Oviedo, en Nicaragua, y de ellos hizo la siguiente descripción en
su _Historia natural y general de las Indias, Islas y Tierra Firme
del mar Océano_[44]: «Tenían (los de Nicaragua) libros de pergamino
que hacían de cueros de venados, tan anchos como una mano o más, e
tan luengos como diez o doce passos, e más e menos, que se encogían
e doblaban e resumían en el tamaño e grandeza de una mano por sus
dobleces uno contra otro (a manera de reclamo), y en éstos tenían
pintados sus caracteres o figuras de tinta roja o negra, de tal
manera que _aunque no eran lectura ni escriptura_, significaban e se
entendían por ellos todo lo que querían muy claramente, y en los tales
libros tenían pintados sus términos y heredamientos, e lo que más les
parecía que debía estar figurado, así como los caminos, los ríos, los
montes e boscages e lo demás, para los tiempos de contienda o pleyto
determinarlos por allí, con parecer de los viejos o _güegües_ (que
tanto quiere decir _güegüe_ como viejo).»

       [44] Libro XLII, cap. I.--Sevilla, 1535.

En la región del Anahuac debieron existir muchos Códices como los
citados, siendo en mayor número y más notables los de los acolhuas,
cuya corte era Tezcuco. Entre los llamados mejicanos, los hay más
bien de procedencia acolhua que azteca, pudiendo servir como ejemplo
los denominados _Borjiano_, _Vaticano_, de _Viena_, de _Bolonia_,
_Fejervary_, de _Berlín_, _Mixteco_ y _Cuicateca_ o de Porfirio Díaz
(existentes los dos últimos en el Museo Nacional de México).

Los Códices aztecas, ya anteriores, ya posteriores a la conquista,
merecen especial estudio. Citaremos los _Bodleianos_ (son tres), los
llamados _Libros de Tributos_, el _Mendozino_, el _Vaticano_ y el
_Teleriano Renensis_.

Consideremos los cronistas de Indias. El insigne Alfonso X dispuso,
mediante una ley de las Partidas, que mientras él estuviera comiendo
se leyesen los grandes hechos de algunos hombres notables, debiendo
también de oir la lectura sus buenos caballeros.

Abolida tal costumbre, poco tiempo después Alfonso XI estableció el
empleo de historiógrafo real, al cual dicho Monarca le impuso la
obligación de escribir los hechos de su antecesor en el trono.

Adquirió importancia el cargo cuando su misión se extendió a narrar los
sucesos acaecidos en el Nuevo Mundo, instituyendo entonces Carlos I un
_primer cronista de las Indias_.

Nombrado Gonzalo Fernández de Oviedo veedor en Tierra Firme y miembro
en el Consejo del Gobernador del Darién, cuando sus ocupaciones se
lo permitían, consignaba los hechos de que él era actor o testigo,
y arreglaba los datos que recibía de varios puntos del continente.
Habiendo atravesado seis veces el Atlántico, y luego, habiendo
desempeñado la gobernación de Cartagena de Indias y la alcaldía de
la fortaleza de Santo Domingo, pudo en sus viajes y en sus destinos
recoger preciosas noticias acerca de los indígenas y de los
conquistadores, como también de los animales, de las plantas y de todo
lo interesante. En uno de los viajes de Oviedo a España (1525), y
hallándose la corte en Toledo, Carlos V dispuso la publicación de los
trabajos de aquel laborioso escritor. La obra se intituló _Sumario de
la natural y general historia de las Indias_, etc. y fué publicada en
Toledo, a expensas del Tesoro Real, por el año de 1526. Dicho libro
valió a Oviedo el nombramiento de _Cronista Mayor de las Indias_,
con que le honró el Emperador por Real Cédula de 25 de Octubre de
1533. Aunque Oviedo carecía de conocimientos científicos de Historia
natural, su espíritu observador, su constancia y su imparcialidad se
manifestaron en la _Historia general y natural de Indias_, dada a la
estampa en Sevilla el 1535. Prosiguió sus trabajos el cronista por
instancias de Carlos V «hasta completar la historia del descubrimiento
y conquista del Nuevo Mundo que ha servido de fundamento en la parte
antigua para la _Historia Sud-Americana_, con algunas rectificaciones,
obra del estudio, del tiempo, de la habilidad de más modernos
cronistas, como Herrera.»[45]. Murió Oviedo en Valladolid el año 1557,
quedando muchos de sus manuscritos relegados al olvido en algunas
bibliotecas, hasta que la Academia de la Historia de Madrid, con
excelente acuerdo, los dió a la estampa en el año 1851.

       [45] Libro XLII, cap. I, pág. 141.--Sevilla, 1535.

Sucedió a Oviedo en el cargo de cronista Juan Cristóbal Calvete de la
Estrada, que escribió de cosas de América cuatro tomos de _Historia
latina de Indias_, no publicados y de poco valor, según opinan los
inteligentes que vieron los manuscritos.

Tercer cronista de América fué nombrado el 1571 Juan López de Velasco
por Felipe II. El Consejo de Indias, mediante Real Cédula dada en San
Lorenzo el 16 de Agosto de 1572, ordenó a la Audiencia de Santa Fe
que se recopilasen y mandasen a España, para entregarlas a Velasco
«las historias, comentarios o relaciones de los descubrimientos,
conquistas, entradas, guerras o facciones de paz o de guerra que en
aquellas provincias hubiera habido desde su descubrimiento hasta la
época.» Viniesen o no los datos pedidos, lo cierto es que el cronista
nada hizo, y de ello nos felicitamos porque él «pensaba que ésta era
una ciencia acomodaticia que podía ajustarse a las miras políticas del
Soberano, disfrazando los hechos para hacerlos servir a la conveniencia
del que manda.»

Acertado estuvo Felipe II al nombrar en 1596 _cronista de Castilla_ a
Antonio de Herrera, ventajosamente conocido por varios y excelentes
trabajos históricos. Reunió muchos datos y también pudo aprovechar
la _Historia general de las Indias_, guardada en el Colegio de San
Gregorio de Valladolid y compuesta e inédita por Juan Ginés de
Sepúlveda. Del mismo modo tuvo a su disposición otros importantes
escritos de algunos autores que trataron de asuntos de América.

En el año 1599 terminó los cuatro primeros tomos de la _Historia
general de los hechos de los castellanos en las Indias y Tierra Firme
del mar Océano_, publicados en Madrid el 1601. En el mismo año dió a
luz los dos primeros tomos de la _Historia general del mundo en el
tiempo del Rey Felipe II_. Corriendo el 1615 terminó otros cuatro tomos
de la historia de las Indias, los cuales comprenden los hechos desde
1531 hasta 1554, dedicando el último tomo a la descripción geográfica
de América.

En el cargo de cronista, por muerte de Herrera, sucedió Luis Tribaldos
de Toledo, cuya labor se redujo a una sucinta historia de Chile
referente al comienzo de su conquista: murió en 1634.

Mereció ser nombrado cronista el Dr. Tomás Tamayo de Vargas, quien
dedicó toda su actividad a reunir datos para escribir una historia
general de la iglesia en Indias: sorprendióle la muerte el 2 de
septiembre de 1641.

Gil González Dávila sucedió a Tamayo de Vargas. Escribió el _Teatro
eclesiástico de las Iglesias en América_, en dos tomos y en los años de
1649 y 1656. Si la obra es deficiente a veces y aun errónea, no carece
de alguna buena cualidad: murió Gil González Dávila el año 1658.

El nuevo cronista, Antonio de León Pinelo, natural de Lima, según unos,
y de Córdova de Tucumán, según otros, fué nombrado cuando ya era viejo
y se hallaba además enfermo. Dejó inédita--y a esto se reduce toda su
labor--parte de una _Historia Americana_.

Antonio de Solís escribió la _Historia de la conquista de México_, obra
notable por lo castizo y elegante del estilo, por la sensatez de los
juicios y por la profundidad de las sentencias políticas y religiosas:
murió en Madrid el 19 de Abril de 1686, habiéndose publicado su obra
dos años antes.

Nombrado cronista por Carlos II el Dr. en Teología Pedro Fernández
de Pulgar, se creyó que la historia de América, dada la erudición
del mencionado Pulgar, adelantaría mucho; pero no fué así. Pulgar,
siguiendo al pie de la letra a Herrera, dejó a su muerte cuatro
obras de valor escaso, a juicio de sus contemporáneos, intituladas:
una, _Historia de las Indias_; otra, de _México_; la tercera, de la
_Florida_, y la cuarta, de _América Eclesiástica_.

Sucedió a Pulgar en el cargo de cronista Miguel Herrera de Ezpeleta.
Nombróle en 1735 Felipe V, y nada publicó en los quince años de su
empleo.

Aunque por Real Cédula de 25 de Septiembre de 1744 se dispuso que la
_Academia de la Historia_ se encargase de la crónica de Indias, cuando
por la muerte de Ezpeleta debía aquélla entrar en funciones, el Rey
nombró cronista a Fray Martín Sarmiento, cargo que desempeñó unos cinco
años.

Nombróse en el 1755 una comisión encargada de revisar los documentos
históricos de América reunidos hasta entonces, para llevar los que
fuesen útiles a una _Biblioteca Americana_; mas todo quedó en proyecto.

En los últimos años del siglo XVIII sentíase deseo y aun necesidad de
conocer la Historia de América. Carlos III, desde El Pardo (27 de Marzo
de 1781) hubo de decir que habiendo dado el encargo a su cosmógrafo
de Indias, D. Juan Bautista Muñoz para que escribiera una Historia
general y completa de América, mandaba que se le franqueasen a dicho
Muñoz los Archivos y Secretarías de la corte, como también los que se
hallaren fuera de Madrid[46]. Aunque Muñoz era hombre de tanta cultura
como laboriosidad, encontró tenaz y ruda oposición en la Academia de
la Historia. Logró, sin embargo, formar una colección considerable de
copias correspondientes a los siglos XV, XVI y XVII, y dió a la estampa
en el año 1793 el primer tomo de su _Historia del Nuevo Mundo_[47].

       [46] Arch. Hist. Nac.--_Cedulario índico_, tomo XLI, núm. 221,
       págs. 275 vº y 276.

       [47] Biblioteca Nacional, signatura 3/14.753

A la muerte del mencionado historiador, ocurrida en el mes de julio del
año 1799, se encontró, entre otros varios manuscritos, el del primer
libro del segundo tomo de su citada _Historia del Nuevo Mundo_, que
publicó Navarrete casi íntegramente en la introducción a su tomo III de
la _Colección de viajes de los españoles_.

Además de los cronistas citados, a la cabeza de todos los escritores
de Indias, colocaremos a dos que redactaron sus obras durante la vida
del Almirante. Llamábanse Andrés Bernáldez, cura de los Palacios, y
Pedro Mártir de Anglería. El primero escribió una _Crónica_, que es
fuente de muchas noticias, y el segundo, además de curiosas _Cartas_,
la importante obra que lleva por título _De orbe novo Decadas octo_.

Conocieron personalmente a Cristóbal Colón, pero escribieron después
de su muerte, el citado Fernández de Oviedo, Fernando Colón y Fray
Bartolomé de Las Casas. Del Padre Las Casas ya dijimos en este mismo
Prólogo que fué en extremo impresionable y algo injusto, aunque
hombre de buena voluntad y de no poca cultura. Añadiremos ahora que
tiene no escaso mérito su _Historia general de las Indias desde el
año 1497 hasta el 1520_. La terminó el 1561. También en los comienzos
del párrafo III dimos nuestra opinión acerca de Fernández de Oviedo
(Apéndice E).

Respecto a Fernando Colón, hijo del Almirante D. Cristóbal y de Doña
Beatriz Enríquez, merece lugar señalado entre los escritores de Indias.
Cultivó brillantemente las ciencias y las letras, especialmente las
que se relacionaban con la náutica, y adquirió sólida y extensa
cultura visitando las principales ciudades, lo mismo de España que de
otras naciones. Fernando logró inmortalizarse, no solamente con su
_Historia del Almirante_, sino con otros trabajos científicos. No puede
negarse, sin embargo, por lo que respecta a la obra citada, que alguna
vez desfiguró u omitió hechos importantes, lanzando tan violentas
como injustas censuras contra todos los que eran o él creía que eran
enemigos de su padre. Así lo ha probado el Sr. Altolaguirre. «Hemos
tratado de probar--escribe el distinguido académico historiador--que
el hijo del Almirante (Cristóbal Colón) no reparó en los medios para
llevar al ánimo de sus lectores el convencimiento de que los hechos
habían ocurrido tal y como a sus pasiones o a sus intereses convenía
presentarlos, y de consiguiente, que sus relatos y juicios deben ser
acogidos con gran reserva, sobre todo si redundan en provecho del
Almirante o en desprestigio de españoles o portugueses»[48]. Del Sr.
Fernández Duro son las siguientes palabras: «Quiso escribir la vida
y hechos de su progenitor, empapado en la lectura de los clásicos
antiguos, y puso los cimientos al edificio romancesco y legendario que
tan grandes proporciones tiene ahora, levantando a la par la neblina
que le envuelve. No tuvo la resolución, que su tiempo haría penosa,
de confesar que fueron los Colombos tejedores de lana, si pobres y
mecánicos, honrados. Inventó el cuento de las joyas de la Reina Isabel,
que aún anda en boga; usó de las arengas y adornos semejantes de
Salustio y Cornelio Nepote; omitió mucho de lo que quisiéramos saber,
creyendo cumplir deberes filiales, no extendidos a la que le dió la
vida; no la nombró siquiera. ¡Le avergonzaba la bastardía, debilidad
común, pero sensible en varón tan señalado!»[49].

       [48] _Cristóbal Colón_ y _Pablo del Pozzo Toscanelli_, pág.
       362. Madrid, 1903.

       [49] Conferencia leída en el Ateneo de Madrid el 14 de Enero
       de 1892, págs. 20 y 21.

Respecto a los otros trabajos de que hicimos especial mención,
consignaremos aquí que por Real cédula, dada en 20 de Mayo de 1518,
se le mandó hacer una carta de marear para Indias[50]; y en la de
6 de Octubre del mismo año se expidió otra Real cédula acerca del
mismo asunto[51]. Es de notar--y esto indica sus vastos conocimientos
cosmográficos--que Carlos V le escogió para presidir una Comisión de
geógrafos y pilotos encargada de corregir los errores de los mapas
marinos dibujados bajo la dirección de Américo Vespucci[52].

       [50] Academia de la Historia.--_Indice del Consejo de Indias_,
       fol. 60.

       [51] Ibidem.

       [52] Roselly de Lorgues, _Cristóbal Colón_, tomo II, pág. 140.

Se autorizó a D. Fernando Colón--ignoramos la fecha--para levantar
planos cosmográficos de la Península. La autorización es cierta, por
cuanto el 13 de Junio, por Real disposición dada en Valladolid, se
ordenó que no se hiciere dicha descripción y cosmografía[53].

       [53] Este documento se halla en el Archivo Municipal de la
       ciudad de Córdoba.

Por si hubiese alguna duda sobre el particular, en la Biblioteca
Colombina hay un manuscrito, intitulado _Itinerario de Don Fernando
Colón_, escritas con letra del hijo del Almirante las 62 hojas primeras
y las restantes por dos amanuenses. El título o epígrafe, puesto por
D. Fernando, es como sigue: «Lunes 3 de agosto de 1517 comencé el
_Itinerario_. La primera descripción corresponde a Zaragoza, y la
última a la Membrilla, villa de la Mancha»[54].

       [54] Véase _Documento inédito del siglo XVI, referente
       a D. Fernando Colón_, por el Dr. Rodolfo del Castillo
       Quartiellerz.--Madrid, 1898.

Por el año 1524, el César, en la cuestión suscitada entre Castilla y
Portugal con motivo de la posesión de las Molucas, encargó a Fernando
Colón que examinase los puntos de litigio. Fernando, no ateniéndose
a sus propios conocimientos, consultó con otros sabios cosmógrafos,
quienes aprobaron sus conclusiones. Al fin fueron cedidas al rey de
Portugal, escribiendo D. Fernando con tal objeto el _Apuntamiento sobre
la demarcación del Maluco y sus Indias_, firmado en el año 1529 por los
seis jueces que intervinieron en el asunto.

Estando en Sevilla, por ausencia del célebre Sebastián Caboto, fué
nombrado presidente (1527) del Tribunal de exámenes de pilotos. «Se
ordenó que... el examen y desputas se hiciesen en presencia de don
Hernando Colón y en su casa, y que no pudiesen dar el grado sin su
aprobación, hallándose en la ciudad de Sevilla»[55].

       [55] Herrera, _Historia general de las Indias Occidentales_,
       década IV. lib. II, cap. V.

En la citada ciudad andaluza fundó un _Colegio Imperial_ para el
estudio de la ciencia de navegación, dotándolo de rica Biblioteca, la
cual llegó a contener más de 20.000 volúmenes[56].

       [56] «Y en ella con licencia del Emperador deseó establecer
       una Academia y Colegio de las ciencias mathemáticas,
       importantissimas a la navegación.» Herrera. Ibidem, libro XIV,
       fol 496.

Al retirarse D. Fernando del bullicio de la corte de Carlos V se
estableció definitivamente en Sevilla, donde, a orillas del río,
hizo fabricar cómoda morada con su jardín, en que aclimataba plantas
exóticas, y allí, rodeado de unos cuantos amigos, con la lectura de sus
libros y con el cultivo de las flores, vivió sus últimos años.

Consideremos como implacable censor del P. Las Casas al dominico
Fray Toribio de Benavente o Metolinía, quien, en 24 de Febrero de
1541, dedicó al conde de Benavente su _Historia de los indios de
Nueva España_, libro que tienen en estima los doctos por las curiosas
noticias que en él se hallan. Del mismo autor se ha conocido, en estos
últimos tiempos, un _Tratado sobre el planeta Venus_, en el cual se
encuentra la clave para poder comprender el Calendario azteca.

Censor del P. Las Casas, como Fray Toribio de Metolinía, fué el R. P.
Fr. Vicente Palatino de Corzula, de la nación Dalmata, Theologo de la
orden de los Predicadores, que escribió (1559) _Tratado del derecho
y justicia de la guerra que tienen los Reyes de España contra las
Naciones de la India Occidental_, en el cual se intenta probar que los
Reyes de España, en virtud de la donación del Papa, pueden ocupar las
Indias con las armas, a fin de propagar la religión[57].

       [57] Véase _Archivo de la Dirección general de navegación y
       pesca marítima_.--Papeles varios, tom. IV, C. 3.ª, págs. 58-73.

Digno es de alabanza Martín Fernández de Enciso, alguacil mayor de
Castilla del Oro, que publicó el año 1519 la _Suma de Geografía_, libro
que contiene noticias interesantes de América. También merece señalada
distinción Hernán Cortés, que en sus _Cartas de Relación_ historió los
hechos que él mismo llevó a cabo. Francisco López de Gomara, secretario
de Hernán Cortés y a quien acompañó a la expedición de Argel, escribió
_Historia general de Indias_ y la _Crónica de la conquista de Nueva
España_, obra que se distingue por la sencillez y facilidad en las
narraciones y pinturas: apareció por el año de 1552. «Habiendo
compuesto uno (libro) titulado _Historia de las Indias y conquista de
México_, que se hallaba impreso, el clérigo Francisco López de Gomara,
y conviniendo no se vendiese, leyese, ni imprimiese más, y que los que
lo estuviesen, se recogiesen y enviasen al Consejo de ellas. Mandó S.
M. a todos los Jueces y Justicias lo cumpliesen, e impuso a los que le
imprimiesen o vendiesen la pena de 200.000 mrs. para la Cámara y Fisco,
y 10.000 al que le tuviese en su casa o leyese. Céd. de 7 de Agosto de
1566. Vid. tomo 36 de ellas, fol. 36, núm. 28[58].»

       [58] Archivo histórico nacional.--_Cedulario índico_ de Ayala,
       letra L, núm. 18.

No debemos pasar en silencio el nombre del franciscano P. Bernardino
de Sahagún, quien llegó a Nueva España el 1529 y escribió la _Historia
Universal de las cosas de España_[59].

       [59] Se imprimió en castellano y en la ciudad de México el año
       1829.

No es inferior la _Relación y Genealogía de los señores de Nueva
España_, escrita por Fr. Bernardino de México, el 1532, según Chavero,
a ruego de D. Juan Cano.

De las obras del P. Landa se sacó en 1566 la _Relación de las cosas del
Yucatán_, existente en la Academia de la Historia y publicada por el
Sr. Rada y Delgado.

Nos proporcionan datos muy curiosos de la región Colombiana Fr. Pedro
Simón, autor de las _Noticias historiales de las conquistas de Tierra
Firme_, obra impresa en Cuenca el 1626, y el poeta Juan de Castellanos,
que escribió _Elegías de varones ilustres de Indias_ e _Historia del
Nuevo Reino de Granada_.

Entre los mejores escritores de América se halla Bernal Díaz del
Castillo, compañero de Cortés y autor de la _Historia verdadera de la
conquista de la Nueva España_, impresa el 1632.

El reino de Quito (hoy Ecuador) tuvo su cronista en el P. Juan de
Velasco, que escribió la _Historia del reino de Quito_.

Pedro Cieza de León dió a luz la _Crónica del Perú_, terminada el 1550,
«la más concienzuda y más completa que se ha escrito de las regiones
sur americanas», según el Sr. Jiménez de la Espada. D. Pedro de la
Gasca, pacificador del Perú, nombró a Cieza cronista de las Indias.
Imprimióse la _Primera parte de la Chronica del Perú_ en Sevilla el año
1553.

Citaremos también al P. Gregorio García, Alvar Núñez Cabeza de Vaca,
Francisco de Xeres, Agustín de Zárate, el inca Garcilaso de la Vega y
algunos otros.

No sería justo pasar en silencio el nombre del capitán y poeta Alonso
de Ercilla (1533-1594), autor de _La Araucana_, poema impreso por
completo el 1578. Ercilla se ajustó en un todo a la verdad histórica,
aunque a veces--como se dijo al principio del Prólogo--trató con
demasiada benevolencia a los indios. No tiene tanto mérito la _Primera
parte del Arauco Domado_, de Pedro de Oña, edición de 1596.

A tal punto llegaba la desconfianza de nuestros Reyes, cuando de
asuntos de América se trataba, que Felipe II desde el bosque de Segovia
encargó (24 Julio 1566) a los herederos del inquisidor Andrés Gaseo
que buscasen, entre los papeles del citado inquisidor, una Crónica que
hizo y ordenó Pedro de Aica de las cosas de las Indias, y hallada, la
remitiesen al Consejo de las Indias[60].

       [60] _Cedulario índico_, tomo XXXVI, núm. 26, págs. 34 v.ª y
       35.

Si desde el mismo bosque de Segovia mandó recoger--según hemos
dicho--los ejemplares de la _Historia de las Indias y conquista de
México_, de López de Gomara[61], por el contrario, algunos años
después, hallándose en El Pardo (2 Febrero 1579) se dirigió al capitán
Adriano de Padilla para decirle que, «teniendo noticia que el citado
Capitán había escrito un libro de historia intitulado _La Perla
Occidental_, obra de mucha curiosidad, le daba autorización para que
pudiese imprimirla y venderla...»[62].

       [61] Véase _Cedulario índico_, tomo XXXVI, núm 28, págs. 30 y
       36 v.ª

       [62] _Cedulario índico_, tomo XXXVI, núm. 60, págs. 83 y 84.

Felipe III, desde San Lorenzo (4 de Noviembre de 1617) autorizó al
licenciado Antonio de Robees Cornejo para que pudiese imprimir su libro
«necesario para la salud universal», que lleva el título de _Simples
Medicinas Indianas_[63].

       [63] _Cedulario índico_, tomo XXXVII, núm. 40, págs. 75 y 76.

Las _Noticias secretas de América_ de D. Jorge Juan y D. Antonio de
Ulloa, escritas según las instrucciones del Marqués de la Ensenada y
presentadas en informe secreto a Fernando VI, deben estudiarse con
mucho detenimiento. Dicha obra se publicó en Londres por D. David Barry
corriendo el año 1826.

Cerramos la larga lista de los escritores españoles de Indias con los
nombres del laborioso D. Martín Fernández de Navarrete y D. Cesereo
Fernández Duro. La obra de Navarrete se intitula _Colección de viajes
y descubrimientos que hicieron por mar los españoles desde fines del
siglo XV_. Los cinco volúmenes de que consta fueron apareciendo desde
1825 a 1837, y en ellos se encuentran muchos documentos hasta entonces
inéditos, los cuales fueron rica fuente en la que bebieron ilustres
escritores, como el norteamericano Washington Irving (1783-1859), y
el alemán Federico Alejandro, barón de Humboldt (1769-1859). Humboldt
llegó a Madrid en compañía de Bonpland el 1799, siendo recibido con
toda clase de consideraciones. Dióle permiso Carlos IV para viajar
por todas las comarcas españolas de América, pasando a la vuelta por
las Marianas y Filipinas. Partieron ambos sabios de Madrid el mes de
mayo de dicho año. El 5 de junio se embarcaron en La Coruña a bordo
del _Pizarro_, llegando al puerto de Cumaná, capital de la Nueva
Andalucía. Pasaron cinco años recorriendo la América Meridional; luego
fueron a México, a la Habana y a los Estados Unidos. Abandonaron a
América el 9 de julio de 1804 y llegaron a Burdeos. Humboldt fijó
su residencia en París, marchando a su patria el año 1827. Publicó
preciosos estudios geográficos, etnográficos y políticos del Nuevo
Continente. La primera obra que dió a la estampa se intitula _Essai
Politique sur le Royaume de la Nouvelle Espagne_, dedicada a Carlos IV.
París, 1808. La segunda _Voyages aux regiones equinoxiales du nouveau
continent_. París, 1809-1828; tres volúmenes. La tercera _Vue des
Cordilleres et monuments des peuples indigenes de l'Amerique_. París,
1816: dos volúmenes. El autor del _Cosmos_ también dió a luz un _Ensayo
político sobre la isla de Cuba_ (publicado el 1826).--El filósofo Paz y
Caballero consideró al sabio alemán como _un segundo descubridor de la
Isla_. Sin embargo, la obra más importante de Humboldt lleva por título
_Examen critique de l'histoire de la geographie du Nouveau Continent et
des progrés de la astronomie nautique du XV et XVI siècle_ (publicada
en París de 1836 a 1839). Todas las obras del barón de Humboldt deben
consultarse con detenimiento por los que se dedican a la historia de
América.

Respecto al Sr. Fernández Duro, curioso investigador de la vida y
hechos del primer Almirante, nadie podrá negar, por exigente que sea,
los méritos de _Colón y Pinzón_ (1883), _Colón y la Historia póstuma_
(1885) y _Nebulosa de Colón_ (1890), además del prólogo a la edición de
los _Pleytos de Colón_, sin contar con multitud de artículos acerca de
asuntos relacionados con el descubrimiento de América.

Entre los escritores extranjeros figura en primer término el escocés
Guillermo Robertson (1721-1793), que publicó en Edimburgo una _Historia
de América_, cuyos primeros ejemplares llegaron a España en Agosto
de 1777. Si nada tiene de extraño--como anteriormente hemos podido
notar--que el suspicaz Felipe II llegara a prohibir que se vendiese el
excelente libro intitulado _Historia de las Indias_, de D. Francisco
López de Gomara, llama la atención que Carlos III, el Rey que arrojó de
España a los hijos de Loyola, hiciera objeto de su odio la _Historia
de América_ del citado Robertson. «Por justos motivos prohibió S. M.
se introdujese en España, Indias y Filipinas el (libro) de la Historia
del descubrimiento de la América, escrito y publicado en idioma inglés,
o en otro qualquiera, por el Dr. Guillermo Robertson, Rector de la
Universidad de Edimburgo y chronista de Escocia, y mandó que en caso de
aver algunos exemplares de esta obra en los puertos de ambos dominios,
o introducidos ya tierra adentro, se embargasen a disposición del
Ministro de su cargo. Ord. de 23 de Diciembre de 1778. Vid. tom. 31 del
Ced., fol. 191, núm. 180»[64].

       [64] Archivo histórico nacional.--_Cedulario índico_ de Ayala,
       letra L, núm. 18.

Al lado del inglés William Robertson colocamos a Guillermo Prescott
(1796-1859), historiador americano y meritísimo autor de los libros
que llevan por título _Historia de México_ e _Historia del Perú_,
publicados a mediados del siglo XIX. Durante esta última centuria y en
lo que va de la veinte, lo mismo en el Antiguo que en el Nuevo Mundo,
se han escrito y publicado muchas obras, ya de la Historia general de
América, ya de los diferentes pueblos en que se divide aquella parte
del continente.

No dejaremos de citar entre los modernos panegiristas de Colón el
nombre del conde Roselly de Lorgues, quien, en el año 1856, publicó
una obra, en tres tomos, con el título de _Cristophe Colomb_. Intentó
Roselly de Lorgues elevar a los altares al descubridor del Nuevo Mundo;
pero, como dice Menéndez Pelayo, el libro estaba escrito «al gusto de
las beatas mundanas y los caballeros andantes del legitimismo francés.»
Si en un principio despertó en la opinión pública gran entusiasmo,
decayó pronto entre la gente docta, hallándose al presente casi
relegada al olvido.

Más justa notoriedad adquirió la obra del abogado norteamericano
Harrisse, cuyo título es _Ferdinand Colomb, sa vie, ses oeuvres_,
dada a la luz en 1872. Continuó su labor Harrisse publicando
artículos y folletos; luego otras dos obras así llamadas: _L'Histoire
de Christophe Colomb atribuée a son fils_, etc., París, 1883, y
_Christophe Colomb devant l'histoire_, París, 1892.

Hemos registrado también con algún detenimiento, aunque tal vez con
escaso fruto, otras crónicas antiguas y obras modernas, papeles
interesantes del _Archivo de Indias_ (Sevilla), del de _Simancas_
(cerca de Valladolid), del _Histórico Nacional_, del de la _Academia
de la Historia_, del de _Navegación y pesca marítima_ y de otros menos
conocidos. Hemos estudiado curiosos manuscritos que se encuentran en
la _Biblioteca del Real Palacio_, en la de _San Isidro_ y en la de la
_Universidad_.

En la obra que vamos a publicar se halla algo que merece toda clase
de alabanzas. Después de impresos los dos primeros volúmenes de la
_Historia de América_ del Sr. Pi y Margall, el sabio autor puso varias
notas a determinados pasajes de ella, notas manuscritas e inéditas que
nosotros hemos copiado y publicaremos en su lugar respectivo. Creemos,
no con toda certeza, pero sí con más o menos fundamento, que pensando
Pi y Margall en la publicación de otra edición, comenzó a corregir su
citada obra, cuyas correcciones, trasladadas a nuestra HISTORIA DE
AMÉRICA con toda exactitud y cuidado, serán leídas con gusto por todos
los admiradores del insigne autor de _Las Nacionalidades_.

Hemos seguido algunas veces casi al pie de la letra obras impresas en
castellano y documentos manuscritos. También habremos de declarar que
se han traducido largos párrafos de libros ingleses. Si no aparecen en
nuestra obra las citas correspondientes a tales copias o versiones,
será por olvido, nunca con intención. Confesamos esto, no porque
temamos las censuras del público--que siempre ha sido con nosotros
bondadoso é indulgente--sino para tranquilidad de nuestra conciencia.

Pasando a otro asunto, diremos que entre los que generosamente nos
han prestado libros, papeles impresos y manuscritos, se hallan D.
Antonio Graiño, D. Antonio Balbín de Unquera y D. Antonio Ballesteros;
otros han guardado, como el avaro guarda rico tesoro, sus documentos
históricos. Si nos consideramos obligados a declarar el agradecimiento
que debemos a los primeros, guardaremos silencio acerca de los
segundos; pero haciendo constar que la conducta de los últimos no debe
ser imitada. Hemos solicitado el auxilio de nuestros compañeros de
profesorado y de otros muchos hombres de letras; hemos rogado que nos
ayuden en la empresa los que a las ciencias históricas se dedican. No
hemos podido hacer más.

Haremos, por último, especial mención de D. Carlos Navarro Lamarca,
quien generosamente nos ha autorizado para reproducir en nuestra obra
algunos grabados que adornan su _Compendio de La Historia general de
América_.



IV

EXPOSICIÓN DE PROPÓSITOS.


Creemos--y bien sabe Dios que son ciertas nuestras palabras--que no
tiene mérito alguno nuestra HISTORIA DE AMÉRICA. Materia tan extensa,
compleja y complicada debía ser escrita por pluma mejor cortada que la
nuestra. Por esto varias veces, en el transcurso de la publicación,
del mismo modo que Sir Walter Raleigh, dudando de la existencia de la
verdad, arrojó al fuego el segundo volumen de su historia, nosotros,
poco seguros de nuestra competencia, hemos querido arrojar a las llamas
los manuscritos de la obra que ofrecemos al público. Pero si algún
valor tuviese, y si además el público la recibiese con benevolencia,
sería debido a los manuscritos inéditos o no inéditos que han llegado
a nosotros, a los diferentes libros consultados, a las noticias
adquiridas en los Archivos nacionales y particulares.

Con ruda franqueza diremos a nuestros lectores que algo bueno
encontrarán en el plan y método de la obra, como también, dada la
extensión de ella, no dejarán de ser tratadas las materias más
importantes. ¿Seremos imparciales? No lo sabemos; pero a sabiendas no
hemos de faltar a la verdad.

Altamente censurable juzgamos la conducta de cierto escritor antiguo,
quien escribió dos historias: Una _pública_ y otra _secreta_. En la
primera, Procopio--pues este es el nombre del historiador--fué débil,
faltando a lo que le dictaban la sinceridad de sus convicciones; en
la segunda fué parcial, exagerado hasta rayar en calumnioso. El se
disculpaba diciendo que carecía de libertad; nosotros no podríamos
disculparnos, porque la tenemos en absoluto.

Sabemos que la adulación ha dado siempre sus frutos, aun usada por
los mejores historiadores; no ignoramos que los Reyes y los Gobiernos
se declaran protectores de quienes les sirven o engañan, en tanto que
no atienden a los que se atreven a decirles la verdad; tenemos como
cosa cierta que también los pueblos, engañados o aturdidos por los
que más gritan, arrojan incienso a ídolos, los cuales sólo merecen
el desprecio. Nosotros nos proponemos--y lo mismo nos dirigimos a
los americanos que a nuestros compatriotas--decir la verdad o lo que
creemos ser verdad, amar la justicia o lo que creemos ser justo,
enseñar los derechos o más bien los deberes, para que unos y otros,
vencidos y vencedores, puedan comprender que todos pecaron, olvidándose
de que hay un Dios en el cielo y una sanción en la tierra.

Del mismo modo habremos de consignar que, sin apoyo de nadie, sin
Mecenas que nos protejan y casi sin amigos que nos ayuden, comenzamos
nuestra obra. Enemigos de la adulación y de la hipocresía, en
desacuerdo con ilustres escritores de aquende y allende los mares,
emprendemos confiados únicamente en nuestras débiles fuerzas, tarea
harto difícil y comprometida. Difícil, sí, y comprometida porque hemos
de censurar obedeciendo a generosos móviles de justicia, a algunos de
nuestros Reyes, a muchos de nuestros políticos y generales, y aun a no
pocos de nuestros sacerdotes. Difícil y comprometida, porque nuestras
censuras han de alcanzar a los indios que, a veces, suspicaces y
traidores, pagaron con deslealtad manifiesta las generosas acciones de
algunos buenos españoles. Difícil y comprometida, porque tenemos con
harta frecuencia que separarnos de la verdad oficial, negando muchas
veces algunos hechos que pasan como verdaderos.

Comenzaremos, pues, la historia de la parte más hermosa del globo,
donde el suelo es tan rico, el cielo tan bello, la naturaleza tan
exuberante, las naciones tan poderosas, los hombres tan dignos de
gloria y la vida toda tan intensa y magnífica. Comenzaremos la historia
de tantos hechos gloriosos, de tantos héroes, y muy especialmente de la
generosa raza que, a la sombra del frondoso árbol de la libertad, vive
y progresa en el mundo descubierto por el genio inmortal de Cristóbal
Colón.

De ilustre historiador contemporáneo son las siguientes palabras: «El
descubrimiento del Nuevo Mundo es un suceso en el dintel de la Historia
Moderna, que ha influído poderosamente en el curso de ella, pues, de
una parte, nuevos horizontes se ofrecían a la acción de las naciones
aventureras, y la colonización conducía a una serie sin fin de nuevos
territorios; de otra parte, el crecimiento del poder naval alteraba
profundamente las condiciones en que se fundaba la grandeza nacional,
la comunicación con pueblos desconocidos ofrecía inesperados problemas,
el comercio se trasformaba gradualmente y se presentaron cuestiones
económicas de la mayor complejidad»[65].

       [65] La Historia Moderna según el Reverendísimo Mandel
       Creighton D. D. Obispo que fué de Londres.--De _The Cambridge
       Modern History_, 1907.



V

DESCRIPCIÓN GEOGRÁFICA DE AMÉRICA.


América confina, por el N. con el Océano Glacial Artico; por el E. con
el Atlántico, que la separa de Europa y de Africa; por el O. con el
Pacífico, que la divide de Asia, y por el S. con el Océano Austral o
con las confusas aguas de los dos Océanos (Atlántico y Pacífico).

América se pierde al N. en las heladas regiones del Polo, y baja tanto
al S., que su distancia del Círculo Antártico es poco más de 11 grados.
La acercan al Asia el Estrecho de Behring y la corva cadena de las
islas Aleutianas, que va de la península de Alaska a la de Kamchatha, y
la aproxima a Europa la Groenlandia, que está de la Islandia unos 615
kilómetros. Por el cabo de San Roque (Brasil) se adelanta como en busca
del cabo Rojo, el más al Poniente de las riberas de Africa[66].

       [66] Véase Pi y Margall, _Historia de América_, primer tomo y
       cuaderno, páginas XXIX y XXX.

Cruza las tres Américas, desde la península de Alaska hasta el Estrecho
de Magallanes, una cadena de montañas, que toman los nombres de
_Roquizas_ o _Peñascosas_ en el Canadá y Estados Unidos, de _Sierra
Verde_ y _Sierra Madre_ en México, de _Sierra de Guatimolienos_ en la
América Central, y de _Andes_ (ya Colombianos, ya Peruanos o Chilenos)
en la América Meridional. Además de la citada cordillera, en el Canadá
se halla el monte de _San Elías_, en los Estados Unidos los _Apalaches_
y en el Brasil los cuatro siguientes: _Serra do Mar_, _Espinaso_,
_Gamastra_ y _Vertientes_.

Por lo que respecta al _clima_, se disfrutan en América desde los fríos
más intensos hasta los calores más excesivos, debido a su diferencia de
latitud. Sin embargo, no son insoportables los calores, ni aun en el
Ecuador, donde creían los antiguos que allí no podía vivir el hombre.
Las eternas nieves de los montes, la altura de las mesetas y las
muchas aguas corrientes templan los ardorosos rayos del sol, reinando
en las elevadas llanuras perpetua primavera. Sólo en las cumbres de los
Andes se sienten los grandes fríos, así como en las llanuras bajas los
grandes calores.

De Septentrión a Mediodía la distancia es de 14.000 kilómetros, y su
superficie tiene más de 40 millones de kilómetros cuadrados.

Divídese América en tres grandes regiones: Septentrional, Central y
Meridional; la Central y Meridional se hallan unidas por el istmo de
Panamá o de Darién.

La América Septentrional tiene 21 millones de kilómetros cuadrados
y más de 100 millones de habitantes; la Central, 465.500 kilómetros
cuadrados y cerca de 10 millones de habitantes, y la Meridional,
17.850.000 kilómetros cuadrados y cerca de 40 millones de habitantes.


                        AMÉRICA SEPTENTRIONAL.
Groenlandia, Archipiélago Polar, Dominio del Canadá
(Nueva Bretaña), Tierra del Labrador, Terranova, Estados
Unidos y México.


                           AMÉRICA CENTRAL.

Guatemala, San Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica. También
pertenecen a la América Central las grandes Antillas (Cuba, Puerto
Rico, Haití, Santo Domingo y Jamaica), las Islas Vírgenes y Santa
Cruz, las de Bahama o Lucayas, las Bermudas y las pequeñas Antillas
(Martinica, Santa Lucía, San Vicente y otras).


                          AMÉRICA MERIDIONAL.

Venezuela, Nueva Granada o Colombia, Panamá, Ecuador, Guayanas
(inglesa, holandesa y francesa), Perú, Bolivia (Alto Perú), Chile,
República Argentina o Estados Unidos de la Plata, Uruguay, Paraguay,
Brasil y Patagonia.


La superficie probable de Groenlandia, según Behm y Wagner,
es de 2.169.750 kilómetros cuadrados. Tiene un habitante por
500 kilómetros cuadrados en la parte del litoral explorado. La
Groenlandia dinamarquesa se divide en provincias del Sur y del
Norte, subdividiéndose a su vez en distritos, correspondiendo a la
primera: Julianaab, Frederikshaab, Godthaab (capital), Sukkertoppen y
Holstenborg; y a la segunda: Egedesminde, Kristianshaab, Jacobshavn,
Godhavn (capital), Ritenbenk, Umanak y Upernivik. La Groenlandia
Oriental y la del Norte, no anexionadas a Dinamarca, carecen de
circunscripciones administrativas.

En el archipiélago polar (parte del mar polar poblado de islas)
encontramos la isla mayor, denominada tierra de Baffin y limitada al
Oeste por los mares de Groenlandia, entre el Estrecho de Lancaster y
el de Hudson. Los esquimales del Archipiélago no reconocen ninguna
autoridad. Tampoco pueden tener ciudades ni aldeas propiamente dichas,
sino campamentos, ya permanentes, ya temporales.

El extremo Noroeste de la América del Norte, llamado Alaska, perteneció
hasta el 1867 al imperio ruso, en cuyo año fué vendido a los Estados
Unidos. Según el censo de 1880 tenía 33.620 habitantes y la mayor parte
eran esquimales. La población más populosa de Alaska es _Juneau-city_ y
contiene unos 3.000 habitantes; _Sitka_ es un caserío de 300 habitantes
y son inferiores respecto al número de habitantes y a la actividad
comercial, Wrangell y Fort-Tungas. El comercio de exportación de Alaska
llegó en 1888 a 16 millones de francos.

El Canadá se divide en Alto y Bajo, Ontario y Quebec. Del Canadá
pueden considerarse como fracciones la Tierra del Labrador y la isla
de Terranova. «¿Por qué extraña ironía--como dice Reclus--[67] pudo
llamarse así (Tierra del Labrador) un suelo ingrato y helado, por
donde jamás pasó el arado del agricultor, y en donde no vió Jacques
Cartier la cantidad de tierra que podía caber en una cesta?» Hállanse
en la tierra del Labrador poblaciones míseras y errantes de indios y
de esquimales, los primeros en la parte meridional, y los segundos en
las costas orientales y septentrionales de la península; lo mismo los
indios que habitan en los bosques que los situados a orillas de los
lagos, pertenecen a la familia de los cris.

       [67] _América Boreal_, tomo 1, pág. 579.

Puede admitirse como cosa probada que el Labrador ha sido la parte
menos explorada, desconociéndose por completo la configuración del
interior. Aunque el Labrador se halla en casi toda su extensión
situado a latitudes más lejanas del polo que Groenlandia, es, sin
embargo, más frío, lo cual se explica porque la costa de aquella tierra
está enteramente expuesta al Nordeste, es decir, a la parte donde
sopla el viento polar; «y además en que las bancas de hielo que bajan
al Sur arrastradas por la corriente del mar de Baffin se encuentran
con las que salen por el Estrecho de Hudson, y el mar las echa todas
sobre las costas del Labrador»[68]. El conjunto de la población del
Labrador, al Norte de las tierras altas, no pasa probablemente de
10.000 individuos[69]. Los esquimales del Labrador difieren poco de los
de Groenlandia y de los del Archipiélago Polar[70]. En la segunda mitad
del siglo XVIII y en la primera del siglo XIX los misioneros moravos
establecieron algunas estaciones, cuya población en 1876, según Behm y
Wagner, era:

                    Hebrón          214 habitantes.
                    Hoffenthal      283   ----
                    Nain            270   ----
                    Okak            349   ----
                    Rama             28   ----
                    Zoar            128   ----  [71]

       [68] Reclus, _América Boreal_, pág. 587.

       [69] Ibidem, pág. 590.

       [70] Ibidem, pág. 591.

       [71] Ibidem, pág. 592, nota.

La Compañía de Hudson, formada poco después de la fundación de Montreal
(1642), estableció algunos puertos para comerciar con los esquimales y
para pescar la ballena.

Terranova es importante colonia británica. La tierra que se descubrió
tal vez por el año 1000 o poco después--según diremos en capítulos
posteriores--por Erik el Rojo o uno de sus hijos, que la denominaron
_Helluland_ o _Mark-land_, la encontramos tiempo adelante visitada por
portugueses, vascos, franceses e ingleses. Terranova, por tanto, es
entre todas las tierras americanas la que tiene con menos motivo el
nombre que ostenta. Todavía no había terminado el siglo XV y ya Juan
Cabot o Gaboto siguió la costa de la gran isla. De Reclus copiamos la
siguiente descripción: «La isla presenta al mar casi por todos lados
una costa abrupta y formidable; en pocas comarcas ofrece el litoral
más asombrosa sucesión de cuadros grandiosos; acantilados a pico o
peñascos voladizos que amenazan desplomarse sobre el mar; profundas
bóvedas donde se precipitan las olas; paredes inclinadas por las que
suben finas capas de agua; respidares que despiden umbelas de espuma;
cabos de avanzados picos cercados de rompientes; valles angostos
en cuyo fondo se columbran los plateados hilos de las cascadas. En
invierno y primavera cierran la entrada de los puertos témpanos de
hielo, y las nieblas impiden frecuentemente su acceso. Aun por tierra
son imposibles los viajes, salvo por los senderos que han abierto los
rengíferos, a pesar de no elevarse en el interior montañas de gran
altura: los furdos de la costa, los lagos, las charcas innumerables de
los valles detienen por do quiera al viajero; no son menos difíciles
de salvar las espesuras enmarañadas de arbustos, que los tremedales
henchidos de húmedo musgo; y durante el verano, estación de los viajes,
arremolínanse en la atmósfera nubes de mosquitos que caen sobre el
desgraciado peatón, ensangrentándole la cara»[72]. Tanto la fauna como
la flora de Terranova se parecen bastante a la del Canadá, con la
diferencia que las especies son menos abundantes en la primera.

       [72] Reclus, _América Boreal_, pág. 598.

En los comienzos del siglo pasado, la población total se elevaba a unos
20.000 habitantes; en 1815 llegaba a 70.000, y hace pocos años aumentó
a más de 200.000. La superficie es de 110.670 kilómetros cuadrados.

La producción anual de las pesquerías de bacalao de Terranova por
buques ingleses, franceses y americanos era de 185.000 toneladas, cuyo
valor consistía en 75.000.000 de francos[73].

       [73] Ibidem, pág. 616.

La capital y la ciudad más populosa de Terranova es Saint-John's;
también son importantes Havre-de-Grâce, Bonavista, Carbonear y algunas
otras. Saint-John's tenía en el año 1886 unos 31.000 habitantes[74].

       [74] Ibidem, pág. 620.

Los indios aborígenes o los beothuk han desaparecido. Cuando llegaron
los blancos aún era numerosa aquella tribu de algonquines; pero los
extranjeros sólo vieron en los indígenas una especie más de caza[75].
Cuando la escopeta de los cazadores, las enfermedades, la miseria
y el hambre habían destruído la raza, cuando no quedaba un beothuk
en Terranova, se constituyó el 1828 en _Saint-John's_ una _Beothuk
Society_ para proteger a los infelices indios. Si existen algunas, muy
pocas familias de indios en Terranova, pertenecen a la raza de los
mic-mac. La población blanca, en su mayor parte, es de origen francés e
inglés.

       [75] Ibidem, pág. 610.

Todos saben que los franceses disputaron por mucho tiempo y con empeño
a los ingleses la posesión de dicho país. Todavía es Terranova la
famosa _tierra de los bacalaos_, y muy especialmente un islote de la
costa oriental llamado _Bacalieu island_. La población de Terranova y
del Labrador terranovense de 1886, clasificada bajo el punto de vista
religioso, era la siguiente:

                   Anglicanos y wesleyanos.   120.411
                   Católicos.                  74.651
                   Otros.                       2.290
                                            ------------
                                            197.352 [76]
                                            ------------

       [76] Reclus, _América Boreal_, pág 611.

América Central, esto es, la región de los istmos (sin Chiapas,
perteneciente a México, y sin Panamá, Estado independiente a la sazón),
ha constituído por mucho tiempo un solo cuerpo político. Rota la unidad
política, dividióse en 1838 en cinco Estados independientes. La verdad
es que los altos de Guatemala, las llanuras del Salvador, los valles
de Honduras, las depresiones de Nicaragua y la elevada meseta de
Costa-Rica, son otros tantos centros de vida independiente.

Pasamos a dar ligerísima idea de los Estados de la América Meridional,
sin citar las muchas islas correspondientes a Centro América.
Unicamente haremos notar que los ingleses designan las Antillas
septentrionales, incluso las islas Vírgenes y hasta la Dominica, con
el nombre de islas de Sotavento (_Leeward-islands_), y las Antillas
Meridionales, desde la Martinica hasta la Trinidad, bajo el nombre
de Islas de Barlovento (_Windward-islands_); denominaciones--como
haremos notar más adelante--que si tienen valor administrativo, carecen
de sentido geográfico, puesto que todas las islas colocadas en la
divisoria exterior del mar de las Antillas se hallan expuestas a la
acción de los vientos alisios[77].

       [77] Reclus, _América Central_, págs. 779 y 780.

La naturaleza ha dividido a la América del Sur en dos partes:
occidental y oriental. La división política corresponde, sin mucha
diferencia, a la establecida por la naturaleza; las tres Repúblicas de
la antigua Colombia (Venezuela, Colombia o Nueva Granada y Ecuador)
con Perú, Bolivia y Chile, pertenecen a la región de los Andes; y la
Guyana, el Brasil y las Repúblicas de la cuenca del Plata ocupan los
llanos[78].

       [78] Véase Reclus, _América del Sur_, pág. 23.

En la América del Norte (Canadá) uno de los ríos principales tiene el
nombre de _Makenzie_, y se forma de la reunión del de la Paz y del
Athabasca, ambos procedentes de las montañas rocosas. El Athabasca
entra en el lago de su nombre, y después de la salida, recibe el río
de la Paz. La corriente así formada se llama río de los Esclavos
hasta el gran lago de este nombre, del cual sale con la denominación
definitiva de río Makenzie. Corre al mar en dirección Noroeste, regando
unos 1.200 kilómetros del territorio de los esquimales. El _Nelson_
(Canadá), reunión de otros dos ríos, que se denominan Saskatchavan del
Norte y Saskatchavan del Sur, procedentes de los montes peñascosos,
atraviesa el lago Winnipeg, cruza el distrito de Keewatin y desagua en
la bahía de Hudson. El _San Lorenzo_, que puede decirse que comienza en
los lagos al Sudoeste de la cordillera Central, pone en comunicación
el Lago Superior, el Michigan, el Hurón, el Erié y el Ontario, baja
primero entre el Alto Canadá y Nueva York, y después por el Bajo
Canadá. Tiene de largo desde el Lago Superior, 3.350 kilómetros, y
desde Ontario, 1.000; de ancho de 800 a 3.000 metros; y de profundo,
bastará decir que es navegable hasta Quebek por navíos de línea y hasta
Montreal por buques de 600 toneladas. Entre sus afluentes se halla el
_Ottava_, que nace en el lago de Tomiscánning, separa los dos Canadás y
recorre 900 kilómetros.

El _Oregón_ o _Columbia_, en los Estados Unidos, sale de las montañas
rocosas, entra en el Pacífico y su longitud es de 2.000 kilómetros.
El _Colorado_, en los mismos Estados Unidos, nace en dichas montañas
rocosas, atraviesa la llanura árida del Arizona y desagua en el golfo
de California, después de recorrer 1.300 kilómetros. Del mismo nombre
hay otro río en los Estados Unidos (Tejas) que desagua en el golfo de
México, y tiene de largo 1.150 kilómetros. El _Delaware_, también en
los mismos Estados, riega Filadelfia y desagua en la bahía de Delaware,
habiendo recorrido unos 580 kilómetros.

El _Bravo_, que baña el límite oriental de México, desciende de las
faldas de Sierra Blanca y recorre 2.200 kilómetros. Más de 7.000
baña la tierra el _Mississipí_, llamado por los natchez _Meschacebé_
(marcha de las aguas). Cruza de Norte a Sud todos los Estados Unidos;
recibe al Este el _Wisconsin_, el _Illinois_ y el _Ohio_, y al Oeste
el _Missouri_, el _Arkansas_ y el _Río Rojo_. El Missouri es famoso
por la anchura de su cauce, por su profundidad en ciertos puntos, por
la rapidez de sus aguas y por lo imponente de sus cataratas. Tiene
el Mississipí sus fuentes en el lago Itasca, baja por la pintoresca
cascada de San Antonio al llano, y a más de 2.000 kilómetros une sus
claras aguas a las turbias del Missouri; mide ordinariamente de ribera
a ribera de 800 a 1.000 metros, y a su entrada en el golfo de México se
divide en muchos brazos.

Antes de terminar la descripción de los ríos de la América
Septentrional, recordaremos un estudio muy curioso que se intitula
«Extracto de los acontecimientos y operaciones de la 1.ª División de
bergantines destinada a perfeccionar la Hidrografía de las islas de
la América Septentrional, bajo el mando del Capitán de fragata D.
Cosme Damián de Churruca.» Salió de Cádiz el 15 de Junio de 1792, y
después de describir perfectamente la situación, magnitud y figura
de las islas, volvió al puerto de Cádiz, donde a bordo del navío
_Conquistador_, el 18 de Octubre de 1795, firmó Churruca el mencionado
documento[79].

       [79] Archivo de la Dirección de Navegación y pesca
       marítima.--_Noticias hidrográficas de la América
       Septentrional_, tomo II, págs. 188-199.

En la América Central abundan los ríos, si bien no son tan caudalosos.

De la América del Sur son el _Magdalena_, el _Orinoco_, el _Amazonas_
o _Marañón_, el _Tocantines_, el _Paranayba_, el _San Francisco_,
el _Plata_ y el _Río Negro_. El _Magdalena_, que recibe al Este el
_Bogotá_ y el _Sogamoco_, al Oeste el _Cauca_, sale del lago Pampas con
dirección al Norte, atraviesa casi todo el territorio de Nueva Granada,
y, después de recorrer 1.320 kilómetros, penetra en el mar por muchas
bocas. El _Orinoco_ nace en las vertientes occidentales de la sierra
de Parima, corre al Septentrión aumentando su caudal de aguas mediante
el tributo de muchos ríos, tuerce hacia Levante desde su confluencia
con el Apure y se divide en cincuenta brazos antes de llegar al Océano.
Es navegable en su mayor parte. Se admiran espantosas cataratas cerca
de Atures; parece un lago en su embocadura y cuenta de extensión
2.500 kilómetros. El _Amazonas_ es el río mayor del mundo, mayor
que el Mississipí, que el Ganges y que el Nilo. Nace en el lago de
Lauricocha, cruza de Oeste a Este casi todo el continente, recibiendo
en las fronteras meridionales del Ecuador por su margen derecha al
_Huallaga_ y al _Ucayale_, a que afluyen, entre otros, el _Apurimac_ y
el _Vilcamayo_; y, por su izquierda, al _Napo_, que baja del Cotopaxi
(ya habiendo recibido el Curaray y el Aguarico) y al _Putamayo_, que
se forma en otra cumbre de los Andes. A Mediodía del Brasil recoge
al _Jurua_, al _Purús_, al _Madera_, al _Topayos_ y al _Xingú_; al
Norte al _Caqueta_ y al _Río Negro_. La longitud del Amazonas es
de 5.000 kilómetros y desemboca en el Atlántico, como también el
_Tocantines_, _Paranayba_, _San Francisco_, el _Plata_ y el _Negro_.
El río _Paranayba_ en el Brasil da sus aguas al Atlántico después
de recorrer 860 kilómetros. El _Plata_, que puede compararse con el
Amazonas por su anchura, comienza en la isla de Martín García, donde
recibe al _Uruguay_, y luego al _Paraná_, _Paraguay_ y _Pilcomayo_. El
río _Negro_, que separa la Patagonia de la República Argentina, es muy
ancho en su boca y cuenta su longitud por centenares de kilómetros.

Los lagos de la América del Norte son el de los _Osos_, junto al
Círculo Artico o en el mismo círculo; más al Sur los dos del _Esclavo_,
el _Athabasca_, el _Winnipeg_ y otros; luego el _Superior_, _Michigán_,
_Hurón_, _Erié_ y _Ontario_, cruzados por el río San Lorenzo, que
forma entre los lagos Erié y Ontario la célebre catarata del Niágara.
En México está el _Chapala_. En la América Central los de _Managua_ y
_Nicaragua_. En la América del Sur, en Venezuela, el _Maracaibo_; entre
el Perú y Bolivia el _Titicaca_; en el Brasil, no lejos del Uruguay, el
de los _Patos_, y en la Patagonia los de _Coluguape_ y _Viedma_.

Veamos las altitudes de algunas sierras de América. En los Estados
Unidos, el _Monte de San Elías_, que tiene 5.440 metros; el de
_Hooker_, con 5.100; el _Murchison_, con 4.877; el de _Santa Elena_,
con 4.724; el _Fainweather_, con 4.483 y el _Fremont_, con 4.135;
los seis se hallan en las sierras pedregosas. En los mismos Estados
Unidos y en Alleghany están el monte de _Washington_ y el _Mountais_,
el primero con 1.959 metros y el segundo con 1.900. En México tenemos
_Sierra Nevada_, _Cerro de Azusco_ y _Orizaba_, con 4.625, 3.673 y
5.450 metros respectivamente. En California está el _Monte Gigante_,
con 1.400 metros. En Guatemala citaremos el _Amilpas_ y el _Agua_,
el primero tiene 4.010 metros y el segundo, 4.570. De Honduras debe
nombrarse el _Pico Congrehay_, con 2.271 metros. En Cuba se encuentra
la _Sierra del Cobre_, que tiene 2.100 metros. Citaremos en El
Ecuador el _Chimborazo_, con 6.530 metros, el _Covambó_, con 5.956,
el _Pasto_, con 4.100 y el _Cotopaxi_, con 5.750. En el Perú se
admira el _Parinacota_, con 6.714 metros y el _Arequipa_, con 5.755.
Se ven en Bolivia el _Nevado de Sorata_, el _Nevado de Ilmane_, el
_Chuquibamba_ y el _Cerro de Potosí_, con 6.488, 6.446, 6.400 y 4.923,
respectivamente. En Colombia tenemos el _Puracé_, con 5.185 metros.
De Chile podemos citar el _Aconcagua_, el _Maypú_ y el _Tupungate_;
el primero con 7.288 metros; el segundo, con 5.380, y el tercero, con
4.600. Son de Venezuela la _Sierra de Santa Marta_ y el _Pichincha_,
con 5.791 y 4.855, respectivamente. En la Guayana está el _Roraima_,
con 2.271; en Buenos Aires, el _Sierra Ventana_, con 1.067; en el
Brasil, los de _Ilambo_ é _Ilacolumi_, con 1.817 metros el primero y
1.777 el segundo, y en Patagonia el _Corcobado_, con 2.290 metros.

Entre los volcanes citaremos el de _San Elías_, en los Estados
Unidos; los de _Popocatepetl_ y _Orizaba_ en México; el del _Agua_,
el del _Fuego_ y otros en la América Central; los de _Chimborazo_,
_Cotopaxi_, _Pichincha_ y _Antisana_, en El Ecuador; los de _Aconcagua_
y _Copiapó_, en Chile, y el de _Arequipa_ en el Perú.

En la parte Norte de América encontramos la península de _Melville_, la
del _Labrador_, entre el Océano Glacial Artico y el Océano Atlántico,
y _Nueva Escocia_ o _Acadia_, pertenecientes a Nueva Bretaña; la de
_Florida_, en los Estados Unidos, y se halla entre el Océano Atlántico
y golfo de México; la de _Alaska_, en los Estados Unidos, entre el
Océano Glacial y el Pacífico; la del _Yucatán_, en México, está entre
el golfo de este nombre y el mar de las Antillas; la _Baja California_,
en México, se encuentra entre el golfo de California y el Océano
Pacífico; la de _Goajira_ y la de _Paraguana_ forman la entrada del
golfo de Maracaybo, en el mar de las Antillas, entre Venezuela y
Colombia, y la de _Brunswick_, sobre el Estrecho de Magallanes, en la
Patagonia.

Los cabos más importantes bañados por el Océano Glacial Artico son el
_Farewell_ (Groenlandia) y el de _Carlos_ (Labrador); el de _Cod_, el
de _Hateras_, el de _Sable_ y el de _Mendocino_ (Estados Unidos) se
hallan bañados los dos primeros por el Atlántico, el tercero por el
golfo de México y el cuarto por el Pacífico; el de _Catoche_ (México),
por dicho golfo; el de _Gracias a Dios_ (América Central), por el
mar de las Antillas; _Gallinas_ (Colombia), el más septentrional de
la América del Sur, también por el mar de las Antillas; _San Roque_
(Brasil), _San Antonio_ (Argentina), _Blanco_ (Patagonia) y _Hornos_
(Tierra del Fuego), por el Atlántico. El _Blanco_ (Perú), _San Lorenzo_
y _San Francisco_ (El Ecuador), por el Pacífico.

Acerca del reino _mineral_ inmensas riquezas se han extraido de las
entrañas y de los cerros de aquel continente. El oro y la plata parecen
allí inagotables. Abunda también el hierro y no escasea el platino y el
cobre. Existen minas de diamantes, esmeraldas, topacios, amatistas y
otras piedras preciosas. En el mar de los Caribes se pescaron por mucho
tiempo claras y gruesas perlas.

La _vegetación_ es admirable. Las tierras llanas están cubiertas de
inmensos bosques poblados de árboles gigantescos. Soberbios pinos,
aromáticas magnolias y otros árboles despliegan en la zona templada
todo su vigor y lozanía. Bajo los trópicos nace el cocotero, el banano,
la ceiba, el sauce, la higuera y el anacardo. Encontramos árboles de
madera tan rica como la caoba y tan fuerte como la corbana, la jagua
y el espino. En el fondo de los bosques crece el cedro y el árbol de
la canela. Trepan por los viejos troncos la vainilla, los pothos y los
bejucos. Las cañas y los helechos adquieren extraordinaria altura.
Americano es el árbol de la quina y plantas americanas son la jalapa,
la zarzaparrilla, el bálsamo de copaiba y la ipecacuana. Por último,
también son americanas el cacao, el maíz, la patata, el tabaco, el
algodón, el campeche y otras varias.

Bellos y de vivos colores son muchos de los _animales_ que se
encuentran en América. No hay en ninguna parte del mundo pájaros de
más bello plumaje (colibrí, pájaro mosca y guacamayo), ni insectos
más caprichosamente pintados, ni reptiles (culebras y lagartos), de
más vistosos colores. Entre los pájaros se halla el condor, entre
los lagartos el caimán, y entre las culebras la boa. Si el león no
es tan grande ni bravo como el de Africa, habita en cambio el jaguar
en los bosques de los trópicos; el lobo, la zorra y otros dañinos
en las selvas del Norte. Abundan manadas de rengíferos y ovibos en
las regiones septentrionales: más abajo el bisonte, y en los países
calientes vive el llama y todas sus especies. Nada diremos del castor,
la marta y otros buscados hoy por sus riquísimas pieles. Llama la
atención la existencia de no pocos animales, pues son abundantes los
rebaños de bisontes y de llamas y numerosas las bandadas de pájaros.
«En el mes de Marzo--escribe Gonzalo Fernández de Oviedo--he visto
algunos años por espacio de quince o veinte días, y otros años más,
ir el cielo de la mañana a la noche cubierto de infinitas aves, unas
tan altas que se las perdía de vista, otras más bajas, pero siempre
muy por encima de las cumbres de los montes, que iban continuamente de
Septentrión a Mediodía»[80].

       [80] _Sumario de la natural historia de las Indias_, cap.
       LXVIII.

Consignaremos del mismo modo que no en todas las regiones del Nuevo
Mundo se hallan minerales ricos, vegetales y árboles tan estimados,
animales tan útiles y hermosos. Al Oeste de la cadena perpetua de los
Andes, en las costas del mar del Sur--dice Humboldt--también he pasado
semanas enteras atravesando desiertos sin agua. Las mesetas de México,
los llanos de Venezuela, las pampas de Buenos Aires y otras regiones
son, en efecto, desiertos tristes y desconsoladores.


                   DIVISION POLITICA DEL NUEVO MUNDO


                   América Septentrional y Central.

                        ESTADOS INDEPENDIENTES

           Estados Unidos.                 Costa Rica.
           México.                         Panamá.
           Guatemala.                      Cuba.
           Salvador.                       Haití.
           Honduras.                       Santo Domingo.
           Nicaragua.


                          América Meridional.

                        ESTADOS INDEPENDIENTES

           Venezuela.                     Chile.
           Colombia.                      Argentina.
           Ecuador.                       Paraguay.
           Perú.                          Uruguay.
           Bolivia.                       Brasil.

                          POSESIONES INGLESAS

           Guayana inglesa.               Islas Falkland.

                         POSESIONES FRANCESAS

                           Guayana francesa.

                         POSESIONES HOLANDESAS

           Guayana holandesa.             Saint-Eustache.
           Aruba.                         Saba.
           Saint-Martín[81].

                          POSESIONES DANESAS

           Groenlandia.
           Sainte-Croix é islas adyacentes[82].
           Saint-Thomas é islas adyacentes.
           Saint-John.

                        POSESIONES VENEZOLANAS

               Islas del Este y del Viento.

                      POSESIONES NORTEAMERICANAS

           Puerto Rico.                   Carlobacou.
           Trinidad.                      Santa Lucía.
           Tabago.                        San Vicente.
           Granada.                       Granadina del Norte.

                         POSESIONES FRANCESAS

           Saint-Pierre y Miquelon.       Marie Galante.
           Guadalupe.                     Saint-Barthelemy.
           Désirade.                      Saint-Martín.
           Les Saintes y Petite-Terre.    Martinica.

                         POSESIONES HOLANDESAS

           Curaçao.                       Buen Aire.

                          POSESIONES INGLESAS

           Canadá.                        Anguila.
           Terranova.                     Antigua.
           Labrador.                      Barbada.
           Islas Bermudas.                Dominica.
           Honduras Británica.            Monserrat.
           Islas Bahamas.                 Redonda.
           Barbada.                       Nevis.
           Jamaica.                       San Cristóbal.
           Islas Turcas y Caicos.         Islas Vírgenes.
           Islas Caimanes.

       [81] Saint-Martín es la única de las Antillas dividida
       políticamente en dos partes: la del Norte es de Francia y la
       del Sur pertenece a Holanda. En el año 1648 y en la cima de
       un monte (Montaña de los acuerdos), se hizo el tratado de
       repartición.

       [82] París 14 julio 1916, 4 tarde.--Según la _Gaceta de
       Lausanne_, la venta de las Antillas danesas a los Estados
       Unidos está virtualmente terminada. Dinamarca cede todos sus
       derechos sobre el archipiélago de las Vírgenes mediante la
       entrega por los Estados Unidos de la suma de 125 millones
       de francos. Este archipiélago, con sus tres islas (Santa
       Cruz, Santo Tomás, San Juan), sus 360 kilómetros cuadrados
       y sus 40.000 habitantes, sólo representa un modesto dominio
       colonial; pero la vecindad del Canal de Panamá le da una
       importancia especial. Por esto desde hace algunos años
       Alemania había multiplicado sus esfuerzos para decidir a
       Dinamarca, bien a cederle el archipiélago entero, bien a
       permitirle establecer en Santo Tomás un depósito de carbón y
       un punto de escala para sus barcos, lo que produjo objeciones
       por parte del Gobierno de Washington en nombre de la doctrina
       de Monroe. (_A B C._ Sábado 15 de julio de 1916).

Conclusión. Tal es la tierra que descubrió aquel varón esclarecido sin
saber que la había descubierto; tal es la tierra que vieron Cristóbal
Colón y los suyos a las dos de la madrugada del 12 de Octubre de 1492.



PRIMERA ÉPOCA

AMERICA PRECOLOMBINA



CAPÍTULO I

  UNIDAD Y VARIEDAD DE LA ESPECIE HUMANA.--EL EVOLUCIONISMO. LA
  SELECCIÓN.--EL PITHECANTHROPUS.--PROTOHISTORIA AMERICANA.--EL
  SALVAJISMO.--ANTIGÜEDAD DE LOS INDIOS.--RAZAS MIXTAS.--EL «HOMO
  ASIATICUS» Y EL «HOMO AMERICANUS». DIFERENCIAS Y SEMEJANZAS ENTRE
  UNO Y OTRO.--ALGUNOS POBLADORES DE AMÉRICA SON AUTÓCTONOS.--RAZAS
  CULTAS Y SALVAJES.


El naturalista Quatrefages (1810-1892) sostuvo la teoría de la
unidad de la especie humana o del _monogenismo_. El hombre, según el
sabio francés, debió ser creado por una voluntad superior o por la
intervención de una fuerza desconocida por nosotros, siendo de notar
que las diferencias que se observan entre las razas se deben únicamente
a condiciones distintas del medio físico.

Otro naturalista, el suizo Luis Agassiz (1807-1873), al mismo tiempo
que admitía una acción suprema, dijo que las especies nacieron
independientes en ocho puntos distintos del globo.

La teoría biológica del evolucionismo intentó explicar el origen de los
diversos seres vivos por derivaciones sucesivas de unos a otros, de tal
manera que cada especie era únicamente la transformación de un tipo
común, que, a través de la evolución del tiempo, había ido generando
las múltiples formas conocidas. Explicó dicha teoría el francés
Lamarck (1744-1829), quien fué atacado por Quatrefages, Agassiz,
Cuvier y otros. No huelga decir que semejante doctrina tuvo no pocos
precursores, mereciendo entre los primeros señalado lugar Aristóteles.
Casi se hallaban olvidadas las obras de Lamarck (_Sistema de los
invertebrados_ y _Filosofía zoológica_) cuando apareció el eminente
naturalista inglés Carlos Roberto Darwin (1809-1882): su obra _Del
origen de las especies_, publicada en 1859, y cuya base es la evolución
universal, vino a hacer una revolución en la ciencia. Doctrina tan
peregrina consistía en afirmar que la lucha por la existencia y la
selección natural eran las dos leyes que regían la multiplicación y
perfeccionamiento de las especies. El estado de guerra que Hobbes
señalaba, solamente entre los hombres primitivos (_Homo homini lupus_)
era, según Darwin, la ley universal de la vida animal. «Vemos--dice--la
naturaleza resplandeciente de hermosura y observamos en ella
abundantemente todo lo que puede servir para alimento de los seres;
pero no miramos u olvidamos que las aves que cantan con tanta dulzura
alrededor de nosotros viven sobre todo de insectos y de otras aves o
se ocupan siempre de destruir. No recordamos que los huevos y nidos de
dichas aves cantoras son destruídos por animales feroces o por aves de
rapiña; no tenemos presente que el alimento que les está destinado y
que hoy es abundante, no lo es en todas las estaciones. Cuando se dice
que los seres luchan para vivir, es preciso entender esta palabra en
el sentido más amplio y más metafórico, comprendiendo las dependencias
mutuas de los seres, y lo que tiene más importancia, las dificultades
que se oponen a su propagación. En tiempos de hambre puede decirse
que los carnívoros están en lucha unos con otros para proporcionarse
el sustento. La planta arrojada a la orilla del desierto lucha para
vivir contra la sequía. Un arbusto que produce anualmente un millar de
granos, lucha en realidad contra las plantas de la misma especie o de
especies diferentes que ya cubren el suelo.»

Respecto de la cría de los animales, se ha verificado hace un siglo
largo el comienzo de una doctrina que se llama _selección_. Según
ella, el individuo que se dedica a dicha cría, cuando sorprende en un
ser cualquiera un carácter especial, le sigue en una familia y escoge
con cuidado los reproductores que pueden transmitirle, obteniendo,
mediante largos esfuerzos, una nueva variedad, una raza. La naturaleza,
dice Darwin, no hace otra cosa; del mismo modo que el hombre forma
razas artificiales, la naturaleza crea razas naturales. La naturaleza
abandona desapiadadamente o arroja todo lo que es débil, impotente y
enfermizo; da vida, en cambio, a los más fuertes, poderosos y sanos. La
variedad, asegurando más y más su preeminencia, se eleva a la categoría
de especie, así como el boceto viene luego a ser cuadro. La nueva
especie vivirá largo tiempo; pero cuando cambien el medio físico y el
medio orgánico, los cambios o variaciones formarán otras especies, que,
a su vez, acabarán con las citadas anteriormente. La naturaleza, pues,
mediante la selección, renovará la faz de la tierra; renovación que
sólo necesita el tiempo, que no tiene límites. En tal estado el asunto,
falta explicar la aparición de las primeras formas orgánicas. ¿Había
en el seno de la naturaleza inorgánica fuerzas dormidas que en ciertas
circunstancias pudieron crear una planta o un animal, de igual manera
que se forma un cristal en virtud de ciertas afinidades químicas? Tal
es la doctrina de la generación espontánea.

Darwin, en su libro intitulado _Descendencia del hombre_, y que
vió la luz en el año 1871, aplicó rigurosamente sus teorías a la
especie humana. Según Darwin y sus discípulos, el hombre, siguiendo
las leyes de la selección natural, desciende de un grupo de seres
antropomórficos, al cual pertenecen el orangután, el gorila y el
chimpancé. El eslabón que une a aquél con los últimos debió existir en
el período terciario, y fué el _pithecanthropus_ del alemán Haeckel o
el _anthropopythecus_ de Mortillet[83]. Los restos encontrados en las
formaciones sedimentarias de Java[84], parecen indicar la existencia
de un ser superior a los antropóides e inferior al hombre. No se da un
salto, pues, del orangután al hombre. _Natura non facit saltum._ El
precursor del hombre debió ser el pithecanthropus.

       [83] Deuxiéme session de _L'Asociation francaise pour
       l'avancement des sciences_.--Lyon, Aout, 1872. (_Revue
       Scientif_, 2.ª ser., 3.^{er} an., núms. 9, 10 y 11).

       [84] Isla en el archipiélago de la Sonda (Oceanía Occidental).

Hovelacque dice por su parte: «La única facultad que distingue al
hombre de los animales es la palabra, y por mucho que retrocedamos en
el pasado, el ser que encontramos provisto del lenguaje articulado es
ciertamente el hombre, mas no lo es el que carezca de esta facultad.
No podemos pensar que el lenguaje le fuera dado al hombre de repente,
sin causa, _ex nihilo_, sino más bien que fué el fruto de su desarrollo
progresivo, el producto de su perfeccionamiento orgánico. Y siendo
esto así, antes del ser caracterizado por la facultad del lenguaje
articulado hubo otro que estaba en camino de adquirirla, de llegar a
ser hombre, y este ser es el que debió tallar los silex de Thenay»[85].

       [85] _Lettre sur l'homme préhistorique du type le plus
       ancien_, etc. París, 1876.

En resumen: el mineral, mediante una serie de transformaciones
sucesivas más o menos largas, pudo llegar y ha llegado a ser planta, la
planta a ser animal y el animal a ser hombre.

Ya en este punto de la investigación científica, la discusión entre
monogenistas y poligenistas carece de todo interés: se reduce a
averiguar si el hombre apareció en diferentes puntos de la tierra,
como creen unos, o en una sola parte, como piensan otros. Mientras
Darwin escribía que «los naturalistas que admiten el principio de
la evolución, no vacilarán en reconocer que todas las razas humanas
descienden de un solo tronco primitivo», el alemán Goethe (1749-1832),
afirmaba, por el contrario--tales son sus palabras--, que «la
naturaleza se muestra siempre generosa y hasta pródiga, estando más
conforme con su espíritu admitiendo que ha hecho aparecer a los hombres
por docenas y aun por centenares, más bien que suponiendo que los ha
hecho aparecer pobremente de una sola y única pareja. Cuando la tierra
hubo llegado a cierto grado de madurez, cuando las aguas se fueron
encauzando y los terrenos secos se cubrieron de verdura, apareció el
hombre en todos los lugares en que la tierra lo permitía.»

De Fritsch son las palabras que copiamos: «Es evidentemente absurdo que
estas condiciones favorables (refiriéndose a las necesarias para la
aparición del hombre), sólo se han presentado en una sola localidad;
que un lugar de la tierra haya sido el preferido para la aparición del
hombre, y, por último, que una sola pareja haya tenido la dicha, para
asombro de la posteridad, de ser la originaria del género humano.»
Humboldt, Gumplowitz y otros sabios, niegan del mismo modo que todos
los hombres se deriven de una pareja única.

Después de la teoría general que acabamos de reseñar, procede que nos
ocupemos de la aparición del hombre en América. Aunque se anunció como
cosa cierta y positiva que los Sres. Witney y Blaque, ingenieros de
los Estados Unidos, habían descubierto un cráneo que se hallaba debajo
de materiales volcánicos, edad terciaria y período plioceno[86], se
supo luego que aquellos naturalistas habían sido engañados por mineros
de poca conciencia. Aun admitiendo que dicho cráneo fuese auténtico
y no moderno, con señales bien hechas, nos asaltaría la duda de si
el terreno es terciario, pues todo indica que pertenece a la edad
cuaternaria.

       [86] Desor, _L'homme pliocene de la California_. Nice, 1879.

Mayor importancia--como escribe D. Juan Vilanova--revisten los huesos
humanos descubiertos recientemente en el sitio, no lejos de México,
llamado el _Peñón de los Baños_. Bárcena y Castilla, profesores de
Geología, dicen «que, por los caracteres que ostentan los huesos, el
esqueleto pertenece a la raza indígena pura de Anahuac, añadiendo, por
último, que lo consideran como prehistórico, o sea muy anterior a las
noticias que sobre dicha raza presentan la tradición y la historia,
señalándole como antigüedad menor la de 800 años, y como horizonte
geológico, la división superior de la era cuaternaria»[87]. En la
cuenca del río Delaware, no lejos de la ciudad de Trenton (Estados
Unidos), en una formación glacial, halló el Dr. Abbott «más de un
cráneo humano que, si son contemporáneos de los instrumentos tallados
descubiertos en la misma localidad, deben ser tan antiguos como éstos,
que representan por su forma y por lo tosco de su labor el período
europeo de Chelles y Taubach»[88]. Llamó la atención que algunos de
los cráneos fuesen braquicéfalos y no dolicocéfalos, esto es, que
correspondiesen a una raza superior, como superior se considera la
braquicefalia a la dolicocefalia.

       [87] _Protohistoria Americana_, Conferencia de D. Juan
       Vilanova en el Ateneo de Madrid el 21 de Abril de 1891, págs.
       30 y 31.

       [88] Ibidem.

Hace notar el Marqués de Nadaillac a propósito de los cráneos
americanos, que no se halla probado que predominen los braquicéfalos o
los dolicocéfalos, habiendo verdadera mezcla de unos y otros, si bien
debe notarse que en todos está muy reducida la cavidad cefálica, sin
querer esto decir que signifique tal condición inferioridad intelectual
en aquellas gentes. Encierra verdadera importancia el siguiente hecho.
Los cráneos encontrados cerca de Merom (Indiana), los de Chicago, el
procedente del Stimpson's-Mound y los del Kennicott-Mound ofrecen
caracteres de inferioridad, hasta el punto que la depresión frontal
es casi igual a la del chimpancé. De la misma manera son de escasa
capacidad cefálica los cráneos encontrados en los paraderos del litoral
de California y del Oregón, como también los de la isla de Santa
Catalina, donde con los restos humanos aparecieron pequeñas vasijas de
esteatita, objetos de silex y de hueso, y alguna esculturita de piedra
dura.

No pasaremos en silencio «la indicación de la singular forma que
ofrece la tibia de muchos esqueletos, a la que se aplica el nombre de
platignemia, común en muchos monos, así como el agujero natural que
ofrece la cavidad olecraniana del húmero, rasgos que los transformistas
invocan en pro de la descendencia simia del hombre.»[89]. Casi
idénticos caracteres se ven en los huesos encontrados en diferentes
puntos (Buenos Aires, Patagonia, Venezuela, Florida, etc.). Por cierto
que discurriendo el Sr. Tenkate, escritor distinguido, acerca de los
caracteres generales de las razas humanas encontradas en América,
ha venido a sostener que dichas razas corresponden a las llamadas
mogolas o amarillas. Haremos notar en este lugar que es un hecho el
predominio de la raza braquicéfala o de cráneo redondo en el Norte, así
como el de la dolicocéfala o de cráneo elíptico en el Sur; y siendo
inferiores--como generalmente se cree--las razas de cráneo largo,
debió poblarse el continente americano de Sur a Norte, y no--según la
opinión corriente--de Norte a Sur. En Europa los hombres más antiguos
son los dolicocéfalos, y en América--si damos crédito a investigaciones
recientes--los braquicéfalos.

       [89] Vilanova, ob. cit., pág. 32.

[Ilustración: Cráneo neolítico (California).]

Sintetizando la doctrina que acabamos de exponer, diremos que algunos
cráneos hallados en América tienen más parecido al del chimpancé que al
del hombre de nuestros días, siendo también objeto de estudio la forma
de ciertas partes de los esqueletos que son como un paso del mono al
hombre.

Manifiéstase con toda claridad que los caracteres de otros esqueletos,
tal vez más modernos que los anteriormente citados, revelan el
salvajismo, pudiéndose sostener que ciertas señales acreditan la
antropofagia. ¿Indica más salvajismo el hombre primitivo de América
que el encontrado en el valle del Neckar, cerca de Suttgard, y que
Quatrefages y Hamy han hecho del citado ejemplar el tipo de la
raza más antigua que habitó el continente europeo en los tiempos
cuaternarios, distinguiéndola con el nombre de Canstadt? Creemos poder
afirmar que el continente americano ha pasado por los mismos cambios
y mudanzas que el Mundo Antiguo (Asia, Africa y Europa); ha seguido
las mismas vicisitudes y en él se ha desarrollado la vida del mismo
modo. Muéstrase la antigüedad de los indios con sólo atender, entre
otras cosas, al número considerable de lenguas y la perfección en que
éstas se hallaban al descubrir Cristóbal Colón el Nuevo Mundo. De
igual manera se manifiesta la antigüedad considerando los edificios
esparcidos por todo el continente americano. Opina el historiador
Bernal Díaz del Castillo que el templo de Huitzilipuctli se edificó mil
años antes de la llegada de los españoles a América.

No obstante lo dicho, Bacón de Verulamio sostuvo que los indios eran
gente más nueva que los habitantes del Antiguo Mundo, y Herrera
entendía que nuestro hemisferio se hallaba habitado cuando comenzaron
a poblarse las Indias[90]. Cuenta Lescarbot que Noé llegó en un navío
al Estrecho de Gibraltar, pasando al Canadá y Brasil, y últimamente a
Paria y a otras tierras[91]. Algunos tienen como cosa cierta, que Tubal
envió gentes a poblar las Indias[92], y Acosta se contenta con decir
que se poblaron antes de Abraham[93]. Fulero consideró a los hijos de
Cus como los primeros que se establecieron en las Indias; Vasconcelos
supuso que los indios procedían de los dispersos al tiempo de la
confusión de las lenguas, o de los hijos de dichos dispersos; Hornio y
Laet creían que se pobló América al mismo tiempo que Africa y Europa,
y Torquemada sostuvo que la población se verificó cerca del tiempo del
diluvio[94].

       [90] Fr. Gregorio García, Ob. cit., libro IV, párrafo XV,
       págs. 312 y 313.

       [91] Pág. 308.

       [92] Pág. 308.

       [93] Pág. 309.

       [94] Págs. 309 y 310.

Mostrado está que los americanos constituyen un grupo de razas mixtas,
como escriben Molina y D'Orbing. Dice el primero: «Las naciones
americanas son tan diferentes unas de otras como lo son las diversas
naciones de Europa: un chileno no se diferencia menos de un araucano,
que un italiano de un tudesco»; y el segundo añade: «Un peruano es más
diferente de un patagón, y un patagón de un guaraní, que un griego
de un etiope o de un mogol». Por el contrario, nuestro Herrera se
expresa del siguiente modo: «Es cosa notable que todas las gentes de
las Indias, del Norte y del Mediodía, son de una misma inclinación
y calidad, porque, según la mejor opinión, procedieron de una misma
parte; y asímismo los de las islas, a las cuales pasaron de la tierra
firme de Florida»; y Ulloa (Antonio) escribe lo que copiamos a
continuación: «Visto un indio de cualquier región se puede decir que
se han visto todos»[95]. Del mismo modo han opinado Robertson, Herder,
Blumenbach, Humboldt y otros.

       [95] _Noticias americanas._--Entretenimiento XXII, pág.
       253.--1792.

El _homo asiaticus_, que comprende las poblaciones extendidas desde
el Caspio y el Eufrates hasta el mar Amarillo y el Japón, y desde la
Manchuria a Siam tiene por caracteres físicos «la cabeza de forma
prolongada y relativamente corta, braquicefálica, cuneiforme sobre
todo, y platicefálica; la faz en relación, la estatura variable,
el color de la piel amarillento como los chinos o atezado como los
japoneses; escaso o pobremente velludo, de barbas ralas y menguadas y
rígidos cabellos negros. Los ojos muestran inclinación oblícua hacia
el ángulo interno, mientras que el externo está levantado; la nariz
es corta y deprimida, los pómulos abultados y salientes, la faz en su
totalidad aplastada y los ojos obscuros»[96].

       [96] G. Sergui, _La evolución humana individual y social_,
       tomo I, pág. 65.--Barcelona, 1905.

Los caracteres principales del _homo americanus_ son los siguientes:
«una frente chica y baja; hundidos, pequeños y obscuros los ojos;
grande la boca; dilatada la nariz por las ventanas y honda en su raíz;
largo, laso, grueso y negro el cabello; escasa la barba y depilada
la piel; la color, obscura con variedad de tonos, las más veces como
la del membrillo cocido; la contextura física, robusta y fuerte;
el temperamento bilioso y sobrio; y en la constitución social, la
costumbre es el régimen ordinario»[97].

       [97] Antón, Ob. cit., pág. 11.

Las diferencias, pues, entre el _homo asiaticus_ y el _homo americanus_
no son radicales; antes por el contrario, la semejanza es manifiesta.

Lo mismo pudiéramos decir de las costumbres y creencias. Los mejicanos,
como los mongoles, quemaban los cadáveres, recogían las cenizas y
las encerraban en urnas con una piedra preciosa. Los peruanos, como
los judíos, guardaban a sus muertos y los enterraban, ya en pie, ya
sentados, con parte de los utensilios, y a veces con los tesoros
que tuvieron en vida. Los peruanos, como los chinos, daban capital
importancia a la agricultura y conservaban los hechos históricos en
anudadas cuerdecillas. Por sus creencias, los americanos, como los
asiáticos, reconocían la existencia de un Espíritu, creador del Mundo,
para el cual no había representación posible ni era bastante ancho el
recinto de un templo. Unos y otros tenían noticia por tradición del
diluvio, y afirmaban que muy pocos se habían salvado de la catástrofe.
Los mejicanos suponían fabricada su pirámide de Cholula por unos
gigantes que habían intentado elevarla hasta las nubes, atrayéndose por
su insensato orgullo la cólera celeste: los hebreos decían lo mismo de
su torre de Babel. Tenían su Eva los indígenas en la diosa Cioacoatl,
la primera mujer que pecó, parió y legó a su sexo los dolores del
parto. Por ella instituyeron el Bautismo, que empleaban, como los
cristianos, para limpiar a los recién nacidos del pecado original
y traerlos a nueva vida. Muy parecida era también la organización
religiosa. En América y en Oriente el sacerdocio gozaba de grandes
prestigios y de mucho poder; en uno y en otro punto se celebraban
suntuosas fiestas y sangrientos sacrificios. No es, pues, de extrañar
que Guignes y Paravez, por los años de 1844, como también Humboldt,
Preschel y otros, intentasen probar que la cultura peruana procedía del
Asia.

Consideremos las principales tribus americanas. Según Molina, los
boroanos, en las provincias de Chile, «son blancos y tan bien formados
como los europeos del Norte»; cree Quatrefages que los koluchos,
habitantes en la parte Norte de la costa del Pacífico, pertenecen a
la raza blanca; Bartram considera algunas jóvenes de los cherokises
«tan blancas y bellas como las jóvenes de Europa»; y Humboldt escribe
que también tienen el mismo color blanco los guanariboes, guanaros,
guayacas y maquiritarés, que él vió en las orillas del alto Orinoco.
Si en general es ralo y escaso el pelo del cuerpo y de la barba en los
americanos, los yuracarés, si damos crédito a D'Orbigny, tienen la
barba cerrada como los europeos; Laperouse, y también Molina dicen que
en algunos chilenos no es menos espesa la barba que en los españoles.
Acerca de la estatura, si son altos los patagones, algunos pieles-rojas
y los muscogíes, en cambio los peruanos son bajos, y más bajos todavía
los esquimales. Por lo que respecta a las proporciones de la cabeza, si
la forma del cráneo es en general la braquicéfala, también se encuentra
la dolicocefalia.

Dejando otros caracteres físicos menos importantes que los anteriores,
pasamos a estudiar los intelectuales. Se ha discutido si la raza
americana es inferior para la civilización y cultura que las otras
razas del Antiguo Mundo, cuestión que no tiene valor alguno. Si en
la época del descubrimiento, algunos pueblos del nuevo continente
(mexicanos y peruanos) presentaban todas las formas sociales conocidas
en el Antiguo Mundo, no llegaron, sin embargo, al principio de la
civilización en toda su fuerza. Acostúmbrase a decir que en América se
hallaba el hombre en los estados siguientes: salvaje, bárbaro, nómada o
sedentario y civilizado. A la llegada de Cortés y Pizarro, el primero
a México y el segundo al Perú, encontraron Gobiernos regulares, artes,
industria y agricultura.

Debemos fijar nuestra atención en las opiniones principales acerca
del origen de los primeros pobladores de las Indias. Creen algunos
escritores que los primeros habitantes han nacido en el mismo suelo
americano, esto es, que son _autóctonos_; según otros, proceden del
Africa; algunos dicen que de Europa, y muchos, tal vez la mayor parte,
les hacen venir del Asia. El primero que sostuvo, allá por el año
1520, que los americanos eran autóctonos, fué el naturalista suizo
Teofrasto Paracelso, el cual hubo de negarles clara y terminantemente
la descendencia de Adán, anticipándose con esto muchos años a la
escuela de antropólogos americanos. En un anónimo publicado en Londres,
en 1695, y que se intitula _Two essays, sent in a letter from Oxford
to a nobleman in London, by L. P. M. A._, se sostiene el autoctonismo
americano. Morton, profesor de Filadelfia y fundador de la citada
escuela de antropólogos, intentó probar, con razones de bastante peso,
el origen genuínamente americano de los indios, raza distinta de todas
las conocidas en el Viejo Mundo. Nott y Glidon, discípulos de Morton,
popularizaron en los Estados Unidos de Norte América la doctrina del
maestro. _The native americans are possessed of certain physical
traits that serve to identify them in localities the most remote from
each other: nor to they as a general rule assimilate less in their
moral character and usages._ Dicha doctrina tiene al presente no pocos
defensores.

La mucha antigüedad del hombre en América se halla mostrada por
recientes descubrimientos. Lo mismo del Norte que del Sur, se han
extraído de terrenos cuaternarios armas y utensilios de piedra al
lado de restos de animales cuya especie se extinguió hace siglos.
«En California, en el condado de Tuolumne, en las galerías mineras
de Table Mountain, a trescientos cuarenta pies de profundidad, de
los cuales más de ciento eran de lava, se encontró el año 1862 con
huesos fósiles de mastodonte y otros paquidermos, un almirez de
granito, un adorno de pizarra silícea, puntas de lanza de pedernal y
una cuchara de esteatita. Han ocurrido después análogos y no menos
interesantes hallazgos en distintos lugares, sitos entre los Grandes
Lagos y el Golfo de México»[98]. En la América meridional, según Lund,
que reconoció el Brasil, se han encontrado muchas cuevas donde se
hallaban cráneos y aun esqueletos humanos confundidos con osamentas
de animales de razas muertas. No es de extrañar que se afirme la
existencia del hombre en América durante el período _diluvial_, cuando
los ventisqueros desprendidos del Polo transformaron completamente la
superficie del planeta. Como consecuencia de todo ello, tampoco es de
extrañar que no pocas tribus americanas se considerasen autóctonas.
Sostenían los navajos que todas las tribus habían salido del fondo de
sus cavernas; los peruanos afirmaban que los Incas tuvieron su cuna en
el lago de Titicaca; los iowas se creían descendientes del hombre y de
la mujer creados por el Grande Espíritu; los quichés se consideraban
originarios del Oriente de América.

       [98] Pi y Margall, _Historia general de América_, tomo I, vol.
       II, pág. 1.158.

Dado que en ninguna de las tribus americanas se recordaba el nombre
de pueblo ni de comarca del Antiguo Mundo; ni se conocía el arado, ni
el cultivo de la vid y el trigo, ni el uso del hierro, ni el carro de
guerra, ni el transporte, ni otras embarcaciones que el haz de juncos
y la canoa; ni en ninguna se había llegado a la escritura fonética,
considerando todo eso, deducía Pi y Margall que si el hombre americano
no había tenido su origen en el Nuevo Mundo, debía ser, por lo menos,
tan antiguo en él como el europeo en Europa, y hubo de vivir siglos
y siglos en el mayor aislamiento[99]. Creemos como cosa cierta que
no procedían del antiguo continente ni los _mound builders_, ni las
razas que unas después de otras invadieron el Anahuac, ni las que
se encaminaron desde el istmo de Tehuantepec al de Panamá, ni las
que civilizaron el Perú mucho antes que los Incas, ni los autores de
ninguna de las revoluciones porque debió pasar la América durante
tantos siglos. Tales razas debieron ser americanas y lejos de dejarse
dominar por extrañas gentes, ellas dominaron a los que desembarcaron en
sus costas. A los autores que no se explican cómo de una sola especie
se hayan derivado la multitud de gentes que encontramos establecidas
desde el Océano Glacial del Norte al Cabo de Hornos, les contestaremos
que tampoco debieran explicarse cómo nacieron de la sola especie
indo-europea tantas nacionalidades situadas entre el Estrecho de
Gibraltar y las orillas del Ganges.

       [99] Ob. cit., vol. II, pág. 1.159.

Las revoluciones de que antes hicimos mención no fueron realizadas por
las razas salvajes, sino por las cultas. La raza de los nahuas fué la
que más hubo de contribuir a la civilización de la América del Norte,
y a ella pertenecían los olmecas, xicalancas, toltecas, chichimecas y
aztecas. Por quererse imponer unas tribus sobre otras engendraron las
revoluciones a que sirvió de teatro el valle de México. Considérase
como otra raza civilizadora la de los mayas, extendida por Chiapas,
Guatemala, Yucatán y Honduras. Además de los verdaderos mayas, existían
tribus con los mismos rasgos característicos, y todos formaron un
imperio; imperio que tiempo adelante se dividió en tres Estados. Además
de nahuas y mayas había otras razas civilizadoras. Entre ellas se
encuentran los zapotecas, que no hablaban ni el maya ni el nahuatl;
pero que tenían culto propio y levantaban monumentos como los de
Mitla. Lo mismo decimos de los pueblos de Palenque y de los autores de
los templos de Copán. En la América del Sur deben mirarse como razas
civilizadoras la de los muiscas o chibchas, la de los quechuas, y tal
vez la de los chimus. Los quechuas, chimus y aymarás, constituían
principalmente a la llegada de los españoles el imperio de los Incas.

Cuando los españoles llegaron a América, ¿habían desaparecido algunas
de las razas cultas? Muchos autores creen que sí y citan en su apoyo
los monumentos cuyo origen desconocían los indígenas del tiempo de
la conquista. Hasta el año 1576 en que las descubrió D. Diego García
de Palacio, oidor de la Audiencia de Guatemala, se desconocieron las
ruinas de Copán; y hasta el 1746, en que las vió D. Antonio de Solís,
cura de Tumbalá, nada se sabía de las ruinas de Palenque. Y por lo que
al Perú respecta, nadie sabía quiénes habían sido los artistas del
templo de Pachacamac, los del mirador de Huanuco el Viejo, ni los de
los monolitos de Tiahuanaco.

En la América del Norte se han descubierto extensos recintos de
cascajo y piedra e innumerables túmulos en el valle del Mississipí, a
los cuales, por ignorarse el nombre de las razas que los levantaron,
se les llama _mound-builders_. En las costas de los dos Océanos y en
las riberas de algunos ríos se encuentran inmensos bancos de conchas
de moluscos, llamados por los dinamarqueses _Kjökkenmoddings_, y por
los habitantes de los Estados Unidos _shell-heaps_ o _shell-mounds_,
que cubren 30 y hasta 60 hectáreas de terreno, y tienen de altura de
10 a 12 metros, hallándose en todos ellos utensilios y armas. ¿Qué
significan aquellas obras y estos utensilios y armas? Los indígenas
contestaban que ya existían cuando sus padres se establecieron en el
país.

Por lo que a las razas salvajes se refiere, su historia queda reducida
a las creencias, usos y costumbres que las distinguían, como también
por las luchas que han debido tener con las civilizadoras para sostener
su independencia. A la sazón, los hombres cultos, unos las compadecen,
otros las envidian y algunos las odian. Las compadecen aquellos que
las ven privadas del beneficio de la civilización, las envidian los
que consideran los vicios de la sociedad culta, y las odian los que
las creen incapaces de progreso. Nosotros, ni las compadecemos,
ni las envidiamos, ni las odiamos. Diremos, sí, que preferimos la
civilización, sin embargo de los males que corroen la sociedad presente
y aun de las locuras de las naciones más civilizadas en este momento
histórico. Catlin opina que es más excelente la vida salvaje que la
culta; Bancroft deplora el paso de los europeos por las comarcas del
Pacífico, y algunos discípulos de Augusto Comte no quieren que a los
pacíficos y felices salvajes se les lleve al infierno en que viven
los pueblos europeos. No estamos--repetimos--conformes con semejante
teoría, aunque reconocemos que los vicios de los indios procedían
más bien de ignorancia y fiereza que de perversidad y malicia. En lo
sucesivo abrigamos la esperanza que las sociedades cultas se atraerán
los restos de las razas salvajes, no por la fuerza, sino por el cariño;
no destruyendo, sino civilizando.



CAPÍTULO II

  COMUNICACIÓN DE AMÉRICA CON ASIA.--COMUNICACIÓN DE AMÉRICA
  CON AFRICA.--CONSIDERACIONES ACERCA DE LA DOCTRINA DE PLATÓN,
  TEOPOMPO DE QUIO, ARISTÓTELES, DIODORO SÍCULO, Y SÉNECA.--LOS
  INDIOS NO AUCTÓCTONOS, ¿DE DÓNDE PROCEDEN?--LOS EGIPCIOS.--LOS
  GRIEGOS.--LOS FENICIOS.--LOS CARTAGINESES.--LOS RELIGIOSOS
  BUDHISTAS.--SIGNIFICADO Y SITUACIÓN DE OPHIR.--LOS HEBREOS.--OTRAS
  OPINIONES RESPECTO AL ORIGEN DE LOS INDIOS: LOS ROMANOS, LOS
  ETIOPES CRISTIANOS, LOS TROYANOS, LOS SCYTHAS Y TÁRTAROS.--ORIGEN
  DE LOS INDIOS SEGÚN FR. GARCÍA, EL DR. PATRÓN. HUMBOLDT Y RIAÑO.


Estimamos como cuestión resuelta la comunicación de América con el
Asia por el Estrecho de Behring. Si no hubiese otros hechos que lo
confirmasen, bastaría tener presente que los esquimales, no solamente
se hallan situados en la Groenlandia, en las orillas del Labrador y en
la estrecha faja de la costa Norte, prolongada del uno al otro Océano,
sino también, del otro lado del Estrecho, y pueblan la extremidad
oriental del Asia, desde la bahía Kolintchin, hasta el Golfo de Anadyr.
La existencia, desde tiempos muy remotos, de la raza esquimal, en
determinada parte del Mundo Nuevo y del Antiguo, prueba la comunicación
de América con Asia; además de la raza, lo confirma la lingüística,
pues Maury cree que los dialectos esquimales «pueden ser considerados
como haciendo la soldadura entre los idiomas del extremo Oriente de la
Siberia y los de la parte boreal del Nuevo Mundo».

Acerca del paso de los indios asiáticos al Nuevo Mundo, opinan algunos
escritores que fueron por mar, añadiendo otros, no sólo que fueron por
mar, sino llevados por las tormentas y contra su voluntad. Entre los
escritores que afirman que los primeros pobladores de América pasaron
por lo que después se convirtió en Estrecho de Behring, se halla el
insigne naturalista inglés Wallace (n. en Vsk el 1822). Dice que, a
fines de la edad terciaria, o en el período plioceno, cuando ya pudo
existir el hombre, había comunicación no interrumpida entre Asia y
América, porque el citado Estrecho era de la época cuaternaria. Si
América se halla aislada del resto del globo, no deja de estar unida
por la naturaleza al Antiguo Mundo. La aproximan al Asia el Estrecho de
Behring y la cadena de las islas Aleutianas, y la acerca a Europa la
Groenlandia, que está de la Islandia 615 kilómetros.

El filósofo e historiador alemán Herder (1744-1803), en su _Filosofía
de la Historia de la Humanidad_, no duda en afirmar que los esquimales
de la Groenlandia proceden del Asia, añadiendo también--y en esto se
halla conforme con la doctrina expuesta por el dominico P. Gregorio
García (1560-1627)--, que pueblos de todas las partes del mundo, y en
diferentes épocas, pasaron a América[100].

       [100] Véase ob. cit., tomo I, págs. 291-301.

Sobre materia tan interesante, dice el insigne geógrafo francés Eliseo
Reclus (1830-1905), en su _Geografía Universal_: «Históricamente--tales
son sus palabras--América es, cuando menos, en gran parte, continuación
del Asia, y, por lo tanto, debe considerarse como tierra oriental. Los
asiáticos no han necesitado descubrir la América, o los americanos
descubrir el Asia, puesto que desde el uno y el otro continente se
veían las respectivas tierras. Aun sin la flotilla de kayacs[101] que
los transportase, podían los indígenas de las dos regiones alcanzar
las costas opuestas. Al Sur del Estrecho, hasta el Oregón, se abrían
numerosos golfos a los barcos asiáticos: se ha dicho que el continente
americano vuelve la espalda al Asia; y esto, en lo que toca a la parte
septentrional del Nuevo Mundo, no es cierto. Es opinión de muchos
antropólogos--opinión muy combatida por Morton, Rink y otros sabios--,
que las tribus hiperbóreas de América descienden de las emigraciones
del Asia, y en las dos orillas del Estrecho de Behring, la semejanza
de tipos, de costumbres y de lenguaje, es tal, que no admite duda la
identidad de raza de aquellos habitantes[102]. Para los que aceptan
el parentesco de los esquimales con los mogoles siberianos, toda la
mitad de la América del Norte, debió poblarse con gentes de origen
occidental. Por otra parte, se nota la influencia polinesia en las
construcciones, en los trajes y en los adornos de los insulares de
América del Noroeste, desde Alaska al Oregón; y la _corriente negra_
que atraviesa el Pacífico boreal, frecuentemente ha llevado objetos
japoneses: desde comienzos del siglo décimo séptimo, se pueden citar
más de sesenta ejemplos de este hecho[103]. A veces, como en 1875, la
corriente arrastró bajeles que habían naufragado en la otra parte del
mundo, y, según muchos historiadores y arqueólogos[104], la propaganda
budhista y, por consiguiente, la civilización del Asia, durante los
primeros siglos de la Era cristiana, debió influir directamente en
los habitantes de México y de la América Central. En las esculturas de
Copán y de Palenque, se han encontrado imágenes sagradas absolutamente
semejantes a las del Asia oriental y, en particular, el _taiki_,
símbolo muy venerado por los chinos, que representa--dice Hamy--, _la
combinación de la fuerza y de la materia, de la actividad y de la
pasividad, del macho y de la hembra_. Sea o no aceptable la hipótesis
relativa a la influencia budhista, no cabe duda que al Asia, es decir,
al Oeste de los continentes americanos, se refieren las más antiguas
relaciones transoceánicas»[105].

       [101] Barco de pesca de Groenlandia, hecho con piel de foca.

       [102] A. de Chemisso--Waitz.--Oscar
       Peschel,--Petitot.--Whymper.

       [103] Brooks, _Comptes rendus de la Société de Geographie_ (2
       julio 1886).

       [104] De Guignes, _Les navigations des Chinois_, 1761.--M. de
       Humboldt, _Vues des cordilléres et des monuments des peuples
       indigenes de l'Amerique_.--Kohl, _Geschichte, der Entdecung
       Amerika's_. Neumann.--De Quatrefages.--Hamy.--Hervey de Saint
       Denis.--Désiré Charnay.

       [105] _Geografía Universal._--_América boreal_, etc., págs. 5
       y 6.

Consideremos las opiniones de algunos sabios acerca de la comunicación
de América con Africa, debiendo fijarnos principalmente en lo que dicen
los libros de Platón, Teopompo de Quio, Aristóteles, Diodoro Sículo y
Séneca.

Platón, después de exponer en su famoso tratado de la _República_ el
plan para organizar un Estado de la mejor forma posible, escribió
«comentarios de aquellas mismas ideas y desarrollo de otras más o menos
conexas con ellas?»[106].

       [106] Eduardo Saavedra, _Conferencia pronunciada en el Ateneo
       de Madrid el 17 de febrero de 1891_, pág. 7.

En el _Timeo_, otro de los libros del filósofo griego, se lee lo
que a continuación copiamos: «Entonces era el mar navegable en esos
parajes, puesto que existía una isla enfrente de la embocadura, que
designamos con el nombre de Columnas de Hércules, y esta isla era mayor
que la Libia y el Asia juntas, y desde ella pasaban a otras islas en
sus viajes los hombres de ese tiempo y desde estas islas al extenso
continente directamente opuesto, que está limitado por el verdadero
mar. El mar, que se halla dentro de la embocadura de que hemos hablado,
es aparentemente un puerto con la entrada estrecha: pero el otro que
está más allá es en realidad un mar, y la tierra que le rodea debía,
con mayor corrección y con absoluta verdad, llamarse continente.»

Mayor importancia tiene para nuestro objeto el libro intitulado
_Critias_. Refiere Critias lo que un ascendiente suyo había oído a
Solón, quien a su vez lo aprendió en Egipto de cierto sacerdote de
Sais, conocedor de los libros históricos guardados en un templo de
la misma ciudad. La doctrina desenvuelta por el sabio legislador en
un poema, iba dirigida a demostrar que nueve mil años antes de aquel
tiempo, el pueblo ateniense, organizado casi igual al plan expuesto
en los libros de la República, llegó a la mayor grandeza, lo mismo
por sus virtudes cívicas que por sus triunfos militares. La misma
ventura--pues las circunstancias eran las mismas--logró la Atlántida;
pero allí y aquí la corrupción de costumbres atrajo el castigo del
cielo y mientras en Grecia grandes inundaciones asolaron la tierra,
dejando apenas rudos montañeses, ignorantes de las leyes y de los
hechos heroicos de sus antepasados, la Atlántida, castigada por
terribles terremotos, se sumergió en el fondo del mar. Tales sucesos--y
por eso pudo decir con razón el sacerdote de Sais que los griegos eran
siempre niños--sólo encontraron cabida en los libros sagrados de los
egipcios. Luego trata Critias del origen de los atenienses, del clima y
gobierno del Atica, como igualmente de los atlantes, según la relación
egipcia. Prescindiendo de sucesos un tanto legendarios, dice que se
encontraba en la isla, entre los metales, el _oricalco_, muy abundante
y después del oro el más precioso. Añade que abundaban los animales
domésticos y salvajes, en particular los elefantes, siendo de notar que
había alimento de sobra lo mismo para los que pastaban en los montes
y llanuras, que para los que vivían en los mares, pantanos y lagunas.
Cultivábanse allí los árboles frutales, las flores y toda clase de
hierbas y de plantas. Causaba admiración el grandioso alcázar de los
Reyes, los puentes y los canales. Por último, eran sumamente curiosas
ciertas leyes y ceremonias de los atlantes.

Al hablar Platón de la Atlántida sólo se propuso que sus conciudadanos
viesen que el sistema político por él presentado tenía honrosos
antecedentes en antiquísimos tiempos. «Metido--como dice Saavedra--en
esa vía, no es de extrañar que fantaseara imperios, naciones, guerras y
cataclismos, pues no escribía historia, sino pura filosofía política.»
Pero, ¿qué hay de verdad en el relato de Critias? Creemos que el fondo
es verdadero, como así lo han mostrado los sabios franceses Gaffarel,
Luis Germain y otros.

Geógrafos e historiadores han estudiado en estos últimos años la
situación que debió ocupar la Atlántida. Ya Fernández de Oviedo hubo
de decir que la isla a que se refería el sacerdote egipcio era el
continente americano, y ya el sueco Olof Rudveck (1630-1702) la situó
en Suecia. Bailly la colocó más al Septentrión, y supuso que estuvo
en las actuales tierras de Groenlandia, Islandia, Spitzberg y Nueva
Zembla. Bael llevó el emplazamiento a la Palestina. Más acertados
estuvieron los que situaron la Atlántida en el mar _Tenebroso_ (Océano
Atlántico), allende del Estrecho de Gibraltar, o sea en la región
oriental del Atlántico, comprendida entre las islas de Cabo Verde, la
de la Madera, las Canarias y las Azores[107].

       [107] Véase artículo de D. Vicente Vera, publicado en la
       Crónica científica de _El Imparcial_, correspondiente al 10
       febrero de 1913.

El citado continente atlántico debió estar unido a América, quedando
allí como resíduos las Antillas, las Bahamas y la península de la
Florida. Que la Atlántida se hundiese bajo las aguas a consecuencia
de violentas conmociones del planeta, no en los últimos tiempos
del período terciario, como afirman algunos escritores, sino en el
cuaternario, o tal vez posteriormente; que los cataclismos fueran dos
mediando bastante tiempo del uno al otro, los sabios no se han puesto
de acuerdo, si bien se hallan conformes en que dichos cataclismos han
dejado como señales aquellas tierras atlántidas, y como huella de la
terrible sacudida volcánica, el humeante pico de Teide en la isla
canaria de Tenerife.

Sostienen algunos, entre ellos Berlioux, Profesor de _Geografía
Histórica_ en Marsella, y Fernández y González, Profesor de _Estética_
en la Universidad de Madrid, que los primitivos libios pertenecían a la
raza atlantea, siendo de igual modo cierto que de dicha raza procede el
bereber, bereber que pasando del Africa a España tomó luego el nombre
de ibero. Fijándonos en las Indias no dudamos de la comunicación de
atlantes y tal vez de europeos con los americanos. Estudios recientes
de geólogos, zoólogos y botánicos han venido, no a resolver, pero sí a
dar luz a cuestión que al presente despierta tanto interés.

Los geólogos que han estudiado los fondos de la región oriental del
Océano atlántico consideran como muy posible que en ella estuviese
situada la Atlántida. Entre ellos citaremos a M. P. Termier, Director
del servicio de la Carta geológica de Francia. Comienza diciendo que
durante el verano de 1898 se hallaba un buque empleado en el tendido
de un cable submarino entre Brest (ciudad de Francia, departamento del
Finisterre) y el Cabo Cod, sobre el Atlántico (Estado de Massachusetts
en los Estados Unidos), y como se rompiese el cable, se trató de
encontrar por medio de garfios.

Verificóse la operación entre los 47° de latitud Norte y 29° 40
longitud Oeste de París, a unas 500 millas al Norte de las Azores.
En aquellos sitios la profundidad media del mar era de unos 3.100
metros. Hallóse el cable; pero no sin grandes dificultades y después de
recorrer con los garfios el fondo marino. Pudo apreciarse entonces que
dicho fondo presentaba los caracteres de un país montañoso con altas
cúspides, pendientes escarpadas y valles profundos, llamando también
la atención las pequeñas porciones minerales con fracturas recientes
que sacaron los garfios entre las uñas. Dichos minerales son partes
de una lava vítrea que tiene la composición química de los basaltos,
llamada _taquilita_ por los petrógrafos. Del estudio de ciertos
vidrios basálticos de las islas Hawai o Sandwich que se hallan en el
archipiélago de Polinesia u Oceanía Oriental, y de las observaciones de
M. Lacroix acerca de las lavas del Monte Pelado, en la Martinica (una
de las Antillas meñores francesas) se deduce--según el Sr. Vera--«que
las lavas encontradas en el fondo del Atlántico, en los parajes
indicados, se hallaban recubriendo el suelo cuando éste no estaba aún
sumergido. Este terreno se hundió después, descendiendo unos 3.000
metros, y como la superficie de las rocas ha conservado la disposición
escabrosa, las rudas asperezas y las aristas vivas correspondientes a
erupciones lávicas muy recientes, es preciso admitir que el hundimiento
fué muy brusco y se verificó muy poco después de la emisión de las
lavas; de no ser así, la erosión atmosférica y la acción de las olas
hubieran suavizado las asperezas, nivelado las desigualdades y allanado
en gran parte la superficie del suelo.

Así, pues, según los datos que suministra la Geología, se advierte una
extrema movilidad en la región atlántica, sobre todo en la porción
correspondiente al encuentro de la depresión mediterránea con la gran
zona volcánica de tres mil kilómetros de anchura que corre de Norte a
Sur en la mitad oriental del Atlántico. Se tiene, asimismo, la certeza
de haber ocurrido en dicha zona grandes hundimientos de terreno, en
los que islas y aun continentes han desaparecido. Se puede asegurar,
además, que estos hundimientos han sido muy rápidos y algunos de
ellos acaecidos en la época cuaternaria, habiendo, por lo tanto,
posibilidad de que el hombre haya sido testigo de ellos. Geológicamente
hablando, resulta, por consiguiente, que la historia de la Atlántida es
perfectamente verosímil, refiriéndose a un país situado en la región
atlántica a que se viene haciendo referencia.

Veamos ahora lo que dicen zoólogos y botánicos: M. L. Germain,
naturalista francés, habiendo examinado detenidamente la fauna y la
flora actuales de las islas Azores, Canarias, Madera y Cabo Verde,
deduce que necesariamente los cuatro archipiélagos citados han estado
unidos al continente africano hasta una época muy próxima a la
nuestra, por lo menos hasta el fin del terciario. Añade también que
el continente que abrazaba los cuatro archipiélagos nombrados estuvo
unido a la Península Ibérica hasta los tiempos pliocenos, cortándose la
comunicación en el transcurso de dichos tiempos pliocénicos.

Es verdaderamente singular que los moluscos pulmonados llamados
pleacinidos sólo se encuentran en las citadas islas y en la América
Central.

Bien merece que traslademos a este lugar la última parte del artículo
del Sr. Vera. «Finalmente, deben ser citados otros dos hechos,
relativos a los animales marinos, que no pueden explicarse sino por
la persistencia hasta tiempos muy próximos a los actuales de una
costa marítima que corriese desde las Antillas al Senegal y que
uniera la Florida, las Bermudas y el Golfo de Guinea. Estos hechos
son los siguientes. Existen quince especies de moluscos marinos que
viven tanto en las Antillas como en las costas del Senegal, y estas
quince especies no se encuentran en ninguna otra parte del mundo, no
pudiéndose explicar su existencia en regiones tan distantes como las
referidas por el transporte de los embriones. Por otra parte, la fauna
madrepórica de la isla de Santo Tomé comprende seis especies, una de
ellas, fuera de Santo Tomé, no se encuentra más que en la Florida, y
cuatro de las restantes no se hallan más que en las Bermudas. Como la
vida pelágica de las larvas de las madréporas dura solamente muy pocos
días, es imposible atribuir a la acción de las corrientes marinas esta
distribución geográfica tan extraordinaria.»

Teniendo todos estos hechos en cuenta, M. Germain se ve inducido a
admitir la existencia de un continente atlántico que estuvo unido a la
Península Ibérica y a la Mauritania y que se prolongaba a considerable
distancia hasta el Sur, de modo que podía contener algunas regiones
correspondientes al clima de los desiertos que hoy se presentan en
el continente africano. En la época miocena, este continente llegaba
hasta las Antillas. Partióse después, primeramente por el lado de las
referidas Antillas; luego, hacia el Sur, dejando una costa que iba
hasta el Senegal y hasta el fondo del Golfo de Guinea, y, por último,
fragmentándose por el Este, durante la época pliocénica, a lo largo de
la costa de Africa. El último resto de este gran continente, sumergido
finalmente y no dejando más vestigios que los cuatro archipiélagos de
las Canarias, Madera, Cabo Verde y Azores, pudo ser la Atlántida de
Platón.

«Todos estos hechos son interesantísimos, y prueban indudablemente
las grandes variaciones geográficas que ha debido experimentar la
superficie del planeta en la vasta región hoy ocupada por el Océano
Atlántico. Pero muy bien pueden haber ocurrido todas estas variaciones
sin que a ellas se refiera lo que Platón relata con respecto a la
Atlántida. Esta cuestión tiene otro aspecto que los geógrafos hasta
ahora y naturalistas actuales no han estudiado, y que puede variar por
completo el aspecto del problema.»

Sobre el particular creemos importantes las siguientes observaciones
de D. Lucas Fernández Navarro, Catedrático de la Universidad Central.
Al decir Platón que la Atlántida estaba enfrente de las Columnas
de Hércules, «sólo a Madera o las Azores puede referirse. Las
Canarias eran bien conocidas de los griegos, y si a ellas hubiera
querido aludir, no habría dejado de señalar su situación mucho más
meridional»[108]. Más adelante añade: ... lo cierto es que los rasgos
topográficos parecen acusar para las Azores origen distinto del de los
demás Archipiélagos. Aquél, emplazado sobre la línea mediana de altos
fondos parece verdadera y originariamente atlántico, mientras que
los otros se relacionan con el continente europeo (Madera) o con el
africano (Salvajes, Canarias, Cabo Verde)[109].

       [108] _Estado actual del problema de la
       Atlantis._--_Conferencia leída en sesión pública de la Real
       Sociedad Geográfica el 3 de abril de 1916_, pág. 32.

       [109] _Estado actual del problema de la
       Atlantis._--_Conferencia leída en sesión pública de la Real
       Sociedad Geográfica el 3 de abril de 1916_, pág. 33.

Terminaremos asunto de tanto interés con esta pregunta: La existencia
de la Atlántida, ¿pertenece a la novela o a la historia? La autoridad
del _divino_ Platón por una parte, el recuerdo de otros antiguos
relatos análogos, y los estudios recientes de naturalistas y geólogos,
hacen sospechar--no a sostener como si lo viésemos--que la verdad
resplandece en el fondo poético de la narración contada por Critias.

Del mismo modo, antes de pasar a otra materia, haremos constar que, si
el filósofo más grande de la antigüedad se ocupó de la Atlántida en sus
_Diálogos_, el inspiradísimo vate catalán, Mosén Jacinto Verdaguer (n.
en Folgarolas, cerca de Vich, el 1845 y m. en Barcelona el 1902) tomó
también la Atlántida como tema de su inmortal epopeya.

Poco antes o después que Platón, otro escritor griego, Teopompo de
Quío, hubo de citar una tierra llamada _Merópida_, más allá de las
Columnas de Hércules, que se sumergió en tiempos remotos bajo las
aguas. Aunque nada dice Teopompo de los poderosos Reyes ni de las
victorias con que el filósofo de la Academia adornó su poema, afirma,
sin embargo, que poblaban la isla animales corpulentos, los cuales
morían siempre por herida de piedra o golpe de maza, pues los hombres
de aquellas tierras no conocían el uso del hierro, disfrutando, en
cambio, del oro y de la plata. Los que dictaron la narración de
Teopompo, debieron visitar, según Saavedra, «una isla cuaternaria con
sus grandes mamíferos, con sus hombres armados de hachas de piedra
y mazas de madera, forjadores del oro y la plata y desconocedores
del hierro y del bronce. Las familias salvadas del naufragio de la
grande isla y las de las tierras inmediatas que lo presenciaron,
transmitieron, a mi ver, la memoria del suceso de padres a hijos,
de tribu a tribu, de nación a nación; y así llegó a oídos de los
sacerdotes egipcios, y tal vez por algún otro conducto a noticia de los
rapsodas atenienses, quedando fundada una tradición mítica cuyo sólido
cimiento pone al descubierto la ciencia moderna»[110].

       [110] Ibidem, pág. 12.

Aristóteles, en su libro _De Mirabilibus_, se expresa de esta manera:
«Se refiere que en el mar que hay más allá de las Columnas de Hércules
descubrieron los cartagineses una isla desierta, distante muchos días
de navegación, la cual contenía toda clase de árboles, ríos navegables,
y era notable por la diversidad de frutos. Los cartagineses acudían
allí las más de las veces con motivo de tales recursos, yendo y
estableciéndose en ella; por cuya causa, el Senado cartaginés prohibió
semejantes viajes bajo pena de muerte, y desterró a los que se habían
establecido allí, de miedo de que, informándose del hecho, otros se
preparasen a luchar contra ellos por la posesión de la isla y decayera
la prosperidad de los cartagineses.»[111]

       [111] _Aristotelis Stagiritæ Opera_, págs.
       1640-1656.--Lugdvni, MDXLII.

Diodoro de Sicilia, en el cap. II del libro 3.º, refiere lo siguiente:
«Después de haber tratado de las islas que caen al Oriente, dentro de
esta parte de las Columnas de Hércules, nos lanzaremos a la sazón al
gran Océano para ocuparnos de aquéllas situadas más allá de él; porque
enfrente de Africa existe una isla muy grande en el vasto Océano, de
muchos días de navegación, desde la Libia, en dirección a Occidente.
Es allí el terreno muy fructífero, aun cuando sea montañoso en gran
parte; pero muy parecido a tierra de vega, que es lo más placentero
y agradable de todo lo demás; porque está regado por varios ríos
navegables, embellecido con muchos y alegres jardines, plantado con
diferentes clases de árboles y abundancia de frutales, todo ello
atravesado de corrientes de agua dulce. Los pueblos están decorados
con majestuosos edificios, pabellones para celebrar banquetes aquí
y allí, agradablemente situados en sus jardines y huertas. En ellos
se recrean durante la estación de verano como en lugares a propósito
para el placer y la alegría. La parte montañosa del país está formada
por muchos y grandes bosques, y por toda clase de frutales, y para
mayor deleite y diversión de los que habitan en estas montañas,
resulta que siempre, y a cortas distancias, se abren los bosques en
valles placenteros, regados con frescas fuentes y manantiales. Y,
verdaderamente, toda la isla abunda de nacimientos de agua dulce;
de donde los pobladores, no sólo reciben gusto y alegría, sino que
mejoran de salud y de fuerzas corporales. Allí encontraréis caza mayor
abundante de toda clase de animales silvestres, de los cuales hay
tantos que nunca faltan en sus suntuosas y alegres fiestas. El mar
inmediato los provee de mucha pesca, porque el Océano abunda allí en
toda clase de pescado. El aire y clima de esta isla son templados y
saludables, hasta el punto que los árboles producen frutos (y se hallan
también frescas y hermosas otras producciones de aquella tierra) la
mayor parte del año, de manera que dicha isla, por su magnificencia en
todas las cosas, parece más bien la residencia de alguno de los dioses,
que de los hombres...»

Creen algunos autores que Séneca, en su tragedia _Medea_, anuncia o
predice el descubrimiento del Nuevo Mundo[112]. Tales son sus palabras:

                  _Venient annis_
    _Sæcula seris, quibus Oceanus_
    _Vincula rerum laxet; et ingens_
    _Pateat tellus, Tiphysque novos_
    _Detegat orbes, nec sit terris_
    _Ultima Thule._

       [112] Acto II, versos 375 a 379 y final del coro.

«Día vendrá, en el curso de los siglos, en que el Océano cortará los
lazos con que aprisiona al mundo, la tierra inmensa se abrirá para
todos, el mar pondrá de manifiesto nuevos mundos, y Thula no será ya la
última región de la tierra.»

No es absurdo suponer que en los albores de la edad cuaternaria
llegasen, por un lado, las razas braquicéfalas del Oriente de Asia, y,
por otro, las razas dolicocéfalas del Occidente de Europa, encerradas
en el continente americano, cuando se formó el Estrecho de Behring y
cuando se sumergieron las tierras que se extendían de Africa a América.
Confundiéronse entonces las razas braquicéfalas y dolicocéfalas,
y formaron toda esa variedad de razas mixtas, predominando los
occidentales en los patagones e iroqueses, por ejemplo, razas
dolicocéfalas y de elevada estatura, y los orientales en los peruanos y
pueblenses, razas braquicéfalas, de talla menos que mediana[113].

       [113] Véase Antón, Conferencia pronunciada el 19 de mayo de
       1891 en el Ateneo de Madrid acerca de la _Antropología de los
       pueblos de América anteriores al descubrimiento_, págs. 46 y
       47.

Los indios no autóctonos, ¿de dónde proceden? No ha faltado quien
sostenga que los egipcios de Africa, valiéndose de la Atlántida,
llegaron y poblaron a América. Dice Castelnau que los matrimonios entre
hermanos, la poligamia real, la adoración al Sol, la creencia en la
transmigración de las almas y en la vida futura, las ruinas de los
monumentos, etc., señales son que indican la fraternidad de egipcios
y peruanos. Egipcios e indios--según ha podido observarse--tenían
igualmente grueso y duro el casco de la cabeza. Además de esta calidad
exterior entre los dos pueblos, no tiene menos importancia otra
interior, la cual consiste en que unos y otros son vivos e inteligentes
cuando son mozos, y necios y torpes conforme van entrando en años. Otra
de las razones consiste en que los mejicanos, los de Yucatán y otros
indios dividían el año casi lo mismo que los egipcios. En la escritura
tampoco se diferenciaban mucho indios y egipcios. Los primeros usaban
figuras de animales, hierbas e instrumentos de diferentes clases, y
los últimos de geroglíficos. Por lo que a la arquitectura respecta,
las pirámides de Egipto tenían mucha semejanza a las de los indios.
Egipcios e indios eran supersticiosos e idólatras; unos y otros
adoraban al Sol, a la Luna, a las estrellas y a los animales. Tanto
los egipcios como los indios se casaban con sus hermanas; entre los
últimos citaremos el Inca: también debemos notar que los Monarcas de
una y otra parte tenían muchas mujeres; aquéllos y éstos guardaban
profundo respeto a los viejos; los primeros y los segundos usaban mucho
los baños. De modo que los egipcios, de todos los pueblos del Mundo
Antiguo, son los más parecidos a los indios, pudiéndose afirmar que los
pueblos americanos descienden del antiguo Egipto[114].

       [114] Véase Fr. Gregorio García, ob. cit., lib. IV. párrafo I,
       págs. 218-234.

Sostienen algunos autores que los indios proceden de los griegos; estos
griegos debieron ir a las Indias antes del florecimiento de Cartago
y antes que los poderosos cartagineses cerrasen el Estrecho a sus
enemigos del mediodía de Europa. Semejante opinión puede fundarse en
lo siguiente: dice el dominico Fr. Gregorio García, que hallándose él
en el Perú oyó decir a un español, que cerca de las minas de Zamora,
entre Zambieta y Paracuza, en una peña alta estaban esculpidos cuatro
renglones, cada uno de vara y media de largo, cuyas letras parecían
griegas. Del mismo modo, junto a la ciudad de Guamanga, a la orilla
del río Vinaque--según refiere Cieza--se encontró una losa, en la que
se destacaban ciertas letras que parecían también griegas. Hace notar,
por último, el P. García, que un mestizo de Nueva España le refirió que
en la provincia de Chiapas había algunos pueblos y en ellos edificios
labrados de cal y canto, con sus correspondientes pilares, en los
cuales estaba un letrero, que a dicho mestizo le pareció escrito en
griego. Además, si los muchachos, como dice Platón, solían en Grecia
contar las historias de cosas antiguas, en Nueva España, escribe el
Padre Acosta, los ancianos enseñaban a los mozos, para que éstos los
aprendiesen de memoria, los discursos de los oradores y muchos cantos
de los poetas más favoritos. Como observa San Isidoro, era costumbre de
los griegos llevar oradadas las orejas y con pendientes las mujeres,
y los indios, especialmente los incas del Perú, solían, en señal de
nobleza, agujerearse también las orejas.

Debe, además, tenerse en cuenta que los atenienses en sus guerras
con los de la Isla Atlántida adquirirían noticias de las Islas de
Barlovento y de la Tierra Firme de las Indias. Aparte de otras razones,
ciertas analogías entre la lengua griega con las de Nueva España y el
Perú, indican claramente las relaciones entre dicho pueblo europeo y
los mencionados de las Indias.

Por último, en Nueva España, los de la provincia de Chiapas, conocían
las tres personas de la Santísima Trinidad y denominaban al Padre
_Hicona_, palabra griega que quiere decir _Imagen_. En algunas
provincias llamaban a Dios _Theos_, debiéndose advertir que muchos
vocablos de la lengua mejicana se componen del dicho nombre, como
_Theotopile_, alguacil de Dios; _Theuxiuitl_, fiesta de Dios, etc.[115].

       [115] Véase ob. cit., libro IV, cap. XXI, págs. 189-192.

¿Proceden los indios de los fenicios? Refiere Aristóteles en un libro
que escribió _De las cosas maravillosas_ existentes en la naturaleza,
que unos fenicios habitantes de Cádiz navegaron cuatro días hacia el
Occidente, con el viento _appelliotes_ (solano o levante), llegando
a unos lugares incultos, ya descubiertos o ya cubiertos por el mar.
Cuando el mar los dejaba en seco se veían muchos atunes de mayor tamaño
que los que se encuentran en nuestros mares. Los fenicios, después
de salar los atunes, los trajeron para venderlos. Como estos peces
se hallan a la sazón en la isla de Madera, y también en la llamada
Fayal o de la Nueva Flandia, que es una de las Azores. En la noticia
dada por el filósofo griego se han fundado algunos escritores, entre
ellos Vanegas, para sostener que los americanos eran originarios de
los fenicios. Es de creer que los fenicios, luego que descubrieron la
citada Fayal, continuarían navegando hacia las demás de las Azores; no
se olvide que desde la primera, pues tan corta es la distancia, se ven
las últimas. Además, la curiosidad, tan natural en el hombre, les haría
llegar a las islas llamadas de Barlovento, y acaso a la Tierra Firme.
Sirven de fundamento a algunos escritores para sostener la citada
tesis las inscripciones fenicias--pues la invención de las letras fué
posterior--descubiertas en Guatemala, Venezuela y Brasil. Igualmente
se cita a este propósito que el fenicio Melkart y el Inca Manco-Capac
fundaron muchas ciudades y dieron a sus respectivos pueblos la unidad
política de que antes carecían. Unos y otros, fenicios e indios, hacían
dioses a los héroes de sus respectivos pueblos. También ambos pueblos
se entregaron y dieron crédito a agüeros, supersticiones y hechicerías.

Han dicho otros escritores que los indios proceden de los cartagineses.
Los cartagineses, aprovechando las noticias que recibieron de sus
progenitores los fenicios, emigraron a América. Varias son las
analogías que hay entre cartagineses y americanos: ambos usaban
geroglíficos en lugar de letras, empleaban el mismo sistema en sus
construcciones, se horadaban las orejas, tenían el mismo vicio de la
bebida, eran iguales las prácticas antes de hacer la guerra y adoraban
al Sol y a la Luna, ofreciéndoles análogos sacrificios[116]. Moraes
y Bocharto suponen que llegaron primero al Brasil, en tanto que el
maestro Vanegas afirma que fueron a la Isla Española, marchando
después a la de Cuba y a las demás islas de aquellos lugares, y de allí
hasta la Tierra Firme (Nombre de Dios, Panamá, Nueva España y Perú) y
finalmente hasta la parte de Oriente, donde están las islas de Java
Mayor y Menor[117].

       [116] Juan de Torquemada, _Monarquía Indiana_, tomo I, libro
       1, cap. X.

       [117] Fr. Gregorio García, ob. cit., libro II, cap. I, pág. 42.

Refiere el historiador chino Li-yu-tcheu--y la noticia la reputamos
sólo como probable--que en el año 458 de nuestra Era, cinco religiosos
budhistas salieron de Samarkanda con la idea de difundir la doctrina de
Budha o Sakya-muni, la cual llevaron hasta el país de Fu-sang. Hánse
suscitado cuestiones acerca de si Fu-sang es tierra americana; los que
tal afirman no carecen de algún fundamento.

Léese en la Sagrada Escritura que Salomón recibió de Hirán, Rey de
Tiro, pilotos y maestros muy diestros en la mar, y que con ellos y sus
criados envió la flota, que había hecho en Asiongaber, a Ophir. Según
el historiador Josefo, Ophir era cierta región que en su tiempo se
llamaba _Terra Aurea_, palabras que traducidas al romance quieren decir
_Tierra del Oro_. ¿Qué se entendía por Ophir? Según la interpretación
de Vatablo, la Isla Española, y según Genebrardo y Arias Montano, con
otros autores, el Perú[118]. En el _Paralipomenon_ se dice que Salomón
cubrió el templo con láminas de oro muy fino, _Aurum Paruaim_, oro del
Perú. Téngase en cuenta que la terminación _aim_ es número dual en la
gramática hebrea, y conviene a las dos regiones Perú y Nueva España; de
modo que sería oro procedente de las citadas ambas regiones[119]. Todo
lo cual no tiene valor alguno, hallándose fuera de duda--como mostraron
varios escritores, entre ellos, el P. Acosta--que Ophir se refería a
las Indias Orientales.

       [118] Véase Fr. Gregorio García, _Origen de los indios
       del Nuevo Mundo_, libro I, cap. II, párrafo III, págs.
       15-17.--Madrid, 1729.

       [119] Véase Fr. Gregorio García, ob. cit., lib. IV, párrafo
       III, pág. 140.

Y en este lugar cabe preguntar: ¿Proceden los indios de las diez tribus
israelitas que Salmanasar IV (Sargoún), rey de Asiria, llevó cautivas
a Nínive con su rey Oseas? Consideremos ante todo las semejanzas que
hay entre hebreos é indios. En el libro cuarto de Esdras se lee lo
siguiente[120]: «Y porque la viste que recogía así otra muchedumbre
pacífica, sabrás, que estas son las diez tribus que fueron llevadas en
cautiverio, en tiempo del rey Oseas, al cual llevó cautivo Salmanasar,
rey de los asirios, y a estos los pasó a la otra parte del río, y
fueron trasladados a otra tierra. Ellos tuvieron entre sí acuerdo
y determinación de dejar la multitud de los gentiles, y de pasarse
a otra región más apartada, donde nunca habitó el género humano,
para guardar siquiera allí su ley, la cual no habían guardado en su
tierra. Entraron, pues, por unas entradas angostas del río Eufrates,
porque hizo el Altísimo entonces con ellos sus maravillas, y detuvo
las corrientes del río hasta que pasasen, porque por aquella región
era el camino muy largo de año y medio, y llámase aquella región
Arsareth. Entonces habitaron allí hasta el último tiempo; y ahora,
cuando comenzaren a venir, tornará el Altísimo a detener las corrientes
del río para que puedan pasar. Por esto viste aquella muchedumbre con
paz.» Del anterior texto sacan algunos autores que las diez tribus
fueron a Nueva España y al Perú, extendiéndose luego por los lugares
comarcanos, lo mismo por Tierra Firme que por las islas, _donde hasta
entonces no había habitado el género humano_. El Padre Gregorio García,
después de preguntar cómo podrían aquellas tribus llegar a las Indias
Occidentales, teniendo que pasar tanta inmensidad de agua y tanta
infinidad de tierra, contesta diciendo que pudieron ir poco a poco
por tierra a la gran Tartaria y luego a Mongul, en seguida pasar el
Estrecho «e ir al reino de Aunian, que es ya tierra firme de Nueva
España, aunque desierta, y parte de ella muy frígida, porque está en 75
grados de latitud al Norte. Desde este reino se pudieron venir hacia el
de Quivira y poblar la Nueva España, Panamá y las demás provincias y
reinos de las Indias Occidentales.» Cree Genebrardo que tal vez pasaran
al Nuevo Mundo por otros caminos semejantes al anterior, opinión
robustecida por la muy respetable y autorizada del P. Maluenda. Acaso
emprenderían otro camino las diez tribus y fué ir a la China, pasando
por mar a la tierra de Nueva España, cuya navegación no es muy larga.
Pudiera objetarse que cualquiera de los caminos que siguiesen las diez
tribus, tuvieron que recorrer mucha tierra, siendo de extrañar que no
hiciesen asiento en viaje tan largo o fueran muertos por gentes de
diferentes leyes, usos y costumbres.

       [120] Debe advertirse que hay cuatro libros con el nombre de
       Esdras; pero los dos últimos se consideran como apócrifos o no
       son reconocidos por canónicos en la Iglesia Latina.

Surge otra dificultad que consiste en que la Glosa Ordinaria y algunos
Doctores dicen terminantemente que las diez tribus trasladadas a
la Media _perseveraron siempre allí y perseveran hoy día_. A esto
se contestará que probado se halla por la misma Escritura que los
sacerdotes y levitas que había en las diez tribus, dejando a Jeroboán,
se pasaron a la tribu de Judá. Entre otras autoridades que se hallan
conformes con lo anteriormente expuesto, citaremos la del _Tostado_,
quien afirma que no todos los israelitas de las diez tribus fueron
trasladados a Asiria, sino que algunos marcharon a la tierra de Judá,
en particular de las tribus de Efrain, Manasés, Zabulón y Neftalín. De
modo que gente de las diez tribus, no las diez tribus, pudieron salir
de la Media y marchar a un país _donde nunca habitó el género humano_.
Además, téngase presente que muchos años antes había dicho Dios al
pueblo israelita las palabras que copiamos: _Derramarte ha el Señor por
todos los pueblos desde el principio de la tierra hasta sus términos
y fines_, dándose a entender con ello que no sólo habían de dirigirse
al Asia, al Africa y a Europa, sino también a las Indias. La profecía
no deja rincón del Mundo Viejo y Nuevo que no comprenda. Respecto a
la semejanza de los hebreos con los indios, consignaremos que los dos
pueblos son tímidos, medrosos, ceremoniáticos, agudos, mentirosos e
inclinados a la idolatría. Pruébase todo ello con ejemplos sacados
de la Sagrada Escritura. De igual manera se parecen los judíos y los
indios en muchas de sus costumbres, como también en sus leyes, ritos y
ceremonias. Por último, guardaban los indios las leyes del Decálogo,
habiendo no pocas analogías entre la lengua de los hebreos y la de los
mejicanos y peruanos[121].

       [121] Véase Fr. Gregorio García, ob. cit., libro III, págs.
       80-128.

Antes que dar por terminado asunto de tanto valor histórico, no huelga
exponer o relatar otras opiniones acerca de los orígenes de los
indios. Tal vez carecen de fundamento alguno, tal vez no tienen valor
científico; pero no deben ser relegadas al olvido o desconocidas.

La primera de dichas opiniones se refiere a si los romanos pueden
ser progenitores de los americanos, y los argumentos empleados para
confirmarla son los siguientes: Es tanta la semejanza entre el quechua
y el latín, que uno de los primeros obispos de la Orden de los
predicadores que vino al Perú, pudo componer una gramática quechua,
valiéndose de las raíces de la lengua del Lacio. Indios y antiguos
romanos tenían la costumbre de teñirse el rostro con bermellón. También
son pruebas de alguna importancia la existencia de los hechiceros, de
los sacrificios, de las casas religiosas de doncellas, etc. «No pasaré
en silencio--dice Marineo Sículo--en este lugar una cosa, que es muy
memorable y digna de que se sepa, mayormente por haber sido, según
pienso, pasada por alto de otros que han escrito. En cierta parte, que
se dice ser de la Tierra Firme de América, de do era obispo Fr. Juan
Quevedo, de la Orden de San Francisco, hallaron unos hombres mineros,
estando cavando y desmontando una mina de oro, una moneda con la imagen
y nombre de César Augusto; la cual, habiendo venido a manos de D. Juan
Rufo, arzobispo Consentino, fué enviada, como cosa admirable, al Sumo
Pontífice. Cosa es ésta que quitó la gloria y honra a los que navegan
en nuestro tiempo, los cuales se gloriaban haber ido al Nuevo Mundo
primero que otros, pues con el argumento de esta moneda parece claro
que fueron a las Indias mucho tiempo ha los romanos»[122]. Dicen, por
último, algunos escritores que debieron ser romanos los que aportaron
a Chile, por cuanto se han hallado en la imperial ciudad del reino
citado, águilas con dos cabezas, águilas que fueron siempre insignias
de los ejércitos del Lacio.

       [122] _Rex. Hispan._, lib. 19. cap. 16--Fr. Gregorio García,
       ob. cit., lib. IV, cap. XIX, pág. 174.

Asegura Hugo Grocio en sus _Disertaciones del origen de los Indios_,
que éstos descienden de los etiopes cristianos. En algún viaje por
la mar, dejándose gobernar por la furia de los vientos, llegaron
casualmente a Yucatán. Acompañaban sus mujeres a los etiopes, como
era costumbre entre aquellas gentes, no siendo tampoco de extrañar
que llevasen abundantes víveres, temiendo sucesos desagradables, tan
frecuentes en los viajes marítimos. Si las costumbres de los indios del
Yucatán eran iguales o parecidas a las de los etiopes cristianos, como
escribe Grocio, o eran diferentes y aun opuestas, como dice Laet, la
cuestión se halla sin resolver.

Dícese también que los troyanos, _más ilustres por su ruina que por
la majestad de su imperio_, pasaron a las Indias. Del P. Simón de
Vasconcelos son las siguientes palabras: «Otros dijeron que estos
primeros pobladores (de las Indias) fueron de nación troyanos y
compañeros de Eneas, porque después de desbaratados éstos por los
griegos en la famosa destrucción de Troya, se dividieron entre sí,
buscando nuevas tierras en que habitasen, como hombres avergonzados
del mundo y del suceso de las armas, algunos de los cuales dicen se
engolfaron en el largo Océano y pasaron a las partes de América.» Y
prosigue: «Que según esta opinión, los moradores de esta tierra pasaron
a ella por los años de 2806 de la Creación, 1156 antes del nacimiento
de Christo S.N.»[123].

       [123] Fr. Gregorio García, lib. IV. párrafo VIII, págs.
       263-265.

Los scythas, pueblos situados entre el Don y el Danubio, o sus
descendientes, pasaron a las Indias Occidentales, si damos crédito
a algunos escritores. Sostiene el P. Fr. Gregorio García que las
costumbres de los indios, cotejadas con las de los tártaros y otras
naciones scythicas, parecen las mismas, y aun las desemejantes, si
se estudian con detenimiento, se ve que son hijas de las que usaron
primeramente. El citado historiador refiere que los sacerdotes egipcios
tenían cierto parecido a los de los tártaros y turcos, añadiendo lo que
sigue: «Y últimamente, las ceremonias de Christianos, que se hallaron
desfiguradas entre los Indios, no es difícil las llevasen los Tártaros,
si, como se ha dicho, predicó en Tartaria Santo Tomás, antes que el
malvado Mahoma compusiese de retazos del Judaísmo y Nestorianismo, su
Alcorán; pues se ha de entender que los Tártaros y Scythas pasaron
antes que infamase el género humano Mahoma; porque si no fuera así,
se conservara entre los Indios la abominable memoria de su secta, la
cual ignoraron los indios, aunque en el Río de la Plata hay unos que,
por dichas causas, tuvieron su nombre, de que hace mención Barco:
_Mahomas_, _Epuaes_ y _Galchines_, etc.[124]. Es de notar que los
tártaros e indios sacrificaban hombres para celebrar sus victorias; que
los scythas e indios se sangraban de las orejas, y tanto los primeros
como los segundos fueron hechiceros; que los hunos eran inconstantes,
infieles, vengativos, furiosos y ligeros, igualmente que los indios;
que los lapones creían en sueños y se caracterizaban por su melancolía,
lo mismo que los indios; que los tártaros comenzaban el año en febrero
y contaban por lunas, igualmente que los de Nueva España y otros; que
los tibarenos y los cinguis, que habitaban lo último de Tartaria, se
metían en la cama cuando parían sus mujeres, como se cuenta de los
caribes, de los brasileños y de otros pueblos de las Indias; que la
medicina entre los scythas y tártaros apenas se diferenciaba de la de
los indios; que los turcos y tártaros mataban a los malhechores en
un palo, lo mismo que los indígenas de la Española y de la Florida.
Prescindiendo de otras semejanzas menos importantes, recordaremos que
los entierros entre los scythas o entre los mejicanos y peruanos tenían
mucho parecido, y las sepulturas del Chim de los tártaros y las del
Inca estaban formadas de la misma manera. Hugo Grocio tiene como cosa
cierta que ni los hunos, tártaros, turcos, ni otros scythas pudieron
pasar a las Indias, porque no hay noticia de que tuviesen navíos, ni de
que navegasen en la antigüedad por el Ponto Euxino, Mar Caspio ni por
la laguna Meotis. Niega, del mismo modo, que las trazas y costumbres de
los indios correspondiesen a las de los scythas, hunos y demás naciones
referidas...[125]. No tienen, pues, el mismo origen. Dado que tuviesen
algunas semejanzas, dice, nada importa, porque en todas las naciones
bárbaras e idólatras se manifiestan ciertas cualidades comunes.

       [124] Fr. Gregorio García, lib. IV, párrafo XII, págs. 300 y
       301.

       [125] Ibidem, libro IV, párrafo XIII. págs. 303 y 304.

El padre Fr. Gregorio García, tantas veces citado en esta obra, creyó
resolver cuestión tan complicada, diciendo que los indios que hay en
las Indias Occidentales y Nuevo Mundo no proceden de la misma nación y
gente, ni los del Viejo Mundo fueron de una sola vez, ni los primeros
pobladores caminaron o navegaron por el mismo camino y viaje, ni en un
mismo tiempo, ni de una misma manera, sino que realmente proceden de
diversas naciones, viniendo unos por mar y arrojados por las tormentas,
otros navegando tranquilamente y buscando aquellas tierras de que
tenían alguna noticia. Unos caminaron por tierra, otros compelidos por
el hambre o huyendo de enemigos circunvecinos.

Acerca de la procedencia de la gente que llegó al Nuevo Mundo, unos son
originarios de los cartagineses; otros de las diez tribus israelitas,
que fueron llevadas cautivas a Nínive; algunos de la gente que pobló o
mandó poblar Ophir (hijo de Iectan y nieto de Heber) en México y Perú;
no pocos de los que vivieron en la isla Atlántida, y los habitantes
de las islas de Barlovento, proceden de España, pasando antes por la
citada Atlántida. No faltan autores que les consideren originarios de
los fenicios o de los griegos o de los romanos. Tampoco dejaremos de
nombrar a los que sostienen, con mayor o menor fundamento, que proceden
de religiosos budhistas, de chinos, de tártaros o de otros pueblos.
En una palabra, la raza indígena de América es resultado de la unión
de todos los elementos étnicos dichos, pudiéndose citar, entre otras
razones, la diversidad de lenguas, de leyes, de ceremonias, de ritos,
de costumbres y de trajes, ya de cartagineses, hebreos, atlánticos,
españoles, fenicios, griegos, romanos, indios, chinos y tártaros.

En aquellos remotos tiempos debió suceder lo que al presente acontece
en nuestras Indias, donde hay españoles (castellanos, gallegos,
vizcaínos, catalanes, valencianos, etc.), portugueses, franceses,
italianos, ingleses y griegos, judíos y moriscos, gitanos y negros;
todos los cuales, viviendo en unas mismas provincias, naturalmente se
han de mezclar mediante casamientos, o mediante ilícita conjunción o
cópula[126].

       [126] Véase _Origen de los indios del Nuevo Mundo_, lib. IV,
       cap XXV, págs. 314-316.

Merecen atención profunda los estudios que ha hecho el Dr. Pablo
Patrón. Sostiene con razones de algún peso que los americanos proceden
de la Mesopotamia y que la lengua súmera tiene raíces que explican
el origen y significado de muchas voces de los varios idiomas que se
hablan en las dos Américas.

De una de las obras del insigne alemán barón de Humboldt copiamos
el siguiente e importante párrafo: «La comunicación entre los dos
mundos se manifiesta de una manera indudable en las cosmogonías,
los monumentos, los geroglíficos y las instituciones de los pueblos
de América y del Asia... Algunos sabios han creído reconocer en
estos extraños civilizadores de la América a náufragos europeos o
descendientes de los escandinavos, que después del siglo XI visitaron
la Groenlandia, Tierra Nova y puede ser que hasta la misma Nueva
Escocia; pero poco a poco que se reflexione sobre la época de las
primeras emigraciones toltecas, sobre las instituciones monásticas,
los símbolos del culto, el Calendario y la forma de los monumentos
de Cholula, Sogamoso y del Cuzco, se comprenderá que no es del Norte
de la Europa de donde Quetzalcoatl, Bochica y Manco-Capac han tomado
sus Códigos y sus leyes. Todo nos hace mirar hacia el Asia Oriental,
hacia los pueblos que han estado en contacto con los thibetanos, los
tártaros, schamanitas y los ainos barbudos de las islas de Jesso y de
Sachalín»[127].

       [127] _Vistas de las cordilleras y de los monumentos indígenas
       de América_, tomo I.

Con razones más o menos poderosas, no pocos autores escriben que otros
pueblos, además de los citados, pasaron a las Indias y se establecieron
en aquel país.

Después de ocuparse D. Juan Facundo Riaño de las semejanzas artísticas
entre el Nuevo y Viejo Continente, añade lo que a continuación
copiamos: «Demuestran fácilmente las anteriores observaciones, que
hubo en algún tiempo comunicación y relaciones entre la América y
los antiguos pueblos del Mediterráneo y del Oriente; pero se aducen
argumentos en contra que tienen importancia, hasta el punto de que hay
alguno que no encuentro manera de rebatir, dado el estado rudimentario
en que se encuentran todavía esta clase de estudios. Serán, si se
quiere, cuestiones de menor transcendencia; pero el pro y el contra se
debe estimar en toda discusión de buena fe; y así entiendo que merece
consignarse el principal argumento en contrario, que es el siguiente:
los americanos, a la llegada de los españoles, desconocían el uso
del hierro, la escritura alfabética, los animales domésticos y los
cereales; todo lo cual era perfectamente conocido de los pueblos que
les comunican las formas arquitectónicas que dejo indicadas. ¿Cómo
se justifica la deficiencia? Ya he significado que no encuentro hoy
medio de hacerlo, aunque posible será que el día menos pensado se
aclare la duda; mientras tanto, no pueden perder fuerza ninguna los
argumentos favorables a la importación de formas monumentales en aquel
país, porque se prueba con hechos tangibles, y porque el campo de los
testimonios auténticos se ensancha al compás de los estudios»[128].

       [128] _Discurso pronunciado en el Ateneo de Madrid_ el 26 de
       mayo de 1891, págs. 14 y 15.



CAPÍTULO III

  RELACIONES ENTRE AMÉRICA Y EUROPA DURANTE LA EDAD MEDIA.--LOS
  VASCOS ESPAÑOLES Y FRANCESES.--LOS INGLESES O IRLANDESES.--LA
  ISLANDIA.--ESCRITORES MODERNOS.--LOS SAGAS.--LAS CRÓNICAS.--EL
  IRLANDÉS GUNNBJORN.--ERICO EL ROJO EN GROENLANDIA.--BIARNE EN
  GROENLANDIA.--LEIF EN HELLULAND, MARKLAND Y VIRLAND.--THORWALL:
  SUS EXPEDICIONES; SU MUERTE.--EXPEDICIÓN DE THORSTEIN Y
  THORFINN.--THORFINNSBUDI.--LUCHA ENTRE GROENLANDESES Y
  ESQUIMALES.--¿ERAN LAS MISMAS REGIONES LAS VISITADAS POR LEIF Y
  THORFINN?--GUDRID EN ROMA.--EXPEDICIÓN DE FREYDISA EL 1011.--OTRAS
  EXPEDICIONES.--AUTENTICIDAD DE LOS SAGAS.--LA RELIGIÓN CATÓLICA
  EN EL NUEVO MUNDO.--LOS OBISPOS.--LOS DIEZMOS DE LOS COLONOS
  DE VINLANDIA.--LAS COLONIAS.--INTERRUPCIÓN DE LAS RELACIONES
  ENTRE NORMANDOS Y AMERICANOS: SUS CAUSAS.--CORRESPONDENCIA
  DE LUGARES ANTIGUOS CON LOS MODERNOS.--ESTATUA ERIGIDA EN
  BOSTON A LEIF.--TRABAJOS ARQUEOLÓGICOS.--CASAS DESCUBIERTAS EN
  CAMBRIDGE.--LEIF Y COLÓN, SEGÚN FASTENRATH.


Dáse en nuestros días como cosa cierta la comunicación de América con
Europa durante los Tiempos Medios. Cuéntase que los vascos españoles
y franceses, persiguiendo a la ballena en los mares del Norte,
descubrieron las islas y costas de la América Septentrional. Creen
Gaffarel y Marmette que la nomenclatura castellana de _Labrador_ y
_Tierra de labor_, patentiza su hallazgo por vascos españoles, y
respecto a Terranova, muchos nombres geográficos de dicha isla acusan
origen éuskaro. _Rognouse_ se asemeja a Orrongne, villa situada cerca
de San Juan de Luz; _Cabo Raye_, quizás proceda del vocablo arráico;
_Cabo Bretón_, es el nombre de un pueblo inmediato a Bayona; la
palabra _Gratz_ (promontorio), se deriva de la voz Grata. _Vlicillo_,
_ophoportu_, _portuchna_ y otras revelan su origen vascongado. Las
muchas denominaciones geográficas de procedencia vasca que se conservan
en Terranova y en la región francesa del Canadá, algunos determinados
rasgos de sus moradores, la circunstancia, por demás importante, del
largo tiempo que en los citados países se habló la lengua vascongada,
y cierta simpatía entre los colonos franceses de aquellas comarcas y
los españoles, hacen sospechar, con fundamento, si pescadores vascos y
franceses, allá en tiempos lejanos, visitaron y poblaron alguna parte
de la América Septentrional[129].

       [129] Véase _Precedentes del descubrimiento de América en
       la Edad Media_, por D. Manuel María del Valle, Conferencia
       pronunciada en el Ateneo de Madrid el 11 de marzo de 1891.
       págs. 72-76.

Los ingleses o los irlandeses, ¿poblaron las Indias del Norte?
Dice Hornio que los ingleses, a causa de las guerras civiles en la
Inglaterra Occidental, abandonaron el país (por el año 1170, o por el
1190), y llegaron al Canadá. En otra parte, el mismo Hornio refiere
que los ingleses, cuando los sajones se apoderaron del territorio en
que ellos vivían, pasaron a las Indias y las poblaron. También han
presumido algunos autores que los indios descienden de irlandeses.
Cotejando las lenguas y costumbres de algunos pueblos del Norte de
América con las de los ingleses e irlandeses, se ha venido a deducir
que las diferencias no son muchas ni importantes[130]. Fijándonos
en los irlandeses, nada tendría de particular que fueran al Nuevo
Mundo, no sólos, sino después de su estancia más o menos larga en
Islandia, y formando parte de las expediciones de los irlandeses.
Las islas británicas, y en particular Irlanda, la verde _Erin_,
gozaron siempre fama de pueblos aventureros y marítimos. Las costas
de _Hvitramannaland_, que algunos llaman _Irland-it Mikla_, fueron
pobladas--según algunos autores--por irlandeses. Dicho lugar está
colocado al poniente de Irlanda e Islandia, esto es, en dirección de
América. Rafn, en sus _Antiquitates americanæ_, escribe: _Hanc putant
esse Hvitramannaland (Terra Hominum alborum) sive Irlandiam Magnam_.
Al paso que Rafn colocaba a Irland-it-Mikla en la parte meridional
de los Estados Unidos, tal vez en la Florida, Beauvois declara, sin
duda alguna con más acierto, que la verdadera posición de dicho país
se halla mucho más al Norte, ya en la isla de Terranova, ya sobre la
orilla de San Lorenzo.

       [130] Véase Fr. Gregorio García, _Origen de los indios_, etc.,
       libro 4.º, párrafo 6.º, págs. 260-262.

Comenzaremos haciendo notar, pues es asunto importante, que, ya
monjes de la iglesia anglo-latina e hijos de San Patricio de Irlanda,
ya religiosos de la iglesia cristiana fundada por San Colomba de
Escocia, llegaron (siglos VII y VIII) a las islas bañadas por el
Atlántico y conocidas con los nombres de Hébridas[131], Oreadas[132],
Shetland[133], Feroe[134] e Islandia[135]. Todo esto debe ser cierto,
por cuanto parece probado que los normandos, antes de colonizar a
Islandia, vieron allí hombres que llamaban _Papas_, tal vez cristianos,
los cuales vinieron por el mar de las comarcas de Occidente. Los
citados normandos, al llegar a Islandia, encontraron libros irlandeses,
campanas, cruces y otros muchos objetos, pudiendo deducirse que eran
_vestmannos_, esto es, hombres occidentales[136].

       [131] Archipiélago inglés al Oeste de Escocia.

       [132] Archipiélago inglés al Norte de Escocia.

       [133] Archipiélago inglés al Norte de Escocia.

       [134] Archipiélago dinamarqués al Norte de Escocia.

       [135] Isla dinamarquesa. La antigua Tule, según algunos
       autores, que se halla a los 13° y 50' de longitud, y 65° 4' de
       latitud.

       [136] _Antiquitates americanæ_, pág. 202.

[Ilustración: La Islandia de Olaus Magnus (1539)]

Algunos autores, después de estudiar la proximidad de Islandia
(grande isla dinamarquesa de Europa, en el Océano Glacial Ártico) con
Groenlandia (vasta comarca insular al Norte de América), han creído
que en los tiempos cuaternarios se comunicaban el Antiguo y el Nuevo
Mundo, por la parte de Occidente. Nosotros tenemos como cosa probada,
que Europa estuvo en relaciones con América durante el siglo X y
comienzos del XI. Si el doctor D. Diego Andrés Rocha, oidor de la Real
Audiencia de Lima, escribió, en el año 1681, curioso libro, afirmando
que entre los nombres indígenas del Perú antiguo y los de varios
pueblos de Europa, existían muchas y notables semejanzas, en nuestros
días se han escrito obras de reconocido mérito que tratan de la misma
materia. A Francia se debe la de Mr. Beauvois, intitulada _Decouvertes
de Scandinaves en Amérique du X^e au XIII^e siècle_, 1859; la de Mr.
Gravier, _Decouverte de l'Amérique par les Normands au X^e siècle_,
1874, y la de Mr. Gaffarel, profesor de la Facultad de Letras de Dijon,
y cuyo título es _Histoire de la decouverte de l'Amérique, depuis les
origenes jusq'a la mort de Cristophe Colomb_, 1892. Llaman la atención,
entre los norteamericanos, Eben Norton Horsford, _Discovery of América
by Northmen_, 1888, y _The problem of the Northmen_; B. F. de Costa,
_Decouverte de l'Amérique avant C. Colomb par les hommes du Nord_,
1869, y _The Icelandic Discoverers of América_, 1888.

En la Edad Media--según unos escritores en el siglo XII y según otros
en el XIII--se escribieron los Sagas[137], relaciones históricas y a
veces legendarias de la antigua Escandinavia (hoy Dinamarca, Suecia
y Noruega), que los poetas y cantores recitaban en las reuniones
públicas y en el seno de las familias. Recordaremos que en la segunda
mitad del siglo IX, cuando el terrible Haroldo Haarfager, después
de vencer en la famosa batalla de Hafursfiord, reunió bajo su cetro
la Noruega, muchos nobles y distinguidas familias se retiraron a
Islandia (Isla del hielo), buscando una libertad que no encontraban en
su desgraciado país. Organizóse en Islandia un gobierno republicano
dotado de instituciones religiosas y políticas, análogas a las de la
metrópoli. Respecto a la cultura no huelga decir que la lengua danesa
alcanzó extraordinario desarrollo, la poesía se cultivó con entusiasmo,
las letras y las artes llegaron a un verdadero estado de perfección.
Adoptaron, como era natural, los mismos usos y costumbres que habían
existido en su antigua patria antes de la tiránica dominación de
Haroldo.

       [137] El citado escritor Eben Norton Horsford, sostiene, en
       uno de los apéndices de su libro, que los _Sagas_ fueron
       redactados entre 1387 y 1395.

Del mismo modo que los normandos visitaron a Islandia,--isla que,
por su posición geográfica, es más americana que europea,--también,
en pequeños barquichuelos, recorrieron las costas occidentales y
meridionales de Europa, no sin decir orgullosos en sus cantos que el
huracán estaba a su servicio y los arrojaría donde ellos quisiesen
hacer rumbo.

Con la emigración de Noruega a Islandia aumentó en este último país la
afición a las tradiciones maravillosas. Los islandeses, recorriendo
anualmente las costas del Báltico y de Noruega, ora para recoger en su
antigua patria una herencia, ora por gusto de visitar a sus parientes o
amigos, renovaban la memoria de sus tradiciones. A su vez, el mercader
noruego iba a Islandia a vender los productos de su suelo natal y a
comprar las lanas y el pescado de los mares islandeses. Llegaba en el
otoño y no se volvía hasta la nueva estación. Durante su estancia era
acogido en una cabaña (_bar_) islandesa, y allí, durante las largas
noches de invierno, refería sus viajes y peligros en los mares, y
también las hazañas de los héroes noruegos. Por su parte, el islandés
que salía de su patria, después de recorrer dilatados países, regresaba
a su ahumada choza, donde, rodeado de sus compatriotas, contaba lo
que había visto y admirado. También, cuando llegaba un barco, acudían
todos, deseosos de saber noticias de Noruega, o de Dinamarca y Suecia.
«De modo que las tradiciones de toda la Escandinavia se depositaban
todos los años, como en un archivo de familia, revistiéndose de
aquella vaguedad e idealismo que les comunicaba la distancia, y
conservando, aun con mucha posterioridad, aquel carácter primitivo,
que se hallaba alterado en el continente por el roce con los pueblos
alemanes»[138].

       [138] C. Cantú, _Hist. universal_, tomo III, pág. 451.

Dichas tradiciones dieron origen a otros sagas o canciones históricas,
recogidas por cantores de país en país, ya en la choza del pescador y
ya en la tienda del guerrero, ora en la casa del magnate y ora en el
palacio del príncipe. Tales cantores, aunque no gozaron de la fama de
los bardos[139], se les acogía, sin embargo, cariñosamente en todas
partes. Los sagas, sencillos en la forma y en el fondo, transmitidos
de padres a hijos o de vecino a vecino, son--según Torfeo--187. Pueden
considerarse como el libro de las familias. El islandés, a la luz de la
lámpara alimentada por la grasa de la ballena, y rodeado de su familia
y criados, leía los Sagas, acompañando la lectura con explicaciones
y comentarios. La joven lechera los leía durante el invierno en los
establos, y cuando asomaba la primavera en las dehesas. Las paredes de
las casas, las entalladuras en madera o en acero, y los bordados de los
tapices, reproducían escenas de los _Sagas_[140]. Refiere Marmier, que
hallándose estudiando en Reykiavit el _Saga_, de Nial, le sorprendió
la hija de un pescador, la cual le dijo: «Ah, yo conozco ese libro que
he leído muchas veces cuando era niña», y al punto dió noticia de los
pasajes más bellos de la obra. Tiene razón Marmier al exclamar: «¿Sería
posible encontrar una artesana de París que conociese, por ejemplo,
la crónica de Saint Denis?» Prueba todo esto que los islandeses
conservaron sus tradiciones y las transmitieron oralmente, hasta que
las escribieron y emplearon con ellas los caracteres romanos.

       [139] Eran los bardos poetas nacionales de raza céltica.
       Acompañándose con la lira, celebraban la gloria de los dioses
       y de los héroes en las fiestas religiosas, como también
       excitaban los guerreros al combate. Fueron los más famosos
       Fingal y su hijo Osián.

       [140] El año 1261 Islandia volvió a unirse a Noruega. Entonces
       conocieron los islandeses la literatura alemana en tiempo del
       Grande Interregno (1250-1273) y de la primera, época de la
       Casa de Habsburgo.

Nosotros, después de haber leído los libros modernos que tratan del
asunto, como también las crónicas de Adam de Bremen (1043-1072), Ari
Thorgilson (m. 1148), el _Ladnama_ y Nicolás de Thingeyre, somos de
opinión que los normandos islandeses fueron los primeros europeos que
visitaron la América.

Por el año 920, el islandés Gunnbjorn descubrió unas islas situadas
entre Islandia y Groenlandia, las cuales tomaron el nombre de su
descubridor y que desaparecieron en 1456 a causa de erupciones
volcánicas. En el mapa de Ruysch (1508), se lee la siguiente leyenda:
«_Insula hec in anno Domini 1456 fuit totaliter combusta_»[141]. Erico
el Rojo, desterrado de Islandia por haber cometido un homicidio, se
lanzó, por el año 985 o 986, a descubrir tierras, siguiendo los pasos
de Gunnbjorn: logró percibir la costa oriental de Groenlandia en el
grado 64 de latitud septentrional, continuó su viaje por el Sur,
dobló el cabo que los antiguos islandeses denominaban Hvarf, y hoy
llamamos Farewell, viniendo, por último, a fijar su residencia sobre
la costa occidental, en el _fiord_[142] de Igaliskko, que denominó,
para perpetuar el nombre de su persona, _Eriksfiord_. Allí comenzó
la construción de vasto edificio, adosado a una roca, y que llamó
_Brattahlida_. Volvió Erico el Rojo a Islandia con objeto de estimular
a sus compatriotas que le siguiesen hacia el país que él denominaba
_Tierra Verde_, que no otra cosa significa Groenlandia[143]. En el
mismo año que Erico regresaba a Brattahlida, 35 navíos islandeses
se dirigían a Groenlandia, llegando a su destino sólo 14, pues los
restantes se habían perdido a causa de las tempestades y borrascas
del Océano. Con los islandeses que lograron salvarse fundó Erico una
colonia, la cual, dos siglos después, contaba con 8.400 individuos, y
según otros, con 10.000, distribuídos en 280 establecimientos.

       [141] Véase Nordenskiol, _Facsimile-Atlas_, tom. XXXII.

       [142] Fiord, quiere decir sitio o paraje.

       [143] En nuestros tiempos, el marino Davis le dió el nombre de
       _Tierra de desolación_.

Por el año 986--cuentan los Sagas del Códice Flateyense el intrépido
joven Biarne, hijo de Heriulf, salió de Noruega en busca de su padre,
que moraba en Islandia. Cuando al llegar a Islandia recibió la
noticia de que su padre había marchado con Erik hacia las regiones
occidentales, sin descargar la nave, emprendió el mismo camino,
encontrando al poco tiempo una tierra donde se levantaban pequeñas
colinas y se hallaban bastantes selvas. A las veinticuatro horas de
navegación divisó una llanura poblada de árboles, pasados tres días
pudo distinguir una isla cubierta de nieve y grandes masas de hielo, y,
últimamente, a los cuatro días, tuvo la dicha de llegar a Groenlandia,
siendo recibido con grandes muestras de cariño por su padre y por Erik.

Regresó Biarne a Noruega, y si damos crédito a modernos escritores,
especialmente a Yeclercq, las comarcas recorridas por el famoso marino
debieron ser las de Nantuket, Nueva Escocia y Terranova. Gravier afirma
que fueron las cuatro comarcas de Nueva Inglaterra, Nueva Escocia,
Terranova y golfo de Maine; y Geffroy, no sólo declara que llegó a
las costas de América, sino que descubrió el río San Lorenzo. Parece
verosímil que el continente encontrado por Biarne y sus compañeros
fuese, ya las costas del Labrador, ya las de los modernos Estados
Unidos, y por lo que respecta a la isla, podría corresponder, según
la autorizada opinión de Gaffarel, a Terranova o a cualquiera de las
situadas en los Estrechos de Davis y de Hudson. Dedúcese todo esto
por el probable derrotero del viaje, y también por la posición y
caracteres de las tierras indicadas[144]. Llegase o no Biarne a las
costas americanas o del Nuevo Mundo, su nombre figurará siempre entre
los intrépidos navegantes.

       [144] Véase Valle, ob. cit. págs. 33 y 34.

El nunca bastante alabado Leif Erikson, hijo de Erico el Rojo y
que vivió en la corte de Olaf u Olaw I de Noruega (996-1000) fué
el continuador de la obra de Biarne. Cuando la mayor parte de las
naciones o pueblos de Europa se hallaban sobrecogidos de espanto y
de terror porque se aproximaba el año 1000, tristísimo año 1000, que
llevaba consigo el fin o acabamiento del mundo y, por consiguiente,
la muerte de la humanidad; cuando el rey Olaf, recién convertido al
cristianismo, hacía difundir su religión por todos sus Estados, el
marino Leif acometió la empresa desde las regiones más septentrionales
de Europa, de buscar, surcando el Atlántico, los países que sus
predecesores Gunnbiorn, Erico el Rojo y Biarne habían descubierto,
pero no explorado. Leif, en un barco que compró y seguido de 35
hombres, se lanzó al Océano, y después de grandes trabajos, llegó a
una región llana, pedregosa, desolada y cubierta en muchas partes por
montañas de nieve, a las cuales dió el nombre de _Helluland_ (Tierra
pedregosa) y habiendo encontrado luego inmensas y dilatadas selvas,
llamó aquella tierra _Markland_ (Tierra de los bosques). A los dos
días de navegación llegaron los normandos a una isla, separada del
continente por peligroso estrecho. Descubríanse en la parte continental
corrientes aguas, saliendo de tranquilo lago. Decididos a permanecer en
aquellos lugares durante el invierno, levantaron barracas de madera,
a las que dieron el nombre de _Leifsbudir_ (Casas de Leif). El clima
era dulce, la tierra se hallaba alfombrada de hierba, y en el río y
el lago abundaban salmones. Cuando terminaron los modestos trabajos
de edificación, los inmigrantes se dedicaron a reconocer el país,
con cuyo objeto salían en grupos, no sin que el jefe les ordenara la
vuelta al acercarse la noche. Tardó un día más de lo justo uno de los
expedicionarios, alemán de origen, llamado Tyrker, amigo desde la
niñez de Leif. Como el citado jefe reprendiese su tardanza, contestó
Tyrker lo que sigue: «No me fuí tan lejos como suponéis; en cambio os
traigo algo nuevo, porque he encontrado viñas cargadas de uvas.» Por
esta razón Leif puso al país el nombre de _Vinland_ (Tierra del vino).
Llegada la primavera, Leif determinó regresar a su patria, cargando
la nave de pieles, maderas y uvas. Todos sus compatriotas alababan el
valor y la fortuna de Leif[145].

       [145] De _La Tribuna_, periódico de Madrid del 24 de Octubre
       de 1912, copiamos lo siguiente:

         «Un sabio americano, en el «American Museum of Natural
         History», trae una gran cantidad de datos acerca de una
         tribu de raza blanca que vive hace siglos en la isla
         Victoria, separada del resto del mundo. Estos blancos son
         cerca de 2.000 y los descendientes de una expedición mandada
         por Leif Erickson. Con motivo de su existencia, se trata
         ampliamente en dicho artículo de la cuestión precolombiana,
         y se afirma que América fué descubierta por los noruegos y
         escandinavos en el siglo X, es decir, cerca de cinco siglos
         antes que Colón condujese sus naves a aquellas tierras. La
         ciencia está conforme en que los escandinavos y noruegos la
         habían descubierto; pero también lo está en que no sabían de
         qué se trataba, y que estos pensaban, como pensó Colón, que
         eran las costas de Asia.

[Ilustración:

FOTOTIPIA LACOSTE--MADRID.

LEIF ERIKSON.]

Cuando corría el año de 1002, Thorwald, otro de los hijos de Erico,
aceptando los consejos de su valeroso hermano Leif, acompañado de 30
hombres, se lanzó a la mar y llegó a las barracas de Leifsbudir, donde
pasó el invierno. Durante la primavera se dedicó a recorrer la parte
meridional de Vislandia, encontrando pequeñas y pintorescas islas,
siendo la mayor de todas la que a la sazón llamamos _Longisland_.
Durante el otoño regresaron a Leifsbudir. En el verano siguiente
Thorwald y algunos de los suyos emprendieron la exploración de las
costas septentrionales. En la costa y sobre la arena hallaron tres
canoas de mimbres y en cada una de ellas tres hombres, los cuales
ocho perecieron a manos de los normandos, logrando sólo escapar uno.
Irritados los esquimales con semejante crueldad, cayeron sobre Thorwald
y los suyos, teniendo el jefe de los normandos la desgracia de morir
de un flechazo, habiendo antes encargado a sus compañeros que le
enterrasen en aquel sitio y pusiesen dos cruces sobre su tumba; en lo
futuro el cabo se llamaría _Krossanes_ (Promontorio de las cruces).
Thorwald fué el primer europeo que murió a manos de los americanos.

Los compañeros de Thorwald, temiendo mayores venganzas de los
esquimales, y habiendo cumplido las órdenes que les había dado el
difunto jefe, abandonaron, en el año 1005, aquellos lugares, y,
cargando el barco de productos del país, volvieron a la patria, donde
contaron los sucesos que les habían ocurrido, y muy especialmente la
muerte del valeroso caudillo.

Poco después un hermano de Thorwald, llamado Thorstein, acompañado de
su mujer, la inteligente Gudrid, y de 25 marinos, organizó la tercera
expedición, que fué más desgraciada que las anteriores. Contrarios
vientos les desviaron de su camino, y hasta la entrada del invierno
no pudieron arribar a Lysufiord, donde los recibió con generosa
hospitalidad un cierto Svart, en cuya casa cayó enfermo y murió
Thorstein, siendo sus cenizas trasladadas en el buque por la viuda y
Svart hasta Eriksfiord: allí tuvieron cristiana sepultura.

Por entonces (1002) llegó a Groenlandia rico noruego, descendiente de
reyes, que se llamaba Thorfinn o Karlsefn--pues con ambos nombres se le
conoce--el cual, con beneplácito de Leif, se hospedó en Brattahlida,
y por cierto, que habiéndose enamorado de Gudrid, contrajo con ella
matrimonio. Thorfinn hizo armar una flotilla de tres naves, dotadas de
160 individuos, algunos de ellos mujeres, varios animales domésticos
y abundantes provisiones. En la primavera del año 1007 partieron de
Eriksfiord, y, ayudados por favorables vientos, lograron divisar a las
veinticuatro horas de navegación los picos de Helluland, llegando a
_Markland_, país de exuberante vegetación; recorrieron en vano varios
sitios buscando la tumba de Thorwald, pasaron el cabo Kialarnés,
encontrando luego dilatada extensión de dunas, vastos desiertos y
estrechas riberas, a cuyas playas llamaron _Jurdustrandir_ (Playas
maravillosas)[146]. Luego que Thorfinn tuvo la satisfacción de que dos
de sus compañeros que habían salido a recorrer las costas volviesen con
grandes racimos de uvas y espigas de trigo silvestre, penetró en una
bahía grande y en seguida en una isla abundante de plumas y huevos de
_eiders_ (ánades), que llamó _Straumey_ (Isla de las corrientes). En la
citada bahía, que denominaron _Staumfiord_ (Bahía de las corrientes),
fundaron una colonia. Cuando llegó la primavera se dedicaron a cultivar
los campos, a la pesca y muy especialmente a la construcción de
barracas que les sirvieran de alojamiento.

       [146] Tal vez dieron dicho nombre por la frecuencia con que
       allí se observa el fenómeno del espejismo.

[Ilustración: Tipo esquimal (Estrecho de Behring).]

Grave contrariedad fué que les sorprendiese el invierno desprovistos de
caza y de pesca; pero la dificultad mayor consistió en el disentimiento
y enemiga entre el marino Thorhall, piloto de una de las embarcaciones,
y Thorfinn. Cada uno tomó diferente camino. Thorhall, deseando volver
a su patria, tomó rumbo hacia Europa, arribando a las costas de
Irlanda, donde--según dicen--murió en esclavitud. Thorfinn continuó sus
exploraciones, en busca siempre de Leifsbudir, llegando, no sin muchos
trabajos y estableciéndose enfrente de la colonia de Leif, con cuyo
objeto levantaron diferentes casas, que por el nombre de su fundador
recibieron el de _Thorfinnsbudir_.

A los quince días de establecerse en aquel país, apareció la bahía
cubierta de botes tripulados por esquimales. Dichos esquimales
bajaron a la costa y luego que contemplaron a los hombres blancos, se
retiraron. Volvieron en la primavera de 1008 y eran tantos los que
tripulaban las muchas canoas, que la bahía parecía hallarse cubierta de
carbón. Groenlandeses y esquimales entablaron relaciones de comercio;
los primeros dieron a los segundos vistosas telas encarnadas y vasos de
leche, en cambio de pieles, cestas de mimbre y otras cosas. Pronto--por
causas que desconocemos--la guerra sucedió a la paz. Ya Thorfinn había
tenido un hijo de Gudrid y ya los normandos vivían tranquilos en sus
posesiones de Vinlandia. Entonces, los skrelings, se lanzaron a la
lucha, y aunque al principio lograron algunas ventajas, fueron al fin
vencidos y se retiraron de Vinlandia.

Enojosa iba siendo a Thorfinn y los suyos la estancia en Vinlandia.
El deseo de volver a la patria, las cuestiones surgidas entre los
mismos normandos y la oposición de los naturales del país, obligaron
a Thorfinn a dar la vuelta a Groenlandia, no sin que en la travesía
explorase nuevos países y cogiera dos muchachos al pasar por las costas
de Markland. Dijeron los jóvenes skrelings, que más allá del sitio en
que fueron cogidos, había un país habitado por hombres que vestían
túnicas blancas y acostumbraban llevar pedazos de tela fijos en largas
varas. Estos pedazos de tela, según algunos críticos, eran estandartes
o banderas. Se sospecha con algún fundamento que tales noticias debían
referirse al territorio del _Hvitramannaland_.

En este estado nuestra narración, antes de pasar adelante, preguntamos:
pero, las regiones visitadas por los ilustres viajeros Leif y Thorfinn,
¿eran las mismas? Dúdanlo con más o menos razones algunos escritores.
Recordaremos, a este propósito, que el francés Nicolás Denys,
lugarteniente por Inglaterra de Nueva Escocia a mediados de la centuria
XVII, dió exacta noticia de la riqueza forestal del país, añadiendo
que las uvas eran tan grandes como nueces moscadas y algo ácidas,
porque crecían silvestres. Opinaba que si se tuviese más cuidado en la
elaboración del vino, éste sería de mejor calidad o de mayor gusto.
De la misma manera el trigo nacía espontáneamente en la parte sur de
Escocia y también era susceptible de mejoramiento.

No tenemos duda en que lo mismo Leif que Thorfinn encontraron uvas en
aquellas lejanas tierras; pero el trigo silvestre, que el segundo de
aquellos navegantes halló, no debió ser tal trigo, sino arroz indiano
(_Tizania aquatica_), producto mencionado por los viajeros que se
ocupan de las plantas de la tierra de la Nueva Escocia. También puede
afirmarse que Leif no vió indígenas, y Thorfinn tuvo que luchar con
los skrelings, que, como antes se dijo, pertenecían al grupo esquimal.

Conviene no olvidar que de las tres naves que en 1007 hizo armar
Thorffinn, y que salieron de Eriksfiord, pronto quedaron dos: una de
ellas, bajo el mando de Biarne, hubo de naufragar, logrando salvarse
pequeña parte de la tripulación en las costas de Irlanda[147]. En la
otra nave, después de tantos trabajos, Thorffinn y su familia pudieron
arribar a Groenlandia en el año 1011, trasladándose al poco tiempo a su
patria, «llevando consigo tan considerable número de objetos, traídos
de Vinlandia, que, según creencia de aquellos tiempos, jamás apareció
en las costas escandinavas embarcación mejor provista y cargada»[148].

       [147] Biarne sacrificó su vida por salvar la de sus compañeros.

       [148] Valle, Discurso leído en el Ateneo de Madrid el 11 de
       Marzo de 1891, págs. 43 y 44.

La noble Gudrid, al contraer matrimonio su hijo Snorre, matrimonio
que le llenó de alegría, salió de Islandia y se dirigió a Roma, donde
seguramente hubo de dar noticia de los descubrimientos de los normandos
en las regiones ultraoceánicas. La corte Pontificia oyó con interés las
curiosas e importantes narraciones de Gudrid, tal vez para aprovecharse
de ellas tiempo adelante. Al regresar a Islandia la buena viuda de
Thorffinn, formó el propósito de consagrar a la religión los últimos
días de su vida, retirándose con este objeto a un monasterio que su
hijo Snorre había hecho construir.

En el año de 1011, la célebre Freydisa, hermana de Leif, deseosa de
riqueza más que de gloria, después de convencer a su débil marido
Thorvard, organizó una expedición, saliendo de Groenlandia con una nave
de su propiedad y las de dos ricos islandeses, en busca de las tierras
que se proponían visitar. Desdichada fué la expedición, como lo fueron
otras de europeos hacia las playas americanas, llamando la atención
el silencio que guardan de ellas los _Sagas_ islandeses. Probado se
halla que un tal Hervador, a mediados del siglo XI, salió de Vinlandia
para trasladarse a las tierras de Hvitramannaland, «y queriendo--como
escribe Valle--invernar en ellas, remontó un río, deteniéndose luego
al pie de espumosas cascadas, que denominó _Hridsoerk_; paraje que,
según algunos, permite asegurar que los normandos prolongaron sus
exploraciones bastante al Sur de la América Septentrional, hasta
descubrir la bahía de Chesapeake, los ríos que allí desembocan y los
naturales despeñaderos de aguas que se observan en Potomac, por encima
de Washington»[149].

       [149] Ibidem, pág. 45.

No cabe duda alguna que en el año 1135 tres groenlandeses, apasionados
de aventuras atrevidas y peligrosas, se internaron en los Estrechos
que a la sazón llamamos de Davis y de Baffin, llegando a la isla
_Kingiktorsoak_ o de las Mujeres, en la latitud boreal de 72° 55',
en cuyo punto grabaron sobre una piedra la noticia de su estancia.
Refieren los _Sagas_ que por el año 1266 tres sacerdotes de la
diócesis de Gardar, llamado uno de ellos Halldor, siguiendo la
misma dirección que los anteriores, fueron sorprendidos por furiosa
tempestad, consiguiendo arribar a un punto donde el sol, en el 25 de
julio y día de Santiago, no se ocultaba en el horizonte, permaneciendo
muy alto durante la noche y muy bajo en las horas correspondientes
al día. Dichos navegantes, ¿alcanzarían el paralelo 75° 46' un poco
al Norte del Estrecho de Barrow, como han pensado algunos sabios de
nuestros días? Halldor y sus compañeros, ¿habrán precedido a Parry,
Ross, Franklin y demás viajeros de las regiones boreales? Casi a
los veinte años (1285), dos sacerdotes islandeses, Adalbrando y
Thorwald Helgason, se embarcaron para Markland, llegando a un país que
llamaron _Nyja Land_ o _Terranova_, nombre que tiene a la sazón. Tan
naturales y corrientes debieron ser esta clase de viajes, que habiendo
recibido Ivar Bardson en 1347 el encargo de visitar y describir los
establecimientos de los normandos en América, publicó su obra, y como
cosa corriente y sabida dió noticia de aquellas regiones. Dicha obra,
de inestimable valor, la publicó, primero Rafn en sus _Antiquitates
americanæ_[150], y después Major en el año 1873[151]. Por último,
viene a confirmar con toda claridad lo que decimos el siguiente hecho:
también en el año 1347 llegó a Islandia una nave, con 18 hombres,
procedente del país de Markland, no llamando a nadie la atención las
noticias que dieron del citado país, pues eran harto conocidas y
sabidas de todos.

       [150] Páginas 302-318.

       [151] Véase Gaffarel, ob. cit.

Creemos que nadie puede poner en duda los viajes de los normandos desde
últimos del siglo X o comienzos del XI en las regiones septentrionales
de América. Si algunos escritores, con poco sentido histórico, han
llegado a decir que los _Sagas_ son monumentos únicamente legendarios
o poéticos, les contestaremos que la crítica moderna los considera
documentos de inestimable valor, lo mismo por su fondo, casi siempre
verdadero, como por su sencillez y claridad.

No deja de tener también no poca fuerza, que sabios como Humboldt,
Rafn, Magnussen, Kohl, Horsford, Costa, Brown, Schmidt, Loffler,
Beauvois, Gravier, Gaffarel y otros, hayan declarado la autoridad
histórica de los Sagas, siguiendo el mismo camino la _Sociedad Real
de Anticuarios del Norte_, y, últimamente, el Congreso de Copenhague,
celebrado el 1883.

Acerca de si los establecimientos normandos fueron o no verdaderas
colonias, nada habremos de decir, como tampoco hace al caso discutir
sobre el fruto de las citadas expediciones; pero lo cierto es que
Europa se estuvo comunicando con América durante más de tres siglos.

Como si todos los datos expuestos fueran poco, debe consignarse que
la Iglesia Romana no olvidó a aquellos lejanos países, sobre los
cuales extendió la luz del Evangelio. Ora porque la famosa Gudrid
diese a conocer en la corte pontificia la existencia de los citados
territorios, ora porque los Papas desearan progresar y difundir la
Religión cristiana en países que conocían por otros medios, lo cierto
es que, desde mediados de la centuria XI, los obispos de Noruega e
Islandia, y poco después el establecido en Gardar, capital de la
Groenlandia, consideraron las posesiones del Vinland como una parroquia
alejada de su diócesis, que frecuentemente iban a visitar.

No habremos de pasar en silencio que el obispo Jon (Juan), en el
año 1059, habiendo ido desde Islandia a los territorios americanos
a predicar el Evangelio, los infieles le hicieron sufrir cruel
martirio. Corría el año 1121, cuando el islandés Erico Vpsi, al
considerar la situación religiosa de Vinlandia, renunció a la silla
de Gardar, dedicándose por completo a fortalecer a sus nuevos fieles
en la doctrina de Cristo. Tal vez con este asunto tenga relación la
demanda que en 1124 hicieron los colonos groenlandeses reunidos en
Asamblea general para que se hiciese el nombramiento de Obispo de
Gardar a favor de un cierto Arnaldo[152]. Desconocemos el resultado de
las predicaciones del Obispo Erico en Vinlandia; tal vez--como dice
Gaffarel--tengan su origen en las ceremonias religiosas de aquellos
tiempos ciertas costumbres que persisten en algunos puntos de la
América del Norte.

       [152] Gobernaron la diócesis de Vinlandia, desde el Obispo
       Erico Vpsi, en 1121, hasta Vincentius, que la regía en 1537,
       esto es, cuarenta y cinco años después del descubrimiento
       de Colón, 29 Obispos. Torfaeus publicó en la Historia
       Groenlandia, como también Gravier y otros, los nombres y las
       fechas correspondientes a los citados Prelados.

Del mismo modo, a nadie debe extrañar que la Iglesia procurara
proporcionarse recursos, lo mismo en las próximas que lejanas diócesis,
para el mantenimiento de las necesidades del culto y del clero. Es
cierto que allá por el año 1276, el arzobispo Jon, con la autoridad
del Santo Padre, delegaba sus funciones en tercera persona, la que
había de recoger el producto de los diezmos; y el Papa Nicolás III
(1277-1280), en carta escrita en Roma el 31 de enero de 1279, ratificó
los plenos poderes conferidos por el Arzobispo al mencionado anónimo
colector[153]. Pasados tres años, el mandatario llegó a Noruega con
los diezmos de los colonos de Vinlandia, que consistían, no en metales
preciosos como hubiera deseado la corte pontificia, sino en pieles,
dientes de morsa y barbas de ballena. Habiendo el Arzobispo consultado
al Papa lo que debía hacerse con tales cosas, contestó Martín IV
(1280-1285) que se enajenasen.

       [153] Dice D. Manuel del Valle que el producto de los diezmos
       estaba «destinado a la cruzada que entonces se predicó por
       toda Europa»; pero efeto nos parece poco exacto, pues las
       cruzadas generales habían pasado hacía bastante tiempo y
       también las de Luis IX de Francia, apenas se recordaban, sin
       embargo, de que la última dirigida contra Túnez, al frente
       de cuya ciudad murió de peste el Santo Rey, se verificó el
       1273. También habremos de observar que no fué Nicolás II el
       que escribió la citada carta, según afirma el Sr. Valle, sino
       Nicolás III.

Veinticinco años después, los tributos eclesiásticos de Vinlandia
figuraban en la suma de las collectas y se vendieron en 1315 al
flamenco Juan de Pré.

Pasamos a estudiar la organización de los normandos en Vinlandia.
Hallábanse constituídos en _colonias_, según la respetabilísima
opinión de Humboldt, de Gravier, de Eben Norton Horsford y de E.
Reclus. Formaban los citados establecimientos normandos una especie
de república, bajo la protección nominal de los reyes de Noruega; los
colonos mantenían con la metrópoli, especialmente con Groenlandia
e Islandia, relaciones frecuentes. Cambiaban las riquezas del país
(maderas finas, pieles de animales, dientes de morsa y aceite o barbas
de ballena), por el hierro y las armas que necesitaban; dedicábanse
también la mayor parte del tiempo--pues era para ellos el medio de vida
principal--a las ocupaciones de la pesca.

Desde el siglo XIV llegaron a interrumpirse o se interrumpieron del
todo las relaciones entre los normandos y americanos. Contribuyeron
a ello, sin duda, además de otras causas, los frecuentes ataques de
los esquimales, refractarios a la civilización europea, quienes se
atrevieron a atacar a los normandos en sus mismas fortificaciones.
Adquirió carácter tan cruel la lucha en el siglo XV, y tantas fueron
las lamentaciones de los colonos, que Nicolás V hubo de dirigir
famosa Bula--en el año 1448--a los obispos islandeses para que
ellos proveyesen a las necesidades de los cristianos perseguidos en
Groenlandia. Señalan también los historiadores otra causa, y fué la
peste negra que por entonces, habiendo ya causado numerosas víctimas
en Asia y en Europa, se extendió por América y despobló a Groenlandia
e Islandia, no siendo de extrañar que las últimas posesiones dejasen
de enviar expedicionarios o colonos a Markland y Vinland[154]. Por
último, no faltaron escritores que sostuvieron haberse interrumpido las
comunicaciones marítimas entre los países septentrionales de Europa y
los de América, por la formación de inmensos témpanos de hielo en la
parte superior del Atlántico.

       [154] No sabemos a qué peste negra se refieren los
       historiadores y que causó tantas víctimas en el siglo XV.
       Conocemos la que se desarrolló en el siglo XIV y que dejó
       desierto el país de Groenlandia y, más adelante, la que
       comenzó en los Estados de Flandes, penetró en España por
       Santander e hizo tantas víctimas en el año 1599. No tuvo
       menos importancia la que ocasionó a mediados del siglo XVII
       desgracias sin cuento en Nápoles y en casi toda la Italia.

Pero dejando estos asuntos que carecen de valor histórico, diremos
las dos opiniones principales acerca de lo que es hoy la antigua
Helluland. Beauvois, Gravier, d'Avezac, Horsford y Gaffarel sostienen
su correspondencia con la isla de Terranova; pero Humboldt, Loffler
y Reclus estiman preferible referir el Helluland a la tierra de
Labrador[155]. Markland fué considerada idéntica a la moderna Acadia,
que los anglo-sajones pusieron el nombre de Nueva Escocia; participan
de esta opinión d'Avezac, Rafn, Beauvois, Gravier, Loffler, Gaffarel y
otros. De la misma manera geógrafos e historiadores asimilaron el suelo
de Vinlandia a determinadas porciones del de Massachusetts (Estados
Unidos); pero por lo que respecta a este particular, modernamente
Loffler ha sostenido que sería más conveniente referirla a la actual
Virginia. Más o menos acertadas tales correspondencias de lugares, lo
único que puede afirmarse de cierto es que en la bahía de Massachusetts
hicieron prolongado asiento Leif, Torwald y Thorffinn. Las casas
edificadas por Leif debieron estar, según Rafn, en la desembocadura
del Pocasset-River; pero el escritor contemporáneo Gaffarel las supone
en el mismo sitio donde hoy se levanta la capital Nueva York. La isla
descubierta por Torwald debe ser, si aceptamos la opinión de Gravier,
la que llamamos Long-Island; las playas que se observaron hacia el
Sur deben ser las de New-Jersey, Dellaware, Maryland y tal vez las de
Virginia y Carolina. Torwald reconoció dos promontorios: el _Kialarnés_
y el _Krossanes_ o el de las Cruces; el primero corresponde al Cabo
Cod, o Nauset de los indios, y el segundo al que lleva hoy, según
Gaffarel, el nombre de Sable en la extremidad meridional de Nueva
Escocia, o más bien, como afirma Gravier, el Cabo de Gurnet. Las playas
maravillosas que encontró Thorffinn en su expedición, deben estar
colocadas--pues esta es la opinión de Rafn y Gravier--al Sur del citado
Cabo Cod, si bien afirma Gaffarel que se hallan en las costas de Nueva
Escocia, donde abundan fenómenos de espejismo, como los que admiraron a
los antiguos normandos; la bahía circular, famosa por sus corrientes,
debe ser la de Buzzard; la isla tan abundante de huevos de _liders_,
también pudiera ser la de Marta's Vineyard; y las casas que bajo la
dirección de Thorffinn se levantaron enfrente de las de Leif, debieron
estar en el sitio que los indios llamaron Mount-Haup, cerca de Taunton
River. Nada, pues, tiene de particular que en Boston, ciudad próxima
a los parajes citados, se haya erigido, a últimos del siglo XIX, una
estatua que recuerda la memoria del ilustre Leif. Debe consignarse que
Eben Norton Horsford, uno de los más decididos propagandistas para que
se levantase un monumento a Leif, dijo a este propósito que «no por
ello se amengua en nada la gloria de Colón, que trató de resolver el
problema de la redondez de la tierra», y añadiendo «que la misma ciudad
de Boston patrocinará con gusto la idea de levantarle una estatua en
1892.»

       [155] Afirmase a la sazón que hubo dos Helluland: el mayor o
       Labrador y el menor o Terranova.

Por lo que se refiere a la antigua _Marklandia_, en el mapa del
cosmógrafo Martín Waldseemüller, cerca de la _Illaverde_ (Groenlandia,
según Storm), aparece una isla pequeña casi circular, que supone el
mismo Storm sea la citada Marklandia. Por tanto, al Sur de Groenlandia
se halla Hellulandia, después Marklandia y en seguida Vinlandia; las
dos últimas se hallan separadas por el mar.

No contentos historiadores y críticos con las pruebas aducidas para
mostrar las relaciones entre noruegos e irlandeses con americanos,
pretendieron robustecer dicha teoría con demostraciones arqueológicas.
En el estado de Massachusets, condado de Bristol, a la orilla oriental
del Taunton-River, se levanta una roca de color rojo de 4 metros
de base y 1,70 de altura, llamada _Dighton Writing Rock_, en cuya
superficie se distinguen toscas figuras e inscripciones con caracteres
misteriosos. Después de interpretaciones varias, los anticuarios
daneses Rafn y Magnussen, como también Lelewell y Gravier, pretendieron
descubrir caracteres rúnicos, llegando a sostener que las figuras
representaban a Thorffinn, a su mujer Gudrid y al niño Snorre, que
había rasgos de un navío defendiéndose del viento, un escudo blanco y
marineros luchando con enemigos (skrelings). Gravier llegó a decir que
los trozos escritos decían lo siguiente: «131 hombres han ocupado este
país con Thorffinn.» Al paso que Gaffarel opinó que el grabado y los
caracteres eran indescifrables, Horsford declaró que la crítica rechaza
dicho testimonio. Lo mismo puede decirse de las ruinas de Newport,
las cuales indican un edificio en forma de rotonda, hecho con piedras
de granito, unidas por argamasa, y que consta de diferentes arcos,
descansando sobre ocho columnas. El edificio de Newport, descubierto en
Rhode-Island, se ha dicho que era de procedencia normanda, sin tener en
cuenta que Benito Arnoldo, uno de los primeros colonos que vinieron,
desde 1638 a 1678, mencionó en su testamento dicho edificio con las
siguientes palabras: «El molino de piedra _que he construído_.» Por
último, Horsford cree haber hallado vestigios arqueológicos de los
noruegos en América (en Cambridge, población de Massachusets), los
cuales consistían en restos de dos grandes casas con cinco chozas a
dichas casas unidas; las primeras estaban destinadas al jefe y personas
de su familia, y las segundas a los criados.

Recordaremos, pues, las siguientes palabras de Mr. Vivien de Saint
Martin: «Es indudable que desde el siglo XI, cerca de quinientos
años antes de Colón y de Cabot, los colonos noruegos de Islandia y
de Groenlandia conocieron algunas partes de las costas del NE. de
América»[156].

       [156] _Histoire de la Geographie_, pág. 387.

No habremos de terminar este capítulo sin trasladar aquí la opinión de
Reclus: «Aun en la misma patria de Cristóbal Colón y de Amerigo Vespuci
no hay quien ponga en duda que fueron los normandos los descubridores
de la América del Norte»[157].

       [157] _Nueva Geografía Universal_, América Boreal, pág. 9.

Dice que a fines del año 1000 descubrió Leif el _Virland_ o País del
vino. «Sea lo que fuere--añade--los escandinavos fundaron en tierra
firme del Nuevo Mundo colonias regulares en un período que, según la
tradición, abarca de ciento veinte a ciento treinta años. Después de
haber tomado posesión del país y encendido grandes hogueras, cuyo
resplandor llevara a lo lejos la noticia de su llegada, marcaron con
signos los árboles y las rocas, clavaron sus lanzas en los promontorios
y construyeron cabañas y recintos fortificados. Los _sagas_ hablan
del nacimiento de niños en aquellas colonias y refieren asimismo
combates, en los que sucumbieron guerreros. Entre ruinas de antiguas
construcciones atribuídas a los escandinavos, se han encontrado
sepulcros. Los piratas normandos, como los invasores de todas las
naciones de Europa que les sucedieron, asesinaron a los indígenas y
lo hicieron por el sólo gusto de verter sangre: la obra de exterminio
comenzó a la llegada de los blancos»[158].

       [158] Ibidem, págs. 12 y 13.

Citaremos, por último, el siguiente párrafo del sabio geógrafo: «En
vista de los descubrimientos hechos por las gentes del Norte en
aquellas latitudes, los navegantes de la Europa meridional debieron
buscar nuevas tierras hacia las regiones templadas y cálidas del otro
lado del mar. Además, nunca llegó a perderse del todo el recuerdo
de las primeras expediciones, o mejor, confundíase este recuerdo
con tradiciones diversas. Lo mismo que los galos y los islandeses,
los árabes relatan la historia de sus heróicos navegantes, los ocho
_almagrurim_ o «hermanos errantes» que salieron del puerto de Lisboa
en el año 1170, jurando no regresar sin haber desembarcado en las
lejanas islas de Ultramar: otros «hermanos» o compañeros, los frisones,
que embarcados en Brema, llegaron hasta la Groenlandia; después, a
fines del siglo XIV, dos venecianos visitaron las mismas tierras,
por ellos llamadas _Engroneland_, y los detalles que dan, así como
ciertas indicaciones hechas en sus cuadernos de navegación, dejan pocas
dudas acerca de la realidad de este viaje. En fin, un polaco, Juan de
Izkolno, en el año 1476, fué directamente enviado a la Groenlandia
con el objeto de restablecer las comunicaciones, desde largo tiempo
interrumpidas»[159].

       [159] _Nueva Geografía Universal_, América Boreal, págs. 13 y
       14.

La comunicación entre Escandinavia y las Indias durante la Edad Media,
y entre España y dichas Indias en los comienzos de la Edad Moderna,
recuérdanos las siguientes palabras de D. Juan Fastenrath, literato e
hispanófilo alemán: «Dios ha dado Leif a la raza escandinava; pero dió
Colón a la raza latina y a la humanidad entera. ¡Apreciemos y admiremos
a los dos, a Leif y a Colón»[160].

       [160] _El Centenario_, tomo IV, pág. 391.



CAPÍTULO IV

  AMÉRICA MERIDIONAL: TRIBUS DEL OCÉANO ATLÁNTICO Y DEL OCÉANO
  PACÍFICO.--REGIÓN AMAZÓNICA: SU SITUACIÓN.--LOS TUPÍES Y
  GUARANÍES.--LOS OMAGUAS, COCAMAS Y CHIRIGUANOS.--LOS TAPUYAS.--LOS
  PAYAGÜAES, AGACES, SUBAYAES Y OTRAS TRIBUS.--TRIBUS QUE HABITABAN
  EN EL URUGUAY: CONFEDERACIÓN URUGUAYA: LOS CHARRÚAS.--LOS CHANÁS
  Y OTRAS TRIBUS. LOS ARAWAK.--LOS CARIBES.--TRIBUS DEL ALTO
  ORINOCO Y DEL ALTO AMAZONAS.--TRIBUS DE LAS MESETAS DE BOLIVIA:
  LOS CHIQUITOS.--REGIÓN PAMPEANA: TRIBUS DEL GRAN CHACO Y DE LAS
  PAMPAS.--LOS ARAUCANOS O MAPUCHES.--TRIBUS PATAGÓNICAS.--LOS
  CALCHAQUÍES.


Daremos comienzo a la reseña histórica de las diferentes tribus que
poblaron el Nuevo Mundo antes del descubrimiento de Cristóbal Colón,
no sin decir antes que sólo serán objeto de estudio las que sean más
interesantes o de ellas tengamos más noticias. Consideraremos primero
las de la América Meridional, después las de la Central, y, por último,
las de la Septentrional.

[Ilustración: La primera representación gráfica conocida de los
Aborígenes americanos (Augsburgo 1497 a 1503)]

Las tribus de la América del Sur--según los autores--pueden dividirse
en dos grandes grupos: las del _Océano Atlántico_ y las del _Pacífico_.
El filólogo Brinton distingue en el grupo del Atlántico dos regiones:
la _amazónica_ y la _pampeana_; y en el grupo del Pacífico otras dos:
la _colombiana_ y la _peruana_[161].

       [161] Véase Navarro Lamarca, _Historia general de América_,
       tomo I, pág. 283 y síguientes.

Comprende la región amazónica los territorios regados por el Amazonas,
el Orinoco y todos sus afluentes, incluyendo los estados de Santa Cruz
y Beni (Bolivia), casi todos los del Brasil, Venezuela y Guayanas;
también las grandes y pequeñas Antillas. De entre las familias
lingüísticas más conocidas de la región amazónica, citaremos la
_tupí-guaraní_, la _tapuya_, la _arawak_ y la _caribe_.

Los tupíes, guaraníes, carios, etc., que habitaban desde las Guayanas
al Paraguay y desde las mesetas del Brasil a las costas de Bolivia,
hablaban una de las lenguas más dulces de América. Dicen unos
historiadores que los guaraníes eran una especie de los tupíes, y otros
sostienen, por el contrario, que los tupíes eran una especie de los
guaraníes; pero todos se hallan conformes en que tupíes y guaraníes
constituyen una sola familia. Según una leyenda, muy corriente en
América, el primer hombre, llamado Tapaicuá, nació en el fondo de un
lago, de donde proviene, según parece, el nombre de Ipacaray, que
quiere decir _hombre de lago_. Tapaicuá tuvo dos hijos, que fueron
Tupí y Guaraní, los cuales, acompañados de sus respectivas familias,
llegaron al Brasil. Otros cronistas sostienen que su primitivo asiento
estuvo en las Antillas y bajaron de Norte a Mediodía.

Tupíes y guaraníes creían en Dios y en el Diablo (_Tupá_ y _Añang_). No
tuvieron sacerdotes, sino médicos y hechiceros. Creían en otra vida,
si bien no admitían la existencia del infierno. Decían que todas las
almas iban al cielo. La tradición que conservaban respecto al diluvio
era que por consejo del profeta Tamandaré algunas familias de tupíes
y guaraníes se refugiaron en elevadas palmeras cargadas de dátiles,
con cuyo fruto se alimentaron hasta la retirada de las aguas. Tiempo
adelante, una disputa entre las mujeres de Tupí y Guaraní hizo que
éstos interviniesen. Decidieron separarse para cortar la cuestión,
quedando Tupí con sus descendientes en el Brasil, y Guaraní con su
dilatada familia en el Paraguay. Luego los guaraníes se extendieron por
extensas regiones, pues se encuentran en el Uruguay, en las provincias
argentinas de Corrientes y Entrerríos, en el Brasil, en las Guayanas y
algo en Bolivia.

Tenían los tupíes cabeza cuadrada, rostro lleno y oval, nariz corta
y achatada, ojos pequeños, barba poca y color desde el rojo hasta el
amarillo; eran robustos, de manos y pies pequeños. Distinguíanse los
guaraníes por su color cetrino, cabello lacio, ojos negros, dientes muy
blancas, buena estatura y facciones finas.

Ni tupíes ni guaraníes reconocieron gobierno alguno. Pacíficos
por naturaleza, no estaban sujetos a fuertes pasiones. Existía la
poligamia, en particular entre la gente rica. Educaban a sus hijos
enseñándoles el manejo del arco y otros rudos ejercicios; obligaban
a las mujeres, no sólo a ocuparse en los trabajos domésticos, sino
en los agrícolas. Vivían, generalmente, en rancherías de 50 a 100
familias, gobernadas por un cacique, autoridad inferior a la asamblea
de padres de familia. Acostumbraban reunirse al anochecer, y sentados
en el suelo deliberaban sobre los asuntos de la ranchería. Sólo en
caso de guerra elegían un caudillo; sus armas eran las flechas y la
macana. Al dios Tupá no le construían templos. Los sacerdotes, médicos
y hechiceros curaban las enfermedades, chupando la parte enferma y
arrojando luego de su boca, según decían, el germen del mal. Escritura,
geroglíficos, quippus, medios objetivos de transmitir los pensamientos,
no los conocían. Apenas tenían vagas noticias de cronología. Los
ranchos o chozas eran de madera y paja; varios ranchos o chozas
formaban aldeas (_tabas_). Con madera y paja fabricaban sus únicos
muebles. Por lo que a agricultura respecta, cultivaban bastante bien el
maíz, la mandioca, el algodón y el tabaco, que fumaban en pipa.

Los _omaguas_ y _cocamas_ trabajaron los metales y enseñaron a
los europeos el uso del _caout-chout_, del que hacían vestidos,
zapatos, etc. Las demás tribus de la familia tupí-guaraní, aunque
completamente bárbaras, se distinguieron por sus excelentes trabajos
de alfarería. Por lo que atañe a su organización social, el jefe
militar (_morubixaba_) tenía absoluta autoridad en tiempo de guerra,
hallándose limitada en época de paz por las disposiciones del Consejo
(_nheemougaba_). Eran antropófagos y polígamos. Construían fuertes
canoas y enterraban sus provisiones en _silos hondos_ o _cuevas_.
Reconocían un poder superior y muchos espíritus activos y malignos.
Andaban desnudos, siendo aficionados a los adornos, a las músicas, a
las danzas y muy especialmente a la embriaguez. Los _chiriguanos_ se
distinguían sobre todos por su fiereza y salvajismo.

Habitaban los _tapuyas_ (_enemigos_) desde los 5° a los 20° de latitud
sur, y desde el Océano Atlántico al río Xingú. Se les llamaba también
_Crens_ o _Guerens_ (antiguos), pues se creía que antes de los tupíes
fueron ellos dueños de la costa del Atlántico. Los _botocudos_,
tribus de la familia de los tapuyas, acostumbraban a adornar su labio
inferior con _botoques_ o pedazos de piedra o madera. Los tapuyas y sus
tribus eran salvajes, andaban desnudos, habitaban en los bosques y no
practicaron industria alguna. Fueron cazadores habilísimos. De si eran
o no antropófagos bastará decir que vivos todavía los prisioneros, les
cortaban pedazos de carne y se la comían. El tipo de los tapuyas estaba
en los _aymorés_ (hoy botocudos), y tapuyas eran los _potentues_, los
_guaytacaes_, los _guaramomíes_, los _goaregoares_, los _yecarusues_
y los _amanipaques_. Constituían los tapuyas una familia especial y
su lengua era diferente a la de los tupíes. Por cama tenían el suelo
cubierto con hojas de árboles, por techumbre, el cielo; por armas, el
arco y la flecha. Atravesaban los ríos, ya a nado, ya a pie, por los
sitios donde la profundidad era poca.

Refieren algunos escritores que, en la época del descubrimiento,
dominaban casi toda la costa del Brasil los tupíes o guaraníes, los
cuales habían vencido a los tapuyas, apoderándose del territorio. Los
tupíes hablaban una misma lengua, al paso que los tapuyas hablaban
lenguas diferentes; los primeros eran menos bárbaros que los segundos;
aquéllos tenían organización social más perfecta que los últimos; ambos
eran antropófagos, distinguiéndose en que entre los tupíes era sólo
tratándose de prisioneros de guerra, y entre los tapuyas era general.
Si los tapuyas, cuando llegaron los tupíes, se dividían en 76 tribus,
los tupíes, cuando llegaron los portugueses, formaban 16 naciones, las
cuales conservaban como radical de su nombre el del tronco común, y así
decían tupi-nambás, tupi-niquinos y tupi-aes.

Muy poco, pues, se sabe de la historia primitiva del Paraguay. No se
han hallado en aquellas regiones vestigios que revelasen la existencia
de muy remotas civilizaciones, como se encontraron en México y Perú.
Son, sin embargo, datos curiosos la gruta del cerro de Santo Tomás en
Paraguarí, y la gran losa de Yariguaá, sobre la que se ven geroglíficos
y caracteres grabados a cincel y no descifrados todavía. Además de los
tupíes y guaraníes, existían a orillas del Paraguay los _payagüaes_ y
los _agaces_. En la parte Norte del Pilcomayo vivían los _subayaes_,
y en las fronteras del Brasil otras tribus que todavía no han sido
clasificadas. De las citadas tribus, unas fueron destruidas por los
conquistadores españoles, y otras existen aún en estado salvaje[162].

       [162] Véase Pereira, _Geografía e Historia del Paraguay_.

Pasamos a considerar las razas que habitaron en el Uruguay. Cuando
Juan Díaz de Solís descubrió, en 1512, las costas del Uruguay, se
encontró con una raza no aborigen, pues antes habían habitado razas
más atrasadas, cuyos groseros monumentos denunciaban su prioridad.
Exploraciones verificadas en los territorios de San Luis, departamento
de Rocha, dieron por resultado el hallazgo de construcciones, cuya
altura es de 8 a 10 metros y el diámetro de 15 a 25. «La capa
superficial de los pocos montículos excavados hasta ahora, es de
tierra dura y compacta, generalmente cubierta de talas, coronillas
o palmeras, siguiéndose luego el relleno de tierra negra en polvo,
con interpolaciones de tierra roja quemada, a manera de ladrillos o
adobes. Entre el relleno y la capa exterior hay una zona, que podrá
llamarse de esqueletos, de donde se han extraído varios, íntegramente
conservados: estaban en cuclillas y tenían a su alrededor restos
de armas y alimentos, como también fragmentos de una cerámica muy
primitiva. Mientras esto acontecía hacia el Este, algo análogo ha
revelado en el Oeste una excavación accidental. Sobre la costa del río
Negro, a veinte cuadras[163] del pueblo de Soriano, se extrajo del
montículo denominado _Cerrito_, un esqueleto sepultado boca arriba,
con los brazos en cruz y rodeado de sus armas de combate. El _Cerrito_
estaba cubierto de una capa de tierra plomiza, luego otra de escamas,
al parecer de pescado, y entre esta última y el esqueleto extraído,
existía una tercera de conchas marinas. Al contrario de lo que
aconteció en _San Luis_, los fósiles del _Cerrito_ se pulverizaron al
contacto del aire»[164].

       [163] Medida itineraria de 100 metros o de 100 o 150 varas,
       según los países.

       [164] Francisco Bauzá, _Historia de la dominación española en
       el Uruguay_, tomo I, páginas 133 y 134.

Es evidente que anterior a la civilización que encontraron los
conquistadores españoles, hubo otra u otras. Acerca de donde procedían
los primitivos habitantes, es asunto no resuelto todavía. Lo que parece
hallarse fuera de duda, pues en ello están conformes los cronistas,
es que las tribus asentadas en el territorio uruguayo formaban una
confederación que se extendía desde las riberas del Atlántico hasta
donde se reunen los ríos Uruguay y Panamá, derramándose por las costas
de ambos ríos. No encontraron los españoles un gobierno central, sino
tribus con sus jefes respectivos que se unían en tiempo de guerra,
separándose en época de paz. Dichas tribus eran felices y dóciles,
siempre que no se quisiera sujetarlas por las amenazas o por la
violencia. Del mismo modo que se dió el nombre de Confederación del
Río de la Plata a todos los países bañados por el mencionado río,
así del nombre del río Uruguay se llamó aquella tierra Uruguay.
Trasladábanse las tribus de un punto a otro buscando alimento que les
proporcionaba la caza o los árboles frutales. Hablaban un idioma cuya
matriz era el guaraní mezclado con voces extrañas; pero un guaraní
bastante rudo. Prescindían de locuciones poéticas que otros empleaban
en cantares y fiestas, a las cuales ellos nunca se entregaban. Las
armas que usaban eran arrojadizas (dardo y flecha) y de esgrima (chuzo
y maza). La cerámica era pobre. Los colores más usados eran el rojo,
el azul y el amarillo. La casa la constituían cuatro estacas y la
techumbre cueros curtidos. Obtenían el fuego frotando dos maderos.
El hombre andaba generalmente desnudo, y la mujer se cubría desde la
cintura a las rodillas. No adoraban ídolos ni ofrecían sacrificios
humanos. Fabricaban manteca con la grasa del pescado, y hacían licores
fermentando con agua la miel de las abejas silvestres. El gobierno se
remontaba al sistema patriarcal. Los jefes de las familias constituían
la asamblea de la tribu.

La tierra era fértil, las aguas abundantes y el arbolado escaso,
pues sólo se encontraban algunas especies de frutales, tintóreas y
maderables. No se conocían caballos, ni vacas, ni otra clase de
ganado. La caza estaba reducida al avestrúz, al venado y al apereá,
como también a la perdiz, al pavo del monte, a la nutria, al carpincho,
al zorro, al lagarto y a la mulita. Había carniceros, como el tigre y
el puma, y reptiles venenosos, como varias clases de víboras. Los ríos
y arroyos tenían abundancia de peces y de moluscos.

La tribu más importante que habitó el país fué la _charrúa_, cuyo
asiento principal estaba en el litoral que bañan el Océano, el Plata
y el Uruguay, extendiéndose de allí hacia el interior del país. Eran
los charrúas altos, bien conformados los cuerpos, cabello negro, color
moreno tirando a rojo, negros y brillantes los ojos, blancos y fuertes
los dientes. De voz débil y parcos en palabras, sólo daban grandes
voces cuando entraban en batalla. Tenían vista y oído excelentes.
Sufrían el hambre y la sed; eran ágiles, astutos y emprendedores.
Gustábanles los lances caballerescos. Guerrear y cazar, a esto se
hallaba reducida la vida del charrúa. Era feliz en esa vida libre,
independiente, sin relaciones y sin oposición alguna. Habitaban bajo
toldos, los que mudaban a las costas en invierno, a los montes y
frescos valles en verano. No cultivaban la tierra, ni labraban el
barro, ni tejían, ni hilaban. Tampoco navegaban. Eran tan graves y
taciturnos que no conocían el baile, ni el canto, ni ninguna clase de
juegos. Ni en la guerra tenían jefes, ni en la paz obedecían a gobierno
alguno. La condición de las mujeres era la misma en todos los pueblos
bárbaros. Criaban los hijos, cuidaban al marido, guisaban, armaban
y desarmaban los toldos, servían de bestias de carga. Los charrúas
tal vez no profesaban religión determinada, aunque es indudable que
no conocían ni ídolos ni templos. Creían en la vida futura, según
ciertos ritos que observaban en los entierros. Enterraban a los
muertos con sus armas y con los objetos que más usaban en su vida. No
fueron antropófagos, antes por el contrario, se distinguían por su
hospitalidad. Si algunos escritores dicen que existió la antropofagia,
no están en lo cierto.

Los hombres traían el cabello atado y las mujeres suelto,
distinguiéndose también los primeros en que llevaban el labio inferior
atravesado de parte a parte. En señal de duelo las esposas, hijas o
hermanas del difunto se cortaban una articulación de algunos de los
dedos; empleaban, además, ayunos y mortificaciones. La poligamia era
permitida, aunque no tan extendida como en otros pueblos, y por lo
que respecta a los divorcios eran raros si los matrimonios tenían
hijos. Castigaban el adulterio descargando algunas bofetadas sobre los
cómplices.

Aunque no tan extendido en el país como en la tribu de los charrúas,
no carecía de prestigio la de los _chanás_, que residía en las
islas del _Vizcaíno_, sobre el río _Hum_ (negro); gozaban de menos
consideración la de los _yaros_, hacia San Salvador, sobre las orillas
del Uruguay, la de los _bohanes_ y la de los _chayos_. La tribu
_guenoa_, que no sabemos si era la misma de los charrúas, apareció
la última en el territorio uruguayo. Bien será hacer presente que
los indígenas brasileños, cuyo idioma era también el _guaraní_, se
distinguían por su fiereza, hipocresía, falsedad, y lo que era peor,
por su afición a comer carne humana. Puede del mismo modo afirmarse
que el indígena del Uruguay, cuando los españoles llegaron al país,
estaba en la época que la geología denomina _neolítica_ o _de la piedra
pulimentada_. «Todos los datos concurren, escribe Bauzá, a confirmar
esta aseveración; las armas de que se servían, los utensilios con que
las trabajaban, los talleres donde esos trabajos se llevaban a cabo,
son indicios seguros de que habían entrado ya al segundo período de
la Edad de piedra, en la cual los rudimentos de una industria menos
grosera, comenzó a abrir horizontes más vastos al espíritu humano.
Sin embargo, sea por el aumento de las necesidades, sea por el hecho
fatal de que la civilización se cimenta con sangre, la época en que
entraban los indígenas era la verdadera época de la guerra universal.
Así la han designado con mucha propiedad algunos maestros de la ciencia
geológica»[165].

       [165] Ob. cit., tomo I, págs. 185 y 186.

Los _arawak_ o _maipures_ que ocupaban el alto Paraguay y las mesetas
de Bolivia, llegando hasta las grandes y pequeñas Antillas y también
las Lucayas o de Bahama, fueron--según opinan algunos cronistas--los
primeros aborígenes americanos conocidos por los españoles. Las
palabras indias que oyeron Colón y sus compañeros en Haití, Cuba,
etcétera, pertenecían a la familia lingüística de los arawak. Eran
más cultos los arawak que los tupíes y tapuyas; sabían labrar el
oro, tallaban ídolos y construían canoas; hacían finos paños de
algodón y pulimentaban sus armas de piedra; cultivaban el maíz, la
mandioca y el tabaco. Algunas tribus habitaban en casas de regular
construcción, provistas de hamacas, esteras y objetos de alfarería;
tenían ritos religiosos definidos y destinaban para cementerio sitio
determinado. Las tribus _antis_ o _campas_ (ríos Ucayali, Pachitea,
etc.) domesticaban monos, cotorras y otros animales, y los _guanas_
(alto Paraguay) eran inteligentes y pacíficos; había otras tribus menos
importantes.

Por último, los _caribes_ o _karinas_, tal vez de la familia
tupi-guaraní, pasaron desde las Guayanas a las Antillas y Lucayas,
siendo de notar que en la época del descubrimiento de Colón se
hablaban los dialectos de aquellas gentes en las citadas islas y
en el continente, desde la boca del río Esequibo hasta el golfo de
Maracaibo. Tenían los caribes alguna cultura, pues supieron tejer
hamacas de algodón o pita, fabricaron objetos de alfarería, cultivaron
la tierra e hicieron grandes y marineras canoas. Respetaban a sus magos
(_piayes_) y _fetiches_. Alimentábanse de la caza; también del pescado,
de los plátanos y del cazabe. Acostumbraban a pintarse el cuerpo y se
horadaban las orejas y ternillas de la nariz. Distinguían los meses por
las lunas, y eran muy aficionados a la música y al canto.

[Ilustración: Caribe (Guayanas).]

Los caribes sólo consideraban hombres a los de su raza, y creían que
todos los demás debían ser reducidos a la servidumbre. Decían con
arrogancia: sólo nosotros somos gente (_Ana cariná rote_) y todas las
demás gentes son nuestros esclavos (_Amucon papororo itoto nantó_).
En cambio, los demás pueblos odiaban a los caribes. «Allá en lejanos
tiempos--tales son las palabras de los salivas--infestaba las regiones
del Orinoco horrible serpiente que todo lo destruía: hombres y cosas.
Bajó del cielo para matarla el hijo de Puru, y muerta la dejó sobre la
tierra. Grande fué el regocijo de todos los pueblos, regocijo que se
convirtió pronto en duelo. Pudrióse la serpiente, y de cada gusano que
en ella se formó salieron una hembra y un varón caribes.» Los achaguas
afirmaban que los caribes eran hijos de los tigres, y les llamaban por
esta razón _chavinavies_. Lo mismo después que antes de la conquista,
los caribes mostraron siempre feroces instintos. A la crueldad,
añadían la doblez y la perfidia. «Sentían las mujeres todas--escribe
Pi y Margall--que se les cayeran los pechos, y para evitarlo eran con
harta frecuencia madres sin entrañas. De ahí que provocaran, como las
de otros tantos pueblos, el aborto y sepultaran recién nacidos a sus
propios hijos, sobre todo si eran gemelos. Livianas, querían y buscaban
el placer: vanidosas, temían los efectos que produce, y almas sin
moralidad, ahogaban los más dulces sentimientos de la naturaleza»[166].
Acerca de las bronchas de oro usadas por las hijas de los caciques para
levantar sus pechos, escribe Gonzalo Fernández de Oviedo, capítulo X
del sumario de la _Natural Historia de las Indias_ lo siguiente: «Las
mujeres principales a quienes se va cayendo las tetas, las levantan con
una barra de oro, de palmo y medio de luengo, y bien labrada. Pesan
algunas (las barras) más de doscientos castellanos. Están horadadas
en los cabos y por allí atados sendos cordones de algodón. El un cabo
va sobre el hombro y el otro debajo del sobaco, donde lo añudan en
ambas partes.» Por su parte los caciques solían viajar tendidos en
hamacas que llevaban en hombros los esclavos o criados. La mujer,
como inferior al hombre, según ellos, cuidaba del hogar, labraba los
campos y recogía las cosechas. Iba a la guerra para rematar a los
enemigos. En suma, los caribes eran valerosos, intrépidos, navegantes,
invasores, vengativos, crueles, amigos de su libertad y antropófagos.
Supone Washington Irving que no eran tan antropófagos como se les creía
y Humboldt dice que fueron quizá los menos antropófagos del Nuevo
Continente.

       [166] _Hist. general de América_, tomo y volumen I. pág. 697.

Entre las tribus del Alto Orinoco y del Alto Amazonas citaremos
los _guahibos_ (de Casanare), los _otomacos_ (del río Meta) y los
_cashibos_ (del Aguaitía). Eran nómadas los _guahibos_; andaban de
una parte a otra, no parando en parte alguna más de dos noches. Aquí
cazaban, allí pescaban, en tanto que sus mujeres cavaban la tierra y
desenterraban raíces que les servían de alimento. Lo mismo cazaban y
devoraban a los tigres que a los venados. La guerra era para ellos la
ocupación principal. Los _otomacos_ era tribu numerosa y de no poca
importancia. Antes de rayar el alba conmovían el aire con tristes
alaridos. Se bañaban en seguida en el río o en el arroyo más próximo.
A la salida del Sol acudían a las puertas de su respectivo jefe, el
cual, según la época, les mandaba cazar jabalíes, coger tortugas o
pescar en canoa, como también desbrozar los campos o sembrarlos o segar
la cosecha. Como no todos los otomacos habían de estar diariamente
sujetos al trabajo, los ociosos iban al trinquete a jugar a la pelota.
Tanto los jugadores como los espectadores se dividían en dos bandos.
La destreza de los primeros era grande. También las mujeres tomaban
parte en el mencionado juego[167]. Sólo hacían una comida y ésta al
ponerse el sol; algunos se permitían durante las veinticuatro horas
comer algunas frutas y también algún puñado de arcilla, que digerían,
según algunos autores, gracias a la mucha grasa de tortuga o caimán que
tomaban, ya sola, ya con maíz y yuca. Después de la comida comenzaba
el baile, que duraba hasta media noche. Los varones, cogidos de las
manos, formaban un corro; otro las mujeres alrededor de los hombres;
y un tercero de los pequeños alrededor de las mujeres. El maestro o
director de la fiesta daba el tono, comenzando a la vez el canto y la
danza. Apenas dormían. Los vigorosos otomacos rechazaron siempre a los
caribes, con los cuales pelearon a menudo cuerpo a cuerpo. «Cuenta--se
decían a sí mismos--que si no eres valiente, comerte han los caribes.»
Eran monógamos. De ordinario, los mancebos se casaban con las viudas y
los viudos con las doncellas. Entregábanse a la embriaguez, como las
demás tribus bárbaras. Hicieron notables adelantos en la agricultura
y en la pesca. Ya se ha dicho que eran alfareros, añadiendo ahora que
sólo tenían esta industria y la fabricación de armas. Existía el
comercio, pues cambiaban sus artefactos con los de los pueblos vecinos.
Respecto a los _cashibos_, menos conocidos que los otomacos y guahibos,
tenemos pocas noticias. Sin embargo, puede afirmarse que eran más
bárbaros que los anteriores.

       [167] De este asunto nos ocuparemos con más extensión en el
       capítulo XV.

Pasando a estudiar las tribus de las mesetas de Bolivia, se presentan
a nuestra consideración y estudio los _chiquitos_, incluyendo en ellos
sus afines. El territorio donde habitaban estas tribus confinaba al
Norte con las tierras de Matto Grosso y las orillas del Iténes, al
Este por el Paraguay, al Sur por el Gran Chaco y al Oeste por las
orillas del Río Grande y las del Parapiti. «El gobierno y subdelegación
de chiquitos ocupa un espacioso terreno de doscientas leguas de
largo Norte Sur a la parte oriental de la provincia de Santa Cruz,
limitándose por el Oriente con el río Paraguay que lo divide de la
provincia de este nombre, y al Oeste por el Guapay o Grande que le
separa del de Santa Cruz. Los pueblos que ocupan este extenso país se
llaman de chiquitos, porque cuando la primera vez se llegaron a él los
españoles observaron que las puertas de las chozas de los indios eran
muy bajas, y no viendo a los naturales que se habían huído y escondido
en los bosques, los creyeron de reducida estatura y le dieron el
predicho nombre que conservan hasta el día...»[168]. A la llegada de
los españoles, ya no eran nómadas los chiquitos. Vivían a la sombra
del bosque o en la falda de la sierra donde habitaron sus antepasados.
Eran poco aficionados a la guerra; pero, si la hacían, se portaban
valerosamente. Por naturaleza eran dóciles, joviales, amigos de fiestas
y banquetes. Nada encontraban tan grato como beber su vino de maíz
con varios convidados. A sus huéspedes guardaban las atenciones más
delicadas. No eran rencorosos ni vengativos. Dicen algunos cronistas
que los chiquitos no profesaban religión alguna; creían, sin embargo,
en la otra vida. Cada tribu reconocía un caudillo, elegido generalmente
por los ancianos. Gustaban varones y hembras de las galas, adornándose
con esmeraldas y rubíes el cuello y piernas, con plumas la cabeza y la
cintura. Aborrecían a las hechiceras y creían en los sortilegios. Del
canto del ave, del aullido de la fiera, del ruido del viento, de la
espuma de los torrentes, etc., inferían los sucesos futuros. No creían
en Dios, aunque es posible que creyesen en el Diablo. Sólo tenían una
mujer, exceptuando los caciques que reunían hasta tres: tener más de
tres, era cosa rara. No descuidaban la agricultura y cuando recogían la
cosecha del maíz, marchaban a los bosques donde pasaban meses enteros
dedicados a la caza. Asegura D'Orbigny que la lengua de los chiquitos
era de las más perfectas y ricas de América. También en la provincia
boliviana de chiquitos vivían los _etilinas_.

       [168] _Arch. de la Direc. de Navegación y pesca marítima,
       Perú, Chile y Buenos Aires_, tomo V, b 4.ª

Pasamos a estudiar la región _pampeana_, cuyos límites son al Este el
Océano Atlántico y al Oeste la cordillera de los Andes. Comprende los
territorios del _Gran Chaco_, las Pampas, desde el río Salado al río
Negro, los desiertos de Patagonia y las soledades antárticas[169].

       [169] Del Gran Chaco nos ocuparemos detenidamente en el tomo
       III.

Dáse el nombre de _Gran Chaco_, a la región que se extiende del río
Salado hacia el Norte, hasta los 18°, próximamente, de latitud Sur;
confina al Este con los ríos Paraguay y Panamá, y al Oeste por la
cordillera de los Andes. El Gran Chaco es un país de grandes llanuras y
espesos bosques, regado por tres grandes ríos (el Pilcomayo, el Salado
y el Vermejo), que lo dividen de Noroeste a Suroeste, en tres fajas
casi paralelas (Chaco Boreal, Central y Austral). Lo dulce de su clima,
la fertilidad de su suelo, la abundancia de caza de sus selvas y la
sabrosa pesca de sus ríos y lagos, hicieron agradable la vida de las
numerosas tribus indígenas que lo poblaron. Los _matacos_, situados
en las riberas del Vermejo, eran algo flojos, salvajes y refractarios
a toda civilización. Hoy, reducidos a corto número, prefieren la vida
nómada a la sedentaria. Los _lules_, que habitaban en las márgenes del
Salado y el Tabiriri, se encerraron en sus bosques cuando llegaron los
misioneros. A la numerosa familia de los _guaycurus_, pertenecían,
entre otras tribus, los _abipones_, los _tobas_, los _vilelas_ y
los _querandíes_. Prescindiendo de los _payaguás_ (río Paraguay),
tribus marineras, los indígenas del Chaco fueron excelentes ginetes.
Habiéndose propagado seguidamente el caballo en América, ellos,
caballeros en briosos corceles y armados con sus lanzas, se defendieron
un día y otro día del europeo. No salieron del estado de salvajes los
indios del _Gran Chaco_. Eran fetichistas y obedecían ciegamente a sus
magos y hechiceros.

Hacia los 35° de latitud y al Sur del Gran Chaco, comienza la región
llamada de las _pampas_. Encantan aquellas llanuras tan extensas,
aquella riqueza de pastos y aquellos sitios tan pintorescos. Sólo la
familia lingüística _auca_ o _aucaniana_ encontramos en las pampas. A
dicha familia pertenecían los _pampas_, propiamente tales (_guarpes_,
_moluches_, etcétera) de la República Argentina, y también los
_araucanos_ o _mapuches_ del Sur de Chile. Refractarios los pampas a
toda cultura, ladrones y borrachos, servíales el caballo ya para ir
de una parte a otra, ya como elemento de guerra. Prestaban obediencia
a sus caciques, a sus hechiceros y brujos; de todas las tribus de
los pampas únicamente los _moluches_ o manzaneros (río Limay, etc.),
fueron sedentarios y agricultores. Conservaron su independencia y
ferocidad los pampas hasta últimos del siglo XIX. «Las últimas huestes
salvajes..., acosadas en sus propios aduares..., hanse visto obligadas
a clavar en tierra la tradicional lanza y presentarse sumisos al
gobierno», decía el General Winter (9 Febrero 1885), al comunicar al
gobierno argentino la sumisión del famoso cacique Saihueque.

Los _indomables araucanos_, como los llamó Ercilla, ocupaban en la
centuria XVI la comarca llamada al presente _Araucania_ (Chile),
situada entre los Andes y el Océano. «Los araucanos del Norte de
Maule--escribe Reclus--se llamaban _picun-chen_; los del Centro eran
los _pehuenche_ o gente de la tierra de los _pehuen_, es decir, de
las araucarias, aventajados a los demás en número, y antepasados de
los araucanos de hoy; los _huilli-che_ moraban al Sur, ocupando el
resto de la parte continental de Chile; los _puel-che_ (de allende
las montañas). También en Chile había araucanos, a los que llamaban
_cunchos_ y _payos_, nombre que sus descendientes, después de
mezclada la raza con la de los españoles, han cambiado por el de
_chilotas_»[170]. Otras tribus situadas en el citado territorio de la
República no tuvieron la importancia de la de los araucanos. «El tipo
araucano, dice un escritor moderno, es el siguiente: estatura mediana y
miembros bien proporcionados; cabeza abultada; cara redonda con frente
estrecha y ojos pequeños, comúnmente negros; nariz corta y achatada;
boca grande con labios gruesos y dientes blancos; barba rala y escasa;
pómulos pronunciados y orejas regulares; y completando el conjunto, un
aire grave, sombrío y a veces desconfiado; pero que impone respeto. Su
color ha variado del mulato al blanco; pero ordinariamente es cobrizo».
Suave, armoniosa y flexible la lengua araucana, se habla al presente
por cerca de 100.000 individuos de raza indígena pura, que habitan en
Arauco. Adquirieron los _mapuches_ o araucanos fama inmortal por sus
luchas con los conquistadores incásicos (Huayna Capac, Tupac-Yupanqui,
etc.), y después por sus épicas hazañas con los españoles. Vivían los
mapuches cerca de la orilla de los ríos y arroyos, en chozas (_rucas_)
de madera o paja, formando aldeas (_lov_). Cultivaban las mujeres la
tierra, y de ella cogían, entre otras cosas, maíz y patatas, fabricaban
ollas, hacían cestos y tejían mantas, en tanto que sus maridos, hijos y
hermanos cazaban, pescaban o se preparaban para la guerra. Lo mismo en
la paz que en la guerra tenían los araucanos sus jefes, cuya autoridad
estaba limitada por el Consejo. Además, eran consultados con harta
frecuencia los brujos y los curanderos. Creían un deber religioso
sacrificar hombres y animales a los manes u a otros espíritus. Tenían
mucha afición a toda clase de fiestas y de juegos, como también se
hallaban dominados por la embriaguez y otros repugnantes vicios.

       [170] Nueva Geografía Universal, tomo III. _América del Sur_,
       págs. 688 y 689.

En lo militar habían hecho sus mayores adelantos. Maravilla lo bien
que escogían el sitio para sus combates, la facilidad con que abrían
fosos, levantaban muros y trincheras. Estaban sujetos a rigurosa
disciplina y rivalizaban en bravura porque sólo a fuerza de valor se
ganaban los altos puestos. Marchaban al son de atabales y trompetas,
llevando delante exploradores y detrás sus mujeres e hijos. Aunque los
araucanos hacían la guerra con crueldad, no sacrificaban al prisionero,
contentándose sólo con reducirlo a cautiverio y canjeándole después.
Desde niños se acostumbraban a la vida de los campamentos, teniendo
a gala arrostrar las privaciones y las fatigas. Luchaban por ser los
primeros en llegar a la cima de escarpado monte o en bajar hasta el
fondo de pedregoso valle. Procuraban, pues, no sólo ser sufridos, sino
ágiles. A la guerra iban al son de atabales y trompetas; llevaban
banderas en las que se veía una estrella.

En religión, Ercilla supone que eran ateos; lo cierto es que no
rendían a Dios culto alguno. No se encontraron en el país ni templos
ni ídolos; jamás se les vió hacer sacrificios al Creador del Universo.
Representaban al diablo, a quien daban diversas formas y nombres:
llamaban _Pillan_ al autor del rayo; _Epuhamun_, al espíritu del mal
que consultaban antes de dar una batalla; _Huecuvu_ estaba considerado
como la causa de las enfermedades y la muerte, e _Ivunche_ era un
oráculo, por cuya boca hablaba el mismo diablo. Aun para el diablo
las ofrendas eran pocas y sin importancia. Creían en la inmortalidad
del alma y hablaban de un diluvio universal. Estaban atrasadísimos
en las ciencias, letras, artes e industria. Orgullosos, consideraban
inferiores a los demás hombres; ni aun reconocieron superioridad en los
europeos, a los cuales combatieron hasta conseguir su independencia.

En las costas patagónicas del Océano Pacífico vivían las tribus de
los _chonos_ o _concones_, enemigos mortales de sus vecinos los
_huiliches_, y en las inmediaciones del Estrecho de Magallanes
estaban los _patagones_, _chonek_ o _inaken_ (hombres) célebres por
su alta estatura (1,73 metros a 1,83). Se alimentaban principalmente
de mariscos y de la grasa que sacaban de los lobos marinos y de las
toninas. Fabricaban canoas. Andaban desnudos o cubiertos con pieles no
curtidas. Respetaban a sus magos. Tenían una lengua áspera. Preferían
perder la vida a vivir en la servidumbre. En esto se parecían a los
araucanos, de quienes sólo les separaban los Andes. Como todos los
pueblos salvajes, tenían verdadera pasión por la guerra. Más crueles
que los araucanos, no dejaban con vida a sus prisioneros. Cuando no se
ocupaban de la guerra se dedicaban a la caza. Llama la atención que
si bien el patagón poseía dilatadas costas, no sabía construir ni una
canoa ni una balsa.

Haremos del mismo modo notar que el patagón era poco dado a la
embriaguez, hecho verdaderamente singular, pues apenas había pueblo
bárbaro que no hubiese encontrado en el fruto o en las raíces de algún
árbol medio de procurarse bebidas más o menos alcohólicas.

Creían los patagones en una divinidad, origen a la vez del bien y del
mal. No rendían a esa divinidad culto alguno. Como los araucanos,
carecían de templos y de ídolos. Eran supersticiosos y sacaban agüeros
del ave que cruzaba el espacio, del agua que corría, del viento que
soplaba y del humo que salía por el techo de su toldo. Por lo que
atañe a su cultura, los patagones se hallaban más atrasados que los
araucanos. Todas las tribus que habitaban en las inhospitalarias costas
de la Tierra del Fuego tenían los mismos caracteres y costumbres que
los patagones.

Terminaremos este capítulo dando a conocer la civilización _calchaqui_,
anterior a la incásica y propia de la Argentina. Vivían los calchaquíes
en los territorios actuales de Catamarca, Tucumán y Salta. Supieron
tejer finas telas y fabricaban bonitas cerámicas. Construyeron murallas
de piedra e hicieron casas cómodas y bien acondicionadas. Adornábanse
con plumas de diferentes colores. Casi nada sabemos del estado social
de las tribus calchaquíes. Por último, aceptaron a mediados de centuria
XV la dominación incásica, resistiendo después valerosamente a los
españoles hasta que trasladados los últimos restos de las mencionadas
tribus al actual _Quilmes_ (1670), allí se extinguieron poco a poco.



CAPÍTULO V

  AMÉRICA MERIDIONAL (_Continuación_).--REGIÓN COLOMBIANA: TRIBUS
  DEL ISTMO: LOS CUNAS Y OTRAS.--TRIBUS CHIBCHAS O MUISCAS: REYES
  DE TUNJA Y DE BOGOTÁ: CONSIDERACIONES SOBRE LOS CHIBCHAS.--TRIBUS
  DE LA PROVINCIA DE CHIRIQUI.--LOS PANCHES Y OTRAS TRIBUS.--REGIÓN
  PERUANA: TRIBUS PRINCIPALES.--EL PERÚ ANTES DEL IMPERIO DE
  LOS INCAS: OBSCURIDAD DE ESTOS TIEMPOS.--LOS INCAS ¿SON
  INDÍGENAS?--MANCO CAPAC Y MAMA OCLLO.--MANCO CAPAC ES PROCLAMADO
  INCA: SU POLÍTICA.--ZINCHI LLOCA: SU GOBIERNO.--LLOCE YUPANQUI: SU
  CARÁCTER MILITAR.--MAYTA CAPAC: SU PASIÓN POR LA GUERRA.--CAPAC
  YUPANQUI: SUS CONQUISTAS.--INCA YOCCA: SUS VICTORIAS.--YAHUAR
  HUACAC: SU COBARDÍA.--HUIRACOCHA: SUS TRIUNFOS.--URCO: SU
  DESTRONAMIENTO.--TITU-MANCO-CAPAC: SU CULTURA.--YUPANQUI:
  SUS GUERRAS: CONCILIO EN EL CUZCO.--TUPAC YUPANQUI: SU PODER
  MILITAR.--HUAYNA CAPAC: SU CRUELDAD.--HUASCAR Y ATAHUALPA:
  GUERRA CIVIL.--EL INCA.--LOS INCAS, CURACAS Y AMANTAS.--LOS
  VIRREYES.--LOS GOBERNADORES.--EL EJÉRCITO.--LA RELIGIÓN.--LA
  CULTURA.--LA POESÍA.--LAS COMEDIAS Y TRAGEDIAS.--LA MÚSICA Y EL
  BAILE.--LA LENGUA.--LA INDUSTRIA.--VÍAS DE COMUNICACIÓN: CAMINOS Y
  CORREOS.--PUENTES.--ACUEDUCTOS.--LAS COLONIAS.--COLONIAS MILITARES.


Las tribus de la América del Sur (sección del Pacífico) forman dos
regiones, como se dijo en el capítulo IV de este tomo, que son la
_Colombiana_ y la _Peruana_. Dividiremos la Colombiana en tres grupos
geográficos: 1.º, Tribus _del Istmo y costas adyacentes_; 2.º, Tribus
_Chibchas_; 3.º, Tribus _Sud-Colombianas y Ecuatorianas_. Entre el mar
de las Antillas y el Océano Pacífico se hallaban establecidas en la
época del descubrimiento varias tribus más o menos importantes, las
cuales tenían lenguas que pertenecían a diversas familias. Citaremos
como las principales tribus, la de los _cunas_ (del Panamá), la de
los _dorasques_ (inmediaciones del Chiriqui), la de los _onotos_ o
_señores de la laguna_, y la de los _merigotes_ o _timotes_ (distritos
de Mérida y del lago Valencia). Todas las citadas tribus--según los
objetos encontrados en las tumbas de sus individuos--no salieron de la
barbarie.

Extendíanse los _chibchas_, _muiscas_ o _muicas_ desde el istmo de
Panamá hasta Costa Rica y Colombia, y tanto la lengua chibcha como sus
dialectos, se hablaban durante la centuria XVI en el reino de Nueva
Granada (hoy Colombia). Se halla Colombia entre el Atlántico al Norte
y el Pacífico al Este, siendo muy corta la distancia que separa a
los dos mares por algunos sitios. Existía allí despótica y electiva
monarquía: el _zipa_ (Rey) y los _azaques_ (nobles) gozaban de grandes
privilegios. Considerábase como sagrada la persona del Rey, el cual
vivía en suntuosos palacios, lo mismo que los soberanos de México y del
Perú.

Había dos Reyes, que residían, uno en Tunja, y el otro en Bogotá.
Desconocemos los comienzos del reino de Tunja; sabemos, sí, que se
formó posteriormente el reino de Bogotá. Por mucho tiempo, ya en paz,
ya en guerra, los monarcas de Bogotá debieron estar bajo el poder de
los de Tunja. ¿Cuándo se separaron y lograron su independencia? No lo
sabemos. En lo espiritual dirigía a los Reyes de Tunja y de Bogotá el
gran pontífice de Iraca o Sogundomuxo, que habitaba cerca de Suamoz
(hoy Sogamoso), cuyo templo fué, tiempo adelante, incendiado por los
españoles.

Acerca del origen de ambos poderes, el de los reyes, a quienes
heredaban, no sus hijos, sino los hijos de sus hermanas, y el del
Pontificado de Sogamoso, que era electivo, veamos lo que refiere la
tradición. «Allá en apartados siglos--se decía--cuando no alumbraba
aún la Luna la tierra, vino a estas regiones un extranjero llamado por
unos _Bochica_, por otros _Zuhé_ y por algunos _Nemquetheba_. Llevaba
prendido el cabello, la barba hasta la cintura, los pies descalzos y el
cuerpo cubierto por un manto que por las puntas anudaba en el hombro.
Predicaba la virtud y condenaba el vicio, enseñaba la agricultura y las
artes, predecía los buenos y los malos tiempos y era el oráculo de la
comarca. Llegó también por aquel tiempo una mujer de singular hermosura
que, unos llamaban _Huythaca_, otros _Chia_ y algunos _Yubecayguaya_.
Enseñaba doctrinas opuestas a las de Bochica, halagaba los instintos
sensuales y llevaba tras sí las gentes; era mágica y de perversas
intenciones. Un día hizo crecer el río Funzha hasta hacerlo salir
de madre, e inundó la llanura de Bogotá, obligando a los habitantes
a recogerse en las cumbres de los vecinos montes. Afortunadamente,
Bochica acudió a remediar el daño. Fué a Bogotá, golpeó con su báculo
en una de las montañas del Mediodía, abrió paso a las aguas dando
nacimiento al salto de Tequendama y dejó seco el valle. No pudiendo
sufrir por más tiempo las maldades de Huythaca, la transformó en Luna y
la envió al cielo a que fuese mujer del Sol y alumbrase de noche.

Bochica entonces arraigó en los muiscas sus ideas religiosas: la
existencia de un Ser Supremo, la inmortalidad del alma, el juicio final
y la resurrección de la carne. Concluída su predicación, se retiró a
_Iraca_, hoy Sogamoso, viviendo dos mil años. A su muerte fundó el
pontificado, instituyendo también al señor de la tierra y fijando la
manera de elegir a sus sucesores.

Andando el tiempo, un sucesor de Bochica quiso poner fin a las
continuas guerras que se hacían los caciques. Los reunió a todos, les
hizo ver las ventajas de la paz y los indujo a nombrar un Rey a quien
todos obedeciesen. Recayó la elección en _Hunzahúa_, a quien dieron
desde luego el título de _Zaque_; y de aquí el origen del reino de
Tunja, que abrazó toda Cundinimarca.» Bochica y Huythaca son, pues, la
personificación del bien y del mal, de la virtud y del vicio, de Dios y
del Demonio. Son, además, signos cosmogónicos: él es el representante
del Sol, el día, el calor que seca la inundada tierra; y ella es la
representación de la Luna, la noche, la que cubrió la meseta de Bogotá
con las aguas del Funzha.

A Hunzahúa, que vivió muchos años, no sabemos quién sucedió, pues a
_Fomagata_ o _Thomagata_ se le considera muy posterior. Dícese que era
casi tan santo como Bochica. Sucedió a Fomagata su hermano _Tuzuhua_, y
se guarda silencio sobre los demás reyes de Tunja hasta Michua.

Respecto a los Reyes de Bogotá, si damos crédito a las tradiciones,
el primero fué Saguanmachica, que no subió al trono hasta el 1470,
veintidós años antes de la llegada de los españoles. Saguanmachica
tuvo mucho poder. Venció a todos los caciques vecinos, atreviéndose
luego a arrostrar las iras de Michua, Rey de Tunja. Cierto es, que los
de Bogotá llegaron a tener más fuerza que los de Tunja; pero a los
últimos favorecía lo áspero del terreno, la antigüedad de su origen
y el apoyo del gran sacerdote de Sogamoso. Llegaron a las manos en
Chocontá, siendo encarnizada la pelea, hasta el punto que los dos Reyes
perecieron después de derramar mucha sangre.

_Quimuinchatecha_ sucedió a Michua y _Nemequene_ a Saguanmachica.
Aunque la victoria había sido de Saguanmachica, su sobrino Nemequene,
valeroso como ninguno, peleó con los caciques vecinos y también con
los lejanos, apoderándose de muchas tierras. El pontífice de Sogamoso,
que se llamaba _Nompanim_, más por miedo que por cariño, asistió a
Quimuinchatecha con 12.000 hombres. Quimuinchatecha reunió en Tunja
con la ayuda de Nompanim unos 60.000 hombres. En lo que hoy se llama
_Arroyo de las vueltas_, se dió la terrible batalla. Cuando los
bogotaes iban a cantar victoria, cayó Nemequene mortalmente herido,
cambiándose al punto la faz de las cosas. Quimuinchatecha, noticioso de
lo ocurrido, se dirigió con gran ímpetu sobre sus contrarios, logrando
señalado triunfo. _Thysquesuzha_, sobrino y heredero de Nemequene,
queriendo vengar la derrota anterior de los bogotaes, al frente de
70.000 hombres marchó contra Tunja, donde Quimuinchatecha se dispuso
a resistirle. El pontífice de Sogamoso, neutral a la sazón, predicó
la paz, que se hizo, mediante una buena cantidad de oro que el Rey de
Tunja entregó al de Bogotá. En esas treguas hallaron los españoles
a los muiscas. Los Reyes de Bogotá y Tunja no tuvieron fuerzas para
resistir a los conquistadores extranjeros.

Entre los muiscas las leyes penales eran muy severas, y las civiles
apenas las conocemos. Sabemos que el matrimonio era una especie de
compra de la mujer por el marido. Cuidaban mucho de los enfermos y
respetaban exageradamente a los muertos, cuyas cenizas, si eran de
capitanes valientes, las llevaban a la guerra para animarse con su
vista y conseguir la victoria. Por lo demás, no se distinguían por su
arrojo y valentía.

Para obtener del Cielo algún beneficio, o el fin de alguna calamidad,
celebraban grandes y suntuosas procesiones. En ellas--según las
crónicas--y como es natural, figuraba en primera línea el sacerdocio.
Los sacerdotes permanecían célibes, y de su castidad y prudencia
se hacen lenguas los cronistas. Los sacrificios humanos no eran
tan frecuentes como en México y en otros puntos. En honor de sus
dioses principales, que eran el Sol y la Luna, quemaban substancias
aromáticas. Veneraban a Bochica como hijo del Sol. Consideraban a los
ídolos que adoraban en sus santuarios como intercesores de los citados
brillantes astros. Las almas cuando salían de los cuerpos iban a
lejanas tierras, distinguiéndose las buenas de las malas, en que las
primeras hallaban allí descanso, y las malas, fatiga.

Los muiscas, con ser tan cultos, no tuvieron escritura de ninguna
clase. En las ciencias tenían un sistema de numeración parecido al de
los aztecas; también un calendario. Pobre era su arquitectura y Herrera
dice que conocían la escultura y la pintura. La lengua chibcha murió
hace más de un siglo, conservándose únicamente en las gramáticas.
Había entre los chibchas artífices prácticos y hábiles en trabajar el
oro, con el cual fabricaban figurillas de hombres, collares, zarcillos
y otros adornos. Fueron buenos tejedores, como lo indicaban algunas
telas de algodón con dibujos de vivos colores. Fabricaban sus casas de
arcilla y madera, cubiertas con techos de forma cónica. Los muebles se
distinguían por su sencillez; pero los que se hallaban en los templos y
en los palacios de los reyes y sacerdotes eran lujosos y trabajados con
esmero. Hallábase muy adelantada la agricultura; cultivaban el maíz,
la patata y el cazabe. Los caminos eran excelentes, no careciendo
de importancia los puentes colgantes sobre los ríos y barrancos.
«Los muiscas usaban el oro en el comercio en concepto de moneda,
fundiéndolo para hacer unas ruedecitas con que pagaban las mercancías,
lo que apenas hay ejemplo que hiciera ninguna otra nación del Nuevo
Mundo»[171].

       [171] Reclus, _Nueva Geografía Universal_.--_América del Sur_,
       pág. 278.

Las tribus de la provincia de _Chiriqui_ (costa del Pacífico), que
deben incluirse en la numerosa familia de los chibchas, pulimentaban
la piedra, eran buenos alfareros y trabajaban el oro, cobre y estaño,
haciendo con ellos aleaciones diversas.

Los _panches_, _muzos_, _colimas_ y otras tribus, que ocupaban tierras
próximas a los chibchas y que acaso formaban parte de una misma familia
lingüística, si moraban en casas permanentes y tejían con fibras de
maguey mantas y esterillas, tenían fama--pues así lo dicen antiguos
cronistas--de «gente bestial y de mucha salvajía».

Los panches eran, sin duda, los bárbaros más importantes en el reino
de Bogotá. Tenían sus viviendas en las ásperas montañas que miran al
río de la Magdalena, a unas nueve leguas de Santa Fe. Fama gozaban de
belicosos y de crueles con sus enemigos. Sacrificaban y comían a los
prisioneros. Eran apasionados por la guerra. Vivían de la caza y de la
pesca, abundante la primera en los montes y la última en los ríos. Muy
aficionados a la bebida, hacían vino del maíz, de la yuca, de la batata
y de la piña. También se entregaban locamente al baile. Es posible que
no conocieran forma alguna de gobierno; pero en religión parece ser
que adoraban a la Luna, pues el Sol les abrasaba y no le creían digno
de culto. Iban desnudos, si bien se colocaban zarcillos en narices y
orejas, se teñían de negro los dientes y de otros colores los brazos
y piernas; los que se habían distinguido por sus hechos de armas, se
taladraban el labio y adornaban sus sienes de brillantes plumas. Añaden
los cronistas que los panches midieron frecuentemente sus armas con los
muiscas y algunas veces con ventajas. Dicen también--y esto no deja de
llamar la atención--que no casaban con mujer de su pueblo, y mataban
mientras no tuviesen hijo varón a cuantas hembras les nacían[172].

       [172] Véase Pi y Margall, _Historia general de América_, tom.
       I, vol. I, pág. 293.

Los muzos y los colimas estaban situados entre el Sogamoso y el
Magdalena. Propiamente hablando, no tenían dioses, si bien llamaban
padre al Sol y madre a la Luna; pero ni al astro del día ni al de
la noche tributaron culto ni erigieron adoratorios. No creyeron en
la inmortalidad del alma y recurrían con frecuencia al suicidio. No
conocían gobierno de ninguna clase, como tampoco leyes. Colimas y
muzos eran polígamos. Mostraron su valor y arrojo, ya peleando con las
tribus vecinas, ya en lucha luego con los españoles. Se cree que fueron
antropófagos. Si alguna de las mujeres de los colimas o muzos caía en
adulterio, el marido se suicidaba o manifestaba su cólera rompiendo el
ajuar de la casa. Si acontecía lo primero, la adúltera había de ayunar
tres días, bebiendo sólo algún vaso de chicha; además, en el citado
tiempo tenía que sostener en sus rodillas el cadáver de su marido.
Después se retiraba a lo más oculto de un cerro o valle, sembraba maíz
y allí vivía entregada a sus remordimientos, hasta que parientes de
ella y del difunto iban a recogerla. Cuando el marido únicamente rompía
las vasijas de la casa, debía huir al monte, levantar una choza y comer
lo que espontáneamente le daba la tierra, hasta que la mujer, repuesta
la vajilla, le buscaba y le hacía volver al hogar. En este caso, bien
puede asegurarse que el marido buscaba, no castigar el crimen, sino
consentirlo, cubriendo las apariencias.

Las tribus indígenas que habitaban en los actuales Estados de Cauca,
Antioquía, Tolima, etc., no debían de carecer de alguna cultura, según
los restos que todavía se conservan.

Los _guanucos_ o _coconucos_, que vivían en Popayán y en los valles
de la sierra, adoraban al Sol con no poco entusiasmo y fe ciega. Es
posible que desciendan de ellos los _moquxes_ o _guanabianos_, los
cuales vivían a la sazón en la vertiente occidental de la cordillera,
ocupados en sus faenas de agricultura. Los _andaquis_ se asentaban en
la parte más escarpada de la cordillera oriental, hacia las fuentes
del río Fragua; créese que ellos fueron los constructores de edificios
ciclópeos y de templos subterráneos.

Los _cañaris_ y otras muchas tribus que habitaban los territorios que
rodean el golfo de Guayaquil y que debieron ser subyugados por los
_incas_ (siglo XV), no carecían de regular cultura, como puede verse en
sus delicados trabajos de oro y en sus hachas de cobre.

Consideremos el territorio peruano. Las ruinas monumentales
existentes en la región del lago Titicaca--muy especialmente las de
Tiahuanaco--indican su carácter megalítico. Creemos que el inmenso
cuadro de grandes piedras sin labrar, dividido en dos secciones
desiguales por una quinta hilera de pedruscos, que se halla en
Tiahuanaco, al pie de la colina o terraplén de Acapana, era recinto
sagrado. Los citados monumentos megalíticos eran raros en América.
En la región comprendida en la parte Sur de lo que es a la sazón
departamento de La Paz, principalmente en la sección que limita con el
lago Titicaca, se encuentra el país conocido con el nombre de _aymará_,
tal vez cuna de la raza de dicho nombre, cuya gente está considerada
como los autores de las obras más colosales de la antigua arquitectura
del continente sudamericano.

Dícese que las regiones que ahora componen el territorio boliviano
fueron ocupadas por razas prehistóricas, llegando a pensar algunos
escritores que Bolivia fué el verdadero lugar del nacimiento de la
especie humana, pues no pocos etnólogos (como ya se dijo) sostienen que
la emigración no se realizó del Asia a América, sino de América a Asia,
opinión aceptada desde la expedición organizada por Morris K. Fessup,
Presidente del Museo Americano de Historia Natural.

Tiene exacto parecido la mitología de aymará con la de Oriente. En el
principio del mundo el dios Khunu (palabra que significa _nieve_),
Creador de todas las cosas, para castigar los vicios de la Humanidad
mandó una gran sequía, convirtiendo las regiones fértiles en desiertos.
Pachacamac, el Espíritu Supremo del Universo, compadecido y bueno,
dió a la Humanidad nueva vida. Por segunda vez se enojó Khunu y
mandó un diluvio y tinieblas sobre la tierra. Las pocas personas que
se salvaron imploraron al Cielo, apareciendo entonces el gran dios
Viracocha, nombre que significa _espuma de mar_, sobre las aguas del
lago Titicaca. Viracocha creó el Sol, la Luna y las estrellas; y
Tiahuanaco--según el profesor Max Uhle--fué edificado como un templo a
la citada deidad.

No pocos escritores consideran a los _collas_, _umasuyas_, _yungas_ y
otras tribus como ramas del tronco aymará; pero sí puede asegurarse
que todas esas tribus fueron nativas de Bolivia. Perteneciesen o no
los collas o charcas al mismo tronco de los aymarás, y de origen
mongólico o no los primeros, es lo cierto que cuando aparecieron los
incas, ya los collasuyos se entregaban a destructoras guerras y luchas
fratricidas. «Es muy presumible--escribe el historiador D. José María
Camacho--que para haber alcanzado los aymarás el grado de prosperidad
que revelan sus monumentos, así como para haber llegado al estado de
decadencia en que fueron encontrados por los _quichuas_, hubiesen
experimentado en una larga sucesión de siglos, grandes acontecimientos
sociales y las irrupciones devastadoras de otros pueblos.» Ignoramos
las semejanzas y diferencias entre las religiones de los aymarás y
quichuas, ni cuándo aparecieron unos y otros. Parece cosa cierta que
ambas razas han sido rivales desde tiempo inmemorial; pero llegaron a
sobreponerse los segundos a los primeros. También llama la atención
que mientras los aymarás aparecen siempre confinados a la meseta
del Titicaca, los quichuas se extiendan por los departamentos de
Cochabamba, Chuquisaca, Potosí y Oruro. La aparición del primer
Inca--según el poético y legendario relato del historiador inca
Garcilaso de la Vega--fué del siguiente modo. Dice en sus _Comentarios
Reales_ que el Sol, dios que vivifica el Universo, deseando redimir al
género humano, envió del Cielo a sus hijos Manco Capac y Mama Ocllo,
los cuales aparecieron en la isla de Inti-karka, después del gran
diluvio, inundación con que el dios Khunu castigó a la Humanidad.

Hállase probado que en los accidentados territorios del Perú vivieron
tribus populosas que supieron formar pueblos, levantar templos,
cultivar las tierras, ejercer la industria, llegando a un grado de
cultura material digno de todo encomio. Creemos poder afirmar, sin
género de duda, que las tribus de la costa peruana y las de los valles
interandinos, desde Quito y la línea ecuatorial hasta el desierto de
Acama, pertenecían a las familias lingüísticas aymará, quechua, yunca o
mochica, puquina y atacameña.

[Ilustración: Indio peruano. (Región de los bosques).]

Los _collas_, que ocupaban la meseta del Titicaca y valles inmediatos,
como también otras tribus establecidas en las vertientes y mesetas
occidentales de los Andes, cuencas del desaguadero y lago Aullaga, eran
fuertes, audaces y vivían en chozas cónicas de piedra cubiertas con la
paja de la _puna_. Las chozas agrupadas formaban pueblecillos. Daban
culto a los espíritus de la naturaleza (_animismo_) y a los mares.
Las ruinas de Tiahuanaco representan la arquitectura más poderosa del
continente americano. Aquellas estátuas colosales, aquellas fábricas
ciclópeas y aquellos enigmáticos relieves son hoy mismo la admiración
de los que las contemplan. Parece ser que todos los templos que hubo
en el país estuvieron consagrados a Viracocha, dios de los aymarás,
cuyo culto tuvo tanta importancia como el del Sol. Los collas cuidaban
de sus rebaños de alpacas y llamas, obteniendo lana para defender
sus cuerpos del intenso frío de los parajes altos; cogían patatas,
ocas, etc., en las tierras que estaban al abrigo de los collados,
pesca abundante en la laguna Titicaca, caza de patos y perdices en
las orillas de dicho lago, y de guanacos y vicuñas en las montañas.
Otras tribus, entre ellas las de los _Urus_, permanecían en el ángulo
Sudoeste del lago Titicaca y hablaban la lengua _paquina_.

Los _yuncas_ (_yunca-cuna_, moradores de tierra caliente) habitaban
los valles de la costa del Pacífico desde el Callao a la serranía de
Amotape, hablaban la lengua _yunca_ o _mochica_ y predominaba entre
ellos el patriarcado. Hacían sus casas de columnas de adobe, tejían
telas de muchos colores y de complicada trama y eran excelentes
alfareros. Gozaron de justa fama los acueductos que construían para
regar sus campos, campos muy fértiles por el abono del _guano_, que
extraían de las islas. Navegaban en canoas hechas de cuero de lobo
marino y en balsas de madera con vela, timón y quilla.

Los _chimus_, que dominaron desde Tumbez a Ancón y el valle de Huarcu
(Cañete), construyeron los palacios del _Gran Chimu_, de fábrica
análoga a la de sus magníficas necrópolis y de los depósitos y canales
de Chicama y de Nepeña.

Los _huancas_ (valle de Jauja y sus cercanías), los _quechuas_ (la
zona del Apurimac hasta las Pampas), los _caras_ (entre el Cuzco y
lago Titicaca), los _quitos_ (alrededores de Quito) y otras tribus,
hablaban la lengua quechua o kechua. Aunque eran bárbaros, estaban
organizados perfectamente--si damos crédito a los cronistas--en
clases o linajes (ayllus), gobernados por jefes tribales (curacas) y
dedicados a la horticultura y pastoreo. Vivían los huancas en casas
parecidas a torreones cilíndricos de bastante altura y considerable
diámetro, dispuestas en hilera y unidas por estrechos pasadizos. Los
quechuas tuvieron más importancia y dieron nombre a la lengua general
del país. De los caras se cuenta que habían venido en balsas, hacía
unos doscientos años, no se sabe de qué lejanas tierras. A la sazón
obedecían los caras al valiente e intrépido Caran Scyri, quien, cuando
se creyó con fuerzas para disputar a los indígenas las comarcas que
a él le parecieron mejor, se dirigió al Norte y llegó hasta los
dominios del rey Quito. Comenzó la guerra, en la cual murió Quito. Los
sucesores de Caran Scyri, que según probables cálculos fueron quince,
sin contar a los incas, llevaron sus armas al Norte y se apoderaron
de extensos territorios. A la larga caras y puruaes formaron un
pueblo; pero no por la fuerza, sino a gusto de unos y otros. Los caras
adoraban únicamente al Sol y a la Luna, siendo de notar que miraban
con horror los sacrificios humanos e hicieron por desterrarlos. Como
veremos más adelante, ellos tenían el mismo alfabeto, el mismo sistema
de numeración, el mismo calendario, la misma religión, las mismas
actitudes para el cultivo de las ciencias y artes, y casi vestían el
mismo traje que los incas. ¿Tendrían los incas, como muchos pretenden,
el mismo origen que los caras? Es posible, y algunas señales lo indican
con bastante elocuencia. Más que los caras se hallaban civilizados los
quitos. Respecto a la industria, los quitos tallaban mejor que los
muiscas las esmeraldas: las hacían esféricas, cónicas, cilíndricas
y prismáticas. Labraban de oro collares, ajorcas, pendientes e
ídolos. Construían hachas de cobre. En la cerámica estaban todavía
más adelantados, y en los vasos, ya hechos de barro colorado, ya
negruzco, representaban ídolos, hombres, fieras, pájaros, reptiles
y peces. Tejían admirablemente el algodón y la lana. En las bellas
artes nada hicieron. Creemos que no levantaron puentes de piedra; pero
sí de madera, de bejuco y de cuerda. Conocieron los acueductos, ora
superficiales, ora subterráneos. Las fortalezas fueron muy toscas, como
fueron muy toscos sus palacios y sus templos.

Poco sabemos de la historia de Tahuantinsuyo o Perú antes del
imperio de los incas, pues las noticias son obscuras, incompletas y
aun contradictorias. Ciertas señales indican la existencia remota
de centros de cultura, debidos tal vez a gente autóctona, siendo
de notar que a la decadencia o ruina de dichos centros comenzó la
civilización incásica. Para algunos escritores es cosa probada que
de los legendarios _piruas_, de los misteriosos _Hatun-Runa_ o gente
antigua, adoradores del _Con-Illá-Tici-Viracocha_, surgió el poderío
y engrandecimiento de los incas. No sería extraño--añaden--que los
primeros pobladores de Tahuantinsuyo tuvieran idea de un Ser Supremo,
creador de todo lo existente, y de un espíritu maligno o _Supay_,
como tampoco niegan que creyesen en la inmortalidad del alma y en la
resurrección del cuerpo.

Dejando estas cuestiones para los que se ocupan solamente de la
historia particular del Perú, pasamos a tratar de los incas[173].
Lo primero que se presenta a nuestro espíritu, es la pregunta que
copiamos a continuación. Los incas, ¿son indígenas o proceden del
Mogol? Sebastián Lorente y algunos más afirman lo primero[174]; Juan
Ranking y otros sostienen lo segundo. Puede, sí, asegurarse--y conviene
no olvidarlo--que los incas--_señores_--nunca creyeron haber tenido
el Asia por cuna. Diremos, para gloria de ellos, que supieron reunir
en vasta y poderosa nacionalidad tanto las cultas como las incultas
tribus, que se odiaban y hacían la guerra. Veamos lo que dice la
tradición, primera y casi única base de la historia de los incas, no
olvidando que muchos cronistas atribuyen un mismo hecho a distintos
incas, como también se da el caso que algunos hacen a Manco Capac autor
de instituciones que otros creen nacidas muy posteriormente.

       [173] Los historiadores suelen dividir la Historia del Perú en
       las siguientes épocas: _Preincáica_, _Incáica_, _Conquista_,
       _Virreinato_ e _Independencia_.

       [174] _Historia antigua del Perú_, libro III, capítulo II.

En el siglo XIII apareció en el Perú un hombre verdaderamente superior,
llamado Manco Capac. Su reinado--con arreglo a las noticias más
exactas--comenzó el año 1221 y terminó el 1262. Tenía por mujer a su
hermana Mama Ocllo. Según Balboa, habían salido de Pacaritambo con tres
hermanos y tres hermanas[175]; opinan otros que salieron de una isla
del lago de Titicaca; pero lo que parece probado es que eran hijos
de un curaca o cacique de Pacaritambo. Se presentó Manco Capac y Mama
Ocllo, hermano y hermana, esposo y esposa, llevando un cetro en forma
de una barra de oro, el cual, al dar con él en el suelo de Cuzco, se
enterró, hecho que llevaba consigo que allí tendría asiento la capital
Inca. Dice Pedro Knamer, en su _Historia de Bolivia_, que Manco Capac
debió ser jefe o sacerdote aymará, de superior talento, que dejó su
país, en compañía de su hermana, huyendo de las guerras civiles.
Manco Capac se presentó diciendo que su padre el Sol le mandaba para
dirigir y educar a los hombres. Las gentes del Cuzco, comprendiendo que
los citados viajeros eran superiores a los habitantes del país, les
prestaron obediencia. Ellos fundaron la ciudad llamada _Cuzco_, «el
centro del Universo», y después otras varias poblaciones, bien que las
mayores no excedían entonces de 100 casas. Mientras que él enseñaba
a los hombres el culto del Sol, a edificar sus casas y a cultivar
la tierra, Mama Ocllo adiestraba a las mujeres en el hilado, en la
confección de vestidos y en otros ejercicios domésticos.

       [175] _Historia del Perú_, capítulo I, tomo XV de la Colección
       de Ternaux-Compans.

Tanta llegó a ser la influencia de Manco Capac, que consiguió ser
proclamado Inca, esto es, señor de la tierra o soberano del país.
También los descendientes de sangre real se llamaron incas. La mujer
legítima del Soberano o Rey, se denominó _Coya_, tomando el mismo
nombre las hijas del real matrimonio. A las concubinas que eran de la
familia real y, en general, a todas las mujeres de dicha familia, se
las conocía con el nombre de _Palla_; a las demás concubinas con el de
_Mamacuna_ o mujer que tiene obligación de hacer oficio de madre. No
deja de llamar la atención la industria del primer Inca para atraer a
la vida de la civilización a unas gentes tan rústicas y bárbaras. En el
Cuzco hizo construir magníficos edificios, sobresaliendo entre todos el
soberbio templo dedicado al Sol, el cual era visitado por multitud de
peregrinos que acudían de todo el Imperio.

Estableció Manco Capac una _Monarquía despótica absoluta_. Heredaría
el trono el primogénito tenido en la _Coya_. El Emperador debía
casarse con una de sus hermanas, pues de este modo había seguridad
de que el príncipe heredero era de sangre real. Los hijos habidos en
las concubinas formaban la nobleza que componía la corte, y a quienes
daban el nombre de _Orejones_. Dividió la tierra en tres partes: la
del Rey, la de los sacerdotes y la del pueblo. Tuvo en cuenta al hacer
la última división el número de individuos que componían la familia,
la posición y las necesidades de cada uno. Los ganados los repartió
entre los sacerdotes y el pueblo. Organizó la sociedad bajo el punto de
vista político, religioso, administrativo y civil. Cuando Manco Capac
sintió cercana su muerte, llamó a su hijo primogénito Zinchi Lloca, y
le recomendó que no alterase el régimen del Gobierno que él dejaba
establecido.

Zinchi Lloca (1262-1281) siguió los consejos de su padre. Casó con su
hermana Mama Cora, y de ella tuvo a Lloce Yupanqui. El nuevo Rey era
valiente y arrojado; pero no tuvo necesidad de lanzarse a la guerra,
logrando por la persuasión extender los límites de su Imperio.

Lloce Yupanqui (1281-1300) al frente de un ejército, redujo a la
obediencia a diferentes tribus. Su imperio se extendía de Este a Oeste,
desde el Paucartampu a la sierra, y de Norte a Sur, desde el Cuzco al
fin del río Desaguadero. En la capital ya había templo para el Sol,
alcázares para los Emperadores y calzadas que después habían de unir
las cuatro estrellas de la monarquía.

Mayta Capac (1300-1320), continuó la conquista de sus mayores,
apoderándose de varios territorios y venciendo a muchas tribus. Penetró
en Collasuyo, venció a sus habitantes, y tanto le impresionaron las
colosales ruinas del Tiahuanaco, que pensó hacer del citado lugar la
capital de su imperio. El Inca Garcilaso de la Vega le coloca entre
los monarcas más batalladores y afortunados; pero Balboa dice que no
emprendió guerra alguna[176], y Montesinos, añade, que nada notable se
conoce de su reinado[177].

       [176] _Historia del Perú_, cap. II.

       [177] _Memorias Históricas del Perú_, cap. XIX.

Capac Yupanqui (1320-1340), hijo mayor de Mayta y de Mama Cuca, hizo
matar a su hermano Putano Uman y a otros que intentaban destronarle.
En seguida se hizo dueño de toda la tierra de Yanahuara, situada al
Occidente del Cuzco; ganó también las comarcas de Cota-pampa, Cotanera
y Huemampallpa, habitadas por los quichuas; extendió su poder por las
costas del Pacífico, por las cordilleras de los Andes, por la provincia
de Charca y por el Norte. De Norte a Sur tenía ya el imperio unas 190
leguas, y de Este a Oeste 70.

Inca-Yocca (1340-1360), hijo de Capac y de Mama Curi-Illpay, siguió
las huellas de su padre, no siendo menos afortunado en las empresas.
Castigó duramente a los soberbios chancas, acompañándole también la
victoria en otras expediciones. Dió leyes importantes y protegió la
cultura.

Yahuar Huacac (1360-1380) se entregó, según Balboa, a los placeres
sensuales[178]. Montesinos dice que fué prudente y pacífico, no
recurriendo a la fuerza ni aun para aplacar desórdenes y tumultos[179].
Conforme con Montesinos está Garcilaso. El hecho más notable de
este reinado fué que los feroces chancas, después de matar a sus
gobernadores incas, cayeron sobre el Cuzco en número de 40.000. Yahuar
Huacac abandonó la capital y se retiró a la angostura de Muyna, cinco
leguas al Mediodía. Cuando lo supo su hijo primogénito Huiracocha, se
dirigió a su padre y delante de varios incas le dijo lo siguiente:
«¡Cómo! ¿Al solo anuncio de que se ha rebelado una pequeña parte del
imperio abandonáis el Cuzco? ¿Siendo hijo del Sol entregáis a los
bárbaros el templo para que lo pisen y a las vírgenes de vuestro padre
para que las violen? ¿Y todo por salvar la vida? No quiero la vida si
no la he de llevar con honra. Iré más allá del Cuzco, é interpondré mi
cuerpo entre los bárbaros y la ciudad sagrada.»

       [178] Capítulo II.

       [179] Capítulo XXII.

Por este sólo hecho pasó la corona de Yahuar Huacac a Huiracocha.
Huiracocha (1380-1390) consiguió gran victoria peleando con los
chancas en una llanura al Norte de Cuzco. Cruel con los vencidos, como
escriben unos historiadores, o magnánimo con los prisioneros, como
refieren otros, lo cierto es que el triunfo del nuevo Rey fué de mucha
importancia. Por el Poniente Huiracocha llegó hasta la entrada de
Tucumán, y por el Norte sometió muchas tribus.

Urco, sucesor de Huiracocha, se entregó a toda clase de vicios y fué
destronado por los grandes.

Elegido Titu Manco Capac (que tomó el nombre de Pachacutec), hermano
del anterior, empleó tres años en dotar de buenas leyes el imperio y
otros tres en visitarlo y corregir los abusos. Prosiguió las conquistas
de su padre Huiracocha, no por sí mismo, sino valiéndose de su hermano
Capac Yupanqui. Ganó muchas tierras por medio de la guerra, aunque más
mediante la persuasión. En los últimos años de su reinado se ocupó
en asegurar sus conquistas, estableciendo en las comarcas recién
sometidas colonias, abriendo canales, convirtiendo en fructíferas las
tierras hasta entonces incultas, levantando suntuosos monumentos y
abriendo caminos. Excelente legislador, dió muchas leyes civiles y
penales. Suyas son las siguientes máximas: «La envidia es carcoma que
roe y consume las entrañas del envidioso. Envidiar y ser envidiado es
doble tormento. Mejor es que otros te envidien por bueno, que no los
envidies tú por malo. La embriaguez, la ira y la locura son hermanas:
no difieren sino en que aquéllas son voluntarias y mudables, y ésta
involuntaria y perpetua. Los adúlteros hurtan la honra y la paz de
sus semejantes: merecen igual pena que los ladrones. Al varón noble
y animoso se le conoce en la adversa suerte. La impaciencia es de
almas viles. El que no sepa gobernar su casa, menos sabrá gobernar
la República. Gran necedad es contar las estrellas cuando no se sabe
contar los nudos de los quipus.» Murió Pachacutec el año 1400.

Yupanqui (1400-1439) fué conquistador[180]. Venció a los chunchus;
después a los fieros moxos, situados al otro lado de la rama oriental
de los Andes; en seguida la emprendió con los chiriguanas, que vivían
al Sudoeste de Chuquisaca; y, últimamente, dió una batalla a los
purumancas que duró tres días y dejó indecisa la victoria. Según
Balboa, así como Pachacutec dió a su pueblo la unidad de idioma,
Yupanqui reunió una especie de concilio en el Cuzco y, después de
largos debates, se convino en que el Sol merecía en primer término la
adoración de los hombres, puesto que a él se debían el verano y el
invierno, la noche y el día, la fecundidad de los campos y la madurez
de los frutos; en segundo lugar eran dignos de culto el trueno, la
tierra y las principales constelaciones, entre ellas la Cruz del Sud y
las Pléyades. Cuando todos estaban conformes en las dichas creencias,
Yupanqui hizo notar que no el Sol, sino el que le obliga a eterno
movimiento era el creador del mundo, acordando entonces todos llamar a
ese dios desconocido Ticci Huiracocha Pachacamac[181].

       [180] Lorente y otros historiadores opinan que Pachacutec y
       Yupanqui son los nombres de un mismo inca.

       [181] Balboa, cap. V.

Tupac Yupanqui (1439-1480), a la cabeza de un ejército de 40.000
soldados se dirigió al Norte, peleando con los huacrachucus, a quienes
desbarató completamente, obligándoles a pedir la paz. Al siguiente
año peleó con los chachapoyas, situados al Levante de Caxamarca, que
le opusieron tenaz resistencia. También sometió a los muyupampas y a
los cascayuncas. La emprendió tiempo adelante contra los habitantes
de Huancapampa (hoy Huancabamba), los cuales se rindieron y aceptaron
las condiciones impuestas por el Inca. Tocó el turno a Huanuco, cuyos
habitantes, como los de Huancapampa, se sometieron fácilmente. Todavía
continuó peleando y todavía continuó llevando la civilización por todo
el país.

Huayna Capac (1480-1525), hijo del anterior, comenzó peleando contra
los caranguis, que fueron pasados a cuchillo, salvándose sólo los
niños. Dícese que la matanza fué tan grande, que llegó a enrojecer las
aguas de Yahuarcocha. Si Huayna Capac no extendió su imperio al Norte
hasta los límites que a la sazón separan la república del Ecuador de
la de Colombia, sí es cierto que ganó desde Chimo (hoy Trujillo) a
Puerto viejo. Sometió también a los chachapoyas, y con ellos se mostró
generoso. Tuvo dos hijos, Huascar, su primogénito, habido en su primera
mujer, llamada Rava Ocllo, y Atahualpa, que tuvo después de otra de sus
mujeres. Dispuso que a su fallecimiento se le arrancara el corazón y se
guardara dentro de un vaso de oro en el templo de Quito, que su cuerpo
embalsamado se llevara al Cuzco, y que Huascar se sentara en el trono
de los incas y Atahualpa en el de los antiguos scyris.

Cuando Huayna Capac recorría y admiraba sus templos y palacios en el
sagrado lago, un rayo derribó uno de sus palacios y se sucedieron
unos terremotos después de otros; pero la noticia que sobrecogió a
todos de espanto, fué que en el Pacífico navegaban en casas de madera
hombres blancos y barbudos, cuya venida había anunciado el inca Ripac.
Inmediatamente Huayna Capac abandonó Collasuyo y se retiró a Quito,
buscando el consuelo de su favorita Pacha, madre de Atahualpa, su hijo
más querido.

Huascar heredó el trono del Perú y Atahualpa el de Quito. Al poco
tiempo de morir Huayna Capac (1530), sus citados hijos comenzaron
desastrosa guerra. Huascar en Cuzco ambicionaba también el reino de
Quito, y Atahualpa a su vez no se contentaba con Quito, sino que quería
conquistar el Cuzco. Atahualpa organizó poderoso ejército bajo el mando
de su primogénito Hualpa Capac y de los generales Quizquiz, Calicuchina
y otros. Logró salir victorioso en varios combates, y se preparó a una
guerra cruel, cuando supo que su hermano Huascar salía del Cuzco al
frente de muchas tropas, habiendo jurado antes por el Sol y por todos
los dioses que había de cortar la cabeza al rey de Quito, la cual
convertiría en un vaso recamado de oro para sus festines.

Contra Huascar se dirigieron los generales Quizquiz y Calicuchina.
La batalla fué sangrienta y duró todo un día. Prisionero Huascar, no
mereció compasión del vencedor, quien resolvió apoderarse de todo
el imperio y ceñir la borla de los incas. El Cuzco cayó en poder
de Atahualpa el año 1532. No negaremos que Atahualpa merecía el
calificativo de cruel; pero no le censuraremos por haber declarado
la guerra a su hermano. Si Huascar vencedor se había de apoderar del
reino de Quito, de esperar era que, vencedor Atahualpa, se apoderase
del imperio del Cuzco. Pero a la sazón los españoles, mandados por
Francisco Pizarro, habían llegado a Tumbez y procede que suspendamos
esta crónica de los incas, para tratar de las instituciones y cultura
del Perú.

Como hemos podido observar, el Inca, Soberano o Rey, era a la vez
Pontífice y padre de los pueblos. Lograron con verdadera constancia
que todas las tribus tuviesen la misma religión, el culto del Sol, y
hablasen la misma lengua, la quechua. Consiguieron imponer las mismas
leyes, los mismos usos y costumbres a pueblos tan diferentes en su
origen y en sus inclinaciones. El Inca, según Velasco, podía tener
tres o cuatro mujeres legítimas, y según Garcilaso, solamente una.
Podía tener las concubinas que quisiera. Tanto el Inca como la Coya
eran objeto de veneración de parte del pueblo. Los nobles estaban
divididos en _incas, uracas_ y _amantas_. Los incas se diferenciaban
de los demás nobles porque llevaban engarzados en las orejas grandes
rodetes. Como estos rodetes hacían muy anchas las orejas, los españoles
designaron a los incas--como antes se dijo--con el nombre de _orejones_.

Hallábase dividido el imperio en cuatro regiones, y al frente de
cada una había un virrey asistido de comisiones de guerra, justicia
y hacienda. Los cuatro virreyes formaban el Consejo de Estado del
Inca. La región se subdividía en provincias y estaba dirigida por
un gobernador o prefecto. La acción del gobernador se hallaba
frecuentemente limitada por la de los curacas. El ejército tenía
severa organización, como también la administración de justicia. Ya
se ha dicho que la religión del Imperio consistía en adorar al Sol:
Huiracocha era hijo del Sol; Catequil y Pachacamac permanecían en los
santuarios eclipsados ante aquel cuya luz y calor eran la fuente de
la vida. Consideraban al hombre formado de cuerpo y alma. Suponían
al alma inmortal y afirmaban que si en esta vida era buena, gozaría
luego de bienestar y reposo; si era mala sufriría eternamente dolores
y trabajos. Creían en la resurrección de los muertos. Más bien que
creyentes, eran supersticiosos.

Acerca de su cultura diremos que la Filosofía estaba reducida a algunos
apólogos morales, la Jurisprudencia a un corto número de leyes, la
Medicina y la Cirugía a reglas y principios empíricos y las Matemáticas
apenas eran conocidas. En la poesía se distinguieron un poco. Cantaban
en verso sus amores, las hazañas de sus reyes y de sus héroes, y
componían en verso comedias y tragedias. Para los cantos de amor tenían
su música y entre aquéllos daremos a conocer los siguientes: «En las
solitarias pampas solíamos ver a los pájaros yendo a su nido. Lloraban
lastimeramente por sus compañeros. Así, al irte tú, lloraré yo,
amado mío.» Otro decía: «Mientras me dure la vida--seguiré tu sombra
errante--aunque a mi amor se oponga:--agua, fuego, tierra y aire.»

Las comedias enaltecían las virtudes domésticas y las tragedias los
grandes hechos de la historia. Hasta nosotros sólo ha llegado una
tragedia intitulada _Ollanta_; pero afirma Markham que es posterior
a los incas, pudiéndose asegurar que la compuso el doctor Valdés,
cura de Sicuani, bien que aprovechando antiguos cantos. Sin embargo,
convienen los cronistas en que eran aficionados a las representaciones
dramáticas, las cuales tenían por objeto exponer doctrinas religiosas
o conmemorar triunfos guerreros. La música tenía cierto desarrollo, y
los instrumentos, además de la trompeta, eran el tambor, el _huancar_,
las sonajas y los cascabeles. Del mismo modo amaban con pasión el
baile. Acerca de la lengua, podemos dar como cosa cierta que la
_quichua_ era una de las mejores de América, la cual contaba entre sus
principales dialectos el de los _quitos_ y el de los _aymarás_. No
faltan escritores que consideren el aymará como lengua y la quichua
como dialecto. No descuidaron la agricultura y la ganadería. Supieron
aprovechar hasta los páramos, si no para la agricultura, para la
ganadería. Condujeron el agua por canales subterráneos de piedra, los
cuales llegaron a tener hasta 400 o 500 millas. «Entre estas obras las
había verdaderamente admirables, como que venían atravesando ríos,
rodeando montañas, perforando a veces las mismas peñas y salvando
abismos. Son indecibles el tiempo y el trabajo que debieron de costar
en tiempos donde se carecía, no ya tan sólo de los medios mecánicos de
que hoy se dispone, sino también de herramientas. Era aún más de notar
el sistema que para los riegos se había adoptado. No se distinguía
del que acá en España plantearon los árabes...»[182]. De la minería
hicieron poco caso. En las artes útiles se distinguieron como plateros,
tejedores y alfareros. Los metales que usaban eran el oro, plata y
cobre.

       [182] Pi y Margall, ob. cit., tomo I, volumen I, págs. 422 y
       423.

Los caminos en el Perú, hechos casi lo mismo que en México, llamaron
profundamente la atención de los españoles, en particular el que corría
por la costa y el que iba por las mesetas y cumbres de los Andes. Cieza
dudaba de que el emperador Carlos V, sin embargo de sus grandes medios,
pudiera hacer en aquellos sitios otro tanto. En los lugares cenagosos,
parte de los caminos eran calzadas sostenidas por recios y fuertes
muros. El citado Cieza vió dos: una en el camino de Xaquixaguana al
Cuzco, y otra desde el Cuzco a Mohina. El camino principal partía del
Cuzco y llegaba a Quito, uniendo ambos reinos. Dice el ilustre Humboldt
lo siguiente: «El gran camino del Inca es una de aquellas obras más
útiles y más gigantescas que los hombres han podido ejecutar.» Este
camino, y otros de menos importancia, contribuyeron a la prosperidad
del Perú. Estableciéronse los correos, muy parecidos a los de los
nahuas mejicanos. Los puentes en el citado país eran generalmente de
bejuco o de maguey. Hemos dicho generalmente, porque los había de
cierta paja correosa y suave llamada _ichu_. Cuando los bejucos o las
pajas no eran tan largas como ancho el río, se levantaban dos pilares,
uno en cada orilla. Si damos crédito al historiador Garcilaso, el
primer puente de esta clase se construyó sobre el río Apurimac, en
tiempo de Mayta Capac. Tenía de longitud unos 200 pasos, y era tan
fuerte que, en tiempo de la conquista, lo pasaban sin apearse y sin
temor alguno los ginetes españoles. Encontrábanse--y así lo afirma
Velasco--puentes artificiales de piedra en el Perú, a los cuales se
daba el nombre de _rumichaca_. Nosotros creemos que tales puentes, sin
embargo de la respetable opinión de Velasco, debían ser naturales. Los
acueductos indicaban del mismo modo el adelanto de los peruanos.

En relación con los medios de comunicación estaba la costumbre de
trasladar _colonias_ de una parte a otra del imperio, lo cual favorecía
el intercambio de productos. Los valles de Tacna y Moquegua, entre
otros territorios, se colonizaron con _mitimaes_ (_colonos_) de las
aldeas próximas al Cuzco. También se establecieron en las fronteras
colonias _militares_, lográndose con ello, además de otras cosas, dar
ocupación al sobrante de la población agrícola. Huelga decir que la
disciplina en lo militar era mucho más estrecha que en lo civil.



CAPÍTULO VI

  AMÉRICA CENTRAL: PRIMEROS HABITANTES DEL PAÍS.--LOS MAYAS.--LOS
  QUICHÉS Y CAKCHIQUELES.--FUNDACIÓN DE LA MONARQUÍA QUICHÉ.--LUCHA
  ENTRE LOS QUICHÉS Y CAKCHIQUELES: BATALLA DE QUANHTEMALAN.--LUCHA
  ENTRE LOS CAKCHIQUELES Y OTROS PUEBLOS VECINOS.--ESTADO INTERIOR
  DE GUATEMALA Y RELACIONES EXTERIORES.--PEDRO DE ALVARADO EN
  EL PAÍS.--NOTICIA DEL SALVADOR, HONDURAS, NICARAGUA Y COSTA
  RICA.--ESTADO SOCIAL DE LOS QUICHÉS.--CULTURA DE LOS HABITANTES
  DE HONDURAS, NICARAGUA, PANAMÁ Y COSTA RICA.--LAS ANTILLAS, EN
  PARTICULAR HAYTÍ Y CUBA: ARTES E INDUSTRIAS.


[Ilustración: Tipos mayas (actuales).]

Antes de reseñar algunos hechos de las tribus que vivían en la América
Central y muy especialmente en el territorio de la actual Guatemala,
diremos que la familia de los mayas se dividía en mayas propiamente
dichos y en mayas-quichés. Según antiguas tradiciones, llegó a las
costas de Tabasco (México) donde hubo de desembarcar, un personaje
llamado _Votan_, quien fundó una ciudad denominada Nacham (ruinas
de Palenque), población luego muy importante y hoy departamento del
Estado de Chiapas (México). Cuando Votan efectuó su desembarco, el
territorio estaba poblado de tribus salvajes. Numerosas fueron las
tribus que habitaron desde el Istmo de Panamá hasta las orillas del río
Colombia en el Estado de Oregón (Estados Unidos), y desde las costas
del Océano Pacífico hasta el golfo de México. Han venido a mostrar
modernas investigaciones que así como los mayas ocupaban gran parte de
los actuales estados del Yucatán, Campeche y algo del de Chiapas, los
quichés y cakchiqueles se extendieron por el país donde al presente
se hallan las Repúblicas de Guatemala, Salvador, Honduras, Nicaragua,
Panamá y Costa Rica. Unas y otras tribus alcanzaron alguna cultura.

Eran los mayas de color cobrizo, cráneo achatado, baja estatura y muy
fuertes. Vivían principalmente de sus cosechas de maíz; también de la
miel y de la cera de sus abejas. Gozaban fama de hábiles tejedores
y teñían admirablemente lo mismo sus vestiduras de algodón que sus
preciosas plamas. Refieren antiguos cronistas que con sus canoas
llegaron a la isla de Cuba y mantuvieron continuo tráfico con las
tribus meridionales de las costas del golfo. Cultivaban el cacao, el
maguey o aloe, el algodón, la pimienta, las judías y varios árboles
frutales.

Los quichés, según _Popal-Vuch_[183], procedían de un lugar que se
llamaba Tulan-Zuiva. De este lugar, que tenía siete grutas o cuevas,
añade Sahagún, se extendieron por varios puntos, antes que los toltecas
y los pueblos que les acompañaban llegasen a Tulanzingo[184]. Es
de sospechar que los quichés eran uno de los pueblos citados y que
entraron en tierra de Guatemala antes de la fundación de Tula. Entre la
fundación de dicha ciudad y su destrucción tuvieron tiempo de realizar
los hechos que el Popal-Vuch les atribuye.

       [183] Véase el Prólogo de este tomo.

       [184] _Historia Universal de las cosas de Nueva-España_,
       Prólogo y lib. X, cap. XXIII, párrafo 11.

El fundador de la monarquía de los quichés debió ser Balan Quitzé,
al cual sucedió en el trono su hijo Qocabib. El tercer rey se llamó
Balan-Conaché, el cuarto, Cotuha Zttayub, y el quinto, Gucumatz-Cotuha.
En tiempo de Gucumatz estallaron graves discordias entre las
principales familias que tenían asiento en el territorio. El sexto
monarca debió ser Tepepal y el séptimo Caquicab.

Entre los quichés y los cakchiqueles se originó tiempo adelante guerra
sangrienta. En ella llevaron la mejor parte los cakchiqueles, pues lo
mismo el pueblo que los Reyes eran arrojados y belicosos. La batalla
de _Quanhtemalan_ fué timbre de gloria para los cakchiqueles. «Desde
que la aurora--dice el cronista cakchiquel--comenzó a aparecer en el
horizonte y a iluminar las cumbres de las montañas, empezaron a oirse
los gritos de guerra; las banderas se desplegaron, resonaron los
tambores y caracoles, y en medio de este confuso estruendo, se vió
descender a los quichés, cuyas largas filas se movían con asombrosa
velocidad, bajando en todas direcciones de la montaña.» Llegaron a la
orilla del río que corría cerca de la ciudad, y ocuparon algunas casas
y se formaron en batalla, bajo el mando de los reyes Tepepul e Ixtayul.
«El encuentro--añade el mencionado cronista--fué terrible y espantoso.
Los gritos de guerra y el ruido de los instrumentos bélicos aturdían a
los combatientes, y los héroes de uno y otro ejército _hacían uso de
todos sus encantos_.» Fácilmente fueron vencidos los quichés, hasta
el punto que unos huyeron y otros murieron en el campo de batalla.
Entre los primeros se hallaban los reyes Tepepul e Iztayul y muchos
más, que fueron pasados al filo de la espada. «Tales fueron--así
termina el cronista--los hechos heróicos con que los reyes Oxlahuhtzi y
Cablahuh-Tihax, como también Roimox y Rokelbatzin hicieron para siempre
famosa la montaña de Iximché.»

Desde la batalla de Quanhtemalan el poder de los quichés pasó a los
cakchiqueles, quienes orgullosos con su victoria, aspiraron a dominar
todo el territorio. Alarmados entonces los Estados vecinos, formaron
una liga para defender su independencia; mas fueron también vencidos
por los soberanos cakchiqueles. «Tal era la situación de estos países
en los últimos años del siglo XV y cuando ya Cristóbal Colón había
abordado a las playas del Nuevo Mundo»[185].

       [185] Milla, _Hist. de la América Central_, tom. I, pág. XXII.

En el interior del reino estalló, año de 1497, una insurrección. A
la cabeza de los tukuchés, de la misma familia de los cakchiqueles,
se puso Cay-Hunahpú, príncipe tan rico como ambicioso, quien se
propuso arrojar del trono a Oxlahuhtzi y Cablahuh-Tihax. Dióse un
combate, siendo vencidos los tukuchés, y Cay-Hunahpú pagó con la vida
sus instintos revolucionarios. Sin embargo, el fraccionamiento del
reino fué mayor cada día y la tribu de los zacatepequez consiguió
nombrar Rey a uno de los suyos, estableciendo la capital del reino en
Yampuk. Trece años después, esto es, el 1510, murió el rey cakchiquel
Oxlahuhtzi, y el 1511 el príncipe Cablahuh-Tihax, que gobernaba con
aquél; sucediéronles sus hijos Hunig y Lahuh-Noh. En el primer año
del reinado de éstos, vino numerosa embajada mejicana que mandó,
según unos autores, Moctezuma, y según otros, Ahuizotl, octavo rey de
México. Visitaron los embajadores a los reyes quichés, cakchiqueles y
algún otro; pero volvieron a su país sin haber adelantado nada. Es de
advertir que en el año 1512 Colón había realizado sus cuatro viajes,
la Isla Española estaba sometida, Puerto Rico y Cuba conquistadas, el
Golfo de Honduras y otras tierras exploradas por Yáñez Pinzón y Díaz
de Solís, Cartagena y países más lejanos habían sido reconocidos por
Ojeda, Enciso, Núñez de Balboa y otros expedicionarios. ¿La embajada
de Moctezuma tuvo por objeto la celebración de tratados para oponerse
a los españoles? No lo sabemos, aunque es posible. Discuten también
los historiadores modernos Fuentes, Juarros y Milla, si el reino de
Guatemala estuvo sujeto alguna vez al imperio mejicano. Niéganlo con
razones más o menos poderosas.

Sin detenernos en asunto tan poco interesante, haremos notar que,
sin embargo de noticias o presentimientos acerca de llegada de los
españoles, quichés y cakchiqueles volvieron a pelear entre sí en el año
1513. Aunque la guerra fué favorable como antes a los cakchiqueles,
la naturaleza les castigaba mandándoles toda clase de calamidades:
langostas, incendios y pestes, de la que murieron Hunig y Lahuh-Noh,
sucediéndoles Belché-Qat y Cahí-Imox, quienes, al saber que los
extranjeros se habían apoderado de México, les pidieron auxilio, según
una carta de Cortés a Carlos V, fecha en México el 15 de Octubre de
1524[186]. Continuó la guerra civil en la América Central hasta que
llegó Pedro de Alvarado.

       [186] Véase Milla, Ob. cit. tomo I. pág. XXIX, nota.

Respecto a los primeros pobladores establecidos en lo restante de la
América Central sólo hay vagas noticias y a veces contradictorias. Lo
mismo decimos de los habitantes de las islas de Haití, Puerto Rico,
Cuba, Jamaica, Lucayas y otras. Además de los mayas de Guatemala, el
país que al presente es la República del Salvador, estaba poblado
por los _chontales_ y por los _pipiles_, siendo su ciudad principal
Cuscatlán. Estuvo el Salvador unido a Guatemala durante los siglos
XVI, XVII y XVIII. Honduras estuvo habitada por los _chortises_,
pertenecientes a la familia de los mayas, y por los _lencas_
(chontales). Cuando los nicaraguatecas fueron conquistados por los
españoles se hallaban divididos en cuatro grupos principales: los
_niquiranos_, que habitaban desde el golfo de Fonseca al de Nicoya;
los _chorotegas_, que vivían al Sur del lago de Managua y al Noroeste
del de Nicaragua; los _chontales_, que ocupaban las vertientes de la
cordillera central y se corrían a Honduras; y los _caribisis_, tal vez
aborígenes de aquella parte de América, bajaban desde el pie de la
citada cordillera hasta las playas del Atlántico. Fieros los indios
_chorotegas_, _cotos_ y _güetares_ de Costa Rica, vivían en contínuas
guerras.

Pasamos a estudiar el estado social de las tribus que habitaban los
territorios de Guatemala y el Salvador, de Honduras, de Nicaragua,
Panamá, Costa Rica y Antillas, fijándonos particularmente en la de los
quichés.

Acerca de la creación del Universo, la doctrina del _Popal-Vuch_
de los quichés, tiene--según la opinión de algunos autores--mucha
analogía con la del _Génesis_ de los hebreos. También el _Tepan Atilan_
de los cakchiqueles conviene substancialmente con el Popal-Vuch.
Adoraban los quichés a sus dioses y celebraban solemnes festividades,
no sin sacrificar seres humanos, que eran regularmente esclavos,
hechos en la guerra. Los dioses tenían santuarios, santuarios que
estaban servidos por sacerdotes y sacrificadores. Dícese con algún
fundamento que existía la confesión entre los quichés. La monarquía
quiché era hereditaria y la corte estaba formada de las familias
reales. La justicia se hallaba administrada por jueces y tribunales
pertenecientes a la aristocracia. Las leyes eran severas para los
criminales contra el Rey y la República. Los que atentaban contra el
Monarca sufrían la muerte; y los plebeyos o nobles que se pasaban
al enemigo o descubrían los secretos de la guerra, eran condenados
a muerte, y sus mujeres e hijos reducidos a la esclavitud, pasando
también al fisco sus bienes. Al ladrón de objetos sagrados, si éstos
eran de valía, se le condenaba a muerte; si tenían poco valor, se le
hacía esclavo. Los delitos contra la propiedad se castigaban con multas
y devolución de lo robado; aun al ladrón de oficio no se le ahorcaba,
si algún deudo suyo satisfacía el importe de la condena. De los delitos
contra la honestidad, se castigaba con la muerte la violencia consumada
y la frustrada nada más que con la servidumbre. El simple estupro no
llevaba consigo pena aflictiva, como no reclamasen por la mujer sus
padres o hermanos, en cuyo caso se declaraba esclavo al delincuente
y alguna vez se le condenaba a muerte. No consideraban delito la
prostitución. La mujer casada, mediando justo motivo, podía abandonar
la casa conyugal, quedando disuelto el matrimonio. Mujer y marido
en este caso tenían derecho a contraer con quien quisieran segundo
matrimonio. Era costumbre, muerto el marido, que la viuda casara con el
cuñado o con el más próximo deudo del marido.

Después de ocuparse detenidamente Pi y Margall del idioma de los
quichés y del cual eran dialectos el cakchiquel y el tzutuhil,
de la literatura y en particular de un drama-baile de los que se
representaban en el patio de los templos o en la plaza pública, de la
arquitectura y de la numeración aritmética igual o parecida a la de los
mejicanos, escribe lo siguiente: «Algo más podría decir de los quichés;
pero muy aventuradamente. Harto a la ventura voy en mucho de lo que
escribo»[187].

       [187] _Historia general de América_, tomo y cuaderno primeros,
       pág. 257.

Fijándonos en Honduras o Cerquín, que linda con tierras de Yucatán y
Guatemala, sus habitantes distaban mucho de tener la civilización de
los quichés y yucatecas. Los hombres iban ordinariamente desnudos; en
la guerra a veces usaban _maxtles_ y mantas. Las mujeres llevaban unos
pañuelos que les cubrían pecho y espalda; también unas enaguas que les
llegaba al tobillo. No se ataban el cabello; siempre le tenían suelto y
tendido. Comían todo género de animales, hasta los más inmundos; bebían
aguamiel en gran cantidad. En todo manifestaban su barbarie y vivían
en continua guerra. Peleaban a veces cubiertos con pieles de león y de
tigre. Adoraban el _Sol_, la _Luna_ y las _Estrellas_; rendían culto a
muchos ídolos. Los sacrificios eran frecuentes, los ayunos muchos, y en
sus grandes fiestas bailaban, al mismo tiempo que referían cantando
sus triunfos y derrotas. Consultaban a sus sacerdotes, no sólo en
materias religiosas, sino en asuntos belicosos. Sabemos que en la época
de la conquista, entre sus ídolos, tenían en mucha estima al gran Dios
y la gran Madre, tal vez personificación del Sol y de la Luna. Creían
en agoreros, en adivinos y en magos. Estaban reducidos sus templos
a unas casillas largas y estrechas: sus ídolos tenían espantable
rostro. Eran muy lujuriosos. Aunque se casaban solamente con una mujer
legítima, tenían además mancebas. Apenas cuidaban de sus mujeres y
de sus hijos; no hacían caso alguno de los enfermos. Sus ocupaciones
principales eran la caza y la pesca. Cazaban cercando primero y
quemando después grandes extensiones de monte: mataban a palos las
despavoridas reses. Pescaban atajando con rama y tierra los arroyos
y poniendo en la salida, siempre pequeña, zarzos de caña. Estaban
atrasadísimos en la industria y más en las bellas artes. Removían la
tierra con altas pértigas armadas de un garfio: apoyaban el brazo en la
parte superior del palo y la planta en la parte de abajo a donde iba
el garfio. Fabricaban mantas de cuatro hilos. Hacían el comercio de
plumas. Entre las tribus o gentes que se hallaban establecidos en el
país prevalecían los _chontales_.

No dejaba de ser curiosa la vida de los habitantes de Honduras desde su
nacimiento hasta la muerte. Cuando las madres sentían los dolores del
parto, marchaban al campo y allí daban a luz. Al recién nacido se le
bañaba en el río más próximo y se le criaba con bollos de yuca. Antes
de cumplir el año les llevaban sus padres al templo, donde pasaban
una noche velados por sus parientes. De los sueños del que se dormía
sacaban el horóscopo. La única instrucción que recibían era la de las
armas. Los primogénitos, muertos sus padres, entraban de lleno en todo
el patrimonio; si eran señores, en el señorío. No partían en ningún
caso los bienes con sus hermanos. Cuando iban a casarse con mujer
legítima practicaban algunas ceremonias parecidas a las que se usaban
en México. Un anciano, llevando obsequios de mayor o menor valor, se
presentaba en la casa de la novia y la pedía. Si aceptaba la petición,
se celebraba un gran banquete y era recibida envuelta en una manta
de brillantes colores. Uno la conducía en hombros a casa del novio,
acompañada de deudos y amigos que cantaban y bailaban. De cuando en
cuando se paraba la comitiva y repetía sus cánticos y bailes. La novia
llevaba cubierto el rostro. Inmediatamente que llegaban a la casa
del novio, las amigas descubrían el rostro de la novia, y después de
bañarla en agua de flores, la encerraban en una habitación en tanto
que seguían las fiestas y diversiones. A los tres días pasaba a poder
del novio. Terminaba completamente el matrimonio luego que dormían
tres noches en la casa del novio y otras tres en la casa de la novia,
repitiéndose siempre la bulla y los banquetes. Como puede imaginarse,
semejantes bodas eran de la gente rica o noble; las de la plebe, si
pobres y humildes, venían a ser en el fondo lo mismo. Constituían los
casados--añade el citado historiador--hogar y tenían hacienda propia.
La hacienda a la verdad era bien pobre. Estaba generalmente reducida a
unas malas sementeras de maíz y unos cuadros de legumbres; a una azuela
para rozar y unos palos para arar la tierra; al metate en que molían el
grano, la artesa en que hacían el pan y las calabazas en que bebían;
a unos molinillos de mano y unas cestas forradas de cuero que servían
de cofres; a una cama de estera sobre cuatro estacas en que había por
almohada, ya un palo, ya una piedra. Con estos bienes y este ajuar
encontraron los españoles a los habitantes de aquella comarca[188].

       [188] Ob. cit. pág. 281.

Las tintas negras del cuadro casi se convierten en blancas si
pasamos de Honduras a Nicaragua. En Nicaragua se veían reflejos de
la civilización mejicana. Se hablaba por muchos moradores de aquella
tierra la lengua nahuatl y se tenía noticia del tiempo. Se escribían
libros cuyas hojas eran tiras de cuero de venado, en los cuales se
pintaban las heredades, los caminos, los montes, los ríos, los bosques
y las costas, anotándose también los ritos, las ceremonias, las leyes,
los trastornos de la naturaleza, los cambios y mudanzas de los pueblos.
Usaban la tinta, ya negra, ya roja. Doblábanse los libros de igual
manera que entre los aztecas.

Había cierta semejanza lo mismo en los templos que en las creencias
religiosas de los nicaraguatecas y los mejicanos. Unos y otros creían
que los dioses gustaban de la sangre y del corazón de los prisioneros
de guerra, siendo de advertir que hasta los nombres de algunas
divinidades de Nicaragua eran mejicanos. Existían también semejanzas
entre los nicaraguatecas y los yucatecas. Ambos se sajaban el cuerpo
con cuchillos de pedernal y se echaban polvos de carbón en todo el
trayecto de la herida, teniendo para estas labores oficiales diestros y
entendidos. Unos y otros, al decir de Oviedo, usaban en la escritura,
no sólo de imágenes, sino de caracteres, y leían en sus libros como
nosotros en los nuestros.

No vaya a creerse por todo lo dicho que los nicaraguatecas carecían
de fisonomía especial, de propias instituciones y costumbres. La
cultura estaba reducida, si cultura puede llamarse, a la que tenían los
pueblos que habitaban entre el Pacífico y los lagos, esto es, a los
_niquiranos_ y _chorotegas_. Chontales y caribises no eran tan bárbaros
como los que poblaban a Honduras. Los chorotegas, que se dividían
en _nagrandanos_ y _dirianes_, y los niquiranos en _orotinatecas_
y _cholucatecas_, debieron tener cierto parentesco con las razas
pobladoras del Anahuac. Chorotegas y niquiranos iban vestidos, usando
hombres y mujeres pendientes en las orejas. Se distinguían por su
hermosura las mujeres de Nicoya. Diferenciábanse mucho físicamente
los hombres y las mujeres de Nicaragua. El hombre trabajaba en la
agricultura y en la industria, y era cazador y pescador; la mujer
vendía lo que el hombre ganaba. El hombre barría la casa y encendía
la lumbre; pero el comercio estaba reservado a la mujer. Guardaba el
hombre pocas consideraciones a su compañera; no le permitía ir al
templo, ni asistir a ningún acto religioso. Con harta frecuencia la
despreciaba y envilecía. Conducta semejante debió influir para que
la mujer se prostituyese, siendo considerable el número de rameras,
las cuales vendían sus gracias por diez almendras de cacao. Había
burdeles públicos y al lado de las rameras no faltaban los rufianes.
La poligamia se practicaba por los señores y por todos los ricos; la
monogamia existía para los pobres. La sodomía estaba tolerada por los
Gobiernos.

Respecto al carácter de los Gobiernos, unos pueblos estaban regidos
monárquicamente o por señores o caciques; otros democráticamente o por
consejos de ancianos. Los primeros eran hereditarios, y los segundos
electivos. Donde gobernaban señores, había Asambleas (_monexicos_),
que deliberaban sobre todos los asuntos árduos del país. Estos árduos
asuntos, lo mismo en las monarquías que en las repúblicas, fueron
las guerras. Preparaba y dirigía la guerra un general que gozaba de
extraordinarias facultades, imponiéndose a veces a los caciques, a los
monexicos y a los consejos de ancianos. Pero el poder de los caciques
era en todo tiempo absoluto, y más que absoluto, tirano.

Si de las bellas artes se trata, cabe suponer que la arquitectura no
careció de belleza. Algunas industrias, como el tejido de algodón y
la loza, estuvieron muy adelantadas. El comercio, tanto interior como
exterior, tuvo tanta o más importancia que la industria. En las plazas
tenían sus mercados, sirviéndoles el cacao de moneda.

Consideremos la religión entre los nicaraguatecas. Parece ser que
hacían derivar todos los seres de _Tamagastad_ y de _Cipattoval_, varón
el primero y hembra la segunda, que habitaban en el Cielo. A ellos se
les invocaba en caso de guerra y en ellos tenían los nicaraguatecas
toda su confianza. Habían otros muchos dioses: _Quiateot_ era el Dios
de la lluvia, y _Mixcoa_ el de los mercaderes. Tenían igualmente dioses
para el amor, para la caza y la pesca, etc. Creía el nicaraguateco
que el bueno en la tierra, a su muerte, subía al cielo, y el malo,
por el contrario, descendía a un lugar profundo; el primero era
recibido por los dioses Tamagastad y Cipattoval, el segundo por
el dios _Miqtanteot_. Entre los nicaraguatecas existía también la
confesión y el confesor era un viejo célibe; los pecados consistían
en haber hablado mal de los dioses o en haber quebrantado las fiestas
religiosas. La penitencia consistía en deponer en los altares de los
dioses ofrendas, barrer o llevar leña al templo y otras de la misma
clase. Para todos los dioses había templos y oratorios, y en honor de
ellos celebraban los nicaraguatecos alegres y brillantes fiestas, como
también ofrecían sacrificios humanos, cuya carne comían sacerdotes y
caciques. Acerca del diluvio tenían ideas determinadas. Creían que todo
ser viviente había perecido. Después vinieron a la tierra Tamagastad y
Cipattoval y crearon todos los animales: hombres, pájaros y reptiles.
Nada quedó de las primitivas razas. El castigo fué terrible; pero
merecido. La humanidad, viciosa, pecadora y corrompida, había incurrido
en la ira de los dioses.

Manifestaban singular atraso en algunas cosas. Apenas nacían sus
hijos, los padres deformaban la cabeza deprimiéndoles el hueso coronal
y abollándoles los parietales. La potestad de los padres sobre los
hijos era casi absoluta, pues, en caso de necesidad, hasta podían
venderlos como esclavos. Habremos de recordar el siguiente hecho: era
costumbre que la mujer durmiese la primera noche de su casamiento con
el sacerdote mayor. Por cierto, que con dicho sacerdote mayor confesaba
sus pecados, los cuales él sólo podía perdonarlos.

Del siguiente modo describe y diseña Oviedo la morada del cacique de
Tecoatega, a quien visitó en Enero de 1528. Así podremos conocer la
vida de aquel cacique y de aquel pueblo. Dice el laborioso escritor en
su _Historia General y Natural de las Indias_, que vivía el gran señor
de Tecoaga en una gran plaza cuadrilonga rodeada de frondosos árboles.
Allí tenía casa, donde moraban sus mujeres y sus hijos; pórtico, donde
él pasaba las horas más calurosas del día acompañado de sus fieles
capitanes; lugar destinado a la fabricación del pan y hasta cementerio
para su familia. Allí, como señal de su poder y bravura, tenía puestas
en altas cañas las cabezas de los ciervos muertos por su mano. El
cacique estaba recostado de día en una cama a tres pies del suelo, alta
la cabeza, casi desnudas o mal cubiertas las carnes por una manta de
blanco algodón; sus capitanes se hallaban también sobre esteras que
cubrían el pavimento. Si llamaba el señor, se levantaba uno o varios
de los capitanes y ejecutaban las órdenes de aquél recibidas. Do noche
dichos jefes velaban el sueño del cacique y guardaban la plaza.

Las casas eran grandes chozas terminadas en ángulo agudo, de cuyo
vértice bajaba el tejado hasta casi dar con los aleros en el suelo;
los pórticos consistían en tinglados sostenidos por troncos de árboles
y cubiertos con ramas, y las camas se componían de zarzos de gruesas
cañas, por colchón esteras y por almohada banquillos de madera. El
bambú, el bejuco, la madera y la paja, constituían los materiales de
esos edificios.

Vagas y de segunda mano son las noticias que tenemos de los pueblos
que hoy constituyen las Repúblicas de Panamá y de Costa Rica. Dice
Torquemada que no había idólatras en los citados pueblos. Adoraban a
un solo Dios o _Chicuhna_, que moraba en el cielo. Chicuhna significa
principio de todas las cosas. A dicho Dios dirigían sus plegarias y
hacían sus sacrificios. Los europeos, cuando llegaron al país, no
encontraron imágenes de Chicuhna ni de otros dioses. Herrera, por el
contrario, sostiene que en Panamá rendían culto a una divinidad que
llamaban _Tabira_, y cuya imagen estaba hecha de oro. Algunos, no
todos, creían en la vida futura, y por esta razón enterraban con el
cadáver todo aquello que había sido más de su agrado durante la vida.
Los habitantes de Panamá, añade Herrera, tenían mucho parecido a los de
las islas de Santo Domingo y Cuba. Distinguíanse, en particular, como
pintores y entalladores.

Por último, afirma Torquemada que del Darién a Nicaragua sólo existía
el gobierno monárquico, y al Rey heredaba el hermano, y a falta de
hermanos sucedían los sobrinos. Los sobrinos debían de ser, no por
línea de varón, sino de hembra.

Pasando ya a otro asunto, habremos de notar que desde Panamá hasta
México, incluyendo también las islas de Santo Domingo y Cuba, se
parecían los habitantes en usos y costumbres; también tenían cierto
parecido o semejanza sus instituciones políticas y administrativas.

Nada nuevo añadiremos al decir que las numerosas tribus que ocupaban
la mayor parte de las islas de Haití o Santo Domingo (Isla Española),
Cuba, Puerto Rico, Jamáica, las islas Lucayas y otras, diferían mucho
de los caribes, lo mismo física que moralmente. Si físicamente eran
de buena talla, de color más claro, de hermosas facciones, esbeltos
y bien formados, bajo el punto de vista moral se distinguían por su
dulzura, candidez y generosos sentimientos. Aunque se conoce poco de
la vida social de los habitantes de aquellas islas, se sabe que hasta
la veneración llevaban el respeto a sus caciques. Sobresalieron en
la industria agrícola, labraban la madera y trabajaban hábilmente el
barro. Hacían joyas de oro, estátuas, etc. Estaban muy atrasados en
las ciencias. Creían en la otra vida; adoraban el _Sol_, la _Luna_
y otros dioses. Se permitía la poligamia y el repudio. No eran más
humanos con los enfermos que los patagones y los tapuyas. Tenían tanto
miedo a los caribes, que, cuando se les hablaba de ellos, se ponían
trémulos. Colón se los atraía sólo con decirles que había ido allí
para librarlos de enemigos tan fieros. Los caribes, como los tupíes,
se hallaban interpolados con otros muchos pueblos[189]. Caribes y
tupíes debían tener casi las mismas cualidades. «Iban--escribe Pi y
Margall--sin temor de isla en isla, y de las islas a Tierra Firme.
Hacían tan aventuradas expediciones con el sólo fin de asaltar pueblos
y procurarse cautivas. Bravos, no temían la lucha en campo abierto;
pero la evitaban siempre que podían, cayendo de noche sobre las plazas
objeto de su codicia o su venganza, tomándolas sigilosamente las
salidas, atacándolas de rebato, incendiándolas y para mayor confusión
aturdiéndolas con espantosos alaridos. Como los demás bárbaros, no
dejaban con vida sino a los niños y las mujeres; mataban y aun comían
a los adultos, y eran el terror de las gentes. Aterradas tenían a
todas las naciones de la cuenca del Orinoco, si se exceptúa la de los
cabres, aterradas las costas, aterradas las Antillas, y verdaderamente
aterrados tuvieron después a los mismos europeos»[190]. Untaban sus
flechas con veneno. Desde Pedro Mártir de Anglería, hasta el último de
los cronistas que, como testigos presenciales, escribieron, ora de las
Antillas, ora de Tierra Firme, los presentan comiéndose a sus enemigos
en repugnantes banquetes.

       [189] Recuérdese lo que se dijo de los tupíes y caribes en el
       capítulo IV.

       [190] _Historia general de América_, tomo y volumen I, págs.
       695 y 696.

Pondremos remate a nuestras consideraciones y por lo que a Cuba se
refiere, considerando que en estos últimos años (1909-1910). D.
Federico Rasco, coronel de la Guardia Rural, ha encontrado objetos
precolombinos en una cueva en Jauco, término de Bayamo (provincia
de Oriente), que tienen verdadero valor histórico. Consisten dichos
objetos en un dujo o asiento indio, de madera y de una sola pieza, con
dibujos en tallado, dos ídolos de piedra, tres hachas de piedra dorita
pulimentadas, varias figuras o mascarillas de arcilla endurecidas al
sol y que formaban parte de las vasijas de los indios, etc. Además,
se hallaron dos cráneos, uno de un hombre y otro de una mujer, y por
ciertas señales debieron ser de caribes. Indícanos el estudio de los
objetos citados que la civilización de los primeros habitantes de Cuba
no fué nula, pero inferior, bastante inferior a la del Yucatán, México
y América Central.



CAPÍTULO VII

  AMÉRICA SEPTENTRIONAL.--OBSCURIDAD DE LA HISTORIA DE MÉXICO EN
  SUS PRIMEROS TIEMPOS.--LOS QUINAMETZIN.--LOS QUINAMÉS.--LOS
  NAHUAS, XICALANCAS Y OLMECAS: SU ORIGEN.--LOS CHICHIMECAS Y
  FUNDACIÓN DE SU IMPERIO.--LOS TOLTECAS: SU PEREGRINACIÓN; SU
  ASIENTO EN TULA.--TRIBUS MENOS IMPORTANTES.--RELACIONES ENTRE
  CHICHIMECAS Y TOLTECAS.--MONARQUÍA TOLTECA EN TULA.--LAS TRES
  MONARQUÍAS: SUS REYES.--QUETZALCOATL: SU DOCTRINA.--TETACATLIPOCA
  Y NAUHYOT.--XIUHTLATLZIN.--MATLACCOATL Y TLILCOATZIN.--HUEMAC
  Y TOPILTZIN.--LOS CHICHIMECAS SE APODERAN DE TULA.--REYES
  TOLTECAS DE TULA.--CULTURA DE LOS TOLTECAS.--LOS CHICHIMECAS: SU
  SITUACIÓN: SU VIDA.--GOBIERNO DE XOLOTT.--EL FEUDALISMO.--GUERRAS
  DE XOLOTT.--TRIBUS QUE INVADEN EL IMPERIO.--NOPALTZIN Y
  HUETZIN.--EL REINO DE TEZCUCO.--LOS AZTECAS: SU PROCEDENCIA.--LAS
  CASAS GRANDES DE GILA.--LOS AZTECAS ANTES DE ESTABLECERSE EN
  MÉXICO Y EN TLATELOLCO.--QUINANTZIN Y TECHOTLALAZIM.--LAS
  75 PROVINCIAS.--IXTLILXOCHITL: GUERRA CIVIL.--RIVALIDAD
  ENTRE TEZCUCO Y MÉXICO.--NETZAHUALCOYOTL.--LOS REINOS
  CONFEDERADOS.--GUERRA CIVIL.--LOS ESPAÑOLES EN TABASCO.--MOCTEZUMA
  II: SU GRANDEZA.--LA RELIGIÓN Y LA GUERRA.--EL JEFE DE CLAN, EL
  CALPULLI Y EL TLACALECUHLI.--LAS FRATIAS Y LA TRIBU.--CONSEJO
  TRIBAL.--LA INDUSTRIA.--EL CALENDARIO.--OBRAS PÚBLICAS.--LA
  ESCRITURA.--CREENCIAS RELIGIOSAS.


Consideremos el comienzo de la historia de México. El punto es obscuro
y nada puede asegurarse con certeza. Según recientes estudios, apareció
el hombre en el suelo mejicano al principio de la época cuaternaria.
Dícese del mismo modo que el habitante más antiguo pertenecía a la
raza negra. Dejando la cuestión de si era o no autóctono, sabemos
tradicionalmente que las primeras gentes fueron los _quinametzin_,
hombres de elevada estatura, establecidos en las orillas del Atoyac,
río que corre entre Cholula y Puebla; descendían, como todos los
invasores de América--y así lo dice Veytia--de siete familias que
vinieron de Tartaria. ¿Los quinametzin y quinamés son el mismo pueblo?

La raza que contribuyó más que ninguna a la civilización de la América
del Norte fué la de los nahuas[191]. Estos nahuas, ya xicalancas, ya
olmecas, si estuvieron primeramente subyugados por los quinamés, luego
convidaron a sus señores a un banquete, y después de embriagarles, los
mataron. Dueños del país, lo poseyeron pacíficamente. Acerca de la
procedencia de olmecas y xicalancas, se cree que bajaron del Oriente
en canoas y llegaron primero al río Pánuco, desembarcando después en
las costas y ocupando toda la península del Yucatán con la fracción de
Chiapas y Tabasco.

       [191] Los nahuas y los mayas, ¿son razas diferentes? Sostienen
       algunos autores que tuvieron el mismo origen y vivieron unidas
       mucho tiempo. Puede, sí, asegurarse que los unen grandes
       semejanzas y los separan notables diferencias.

Decían los mejicanos del tiempo de la conquista que el mundo había
pasado por cuatro edades: en la segunda ponían a los quinamés, y en
la tercera a los xicalancas y olmecas. En la cuarta hacían venir del
Occidente a los _chichimecas_, conjunto de tribus pertenecientes
al mismo tronco que los xicalancas y olmecas, aunque de diferente
carácter. Estos nahuas acamparon en la parte más septentrional de
México, en las riberas del Gila o del río Colorado. Afirmase que
echaron los cimientos de la ciudad de Huehuetlapallan, y la hicieron
capital de su imperio. Andaban casi desnudos o cubiertos con pieles de
fieras, se alimentaban de la caza y de frutas silvestres, vivían en
cuevas naturales o abiertas en los montes. Aunque tenían su monarca y
organización, dichas tribus gozaban de cierta autonomía y obedecían
a su cacique. Los chichimecas eran monógamos. No se casaban sin el
consentimiento de los padres de la novia; luego, por ligeros motivos,
repudiaban a sus mujeres y contraían otras nupcias. Trataban, sin
embargo, muy bien lo mismo a sus mujeres que a sus hijos. No consentían
los enlaces entre padres é hijos, ni entre hermanos y hermanas; pero sí
entre cercanos deudos.

Entre las tribus chichimecas había una que tenía mayor cultura y
costumbres más suaves, algunos conocimientos de astrología, de
artes y de agricultura. Era la de los _toltecas_, la cual pronto se
declaró independiente de los emperadores de Huehuetlapallan e hizo de
Tlachicatzin la capital de su república. Se ignora el tiempo que los
toltecas permanecieron en Tlachicatzin, como también si gozaron de
completa independencia. Parece probado que andando el tiempo pelearon
con las demás tribus, siendo vencidos y arrojados de su patria.
Emprendieron a últimos del siglo VI de Jesucristo, larga peregrinación
que duró cien años, llevando consigo, según cuentan muchos
historiadores, sus mujeres e hijos, siete capitanes por jefes, un
sacerdote por guía y consejero. Andaban unos días y descansaban otros.
Hacían largas estaciones, dejando en ellas cuando marchaban cierto
número de familias. No se dirigían a punto fijo; unas veces iban por
la costa del mar y otras veces se separaban de ella, ora se dirigían
a Levante y ora a Poniente, ya avanzaban y ya retrocedían[192]. Hacia
el año 697--según cálculos de Veytia--debieron llegar los toltecas
a Tulcantzingo (hoy Tulanzingo), recordando entonces que hacía dos
ciclos, esto es, ciento cuatro años, que habían salido de su país. No
agradándoles su nueva patria, a los diez y seis años, el 713, volvieron
a ponerse en camino con dirección a Occidente. Convidados por la
dulzura del clima y la fertilidad de la tierra, acamparon cerca del
pueblo de Xocotitlan, en las riberas de humilde río, donde fundaron
la ciudad de Tullan (hoy Tula). Decididos a no mudar de asiento,
edificaron sus casas de lodo y piedra, y desde Tula se derramaron por
el valle de México, tal vez teniendo que luchar con varias tribus que
aún quedaban en aquella tierra.

       [192] Veytia, _Historia Antigua de México_, caps. XXI y XXII.

¿Se hallaban entre estas tribus los _tarascos_ y _otomíes_, los
_totonecas_, _zapotecas_ y _mixtecas_? De los tarascos de Michoacán
diremos que eran pueblos sedentarios, cuyas casas hacían de piedra y
barro, distinguiéndose en la fabricación de sus objetos de orfebrería,
en sus trabajos de pluma y en sus excelentes armaduras, rodelas, etc.
La lengua de los tarascos tenía cierta armonía, y en ella abundaban las
vocales. Manifestaban cierta obscuridad en sus ritos y ceremonias.

Los otomíes, vecinos de los anteriores, no se distinguían por su
cultura. Cultivaban sus feraces tierras y eran aficionados a la música
y al canto. Apenas había mujeres célibes, pues los padres o los tutores
les buscaban con empeño maridos. Cuando la mujer otomí se hallaba en
cinta se cargaba de amuletos y talismanes; procuraba no encontrarse
con seres o cosas maléficas, como la vista de perros negros. Si el que
nacía era varón, se le colocaba en la frente una pluma, en los hombros
un arco y una aljaba, y en el pecho una herramienta cualquiera; si era
hembra, en la mano derecha un uso, en la izquierda una poca lana y en
el corazón una flor.

Los otomíes, como todas las tribus del Norte, usaban el pulque, la
más estimada bebida alcohólica; el maíz era cultivado generalmente y
formaban con él sabrosas tortas. Debemos hacer notar que los otomíes
eran uno de los pocos pueblos que veían en la muerte la completa
aniquilación del hombre. Volveremos a recordar en este lugar que si las
tribus del Mediodía manifestaban sentimientos religiosos, en cambio,
las del Norte estimaban poco o apenas hacían caso de las relaciones
entre el hombre y Dios.

Los totonecas de Veracruz, tributarios también de los aztecas, aunque
más cultos, debieron ser los constructores de las pirámides y templos
de Teotihuacán. Los antiguos cronistas, al ocuparse de _Cempoalla_, la
principal población de los totonecas, dicen--tal vez con exageración
manifiesta--que parecía un paraíso terrenal.

No tenían menos cultura los zapotecas de Oaxaca y sus vecinos los
mixtecas de la costa del Pacífico. Afirmaban los zapotecas que las
ruinas de Mitla, llamadas en su lengua _Ryo-Ba_ o entrada a la tumba,
con sus soberbios palacios de grandes salones, fueron sepulcro de
sus antepasados. La lengua zapoteca se llamó en el país _tichaza_
(lengua de los nobles). Entre los zapotecas existía la monogamia. Con
frecuencia se unían mancebos de catorce años con doncellas de doce.
Dominaban los hombres a las mujeres; pero no por la fuerza, sino por el
cariño y la dulzura. Si gustaban de los placeres carnales, no llevaban
sus relaciones amorosas hasta la lujuria.

De los mixtecas se dice que perpetuaron en jeroglíficos la memoria de
sus mitológicas leyendas. Cuéntase de ellos que tenían en cada pueblo
personas anualmente elegidas para que todos los días señalasen trabajo
a sus convecinos. Al amanecer, las citadas personas, desde lo alto de
sus casas, llamaban a los convecinos y les señalaban tarea. Aquellos
que no cumplían el encargo, porque perezosos no realizaron la obra o
la hicieron mal, sufrían severo castigo. Tales hechos hacen pensar con
algún fundamento si los mixtecas se hallaban regidos bajo principios
comunistas.

Dejando ya el estudio de las últimas tribus, cuya importancia es
escasa, recordaremos que durante la peregrinación de los de Tula, los
chichimecas invadieron el Anahuac[193], que tomaron por la fuerza.

       [193] Unos autores entienden que el antiguo Anahuac comprendía
       toda la tierra que se halla entre los dos Océanos, y otros
       dicen que sólo abrazaba lo que denominamos hoy Nueva España.
       Nosotros entendemos por Anahuac el territorio ocupado al
       presente por los Estados de Querétaro, México, Veracruz,
       Tlaxcala y Puebla.

Los toltecas, residentes en Tula, deseosos de reconciliarse con los
chichimecas, abandonaron el gobierno de los siete capitanes, que
los mandaban alternativamente, eligieron un Rey y establecieron
la monarquía hereditaria. El primer Rey--según Veytia--era
hijo de Icauhtzin, emperador de los chichimecas, y se llamaba
Chalchiuthlanetzin. Las leyes de sucesión disponían que ninguno pudiera
ser Rey más de un ciclo; el que viviera más, entregaría la corona
a su heredero, y el que muriese antes se encargarían de ella los
ancianos. La monarquía había gozado gran ventura, engrandeciéndose por
la influencia de la civilización más que por las armas. Brasseur de
Bourbourg, apoyándose en nuevos códices, sostiene que Nauhyotzin fué el
primer Rey de los toltecas y que no hubo las citadas leyes de sucesión;
añade que pasó toda su vida en lucha con las tribus extranjeras o
indígenas establecidas en aquel suelo.

Por entonces se fundaron tres monarquías: una en Colhuacan, cuyo primer
Rey fué Nauhyotzin; otra en Guauhtitlan, dirigida por Chicon-Tonatiuh;
y la tercera en Tula, de la cual Mixcohuatl Mazatzin fué a la vez Rey
y Pontífice. Prestábanse apoyo las tres monarquías y los tres Reyes en
sus respectivos Estados emplearon sus armas, en el interior, contra
la aristocracia que se negaba a reconocerlos, y en el exterior contra
las tribus que venían del Norte. Los caudillos más bravos fueron
considerados luego como dioses, lo cual indicaba que todavía se hallaba
América en los tiempos heróicos y no en los históricos.

A tal punto llegó la unión de las tres monarquías, que a la muerte de
Nauhyotzin en Colhuacan le sucedió Mixcohuatl Camaxtli, hijo del Rey de
Tula, y al morir Mixcohuatl Mazatzin en Tula, ocupó el trono Huetzin,
cuyo origen se desconoce. Según el _Códice Chimalpopoca_, la monarquía
menos venturosa fué la de Quanhtitlan, cuyo segundo Rey, llamado
Xiuhel, acabó sus días de muerte airada: tal vez hubiera perecido
este reino, si no se hubiese nombrado Rey a Huactli, joven de valor
y simpático. En su apoyo llegaron de Chapala número considerable de
chichimecas.

El Rey de Colhuacan, Mixcohuatl Camaxtli, tomó a Cuitlahuac, ciudad
donde se estrelló su padre, y se dirigió al Mediodía de Popocatepetl y
al territorio de Tlaxcala y Huexotzingo, ciudades que él fundó, según
algunos escritores. Los nobles, enemigos de la monarquía, mataron a
Camaxtli, teniendo que bajar Huetzin desde Tula, el cual impidió la
disolución del reino. Ocurrió entonces un suceso que no acertamos a
explicar, y fué que Huetzin pasó a ser Rey de Colhuacan, quedando como
monarca de Tula un tal Ihuitimal.

Por aquellos tiempos, esto es, en el año 856, se confederaron
los monarcas de Tula, de Colhuacan y de Otompan, reino el último
cuya situación se desconoce, y que tal vez--como opina algún
historiador--sus dominios constituyeron después el de Tezcuco. Dícese
que Reyes y ancianos de las tres monarquías, reunidos en asamblea,
acordaron dar al soberano de Colhuacan el título de _Tiatocat-Achcauh_,
que quiere decir Emperador o el primero de los Reyes. Cada Rey
continuaría siendo, lo mismo en lo religioso que en lo civil, la
autoridad suprema de su Estado. Las leyes de sucesión habían de ser
iguales en los tres pueblos: el primer sucesor sería el primogénito,
el segundo el segundogénito, el tercero el hijo del primogénito y el
cuarto el hijo del segundogénito, y así sucesivamente. El heredero
de la corona, cuando llegaba a la mayor edad, ejercía el cargo de
generalísimo; pero, si lo desempeñaba mal, no podía subir al trono. En
los intereses comunes a los tres Estados, deliberaban los tres Reyes,
resolviéndose todos los asuntos por mayoría.

A la sazón--y seguimos al pie de la letra el Códice
Chimalpopoca--apareció un hombre extraordinario: llamábase Quetzalcoatl
o Quetzalcohuatl. Debió pertenecer a la tribu tolteca, si bien algunos
escritores le consideran olmeca o xicalanca. Ven en él, unos, al
mismo apóstol Santo Tomás, que apareció en América (siglo primero
de la Iglesia); otros dicen que era Dios; quién le hace Santo,
Pontífice o Rey; quién hechicero o un hombre cualquiera. Convienen
casi todos en que era un ser superior, digno de eterna fama en la
historia del Nuevo Mundo. «Quetzalcoatl, se dice unánimemente, les
enseñó a mejorar el cultivo de la tierra, fundir el oro y la plata,
tallar las piedras preciosas, tejer el algodón y la pluma, curtir y
adobar las pieles, construir puentes y calzadas, y levantar los más
suntuosos monumentos; los exhortó a moderar las pasiones, domar la
carne por el ayuno, purificarse por la penitencia y hacerse propicia
la divinidad por la oración y el sacrificio de la propia sangre; los
apartó de inmolar a Dios víctimas humanas, y los inclinó a no darle
en ofrenda sino perfumes, flores, frutos, pan de maíz, mariposas, y,
cuando más, serpientes y gamos; les ablandó, por fin, el corazón y
les suavizó las costumbres»[194]. Es de advertir que en la mitología
tolteca había un Quetzalcoatl, dios de los vientos; también se llamaba
Quetzalcoatl el sacerdote de aquella divinidad. ¿Contribuiría esto a
las contradicciones de los cronistas?

       [194] Pi y Margall, _Hist. gral. de América_, tom. y vol. I,
       pág. 27.

Cuentan algunos historiadores que había en Tula una virgen llamada
Chimalman, que tenía dos hermanos de nombre Tzochitlique y Conatlique.
Hallándose los tres solos en su casa, se les apareció de repente un
enviado del Cielo. Tzochitlique y Conatlique, murieron de terror,
oyendo entonces Chimalman de boca del ángel, que concibiría un hijo sin
obra de varón. Aquel hijo fué Quetzalcoatl.

De diferente manera refiere el caso el _Códice Chimalpopoca_. Según
él, Chimalman fué una princesa que defendió valerosamente sus Estados
contra Mixcohuatl Camaxtli, Rey de Colhuacan, el mismo que murió
en Cuitlahuac a manos de los nobles. Vencida Chimalman, casó con
el vencedor, y tuvo a Quetzalcoatl. De muy joven, añade el Códice,
acompañó Quetzalcoatl a su padre en todas las expediciones belicosas.
Cuando Quetzalcoatl supo que el autor de sus días había sido asesinado,
reunió a sus parciales, se dirigió a Cuitlahuac y la tomó, llevando a
cabo terrible venganza. Desapareció luego, ignorándose donde estuvo.
A los quince años, el 870, apareció en Pánuco, rodeado de brillante
pléyade de sabios y artistas. El vengativo guerrero se había convertido
en profeta. Aquel hombre, de negros y largos cabellos, blanco rostro
y buenas facciones, de espesa barba y gallarda estatura, vestido con
una túnica y calzando sandalias, se atrajo y cautivó a las gentes.
Ganoso de extender la civilización por el país, comenzó su apostolado
en Tulanzingo. Pasó a Teotihuacan, de cuya ciudad salió irritadísimo
porque allí se levantaban los templos del Sol y la Luna, y allí se
inmolaban cautivos y criminales en el altar de los dioses. Recomendaba
que cada uno vertiera su sangre punzándose con espinas el cuerpo,
y él mismo se lo picaba con agujas de esmeralda después de haberse
bañado a media noche en las fuentes de Atecpan Amocheo. A la muerte
de Ihuitimal, fué proclamado Rey. Lo primero que hizo fué abolir los
cruentos ritos de los chichimecas y ordenar que se purificasen los
templos, medidas que le atrajeron el odio de los sacerdotes. Arreció
la enemiga contra él cuando introdujo las siguientes reformas: el
bautismo, el ayuno, la confesión, la castidad para los Ministros
de Dios, y la fundación de colegios sacerdotales sujetos a severa
disciplina. En cambio, se ganó el corazón de la muchedumbre por la
santidad de sus actos, el esplendor del culto, el fausto de la corte,
la grandeza de los monumentos que hizo levantar en Tula, la protección
que dispensó a la industria y a las artes, los caminos con que enlazó
los tres reinos. Como tuviese noticia que secretamente se inmolaban
cautivos en aras de los dioses, castigó sin piedad a los que tales
cosas hacían. Tetzcatlipoca, individuo de una familia que se creía con
derechos a la corona, al frente de algunos partidarios de la antigua
religión, y con la ayuda de los reyes de Colhuacan y de Otompan,
encendió la guerra contra Quetzalcoatl, quien, no queriendo derramar
sangre, abandonó el trono y partió de la ciudad, seguido de muchos de
los suyos. Dejaba el trono el 895. Hacía veinticinco años que llegó a
Pánuco y veintidós que era Rey.

Veamos cómo dicen los historiadores que Quetzalcoatl hizo el viaje a
Cholula. Delante van los músicos tañendo la flauta, al lado pajes que
le cubren la cabeza con el parasol de plumas, detrás los ciudadanos
más distinguidos y por los aires pájaros de brillantes colores que
abandonan la población rebelde. Si vuelve los ojos y llora al ver a
Tula, sus lágrimas horadan los peñascos; si pone las manos en una roca,
en ella se señalan las huellas; si tira una piedra a un árbol, las
señales duran siglos; si se sienta en la loma de una sierra, el monte
se hunde. Escondió en el lecho de un río las joyas que no ocultó antes
de salir de Tula, y a instancias de sus antiguos vasallos, dejó en el
reino los maestros de las artes y las herramientas[195].

       [195] Véase Sahagún. lib. III, caps. XII, XIII y XIV.
       Torquemada, lib. VI, cap. XIV.

Inmensa alegría causó su presencia en Cholula, donde continuó la obra
que había realizado en Tula. Enseñó a los hombres la moral y las artes;
extendió la civilización y cultura a toda la comarca. Convirtió a
Cholula en hermosa ciudad, pues antes sólo era pobre villa. Se atrajo
a los olmecas, que se hallaban situados al Este y Sur de Popocatepetl,
formando con ellos un segundo reino. Fundó ciudades, levantó templos,
abrió caminos, estableció colegios de sacerdotes y comunidades
religiosas de mujeres.

Tetzcatlipoca, bajo el nombre de Huemac, logró ceñir la corona de Tula,
y luego, temiendo el ascendiente del reino de Cholula, al frente de
poderoso ejército, cayó sobre los dominios de Quetzalcoatl, quien,
como en Tula, se negó a pelear, aunque sus súbditos le manifestaron
su decisión de combatir hasta derramar la última gota de su sangre.
No lo consintió Quetzalcoatl, y, después de darles algunos sanos
consejos y esperanzas, abandonó la ciudad, acompañado sólo de cuatro
distinguidos jóvenes, emprendiendo su tercera retirada. Cuando llegó a
la embocadura del Guazacoalco, despidió a sus compañeros, anunciándoles
que en los futuros tiempos vendrían a dominar el país unos hombres de
Oriente, como él blancos y de espesas barbas. Dirigióse en seguida por
las aguas del río, ignorándose el camino que tomó, ni dónde acabó sus
días. Por mucho tiempo recordaron aquellas tribus el nombre inmortal de
Quetzalcoatl.

Posteriormente el tirano Tetzcatlipoca, fué castigado como merecía.
Creíase invencible, cuando Nauyotl, por cuyas venas corría sangre
de los chichimecas, se sublevó en Tula, derrotó completamente a
Tetzcatlipoca y se apoderó del reino. El nuevo monarca, si permaneció
fiel a las antiguas creencias, no persiguió el nuevo culto. Tula fué
el centro de la religión tradicional y Cholula la ciudad santa de las
doctrinas de Quetzalcoatl. Nauyotl hizo construir en Tula magnífico
y soberbio templo. Aunque continuaron los sacrificios humanos y el
horrible culto de Tlaloc, no decayó el cultivo de las ciencias, de las
artes y de la industria. Si Tula había sido en tiempo de Quetzalcoatl y
aun durante el reinado de Tetzcatlipoca la capital del Imperio, Nauhyot
hizo a Coluhacan la verdadera metrópoli. Perdió Tula la superioridad
política, ganando en cambio la cultura científica, pues en ella se
crearon escuelas, y ella fué la morada de sabios y de artistas. Muerto
Nauhyot, en 945, su mujer Xiuhtlatlzin, querida de los súbditos, ciñó,
contra las leyes de sucesión del reino, la corona de Tula. A los
cuatro años murió reina tan excelente, dejando por heredero a su hijo
Matlaccoatl, de quien nada sabemos. Tampoco tenemos noticia alguna de
Tlilcoatzin, que comenzó su reinado el 973.

Al llegar al año 994 se ve que Huemac Atecpanecatl, de la familia
de los reyes de Colhuacan, fué elegido rey de Tula[196]. Enamorado
de una mujer bellísima, la cual hubo de conocer porque se presentó
ofreciéndole miel o vino de maguey, tuvo de ella un hijo; y cuando
falleció su esposa, elevó al trono a la adúltera y designó por sucesor
a Topiltzin Acxitl, fruto de su adulterio. La nobleza y el pueblo
tomaron muy a mal lo hecho por Huemac Atecpanecatl. Venían a hacer más
difícil la situación del Rey las amenazas de los chichimecas, bárbaros
del Norte. Hallábanse en las fronteras del Anahuac, decididos a caer
sobre el reino de Tula.

       [196] Veytia designa a este Rey con el nombre de
       Tecpancaltzin. _Hist. antigua de México_, capítulo XXIX.

Viéndose perdido Huemac, no encontró otro medio para salir de su
apuro que abdicar en favor de su hijo Topiltzin Acxitl. Comenzó
bien Topiltzin; luego se entregó a las liviandades más repugnantes,
siguiéndole en su conducta depravada sacerdotes y sacerdotisas.
Cuéntase que Hueman, sacerdote que dirigió a los toltecas en larga
peregrinación, profetizó que perecería el reino cuando ocupase el
trono un hombre de cabello erguido, y naciesen conejos con cuernos y
colibríes con espolones. Creyó Topiltzin reconocer estos prodigios en
un conejo y en un colibrí que había cazado en sus jardines, cambiando
entonces, lleno de terror, de costumbres y ordenando sacrificios a
los dioses. Sin embargo, los dioses, irritados contra el monarca y su
pueblo, hicieron que las aguas inundasen el país y lo devastaran, que
los huracanes derribaran edificios y árboles; sucediéronse grandes
sequías, secándose las fuentes y arroyos; luego sofocante calor; en
seguida horrorosos fríos que helaban hasta los magueyes; después plaga
de gusanos que roían las plantas en los campos, y de gorgojos que
comían el trigo en los graneros; últimamente, un hambre que diezmaba
las poblaciones. Como consecuencia del hambre, por todas partes había
cuadrillas de ladrones e incendiarios. Tal estado de cosas, llegó hasta
los mismos tiempos de Hernán Cortés[197].

       [197] Esta hambre--según Kinsborough--puso fin entre los
       mejicanos a la cuarta edad del mundo. _Antiquities of Mexico_,
       vol. VI, pág. 175.

No estalló la guerra entre Topiltzin y los príncipes rebeldes del
Norte; pero aquél no pudo resistir la acometida de los chichimecas,
los cuales se extendieron por los valles de México. Es de advertir que
los reyes de Colhuacan y de Otompan no ayudaron en esta ocasión al
de Tula. Los chichimecas saquearon a Otompan y Tezcuco, como también
a Colhuacan. En la corte de Tula se prepararon a la lucha hasta los
ancianos padres de Topiltzin y hasta las mujeres acaudilladas por la
Reina madre. La victoria fué de los chichimecas; la madre de Topiltzin
murió en un combate y Tula cayó en poder de Huehuetzin, uno de los
jefes de las tribus victoriosas. Cuando Huemac, padre de Topiltzin,
perdió toda esperanza, se encerró en una gruta y se colgó. Así terminó
el imperio de los toltecas, que se extendía de mar a mar, entre los
grados 16 y 21 de latitud Norte. Brasseur dice que concluyó del 1060 al
1070; Veytia, el 1116, y Ixtlilxochitl, el 958.

Los Reyes de Tula, según Brasseur, fueron:

   1. Mixcohuatl-Mazatzin, Rey en 752.
   2. Huetzin, en 817.
   3. Ihuitimal, en 845.
   4. Quetzalcoatl, en 873.
   5. Tetzcatlipoca-Huemac, en 895.
   6. Nauhyotl, en 930.
   7. Hiuhtlaltzin, en 945.
   8. Matlalccoatl, en 949.
   9. Tlilcoatzin, en 973.
  10. Huemac II, en 994.
  11. Topiltzin Acxitl, en 1029.
  12. Huemac III, en 1062.

Según Veytia:

  1. Chalchiuhtlanetzin, Rey en 719.
  2. Ixtlilcucchanac, en 771.
  3. Huetzin, en 823.
  4. Totepeuh, en 875.
  5. Naxacoc, en 927.
  6. Mitl-Nauhyotl, en 979.
  7. Xiuhtlatzin, Reina, en 1035.
  8. Tecpancaltzin, en 1039.
  9. Topiltzin, en 1091.

Según Ixtlilxochitl:

  1. Chalchiuhtlanetzin subió al trono en 510.
  2. Ixtliquechanac, en 572.
  3. Huetzin, en 613.
  4. Topeuh, en 664.
  5. Xiuquentzin, Reina, en 826.
  6. Iztacquanhtzin, en 830.
  7. Topiltzin, en 882.

Los Reyes de Colhuacan, según Brasseur, fueron:

  1. Nauhyotl, Rey en 717.
  2. Nonohualcatl, en 767.
  3. Yohuallatonac, en 815.
  4. Quetzalacxoyatl, en 904.
  5. Chalchin-Tlatonac, en 953.
  6. Totepeuh, en 985.
  7. Nauhyotl, en 1026.

Físicamente considerados, los toltecas eran de alta estatura, de bellas
formas, más blancos y de barba más espesa que los demás chichimecas.
Llevaban sombreros de paja o de hojas de palmera, se cubrían con
mantas y se calzaban con sandalias. Para ir a la guerra se ponían en
la cabeza vistosos penachos, se colocaban una banda de plumas, se
pintaban el cuerpo y se adornaban con sus mejores joyas. Los soldados,
en general, iban desnudos; sólo usaban el maxtle, para ocultar lo que
el pudor exige. La única arma de defensa que tenían era el escudo. Unos
empleaban el arco y llevaban las flechas en la aljaba; otros la honda y
guardaban las piedras en bolsas colgadas del cinto; estos blandían la
javalina o la maza con puntas de pedernal. Los jefes usaban el casco de
oro o de cobre y la cota de algodón. Los toltecas eran ágiles y aptos
para el trabajo. Beneficiaron las minas, construyeron varios monumentos
y eran inteligentes en varias industrias. Labraban el oro, la plata, el
cobre y el ámbar. Hacían toda clase de alhajas. Trabajaban con mucha
destreza y habilidad el barro. Por lo que a la cultura intelectual
respecta, conocían los jeroglíficos y mediante ellos transmitían a
sus sucesores los hechos más importantes. Poseían en dicha clase de
escritura el _Teo-Amoxtli_, compuesto, según se cree, por el sacerdote
Huemar en los primeros años del reino de Tula, y era como una síntesis
de las ciencias, instituciones y vida nacional del pueblo tolteca.
Cuando los españoles se apoderaron del país, ya no existía el citado
libro. También perpetuaban los hechos en unos poemas, que en sus
grandes festividades cantaban al son de la música. Cultivaban la
Medicina y la Astrología con algún aprovechamiento. Eran morales y
tenían establecida la monogamia. Rendían ferviente culto a sus dioses.
Las cuestiones religiosas y las luchas interiores, contribuyeron a la
decadencia y ruina de los toltecas.

Los chichimecas suceden a los toltecas. Hallábanse aquellos
establecidos en las márgenes del Gila y bajaban por el mediodía hasta
las fronteras del reino de Tula. Estaban gobernados por consejos de
ancianos y por sacerdotes que les recordaban sus deberes. Vivían en
casas de mampostería, que tenían hasta cuatro pisos. Hilaban y tejían,
adobaban las pieles, eran hábiles alfareros, cultivaban la tierra y
recogían mucha cantidad de maíz. Hombres y mujeres iban vestidos; sólo
las solteras no podían cubrirse ni aun en los más rigurosos fríos.
La mujer, dedicada en absoluto a los negocios domésticos, era muy
considerada del marido. Los hombres se distinguían por su laboriosidad.
Miraban la Cruz como un símbolo de paz. Las tribus chichimecas bajaron
al Anahuac, empujándose las unas a las otras, como sucedió en el siglo
V en Europa con los bárbaros del Norte. Debieron venir los chichimecas
huyendo de los _teyas_, _querechos_, _apaches_ y otros.

La caza era la ocupación principal de los chichimecas. Siempre llevaban
un arco y un carcaj. Comían y se vestían con lo que cazaban; en efectos
de caza pagaban sus tributos, y la res o pieza que primeramente cogían
la sacrificaban al Sol. Además de la caza, se alimentaban con los
frutos de la tierra. Poseían conocimientos de medicina, y no ignoraban
las virtudes curativas de muchas hierbas; pero si los remedios eran
ineficaces, lo mismo a los enfermos graves que a los viejos los mataban
introduciendo una flecha por la garganta. Hombres y mujeres iban
vestidos de pieles; sólo el Emperador podía usar la piel del león.
El hombre y la mujer casados se guardaban fidelidad hasta la muerte.
Juntos iban a las fiestas y a la guerra. Juntos pasaban toda la vida.
Creían en un Dios creador del universo. Sólo rendían culto al _Sol_ y a
la _Luna_.

En política vivían bajo el inmediato poder de sus nobles, si bien
reconociendo en el Emperador la autoridad suprema. Xolotl, hermano del
emperador Achcauhtzin, conquistó el Anahuac; luego fundó a Tanayocan
(Tenayuca) en la margen occidental del lago de México, siendo desde
entonces residencia de la corte. Todo lo que constituyó el imperio
tolteca, pasó a formar parte del chichimeca. El gobierno de Xolotl fué
justo; dispuso que se dejase a los toltecas en posesión de sus ciudades
y villas, siempre que le reconociesen como señor y le pagasen tributo.
Llegó hasta permitirles que se gobernaran por sus antiguas leyes y
costumbres.

El engrandecimiento de los toltecas llegó a inspirar recelos a los
chichimecas. Nauhyotl se declaró rey de Colhuacan, se negó a pagar el
feudo a Xolotl, y se dispuso a la guerra. Vencido y muerto Nauhyotl
en una batalla que se dió en las orillas de los lagos, habría podido
Xolotl acabar con el nuevo reino. Lejos de ello, continuó su política
de atracción, hasta el punto que, vacante el trono de Colhuacan--pues
sólo tres hijas del último Rey eran las herederas--el citado Xolotl
casó a su hijo Nopaltzin con una de ellas.

A la sazón, de las opuestas playas del golfo de California vinieron
otras tribus, muy parecidas a los toltecas por el idioma y la cultura.
Adoraban a un dios que llamaban Cocopitl, y tenían conocimientos
de la agricultura y de otras industrias. Capitaneaba Tzortecomatl
a los _aculhuas_, Chiconquauhtli a los _otomíes_ y Aculhua a los
_tecpanecas_. Bien acogidos por Xolotl, se establecieron los primeros
en Coatlichan, los segundos en Xalcotan y los terceros en Azcapotzalco.
Mediante matrimonios de Tzortecomatl con una hija del tolteca
Chalchinhlatonac, cacique de la provincia de Chalco, y de los otros dos
jefes con dos hijas de Xolotl, se aseguraron las relaciones entre las
nuevas y antiguas tribus. Xolotl repartió tierras a los maridos de sus
hijas y luego a sus nietos; también a seis capitanes que habían venido
del Norte. Los nuevos jefes tenían la obligación de acudir con sus
soldados a defender al Emperador en tiempo de guerra, y a pagar ciertos
tributos para el sostenimiento del imperio. Feudal fué la constitución
de aquella vasta monarquía, pues de ninguna otra manera hubieran podido
vivir juntas tantas y tan extrañas gentes. Xolotl y sus chichimecas
se penetraron de las ideas de los toltecas y de los aculhuas, antes
sus enemigos, y levantaron un templo al _Sol_; conocieron la pintura
jeroglífica e hicieron palacios y jardines.

Sin embargo, no son para olvidadas ciertas desavenencias y guerras
entre las nuevas tribus y aun contra el mismo Xolotl. Unidos toltecas y
otras tribus, decidieron deshacerse del Emperador del modo siguiente:
Tenía costumbre de dormir la siesta a la sombra de unos grandes
árboles de sus jardines. De repente inundarían con una gran cantidad
de agua el lugar donde dormía el Emperador. Sabido esto por Xolotl,
en el día destinado a su muerte, subióse a dormir a lo más alto de
una colina. De muerte natural acabó Xolotl sus días al poco tiempo.
Reinó--según Veytia--ciento quince años; según Ixtlilxochitl, ciento
doce. ¿Sería--como pretende Brasseur--no un nombre, sino un título,
confundiéndose por esta razón en un Emperador dos o más príncipes?
Hállase averiguado que en la historia antigua de América es cosa
corriente hallar personajes que su vida excedía en mucho a la ordinaria
del hombre. Veytia dice que vivió del año 1117 al 1232, Ixtlilxochitl
del 964 al 1075 y Brasseur del 1064 al 1160.

Nopaltzin sucedió a Xolotl, reinando pacíficamente, si hacemos caso de
Veytia y de Ixtlilxochitl, y en completa anarquía, si damos crédito a
Brasseur. Conformes nosotros con los dos primeros, afirmamos, además,
que bajo su gobierno continuó la civilización de los chichimecas.

A Nopaltzin sucedió su hijo Tlotzin-Pochotl, conocido también con el
nombre de Huetzin, el cual era chichimeca por su padre y tolteca por
su madre. Continuó la obra civilizadora de sus antepasados y fomentó
de un modo extraordinario la agricultura. Progresaron también las
artes. Tenían grandes y hermosas ciudades. Dentro del imperio se
hallaban siete Estados grandes y muchos pequeños; los grandes eran:
_Coatlichan_, _Azcapotzalco_, _Xaltocan_, _Quauhtitlan_, _Colhuacan_ y
_Xuexotla_. Bajo el imperio de Tlotzin tuvo origen el reino de Tezcuco;
también tuvieron comienzo los señoríos de Tlaxcala y de Huexotzingo.

Pasamos a estudiar el imperio de los aztecas, que, como los toltecas,
pertenecían a la raza de los nahuas. Llamamos tribus aztecas, nahuatl
o mexicanas las de la familia utoazteca, que hablaban la lengua
nahuatl[198]. Hallábanse establecidas en la cuenca del Océano Pacífico
y regiones montañosas próximas, desde el río del Fuerte, en Sinaloa
(26° lat. Norte), a las actuales fronteras de Guatemala, exceptuando
pequeña parte del istmo de Tehuantepec. La mayor y más granada parte de
la citada familia formó poderoso reino en la meseta del Anahuac.

       [198] «En esta tierra de la Nueva España hay tres maneras
       o linajes de gentes, que son chichimecas, los de Chulhúa e
       mexicanos: todos estos están mezclados, emparentados por
       casamientos; desde muchos años acá, antes que fuese México se
       emparentaron los dos primeros linajes, que son los chichimecas
       e los de Chulhúa, en los terceros se emparentaron después
       de encomenzado México, que ellos edificaron e fundaron de
       principio...» Pomar y Zurita, _Nueva colección de documentos
       para la historia de México_, tom. III, págs. 283 y 284.

Los aztecas que se sitúan en el Anahuac y fundan poderoso imperio,
¿de dónde proceden? Dícese que de una tierra llamada Aztlan; pero se
ignora su situación. Según Ixtlilxochitl procedían de Xalisco y eran
descendientes de aquellos toltecas que fueron arrojados de Chapultepec
después de la ruina de Tula; Aubín cree que de la península de
California; Veytia sostiene que de más allá de Cinaloa y la Sonora;
Brasseur opina que del territorio comprendido entre las orillas del
Colorado y las del Yaqui.

Los aztecas aventajaban en cultura a los chichimecas de las márgenes
del Gila y a los toltecas. Eran pueblos agrícolas, industriales y
artistas. Ellos fueron los constructores de las dos _Casas Grandes_ que
se admiran en las riberas del Gila; y más abajo, en Chihuahua, entre el
río del Norte y los montes donde nace el Yaqui, se hallan otras, con la
misma denominación de _Casas Grandes_, fábrica también de las citadas
tribus[199]. Lo mismo unas casas que otras están situadas cerca de un
río, en lugar ameno y no lejos de ciudades. Tanto las primeras como las
segundas son cuadrilongas y se encuentran a los cuatro vientos. De las
Casas Grandes del Gila diremos que estaban defendidas por una muralla
en cuyos ángulos había una especie de torres o baluartes. Las citadas
dos casas tenían tres pisos y además un sótano; las paredes eran de
tapia, gruesas y fuertes, sin más abertura, fuera de las de entrada,
que dos agujeros redondos bastante pequeños. Invasores del Norte a Sur
debieron construirlas, los cuales debían ser excelentes arquitectos
y hábiles alfareros. En efecto, excelentes arquitectos y hábiles
alfareros fueron los pueblos de más allá del Gila. Citamos la industria
de alfarería porque en los alrededores de aquellos palacios se hallaron
multitud de ollas y jarras, de diferentes formas y de varios colores
(blancas, encarnadas y azules). El Aztlan, pues, de donde se supone
vinieron los aztecas, debió estar más allá del Gila, como lo creía
Veytia y lo afirmaba el cardenal Lorenzana en sus _Comentarios a las
Cartas de Hernán Cortés_. Salieron de Aztlan en la segunda mitad del
siglo XI, y siguiendo la conducta de los toltecas, comenzaron larga
peregrinación que duró más de doscientos años[200]. Iban buscando
siempre mejores y más productivas tierras. El que les guió por más
tiempo fué un hombre prestigioso llamado Huitziton, tal vez muerto
a mano airada en las riberas del lago de Patzcuaro. Los sacerdotes
dijeron al pueblo que Huitziton era Dios, siendo desde entonces
adorado bajo el nombre de Huitzilopochtli. Los huesos del nuevo Dios,
guardados en una cesta de junco, fueron conducidos en hombros de
cuatro ancianos. Los aztecas no emprendieron ningún negocio sin ser
consultado con el Dios, encargándose de la consulta los sacerdotes.
De esta manera vinieron a ser regidos por el sacerdocio. Recorrieron
diferentes lugares hasta que llegaron a Zumpango, cuyo señor se llamaba
Techpanecatl.

       [199] Véase Pi y Margall, _Historia general de América_, tom.
       I, volúmen I. págs. 64 y 65.

       [200] Recuérdese lo que en este mismo capítulo se dijo del
       viaje de los toltecas.

De tal modo quedó prendado Techpanecatl de sus huéspedes, que les pidió
mujer para su hijo Ilhuicatl, les dió una de sus hijas para que casara
con un azteca y les facilitó toda clase de auxilios. Tan grande fué su
amistad que consintió en que se llevasen a su hijo Ilhuicatl cuando
acordaron continuar el viaje.

Ilhuicatl tuvo un hijo llamado Huitzilihuitl, a quien se considera como
el primer rey de los mexicanos. Persiguió la desgracia después y por
algún tiempo a los aztecas, hasta que llegaron a Chapultepec, donde se
repusieron de sus quebrantos. Luego, muerto Huitzilihuitl, se unieron
con unos pueblos vecinos o con otros; pero siempre como conquistadores
o señores del país. Se establecieron últimamente, la mayor parte, en
lo que es hoy la ciudad de México, y la menor parte, en Tlatelolco.
Creían los aztecas, por su dios Huitzilopochtli, que no debían poner
término a su viaje hasta que viesen sobre un nogal un águila devorando
una culebra. Los que, impacientes, no quisieron esperar que tal hecho
sucediese, ocuparon la pequeña isla de Tlatelolco; los que continuaron
su camino y creyeron haber visto la profecía divina, hicieron asiento
en México.

En seguida se dispusieron a tomar parte activa en las guerras de las
tribus vecinas, ayudando con extremado valor a Quinantzin, emperador
de los chichimecas. Por ello, con la benevolencia de Quinantzin,
se dedicaron a edificar, además de la ciudad de _Tlatelolco_, la
de _Tenochtitlan_ (por ser Tenuhczin o Tenuhc el caudillo de sus
fundadores), o _México_ (por llamarse mexicas los aztecas)[201].
Quinantzin dejó por sucesor en el Imperio a su hijo menor Techotlalazin
o Techotlala, excelente político. Procuró la fusión de chichimecas
y de toltecas, montó su palacio y su corte a la costumbre tolteca,
desplegó magnificencia y lujo extraordinarios, subordinó la nobleza
y dividió el Imperio en 75 provincias, al frente de las cuales puso
otros tantos gobernadores. Al mismo tiempo había 73 señoríos, que el
Emperador no suprimió, pues eran sólo de nombre. Los reyes vecinos,
unos se engrandecieron durante el largo imperio de Techotlalatzin,
y otros decayeron y aun vinieron a la ruina; en el primer caso, se
encuentran los de Azcapotzalco, y en el segundo, los de Colhuacan.
Techotlalatzin, hombre verdaderamente superior, en su afán de fusionar
más los pueblos, hubo de consentir en sus dominios la idolatría.
Sin embargo, no permitió que entrase en su palacio, ni que en los
templos se vertiera sangre humana. «Para mí--decía--no hay sino un
Dios que todas las mañanas saludo en el Sol que nace. Como no es
cuerpo, me parecen innecesarias las ofrendas. Ni puedo convencerme
de que, habiendo creado los animales, se complazca en verlos impía
y estérilmente sacrificados. Menos he de creer aún que le agrade el
holocausto del hombre, horror de la naturaleza.» Techotlalatzin no se
dejó arrastrar al vicio. Ni tuvo amores ilícitos, ni solicitó más de
una mujer, ni se entregó a los placeres de la mesa, ni al lujo de su
persona. Como monarca trató con el mismo cariño a sus subordinados
y procuró establecer la igualdad en los tributos. Exigió exacto
cumplimiento de las leyes y castigó severamente los delitos.

       [201] Tenochtitlan se fundó, según Brasseur, en 1325: según
       Veytia, en 1327, y según Torquemada, en 1341.

A Techotlalatzin sucedió en el imperio su hijo Ixtlilxochitl. De las
manos robustas del gran Emperador pasa el país a las menos fuertes de
su hijo.

A la sazón, los aztecas se hallaban encariñados con Tezozomoc, rey
de Azcapotzalco. Tezozomoc, con la ayuda de ellos, se decidió a
pelear con Ixtlilxochitl, pues éste se había atrevido a repudiar
una hija del mismo rey de Azcapotzalco. Además, el citado Emperador
era un libertino. Procuró Tezozomoc atraerse a todos los príncipes
que recibían algún agravio de Ixtlilxochitl. Cuando lo consiguió,
los convocó secretamente a una junta, exponiéndoles la necesidad de
recobrar la independencia--porque de otro modo no era posible--mediante
las armas. Obtuvo el general asentimiento de sus camaradas, buscando
desde entonces ocasión propicia para la rebelión. Noticioso de todo el
Emperador, se contentó con reconvenir a Tezozomoc.

Comenzó la lucha entre el rey de Azcapotzalco y otros contra
Ixtlilxochitl. La fortuna acompañó al Emperador en todas ocasiones,
llegando por último a la misma corte de Tezozomoc. Cuando la capital
iba a rendirse por hambre, presentáronse embajadores a Ixtlilxochitl,
pidiéndole la paz y ofreciéndole que Tezozomoc sería en adelante fiel
vasallo. El Emperador accedió a los ruegos del enemigo, y se obligó a
restituir lo que le había quitado en lucha tan larga. Poco después, el
rey de Azcapotzalco, ingrato a los beneficios recibidos, y olvidándose
de sus promesas, volvió a buscar el apoyo de los descontentos, y al
frente de poderosas fuerzas se dirigió contra el Emperador, quien hubo
de abandonar a Tezcuco, y algún tiempo más adelante, sólo con unos
pocos hombres, luchó como un león hasta que perdió la vida. Tezozomoc
se dispuso, en unión de sus aliados, a apoderarse del Imperio, sin
hacer caso de Netzahualcoyotl, hijo de Ixtlilxochitl, y joven de
unos diez y seis años. Convencido Tezozomoc de la impotencia de
Netzahualcoyotl, le permitió vivir en México y después en Tezcuco. En
los comienzos del año 1427 murió el rey de Azcapotzalco, dejando por
heredero, no a su primogénito Maxtla, pues hubo de decir: «No quiero en
el trono un carácter orgulloso y áspero.» Le sucedió Teyauhzin, su hijo
segundo.

Tiempo adelante, Netzahualcoyotl, poniéndose a la cabeza de muchos
y valerosos partidarios, peleó con constancia un día y otro día,
recuperó el trono de sus mayores y cayó sobre Azcapotzalco deseoso
de castigar a Maxtla, quien no sólo se había apoderado del trono,
sino que había dado muerte a su hermano Teyauhzin. Netzahualcoyotl
entregó la ciudad al saqueo, arrasó los templos y las principales
casas, mató a los habitantes sin respetar edad ni sexo, y habiendo
encontrado a Maxtla escondido en un baño, le hizo llevar a la plaza
pública, donde sufrió cruel muerte (junio de 1428). Sin darse punto
de reposo, tomó a Cuyoacan y Tlacopan, residencia de los fugitivos,
luego a Tenayocan, y dirigiéndose al Norte, llegó hasta Xaltocan,
de cuya ciudad también se hizo dueño (diciembre del citado año). Se
retiró a México a descansar de guerra tan desastrosa. Celebráronse
toda clase de fiestas y se sacrificaron muchos prisioneros en los
altares de Huitzilopochtli. Justo será consignar que Netzahualcoyotl
aborrecía los sacrificios de seres racionales, si bien no tuvo valor
para oponerse a la religión de sus aliados. Las creencias religiosas
de soberano tan ilustre estaban reducidas a adorar a un Dios creador
de todo el universo. En Tenochtitlan no levantó templos; pero sí un
palacio, un parque y obras de utilidad pública. A él se atribuyen las
albercas de Chapultepec y la elevada atarjea por donde corren las
aguas de la ciudad citada a México. En la primavera de 1429 volvió a
ponerse sobre las armas, ayudándole en esta empresa sus veteranos y los
Reyes y tropas de los aztecas. Se puso sobre Tezcuco que cayó bajo su
poder después de tenaz resistencia, y en seguida Xuexotla, Coatlichan,
Quauhtepec e Iztapalocan, no siguiendo adelante por el cansancio que
creyó notar en los aztecas. Retiróse a México y en el citado año
redujo la ciudad de Xochimilco, situada en la misma margen del lago.
Volvió a emprender nueva campaña en el año 1430, logrando la sumisión
de Cuitlahuac, de Acolman (hoy Oculma) y de otras ciudades. Había
conquistado Netzahualcoyotl la mayor y mejor parte del imperio de los
chichimecas, pudiendo ceñirse con orgullo la corona de sus mayores.
Entonces, cuando había llegado a la cima de la gloria, se hizo jurar
Emperador en Tenochtitlan (México); pero compartiendo generosamente el
imperio con Totoquiyauhtin, señor de Tlacopan, y con Itzcohuatl, Rey
del citado México. Se concibe que Netzahualcoyotl hubiese compartido
el poder con Itzcohuatl, a quien debía en gran parte la conquista de
Azcapotzalco y la sumisión de los rebeldes al Occidente de las lagunas;
mas, ¿qué debía a Totoquiyauhtin? Del siguiente modo lo explica el
historiador Veytia: «Entre las muchas concubinas que tenía el príncipe
Netzahualcoyotl, había una de singular hermosura, cuyo nombre no nos
dicen, sino sólo que era hija de Totoquiyauhtin, señor de Tlacopan,
que corrupta la voz por los españoles, llaman hoy Tacuba. Esta, pues,
juntaba al buen parecer la destreza y el artificio para hacerse amar
del Príncipe, cuyo afecto poseía en más alto grado que todas las otras,
y quien tenía ya en ella varios hijos. Su privanza, su alta nobleza
y su natural ambicioso, le hicieron concebir el deseo de exaltar
su casa... y logró hacer entrar al Príncipe en su proyecto, que se
reducía, no sólo a que no se despojase a su padre de los estados de
Tlacopan, sino a que se le aumentasen... y lo que es más, se le diese
en el gobierno del Imperio igual parte que al Rey de México, de suerte
que fuese éste un triunvirato de que dependiese el gobierno de todo el
Imperio»[202].

       [202] Torquemada y Clavigero afirman que la hija del señor
       de México se llamaba Matlatzihuatzin y era, no querida, sino
       mujer legítima de Netzahualcoyotl.

Sin embargo de que Itzcohuatl, de México, por su edad y experiencia
se creía con derecho a ser el jefe del triunvirato o de la liga o
confederación azteca (conocida después con el nombre de Imperio de
Moctezuma o mexicano), Netzahualcoyotl procuró desarmarle con blandas
razones, y cuando se convenció que nada adelantaba con ello, le hizo
la guerra y le venció completamente. Determinóse la nueva constitución
política. Se deslindaron ante todo los límites de los citados tres
reinos. El asiento del Gobierno o la capital de la Confederación estaba
en México, población situada en el centro de uno de los lagos (Tezcuco)
del valle de México, lagos que rodean las elevadas y volcánicas cumbres
del Popocatepetl (montaña que arroja humo) y de Ixtaccihuatl (mujer
que duerme). La Confederación había de conocer de todos los asuntos
comunes a los tres reinos, y cada Rey confederado de los propios de sus
pueblos. En las guerras se hallaban obligados a ayudarse mutuamente,
repartiéndose el botín del siguiente modo: de cinco partes, dos serían
para el de México, dos para el de Tezcuco y una para el de Tlacopan.
Se dispuso, después de largas discusiones, el restablecimiento de los
feudos, acordándose restablecer hasta 30; 14 en el de Tezcuco, 9 en el
de México y 7 en el de Tlacopan. Debería exigirse a los nuevos señores
que prestaran homenaje a los tres Reyes y sirviesen, además, con tropas
en tiempo de guerra. Tanta importancia se dió a la declaración de
guerra, que no bastaba el acuerdo de los triunviros, sino la reunión
de los pro-hombres de las tres monarquías. Netzahualcoyotl, por su
parte, hermoseó la ciudad de Tezcuco con soberbios edificios, y para
sí hizo magnífico alcázar, que era la admiración de todos. Organizó la
administración y justicia, protegió las ciencias y artes y promulgó
numerosas leyes civiles, políticas, penales y militares. Ocupáronle
mucho las guerras, ya sólo, ya con los reyes de México y de Tlacopan.
Refieren los cronistas que en los ratos de ocio Netzahualcoyotl
escribía versos, conservándose todavía algunos de sus cantos. Sin
embargo del idealismo que se nota en sus poesías, acostumbraba a decir
lo siguiente: «Ya que son pasajeros los bienes del mundo, apresurémonos
a disfrutar del bien que pasa; anhelemos y busquemos los del Cielo,
sin menospreciar los de la Tierra.» Con harta frecuencia sus acciones
no estaban en relación con sus ideas. Si quemaba templos en odio a la
idolatría y aborrecía los sacrificios humanos, levantó otros templos
y consintió que se pusiera la piedra destinada a recibir las víctimas
consagradas a los dioses Tlaloc y Huitzilopochtli, pues de este modo,
según algunos, transigía con las preocupaciones de su pueblo.

Respecto al reino de México, a la muerte de Itzcohuatl, ocupó el
trono el general Moctezuma I, ya conocido por sus hechos militares. A
Moctezuma I sucedió Axayacatl.

Llegó también la última hora a Netzahualcoyotl, rey de Tezcuco, que
sólo dejó un hijo legítimo de corta edad. El día de su fallecimiento,
llamó a los presidentes de los cuatro consejos y les habló de este
modo: «Aquí tenéis a vuestro Rey y señor; aunque niño es cuerdo y
prudente, y hará que reinen entre vosotros la concordia y la justicia.
Si le obedecéis como leales vasallos, os conservará los señoríos y las
dignidades. Siento cercano mi fin. Cuando muera, en vez de tristes
lamentos, entonad cánticos de alegría, para que déis muestras de
gran corazón, y lejos de consideraros abatidos, crean las naciones
que sometí que el último de vosotros es capaz de mantenerlas bajo
el yugo.» Volviéndose al príncipe Acapioltz, uno de sus más fieles
amigos, añadió: «Acapioltz, sé desde este momento el padre de este
niño. Enséñale a vivir y procura que por tus consejos gobierne bien el
imperio. Sé su guía mientras no esté en edad de marchar por sí mismo.»
Era el año 1470.

Comenzó verdadera rivalidad entre Tezcuco y México. Axayacatl, rey
de México, se apoderó de extensos territorios a costa de los grandes
señores sus vecinos. En tanto, Netzahuilpilli se encargó del gobierno
de Tezcuco, dando señaladas muestras de prudencia. En seguida se
preparó a la guerra y se dirigió hacia el Oriente, volviendo cargado de
laureles. Mostró después que, como su padre, era aficionado al fausto y
a la magnificencia. Hizo construir un palacio de más bella arquitectura
que el del autor de sus días y dió a su corte un esplendor nunca visto.
No se durmió, sin embargo, en los brazos del deleite. Mientras que
por muerte de Axayacatl de México, ocupaba el trono su hermano Tizoc,
Netzahuilpilli reunió un ejército y marchó sobre Nauhtla, situada en
las playas del Golfo, al Nordeste de Tezcuco, logrando en poco tiempo
someter toda la provincia hasta la desembocadura del Pánuco.

A la sazón murió Tizoc, sucediéndole su hermano Ahuitzotl, hombre
enérgico, de duro corazón y aficionado a la guerra. Inmediatamente
que se encargó del gobierno, excitó a los otros dos Reyes a atrevidas
expediciones; unidos los tres dominaron el país de Tlappan, las dos
Mixtecas, el Tapotecapan, y avanzando al Sur, llegaron hasta Chiapas
y Xoconuchco. El imperio recobraba--según los citados hechos--sus
antiguos términos.

Netzahuilpilli no dejó las armas de la mano. Castigó la provincia de
Tizauhcoac, que se había rebelado contra el imperio y luego cayó sobre
Atlixco, a cuyo independiente señor le castigó con dureza. Lo mismo
hizo con el señor de Huexotzingo.

De un acontecimiento verdaderamente singular vamos a dar noticia.
Ahuitzotl de México iba a inaugurar el templo o templos que acababa de
terminar. Asistieron al acto los reyes de Tlacopan y de Tezcuco, como
también los grandes del imperio. Unos cuarenta templos, rodeados de
un alto muro, se consagraron a todos los dioses del Olimpo mexicano.
Cada templo tenía su colegio de sacerdotes, sus braseros donde debía
arder perpetuamente el fuego sagrado y su piedra para los sacrificios.
En estos cuarenta templos fueron sacrificados miles de prisioneros de
guerra durante los cuatro días de fiestas (1486).

A la muerte de Chimalpopoca, rey de Tlacopan, le sucedió
Totoquilinatzin, segundo de este nombre. Unidos los tres Reyes,
pelearon un día y otro día con las tribus vecinas, consiguiendo grandes
triunfos. Por su parte, Netzahuilpilli peleó después por su cuenta,
llevando aún más allá sus guerras y conquistas.

Por lo que respecta al gobierno interior de Netzahuilpilli, era severo,
severísimo en el cumplimiento de las leyes. Porque un día su hijo
primogénito Huexotzincatl se atrevió a requebrar, o, según algunos, a
tener relaciones con una de las favoritas imperiales, Netzahuilpilli,
respetando la sentencia de los jueces, le hizo condenar a muerte.
A muerte hizo condenar, por causas más pequeñas, a otros dos hijos
y a una hija. A una de sus esposas, cogida en adulterio, la hizo
estrangular en la plaza pública, y no solamente a ella, sino a sus
amantes y cómplices. En cambio, a él se deben reformas que enaltecen
su nombre. Los hijos de los esclavos que había en el imperio, seguían,
como en la vieja Europa, la condición de los padres. Netzahuilpilli
dispuso que en lo futuro gozasen de la libertad que les concedía
naturaleza. Regularizó los procedimientos judiciales, estableciendo
que los negocios más graves sólo pudiesen durar ochenta días. Castigó
severamente las faltas de los jueces. Era tan bueno para los pobres,
huérfanos, ancianos y enfermos, como duro para los criminales.
Cultivó la poesía, y pasaba mucho tiempo contemplando el curso de los
astros. En religión creía en un sólo Dios creador del Universo, mas
no se atrevió a negar los dioses de los aztecas. Como se acercasen
los tiempos de la llegada de los españoles al Anahuac, recordaremos
que poco antes, esto es, en los primeros meses del 1500, nació a
Netzahuilpilli un hijo, llamado Ixtlixochitl, que será uno de los
primeros amigos de Hernán Cortés y del cual predijeron los astrólogos
que, partidario de un pueblo extraño y enemigo del suyo, sería la ruina
de su patria. Los augurios eran cada vez mayores y más constantes al
paso que los españoles se aproximaban al golfo de México.

Sentábase en el trono de México a la sazón Moctezuma II, sucesor de
Alhuitzotl, é hijo de Axayacatl. No era Moctezuma II el mayor de sus
hermanos; pero había dado pruebas de valor y de arrojo. Siguiendo la
costumbre de sus antecesores, salió a campaña y venció. Generoso con
los hijos del pueblo, fué duro con los aristócratas. Debían hablarle
con la frente inclinada y los ojos bajos. Los súbditos habían de
postrarse cuando le veían en la calle. Era extraordinario el lujo de su
palacio, como era extraordinario el número de sus concubinas. Acerca
de la industria, se labraban los metales (oro, plata, plomo, latón,
estaño y cobre), y se hacían primorosos objetos de piedra, barro, hueso
y conchas de mar. Se trabajaba admirablemente la madera; se construían,
vidriaban y pintaban vasijas de exquisito gusto; se tejían finas
telas de algodón, y se curtían pieles y se las teñía de mil colores.
Calzadas y acueductos, palacios y casas particulares, todo era digno
de admiración y de alabanza. Moctezuma, con la eficaz ayuda de los
reyes de Tezcuco y Tlacopan, intentó acabar con la independencia de
Tlaxcala. La lucha fué tenaz, larga y sangrienta, resultando, al fin,
que los tres Reyes fueron vencidos y rotos sus ejércitos. Entonces se
resignaron a tener enclavada en el corazón del Imperio una república
libre e independiente. Refieren algunos autores que Moctezuma, con
la intención de quebrantar las fuerzas de Tezcuco, insistió tiempo
adelante con sus colegas a llevar de nuevo la guerra contra Tlaxcala.
Netzahualpilli fué el primero en reunir la flor de sus ejércitos que
mandó a la frontera bajo las órdenes de dos de sus hijos. Acudió
también Moctezuma; pero avisando secretamente a los tlaxcaltecas de
la marcha de los de Tezcuco y comprometiéndose a no tomar parte en la
contienda. En efecto, cayeron los tlaxcaltecas sobre los de Tezcuco,
derrotándolos completamente y matando a los hijos de Netzahualpilli.
Moctezuma presenció la matanza desde las faldas de Xacoltepetl. Lo
cierto es que, durante el reinado de Moctezuma, adquirió México no poca
preponderancia sobre Tezcuco. Debemos también referir que terrible
hambre afligió el imperio durante los años 1504 y 1505. Los tres Reyes
continuaron peleando con sus enemigos en los años sucesivos, llegando
por Chiapas y Guatemala, y no parando hasta los confines de la América
del Mediodía. Ganaron a Honduras por la fuerza y a Nicaragua por la
astucia. «No pudo ya el Imperio--escribe Pi y Margall--llevar más allá
sus armas. Sonó pronto para él la hora, no ya de conquistar, sino de
ser conquistado. Hace ya veinte años que los españoles pisan el suelo
de América, y en este momento acaban de descubrir la Florida. Están ya
en una de las extremidades del Anahuac los hombres barbudos y blancos,
de quienes dijo Quetzalcoatl que vendrían de Levante. No tardarán en
salir de Cuba para explorar el Occidente del golfo y penetrar por las
márgenes del Tabasco en tierra de México... Para colmo de mal, muere
a poco Netzahualpilli sin dejar elegido sucesor, y entra la discordia
en el palacio de los aculhuas. Ha llegado el imperio a la cumbre de la
grandeza, sólo para que fuese mayor su caída»[203].

       [203] Vol. I, pág. 132.

Cuando los españoles llegaron a México, tendría de extensión el imperio
de _Moctezuma II_ como la tercera parte de la actual República. Debía
ocupar, además del distrito federal de México, los Estados de Veracruz,
Tabasco, Chiapas, Oajaca, Guerrero, Puebla y Querétaro. Dentro de la
citada superficie había ciudades y aun provincias independientes:
lo era Cholula, Huexotzingo, Tlaxcala, Acatapec, Acapulco y otras.
La población del imperio era bastante numerosa. Los demás reinos y
señoríos casi debían su independencia a complacencias del Emperador.
Murió por entonces el rey de Tezcuco, a cuya corona se creían con
derecho tres de sus hijos, llamados Coanacochtzin, Ixtlixochitl y
Cacamatzin. Aunque logró ser proclamado Cacamatzin, con la ayuda de
Moctezuma, al fin se vino a un acuerdo, dividiéndose el reino en tres
partes y quedando para Cacamatzin y Coanacochtzin las provincias del
Mediodía y para Ixtlixochitl las del Norte. Cacamatzin conservó el
título, nada más que el título. Moctezuma era el verdadero dueño del
país, y en el Anahuac, a la llegada de los españoles, sólo sonaba el
Emperador de México.

Habremos de repetir--si de religión se trata--que el _Sol_, la
_Luna_ y las _estrellas_ fueron adorados por los habitantes del
Anahuac, a quienes les levantaron templos. Además eran adorados otros
muchos dioses. Se decía que todos eran descendientes de Citlatonac
y Citlalycue. Quetzalcoatl, Huitzilopochtli y otros formaban el
Olimpo azteca. La religión del Imperio era, no sólo bárbara en los
sacrificios, sino en la manera de presentar a sus dioses. Pintábase
a los dioses de diferentes colores y se les cubría de joyas y
adornos, no faltando las plumas de papagayo; resultaban verdaderos
monstruos. No pocos dioses velaban por la agricultura. La fiesta que
se celebraba el primer día del cuarto mes del año estaba consagrada a
_Tzinteotl_, el dios de los maizares, y a _Chicomecoatl_, la diosa de
los mantenimientos. También hacían fiestas a los hermanos _Tlaloc_,
los dioses de las lluvias; a _Quetzalcoatl_, el dios de los vientos;
a _Xiuhtecutli_, el dios del fuego; a _Izquitecatl_ y sus compañeros,
los dioses del vino, y _Macuilxochitl_, el dios de las flores. Aunque
los mexicanos gustaban de la vida sedentaria, su ocupación principal
no era la agricultura, sino la guerra. Como otros pueblos americanos,
no tenían ejércitos permanentes. Desde la niñez se les educaba para
la guerra, y guerreros eran todos los hombres hábiles de la tribu.
Entre los jefes había categorías y grados, pues podían ser modestos
jefes de clan o linaje, o jefes distinguidos de las cuatro secciones
(_calpulli_) en que estaba dividido México. Sobre todos estos jefes
estaba el _tlacalecuhli_ o _jefe de hombres_, llamado Emperador o
Rey por los cronistas españoles. Su autoridad estaba limitada por
el _Consejo Supremo_ (Tlacopan) y por el _jefe civil_ superior
(_Cihuacohuautl_), que con él alternaba en el mando. El cargo era
electivo dentro de determinado clan o linaje y vitalicio; además
ejercía el poder supremo sacerdotal. Podía ser relevado del cargo.
Tanto el tlacalecuhli como el cihuacohuatl, podían llevar aquellas
«calaveras de plumería con sus penachos verdes y rodelas de lo mismo» y
aquellas «ajorcas y pulseras de oro y plumas en la nariz, los brazos y
los tobillos», de que nos dan idea los relieves de la llamada _Cruz de
Palenque_.

Hacíase la guerra con cualquier pretexto, casi siempre _para adquirir
subsistencias_ y, a veces, para _conseguir víctimas humanas_ y
satisfacer las exigencias del culto. Las armas se guardaban en
almacenes públicos (_tlacochalco_), próximos al templo principal
(_teo-calli_), y pertenecían a la comunidad, repartiéndose cuando
lo ordenaba el Consejo. Por el Consejo se decidían las campañas y
se proclamaba la declaración de guerra en los _teo-callis_ al son
del tañido de grandes atambores. Repartíanse armas y provisiones,
dirigiéndose hacia el territorio enemigo lanzando gritos de guerra.
Si los enemigos eran derrotados, los mexicanos entraban a sangre y
fuego en sus aldeas, hasta que aquéllos pedían la paz y pagaban un
tributo. Consistían los tributos, generalmente, en _maíz_; también eran
a veces objetos de alfarería, tejidos, esclavos, mujeres, etc. En los
comienzos del siglo XVI, el pueblo de México estaba dividido en cuatro
barrios o partes, en los que vivían los individuos de cada clase,
linaje o grupo de parientes (_calpulli_), con derecho de usufructo del
territorio que ocupaban (_calpullalli_). Los calpullallis se hallaban
divididos en parcelas cultivables (_tlalmilli_), que se repartían por
las autoridades del clan o _calpulli_ a los jefes de familia del mismo
(_patriarcado_), para que los cultivasen en beneficio de los suyos.
Si dejaban de cultivarlos dos años seguidos, o si la familia que lo
usufructuaba moría o salía del _calpulli_, se daba la parcela a otra
familia del linaje. Cuando moría el jefe de la familia, heredaba la
parcela el mayor de sus hijos, y a falta de éste el hermano que le
seguía en edad o los tíos del muerto. El mayorazgo estaba obligado
a cultivar la parcela heredada y sostener a sus hermanos y hermanas
hasta que contraían matrimonio, obteniendo a su vez los varones otra
porción de tierra cultivable. Si alguno de los hijos estaba inválido,
el _calpulli_ cuidaba de su subsistencia, y si alguna de las hijas
permanecía soltera a causa de su vocación religiosa, era mantenida por
el templo. Es de advertir que la sociedad mexicana fué una especie
de democracia militar. Los _calpullis_ o los veinte linajes formaban
cuatro _fratrias_ y las cuatro fratrias la _tribu_, cuyo gobierno
supremo residía en el _Consejo Tribal_ (_tlatocan_), compuesto de
varios individuos, uno por cada _calpulli_. Reuníase este Consejo--el
cual tenía facultades absolutas--cada diez días, o antes en casos
extraordinarios. De cuando en cuando se reunía el Consejo en sesión
magna y pública (juntas tribales extraordinarias), concurriendo a
ella los veinte _hermanos mayores de los calpulli_, los jerarcas
sacerdotales, los capitanes de las fratrias, etc.; en estas juntas
podía pedirse la reforma o derogación de anteriores disposiciones del
Consejo Tribal.

Existió la esclavitud entre los mexicanos, aunque en estado
rudimentario. Eran esclavos los que dejaban dos años sin cultivar
la parcela de tierra que les había sido asignada, como también los
arrojados de los _calpullis_ por su mala conducta. Si el esclavo
persistía en su poco amor al trabajo o no enmendaba su conducta, era
castigado con penas infamantes. Si continuaba lo mismo, a pesar del
castigo, era entregado a los sacerdotes para los sacrificios.

La _familia_ azteca tenía su fundamento en el patriarcado. Los
_calpullis_ observaban la ley de exogamia. La mujer, aunque estaba
considerada como propiedad individual y exclusiva del marido, era
tenida en más estima. El _calpulli_ arreglaba los matrimonios y
castigaba severamente a los adúlteros, quienes se convertían en
esclavos. Como las leyes sociales del _calpulli_ disponían el
matrimonio de todos sus individuos, los que se negaban a cumplirlas,
salvo votos religiosos, tenían la misma pena que los adúlteros. Esto
no impidió impedir el concubinato, ni modificar en las tribus aztecas
los repugnantes vicios contra natura[204]. Por lo que respecta al
comercio--del cual se tratará más extensamente en el capítulo décimo
cuarto--haremos notar que en las poblaciones principales los mercados
se celebraban cada cinco días, siendo muy activo el tráfico de granos,
cacao, alimentos, bebidas, vestidos, armas, alfarerías y demás objetos
necesarios para la vida material y para el adorno del indígena. No se
usaban en los mercados pesas ni medidas. Consistían las transacciones
en permutas y en compras, haciendo el papel de moneda los _zontlis_ y
_xiquipiles_ de cacao, los cañutillos de ansarones llenos de granitos
de oro y los pedacitos de estaño o cobre en forma de T[205]. También,
de cuando en cuando, había ferias.

       [204] Bernal Díaz del Castillo, _Conq. Nueva Esp._, cap.
       CCVIII, pág. 309.

       [205] Véase Bernal Díaz del Castillo, ob. cit. pág. 89.

Cuando penetraron los españoles en el país, encontraron la agricultura
y otras industrias muy adelantadas. Producía la tierra toda clase de
legumbres. No dejó de llamar la atención la inteligencia que mostraban
en acueductos, canales, acequias, etc. De muy lejos, y por sitios
escabrosos, se traían a veces las aguas. Se talaban los bosques y se
allanaba la tierra. Para el fomento de la agricultura no se perdonaba
medio. En general, los cultivos más estimados eran el maíz, el maguey,
el cacao, el plátano, la vainilla, el algodón. Con mucho esmero se
cultivaban las flores, pues de ellas eran aficionados los mexicanos.

Por lo que respecta al calendario mejicano, se consideraba el año de
trescientos sesenta y cinco días, dividido en diez y ocho meses de
veinte días cada mes, y los cinco días restantes se añadían al fin del
año para igualar el curso del Sol. En estos cinco días se daban todos
los mejicanos a la ociosidad, como preparándose a entrar en las tareas
del año siguiente. Las semanas tenían trece días y los siglos cuatro
semanas de años.

Los puentes eran de diferentes clases. Consistía una clase en levantar
fronteros dos pilares: uno en cada orilla. De pilar a pilar se ataba
gruesa cuerda de cuero, de la cual pendía un aro del que se colgaba un
banasto. De este banasto caían dos cuerdas que se ataban por sus cabos
a las dos riberas. Metíase en el banasto el hombre o bestia que había
de pasar el río y se le llevaba de una orilla a la otra tirando de la
respectiva cuerda. También se hacían puentes de paja, enea y juncia.
Del mismo modo los mejicanos construían puentes de madera. Así eran
todos los de la capital, que, como sabemos, ocupaba el centro de un
lago. A la ciudad se llegaba por cuatro calzadas, las cuales estaban
defendidas por torres y fosos cubiertos de vigas. Por puentes de vigas
construídos de trecho en trecho se comunicaban también las casas de las
dos aceras. Estos puentes, levadizos todos, tenían vigas grandes y bien
labradas, y era tanta la anchura de ellos que podían pasar de frente
diez caballos. Creemos que de cantería no los hubo en México; pero
cerca de Palenque y en el Perú se encuentran algunos. Caminos había en
México, en el Perú y aun en los pueblos salvajes.

Tampoco faltaban acueductos en diferentes puntos, especialmente en el
país de los aztecas; la mayor parte de las calles de México estaban
surcadas de canales, sobre los cuales, a trechos, había puentes de
madera. Procedía el agua de Chapultepec. Acequias para el riego de los
campos se encontraban en la mayor parte de los pueblos de América.

Si estudiamos la _escritura_, no sería aventurado decir que los aztecas
no pasaron del sistema de escritura _jeroglífica_; los mayas, quichés y
cakchiquels, en sus pictografías simbólicas se aproximaron al sistema
de escritura _fonética_. Unas y otras pictografías, lo mismo las
nahuatl que las mayas-quichés, eran de colores brillantes y se hacían
en pieles preparadas para ello, en telas de algodón, en fibras de áloe
y en las columnas, muros, etc. Es de sentir que el tiempo, las guerras,
y muy especialmente la ignorancia del clero de pasados siglos, hayan
destruído casi todos los ejemplares pictográficos.

De las creencias religioso-mágicas de los _uto-aztecas_ y _mayas_,
nada añadiremos a lo que hemos dicho sobre la materia al estudiar
otras tribus aborígenes. Hombres superiores (Quetzatcoatl, entre los
aztecas, y Votan, entre los mayas), no consiguieron moderar la crueldad
de aquellos sacerdotes y de aquellas muchedumbres que sacrificaban
tantas víctimas en las aras de sus divinidades guerreras. Y ya que
de la religión nos ocupamos, deberemos consignar que los sacerdotes
se sobrepusieron en México a los guerreros, logrando adquirir tal
influencia, que una especie de anatema pareció caer sobre los aztecas
y mayas. El vulgo, alentado a veces por el sacerdocio, era crédulo
y supersticioso. Sacaban presagios del aullido de las fieras, del
canto de la lechuza, del repentino encuentro de una raposa o de una
sabandija. Con mucho acierto escribe Pi y Margall lo que a continuación
copiamos: «¿Se deberá por esto considerar escasa la cultura del
Imperio? Conviene recordar que durante los siglos XV y XVI no privaban
menos en Europa que en América los agoreros y los astrólogos. Importa
poco que los adivinos de aquí pretendiesen leer lo futuro en el
firmamento, y los de allí en meros signos del calendario: tan mudos
estaban los cielos como los signos, y tan injustificados eran, por
consiguiente, unos como otros pronósticos»[206].

       [206] _Hist. general de América_, vol. I, pág. 167.

Sería injusto negar que la civilización del Imperio mexicano tenía un
carácter de originalidad que la distinguía de todas. Era una mezcla de
cultura y barbarie, de pequeñez y grandeza, de fiereza y dulzura de
sentimientos. Hernán Cortés se fijó, principalmente, en que aquellos
indios se comían a los prisioneros; eran caníbales. Sólo por esta
costumbre habían de parecer bárbaros a los ojos de los europeos.



CAPÍTULO VIII

  AMÉRICA SEPTENTRIONAL (_Continuación_).--TRIBUS MEJICANAS: LOS
  SHOSHONEAMUS.--LOS COMANCHES: SUS COSTUMBRES; SU CULTURA.--TRIBUS
  SONORAS: LOS PIMAS, LOS ÓPATAS Y LOS TARAHUMARES; SUS COSTUMBRES;
  SU CULTURA.--TRIBUS IROQUESAS: SU SITUACIÓN Y SU DESARROLLO
  SOCIAL.--CONFEDERACIÓN IROQUESA: RELIGIÓN E INDUSTRIA.--LOS
  ESQUIMALES: SU SITUACIÓN; SU CARÁCTER Y COSTUMBRES; SU
  RELIGIÓN.--ORGANIZACIÓN SOCIAL.--LOS ALGONQUINOS Y LOS ATHABASCOS:
  SU SITUACIÓN.--LOS NAVAJOS Y LOS APACHES.--CULTURA DE LOS NAVAJOS,
  APACHES Y ATHABASCOS: RELIGIÓN Y LENGUA.--LOS ALGONQUINOS: SUS
  COSTUMBRES; SU INDUSTRIA; SU RELIGIÓN.--LOS SIOUX O DAKOTAS:
  SU SITUACIÓN; SUS COSTUMBRES; SU CULTURA.--LOS MUSKOKIS: SU
  SITUACIÓN.--LIGA MUSKOKA.--LOS CREEKS.--YUCHIS, TIMAQUANOS Y
  NATCHEZ.--LOS CALIFORNIOS: SU SITUACIÓN; SU INDUSTRIA; SU RELIGIÓN
  Y LENGUA.--LOS TLINKITS.--LOS PIELES-ROJAS.--REGIÓN DE LOS
  PUEBLOS.--LOS CHINUKS: SITUACIÓN, CULTURA, INDUSTRIA Y COSTUMBRES
  DE ESTAS TRIBUS.


Los _shoshoneamus_ ocupaban hasta el siglo pasado el territorio que
se extiende desde el río Columbia u Oregón (Estados Unidos) hasta el
Estado de Durango (México). A ellos pertenecen los _comanches_, gente
de alguna cultura y de suaves costumbres[207]. Cuenta la historia que
se distinguían los comanches por el lujo de los vestidos. Los hombres
calzaban mocasines que les subían a las corbas y se ponían delantales
que les bajaban a las rodillas. Al paso que algunos se cubrían el
cuerpo con camisetas de piel de ciervo, otros usaban largos mantos de
búfalo, que se prendían en los hombros. También las mujeres usaban
mocasines y del cuello a las piernas se ceñían especie de vestido de
piel de gamo. Aquéllos y éstas gustaban mucho de adornos, de los cuales
abusaban en sus fiestas civiles y religiosas.

       [207] Pi y Margall, que no se separa de la doctrina de
       Bancroft en este punto, dice que los comanches formaban parte
       de los apaches, primera familia de los nuevo-mejicanos.
       _Historia general de América_, vol. II. pág. 1082.--Luego,
       los comanches, empujados desde el N. por los apaches, fueron
       nómadas al N. de Tejas y por Nuevo México.

Las viviendas de los comanches en verano consistían en galerías y en
ellas solo se podía estar sentado o tendido. Hincaban paralelamente
en tierra ramas de sauce, las doblaban de dos en dos por los vértices
y las cubrían con esteras de junco. Dejaban puertas a Or. y Oc., y
ventanas a N. y S. Diestros cazadores, perseguían a los búfalos, que
al acercarse el invierno invadían el país. Lograban matarlos con solo
el arco y la flecha; a veces únicamente con la lanza. Bebían caliente
la sangre de los que mataban y comían con sumo gusto el hígado.
Importábales poco comer cruda la carne, y cuando querían asarla, la
colocaban en puntas de palo inclinados al fuego. La que no comían
después de muerto el animal, para que no se corrompiese, la cortaban en
delgadas lonjas, la secaban al sol y la molían. Con esta harina, echada
en agua hirviendo, se alimentaban perfectamente. También les servía de
comida las plantas silvestres. No se dedicaban a la agricultura y sólo
las tribus que moraban en las riberas de los ríos se nutrían de pescado.

Antes de realizar sus bárbaras excursiones, más propias de bandidos que
de guerreros, llevaban a sus mujeres e hijos a lugares inaccesibles,
para que no cayesen en poder de los enemigos. Eran muy belicosos,
considerando el valor como la principal virtud y la suerte de la guerra
como la mayor fortuna. Desde niños se habituaban al ejercicio del arco
y de la javalina. Celebraban su danza de guerra antes de salir a sus
expediciones. A los prisioneros respetaban generalmente la vida, y a
pocos les daban muerte. Violaban las mujeres y trataban con cariño
a los niños. Hacían la paz, no sin celebrar la ceremonia de fumar
los guerreros en una sola pipa. Sentían poca afición por el comercio
y nunca empleaban el fraude. De todas las tribus pertenecientes a
la familia de los nuevos mexicanos, sólo los comanches vivían bajo
verdaderas instituciones políticas. Convocaban periódicamente los
comanches asambleas, donde se deliberaban todos los asuntos de
interés para la tribu, y lo dispuesto en aquéllas se cumplía con toda
fidelidad. Creían en un _Ser Supremo_ y adoraban también al _Sol_ y la
_Tierra_. Reconocían la existencia de espíritus malignos, a los que
atribuían sus enfermedades y todas sus desventuras. Honraban, como
pocos pueblos bárbaros, la memoria de sus héroes; hombres y mujeres,
especialmente las mujeres, daban rienda suelta a su dolor. Después de
sepultados, no cesaban de llorarlos durante treinta días, y con harta
frecuencia prorrumpían en lamentos y alaridos. Cortábanse en señal de
luto el cabello, y además se laceraban las carnes. Se tatuaban la piel
en distintos sitios, especialmente en la cara o pecho.

En los comienzos de la segunda mitad del siglo XIX se confió a
los comanches meridionales, errantes por el _Bolsón de Mapimi_,
el exterminio de los apaches, sus enemigos hereditarios[208].
Estos apaches, que vivían en el espacio comprendido entre el río
_Grande_[209] y la vertiente oriental de _Sierra Madre_, fueron
castigados sin compasión y casi destruídos completamente. «Los que
quedan, dice Reclus, se han hecho pastores, boyeros, chalanes y
hasta guardas de estación en los ferrocarriles que atraviesan ahora
sus antiguos territorios de correrías y de pillaje»[210]. Añade
Reclus que casi todos los indios que habitan la región Noroeste de
México, desde la frontera de Arizona hasta los montes que dominan
el río Lerma, pertenecen a una misma familia de tribus, cercana a
los aztecas por el lenguaje. Dos de sus grupos más considerables se
les conoce con el nombre de los _pimas_ (Norte de la Sonora)[211] y
de los _ópatas_ (Sierra Madre, en los valles altos del río Sonora y
del río Yaqui). Unos y otros se han puesto siempre al lado de los
blancos en las guerras de razas: los autores mejicanos ensalzan su
valor, su sobriedad, su consecuencia, habiéndoles dado el nombre de
_espartanos de América_. Sus poblaciones agrícolas se hallan casi
españolizadas[212].

       [208] Reclus, _Nueva Geografia Universal: América_, tomo II,
       página 122.

       [209] Durante parte de su curso separa a México de los Estados
       Unidos.

       [210] Ibidem.

       [211] _El Estado de Sonora_ (México) se halla frontero a
       la parte septentrional de la Península. Entre las ciudades
       sonoreñas, la más próxima a la frontera de los Estados Unidos
       es Magdalena o Santa Magdalena, Pi y Margall, siguiendo a
       Bancroft, comprende en la segunda familia de los nuevos
       mejicanos a los _pueblos_, los _moquis_, los _pimas_, los
       _maricopas_, los _pápagos_ y otras tribus. _Historia general
       de América_, tomo I, volumen II, página 1.096.

       [212] _Nueva Geografía Universal_: América Central, tomo II,
       páginas 116 y 117.

Los pimas levantaban, para pasar el invierno, chozas de planta circular
o elíptica y forma de cúpula, altas de cinco a siete pies, y de
diámetro o eje de 20 a 50. Sus aberturas estaban reducidas a una puerta
de entrada y a un agujero en el techo, por donde penetrase la luz y
el aire. En los estíos vivían en sus maizales al abrigo de ligeros
sombrajos, desde los cuales vigilaban sus cosechas. Supieron regar
sus campos. Aunque eran poco aficionados a la caza y a la pesca, no
por eso dejaban de comer carne de gamo, de liebre o de conejo, como
también los peces de sus ríos. Gustaban con verdadero deleite de las
bebidas alcohólicas. Eran pacíficos; pero si se les obligaba a hacer
la guerra, la hacían con coraje y aun con crueldad. No perdonaban edad
ni sexo en el calor del combate. Después de la victoria mataban a
los prisioneros varones y guardaban a los niños y a las hembras para
venderlos. Vencedores, entraban por sus pueblos en medio de coros y
danzas; vencidos, se retiraban silenciosos y sólo oían gritos de muerte.

Nótanse muchas analogías entre los pimas y otra tribu--de la cual
habremos de ocuparnos en este mismo capítulo--conocida con el nombre de
los _pueblos_. Tenían los pimas escasa cultura. Ignoraban la escritura
de los jeroglíficos, ni hilaban, ni tejían. En sus construcciones
tampoco usaban la piedra ni el adobe. Como otras tribus vecinas,
celebraban fiestas, señalándose en particular la danza de las flechas,
la del búfalo, la de la tortuga, la del maíz verde y algunas otras.
Casi en todas las fiestas cantaban e iban marcando el compás algunos de
los concurrentes, y en casi todas se tocaba el tambor, la flauta y las
sonajas.

Estimaban de igual manera los ejercicios de fuerza, como el juego de
pelota, el salto, la carrera y el golpear de los escudos. Explicaban
la creación del siguiente modo. La tierra, decían, había sido creada
por Ckiowotmahke. Era al principio como una telaraña que se extendía
por el espacio, mas luego tomó consistencia hasta ser tan sólida como
la vemos. La recorrió Ckiowotmahke volando en forma de mariposa, y,
cuando creyó conveniente, se detuvo y formó al hombre. Tomó arcilla
en sus manos, la amasó con el sudor de su cuerpo y la dió un soplo,
mediante el cual, llena de vida, se movió y convirtió en un hombre y
en una mujer. Hallábase ya bastante poblado el mundo, cuando ocurrió
el siguiente hecho. Vivían en el valle del Gila un gran profeta,
y Szeukha, hijo de Ckiowotmahke. Cierta noche apareció un águila
de gigantescas alas a la puerta del profeta, quien se despertó
sobresaltado al ruido del animal. Levántate--le dijo el águila--tú
que curas a los enfermos y ves lo futuro, porque está muy cerca el
diluvio que ha de inundar la tierra. Sordo el profeta al anuncio del
agorero pájaro, volvió a dormirse. Por segunda vez el águila le anunció
la catástrofe y por segunda vez no hizo caso el profeta. Por última
y tercera vez fué despreciada la reina de las aves, sin embargo de
anunciar que iba a ser invadido y sumergido el valle. Lo fué en efecto
y en el tiempo que dura el aleteo de un pájaro, después de varios
truenos, sonó horrible estallido y en seguida se levantó en la llanura
un monte de agua que, cayendo sobre el valle con pavoroso estruendo,
anegó la choza del profeta, salvándose sólo el hijo de Ckiowotmahke,
que flotaba sobre una pelota de resina. Cuando descendieron las aguas,
desembarcó Szeukha, con todas sus herramientas y utensilios, en la
cima de un cerro contiguo a la embocadura del río Salt. Inmediatamente
se dirigió a vengarse del águila y con este objeto hizo una escala de
cuerda de las fibras de un árbol, subió al nido y mató al fiero animal.
En la cueva o nido encontró una mujer y un niño, la esposa y el hijo
del aborrecido pájaro.

Dejando el mundo de la fábula y entrando en el campo de la historia,
bien será decir que una de las páginas más brillantes de la Compañía
de Jesús en América es la evangelización de las aldeas de los pimas
(Pimería alta y baja) por el P. Kino.

Los _tarahumares_, _ópatas_ (en los Estados de Chihuahua [213] y
Durango[214]) y otras muchas tribus eran sedentarios y laboriosos.
Bancroft sólo habla de las principales tribus establecidas, no sólo en
el citado Estado, sino en los próximos. Seguros de no ser desmentidos,
podemos afirmar que estos nuevos mejicanos del Norte conservan hasta
el presente las creencias, ritos y costumbres que estudiaron como
propias de ellos los misioneros de las centurias XVII y XVIII. Por lo
común dichos mexicanos eran altos, erguidos y de agradable rostro; unos
tenían color moreno claro, otros color moreno obscuro y muchos color
de cobre; todos tenían negro y fuerte cabello. Las mujeres llamaban la
atención por su hermosura y airoso porte. El traje no podía ser más
sencillo y pobre.

       [213] Ciudad del Norte mejicano en la vertiente oriental de
       _Sierra Madre_.

       [214] Abraza por el Oeste las cadenas paralelas de _Sierra
       Madre_.

Tenían decidida afición por los adornos, los cuales se ponían en la
nariz, en las orejas, en la garganta, en los brazos, en las muñecas y
hasta en los tobillos. Pintábanse de diferentes colores, ya la cara,
ya el pecho, ya todo el cuerpo. En el cabello, tanto los hombres como
las mujeres, se colocaban plumas y a veces perlas. Si los ópatas vivían
en casas de adobes y vigas, los tarahumares buscaban abrigo en las
cuevas de las montañas pedregosas. Eran cazadores y pescadores; pero
en particular se alimentaban de frutas, semillas y raíces que daba
espontáneamente la naturaleza. Se dedicaban poco a la agricultura y los
ópatas tejían el algodón y la pita. En la guerra, harto frecuente entre
aquellas tribus, usaban los soldados el arco, la flecha y la clava, y
los jefes pequeña lanza y rodela o escudo. Unos y otros llevaban un
cuchillo de pedernal. Los infelices prisioneros, después de sufrir
las más terribles torturas, eran sacrificados de una manera cruel y
bárbara. A veces, algunas tribus los cocían y comían. Al volver de la
expedición, si era venturosa, salía todo el pueblo a recibir a los
combatientes. Las mujeres bailaban en corro, cantaban, jesticulaban
y prorrumpían en grandes alaridos. El botín se distribuía siempre a
los ancianos y a las mujeres. Malas, muy malas eran las instituciones
sociales. La poligamia dominaba generalmente en todas aquellas tribus
y se hacían grandes fiestas en honor de la mujer que se consagraba
al celibato o a la prostitución. La sodomía se hallaba extendida de
un modo considerable. Después del nacimiento de un hijo, el padre no
salía de la cama, ni comía pescado ni carne en seis o más días. Rara
costumbre que era común en varios pueblos de América. En casi todas
sus fiestas, la embriaguez y la obscenidad no tenían límites. Sin
embargo, entre los ópatas eran, no ya decentes, sino decorosas, la
fiesta de primero de año y la conocida con el nombre de _torom raquí_.
Consistía la primera en meter en el suelo por un extremo parte de un
palo de bastante altura y del cual colgaban cintas de cuero de varios
colores. Jóvenes bellas vestidas caprichosamente tomaban cada una del
cabo determinada cinta y danzaban alrededor del palo, formando varias y
caprichosas figuras. En la segunda, cuyo objeto era implorar la lluvia
para que la cosecha próxima fuera abundante, bailaban alegremente
cuatro grupos de jóvenes desde el amanecer hasta la noche.

La industria apenas existía y las bellas artes se hallaban por completo
desconocidas. Si algunas tribus fabricaron casas, y si los españoles
vieron pinturas en las paredes, ni las primeras revelaban conocimientos
arquitectónicos, ni las segundas sentimiento estético. La ciencia
estaba reducida a observar atentamente los astros y los cambios de
la atmósfera. Fueron de los más crédulos y supersticiosos de toda la
América. Si para los habitantes de la Sonora vagaban los espíritus de
los muertos por las rocas de los precipicios y sus voces constituían
los ecos, para los de Nayarit había diferentes cielos, a los cuales se
iba según la edad y según la clase de muerte: un cielo estaba destinado
a los niños y a los adultos que muriesen buena y pacíficamente; otro,
situado en la región de los aires, donde pasaban a ser brillantes
estrellas, los que perecían luchando con los extranjeros; y un tercero
que se hallaba en la misma tierra, y tenía el nombre de _mucchita_,
destinado al vulgo, y, por lo tanto, a la mayor parte de las almas. De
la mucchita pudieron salir y aun volverse a encarnar en sus antiguos
cuerpos, hasta que lo hizo imposible un hombre imprudente. Este hombre
hizo un pequeño viaje, dejando la casa al cuidado de su mujer. A su
vuelta desapareció su consorte, penetrando en la mucchita. Allí fué
el desconsolado marido, logrando conmover con sus lágrimas y suspiros
el corazón del guarda de aquella región de las sombras. «Mira, le
dijo el guarda, ven aquí de noche, busca con los ojos a la que fué tu
compañera, y cuando la veas danzando, dispárala una de tus flechas. Te
reconocerá y volverá a tu casa; pero guárdate bien de prorrumpir en
gritos ni alaridos, porque si tal haces, la perderás para siempre y
tú serás entonces la causa de su muerte.» Hizo el hombre lo que se le
dijo. Al verse con su mujer, quiso celebrar tanta ventura y dió gran
fiesta llamando a músicos y cantores. Loco de alegría, olvidando por
un momento el aviso del guarda, exhaló un grito. Inmediatamente cayó
cadáver su compañera y entró de nuevo en la mucchita. Desde entonces no
volvió alma alguna a unirse con su cuerpo. Pudieron, sí, como pudieron
antes, convertirse de día en mariposas, salir en busca de alimentos y
andar entre los vivos. De noche recobraban sus naturales formas y la
pasaban danzando.

En nuestros días, los _tarahumares_, en número de unos cuarenta mil,
viven exclusivamente en los valles de _Sierra Madre_, en las dos
vertientes del Atlántico y del Pacífico. Hállanse esparcidas sus
aldeas en las montañas de los tres Estados de _Chihuahua_, _Sonora_ y
_Sinaloa_, y aun, según Pimentel, penetran en Durango. Todavía algunas
familias pasan su vida en grutas, y se ven muchas cuevas que estuvieron
habitadas antiguamente. Los tarahumares que viven en las ciudades de
los blancos, hablan la lengua de los conquistadores; los habitantes
de la sierra conservan su antiguo idioma y no pocas de sus costumbres
primitivas. Practican, según se dice, su antigua religión. Se les
supone tristes; pero a veces manifiestan su alegría y _bailan con sus
dioses_. Son aficionados a las justas y a la carrera[215].

       [215] Reclus, _Geografía Universal: América_, tom. II, págs.
       118 y 119.

Entre las tribus que habitaban al Sur del Canadá (América
Septentrional), se hallan las _iroquesas_. Dichas tribus deben
estudiarse con algún detenimiento, y es de justicia que figuren a la
cabeza de las del Norte americano. Si en la cultura general no se
diferenciaban mucho de sus vecinos, en su desarrollo social podían
compararse a las tribus de la familia _Uto-Azteca_. Ocupaban muy
especialmente las orillas del río San Lorenzo y el actual Estado de
Nueva York, las llamadas _Cinco Naciones_ (Mohawk, Onondaga, Oneida,
Cayuga y Séneca). Suma importancia tuvo, en los comienzos del siglo
XV, la _Confederación_ o _Liga_ que para hechos defensivos y ofensivos
formaron los iroqueses.

Esta Confederación desempeñó papel importante en la conquista y
colonización de la América del Norte. Fué formada por las cinco tribus
o naciones citadas, a las que se unió corriendo el año 1715 la de los
tuscaroras; el fundador, según la tradición, fué Hiawata, ayudado del
jefe de los onandagas. En asuntos de gobierno interior cada nación
permaneció autónoma, delegando toda su autoridad en un _Consejo
Federal_ o _Senado de Sachems_, elegido por las seis tribus, cuando
asuntos de interés general lo reclamaban o exigían. Además existía el
_Consejo Tribal_, de autoridad absoluta en los asuntos peculiares de la
tribu. El Consejo Federal sólo podía convocarse a instancia de alguno
de los Consejos Tribales y las decisiones de aquél habían de ser por
unanimidad, en cuyo caso se cumplían sin discusión. La Confederación no
tenía jefe o poder ejecutivo. En las guerras contra las tribus vecinas
o contra el europeo, el Consejo Federal nombraba dos jefes militares,
que habían de ser ayudados por los jefes secundarios de cada tribu.
Sólo el Consejo Federal tenía atribuciones para firmar tratados de paz.

Como dice perfectamente un historiador contemporáneo «los iroqueses,
arrojados por los algonquinos de las márgenes del San Lorenzo,
consiguieron paulatinamente vencer a sus enemigos del Norte y Sur,
convirtiéndose, merced a su confederación, en dueños virtuales del
territorio comprendido entre la bahía de Hudson y la Carolina del
Norte»[216]. En religión se notaba--como en las demás tribus del
Norte de América--la influencia de los shamanes y hechiceros y los
sacrificios humanos. El canibalismo se hallaba también entre las
bárbaras costumbres de los iroqueses. Los mitos de los iroqueses
personificaban siempre de una manera o de otra la lucha constante entre
la luz y las tinieblas.

       [216] Navarro Lamarca, ob. cit., tom. I, pág. 219

Por lo que a la industria respecta, fabricaban alfarerías, cultivaban
entre otras cosas, el maíz y el tabaco, fortificaban sus aldeas
levantando en las calles empalizadas y otras defensas, construían
buenas canoas y sepultaban a sus muertos en grandes montículos
(_mounds_). Los iroqueses actuales (con excepción de los cherokees)
reducidos a unos 12.000, habitan en el Canadá y en las reservas indias
de Nueva York, Wisconsin y Ontario; los _cherokees_ forman parte de las
tribus civilizadas de los _Indian Territories_ (territorios indios) de
los Estados Unidos del Norte América.

Los _esquimales_, tribus situadas alrededor del polo, se extendían
por la Groenlandia y por la región comprendida entre la bahía Hudson
y el Estrecho de Behring. Es probable que algunos de sus grupos
llegaran y hasta cruzasen en épocas remotas el Estrecho citado. Algunos
etnógrafos, dando como cierto lo que nosotros juzgamos probable,
consideran como esquimales a los chukchas de la Siberia.

Ignoramos el origen del nombre esquimal. Charlevoix cree posible que
proceda de la voz abenaqui _esquimantsic_, comedor de carne cruda; pero
lo cierto es que no se llamaban a sí mismo esquimales, sino _innuits_,
palabra que significa el _pueblo_, de _inuk_, hombre.

[Ilustración: Mujer esquimal.]

Digna de estudio, por muchos conceptos, es la raza esquimal.
Confundíanse a primera vista las mujeres con los hombres, no sólo
porque el traje era igual, sino por la fisonomía. Tenían sucia y
desgreñada cabellera, grandes ojos, ancho rostro, negruzco color y
feo aspecto. Comían toda clase de carne y pescado, muy especialmente
la grasa de la foca, de la ballena y del manatí. Las viviendas
consistían, durante el verano, en poner de punta en el suelo tres o
más palos, los cuales cubrían por la parte superior con pieles de foca
o de chivo. En el invierno construían chozas a la manera de tinnehs,
esto es, cuevas debajo de tierra con agujeros en la techumbre para la
luz y el humo. La ocupación principal de los esquimales consistía en
la caza y la pesca. Las armas eran el arco, la flecha, el dardo, la
lanza, el hacha y la honda. Llamaba la atención en aquellas gentes
sus grandes canoas, los trineos y los patines. De los trineos tiraban
perros dóciles y fuertes. Encendían fuego por el frote de las maderas.
Desconocían en absoluto los conocimientos científicos y su literatura
estaba reducida a algunas lamentaciones fúnebres.

Eran sumamente aficionados a los banquetes, al canto y al baile. Los
danzarines, al son del tamboril y el coro, remedaban mediante gestos a
muchos animales.

Por lo que a la religión respecta, los esquimales profesaban el
_animismo_. Creían no sólo que el hombre tenía alma, sino también
los demás animales. Los sacerdotes (_angakoks_) eran legisladores,
jueces y médicos, hallándose dotados además de cualidades superiores.
Se les respetaba principalmente porque se les creía en relación con
los espíritus. Se comunicaban con Tornarsuk, ser supremo y fuente de
toda ciencia. Los hechiceros, que usaban los mismos procedimientos que
nuestras brujas, ejercían ministerios mágicos y no pocas veces se les
atribuía todas las calamidades que afligían al pueblo, en particular
las pestes.

En lo tocante a la organización social de los esquimales puede
asegurarse que se basaba en la familia y no en el clan. También se
halla fuera de duda que entre ellos predominaba el patriarcado y
la monogamia. La propiedad era comunal o cuando más familiar; la
individual sólo existía al referirse a bienes muebles. Aun en nuestros
días los esquimales viven en aldeas pequeñas (de 10 a 20 chozas),
separadas por grandes distancias, siendo de notar, que apenas difieren
en el lenguaje unas tribus de otras. A causa de la poca fecundidad de
las mujeres y de la mucha mortandad de los niños, las tribus esquimales
tienden a extinguirse.

«En las vastísimas comarcas donde esos hombres vivían, mar y tierra
están lo más del año cubiertas de espesas capas de hielo, que no se
derriten nunca en las cumbres de los altos montes. Huyen las aves a
más templados climas, busca la res abrigo en las cavernas o en los
apartados bosques, y reinan en toda la naturaleza la soledad y el
silencio. Escasea tanto la vegetación, que en muchas partes no hay
leña con que encender lumbre. Para colmo de mal, abandona el sol el
horizonte y no vuelve a brillar sobre tan árido suelo hasta después
de tres meses de noche y seis de crepúsculo. No interrumpe de vez en
cuando tan largas tinieblas sino la aurora boreal con sus ya tenues,
ya fúlgidos resplandores, que no parece sino que al extinguirse
aumentan la obscuridad del espacio. Sólo entre mayo y agosto brilla
sin interrupción la luz del día; libres de hielos las aguas, bajan al
Océano con alegre estruendo; se cubren de musgo las rocas y de hierba y
flores los espaciosos llanos. Sólo entonces pueblan el aire numerosas
bandadas de pájaros que volvieron del Mediodía en busca de sus antiguos
nidos; salen de sus cuevas o vienen de las lejanas selvas multitud
de rangíferos, de ciervos-mosas, de almirílados ovibos, y con ellos
inmensas greyes de búfalos. Durante el triste y prolongado invierno,
sólo en el crepúsculo que precede al día resuena a lo largo de las
playas el ladrar de las focas y el resoplar de las ballenas.»[217].

       [217] Pi y Margall, _Historia de América_, volumen 1.º página
       921.

En suma: los esquimales «moraban y moran todavía, en número de 4.000,
en el litoral Artico, desde el Labrador hasta el mar de Berhing; pero
nunca penetraron en el interior del Continente»[218].

       [218] _Enciclopedia Universal Ilustrada_, tomo X, pág. 1.353.

Al Sur de los esquimales, el Canadá se dividía entre dos grandes
razas, a saber, la de los _algonquinos_ y la de los _athabascos_.
Constituían la dilatada familia de los algonquinos muchos pueblos, y se
extendían--según la autorizada opinión de Bancroff--desde el golfo de
San Lorenzo hasta las montañas rocosas. Cuando los europeos llegaron al
país, el principal asiento de dicho grupo eran las tierras al Norte del
San Lorenzo. Otros autores dicen que ocupaban la costa del Norte del
Atlántico, desde el mar de Hudson al cabo Hatteras, exceptuando sólo
los territorios de los dakotas o sioux.

Los athabascos poblaron las regiones comprendidas entre el mar Artico
y las fronteras de Durango (México), desde la bahía de Hudson al mar
Pacífico. A la familia de los athabascos pertenecen, entre otros, los
salvajes _navajos_ y _apaches_[219].

       [219] El grupo de nuevo-mexicanos se divide--según
       Bancroff--en cuatro grandes familias: los _apaches_, los
       _pueblos_, los _indios de la península de California_, y
       los _del septentrión de México_. Los apaches se subdividen
       en las siguientes naciones: 1.ª, la de los _comanches_;
       2.ª, la de los _apaches_ o _shies_; 3.ª, la de los
       _navajos_ o _tenuayos_; 4.ª, la de los _mojaves_; 5.ª, la
       de los _hualapayos_; 6.ª, la de los _yumas_; 7.ª, la de
       los _kosninos_; 8.ª, la de los _yampayos_; 9.ª, la de los
       _yalchedunes_; 10, la de los _yamajabes_; 11, la de los
       _cochis_; 12, la de los _cruzados_, y 13, la de los _nijoras_.

Adquirieron los navajos fama de hábiles plateros y tejedores; pero se
cree, con algún fundamento, que dichas industrias se debían a tribus
más cultas sujetas a dichos navajos. Los telares en que tejían el
algodón consistían en dos vigas, una sujeta al suelo y otra que colgaba
del techo, en las cuales se extendía perpendicularmente la urdimbre;
además dos tablillas de pizarra que la mantenían en doble cruz y
abrían paso a la lanzadera; ésta consistía en un palo corto a que
arrollaban el hilo.

[Ilustración: Apache.]

Mostrábanse atrasadísimos en la construcción de sus viviendas los
apaches, lo cual no es de extrañar, puesto que eran nómadas y vivían
del pillaje, no pasando a veces ocho días sin cambiar de asiento.
Levantaban postes, ya vertical, ya oblicua, ya semicircularmente,
cubriendo el espacio formado por dichos postes con pieles, broza,
hierbas o piedras. Daban de anchura a las casas de 12 a 18 pies, y
de altura de cuatro a ocho. Sin embargo de su vida errante, labraban
la tierra casi todas las tribus apaches, y cultivaban el maíz y
algunas legumbres. Apenas comían la carne y tampoco eran aficionados
al pescado. Adelantaron más en la construcción de armas que en
herramientas para cultivar el campo, pues disponían de arcos y flechas,
de lanzas, de hondas, de escudos y de macanas. Tenaces y crueles
bandidos, casi hasta nuestros días, no han cesado de causar grandes
daños a los norteamericanos y mexicanos. Al presente, el único resto de
los apaches es el de los _janos_ o _janeros_ de Chihuahua (México).

Predominaba el matriarcado entre los navajos y apaches. Distinguiéronse
los navajos porque cultivaron la tierra con fruto y no debemos pasar
en silencio que cuando por primera vez (1541) se encontraron a los
españoles, vivían en chozas fijas, construían graneros, eran labradores
y regaban con acequias sus campos.

Menos cultos los athabascos que sus vecinos los esquimales, eran
también más desconfiados, taciturnos y astutos. La religión de los
athabascos era animista, con no pocas supersticiones mágicas. Los
shamanes y hechiceros, que gozaban de mucha estima, presidían los
Consejos Tribales. Caracterizábanse sus muchos dialectos por su dureza
y dificultad.

Afirman algunos escritores que los algonquinos representaban el
verdadero tipo del indio norteamericano. Distinguíanse por su alta
talla, buenas formas, labios finos, manos y pies pequeños, color
cobrizo, pelo negro y recio, gran fortaleza y bastante longevidad.
Dominaban entre ellos el matriarcado y el _totemismo_. Vivían en chozas
redondas cubiertas con hojas de maíz y cercadas de empalizadas. Sus
jefes, lo mismo en tiempo de paz que de guerra, se elegían de un clan
determinado. Cultivaban el maíz, tabaco, etc.; curtían pieles, hacían
ollas y fabricaban objetos de cobre (no por medio de la fundición,
sino a golpe). Activos comerciantes, llevaron sus industrias a grandes
distancias, llegando hasta las costas del mar Atlántico. Adoraban al
Sol, al fuego, a los cuatro vientos como productores de lluvias, a los
espíritus y a ciertos animales.

El _Michabo_ o _Manibozho_, dios y héroe de los algonquinos, redentor y
maestro de las tribus, inauguró la edad de oro de la obscura historia
de los citados indios. Aunque horticultoras las tribus algonquinas, se
alimentaban de la caza, de la pesca y de las abundantes cosechas de
arroz silvestre. Los individuos de la de los _lennapés_, situada en las
orillas del río Delaware (riega a Filadelfia), se llamaban ellos mismos
los _genuinos_ (progenitores de la raza), y así eran considerados por
las demás tribus. El dialecto de los lennapés era relativamente dulce
y armonioso. Merecen especial mención por su energía y habilidad en
la lucha con sus dominadores, los algonquinos Pontiac, King-Philip y
Tecumseh.

Los restos de las tribus algonquinas o de la familia _álgica_ (unos
40.000) se encuentran repartidos a la sazón en algunas provincias del
Canadá (Manitoba y otras), y en pequeña región de los Estados Unidos
(Estado de Wisconsin).

Después de los iroqueses, esquimales, athabascos y algonquinos,
se presentan los _sioux_ o _dakotas_, los cuales--según los
etnólogos--eran ejemplares típicos de la raza india. Vivían al Oeste
del Mississipí, desde el río Saskatchewan, en el Norte, al Arkansas,
en el Sur, extendiéndose hasta Virginia y tal vez hasta el golfo de
México. Estaban divididos en varios grupos, subdivididos en bandas
y sub-bandas locales. El Gobierno era casi patriarcal. Los jefes
eran electivos, y tenían su autoridad limitada por los Consejos
de las bandas o sub-bandas. Si en tiempos de paz gozaban de gran
respeto los ancianos, durante la guerra sólo eran respetados los
jefes militares. Prevalecía entre ellos la poligamia. Los sioux
ajustaron su vida en absoluto a la _caza del bisonte_, ocupación que
aumentó considerablemente con la llegada del caballo en la época del
descubrimiento de América. Antes de conocer el caballo, se valían los
sioux del perro en sus expediciones de caza; también se servían de él
para su alimento, arrastres, etc. Curtían pieles de bisonte, trabajaban
rudamente la alfarería y fabricaban armas y útiles de piedra, madera,
cuerno y hueso. La casa del sioux, igual a la de los comanches, etc.,
era la movible tienda (_tipi_) formada sobre postes colocados en filas
paralelas o circularmente y cubiertos dichos postes con pieles de
bisonte, etc. Las tribus _mandanes_, pertenecientes a la familia de
los dakotas, fueron las constructoras de las casas comunales en forma
circular (_circular-house_) rodeadas de empalizadas.

Para estudiar algunos puntos relativos a la evolución del arte
americano no carecen de interés las pictografías de los sioux, en
pieles de bisonte, sus pipas de arcilla roja y tubo largo adornado de
plumas y sus abigarradas aljabas. Predominaban los cultos de carácter
mágico, mereciendo especial mención las fiestas anuales de invocación
al Sol (_sun-dance_).

Varias veces los sioux han hecho frente a los ejércitos
norteamericanos, y, últimamente, en el año 1862, llevaron a cabo la
sublevación de Minnesota, dirigida por el cruel _Little Crow_, en la
cual perdieron la vida más de 100 soldados y 700 colonos. A la sazón
los sioux o dakotas viven sin lazo alguno que les una en varios puntos
de los Estados Unidos, llegando su número en el año 1904 a 29.000, si
bien tienden poco a poco a extinguirse.

Estaban situados los _muskokis_ en los valles que se extienden desde
las estribaciones de las montañas Apalaches hasta el golfo de México,
y desde las márgenes del Mississipí hasta el Océano Atlántico[220].
Otros escritores sólo dicen que lindaban con la Florida por el Norte y
Oeste[221]. Entre los muskokis se distinguían por su valor las tribus
_creeks_. Vivían los muskokis en aldeas o poblados, y cada linaje tenía
su propio territorio y su montículo (_mound_) para depositar los restos
de sus muertos.

       [220] Navarro Lamarca, ob. cit., tomo I, pág. 222.

       [221] Pi y Margall, ob. cit., tomo y volúmen I, pág. 730.

Aunque predominaba el matriarcado, la posición de la mujer, lo mismo
en la familia que en el clan, era inferior a la que tenía entre los
iroqueses. Los jefes civiles eran vitalicios y a veces hereditarios;
los militares se nombraban de acuerdo con los Consejos de las tribus.
Rodeados de enemigos por todas partes, colmaron de distinciones a
sus guerreros. No carecían de importancia sus Casas del Consejo
(Casa Grande) y muy especialmente la formación de una liga (_Creek
Confederacy_), parecida a la de los iroqueses, aunque solamente
defensiva. Los creeks y sus desmembraciones los _seminolas_ (Florida)
hicieron tenaz resistencia (1830-1842) a las tropas de los Estados
Unidos, siendo al fin trasladados a los _Territorios Indios_, donde
viven al presente con cierta independencia y aun prosperidad. Creían
que el Cielo era sólido y semicircular; que el Sol, la Luna y algunos
planetas giraban alrededor del mundo, entendiendo que los demás astros
estaban inmóviles y suspendidos del firmamento. Suponían la tierra
plana y fija en medio de vastos mares. Eran supersticiosos en medicina
y sólo en la aritmética conocían un sistema de numeración bastante
regular. No conocieron ningún género de escritura, ni ninguna de las
bellas artes. Cultivaban extensos campos, extraían el oro de las arenas
de sus ríos y se hallaban adelantados en la alfarería.

Los _yuchis_, _timaguanos_ y _natchez_, tribus que habitaban en el
territorio de los muskokis, tenían lenguas y dialectos completamente
diferentes. Los yuchis (Río Savanah) se llamaban ellos mismos _hijos
del Sol_. Profesaban gran estima a las mujeres. Debemos notar que
cuando Hernando de Soto les vió por primera vez «la cacica, señora
de aquella tierra... moza y de buen gusto» le recibió con señaladas
muestras de alegría y le festejó (1540). Los timaguanos, que ocupan
las orillas del río San Juan (Florida) y la costa del Océano Atlántico
hasta el río Santa María, se extinguieron completamente hace más de
una centuria. Los natchez estaban situados en la orilla izquierda del
Mississipí, debajo de la confluencia del Yazoo. Créese que procedían
del Sudoeste. Emigraron de la primitiva patria y se fijaron en el
Anahuac. «Nuestros antepasados--decían--favorecieron a Cortés en la
guerra con Moctezuma, y sólo cuando se convencieron de la tiranía
de los españoles, levantaron de nuevo el campo y vinieron a estas
llanuras: quinientos soles habían ya reinado entonces sobre nosotros.»
Consideraban a sus caciques como hijos del Sol y adoraban a dicho
astro, sacrificándole cautivos. Los natchez eran muy sensuales, dándose
el caso que la mujer más prostituta gozaba de más estimación. Los
templos se distinguían por su humildad. Construían con habilidad suma
toda clase de objetos de alfarería y llegaron a la perfección en los
tejidos que hacían con fibras vegetales.

Los _californios_ habitaban de Norte a Sur desde los montes Umpqua
hasta la boca del río Colorado, y de Oeste a Este desde las costas
del Pacífico hasta las sierras que limitan a Poniente la gran cuenca
(_the Great Bássin_). Divídense, según Bancroft, en californios del
Norte (desde las márgenes del río Rogue hasta las del Eel (Anguila)),
del Centro (desde las del Eel hasta cerca de las del Guyamas) y del
Mediodía (desde las del Guyamas hasta las islas Montague y Goree,
que se hallan en el interior del golfo de California. Vivían y viven
los californios del Norte en tierras algo productivas a causa de sus
muchos lagos, ríos, arroyos y bosques. Eran los californios de gallarda
presencia, y algunas mujeres estaban dotadas de singular belleza.
Hombres y mujeres apenas se cubrían algunas partes de su cuerpo. Vivían
en casas formadas por toscos maderos que descansaban en pies derechos,
cubiertas con esteras, helechos o ramaje. Alimentábanse de caza y
pesca, de raíces y de semillas; tenían pan que hacían de bellotas.
Sobresalían en el curtido de las pieles y fabricaban con no mucha
destreza las canoas. Justo será recordar la habilidad en trenzar las
raíces de sauce, con las cuales hacían sombreros, esteras, cestas y
cintas de colores para recogerse la cabellera. También de juncos y de
mimbres construían platos, fuentes, tazas, calderos y hasta los sacos
que acostumbraban a llevar las mujeres cuando iban en busca de bulbos
y bayas. Acerca de sus armas, estaban reducidas al arco y la flecha.
Declaraban la guerra, a veces encarnizada y sangrienta, a otras tribus,
ya por el rapto de mujeres, ya por motivos supersticiosos, ya para
obligarlas a pagar tributo. Pero lo verdaderamente repugnante era la
costumbre de cazar con trampa a los hombres como si fuesen fieras.
Hacían de la mujer objeto de venta y eran polígamos sólo los ricos.
Existía la esclavitud entre aquellas tribus. Divertían sus penas en
danzas y fiestas. Creían en un _Supremo Espíritu_, autor de lo creado,
en muchos diablos y en la vida futura.

Por lo que respecta a los californios del Centro y del Sur, ni unos ni
otros diferían mucho de los del Norte. Réstanos decir que las muchas
lenguas habladas entre los californios eran generalmente dulces y
sonoras; pero las que se hablaban en las márgenes del río Smith y
unas 40 millas a lo largo de la costa se distinguían por lo duras y
guturales.

Los _tlinkits_ (Alaska y costas adyacentes), los _haydahs_ y similares
(Islas _Queencharlotte_, Columbia Británica, etc.), y los _yumas_
(península de California hasta los valles del río Colorado, colindantes
con el Estado de Arizona y el Norte de México), se diferenciaban de
las tribus de las costas del mar Atlántico. Procede recordar que
los tlinkits tenían ideas exactas acerca del _derecho de propiedad
privada_, desconocido en la mayor parte de las tribus salvajes. Tanto
estimaban la propiedad privada, que los más ricos eran los designados
para ocupar los puestos más elevados, completando esta plutocracia el
matriarcado y los linajes exogámicos. Los haidahs estimaban como los
tlinkits la riqueza individual, la que consideraban como fin único de
la vida.

Prevalecía entre ellos el patriarcado y honraban a las mujeres por
su castidad e industria. Vivían en casas sólidas de madera, en cuyas
puertas levantaban altos postes cuajados de esculturas totémicas.
Fabricaban adornos de plata y cobre, lámparas, morteros y utensilios
de piedra, como también excelentes canoas de cedro rojo. Los primeros
navegantes que los visitaron (1741), dicen que tenían cuchillos de
hierro, adquiridos tal vez en sus expediciones al Sur. Eran activos
comerciantes y compraban esclavos a las tribus vecinas. Servíanse de
las conchas como moneda. Los _yumas_ fueron tribus salvajes, si bien
algunas de ellas debieron dedicarse a la horticultura y construyeron
sólidos edificios de adobe y piedra.

Debajo de los esquimales, en el dilatado territorio que desde el Yukón
y la bahía de Hudson se alarga hasta la punta de la Florida y el Río
Grande de México, y desde el Atlántico se ensancha hasta el Pacífico,
permanecen, ya en estado nómada, ya algo sedentario, numerosas tribus
conocidas con el nombre de _pieles-rojas_, señalándose entre ellas
dos tipos bien distintos, uno dolicocéfalo y otro braquicéfalo. Estas
pieles-rojas descienden de varias tribus, entre ellas de la de los
comanches.

[Ilustración: Indio del Río San Juan (Región Pueblos).]

Consideremos, por último, los indios _pueblos_. Llamáronles así
nuestros capitanes del siglo XVI porque los encontraron distribuídos
en pueblos formados por una sola casa. Estos pueblos o casas estaban
construídos a la manera de las celdas de una colmena. Extendíase la
comarca o región de los indios pueblos desde los límites occidentales
del Estado de Tejas hasta California, y desde el centro del Estado de
Utah hasta el de Zacatecas (México). A mediados del siglo XVI poblaban
el territorio los _hopis_, _zuñis_, _querés_ y _tehuas_, quienes cada
uno de ellos hablaba lengua diferente. Vivían en 65 aldeas que distaban
entre sí de 30 a 100 kilómetros; las casas de dichas aldeas eran de
la misma forma y tenían tres o cuatro pisos, habiendo algunas de
siete, las cuales servían de fortalezas y tenían sus correspondientes
troneras y saeteras para defenderse en caso de ataque. Dichas casas
estaban construídas de una manera original. Una sola casa a veces
constituía un pueblo, componiéndose aquélla de un cuerpo central y
dos alas, que comúnmente enlazaba y cerraba un muro de piedra. Otras
veces el cuerpo central y las alas se hallaban separados por estrechas
calles; pero aun en este caso parecían formar una sola casa, dado que
todos estos cuerpos de obra estaban unidos por puentes o los acercaban
grandes voladizos. Variaba la forma de las casas, hallándose algunas
completamente circulares. En los patios había siempre estufas y en la
parte superior azoteas. Tenían un sólo piso, aunque las había también
de dos, tres o cuatro. En todas se entraba por la chimenea y a todas
se descendía por escaleras. Estaban situadas dichas casas en las
cumbres de empinados cerros o en los bordes de espantosos precipicios;
algunas, pero en escaso número, en mesetas, en estrechos valles o en
las orillas de los arroyos. Véase cómo describe Castañeda la situación
de Acuco, hoy Acoma. «Está Acuco--dice--en la cima de una roca a que
con dificultad llegarían las balas de nuestros arcabuces. Para llegar
a lo alto hay trescientos escalones cortados en la peña; doscientos de
bastante anchura, ciento mucho más angostos. Concluída la escalera, hay
que ganar tres toesas de altura, poniendo en un agujero la punta del
pie y en otro los dedos de la mano.» No sería aventurado decir en vista
de semejantes construcciones, que los pueblos no carecían de ciertos
conocimientos de arquitectura, indicándolo también las fuertes murallas
con sus correspondientes aspilleras, las profundas cisternas y las
largas acequias que utilizaban para el riego de sus tierras.

Las mujeres trabajaban lo mismo que los hombres, siendo obligación
exclusiva de ellas la fábrica de aquellas ollas, y, en general, de
aquellos objetos de loza, vidriados, de diferentes hechuras y de
delicadas labores, que tanto llamaron la atención a los conquistadores
españoles y que dieron tanta fama a las alfarerías de la región de
los pueblos. Los habitantes de los pueblos eran monogamos y sólo
contraían matrimonio cuando lo disponía el Consejo de ancianos. Los
hijos pertenecían al clan o linaje de la madre (matriarcado). Los
linajes no estaban reunidos por tribus, sino por aldeas. En cada una
de dichas aldeas había un jefe de paz, que se asesoraba del Consejo de
ancianos, y un jefe militar, elevado a tan alto cargo por sus valerosos
hechos. No se conocía la propiedad privada de la tierra, si bien era
muy respetada la ocupación que por determinado tiempo tenían individuos
o familias de terrenos cultivables. Dedicábanse al cultivo del maíz,
de las judías, del algodón, del tabaco, etc., y regaban los campos
con acequias perfectamente construídas. Los sacerdotes y hechiceros
estaban muy estimados por aquellas tribus excesivamente religiosas, y
tenían a su cargo la celebración de los largos y complicados cultos.
Las ceremonias religiosas constaban de dos partes: una secreta y otra
pública. Terminaba la última exhibiendo los juglares sus habilidades
dramáticas y lanzando a veces frases intencionadas y maliciosas. El
principal y casi único objeto de todos los ritos religiosos consistía
en _atraer la lluvia_ para obtener buenas cosechas. En aquellas
tierras pobres y áridas la lluvia era la vida o muerte de estas tribus
pacíficas y laboriosas, que no estaban manchadas del canibalismo.

Al presente, las tribus de los Pueblos, reducidas a 10.000 habitantes,
viven en el mismo territorio, repartidas en 27 aldeas, de las cuales
únicamente Acoma y algunas hopis ocupan los mismos sitios que antes de
la época de la conquista.

Los _chinuks_ vivían al occidente de las orillas del río Columbia y
los montes Umpqua. El clima era dulce, la tierra fecunda, la caza
abundante en sus bosques, siendo también abundante la pesca en su mar
y en sus ríos. Distinguiéronse los chinuks por su pequeña estatura y
por su fealdad. Los hombres iban casi desnudos y las mujeres llevaban
una falda que apenas les alcanzaba a las rodillas. Vivían en casas
construídas sobre seis postes, cuatro en los ángulos y dos en el
centro de los dos extremos del cuadrilátero; lo mismo las paredes
que los techos estaban formados de tablas. Es de notar que no tenían
ventanas ni chimeneas, pues cuando les ahogaba el humo, levantaban
una de las tablas del techo. En la caza y en la pesca--salmones,
esturiones--encontraban sus principales elementos de vida. No dejaban
de ser industriosos los chinuks: fabricaban esteras de juncos o
espadañas, cestas de hierba o de fibras de cedro, artesas de cedro
o de otras maderas, cucharas de cuerno, agujas de ala de grulla,
canoas de varias clases y también de varias clases armas. Los chinuks
consideraban la tierra como propiedad de la tribu y no individual.
Existía la esclavitud que tenía origen, como en otros pueblos, en la
guerra y en el robo. Aunque se permitía la poligamia, pocos hacían uso
de ella. Hembras y varones pasaban gran parte del tiempo en fiestas
(banquetes y bailes), y en juegos de azar, habilidad o fuerza. En
religión creían que _Ikánam_ había creado el Universo; pero antes
o después de él vino a la tierra Itapalapas, creador del hombre.
Afirmaban que el hombre creado por _Itapalapas_ tenía los ojos y los
oídos cerrados, las manos y los pies sin movimiento. Ikánam abrió
al hombre los ojos y oídos haciéndole también incisiones en manos
y pies. Mostró todavía su generosidad el dios Ikánam enseñándole a
fabricar todo género de utensilios. Parece ser que los chinuks tenían
un espíritu del Bien que llamaban _Econé_, y un espíritu del Mal
denominado _Ecutoch_. Debían rendir culto a los dioses citados y tal
vez a algunos más. Hacíanles sacrificios humanos. Guardaban profundo
respeto a los muertos y miraban como el mayor de los sacrilegios la
violación de los sepulcros. Los cadáveres, envueltos en ricas mantas,
eran llevados a lugar tranquilo y apartado. Al dejarlos allí rompían
en tristes lamentos, y en señal de luto los parientes se cortaban la
cabellera y algunos se desgarraban el cuerpo.

Nada diremos de los indios que vivían más adentro del Columbia, pues
todas estas tribus presentan casi los mismos caracteres.



CAPÍTULO IX

  ESTADO SOCIAL DE LOS INDIOS.--LA ANTROPOFAGIA.--EL EMPERADOR
  EN MÉXICO Y EN EL PERÚ: ABSOLUTISMO DE LOS EMPERADORES.--LOS
  CACIQUES.--LA POLICÍA.--LOS MERCADOS.--LA HACIENDA.--LA
  ADMINISTRACIÓN DE JUSTICIA.--LOS TRIBUTOS.--INCAS, CURACAS Y
  AMANTAS.--EL INTERREGNO.--EL CLAN, EL SACHEM Y EL CONSEJO.--NOMEN
  Y TOTEM.--LA TRIBU.--CONFEDERACIONES TRIBALES.--EL MATRIMONIO:
  MONOGAMIA Y POLIGAMIA.--ADULTERIO.--DIVORCIO.--LOS HIJOS.--LOS
  ANCIANOS.--LAS VIVIENDAS.--INSTITUCIONES CIVILES EN AMÉRICA: LA
  PROPIEDAD EN MÉXICO Y EN EL PERÚ.--LA SUCESIÓN.--TUTELA, CURATELA Y
  ADOPCIÓN.--ESCLAVITUD.--LEYES PENALES Y DE PROCEDIMIENTOS.--LEYES
  SOCIALES Y ADMINISTRATIVAS.--LAS POSTAS ENTRE LOS NAHUAS Y ENTRE
  LOS PERUANOS.


Acerca del estado social de los indios, podemos afirmar que todos,
aun los mejicanos y peruanos, no llegaron al estado completo de
civilización. Si la antropofagia se hallaba extendida por toda América,
justo es reconocer que no fué tan general en los imperios de México y
Perú, como en el Río de la Plata o a orillas del Mississipí, en las
Antillas e islas Caribes. Los pueblos del Pacífico, donde existía
población numerosa, rica y dedicada a la agricultura y a las artes, no
debían tener por objeto principal la guerra y la antropofagia, como
los citados del Río de la Plata y todos los que ocupaban los extensos
territorios con vertientes hacia el Océano Atlántico.

México y el Perú se hallaban organizados casi feudalmente, estando al
frente de ellos, más bien que un Emperador o Rey, un gran sacerdote,
el cual se hacía temer por los grandes castigos que imponía, y entre
ellos los sacrificios humanos que mandaba hacer en los adoratorios,
adoratorios que tiempo adelante hubo de destruir la espada de Hernán
Cortés y de Francisco Pizarro.

Tanto en México como en el Perú se consideraban sagradas las personas
de los monarcas Moctezuma y Atahualpa.

Fijándonos en el Emperador mejicano, diremos que todos los señores de
Estados particulares tenían su casa en México y eran fieles servidores
de Moctezuma. Demás de estos grandes señores, que constituían la
grandeza, servían a Moctezuma los soberanos de Estados enclavados en
el imperio. Los emperadores de México habitaban en magníficos palacios
y disponían de rica y numerosa servidumbre; tenían suntuosos aposentos
para los monarcas de Tezcuco y Tacuba; pasaban sus ocios en parques
de caza o en hermosos jardines; salían a la calle en andas, con gran
séquito, y a su presencia se postraban los súbditos. Con todo, no
eran tan absolutos como a primera vista pudiera creerse, pues en el
Anahuac había tierras de la corona, beneficiarias y feudales. De las
de la corona disponían directamente en sus respectivos estados los
reyes de Michoacán, la república de Tlaxoala, el cacicazgo de Xalixco
y algunos más; tanto las tierras beneficiarias como las feudales,
quedaban reducidas a feudos vitalicios o sólo a feudos. Otras causas,
también de importancia, moderaban el absolutismo del poder imperial.
No era la menor los diferentes reinos en que el país estaba dividido.
Los caciques, especie de señores feudales, ejercían jurisdicción, que
tiempo adelante consagraron las Leyes de Indias, con la mira de que
conservasen la autoridad para mantener a todos en la obediencia de la
metrópoli. Hallábase organizada numerosa policía en todos los reinos,
cacicazgos o señoríos del imperio y muy especialmente en México. En las
grandes ciudades había diariamente mercados, donde abundaban todas las
cosas; mientras se celebraban, se constituía un Tribunal compuesto de
10 o 12 magistrados. En las poblaciones menos populosas los alguaciles
o encargados de mantener el orden, llevaban las varas levantadas.
Las cuestiones entre vendedores y compradores se resolvían en juicio
verbal con bastante justicia. La hacienda descansaba en principios
algo parecidos a los nuestros. Había verdaderos derechos de consumos.
Estaba organizada la administración de justicia, como también la
administración pública. Los plebeyos, mediante la guerra, llegaban a
las más altas dignidades del Estado.

Y por lo que a los emperadores del Perú se refiere, tomaban el nombre
de hijos del Sol, y en efecto, así lo parecían, pues en público sólo
salían con vestiduras de fina lana recamadas de oro y pedrería, anchos
discos de oro engarzados en los pulpejos de las orejas, una borla de
color carmesí en la frente y una guirnalda de colores en la cabeza.
Habitaban grandiosos palacios, en los cuales hasta los grandes señores
entraban descalzos, baja la cerviz y con ligera carga en los hombros.
Cuando salían de Palacio, ya para asistir a funciones religiosas dentro
de la ciudad, ya para recorrer el Imperio, iban en andas guarnecidas
de oro y esmeraldas, entre escogida guardia, llevando delante numerosa
hueste de honderos y detrás de lanceros, con heraldos anunciadores y
criados que limpiaban el camino. Presentábanse en todas partes no
como hombres, sino como dioses. Habían logrado captarse el amor de
sus pueblos, con razón seguramente, porque consiguieron desterrar de
su territorio el hambre, unciendo al yugo del trabajo hasta los más
indóciles.

El Imperio se hallaba dividido en cuatro grandes regiones (_Antisuyu_,
_Chinchasuyu_, _Contisuyu_ y _Collasuyu_), unidas al Cuzco por cuatro
grandes caminos. Mandaba cada región un Señor (Cápac), llamado virey
por los españoles. Los cuatro Señores constituían el Consejo de
Estado del Inca, y ellos tenían bajo sus órdenes tres Juntas: la de
Guerra, la de Hacienda y la de Justicia. Las regiones se subdividían
en provincias mandadas por Gobernadores (_hunnus_), los cuales no
podían intervenir en los asuntos de los _curacas_ (antiguos caciques
de tribus o de comarcas independientes antes del Imperio). Los curacas
solamente estaban obligados a adorar al Sol, hablar la lengua del
Cuzco, asistir a la Corte por sí o por sus hijos y pagar tributo en
hombres y cosas. El cargo de Gobernador lo desempeñaban personas de
sangre real. En las capitales de provincia había, además, empleados que
llevaban la cuenta de lo que se recogía por impuestos y se invertía en
gastos públicos; también anotaban los nacimientos y defunciones; en los
primeros días del año llevaban los oficiales sus notas al Cuzco, donde
otros empleados se ocupaban de la estadística del Imperio. Refiere
Garcilaso que en los pueblos las familias estaban divididas en grupos
de 10, de 50, de 100, de 500 y de 1.000, bajo la autoridad de Jefes de
menor a mayor graduación. La misma organización servía seguramente para
la administración de justicia; los delitos eran castigados--según la
menor o mayor gravedad--por los Jefes que acabamos de citar. Para los
pleitos había otros jueces: uno en cada pueblo, otro en cada provincia
y un tercero en cada virreinato. Tanto la organización política como
la económica eran sumamente complicadas. Las minas eran del Inca o
de los _curacas_. Los tributos no pesaban de un modo oneroso sobre
el contingente, pues se tenía en cuenta la riqueza o pobreza de los
pueblos.

Formaban los _incas_--como se dijo en el capítulo V--la primera clase
de la nobleza, los _curacas_ la segunda y los _amantas_ (sabios,
sacerdotes y hábiles artífices) la tercera. Superior, muy superior era
la clase de los incas; incas eran casi siempre los primeros empleados
civiles e incas eran los primeros capitanes.

Entre el fallecimiento de cada Inca (Emperador) y la coronación del
que había de sucederle, esto es, durante el _interregno_, gobernaba
un hombre de gran autoridad y prestigio, perteneciente también a la
primera clase de la nobleza.

El _clan_ o linaje (_gens_) era el factor más importante de las
rudimentarias sociedades indias. El clan, esto es, grupo de parientes
más o menos próximos, paternos o maternos, vivían en lugar determinado,
con obligación de ayudarse mutuamente. El indio se debía al clan antes
que a su propia e íntima familia. Entre el interés de sus próximos
deudos y el del clan, debía preferirse el último. El clan elegía y
destituía sus jefes, los cuales eran civiles (_sachems_) o militares
(_caciques_, _etc._)

En tiempo de guerra, los jefes militares tenían absoluta autoridad
en la tribu. Durante la paz todos quedaban sometidos al _Sachem_, o
lo que es lo mismo, los jefes civiles dirimían las contiendas entre
los individuos del clan o linaje. Cuando no podían resolverlas, las
elevaban al _Consejo_, tribunal superior que también tenía la misión
de resolver las cuestiones de interés general. Estaba formado dicho
Consejo por los principales jefes o delegados de los clanes.

«Las tribus criks o muscogis se hallaban divididas en nueve clanes:
el del _Tigre_, el del _Viento_, el del _Oso_, el de la _Zorra_, el
del _Lobo_, el de la _Raíz_, el del _Pájaro_, el del _Ciervo_ y el del
_Cocodrilo_; las iowas, en ocho: el del _Aguila_, el de la _Paloma_,
el del _Lobo_, el del _Alce_, el del _Oso_, el del _Castor_, el del
_Búfalo_ y el de la _Serpiente_; las iroquesas, en tres: el del _Lobo_,
el de la _Tortuga_ y el del _Oso_; las huronas, en otras tres: el de la
_Cuerda_, el del _Oso_ y el de la _Roca_...»[222].

       [222] Pi y Margall, _Historia de América_, segundo volumen,
       página 1.248.

Más adelante añade: «Tenía generalmente cada uno de los clanes por
_nomen_ el del animal o el de la fuerza que miraba como su origen o
como el _nahual_ o el nombre del fundador de la estirpe: por _totem_,
la representación gráfica de ese mismo animal o de esa misma fuerza.
Sólo entre los iowas el totem estaba en la manera de llevar el
cabello.»[223]

       [223] Ibidem.

La unión, pues, de varios clanes formaba la tribu. La nota
característica de la tribu, según todas las señales, consistía
principalmente en tener la misma lengua o dialecto. En general, las
tribus no tenían jefe supremo, sino el Consejo antes citado. A veces,
tribus afines, ante el temor de agresiones de tribus extrañas, se
unían para su protección y defensa. Tal fué seguramente el origen de
las _Confederaciones Tribales_, institución propia y característica de
los aborígenes de América. Las Confederaciones más conocidas fueron la
_azteca_ y la _iroquesa_; también las de los _mokis_ y de los _dakotas_.

El matrimonio entre los indios se celebraba por medio de ciertas
ceremonias religiosas; se consignaba por escrito la dote que aportaba
la mujer. Consideraciones económicas influían en la forma del
matrimonio, pudiendo afirmarse que en los países en que la vida era
ruda y difícil, el indio se contentaba con una sola mujer; en los
climas cálidos y tierras fértiles existía la poligamia. En la América
Septentrional predominaba la monogamia y en la Meridional la poligamia,
siendo de notar que lo mismo en la primera que en la segunda dependía
la duración del matrimonio de la voluntad o del capricho de los
contrayentes. Habremos de advertir que en algunos pueblos predominaba
la monogamia por la escasez de mujeres; admitíase en otros la poligamia
por la abundancia de aquéllas. El esquimal llegó a recurrir a la
poliandria en las grandes carestías de hembras. Lo predominante en
América era la poligamia. El varón solía tomar las mujeres o concubinas
que le consentían sus riquezas o que le exigía el apetito. En general,
la mujer gozaba de alguna estimación en las tribus en que predominaba
la monogamia y el matriarcado, siendo considerada como esclava en
aquellas tribus en que se hallaba establecida la poligamia, como
también entre los salvajes. Lo mismo en los pueblos agricultores, que
en los cazadores y que en los nómadas, la mujer era la bestia de carga
de la familia. Se le hacía trabajar continuamente, y gracias podía
dar si no era objeto de malos tratamientos. El marido la despreciaba,
y con harta frecuencia la ofrecía a sus huéspedes. Gozaba de más
consideración en las razas cultas, aunque no de menos trabajo. Lo mismo
en México que en el Perú, ella hilaba y tejía la lana o el algodón,
ella iba al mercado y cambiaba por las cosas necesarias a la vida los
productos del trabajo de su marido.

Castigábase el adulterio casi en todas las tribus, si bien con más
rigor en unas que en otras. En las razas cultas--y en ello están
conformes todos los escritores--lo mismo entre los aztecas que entre
los incas, no reinaba la blandura ni la justicia. Lo que no se
consentía en modo alguno ni en uno ni en otro pueblo era que el marido
se tomase la justicia por su mano. Aunque cogiese a la adúltera en
flagrante delito, estaba obligado a llevarla ante los tribunales.
Blandos con los adúlteros fueron los hurones, patagones, charrúas, los
pueblos de los llanos del Orinoco y los nicaraguatecas. Los hurones,
partidarios del amor libre, nada les importaba la infidelidad; los
patagones devolvían la mujer adúltera o la vendían al amante; los
charrúas sólo maltrataban a los criminales de palabra; los indígenas
de los Llanos buscaban la venganza en pagar ofensa con ofensa, y el
nicaraguateca despedía a la culpable y la condenaba a viudez perpétua;
pero entregándole el dote. Los divorcios eran frecuentes. En casi
todas las razas salvajes, no sólo el adulterio se consideraba motivo
de divorcio, sino la diferencia de caracteres, el capricho. Entre las
razas cultas existía también, aunque no con tanta frecuencia. Acerca
de los hijos puede asegurarse que la lactancia era larga. Cuando el
niño llegaba a la pubertad recibía su nombre, hecho que tenía no poca
importancia. Declarado adulto, si en unas tribus seguía el padre
gozando de autoridad absoluta, en otras recobraba el hijo completa
libertad de sus acciones, hasta el punto que nada tenía que ver desde
entonces con sus progenitores.

Los ancianos (exceptuando los _shamanes_, adivinos, etc.), que no
servían para la guerra ni para la caza, eran mirados por su tribu como
pesada carga, siendo muertos con frecuencia violentamente.

Respecto a las viviendas no conocieron algunas tribus más abrigo que
el de los bosques. Otras tribus se contentaban con cubrir la tierra
con verde follaje. Se defendían del sol colocándose a la sombra de
los árboles, de los barrancos y de las rocas, y del viento levantando
parapetos de piedra o de brozas, y también en reductos de fagina.
Cuando arreciaba el frío, se metían en cuevas o en hoyos; si estaban
enfermos, en bajas y miserables chozas. Otros salvajes hacían de paja
sus viviendas; algunos doblaban unas pocas ramas, las cuales metían en
el suelo por los dos cabos y encima de ellas echaban pieles; no pocos
metían en el suelo y a corta distancia palos, sobre los cuales tendían
pieles de huanaco.

Constituían verdadero adelanto otras viviendas. Con gruesos postes o
troncos de árbol se formaban _buhíos_ poliédricos, hasta el arranque
del techo; desde el arranque del techo hasta el remate eran cónicos.
Hallábase formada la armadura del techo por varas o palos delgados que
partían de las soleras de los troncos y convergían a un largo madero
hincado en el centro de la casa, cubriéndose los intersticios por
cañas sobre las que se extendían luengas pajas, hojas de palmera o
de bihao. También algunos buhíos eran cuadrilongos y tenían modestos
zaguanes. Había pocas puertas sin jambas, y ninguna sin dintel. Tribus
más adelantadas labraban los postes de sus paredes y las vigas de sus
techos; entre las vigas y entre los postes colocaban tablas de cedro
que podían levantar y bajar a su capricho. Era cosa corriente que
algunas tribus tuviesen sus viviendas en alto y otras bajo tierra o
subterráneas. Lo que verdaderamente llamó la atención de los europeos,
fué las casas de hielo de los esquimales, de forma semi-esférica.
Muros, ventanas, puerta, muebles, todo era de hielo. Maravilla más
todavía la fábrica de las casas-pueblos, casas de dos, tres, cuatro y
hasta más pisos, cuya elevación no bajaba de 40 pies, de longitud 300
y de anchura 120; muchas con grandes voladizos, y todas, en particular
en los pisos inferiores, tenían una especie de galerías o azoteas, que
cerradas por pretiles, servían de miradores en la paz y de baluarte en
la guerra. Componíanse dichas casas, ya de piedra y barro, ya de adobes
y ya de argamasa, que era una mezcla de carbón, ceniza, junco y tomillo
con tierra y agua[224].

       [224] Véase lo que en el capítulo VII se dijo sobre las casas
       grandes de Gila.

En México, las casas de la plebe estaban hechas de barro y piedra,
de árboles, de cañas, cubiertas por heno, por hojas del maguey o del
áloe. Las de los hombres principales estaban hechas de piedra y cal y
las techumbres de madera de cedro, ciprés, abeto o pino; en general
se hallaban formadas dichas casas de dos pisos, y en los dos había
jardines; también zaguán, patio, azotea, granero, baño, oratorio,
aposento para las mujeres, aposento para los hombres y una o dos
entradas formadas por un cancel de cañas, pues puertas no se colocaba
ninguna. En el Perú eran de piedra bien labrada las del Cuzco y las de
los pueblos de la serranía; de adobes, las de los Llanos; en general,
sólo tenían un piso y el techo de estera o paja. Muchas habitaciones,
únicamente se encontraban en las casas de les curacas y de los incas.
Sin embargo de la pobreza, las viviendas de muchas razas salvajes
presentaban pintoresco conjunto. Estaba casi siempre el hogar en medio
de la casa, debajo del agujero que se dejaba en el techo para la salida
del humo; alrededor de las paredes corrían las camas, que consistían
en sencillos petates o en zarzos y tarimas. Colgaban del techo carne
o pescado hechos cecina o mazorcas de maíz; de los muros, aquí armas,
allí adornos o galas de hombres y mujeres; en el sitio más visible
de la casa cabezas de ciervos o de búfalos. La suciedad más grande,
lo mismo en las personas que en las cosas, era frecuente en el hogar
salvaje.

Tiene excepcional importancia el estudio de las _instituciones civiles_
en América antes de la conquista. Comenzando por la propiedad,
consignaremos que los individuos de las tribus, lo mismo de las
salvajes que de las cultas, tenían dominio sobre las cosas muebles;
pero no sobre los bienes raíces, con la sola excepción de las chozas
que habitaban. La propiedad no era individual, sino de la tribu o de
la nación. La propiedad colectiva gozaba de absoluta importancia,
siendo, no obstante, raro el verdadero comunismo. Parécenos exagerada
la pintura que hace Pedro Mártir de Anglería acerca del comunismo
en Cuba: «Todas las mañanas--escribe el autor citado--mientras a la
sombra de los árboles deliberaban los ancianos sobre los negocios de
la República, iban los mozos, según los tiempos, a sembrar, escardar
o segar los campos. Todo pertenecía a todos, nada a nadie, y se vivía
en paz y ventura sin cercados, leyes, tribunales ni suplicios.» No
negaremos que, tanto en las razas salvajes como en las cultas, latía
el comunismo en el fondo de las instituciones civiles. Recuérdese a
este propósito que cuando los trabajadores tenían noticia de la vuelta
de sus compañeros del campo, o del regreso de los cazadores, o de la
llegada de las barcas pescadoras, se encaminaban a las puertas de sus
jefes, donde recibían la parte de cereales, caza o pescado, en relación
con el número de los hijos que cada cual tuviera. Entre los nahuas, ni
la nobleza, ni el sacerdocio, ni el pueblo podían enajenar sus tierras;
eran más bien usufructuarios que propietarios. Llama la atención que
sólo los barones podían, a par de los Reyes, ceder sus campos y montes
a quien quisieran. En las tierras de la comunidad cada familia tenía
un lote que transmitía a sus herederos; pero si dejaba de cultivarlo
o cambiaba de domicilio, lo perdía. Los lotes vacantes servían para
la dotación de nuevas familias o para la mejora de otros lotes poco
fecundos o escasos. El jefe del barrio o _calpulli_ tenía en todos
los casos no pocos derechos y deberes. Entre los mayas debía haber,
no verdadera propiedad, sino mera posesión, que duraba mientras no se
dejase de cultivar la tierra, pudiéndose, sin embargo, transmitir por
herencia. Respecto al trabajo sí pudiera asegurarse que hubo comunismo.
Landa escribe lo siguiente: «En tiempo de sus sementeras, los que no
tienen gente suya para las hacer, júntanse de veinte en veinte, o más
o menos, y hacen todos juntos por su medida o tasa la labor de todos,
sin dejarla mientras no la cumplan.» El mismo carácter que entre los
mayas tuvo la propiedad entre los quichés y los cakchiqueles. Respecto
a los nicaraguatecas, es de notar que no podían vender su propiedad,
que pasaba a sus próximos deudos, y si no los había, al varón o al
municipio. Si de los peruanos se trata, la tierra entre ellos estaba
dividida en tres partes: una para el Sol o el Sacerdocio, otra para
el Inca o el Estado, y la tercera para el Pueblo o el Municipio. El
Municipio repartía anualmente a cada familia sin hijos dos _tupus_
(unas tres fanegas de sembradura): uno para maíz y otro para legumbres.
A cada familia con hijos solteros se le daba dos _tupus_ más por
varón y uno más por hembra. De modo que las familias eran simples
usufructuarias de la tierra, no pudiendo cederla ni a título oneroso,
ni a título gratuíto. Las tierras del Sol y las del Inca aumentaban o
disminuían, según las necesidades de los Municipios. Los labradores
de la comarca cultivaban unas y otras tierras en determinada época.
Las tierras de las viudas, de los huérfanos, de los enfermos y de los
ausentes por causa de la República, se cuidaban por los agricultores
del Municipio respectivo. Del mismo modo que había comunidad en el
trabajo, había también en determinados bienes. Eran comunes la sal, los
peces de los ríos, los arroyos y los árboles silvestres. Considerábanse
como propiedad del Inca los ganados y las minas; disponían de
llamas, de objetos de oro y plata caciques nobles y aun plebeyos.
Semejante organización de la propiedad produjo en el Perú excelentes
frutos. «Vinculadas las tierras de los nobles--escribe Fernando de
Santillán--repartidas año por año las de los plebeyos, señor de casi
todo el país el Estado, la generalidad del pueblo en una medianía
rayana de la pobreza, no podía la sucesión tener en el Perú mucha
importancia.» Afirma el mismo Santillán que, cuando moría un cacique,
el sucesor se hacía dueño de las fincas y bienes, y con el producto
de ellos, subvenía a las necesidades de la mujer y de los hijos del
difunto.

Por lo que a la _caza_ respecta, pertenecía al que la mataba. En
algunos pueblos al que hiriera las reses y aun al que las ojeara se les
reconocía el derecho a la piel y a cierta porción de carne. Si formaban
partida los cazadores, las piezas que se cogían se repartían entre
todos.

De la _tutela_ y _curatela_ habremos de decir que existía en el Perú
y en algunas otras tribus. La _adopción_ adquirió caracter principal
entre los algonquinos e iroqueses. Los primeros sólo adoptaban
prisioneros de guerra, y los segundos a toda clase de hombres, amigos o
enemigos.

La _esclavitud_ existía en América, pues sólo en el Perú, entre
los esquimales, dacotas y shushwaps no se hallaba establecida.
Nacía principalmente de la guerra, y según Pi y Margall--con cuya
opinión no estamos conformes--no era tan dura como en Europa. «No
mediaban--dice--allí tampoco entre los esclavos y los señores los
abismos que aquí en Europa. Acontecía más de una vez que tomase el
señor a una de sus esclavas por esposa y admitiese la señora a uno de
sus esclavos por marido; más de una vez también que niños esclavos se
sentasen a la mesa de sus dueños. Llegaban a establecerse entre las
dos clases hasta vínculos de cariño; viendo pobres a sus antiguos amos
trabajaban con ahinco por socorrerlos esclavos que ya no lo eran o
estaban en otras manos. Que ya no lo eran, digo, porque allí como en
Roma cabía emanciparlos y con frecuencia se los emancipaba. Lo que no
podía nunca el esclavo era obtener cargos públicos.»[225].

       [225] _Historia de América_, vol. 2.º, pág. 1.353.

Poco numerosas eran las _leyes penales_ entre las razas cultas,
escasas en las razas salvajes. Los salvajes no se contentaban con
aplicar la pena del talión (vida por vida, honra por honra y propiedad
por propiedad), sino que llevaban el castigo más allá del agravio.
En algunas razas el marido burlado tenía derecho a cohabitar con la
mujer o hermana del adúltero: en otras se destruía casa por casa, se
devastaba campo por campo y se arrasaba maizal por maizal. Para algunos
delitos no había pena alguna. No se castigaba ni al que mataba en
duelo ni al sodomita. Tampoco casi se castigaban los delitos contra la
honestidad, a excepción del adulterio, pues en general los adúlteros
sufrían la pena de muerte. Así sucedía entre los caribes, los criks,
los musos y los colimas. Se imponía la pena de muerte a los homicidas;
sólo los californios del Norte se limitaban a exigir precio por
cada muerte, y pedían por la de una mujer la mitad de la que por un
hombre. Se imponía la pena de muerte a los homicidas, debiéndose de
contar que, entre los tupinaes, si huía el matador, se extrangulaba a
cualquiera de sus hijos; si no los tenía, a cualquiera de sus hermanos,
y si tampoco los tenía, se obligaba a su pariente más próximo a ponerse
bajo la servidumbre del más próximo de la víctima.

Los nahuas, entre las razas cultas, eran los que tenían más leyes
penales (Apéndice F). A los sediciosos, a los homicidas, a los
calumniadores, a los testigos falsos, a los adúlteros, a los sodomitas
y a los alcahuetes los condenaban a grandes penas o los mataban.
Castigaban con la muerte al hijo que levantaba la mano contra su padre
o su madre, y privaban de la herencia de sus abuelos a los hijos del
delincuente. No eran menos duros con los que se embriagaban y más
todavía con los imprudentes que se atrevían a dirigir palabras amorosas
a algunas de las concubinas del monarca. No se distinguían por su
blandura los castigos que imponían a los que no respetaban la propiedad
inmueble o mueble. El que entraba por las huertas y maizales robando
frutas o mazorcas, o el que arrancaba el maíz antes que granara, era
condenado a muerte; pero el viajero que pasaba por las orillas de los
bancales, si tenía hambre o sed, se le permitía coger algunas mazorcas.
Por lo que toca a los bienes muebles, aplastaban con la clava a los que
salían a robar en los caminos reales y mataban a palos al que hurtaba
la cosa más pequeña en los mercados públicos. También era largo, aunque
no tanto, el código penal de los mayas. Eran condenados a muerte los
traidores, los que se negaban a pagar los tributos, los homicidas y
los hechiceros. También los que provocaban alzamientos o los que de
algún modo ponían en peligro la salud del Estado. Contra los delitos
sensuales había diferentes penas, lo mismo respecto a los adúlteros
que a los seductores. Si en Guatemala y el Salvador, el raptor era
castigado con la muerte, en Nicaragua sólo tenía que pagar una
indemnización a los padres o parientes de la robada. Blandura extremada
había contra el adulterio en Guatemala, Nicaragua y Vera Paz. Acerca de
los delitos contra la propiedad, los mayas no fueron tan severos como
los nahuas. Los mayas únicamente mataban a los ladrones incorregibles.
Las pocas leyes penales que conocemos de los muiscas pueden calificarse
de muy severas. El código de los peruanos medía con la misma vara al
inca que al hombre del pueblo. Imponía la muerte al que mataba al Rey,
a la Reina o al Príncipe, al ministro del Rey, sacerdote o virgen
consagrada al astro del día y al cacique: también al que se pasaba al
enemigo en la guerra. Hacía cuartos al parricida, despeñaba o apedreaba
al matador de niños, ahorcaba o descuartizaba al marido que matase
a la mujer, como no fuera por causa de adulterio. Azotaba y ponía a
la vergüenza al estuprador y estuprada; de igual modo castigaba el
incesto entre sobrinos y tíos, primos de segundo grado y afines de
primero; con lapidación u horca el coito entre hermanos germanos; con
lapidación entre hermanos de padre; con despeñamiento entre padres e
hijos. Adúltero y adúltera pagaban con la vida su delito. Los reos
de sodomía eran arrastrados, ahorcados y quemados; a los alcahuetes
favorecedores de incestos o estupros se les ahorcaba. Los delitos
contra la propiedad dieron origen a pocas leyes. El hombre laborioso
que hurtase para satisfacer el hambre o adquirir vestido para él, su
mujer o sus hijos, no era castigado; pero lo era el jefe, que, debiendo
proveerle de víveres para satisfacer el hambre o de lana o de algodón
para vestidos, no lo había hecho. El que por haragán o vicioso hurtase
más de cierta cuantía, si era hijo de señor se le degollaba en la
cárcel, y si plebeyo, se le ahorcaba.

No había _leyes de procedimientos_ en las razas salvajes. Donde más un
consejo de ancianos fallaba, procediendo en seguida a la ejecución de
la sentencia. Ni siquiera había cárceles donde encerrar a los reos.
Tampoco verdugos de oficio, pues de dar muerte a los reos se encargaba
el pueblo todo. En las razas cultas, lo mismo entre los peruanos que
entre los mayas y nahuas, sí había leyes de procedimientos. En estas
tribus los procedimientos eran verbales. Se sabe que tuvieron cárceles,
pudiéndose citar una del Cuzco, que estaba llena de osos, tigres,
culebras y víboras; era--según Cieza--como un lugar de prueba, donde
las fieras devoraban a los culpables y respetaban a los inocentes.
Debieron haber Jueces, tal vez Abogados, Procuradores y Amanuenses o
Notarios. Los juicios eran rápidos.

En diferentes pueblos de América, y especialmente en el Perú, se
encuentran leyes, ya del _orden social_, ya del _administrativo_, no
faltando notables disposiciones acerca de la _agricultura_. No carecen
de curiosidad ciertos usos y costumbres de los incas (Apéndice G).

Opinan algunos cronistas que las postas sólo se hallaban establecidas
entre los nahuas y los peruanos. Como ni unos ni otros disponían de
caballos ni de otra clase de animales que los supliese, empleaban
peatones (_chasquis_) que corrían con velocidad pasmosa[226]. Entre
los nahuas había postas de seis en seis millas, y entre los peruanos
de cinco millas era la mayor distancia[227]. Los despachos de los
nahuas eran verbales o escritos en jeroglíficos; los de los peruanos
en forma oral o por escrito (_quipus_). Los chasquis, vestidos de un
traje particular, partían a la carrera para transmitir las noticias
o entregar los objetos que llevasen para la Corte a la posta
siguiente, y así a las restantes hasta llegar a su término. «Es muy
notable--escribe Prescott--que esta importante institución fuese
conocida en México y en el Perú al mismo tiempo, sin que hubiese
comunicación entre ambos países y que se haya encontrado establecida en
dos naciones bárbaras del Nuevo Mundo antes que se adoptase entre las
naciones civilizadas de Europa.»[228]. Lo mismo en México que el Perú
gozaban dichos peatones de mucha consideración, hasta el punto de que
nadie podía inferirles la menor ofensa sin incurrir en pena de muerte.
Las casas de postas se hallaban siempre en alto, y las unas a la vista
de las otras. Es de advertir que los chasquis estaban únicamente
al servicio del Estado; pero a veces transportaban objetos para el
servicio de la Corte, y aun cosas de comer para el consumo de la Casa
Real. Por este medio la Corte recibía pescado del distante Océano,
caza de lejanos montes y frutas de las cálidas regiones de la costa.
Con semejante sistema de correos se tenía en seguida noticia en la
capital, ya de la insurrección de una provincia, ya de la invasión de
extranjeros enemigos por la frontera más remota. «Tan admirables eran
las disposiciones adoptadas por los déspotas americanos para mantener
la tranquilidad en toda la extensión de sus dominios. Esto nos recuerda
las instituciones análogas de la antigua Roma, cuando bajo el imperio
de los Césares eran señores de medio mundo.»[229].

       [226] Dice Garcilaso que chasquis significaba _uno que hace un
       cambio_. _Com. Real_, parte I, libro VI, cap. VIII.

       [227] Respecto al Perú casi todos los autores dicen que no
       pasaba de _tres cuartos de legua_.

       [228] _Historia del descubrimiento y conquista del Perú_, tomo
       I, pág. 82.

       [229] Prescott, Ibidem, pág. 83.

Por último, terminaremos con las mismas palabras con que Herder dió fin
al capítulo que intituló _Organización de los americanos_[230]. ¿Qué
puede deducirse--preguntaba el filósofo alemán--de todo lo expuesto?

       [230] _Philosophie de L' Histoire de L' humanité_, tom. I,
       págs. 300 y 301.

Primero: que no se debe hablar de una manera general de los pueblos
de un continente que está enclavado en todas las zonas. El que dice:
América es cálida, sana, húmeda, baja, fértil, tiene razón; el que diga
lo contrario, también tiene razón, si considera estaciones y lugares
diferentes. La misma observación se aplica a las naciones, pues se
encuentran hombres de un hemisferio bajo todas las zonas. Al Norte y
al Sur hay enanos, y al lado de ellos se hallan gigantes. En el centro
se ven hombres de talla regular, más o menos bien formados, pacíficos,
belicosos, perezosos y vivos, en una palabra, todos los géneros de vida
y todos los caracteres.

En segundo lugar, nada, sin embargo, prueba que tantas ramificaciones
no procedan de la misma raíz, y que la unidad de origen se manifieste
también por la semejanza de los frutos. Eso es lo que oímos decir
del carácter dominante, lo mismo en la figura que en la organización
física de los americanos. Ulloa observa en las comarcas centrales, que
los individuos tienen la frente pequeña cubierta de cabellos, naríz
afilada que se encorba hacia el labio superior, ancha cara, grandes
orejas, piernas bien formadas, pies pequeños y cuerpo rechoncho; y sus
caracteres se encuentran más allá de México. Pinto añade que la naríz
es algo chata, la cara redonda, los ojos negros o castaños, obscuros,
pequeños y vivos y las orejas un poco separadas de la cabeza: esto
mismo se halla en los pueblos degenerados que viven lejos de aquéllos.
Esta fisonomía general, que se transforma más o menos, según los
pueblos o los climas, parece como un rasgo de familia y se reconoce en
pueblos diversos, atestiguando perfectamente la unidad de origen. Si
fuese cierto que pueblos de todas las partes del mundo, en diferentes
épocas se habían fijado en América, ya mezclados o ya separados, la
diferencia con los anteriormente citados debía ser mayor. Los cabellos
blondos y los ojos azules no se ven en las gentes de esta parte del
mundo: los cessers de los ojos azules de Chile, y los akansas de la
Florida han desaparecido recientemente.

En tercer lugar, ¿se puede, después de todo ello, señalar a los
americanos un carácter general? Parece que sí, y éste es una bondad
e inocencia casi infantil, de las que se encuentran señales en todas
sus formas, aptitudes y poca astucia y, sobre todo, por la manera como
ellos han recibido a los primeros europeos. Nacidos en un país bárbaro,
sin ninguna ayuda del mundo civilizado, realizaron los progresos por sí
solos, y por esa razón, presentan en sus comienzos un aspecto rico e
instructivo de la humanidad».



CAPÍTULO X

  INSTITUCIONES MILITARES.--EL ARCO Y LA FLECHA.--LA LANZA, LOS
  DARDOS, LAS JABALINAS, LAS HONDAS Y OTRAS ARMAS.--LAS ARMAS
  DEFENSIVAS: EL ESCUDO, EL PETO, LA COTA Y EL CASCO.--DIFERENCIA
  ENTRE LAS ARMAS DE LAS RAZAS CULTAS Y DE LAS SALVAJES.--LAS
  FORTIFICACIONES.--BANDERAS O ESTANDARTES.--LA MÚSICA
  MILITAR.--ORGANIZACIÓN DE LA FUERZA ARMADA.--LA GUERRA: SU
  DECLARACIÓN; SUS PREPARATIVOS.--LOS TAMBOS O CUARTELES-PÓSITOS.--LA
  TÁCTICA Y LA ESTRATEGIA.--CRUELDAD EN LA GUERRA.--PREMIOS Y
  CASTIGOS.--LEYES MILITARES.--MODO DE AFIANZAR LAS CONQUISTAS.--LA
  PAZ EN LOS PUEBLOS SALVAJES Y EN LOS CULTOS.


Nos vamos a ocupar de las instituciones militares. Dividíanse las armas
de los indios en ofensivas y defensivas. Ofensivas más importantes eran
el _arco_ y la _flecha_. Los pueblos del Norte solían hacer el arco de
madera de cedro, roble, sauce, pino o tejo; los del Sur, de madera de
palma. Las cuerdas consistían en nervios de animales o tiras de cuero.
Las flechas que usaban los habitantes de la América septentrional
eran de pedernal o cobre; los de la América meridional eran astillas
de caña o de madera y huesos. Las puntas de las flechas, labradas
cuidadosamente, tenían la figura de lengüeta, de cono o de triángulo.
Muchos pueblos envenenaban sus flechas, valiéndose de diferentes
substancias, siendo la principal el _curare_, que se extraía de cierto
bejuco del género _strychnos_, muy abundante en la riberas del Orinoco,
del río Negro y del Amazonas.

Después del arco y la flecha, el arma de más uso era la _lanza_:
blandíanla en la América del Norte los apaches, los californios del
Centro, los shoshonis, los haidahs, los tlinkits, los aleutas, los
koniagas, los chinuks y los esquimales; y en la América del Sur, los
araucanos, los aucas, los puelches, los charrúas, los albayas, los
panches, los pueblos de los Llanos y los omaguas[231]. Variaba lo largo
de las lanzas, ya en unos, ya en otros pueblos.

       [231] Véase Pi y Margall, _Hist. general de América_, tomo I,
       cuaderno II, págs. 1.294 y 1.295.

También usaban los _dardos_, las _jabalinas_, las _hondas_, las
_macanas_ y las _clavas_. Usaban del dardo, entre otros, el dacota;
de la jabalina, el iroqués; de la honda, el patagón y el apache; de
la macana (verdadera espada de dura madera), el chiquito y otros, y
de la clava, arma bastante parecida a la macana, el caribe. Otras
armas conocieron algunos pueblos, como los _sables_, las _hachas_, los
_cuchillos_, las _bolas_ o los _lazos_.

En Cuba, en la Jamaica, en las islas de Bahama y en la parte
septentrional de Haytí no tenían los indios arcos y flechas, aunque sí
el arma conocida con el nombre de _azagaya_, la cual terminaba en punta
por uno de sus extremos; a veces esta punta se hallaba formada por una
espina de pescado.

Las armas defensivas consistían en escudos, rodelas y máscaras. Los
escudos eran de diferentes formas. Algunos indios llevaban simples
rodelas de cuero, de madera, de piel o de corteza de árbol. Escudos
y rodelas variaban, no sólo de forma y de materia, sino también de
tamaño. Defendíanse, además, con el _peto_, la _cota_ y el _casco_.

Casi iguales eran las armas de las razas cultas y salvajes,
diferenciándose únicamente en la mayor perfección de las primeras
sobre las segundas. Hasta tal punto mostraron su inventiva las
razas salvajes, que llegaron a emplear las flechas incendiarias;
las emplearon los habitantes de la Florida, y entre los tupíes, los
tupinambaes. Como los materiales de que estaban formadas las viviendas
ardían con suma facilidad, los que usaban tales flechas conseguían por
este medio su objeto.

Si los toltecas, al establecerse en el valle del Anahuac no conocieron
más instrumentos belicosos que el arco, la flecha y la cerbatana, los
aztecas, además de las citadas, usaron lanzas de mucha altura, dardos
de tres puntas, espadas de guayacán o de otras maderas, y algunas más.
Los hierros de las lanzas eran de cobre o de obsidiana; los dardos, o
todos de madera endurecida al fuego o de cobre; las espadas no tenían
menos filo que nuestras cuchillas.

Los nobles, como era natural, solían llevar armas más ricas; los
capacetes eran de oro o plata, o, por lo menos, cubiertos de aquellos
metales; las corazas estaban hechas de láminas de plata u oro; las
cotas adornadas con brillantes plumas, distinguiéndose por su finura
los guanteletes y por su riqueza los brazales. La armadura de los reyes
era todavía mejor, pues además de emplear el oro y la plata con mayor
profusión que los nobles, adornaban con plumas de _guetzalli_ sus
yelmos, cascos y rodelas.

En la América Central las armas ofensivas y defensivas tenían exacto
parecido a las usadas en México y en el Perú.

Pasando a estudiar las _fortificaciones_, diremos, como regla general,
que las razas salvajes, y aun las cultas, buscaban la defensa de sus
pueblos en la naturaleza, así que solían situarlos en lugares altos
y escabrosos o en las márgenes de los ríos. Muchas razas protegían
sus poblaciones con sencillas empalizadas y fosos. Los guaraníes del
Paraguay tenían fortificado el pueblo de Lampere con foso y doble
cerco. Aún eran más fuertes no pocas poblaciones de Guatemala. Lo
mismo podemos decir de muchas poblaciones de Nicaragua y del Ecuador.
En el Perú abundaban los castillos, siendo de notar que muchos de
ellos se comunicaban por galerías subterráneas; el del Cuzco y el de
Pisac, entre otros, eran célebres por su imponente grandeza. Lo mismo
interior que exteriormente, llaman la atención las fortificaciones de
la ciudad de México y las que se encuentran en las opuestas provincias
de Veracruz y Oajaca. Recordamos en la provincia de Veracruz la de
Centla, que está próxima a Huatusco, y la de Tlacotepec, a cuatro
leguas de Folutla. En la provincia de Oajaca, donde las fortificaciones
demuestran mayores adelantos que en ninguna parte, se halla, a tres
cuartos de legua al Oeste de Mitla, una ciudadela sobre escarpada roca,
que bien puede figurar al lado de ciudadelas de Europa posteriores en
siglos. «Tenía esta ciudadela un muro de piedra, grueso de 21 pies,
alto de 18 y largo casi de una legua. Corría el muro por todo el
borde superior de la roca y formaba multitud de ángulos entrantes y
salientes. Unido a él había al Este otro lienzo de muralla curvilíneo
y ondulante, de no menos espesor y de más altura. Las dos entradas de
tan regular fortificación eran oblícuas. Estaban las dos al Oriente; la
una en el primero y la otra en el segundo lienzo. Al Occidente, casi en
la misma línea de la segunda entrada, había una como puerta de salida o
de socorro; en medio de la plaza, grandes edificios, acaso cuarteles y
depósitos de efectos de boca y guerra»[232].

       [232] Pi y Margall, Ob., tomo y cuad. citados, pág. 1.307.

Hállanse fortificaciones, más o menos sólidas, en otros puntos de
América, llamando la atención algunas por su semejanza con nuestros
castillos de la Edad Media.

Respecto a _banderas_ o _estandartes_, carecían de ellos las razas
salvajes; sólo de los araucanos se cuenta que usaban estandartes, y
en ellos pintada una estrella. Tenían banderas casi todos los pueblos
cultos. Dice Bernal Díaz del Castillo, que en la costa de Campeche
(Estado de México), vió escuadrones de indígenas con banderas tendidas.
En el imperio de Moctezuma--según el Oficial Anónimo--cada compañía
de cuatrocientos hombros llevaba su estandarte. En el Peón--añade
Jérez--los soldados estaban repartidos por escuadras y banderas. Los
aztecas los hacían de plumas que unían con hilos o cintas de oro o
plata, los peruanos los fabricaban de lana y los tlaxcaltecas los
componían de plumas de colores.

¿Fueron siempre signo de guerra las banderas? Escribe Cortés que, en
su segunda expedición a México, salieron de Tezcuco cuatro indios con
una bandera en una vara de oro, lo que indicaba que venían de paz,
añadiendo Bernal Díaz, que en señal de paz abajaron, humillaron y
entregaron dicha bandera[233].

       [233] Pi y Margall, ob., tomo y cuad. citados, pág. 1.312.

Por lo que a instrumentos de _música militar_ se refiere, la diferencia
entre algunas razas salvajes y cultas era poca, y decimos algunas,
porque la mayor parte de ellas se enardecían en los combates dando sólo
voces y gritos. El instrumento principal usado por las cultas y algunas
salvajes era el tambor, construído con troncos huecos de árboles y
cubiertos los extremos de dichos troncos con piel de venado o de cabra
montés. De muy diferentes clases y tamaños eran los tambores, ya en
unos, ya en otros pueblos. Cítanse de igual manera los cuernos de caza,
los cuernos marinos y los silbatos. También debía ser instrumento de
guerra la flauta o _fututo_ que usaban los indígenas de la América
Meridional.

No estaba organizada la guerra armada en las razas salvajes. Se servían
del arco y de la flecha lo mismo en sus guerras que en sus cacerías.
Cuando iba a comenzar la guerra, se nombraba el jefe. Entre los
araucanos, los tupíes y algunos más, el servicio debió ser obligatorio;
entre todos era obligatorio en las guerras defensivas, no en las
ofensivas.

Respecto a la _organización del ejército_ entre los araucanos, se
sabe que estaba dividido en batallones de mil plazas y compañías de
ciento. Mandábalo un _thoqui_ o general en jefe, y bajo sus órdenes
había un _vicethoqui_ o lugarteniente; debajo de los dos, capitanes
de diferente graduación. Los aztecas habían dividido sus ejércitos en
batallones de 400 hombres y cuerpos de 8.000 o _xiquipillis_. Unos
batallones se distinguían por el color de las plumas de que llevaban
cubiertos jubón y calzas; otros--según el Oficial Anónimo--por las
plumas bermejas y blancas; algunos por las amarillas y azules; varios
por otra clase de colores. Unos iban provistos de arcos, otros de
hondas, algunos de espadas. Cada batallón tenía su capitán, y cada
ejército su _tlacochcalcatl_ o general en jefe. Los peruanos dividían
su ejército en grupos de diez, cincuenta, ciento, mil, cinco mil y
diez mil hombres; todos estos grupos se hallaban mandados por jefes de
diferente categoría. Un grupo manejaba la honda, otro el arco, aquél
la porra o el hacha y éste el lanzón o la pica. Existía, además, en el
Perú un cuerpo de dos mil incas destinado a la guardia y defensa de los
emperadores. Distinguíanse de todos los demás soldados porque llevaban
engarzados en las orejas rodetes de oro.

La _guerra_ era casi el estado habitual de los pueblos americanos.
La hacían los cultos y los salvajes. Si guiaba a los primeros de vez
en cuando algún fin noble o humanitario, los segundos la promovían
por espíritu de venganza, por adquirir cautivas, por codicia, por
cuestiones de límites, por feroz canibalismo. Procede decir que los
cultos aztecas no sólo peleaban por engrandecer el Imperio y castigar
a sus enemigos, sino también con el deseo de coger prisioneros y
sacrificarlos a sus dioses. Sentimientos más nobles tenían los chibchas
y peruanos: los primeros no emprendían guerra alguna sin consultar al
Pontífice de Sogamoso, y los incas se proponían un fin civilizador,
cual era apartar a los salvajes de todo culto sangriento e instruirlos
en las artes industriales y en la agricultura.

Decretaban la guerra, en los pueblos salvajes, los caciques poderosos,
las Juntas de jefes de familia o las Asambleas de guerreros. Los incas
tampoco declaraban formalmente la guerra, sino cuando contaban con
probabilidades del triunfo. Antes de lanzarse a la lucha, tomaban
posiciones y se guarecían tras estacadas en altos cerros, procurando
cortar el paso a los que pudiesen socorrer al enemigo. Más formalidades
guardaban los mejicanos, quienes enviaban embajadores a la capital
enemiga, esperando algunos días la respuesta. No se contentaban con una
embajada, sino repetían dichas embajadas antes de comenzar la guerra.

Eran diferentes los _preparativos de guerra_ entre las razas salvajes
y las cultas. Lo primero que hacían los salvajes era buscar soldados,
y para ello se reunían los hombres más valerosos en banquetes y daban
cuenta de sus proyectos belicosos. Si encontraban acogida los tales
proyectos, se abría la campaña; en caso contrario, se desistía de ella.
Antes se celebraban ciertas fiestas, ya religiosas ya profanas. Los
dacotas acostumbraban a elegir por caudillo un sacerdote o un guerrero.
Al paso que algunos pueblos se preparaban a la guerra mediante
ridículos procedimientos, otros, aunque tan rudos como aquéllos, se
disponían más convenientemente. Tanto los pimas como los salvajes de
algunos puntos de México, buscaban el apoyo de los pueblos vecinos para
lanzarse a la lucha. También antes habían adquirido armas, víveres,
tiendas y todo lo que necesitaban en tales circunstancias. Tenían del
mismo modo sus exploradores.

Los preparativos en las razas cultas eran diferentes. Los reyes aztecas
encargaban a gente sagaz y entendida que examinase la naturaleza del
terreno enemigo y la condición de los pobladores. No abrían la campaña
sino después de conocer los pasos fáciles y los peligrosos, el lado
vulnerable de las fortalezas, las armas, el número de los enemigos.
Discutido todo en consejo de guerra, se llamaba a los capitanes de
mayor categoría y se les decía el camino que habían de seguir, las
jornadas que debían hacer y el sitio más a propósito para lograr la
victoria. Mandaban a la vez que los demás jefes de las provincias se
incorporasen con tropas al ejército, y también que otras autoridades
aprestasen armas, víveres, mantas y tiendas de campaña. Los incas
tenían dichos abastecimientos en _tambas_ o cuarteles-pósitos; los
últimos se hallaban en determinados puntos de los caminos que de Norte
a Mediodía y de Oriente a Occidente cruzaban el imperio. Allí en los
citados _tambos_ podían las tropas alojarse, surtirse de víveres, de
armas y de vestidos.

Eran casi nulas la _táctica_ y la _estrategia_. No las tenían las razas
salvajes; apenas las cultas. Empezada la refriega, los combatientes,
sin orden o en tumulto, y dando feroces alaridos, avanzaban disparando
flechas, hasta llegar a las manos con el enemigo. Peleaban cuerpo a
cuerpo, y abandonaban el campo si perdían al jefe o veían muertos
a muchos de sus hombres. La estrategia estaba reducida a partir
secretamente, escoger ocultas veredas, llegar de noche al campamento
enemigo, emboscarse, y al romper del alba caer y lograr la victoria.

Los araucanos se distinguían por su _estrategia_. Eran diestros para
organizar en secreto expediciones, caer de improviso y de noche sobre
el enemigo, fingir falsas retiradas, simular ataques, triunfar por el
engaño. Metidos en las asperezas de los montes, eran invencibles. Los
mismos españoles tiempo adelante se vieron muchas veces engañados y
sorprendidos en las diferentes guerras que con ellos sostuvieron. Bien
puede asegurarse que los indios, en general, eran traidores en las
guerras. Combates en el mar no los había; pero sí en los lagos y en los
ríos.

Los aztecas y los incas mostraron algunas veces ligeros conocimientos
de táctica y de estrategia, en particular los segundos: «Marchaban
los ejércitos peruanos divididos en vanguardia, centro y retaguardia.
Iban en la vanguardia los honderos con sus hondas y rodelas; en la
retaguardia, los piqueros con sus picas de treinta palmos, y en el
centro los soldados de las demás armas con el Inca o el general en jefe
y la guardia del imperio.

       *       *       *       *       *

Sabían los peruanos atacar de frente y de flanco, fingir retiradas y
también emboscar gentes que en lugar y momento oportunos decidiesen el
combate.

       *       *       *       *       *

Cuéntase, además, de los peruanos que llevaban en sus expediciones
rebaños de carneros para la manutención de las tropas en país enemigo,
el material necesario para las tiendas de sus campamentos y oficiales
que tomaran razón de los salvados, heridos y muertos»[234].

       [234] Pi y Margall, ob. cit., tomo I y cuaderno II, pág. 1.327.

_Crueles_ en las batallas eran las razas de América, como crueles
eran también las naciones europeas. Matar, destruir y llevarlo todo
a sangre y fuego será siempre el fin de la guerra. En diferentes
puntos de América, ya del Norte, ya del Sur, se mataba y se comía a
los prisioneros. Varias tribus se contentaban con reducirlos a la
servidumbre. Tanta crueldad mostraron los aztecas con los prisioneros
como las razas salvajes. Les colocaban en sus templos sobre la piedra
de los sacrificios, les abrían el pecho, les arrancaban el corazón y
rociaban con la sangre el rostro de sus ídolos. A otros prisioneros
les daban otro género de muerte. Los peruanos eran humanos, hasta el
punto de ponerlos en libertad luego que la guerra terminaba. A veces
los desterraban del hogar en que habían nacido; pero permitiéndoles
llevar consigo la familia. Procuraban economizar la agena y la propia
sangre, llegando su humanidad a no extremar el ataque ni la defensa,
aun sabiendo que con semejante conducta prolongaban la guerra. «No
aniquiléis ni destruyáis lo que habéis de vencer y adquirir mañana»,
solían decir los jefes a sus ejércitos. Digna de alabanza fué, por
muchos conceptos, la conducta que seguían los peruanos y que hubiera
debido servir de ejemplo a las naciones más civilizadas de Europa.

En las razas salvajes y en las cultas se premiaba a los valientes y
se castigaba a los cobardes. Para los hombres de reconocida bravura
había ciertas insignias en muchas razas salvajes. Pintarse los brazos,
el pecho o del ojo a la oreja era señal de cierto número de combates;
llevar prendidas en sus cabellos plumas de águila indicaba el valor del
guerrero, pues el número de plumas era igual al de enemigos a quienes
había dado muerte.

También entre los aztecas era insignia de valor las plumas. Sólo podía
usarlas el que hubiese hecho por su mano cinco prisioneros. Semejante
guerrero tenía derecho a llevar vistosos penachos sujetos por hilos de
plata y mantos de diferentes colores o con ricas orlas.

El pueblo más valeroso entre los americanos debió ser el azteca. Nadie
hacía caso del noble si era cobarde, y el soldado más humilde, si
tenía valor, se elevaba a los primeros puestos. Sólo dos cargos se
reservaban a determinadas clases: a la familia del Rey el de Capitán
general de los ejércitos; a la alta nobleza el de General de división
o _de xiquipilli_. Las insignias militares eran muchas. Ordenes de
caballería había una o varias, y para entrar en ella o en ellas debían
hacerse ceremonias graves y solemnes. Del mismo modo en el Perú hubo
una especie de orden de caballería, donde entraban los incas de diez y
seis años que resistieran determinadas pruebas. Alguna semejanza tenía
esta orden con la de los aztecas; en ambos pueblos compartían el ayuno
los deudos del neófito y en ambos pueblos era común el taladro, allí
de las narices y aquí de las orejas. Respecto a las demás ceremonias,
notábase a primera vista la diferencia; dominaba entre los aztecas
el sentimiento religioso sobre el militarismo, y entre los incas el
militarismo sobre la religión; eran aquéllas más fantásticas que
prácticas, y éstas más positivas que ideales.

No dejan de ser curiosas y de no poco interés las _leyes militares_ de
los aztecas, que a continuación copiaremos:

  I. Todo General u Oficial que salga con el Rey a campaña y le
  abandone o le deje en poder del enemigo, faltando a la obligación
  que tiene de traerlo vivo o muerto, será decapitado.

  II. Todo Oficial que forme parte de la guardia del Príncipe y
  abandone su puesto de confianza, será decapitado.

  III. Todo soldado que desobedezca a su jefe inmediato, o deje su
  puesto, o vuelva la espalda al enemigo, o de cualquier modo le
  auxilie, será decapitado.

  IV. Todo Oficial o soldado que usurpe, que robe el cautivo o el
  botín de otro, o ceda a otro el prisionero que por su mano hizo,
  sufrirá pena de horca.

  V. Todo soldado que en guerra dañe al enemigo sin la venia de su
  Jefe, o le ataque sin haberse dado la señal de combate, o abandone
  la bandera, o deserte del campamento, o quebrante o viole las
  órdenes del Capitán de su compañía, será decapitado.

  VI. Todo traidor que revele al enemigo los secretos del ejército
  o las órdenes encaminadas para llevarle a la victoria, será
  descuartizado. Se le confiscarán los bienes y se reducirán sus
  hijos y deudos a perpetua servidumbre.

  VII. Toda persona que en tiempo de guerra oculte o proteja al
  enemigo, noble o plebeyo, será descuartizada en medio de la plaza
  pública. Se arrojarán sus miembros a la muchedumbre para que los
  haga objeto de escarnio.

  VIII. Todo noble o toda persona de distinción que en acciones de
  guerra, en danzas o en otras fiestas ostente insignias de los
  reyes de México, Tezcuco o Tamba, sufrirá pena de muerte y serán
  confiscados sus bienes.

  IX. Todo noble que habiendo caído prisionero en poder del enemigo,
  se escape y vuelva al país, será decapitado. Se dejará, por lo
  contrario, libre y se premiará como bravo al que vuelva después
  de haber vencido en la piedra gladiatorial a siete adversarios.
  Si el que huyera de la cárcel del enemigo fuese simple soldado y
  volviese al país, será bien recibido.

  X. Todo embajador que en cumplimiento de su mensaje no se atenga a
  las órdenes é instrucciones que haya recibido o vuelva falseando la
  contestación, será decapitado.

       *       *       *       *       *

Con el objeto de _afianzar las conquistas_, los vencedores dejaban a
la cabeza de las tribus sometidas, al jefe vencido o a su sucesor,
exigiéndole únicamente ciertos tributos y determinadas obligaciones.
De todos los monarcas de América, los de Perú mostraron más deseos
que ningún otro de civilizar a los pueblos conquistados, ya mediante
la persuasión, ya por la fuerza. A los jefes les regalaban hermosas
mujeres y joyas de oro; a los demás, lana y algodón para que se
vistieran, ganados para criarlos, maíz y legumbres para que comiesen.
A veces les instruían en la agricultura y les abrían acequias para el
riego de los campos.

Respecto a la _paz_, solicitábanla lo mismo los pueblos salvajes que
los cultos por medio de embajadores. Entre los salvajes, el símbolo
de la paz era la pipa; en una pipa generalmente esculpida o pintada,
fumaban los embajadores o los jefes de los pueblos que ponían fin a
sus discordias. Si los embajadores se presentaban al Rey, lo primero
que hacían era ofrecerle una pipa. Luego cada uno de aquéllos encendía
la suya y fumaban todos, echando la primera bocanada de humo al Sol,
la segunda a la tierra y la tercera al horizonte. En seguida pasaban
sus pipas a la comitiva regia, y exponían su mensaje. Expuesto y
contestado, el Rey usaba de la pipa, significando de este modo paz y
concordia. Hacía encender una pipa y la circulaba a los mensajeros; con
esto terminaba la embajada.

Los embajadores aztecas llevaban una especie de dalmática verde, de
cuyos extremos pendían borlas de colores, manta finísima revuelta al
cuerpo y recogida por dos de sus puntas en los hombros, ricas plumas en
el cabello, una flecha con la punta al suelo en una mano y un escudo en
la otra; pendiente del brazo una red con víveres para el camino. Acerca
de los incas, ellos enviaron pocas o ninguna embajadas; pero recibieron
muchas de las naciones fronterizas.



CAPÍTULO XI

LENGUAS AMERICANAS: SU NÚMERO.--LENGUA DE LOS HABITANTES EN LA TIERRA
DEL FUEGO: EL YAHGAN.--LENGUAS QUE SE HABLABAN EN LAS PAMPAS Y EN EL
GRAN CHACO.--LA LENGUA CHARRÚA.--LENGUAS DE LA AMÉRICA MERIDIONAL:
GRUPO ATLÁNTICO Y GRUPO ANDINO.--EL GOAGIRO ARAWAK.--EL TAPUYA,
EL TUPÍ Y GUARANÍ.--LENGUA CHIQUITA.--EL CHIBCHA, EL QUICHUA Y EL
AIMARÁ.--OTRAS LENGUAS.--LENGUAS DE LA AMÉRICA CENTRAL.--EL MAYA
QUICHÉ Y EL NAHUATL O AZTECA.--EL OTOMÍ Y EL PAMA.--LENGUAS DE LA
AMÉRICA SEPTENTRIONAL: EL CAHITA TA Y OTROS.--EL ÓPATA Y EL DACOTA.--EL
CHIGLET Y OTROS.--PARTES DE LA ORACIÓN EN LAS LENGUAS AMERICANAS.--LA
ESCRITURA.--EL LENGUAJE DE LOS GESTOS.


Hase dado en nuestros días suma importancia al estudio de las lenguas,
pretendiéndose obtener, mediante ellas, el origen y parentesco de los
pueblos. Que el estudio es interesante no cabe duda alguna, si bien, a
veces, la filología no ha estado conforme con la antropología[235].

       [235] Para escribir este capítulo hemos tenido presente, y a
       veces hemos seguido al pié de la letra, las obras siguientes:

         Fernández y González, _Los lenguajes hablados por los
         indígenas del Norte y Centro de América_, Conferencia dada
         en el Ateneo de Madrid el 29 de febrero de 1892.

         Fernández y González, _Los lenguajes hablados por los
         indígenas de la América Meridional_, Conferencia dada en el
         Ateneo de Madrid el 16 de mayo de 1892.

         Sentenach, _Ensayo sobre la América Precolombina_.

         Conde de la Viñaza, _Bibliografía española de las lenguas
         indígenas de América_.

Considerable es el número de lenguas y dialectos que se hablaron en
América. Bastará decir que el P. Kircher, aprovechando en su obra
_Sobre la Torre de Babel_ los datos que le comunicaron los Padres
Jesuítas de las misiones de América, al celebrarse una Congregación en
Roma el 1676, hubo de elevar a quinientos el número de tales idiomas.
En el siglo décimo octavo, D. Juan Francisco López sostuvo con algún
fundamento que se hablaban en las Indias Occidentales no menos de
mil quinientos[236]. En nuestros días, Brinton, ilustre profesor de
Arqueología y de Lingüística americana, menciona unos ochocientos
cincuenta y cuatro lenguajes entre idiomas y dialectos[237]. Por
nuestra parte, sólo habremos de citar algunos idiomas, y siguiendo
el método del inmortal Hervás y Panduro, comenzaremos estudiando las
lenguas del Sur de América hasta remontarnos a las del Norte. En tres
partes dividiremos el asunto, las cuales serán las siguientes: _Lenguas
de la América Meridional_, _Lenguas de la América Central_ y _Lenguas
de la América Septentrional_. Trataremos cada una de dichas partes
sin sujetarnos al orden observado por Hervás. Al Sur de la Patagonia,
que es el país más meridional de América, se halla la Tierra del
Fuego, cuyos habitantes hablan el _yahgan_, lengua sumamente pobre
y rústica[238]. Afirman otros autores, entre ellos el Sr. Fernández
y González, que el yahgan es lenguaje bastante culto, y de él se
consideran dialectos el _oua_, hablado al Noroeste en ambas costas del
Estrecho de Magallanes, y el _aliculuf_ de los fuegueños al Noroeste.
Del yahgan ha hecho L. Adam detenido estudio en la _Revista de la
Lingüística_[239].

       [236] Hervás, _Catálogo_, etc., vol. I, pág. 115.--Fernández y
       González, Ibidem.

       [237] _The American Race_, New York, 1891.

       [238] En la Tierra del Fuego--según la opinión de von Martins
       y del Dr. Deniker, de París--se encuentran los moradores más
       antiguos de América.

       [239] _Revue de la Linguistique_, XVII y XVIII

Las lenguas de las pampas manifiestan del mismo modo rudeza
extraordinaria. La región de las pampas comprende tres vastos
territorios, que son al Norte el Gran Chaco, en el Centro las pampas
propiamente dichas y al Sur la Patagonia. Entre las principales
familias lingüísticas del Gran Chaco se encuentran el _guaycuru_,
el _payagua_, el _chunupe_, el _lule_, el _vilelo_ y el _mataco_;
todos estos idiomas, al parecer, carecen de numerales, lo cual indica
el estado de ignorancia de los pueblos que hablaban tales lenguas.
Afirma Pelleschi--uno de los más sabios investigadores de los usos y
costumbres de los indios--que caudillos estimados como inteligentes en
la religión citada, no saben contar los dedos de las manos, llegando
su ignorancia a expresar los dos numerales primeros por palabras
compuestas y sin forma fija. Nada tendría de particular que todos los
indios que hablan el guaycuru en el Chaco (lengua distinta de la de
los indios de California, llamada con el mismo nombre) procedan del
Paraguay.

Del mismo modo se tiene por cierto que los _charrúas_, pueblo casi
salvaje, ocupaban la margen oriental del Uruguay; respecto a su idioma
apenas tenemos más noticias filológicas que las suministradas por
Hervás y Panduro. Haremos observar que, según Azara, la citada lengua
charrúa era completamente nasal y gutural.

Pasamos a estudiar lenguas y pueblos más importantes y también más
conocidos de la misma América Meridional. Estas lenguas pueden
dividirse en dos grandes grupos: el atlántico, representado
principalmente por el _goajiro_, _caribe_ y sus dialectos, con los
idiomas _tupí_ o _guaraní_, y el _chiquito_ de Bolivia, más pobre que
los otros de la citada América Meridional; el otro grupo es el andino,
occidental, que llega hasta el _araucano_.

En rigor de verdad, el primero de los dos grupos, que consta de muchas
lenguas, genuinamente americanas, presenta, además de perfecta unidad
en la formación, admirable pureza de raíces. Parece probado que el
_goajiro arawak_ es la primera lengua que oyeron los españoles en el
Nuevo Mundo, extendida en aquellos tiempos por todas las Antillas.
Considérase por muchos como hermana del caribe y se presenta como
aglutinante en superior grado. Su vocabulario es rico y su numeración
es decimal. Las mismas particularidades se encuentran en las demás
lenguas de la citada región, notándose que pierden su riqueza y
organismo gramatical conforme se van acercando hacia el Sur, como
sucede con el _tapuya_ o _brasileño_ y el _tupí_ o _guaraní_, más
pobres en formas conjugables y con numeración solamente quinaria. Los
tupíes o guaranís (provincia de Corrientes en la Argentina y República
del Uruguay)[240] forman la declinación de su lengua por medio de
posposiciones, que son las mismas para singular y plural. Dialecto
muy interesante de la lengua guaraní es el de los _omaguas_, los más
occidentales de la raza.

       [240] La mayor parte de la población de la provincia de
       Corrientes está formada por los descendientes de los indios
       guaraníes; y un noventa por ciento de la población del Uruguay
       tiene sangre guaraní en sus venas.

La región de los chiquitos, que se extendía entre los afluentes del
alto Paraguay y la cima de la cordillera de los Andes, al Norte
hasta la tierra de los moxos, al Sur el Gran Chaco y al Oeste hasta
los quichuas, comprendía cuatro tribus principales: los taos, los
pinocos, los penoquíes y los manacicas. Situados los últimos cerca
del lago Xavay y hacia las fuentes del Paraguay, constituían el grupo
más importante y civilizado. Sumamente curiosas son las noticias
que acerca de la lengua chiquita ha dado el profesor de _Estética_
de la Universidad de Madrid: «Como en iroqués y en otros idiomas de
Asia y Africa, dice, se señalan en chiquito dos modos de hablar, en
tercera persona principalmente, el de los hombres y el de las mujeres,
con la particularidad de que éstas no pueden usar el modo varonil,
mientras los hombres emplean ambos; de forma que, cuando se trata de
seres que se representan en figura de varón, emplean la masculina, y
cuando hablan de otras (mujeres, brutos, seres inanimados, etc.), o
refieren conversación de alguna mujer, usan la femenina. El lenguaje
de la mujer se distingue a las veces por palabras diferentes, y en lo
común por aféresis y síncopas, como el género femenino de los idiomas
semíticos se diferencia por formas pronominales y verbales que le son
privativas»[241].

       [241] Conferencia pronunciada en el Ateneo de Madrid el 16 de
       Mayo de 1892, pág. 62.

Y más abajo añade el mismo escritor: «Por suponerse relaciones con
el chiquito, de parte de idiomas mal conocidos todavía, los cuales
conforman con él en alguna palabra, se han atribuído a su misma familia
los de poblaciones vecinas al Oeste, es a saber: de los yurucares,
tacanas y mosetanas, así como también los de los ites, movimas y
canichanas al Norte, y el de los samucos al Mediodía, en los confines
septentrionales del Chaco. Por lo que toca a los tacanas, es evidente
la mayor analogía de su lenguaje con el aimará, con el quichua de los
peruanos y con otros idiomas del alto Amazonas»[242].

       [242] Ibidem, págs. 65 y 66.

La lengua _chibcha_ o muysca no deja de tener algunas formas, en
particular en los verbos, semejantes a los del sanscrito, a los del
griego y a los del latín. Llama la atención el gran número de raíces
y temas comunes al chibcha con los idiomas arios. «Extinguido--dice
Fernández y González--el idioma chibcha en Bogotá desde 1765, así como
sus dialectos, el _chimila_ y el _deut_, duran de ellos, al parecer,
al Sur del istmo, el _aravaco_ en Sierra Nevada de Santa Marta, y
el _siquisique_ en el Estado de Lara»[243]. Añade después que son
dialectos del chibcha el _guaymi istmiano_ de Veragua, hablado al Norte
por los valientes, el _siquisique_ de Venezuela y tal vez el extinguido
_chimila_, el _oroaco_ y el _coggaba_[244].

       [243] Ibidem, pág. 9.

       [244] Ibidem, págs. 16 y 17.

En la cuenca del Pacífico, pero en la región peruviana que comprende
los territorios de las actuales repúblicas del Ecuador, Perú, algo de
Bolivia y bastante de Chile, se hallan en primer término el _quichua_
y el _aimará_; ambos idiomas, o idioma el uno y dialecto el otro, como
opinan algunos autores, tienen organismo gramatical muy completo, con
ricas formas en declinaciones y conjugaciones. Si la declinación en
quichua recuerda en parte la declinación vasca, la ugrofinnesa y alguna
otra, la conjugación procede con la misma sencillez que la semítica.

Aparecen en la misma región el _yunca_ (al norte de Trujillo)[245], el
_puquina_ (en las islas y esteros del Lago Tiquitaca) y el _atacameño_
(en el valle del río Loa), lenguajes todos los citados--según la
opinión de varios filólogos--completamente rudos y primitivos, tal vez
restos de pueblos anteriores a la dominación incásica. El _quichua_,
el _aimará_, el _yunca_, el _puquina_ y el _atacameño_ o _calchaqui_
son, pues, los cinco idiomas expuestos por el misionero Alonso de
la Bárcena en su obra, hoy perdida, _Lexica et Præcepta en quinque
Indorum linguis_, dada a conocer en Lima el 1590. Desde el grado 2
al 35, sur de la América Meridional, predominó el idioma quichua, el
cual se generalizó por las conquistas de los incas. Estiman algunos
autores, aunque sin fundamento alguno, que el yunca, hablado al norte
de Truxillo, pertenece a la raza quichua.

       [245] Aunque el yunca ha sido estimado como de raza quichua,
       no lo es, como tampoco lo es el puquina, ni el atacameño. Los
       atacameños, en opinión de Techudi, son una rama desprendida
       de los calchaquis de Tucumán, que huyendo de los españoles se
       refugiaron en los oasis de las costas del Pacífico.

En la América Central, entre los dos istmos, figura en primer término
el idioma _maya_, o, como se dice colectivamente, el _maya-quiché_,
asociándole una de las ramas más importantes de su familia. El
ascendiente que el maya consiguió por Oriente y Mediodía, logró el
_nahuatl_ o _azteca_ en el norte de la América Central. Ambos idiomas
se extendieron por Tabasco, Chiapas, Yucatán, isla de Cozumel,
Guatemala, Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica, y parecen ser
los más cultivados y perfectos de América.

Gran interés ha despertado desde los tiempos del descubrimiento el
estudio del nahuatl o azteca. Lengua rica, flexible y cultivada,
ofrece en su gramática y vocabulario, no sólo influencias semíticas y
turanio-euskaras, sino también elementos arios, en particular griegos,
galeses y noruegos.

Desde que Fr. Francisco Gabriel de San Buenaventura, en el año 1560,
publicó su _Arte del idioma maya_, se han hecho curiosos e importantes
trabajos acerca de dicha lengua, llamando la atención entre todos
el _Gran Diccionario_, que Fr. Antonio de Ciudad Real dió a luz en
los comienzos del siglo XVII, no interrumpiéndose dichos estudios
hasta nuestros días. El Sr. Rada y Delgado ha reproducido la obra
del P. Landa intitulada _Relación de las cosas del Yucatán_ y que
el sabio franciscano escribió a mediados del siglo XVI; en ella se
encuentra un alfabeto del que se servían los mayas cuando querían
consignar sus pensamientos. Lo mismo Landa que otros de nuestros
primitivos escritores pudieron darnos el silabario y aun la traducción
de manuscritos mayas; pero «so pretexto de que los citados códices
mantenían la superstición y retardaban los progresos del cristianismo,
mandó Zumárraga, primer obispo de México, quemarlos, en vez de procurar
que se los estudiase y descifrase, y se hizo con esto un daño que no
podrán nunca perdonar ni la ciencia ni la historia. Contribuyó ese
mismo Landa a tan salvaje quema»[246].

       [246] Pi y Margall, _Historia de América_, vol. II, pág. 1.728.

En letra manuscrita escribió después el mismo Pi y Margall: «El Sr.
Icabalceta ha publicado recientemente (año 1881) un libro, _Don
Fray Juan de Zumárraga, primer obispo y arzobispo de Méjico_, donde
pretende probar, no sólo que no partió de este prelado la orden, sino
que también fueron pocas las pinturas aztecas entregadas al fuego.
En sus curiosas investigaciones es muy de notar que hace caso omiso
de Diego de Landa, franciscano como Zumárraga, que pisó la tierra
de Yucatán cuando aún vivía el arzobispo. Ese mismo testigo, que es
de toda excepción, dice textualmente: Hallámosles grande número de
libros de estas sus letras, y, porque no tenían cosa en que no uviese
superstición y falsedades del demonio, se los quemamos todos, lo qual
a maravilla sentían y les dava pena. Se quiso borrar hasta la memoria
de lo que habían sido los aztecas antes de la conquista. Tampoco debe
olvidarse que por Real cédula de 22 de Abril de 1577 se mandó recoger
la obra de Bernardino de Sahagún y se previno a las autoridades de
México que en manera alguna consintiesen que nadie escribiera en
ninguna lengua de cosas que tocasen a las supersticiones y a la manera
de vivir de aquellos indios, pues así convenía al servicio de Dios
nuestro señor y al nuestro. El mismo Sr. Icabalceta ha publicado esta
Real cédula en otro libro posterior (1883), intitulado _Nueva colección
de documentos para la Historia de México_.»

Prueba todo esto la importancia que se ha dado al lenguaje de las
gentes más civilizadas del Nuevo Mundo, debiéndose advertir que las
bellezas que se muestran en su sonido y mecanismo alcanzan a su conexo
el _quiché_, con sus varios dialectos: el _trotzil_, el _chol_, el
_totomaco_ y otros. No pocas afinidades ofrece este grupo con las
lenguas asiáticas jaféticas, «hasta el punto de poderlas asimilar
en ciertos momentos a los idiomas llamados indo-germánicos, como el
_chiapanec_, apenas aglutinante, y el _tarasco_, con un verbo casi
greco-sanscrito o zendo, sin que por esto falten entre ellos dicciones
semíticas y hasta vascas, adquiridas por contacto con las aborígenes,
como haríamos patentes a poder entrar en su estudio detallado»[247].

       [247] Sentenach, ob. cit., pág. 52.

Con el _tarasco_ manifiestan cierto parentesco el _otomí_ y el _pame_,
como otros que corresponden a los pueblos que tuvieron asiento en la
parte más meridional de América. Al lado del azteca o mejicano, en
los Estados de San Luis de Potosí, en alguna parte de Querétaro, en
mucha de Guanajuato, Mechoacán, Veracruz, Puebla y en otros lugares
de Nueva España, se habló el _otomí_, uno de los idiomas más usados
en la América Central, y que tenía muchas analogías con varios de
la América Meridional. Al Nordeste de los países en que se hablaba
el otomí, dominó el _pame_, idioma propio de los chichimecas, y que
guarda no pocas analogías con el otomí. En el fondo el idioma de los
_zapotecas_ (situados en el Estado de Oaxaca y en las costas del Océano
Pacífico) se asemeja mucho al pame y al otomí, si bien hay en él, como
en el egipcio antiguo, procedimientos y raíces que lo mismo guardan
conexión con los idiomas semíticos que con los arios. Semejantes a
estos idiomas debieron ser los hablados por varios pueblos primitivos
al Norte de México, según la autorizada opinión de Brinton y otros
modernos, apareciendo el ya conocido _nahuatl_, hablado por los
aztecas en su última época. Tardó mucho tiempo la formación de dicha
lengua en el Anahuac, y cultivo tan largo le dió más flexibilidad y
riqueza, a costa, seguramente, de su pureza y carácter castizo, pues
se advierten en seguida las influencias más extrañas, lo cual no
debe llamar la atención, por los muchos pueblos que pasaron por el
territorio mexicano antes que los aztecas se hiciesen dueños absolutos
del país. El _mixteca_, hablado todavía en el Estado de Oaxaca y en
parte del de Puebla y Guerrero, es bastante perfecto, como también el
_zapoteca_, que se halla del mismo modo en dicho Estado de Oaxaca y en
las costas del Pacífico. En el fondo el zapoteca se asemeja al pame y
al otomí, siendo de notar que hay en él, como en el egipcio antiguo,
procedimientos y raíces que lo mismo guardan conexión con los idiomas
semíticos, que con los arios. Al Mediodía de los zapotecas viven indios
procedentes de remotas costas de la parte del Sur, que no ofrecen en
su lenguaje nada de extraño; no así los que están situados al Norte de
dicho territorio.

Los últimos dos pueblos, el chinanteco y el mazateco, difieren
notablemente de sus vecinos, y en particular de los nahuas, mixtecas
y zapotecas. El chinanteco tiene por capital a Chinantla, llegando
dicho Estado a confinar con el de Veracruz, y el mazateco está situado
al Norte de los mencionados mazatecos. El _chiapanec_, afine con el
mazateco, se hablaba en Chiapas, y, en la época de la conquista, los
naturales ocupaban las orillas del lago de Managua y de la bahía de
Fonseca en Nicaragua. Parece ser que el chinanteco tenía lengua bronca,
compuesta de sonidos guturales, al contrario del mazateco y chiapanec,
que era eufónico y armonioso.

De Guatemala mencionaremos el _chanabal_, el _chol_, el _cacchí_, el
_poconchí_, el _pocoman_, el _guasteco_, el _zutugil_ y el _xinca_;
de Honduras el _lenca_ y el _xicaque_; de Nicaragua el _chontal_ y el
_subtiaba_; de la costa de los Mosquitos el _rama_ y el _guatuso_; de
Costa Rica el _viceita_, y otros menos importantes en toda la América
Central.

Recordaremos en este lugar que tienen la misma lengua--según ha
mostrado el excelente filólogo Joh. Card. Ed. Buschman--todas las
tribus de la familia Uto-Azteca[248].

       [248] Como dato curioso conviene saber que en el año
       1880--si damos crédito a los censos norteamericanos y
       mexicanos--vivían en los dos territorios, unos 2.000.000 de
       indios pertenecientes a la familia lingüística Uto-Azteca.

Procede ya que tratemos de las lenguas principales que se hablan en
la América Septentrional. Conforme avanzamos de la América Central
a la del Norte, las lenguas presentan caracteres diferentes. En la
parte Oeste de México merecen consideración especial el _cahita_, el
_tara-humara_, el _tepehuano_ y el _cora_, hablados todavía en los
Estados mejicanos e influidos de antiguo por el azteca, en particular
el último.

Asentados los cahitas en la parte Norte de Sinaloa, cerca de los ceris,
ópatas y pimas, su lenguaje, que se extiende por el territorio de
Sonora, comprende los dialectos siguientes: el _mayo_, el _yaqui_ y el
_tehuepo_. El _tara-humara_ se halla en Chihualuca, Sonora y Durango;
el _tepehuauo_ en Cohuaila y Sonora; y el _cora_ en Jalisco. Al Sur
de Colombia se encuentra la California a lo largo de las costas del
Pacífico, y en las márgenes del Oregón, del Pitt, del de la Trinidad y
del Salmón se hablan varios idiomas y dialectos. En el valle Potter se
habla el _tahtú_, que comprende el _pomo-yuca_, del cual es principal
dialecto el _kunalapo_, que se usa cerca del lago Clear. Según Bancroft
el kunalapo tiene alguna analogía con el malayo, añadiendo el citado
escritor que los idiomas de los habitantes situados en el nacimiento
del río Eel guardan mucha semejanza con el chino y el japonés. Entre
los idiomas dominantes en los pueblos de la Baja California y Nuevo
México no deben ser olvidados el de los _teguas_, _cuñies_, _guaymíes_
y _guaicuris_. El _guaicuri_ tiene más importancia que los anteriores.

Nos creemos obligados a decir que el _pima_, idioma hablado al Sur del
río Gila, en Sonora y en algunas partes de la Sinaloa septentrional,
es un lenguaje armonioso cuyas dicciones todas terminan en sonidos
vocales. Entre el pima alto y bajo se habla el _ópata_. Al Este de
los lugares donde se habla el pima bajo y el ópata, en las regiones
del Golfo de California y en la isla del Tiburón, se usa el idioma de
los _ceris_ o de los _seris_, y a la parte oriental de las Montañas
Roquizas, en el valle del Misouri, el de los _dakotas_; pero no se
debe olvidar que dichos idiomas, como sus respectivos dialectos, han
merecido profunda atención por algunos escritores, quienes han llegado
a decir que los ceris y los dakotas hablaban lenguajes idénticos a
los de los europeos. No huelga referir que confinan con dakotas y
esquimales los _algonquinos_ e _iroqueses_ cuyos lenguajes han sido
estudiados con bastante detenimiento.

De los esquimales comenzaremos diciendo que se hallan en América y
en Asia, o en ambos lados del Estrecho de Behering. Recordaremos
aquí que Brinton, guiado por tradiciones orales de los indígenas que
pudieran remontarse a dos mil años, no tiene inconveniente en afirmar
que los esquimales asiáticos proceden o son originarios de América,
llegando a creer que la familia de ellos es la misma que la de los
de Groenlandia, tierra que debió estar unida a la de Baffin y a la
Escandinavia[249], allá por la edad cuaternaria. Filólogos de bastante
reputación reducen a tres los dialectos principales de la lengua
esquimal, y son el de _Groenlandia y el Labrador_, el _chiglet_, o
de las costas del mar Artico, y el de Alaska. No carecen de interés
los estudios modernos que se han hecho acerca del chiglet (idioma
de los esquimales del río Makencie), y del _alascano_. El _athka_,
dialecto hablado en las islas occidentales aleutienas, se diferencia
poco del alascano. Al mediodía de la región occidental ocupada por
los esquimales, se hallan los tlinkits o koloss, y más al Este los
_tinnas_ (chepeweyanos y athabascanos). Resulta, después de estudiar
las costumbres de los tlinkits, que no dejaban de mostrar cierta
disposición como comerciantes y marinos, habiéndose hallado entre ellos
cuchillos y sierras de hierro, como también objetos para labrar la
plata y el cobre. Practicaban el comercio de esclavos. De su lengua
dicen los americanistas que era dura y áspera.

       [249] La idea de un territorio a manera de puente que sirviera
       de barrera o valla a los Océanos Atlántico y del Norte hasta
       el período glacial, ha sido expuesta por M. A. J. Jules-Browne
       en su obra _The Buildings of the British Isles_, impresa en
       Londres el año 1888.

Al mediodía de los tlinkits, en el territorio llamado colonia inglesa,
y que comprende comarcas occidentales de los Estados Unidos, entre
los grados 55 y 43 de latitud Norte, habitan los kaidahs o kaigames,
que hablan un idioma pobre, sucediendo lo mismo a los indios nass,
sebasas y hailtzas, situados alrededor del río Nass. En el interior
de la Colombia Británica se habla el _nitlacapamuch_, o lengua del
río Tompson, y no lejos, pero más al interior y cerca de las Montañas
Roquizas, el idioma _salish_ de los indios llamados _flatheads_. No
carecen de interés los idiomas de la familia de los _sahaptines_,
idiomas que se hablan a lo largo de los ríos Lewis y de la Culebra,
hasta la falda de las Montañas Roquizas. En cierto sentido pudieran
referirse al _sahaptin_ el lenguaje de los calapoyoc, que habitan al
Sur de los valles de Villameta, el de los indios watlalas y el de los
chinuks.

Acerca de las partes de la oración en las lenguas americanas, procede
notar:

  1.º Que el artículo, en las lenguas cultas, sólo existe en el maya,
  y en las incultas entre los algonquines y otomíes.

  2.º El nombre suele llevar un pronombre posesivo en muchas lenguas.
  Si en unas no cambian los nombres de singular a plural, y se les
  pluraliza mediante numerales o adjetivos, en otras las formas
  plurales son varias y más o menos numerosas. El dual sólo existe,
  entre todas las lenguas de la América del Sur y del Centro, en
  la chilena; pero sí en algunas de la América del Norte. Respecto
  a géneros masculino y femenino, no los hay--según no pocos
  gramáticos--en las lenguas americanas. Casi lo mismo pudiéramos
  decir de las declinaciones y los casos.

  3.º No abundan los verdaderos adjetivos en las lenguas americanas,
  y se duda si los tienen las algonquinas.

  4.º El pronombre es parte importante de la oración en muchos de
  aquellos idiomas.

  5.º El verbo se incorpora, no sólo los pronombres, sino los nombres
  que rige, los adverbios y hasta las conjunciones y preposiciones.
  Tiene, además, muchas conjugaciones, voces y modos. Débese recordar
  que falta el verbo sustantivo en lenguas bárbaras y en lenguas
  cultas, y lo hay lo mismo en unas que en otras lenguas.

  6.º El adverbio se incorpora en muchas lenguas al verbo. En otras
  es muy frecuente adverbiar los verbos o los adjetivos.

  7.º La preposición abunda en algunos idiomas de la América del Sur,
  del Centro y del Norte. En la mayor parte de las lenguas americanas
  las preposiciones deberían denominarse postposiciones; sobre todo
  cuando rigen pronombres, suelen ir, no sólo pospuestas, sino
  también prefijas o sufijas[250].

         [250] Véase Pi y Margall, ob. cit., pág. 1.693.

  8.º Del mismo modo la conjunción va sufija o cuando menos pospuesta
  en muchos de dichos idiomas. Tal vez la lengua más rica en
  conjunciones sea la maya y la más pobre la lule.

  9.º La interjección se halla en todas las lenguas. Advertiremos
  que en las americanas, si algunas veces son, como en las nuestras,
  gritos arrancados al hombre por movimientos del alma, otras veces
  difieren completamente. Otra particularidad debemos tener en
  cuenta, y es que en algunas lenguas las interjecciones usadas por
  los hombres son diferentes a las que usan las mujeres.

Escasas noticias se tienen de la Sintaxis, Ortografía, Prosodia y
Lexicología.

Respecto a la escritura se desconocía la fonética. Cuando llegó Pizarro
al Perú se encontró con otro medio gráfico sumamente curioso, y éste
era el _quipu_. «Consistía el quipu en un cordón de lana, generalmente
de más de un metro, al que se prendía y del que se colgaba a manera
de rapacejos cordoncillos de diversos colores. Constituía el color en
esta singular escritura el primer orden de signos ideológicos; así que
con frecuencia cambiaba, no sólo en cada uno de los cordoncillos, sino
también en cada uno de los hilos de que se componían. A lo largo de
los cordoncillos se hacían nudos; y éstos constituían el segundo orden
de signos. Variaban de significación los nudos, según estuviesen más
o menos lejanos del cordón-tronco, según formasen o dejasen de formar
grupo, según el puesto que en el grupo ocupasen y tal vez, según la
forma que se les diese»[251]. Afirman algunos, en nuestro sentir sin
fundamento, que mediante los quipus, conocían los peruanos su historia,
sus leyes, su dogma, su culto, su ciencia y hasta su poesía. Creemos sí
que servían los quipus para todo lo que se relacionase con los números
y cuentas; pero nada más.

       [251] Pi y Margall, ob. cit. pág. 1.719.

Más común fué en toda América la _pintura simbólica_. Abundan las
rocas donde se encuentran grabadas curvas, círculos concéntricos,
figuras fantásticas, representaciones del Sol y la Luna, cabezas
humanas, monstruosas imágenes y verdaderas inscripciones. Escritura tan
rara es todavía objeto de largos estudios. Muchos pueblos tenían sus
jeroglíficos, unos pintados sobre papel y otros pintados o esculpidos
en sus monumentos. Aunque no han sido descifrados todavía, abrigamos
alguna esperanza de que se rasgará el velo que los cubre, y entonces
tendrán explicación hechos que hoy parecen absurdos o contradictorios.

Además de las lenguas o idiomas, los indios transmitían sus ideas
mediante _gestos_. En particular el indio del Norte de América usó con
perfección y bastante ingenio el lenguaje de los gestos, pues con los
gestos llegó a expresar nombres propios y comunes, también verbos,
pronombres, etc., y hasta pudo construir discursos.

El número considerable de lenguas contribuyó al mayor desarrollo de
este lenguaje de gestos, medio de comunicación general y a veces único
entre distintas tribus. El lenguaje de los gestos sólo tiene carácter
general en América, pues en las demás partes del mundo es únicamente
auxiliar del lenguaje hablado.



CAPÍTULO XII

  LAS CIENCIAS Y LETRAS ENTRE LOS INDIOS.--LAS MATEMÁTICAS, LA
  GEOGRAFÍA Y LA ASTRONOMÍA.--LA MEDICINA.--LA RELIGIÓN: EL DIOS
  DE LOS INDIOS.--LOS SACERDOTES Y HECHICEROS.--EL DIABLO.--LAS
  PLEGARIAS.--LAS OFRENDAS.--LOS SACRIFICIOS.--LA PENITENCIA.--EL
  CUERPO HUMANO.--EL ALMA.--LA INMORTALIDAD.--LOS SUEÑOS: SU
  IMPORTANCIA.--LA VIDA FUTURA.--LAS SEPULTURAS.--LOS DUELOS.--EL
  DILUVIO.--LAS LETRAS, LA ORATORIA.--LA POESÍA: EL DRAMA «OLLANTA» Y
  EL BAILE-DRAMA «RABINAL-ACHI.»


Acerca del estado de la ciencia entre los indios, los sabios o maestros
enseñaban los ritos religiosos, la historia de los Emperadores, la
enseñanza del quechua y la descifración del quipus (escritura); pero
la instrucción se daba únicamente a los descendientes de la familia
real, pues al pueblo, para mejor gobernarlo, se le mantenía en la
ignorancia. Algo sabían de Matemáticas, de Geografía y de Astronomía;
algo sabían de otras ciencias, en especial los mejicanos y peruanos. El
sistema decimal llegó a su completo desarrollo en algunos pueblos, al
paso que en otros prevaleció el sistema vigesimal. Ambos sistemas, lo
mismo el decimal que el vigesimal, parecen indicar el conocimiento de
operaciones aritméticas. Sin temor de equivocarnos, se puede afirmar
que el primero, esto es, el decimal, llegó a su completo desarrollo en
la América Meridional, especialmente entre los peruanos y chilenos.
Además, los peruanos no desconocían los números ordinales. Entre los
pueblos que prevaleció el sistema vigesimal, citaremos los nahuas,
los mayas, los quichés y también--si damos crédito a Duquesne--los
muiscas. Revelaban lo mismo el sistema de los decimales como el de los
vigesimales el conocimiento de operaciones aritméticas.

Atrasadísimos vivían los pueblos americanos en ciencias cosmológicas.
Creían plana e inmóvil la tierra. Al paso que unos decían que era un
ser viviente, otros afirmaban que estaba sostenida por gigantescos
pilares, y algunos la consideraban como una isla en medio de un mar sin
límites. Suponían que el cielo estaba formado de una masa sólida, no
faltando quien dijese que estaba sostenido por dioses. No distinguían
los astros fijos de los errantes, y todos tenían a los cometas como
apariciones de mal agüero. Rindieron culto al Sol y a la Luna,
considerando al primero como fuente de luz, de calor y de vida. Por el
Sol distinguieron el día de la noche y un día de otro día, y mediante
la Luna se elevaron a la noción de mes. Contaron por lunaciones durante
siglos, y algunos, sin embargo de conocer el año solar, no acertaron
a eliminarlas por completo de sus sistemas cronológicos. Bien puede
asegurarse que hasta que los españoles conquistaron el Nuevo Mundo, no
llegó ningún pueblo salvaje a fijarse en el año solar[252].

       [252] Véase Pi y Margall, _Hist. general de América_, tomo I,
       cuad. II, págs. 1.758 y 1.759.

Entre los medios naturales más usados por la medicina en América
encontramos el baño ruso. No sólo se empleaba el baño ruso en la mayor
parte de la América septentrional, lo mismo hacia el Atlántico que
hacia el Pacífico, sino el sudatorio público se hallaba establecido
en muchos lugares. No cabe duda que en las poblaciones de México, las
familias más acomodadas tenían sudatorio en sus casas. Consistía en
una pequeña habitación, baja de techo y puerta angosta, con un agujero
muy pequeño en dicho techo. Después de muy caliente la habitación, se
retiraba el fuego, se hacía entrar desnudo al enfermo y se le colocaba
sobre una estera. Cerrada la puerta, se rociaba de agua el pavimento y
paredes. Cuando apenas podía respirar el doliente, a causa de la masa
de vapor que se producía, se le sacaba del sudatorio sumergiéndole de
improviso en agua fría. Unas veces, mientras permanecía en el sudatorio
se le daba con un manojo de hojas de maíz en todo el cuerpo o sólo en
la parte lesionada; otras veces, después del baño de agua fría, se le
frotaba las carnes, y con harta frecuencia se le conducía del sudatorio
a la cama. Para muchas enfermedades se empleaban los baños rusos. En
Nuevo México y California del Norte los sudatorios públicos estaban
situados generalmente en las orillas de los arroyos. Más al Norte
consistía el sudatorio en calentar piedras, rociarlas, y cuando con el
vapor promovido por dicho medio se hallaba bañado de sudor el enfermo,
era llevado al próximo mar o al próximo río, prefiriendo siempre el
agua muy helada.

También producíase el calor de otro modo. Los californios del Centro
abrían una zanja en la arena y la calentaban con lumbre; en seguida
tendían al enfermo y lo cubrían con arena también caliente. En el
momento que sudaba a mares, le bañaban en agua fría.

Muchas de las tribus de la América central usaban baños de agua
caliente.

Además de los baños, no pocos pueblos de América usaban la sangría,
considerándola como medio curativo en el Perú, itsmo de Panamá,
Honduras, Guatemala, México, Florida, etc. En el Perú se la empleaba
contra los dolores de cabeza y se hacía en la junta de las cejas,
encima de las narices. La lanceta consistía en una punta de pedernal
engastada en un palo. En el istmo de Panamá la sangría era remedio
contra la fiebre. En Honduras, Guatemala, México y Florida se usaba la
sangría como medio curativo de diferentes enfermedades; unas veces se
sangraba en la frente, otras en los hombros o en los brazos, no pocas
en los muslos o en las piernas.

Hacían uso diferentes pueblos de purgantes y eméticos. En el Perú
consistían los purgantes en ciertas raíces que se tomaban, ya contra
los empachos, ya contra los dolores de estómago. En México se usaba
como purgantes, la jalapa, los piñones tostados y las raíces; como
eméticos, el _neixcotlapatli_ y las hojas del _mexóchitl_. Curaban
la sífilis con los purgantes y con comidas cortas y sobrias. Además,
en las costas del Perú los enfermos apuraban uno tras otro jarros
de zarzaparrilla, y en las riberas del mar de los Caribes tomaban
cocimiento de guayacán o de palo santo por doce o quince días. Con
el mismo cocimiento se lavaban las úlceras, dado que las tuviera el
enfermo, hasta que se curasen; la curación tardaba unos noventa días.
La gonorrea la curaban los californios del Mediodía con la canchalagua,
las llagas con el cauterio, las mordeduras de las serpientes con las
hojas y las raíces del guaco, las heridas con orines calientes, las
ronqueras bebiendo miel de abejas y así otras muchas enfermedades.

De los médicos diremos que los había en México y Perú; también había
médicas. Lo mismo en México que en el Perú, médicos y médicas curaban
o intentaban curar toda clase de enfermedades. Parece ser que ellas y
ellos eran muy dados a la superchería y a la magia.

Entre los salvajes, la medicina iba unida al cacicazgo, al sacerdocio
o al mago. Con frecuencia fué peligrosa la profesión de médico. No
pocas veces el que la ejercía era castigado, si no curaba al paciente.
Por esta razón comenzó a decirse que la muerte del enfermo era debida,
ya a la cólera de Dios o del Diablo, ya a los conjuros y a las malas
artes de tribus enemigas. Motivo fué lo último, esto es, la creencia en
las citadas malas artes, para que peleasen con saña dos o más tribus.
Refieren las crónicas que a veces se presentaba el médico o hechicero
llevando la cara y cuerpo cubiertos con una piel de oso, adornada con
objetos ridículos, en la mano izquierda un lanzón y en la derecha un
tambor... Con trajes tan raros y con danzas y contorsiones, cantos,
conjuros y rugidos, untos y brujerías, creían que se marchaban las
enfermedades. Si la credulidad del indígena no tenía límites, tampoco
tenía límites la habilidad del médico o hechicero. Afirman los autores
que los medios extranaturales se hallaban más usados en la América del
Norte y en la Central que en la del Sur. Los secretos medicinales
pasaban de los padres a los hijos. Los médicos eran a la vez sacerdotes
y hechiceros.

Los indios, ya cultos, ya incultos, llevaban amuletos, a los cuales
atribuían virtudes sobrenaturales.

Por lo que a la religión respecta, el indio adoró a un Dios que tenía
alguna semejanza con el panteísta de los pueblos orientales. Mediante
ruegos y plegarias, el salvaje procuraba constantemente aplacar
la supuesta cólera de sus dioses. ¿Era general la idea de Dios en
América? En este punto no se hallan conformes los cronistas. Al paso
que algunos sostienen que no se consideraba general ni mucho menos,
otros dicen que todas las tribus, aun las más salvajes, adoraban a sus
dioses. Se ha dicho con algún fundamento que las religiones americanas
fueron principalmente astrolátricas. Lo fueron las de las tribus más
adelantadas; así la de los aztecas y otras adoraban al Sol como origen
de todo bien, y los incas prestaban culto al Sol, a la Luna y a las
Estrellas. Otras muchas tribus adoraban a los elementos. Los mismos
mejicanos e incas consideraban el fuego como sagrado, los chibchas
creían que era sagrada el agua de los ríos y lagos, y los iroqueses
adoraban a los vientos. El salvaje veía a su dios en todas partes, en
la luz, en las tinieblas, en la tempestad y en el Océano. El murmullo
del viento entre las hojas, el crugir de las ramas y el ruido de los
troncos, fueron considerados por el indio como voces misteriosas del
espíritu que moraba en los árboles. Los árboles grandes y solitarios
inspiraban veneración profunda. También el culto de la piedra fué
practicado por los americanos. Los dakotas pintaban de rojo las piedras
que consideraban sagradas y les ofrecían sacrificios y, en general,
el indio, de cualquier tribu que fuese, conservaba con veneración
piedras de formas, colores o propiedades para él extrañas. Tales
piedras fueron convertidas por el indio en _fetiches_ o en prodigiosas
medicinas para determinadas dolencias. Objeto de especial devoción
eran ciertos animales, siendo la culebra el animal que, entre todos
los sagrados, recibía universal homenaje. El fetiche era para el indio
verdadero ídolo; de modo que, en la Historia de los americanos no cabía
distinguir la idolatría del fetichismo. El Diablo fué adorado o temido
en la mayor parte de los pueblos. Afirmaban algunos que se les había
aparecido bajo horrible aspecto y hablándoles con ronca voz. Creían
muchos--de igual modo que los hebreos--que el Diablo entraba en el
cuerpo del hombre. Así explicaban ciertas enfermedades, y por esto,
unos le invocaban y otros le conjuraban. No se presentaba el Diablo de
igual manera ni bajo la misma forma en todas partes. Decían unos que se
presentaba en figura de serpiente, otros de tigre, algunos de hombre,
no pocos de zumaya o de halcón, murciélago, etc. Del mismo modo la
creencia en el dualismo y en el antagonismo de Dios y el Diablo era
frecuente en América.

Según la tradición iroquesa, la humanidad bajó del Cielo a la Tierra.
Dos mellizos, hallándose todavía en el claustro materno, bajaron al
mundo. Eran enemigos, lo mismo en el vientre de la madre que en la
tierra. Llamábase el primero _Enigorio_ y el segundo _Eningonhahetgea_;
aquél representaba el espíritu del Bien y éste el del Mal. Representaba
Enigorio la bondad y Eningonhahetgea la maldad. Enigorio creó el Sol
y la Luna; llenó la tierra de arroyos y de ríos; pobló de mansos
animales el suelo, el aire y las aguas; formó de barro al hombre
y la mujer, infundiéndoles vida y alma, dándoles por sustento los
frutos de la naturaleza. Eningonhahetgea, en tanto, erizó la tierra
de rocas y de barrancos, despeñó las aguas, esparció por todas partes
tigres, serpientes y lagartos; quiso sacar del barro dos seres a su
semejanza y sólo sacó dos monos; para crear hombres, tuvo que pedir
a Enigorio que les dotara de alma. Continuó la lucha entre los dos
hermanos, acordando al fin acabar de una vez mediante un duelo. Dos
días seguidos pelearon, cayendo al cabo de ellos vencido y casi muerto
Eningonhahetgea. Desaparecieron de la tierra los dos rivales; pero
continuaron siendo, el uno, el genio del bien y el otro el genio del
mal. Semejante doctrina tiene más semejanza con la persa que con la
hebrea. Enigorio y Eningonhahetgea de los iroqueses no son el Dios y
el Diablo, ni los ángeles y los demonios de la Biblia, sino el Ormuz
y el Ahrimán de Zoroastro. No es esto decir que fuese la misma la
doctrina americana que la contenida en el Zendavesta. La lucha entre
Ormuz y Ahrimán, entre la luz y las tinieblas, debía terminar con la
victoria del primero: pero entre el Dios y el Diablo de muchas razas
salvajes del Nuevo Mundo, no acabaría nunca, o la guerra entre los
dos sería eterna. Dichas razas--y la doctrina no deja de tener cierto
gusto positivista--rendían preferente culto al Espíritu del Mal,
fundándose en que el del Bien siempre era propicio a los hombres. Los
indios querían tener contento al que podía hacerles daño e importábales
poco o nada el que por su naturaleza tenía que hacerles beneficios.
Aztecas, peruanos, quichés y otros pueblos dirigían plegarias a los
dioses, pidiéndoles protección y amparo, salud y ventura, ayuda contra
los enemigos, agua para regar los campos, alimento para los inocentes
niños que no andan y están en sus cunas, consuelo a los hombres, a los
brutos y a las aves que habitan en la tierra. El dacota se contentaba
con decir cuando iba de caza: _Espíritu de los bosques, compadeceos de
mí y enseñadme dónde encontraré el búfalo y el ciervo. Espíritu de los
vientos_--repetía al entrar en un lago--_dejad que cruce sano y salvo
estas profundas aguas_.

Acerca de la actitud en que oraban los mejicanos, era, unas veces
arrodillados, otras en cuclillas, algunas, vuelta la faz a Oriente, y
también, en solemnes fiestas, postrados a los pies de sus ídolos. Los
peruanos se ponían en cuclillas, las manos altas y dando besos al aire.
Los quichés se contentaban con levantar el rostro al cielo.

Respecto a las ofrendas estaban en relación con las riquezas del que
las daba. Aztecas e incas ofrecían a sus dioses ricas joyas de oro
y de plata; los quichés deponían en los altares de sus divinidades
provisiones de boca o mercancías. El pobre, en todos los pueblos
citados, se contentaba con dar modesta torta o sencilla flor. Entre las
razas salvajes, el dacota, por ejemplo, se limitaba a dirigir al cielo
la primera bocanada de humo que salía de su pipa.

La ofrenda de los seres vivos debió ser general en América. Brutos y
aves se ofrecían por las razas cultas y por las salvajes. La codorniz
era en México la víctima predilecta; ovejas y carneros en el Perú;
lobos, ciervos, perros y otros en las razas salvajes.

De igual modo los aztecas sacrificaban hembras y varones, adultos
y niños; los peruanos apenas hicieron tales sacrificios; la
misma costumbre observaron los indios de la América Central y de
la Meridional. Los prisioneros de guerra y los esclavos fueron
principalmente las víctimas propiciatorias.

La penitencia se hallaba establecida de un modo o de otro, y consistía
en el ayuno, la abstinencia de algunas comidas, el apartamiento de les
placeres sensuales y el martirio del cuerpo. Dícese que algunos pueblos
conocieron la confesión, la comunión y la circuncisión.

El cuerpo humano--según el indio--era sólo envoltura de otro ser dotado
de facultades misteriosas. Creía el indio que todo el mundo material
tenía inteligencia y sensibilidad; los animales todos oían los ruegos
de los hombres. Confundían a menudo la inteligencia y sensibilidad con
la vida. Pensaban que el hombre, al nacer, recibía del aire el aliento,
la existencia; aliento o existencia que perdía poco a poco hasta morir.

Casi todas las tribus de América admitían en el hombre un ser
interior que le daba vida e inteligencia. No sabemos si lo suponían
inmortal, afirmando por lo menos que sobrevivía al cuerpo. Dícese
que los otomíes y los miwocos de la América del Norte veían en la
muerte el completo acabamiento del hombre, y lo mismo se piensa de
algunas tribus del valle del Sacramento. También se afirma que lo
mismo pensaban algunas tribus de Sinaloa, varias de los columbios de
tierra adentro y otras de los hiperbóreos. Sostenían los acagchemenes
que el hombre, al tiempo de nacer, recibía del aire el aliento, la
respiración, la existencia; todo esto lo iba perdiendo a medida que
envejecía, y al morir los dejaba confundidos en aquel vasto mar de
la vida. No carece de originalidad teoría tan peregrina. Sospéchase
de igual manera que en la América Central se hallaban tribus que no
creían en el alma. El alma, a los ojos de los americanos, era el aire,
el viento, la respiración, la sombra, la imagen, el corazón, la vida
y la inteligencia. Acerca del sitio donde residía, según unos, en
el corazón; según otros, en la cabeza; había pueblos que decían que
estaba en los ojos, y algunos afirmaban, por último, que residía en los
huesos. Después de la muerte--decían algunos pueblos--salía del cuerpo
y corría a nuevas regiones; según otros, se convertía en ángel de los
que amó o en demonio de los que aborreció; sostenían muchas gentes que
las almas transmigraban, no sólo a cuerpos de hombres, sino a cuerpos
de otros seres. La del que había muerto en batalla, se convertía--así
lo contaban los aztecas--en pájaro de rico plumaje que libaba las
flores de los vergeles del cielo o venía a sustentarse con las de
los jardines de la tierra. En vistosas aves y también en estrellas
se transformaban--según creencia de los tlaxcaltecas--las de noble
alcurnia, y en escarabajos u otros insectos las de la obscura plebe. En
serpientes de cascabel suponían los apaches encarnadas las almas de los
réprobos, convirtiéndose igualmente--según dichos salvajes--en osos,
lechuzas y otros animales. Del mismo modo se creía por la generalidad
que las almas, después de morir el cuerpo, iban a regiones más o menos
felices.

Dichas regiones las suponían muchos pueblos en la misma tierra, ya
al Oriente, ya al Occidente, ora en lugares subterráneos, ora en el
cielo. No faltaron pueblos que para los justos concibieron un paraíso y
para los pecadores un infierno. Con el inca Garcilaso diremos que los
peruanos daban a las buenas almas el cielo y a las malas el centro de
la tierra.

La creencia en la inmortalidad del alma originó la costumbre de
enterrar los cadáveres con sus armas, vestidos, etc., y a veces con
sus caballos y hasta con sus esclavos y mujeres, para que el muerto
pudiera presentarse en el otro mundo con la misma dignidad que gozó en
la tierra.

Sin embargo de todo lo expuesto acerca del alma humana, trasladaremos
aquí la siguiente nota manuscrita de Pi y Margall y con la cual
terminaba el capítulo LXXXVI: «Verdadera noción del espíritu no la
tenía pueblo alguno de América»[253].

       [253] _Historia de América_, vol. II. pág. 1.371.

Tuvieron verdadera y transcendental importancia entre los americanos
los _sueños_ (naturales o provocados). Mediante los sueños se ponían
en comunicación directa con los dioses, según pensaban los indios. Esto
dió un carácter especial a la vida del salvaje, carácter que podemos
calificar de irreal y absurdo.

Creían en la vida futura, considerando la muerte como tránsito a otra
vida. Moría el cuerpo; pero lo que constituía la individualidad pasaba
a otro mundo astral.

Las sepulturas tenían varias formas. Se colocaban los cadáveres en
cisternas, en sepulcros, en grutas y en cavernas, bajo montículos,
entre las ramas de los árboles, en elevadas plataformas, etc. Algunos
pueblos quemaban a sus muertos.

Manifestaban los parientes o amigos su dolor con gritos, quejas,
lastimándose el cuerpo, etc., y hacían esto para aplacar la cólera
del alma vagabunda. Infundían los muertos, más que respeto, temor.
Frecuentes eran también las ofrendas. Se acostumbraba poner víveres
junto a los muertos, como igualmente armas y herramientas; a veces
joyas. «Por estos valles del Perú--escribe Cieza--se usa mucho enterrar
con el muerto sus riquezas y cosas preciadas, y en los pasados tiempos
hasta se le abría la sepultura para renovarle la comida y la ropa.
Mucha cantidad de oro y plata sacaron de estas huacas los españoles
luego que ganaron este reino; y, al decir de los indígenas, lo que
entonces y después sacaron es para lo que continúa oculto, lo que para
una gran medida de maíz un puñado y para una gran vasija de agua una
simple gota». Lo mismo que en el Perú halló Cieza, mucho más al Norte,
en los sepulcros esta abundancia de riquezas. Hállanse hoy los museos
de Berlín, de París, de Lima, de otros pueblos de América y de Europa
llenos de objetos de oro, de plata, de bronce, de piedra y de otras
substancias de las vastas necrópolis de Ancón, Chancay y Pachacamac.
Se han descubierto en ellas vasos y brazaletes de oro, de plata, de
bronce; sortijas y collares de plata e imitaciones de hojas de coca en
oro; alfileres y depiladores de plata; pedazos de plata y de bronce;
hachas y flechas; flautas y pájaros de hueso; muchos objetos de barro,
etc. En la isla de Hayti solíase encerrar con los difuntos, además de
cazabe y un cántaro de agua, joyas y armas. En América del Norte los
pueblos establecidos hacia el Atlántico observaban la citada costumbre.

Hemos de registrar del mismo modo, que como en la otra vida los reyes
y los señores podían echar de menos el cariño de sus mujeres y el
servicio de sus criados, se hizo indispensable que mujeres y criados
muriesen al mismo tiempo que dichos reyes y señores. Si en las tribus
de la América del Norte casi estaban reducidos los duelos a cantos,
lloros y alaridos, llama la atención que en Michoacán (Estado de
México), después de quemar el cadáver del monarca, se daba un banquete
a todos los que le habían llevado a la hoguera y un paño de algodón
para limpiarse el rostro. Cinco días habían de permanecer sentados, la
cabeza baja y en absoluto silencio. Si de la penitencia se exceptuaban
los grandes, en cambio tenían que velar y llorar de noche en la tumba.
En los citados cinco días los hogares estaban tristes y las calles
desiertas.

Entre algunas tribus salvajes de la Carolina, cuando alguien moría, se
reunía la familia y los individuos invitados, para oir una especie de
oración fúnebre. A los soldados muertos en batalla se les tributaba
mayores honras. Cuando moría un cacique se cortaban la cabellera todos
los vasallos, varones y hembras, y guardaban tres días de abstinencia y
luto.

Entre los algonquines consistía el luto en abstenerse de concurrir
a los banquetes y fiestas y en no cortarse el cabello. Daban otros
pueblos mayores muestras de dolor, debiendo citarse los tacully, en
cuyo pueblo la viuda había de llevar, durante dos años, en un saco,
las cenizas y los huesos no quemados de su marido, teniendo que ir
también vestida de andrajos. Por último, entre los natextetanos de la
América del Norte, se hallaba la familia de los tinnehs, cuyas mujeres
se mutilaban la falange de un dedo cuando moría cualquiera de sus
parientes. No se cortaban los hombres los dedos; pero se rapaban la
cabeza y se herían el cuerpo con pedernales.

En la América Central, al morir un jefe o cualquiera de su familia,
era llorado cuatro días por los súbditos, quienes de día estaban
silenciosos y de noche daban grandes alaridos. El gran sacerdote, al
amanecer el quinto día, les ordenaba que no continuasen en sus tristes
demostraciones o lamentos, asegurándoles que el alma del muerto estaba
ya con los dioses. En Guatemala el viudo se pintaba de amarillo el
cuerpo, y entre los mozquitos todos los individuos de la familia se
cortaban el cabello cuando fallecía uno de sus deudos; sólo se dejaban
una tira de la nuca a la frente. La viuda, entre los mozquitos, daba
con su rostro en el suelo hasta chorrear sangre.

Acerca de la América del Sur, dejando de contar los duelos en el Perú y
en otros puntos, los cuales quedaban reducidos a llantos y a muestras
de sentimiento parecidas a las ya dichas, citaremos los duelos con
sangre, tan comunes en toda América, lo mismo en la del Norte, que
en la Central y en la del Sur. Entre los charrúas de la América del
Mediodía, la viuda por el marido, la hija por el padre y la hermana por
el hermano, se cortaban la falange de uno de sus dedos y se clavaban
varias veces en brazos, pechos o costados la lanza o el cuchillo del
muerto.

De un diluvio o general inundación tuvieron noticias más o menos vagas
muchas tribus, como ya indicamos en algunos capítulos de este tomo.

Terminaremos esta breve reseña de las ciencias y religión de los
antiguos americanos, no sin decir antes que nos asaltan dudas acerca
de ciertos asuntos. ¿Habremos dicho la verdad? No lo sabemos. ¡Es tan
obscura la historia de América antes de la conquista de los españoles!

No quedan grandes vestigios de la vida literaria de los indios. No
obstante, por la tradición oral sabemos que se distinguieron bajo el
punto de vista de la oratoria los araucanos al Sur y los iroqueses al
Norte. Unos y otros daban y dan aún brillante colorido a sus arengas;
tenían y tienen todavía mucho cuidado porque su lenguaje sea puro y su
estilo enérgico. Como muestra, trasladaremos aquí el siguiente párrafo
del discurso que el jefe de los onondagas dirigió en 1684 al enviado de
Dorgan, pues anteriores a la conquista nada conocemos.

«Corlear[254]: Ononthio[255], me adoptó por hijo, como hijo me trató
en Montreal y como hijo me dió el traje que visto. Juntos plantamos
allí el árbol de la paz, y juntos lo pusimos en Onondaga, a donde envía
siempre sus mensajeros. Hacían ya otro tanto sus antecesores, y ni a
ellos ni a nosotros nos pesa. Tengo dos brazos: extiendo el uno sobre
Montreal para sostener el árbol que allí plantamos, el otro sobre la
cabeza de Corlear, que es, hace tiempo, mi hermano. Corlear es mi
hermano, y Ononthio mi padre; pero sólo porque quiero. Ni el uno ni
el otro son mis señores, y del Creador del mundo recibí la tierra que
ocupo. Soy libre. Respeto a los dos, si bien no reconozco en ninguno
el derecho de mandarme. No lo tiene tampoco ninguno de los dos para
quejarse de que yo procure por todos los medios posibles evitar la
guerra. Tomóse mi padre (Ononthio) el trabajo de venir a mi puerta
y siempre me hizo proposiciones razonables. Voy a verle: no puedo
diferirlo más tiempo»[256].

       [254] Corlear era súbdito inglés.

       [255] Ononthio era natural de Francia.

       [256] Véase Pi y Margall, Ob. cit., tomo I, cuaderno II, pág.
       1.730.

Notables son también algunas leyendas y baladas y cantos de amor, lo
mismo de los pueblos cultos que de los salvajes. Netzahualcóyotl, rey
de Tezcuco, fué gran poeta y compuso hermosos cantos. Así comienza uno
de ellos: «Son las caducas pompas del mundo como los verdes sauces,
que por mucho que quieran durar perecen, porque los consume inesperado
fuego, o los destroza el hacha, o los derriba el cierzo o los agobian
los años. Como las rosas es la púrpura por su color y su suerte; son
bellas ínterin sus castos botones recogen y guardan avaros el rocío que
cuaja en ricas perlas la aurora; se marchitan, pierden su hermosura,
su lozanía y el encendido color con que agradablemente se ufanaban,
luego que les dirige el padre de los vivientes el más ligero de sus
rayos...»[257].

       [257] Pi y Margall, ob., t. y cuad. citados, pág. 1.743.

En el Perú floreció la poesía lírica y también la dramática. De
la última puede servir de ejemplo el drama que lleva el título de
_Ollanta_[258]. El protagonista del drama se llama _Ollanta_, famoso
guerrero, que se había enamorado de Kusi-Khóyllur, hija del inca
Pachacútij[259]. Encontramos las siguientes frases pronunciadas por
Ollanta: «Sería más fácil hacer brotar agua de una roca y arrancar
lágrimas a la arena que hacerme abandonar a mi Kusi-Khóyllur, la
estrella de mi ventura.»

       [258] _Ollantay_ escriben otros.

       [259] O Cusi Coyllur, hija de Pachacutec.

El drama, escrito en el quechua, fué traducido al francés por el señor
Pacheco Zegarra. Acerca del autor del drama nos asaltan algunas dudas.
¿Se escribió antes o después de la conquista? ¿Se halla probado que el
autor pertenecía a la raza indígena o lo escribió D. Antonio Valdez,
cura de Tinta, quien lo hizo representar en la corte del desgraciado
Tupac-Amaru? Sólo afirmamos que el autor, sea el que quiera, conocía
perfectamente el lenguaje; tal vez fuese algún misionero versado en el
quechua, pudiéndose sospechar con fundamento que se escribió después
de la conquista. El inca Garcilaso en sus _Comentarios Reales_ afirma
que no era raro que religiosos españoles, principalmente jesuítas,
compusieran comedias en quechua y aimará.

De la citada composición dramática escribe Pi y Margall lo que sigue:

«Ollanta, según la tradición, era uno de los más poderosos caciques
de Tahuantinsuyu. Vivía en la ciudad de su mismo nombre, a no gran
distancia del Cuzco, al abrigo de una vetusta fortaleza construída en
la cumbre de un áspero y empinado cerro. Enamoróse de Cusi Khóyllur,
hija de Pachacutec, y fué, para desgracia de ambos, correspondido.
Al advertirlo el Inca, trató con gran rigor a la hija y la encerró,
quién dice que en un calabozo, quién que en el monasterio de vírgenes
consagradas al Sol. Ciego el cacique Ollanta de amor y cólera, concibió
nada menos que la idea de ganar a Khóyllur por la fuerza de las armas.
Se sublevó contra su soberano, y alcanzó al principio brillantes
triunfos. Derrotado después, se hizo fuerte en su castillo, verdadero
nido de águilas. Sostúvose allí algún tiempo, desplegando un valor y
una estrategia que no se esperaba de sus años, siendo al fin vencido y
preso por uno de los mejores generales del Imperio. Estaba ya entonces
sentado en el trono de Cuzco Inca Yupanqui. Inca Yupanqui, no sólo le
perdonó, sino que también le dió la mano de Cusi Khóyllur, su infeliz
hermana»[260].

       [260] Véase Pi y Margall, Ob. cit., tomo I, vol. I, pág. 401.

No hay en él--escribe el citado historiador--reminiscencias católicas,
y habría sido difícil que en una composición literaria se hubiese
dejado de escapar una que otra de la pluma de un español de aquel
tiempo. Retrátase en él, por lo contrario, con fidelidad pasmosa y
verdadero cariño las creencias, el culto y aun las supersticiones de
los antiguos peruanos; y esto, sobradamente lo comprenderá el lector,
habría sido todavía más difícil para nuestros hombres. El lenguaje es,
además, puro y clásico: ¿qué extranjero había de conocer tan a fondo
aquél idioma? ¿Con qué objeto lo habría estudiado?[261].

       [261] Ob. cit., vol. II, pág. 1.749.

Después de decir el autor de la _Historia general de América_ que si
los versos parecen castellanos por el número de sílabas, no lo son por
sus condiciones prosódicas, y si hay frases que parecen acusar manos
españolas, como también un gracioso bastante parecido al de nuestras
antiguas comedias, esto no es bastante motivo para creer la obra ni
extranjera, ni posterior a la conquista. Pudo sí ocurrir que la obra
con posterioridad a la conquista sufriese enmiendas y correcciones,
cosa no sólo posible, sino también probable.

Es de advertir que la afición a los espectáculos teatrales no era
exclusiva de los peruanos; la tenían los mayas, los nahuas y otros[262].

       [262] Ibidem, págs. 1.749 y 1.750.

De los bailes-dramas, tan estimados entre algunos pueblos americanos,
citaremos el _Rabinat-Achi_, que recogió Brasseur de boca de los
indígenas y publicó en su _Colección de documentos_, volumen segundo.
El Rabinat-Achi es un documento interesante y se halla escrito en
lengua quiché. Su argumento, sumamente sencillo, consiste en que
Rabinat-Achi, valeroso guerrero, consiguió poner preso a Queche-Achi,
enemigo de su pueblo. Llevado Queche-Achi a la presencia del rey
Hobtoh, cuando se convence que ha de morir, pide, entre otras gracias,
que se le conceda trece veces veinte días y trece veces veinte noches
para ir a despedirse de sus montañas y de sus valles. Obtuvo el permiso
y cumplió valerosamente lo que había ofrecido. Los bailes-dramas
fueron generales en toda la América Central antes de la conquista y
continuaron después de ella con el mismo entusiasmo. De unos y de otros
se conservan ligeras noticias.

Respecto de las razas salvajes casi nada sabemos, pero llegamos a
creer que sólo tuvieron el baile pantomímico. No pudieron tener otra
cosa[263].

       [263] Ibidem, pág. 1.752.



CAPÍTULO XIII

  LAS BELLAS ARTES ENTRE LOS INDIOS.--CARÁCTER DE LAS BELLAS
  ARTES EN MÉXICO Y EN EL PERÚ.--MATERIALES EMPLEADOS EN LOS
  MONUMENTOS.--LAS PIRÁMIDES.--RELACIONES ENTRE LOS MONUMENTOS DE
  AMÉRICA Y LOS DEL ANTIGUO MUNDO.--LOS TEMPLOS: EL DE MÉXICO.--LOS
  PALACIOS.--MONUMENTOS DE MITLA.--RUINAS DE PALENQUE.--ORATORIOS
  DE OCOTZINGO.--ESTATUAS DE PALENQUE.--PIRÁMIDES DE
  AKÉ.--OTROS MONUMENTOS.--LOS MONUMENTOS DE YUCATÁN Y DE
  HONDURAS.--CONSIDERACIONES SOBRE LOS TEOCALLIS.--SU SEMEJANZA CON
  OTROS DEL ASIA.--LA FALSA BÓVEDA EN AMÉRICA.--LA ARQUITECTURA EN
  EL PERÚ: MONUMENTOS PRE-INCÁSICOS Y DE LOS INCAS.--EL TEMPLO DEL
  CUZCO.--OTROS EDIFICIOS.--LA ARQUITECTURA PERUANA Y LA DEL VIEJO
  CONTINENTE.--LA ESCULTURA.--EL DIBUJO Y LA PINTURA.--LA MÚSICA EN
  MÉXICO Y EN EL PERÚ.--LAS BELLAS ARTES EN BOLIVIA Y EN LA AMÉRICA
  CENTRAL.--EL CANTO: EL AREITO.


Antes de fijar nuestra atención en las construcciones arquitectónicas,
recordaremos que en las tres Américas (Meridional, Central y
Septentrional), se hallan cuevas más o menos profundas que fueron un
día, unas albergue de vivos, otras tumba de muertos y algunas templo de
dioses.

También en varios puntos de América se ven puentes naturales, ya
formados por árboles seculares, ya por grandes rocas. Consisten los
primeros en que un árbol, nacido en la margen de un río o torrente,
cae sobre la opuesta ribera y forma un puente sobre el cual pasa el
indígena. Pero no son esos los puentes que llaman más la atención en
las Indias: lo son los dos de roca viva de Icononzo, tendidos sobre el
profundísimo valle de Pandi y por el cual corre el torrente de Suma
Paz. Comunícanse los dos puentes: el uno está a más de 97 metros sobre
el nivel de las aguas y forma un arco que mide 14-1/2 de longitud, 12
con 7 decímetros de anchura, 2 con 4 de espesor en su centro; el otro
puente se halla sobre el torrente a unos 78 metros y se compone de tres
masas de rocas, haciendo oficio de clave la del medio. Tales puentes
deben ser obra de la naturaleza, como obra de la naturaleza son los
montes y los valles.

Pasando a estudiar la arquitectura propiamente dicha, haremos notar
primeramente la poca o ninguna relación artística que ha mediado
entre México y el Perú, dada la distancia tan corta que los separa.
Diferente es el camino que siguió el arte en México y en el Perú. Si
atendiésemos a imperiosas necesidades de la localidad, al clima, por
ejemplo, resultaría que debieran hallarse en México muchos edificios
del Perú, y en el Perú muchos de México. Ya sabemos que en sus
orígenes, las construcciones son, ya de piedra, ya de madera o ya de
ambas cosas. Pues bien, en ciertas localidades se comprende el empleo
de la piedra y la madera o el sistema mixto; pero no--y esto sucede
frecuentemente--que unos edificios sean sólo de piedra y otros de
madera.

Tal vez pueda explicarse todo esto no olvidando que Manco Capac, en el
Perú, y Quetzalcoatl en México, fundadores el primero de aquel Imperio
y el segundo del último, son extranjeros. Ellos y su gente importaron
la cultura de su primitivo país a sus nuevos Estados, y no teniendo en
cuenta las condiciones de las ciudades peruanas y mejicanas, levantaron
edificios como los que habían dejado en su antigua patria. Peruanos
y mejicanos dieron a sus obras formas artísticas diferentes, que,
mediante transiciones y modificaciones, llegaron al estado de relativa
perfección.

Los materiales empleados en los monumentos eran los mismos que los
usados en Europa, esto es, la tierra, la arcilla, la madera, la cal,
la arena, el betún y la piedra; el adobe y el ladrillo; la argamasa,
el cemento y el estuco. Usábase también de los mismos aparejos: el
tapial, el hormigón y la mampostería; el sillar paralelepípedo, el
ciclópeo y el almohadillado; la sillería de juntas en cruz y la de
juntas verticales; los revoques y los enlucidos[264]. No huelga decir
que tales construcciones no se hallan en los pueblos salvajes. Si
encontramos la columna en muchos edificios de los pueblos cultos, el
arco no fué conocido en ningún pueblo. En frisos y cornisas vemos
riqueza considerable, y, por lo que respecta a los huecos, sólo por las
puertas recibían la luz la mayor parte de los edificios. Las puertas
eran rectangulares y algunas cuadradas, y las ventanas, donde las
había, presentaban la misma forma que las puertas. Como los grandes
edificios, especialmente los templos, se edificaban en sitios elevados,
para subir a ellos se recurría a la rampa o a la escalera. Los tramos
eran, generalmente, rectos, las escaleras angostas y los escalones
altos. Los pasamanos, como los escalones, estaban construídos de piedra.

       [264] Véase Pi y Margall, Ob. cit., vol II. págs. 1.801 y
       1.802.

Abundaban las pirámides y, entre otras, llamaban la atención la del
Sol y la de la Luna en Teotihuacán, la de Cholula, la de Teopantepec
y la de Huatusco. Acusan marcado adelanto las de Huatusco, Papantla,
Xochicalco y Tusapán. La de Tusapán es perfecta. «Sólo éstas--dice
el historiador citado--merecen el nombre de pirámides. Las demás
no tienen ni siquiera oblicuas las aristas de los diversos altos
que las componen. Son todas, no secciones piramidales, sino
paralelepípedos-rectángulos, de abajo arriba, el uno menor que el otro.

Escaseaba en Egipto este género de construcciones; abundaba en la
cuenca del Tigris y del Eufrates, en los antiguos reinos de Asiria
y Babilonia. Herodoto vió el templo de la ciudad de este nombre y
lo describió en el párrafo 181 del libro primero de su Historia. El
templo, según él, era cuadrado en su base, y medía en cada uno de sus
frentes dos estadios, 370 metros. En medio de esta base se alzaba una
torre maciza de un estadio de longitud y otro de anchura; sobre ésta,
otra; sobre ésta, otra; y así sucesivamente, hasta el número de ocho.
Alrededor de todas había una rampa, y como a la mitad un relleno con
asientos para descanso de los que subían. En la última torre estaba el
santuario. A juzgar por las ruinas que aún existen, debió de ser esta
forma de construcción, tan general y típica en aquella parte del Asia
como en América. Lo hubo de ser hasta en la Pérsida. Nos lo revela el
sepulcro de Ciro que cabe aún ver en lo que fué ciudad de Pasárgada.
Véase el tomo II de la obra _Histoire de l'Art dans l'Antiquite_,
principalmente el capítulo II y el IV»[265].

       [265] Nota de Pi y Margall, escrita por él mismo en su
       _Historia de América_, volumen segundo página 1.825.

Al oeste de Puebla de los Angeles se encuentra la citada pirámide de
Cholula. Antes de pasar adelante, consignaremos que las pirámides
de Teotihuacán son de tierra, arcilla, argamasa y guijarros; la de
Cholula, de adobes; la de Huatusco, está revestida de piedra, y la de
Xochicalco, es de sillería.

Respecto a templos, tal admiración causó a Hernán Cortés el mayor
de México, que suyas son las siguientes palabras: «al es--decía el
insigne capitán--su grandeza, que no lo sabría explicar lengua humana:
dentro de su circuito se podría muy bien facer una villa de quinientos
vecinos. Hay bien cuarenta torres muy altas, la mayor más alta que
la de la catedral de Sevilla. Son todas de tal labor, así en lo de
piedra como en lo de madera, que no pueden estar en parte alguna mejor
labradas ni hechas.»Comenzóse su fábrica por Tizoc, el año 1483, y fué
inaugurado por Almitzotl, el 1487. Dentro de vasta cerca, coronada
de almenas, había 33 templos, siete casas para otros tantos colegios
de sacerdotes, seis oratorios, una hospedería, cuatro albercas, dos
juegos de pelota y otras habitaciones, sin contar los muchos patios,
alguno tan grande que medía más de 130 metros en cuadro. Otro palacio
no menos digno de memoria describe Cortés. En él dice que tenía
Moctezuma un jardín con miradores que del suelo al techo eran de jaspe.
En dicho jardín había diez albercas y en ellas se mantenían muchas aves
acuáticas. Los leones, tigres, lobos y otras fieras, como también las
aves de rapiña, tenían sus correspondientes albergues. Otros palacios
con sus jardines se levantaban en Tezcuco, en Toxcutzingo y en la
Quemada. En el Estado de Oajaca, en el fondo de un valle, y en medio
de un semicírculo de agudos picachos, se hallan los monumentos de
Mitla. Estas antiguas necrópolis consisten en cuatro grandes fábricas,
llamadas comúnmente palacios, y dos pirámides que se consideran como
altares o templos. «Examinados en conjunto--dice Pi y Margall--los
cuatro monumentos, asombra a la verdad su rigor geométrico, la pureza
y la energía de sus líneas, la precisión de sus ángulos, la simetría
y harmónica disposición de sus partes, el corte y las juntas de sus
piedras que hicieron inútil la argamasa, las combinaciones de sus
mosáicos, también sujetos a medida. No cabe regularidad mayor que la de
esas singulares construcciones»[266]. Las dos pirámides, la una está
situada al Oeste de la primera necrópolis, y la segunda al Sur de la
última; aquélla consta de cuatro pisos y ésta de tres.

       [266] _Historia general de América_, vol. II, pág. 1.839.

Pasamos a estudiar las ruinas de Palenque, restos de antigua ciudad
llamada Nacham, y que--según Dupaix--tenía de extensión unos doce
kilómetros. A la sazón--si damos crédito a Waldeck--apenas llega a
cinco. Se hallan en territorio de Chiapas, orillas del Otolúm, de 11 o
12 kilómetros al Sudoeste de Santo Domingo, en las colinas de un valle
y a la entrada de una serranía de la que bajan abundantes arroyos.
Cinco son los principales y ruinosos monumentos: el Palacio, el templo
de la Cruz, el del Sol, el del Relieve y el de los Tableros.

Hay, además, muros aislados, arranques de edificios, sillares sueltos
y dos pirámides. Al Norte está el Palacio; al Sur, y casi en la línea
del Palacio, el templo del Relieve: al Sudeste, los del Sol y la Cruz;
al Sudoeste, el de los Tableros, y a unos 3.500 pasos al Mediodía de
la última casa Nordeste de Santo Domingo, las dos pirámides. Levántase
el Palacio casi a la margen del Otolúm, sobre una mole piramidal de
78 por 86 metros de base y 11 o 12 de altura; el Palacio mide de alto
8 metros y de base 50 por 35. En sus cuatro frentes lleva 40 huecos,
distinguiéndose las puertas sólo por la mayor anchura. Las talladas
losas, numerosas tumbas y gigantescas estatuas, han hecho que algunos
arqueólogos hayan creído que el citado lugar fuera sagrado, donde se
congregaba un pueblo de devotos y residía el alto sacerdocio de los
mayas[267].

       [267] Véase Navarro Lamarca, ob. cit., págs. 273 y 274.

En Ocotzingo, allá en la vertiente de pequeño cerro, al que se sube por
espaciosa y casi desmoronada gradería, se levantan tres adoratorios,
dos pequeños y uno mayor central; y en segundo término, la arquitectura
de los mencionados oratorios es del mismo gusto que la de Palenque.

Dentro del territorio de Yucatán, que es donde se descubren más restos
de edificios antiguos, se ven muchos monumentos que afectan la forma
piramidal.

Las dos estatuas de Palenque, según algunos críticos, hubieran podido
también aparecer en Egipto sin llamar la atención de los arqueólogos.
¿Serán casuales las semejanzas entre los monumentos del Antiguo y
del Nuevo Continente? Es evidente que en los comienzos de la cultura
primitiva, la humanidad ha debido desplegar sus energías del mismo
modo, siempre que se haya encontrado en condiciones semejantes,
por cuya razón no causa extrañeza la semejanza entre los edificios
americanos y los del Antiguo Mundo. Cuando el arte ha llegado a su
completo desarrollo, entonces no existen ciertas analogías, pues--como
dice Riaño--«nunca se da el caso en la historia del arte de que
aparezcan en distintas localidades, debido a la casualidad, formas y
pormenores que representan las más veces muchos siglos de cultura»[268].

       [268] _El arte monumental americano._ Conferencia pronunciada
       en el Ateneo de Madrid el 26 de mayo de 1891, pág. 13.

Como a 40 kilómetros al Este de Mérida, en un lugar llamado Aké,
se encuentran 15 o 20 pirámides de diferentes tamaños, las cuales
sostuvieron palacios hoy completamente derruídos. También en Izamal se
admiraban varias pirámides, llamando particularmente la atención la de
Kinichkakmó, que tenía dos pisos, veinte escalones, ancha plataforma y
detrás una plazoleta con otro cerro o pirámide que sostenía un templo.
Era redonda por su parte posterior y toda de cantería. Cada escalón
tenía de largo 28 metros y de alto cinco decímetros. Al ocuparse
Charnay de los restos de un camino a la isla de Cozumel, y de otro a
Mérida, dice del último, que era de siete a ocho metros de anchura y
se componía de grandes piedras cubiertas de hormigón y de una capa
de cemento. De cemento era también el camino a la isla de Cozumel.
En Mayapán se admira otro monumento, el cual manifiesta los mismos
caracteres que los anteriores. Las ruinas de Chichén-Itzá ocupan un
rectángulo de 835 metros de largo y 556 de ancho: al Norte está el
templo y, según otros, gimnasio o circo; al Este el Pórtico, y entre
el templo y Pórtico el castillo; al Sur el Acabtzib y la Casa de
las Monjas, más al Norte el Caracol, y al Oeste el Chichanchob o la
Casa Roja. El más antiguo de todos estos edificios y a la vez el más
humilde, es el Acabtzib; y el más moderno y también el más bello, es la
Casa de las Monjas. Debe fijarse la vista en las numerosas e imponentes
ruinas que se descubren en Uxmal, la Atenas de los mayas. Preséntanse
a nuestros ojos, al Norte, el Palacio o Casa de las Monjas, la Casa de
los Pájaros y el cerro del Enano o del Adivino; a Mediodía Las Culebras
o juego de Pelota; más al Sur la magnífica Casa del Gobernador y la
de las Tortugas; al Sudeste la Casa de la Vieja y al Sudoeste la Casa
de las Palomas. Son por más de un concepto notables los monumentos de
Kabah, la Casa Grande de Zayi, los edificios de Labnah, los de Kewick,
y en las costas del Oriente los de Tuloom. El apogeo del arte americano
se encuentra en Yucatán. Algunos autores creen que la arquitectura tuvo
su comienzo en Aké y su fin en Zayi. Al Sur de la Península yucateca se
hallan las ruinas de Tikal. En la margen izquierda del Usumacinta se
ven las ruinas de Lorillard, y en una de las islas del lago Yaxhaa,
aparece especie de torre de cinco altos. En la margen oriental del río
Copán (límites o confines de Guatemala y Honduras), se admiran grandes
ruinas, como también en Quirigua, mucho más al Norte. Las ruinas de
Tenampua, situadas al Sur, tienen bastante parecido a las de Copán.

[Ilustración: Teocalli en Palenque.]

Continuando el estudio de los templos o casas de Dios (Teocallis),
diremos que los encontramos dentro de los valles del río Usumacinta,
que desagua en la bahía de Campeche (golfo de México). Ya sabemos que
de la misma clase hay muchos en México, no siendo tampoco extraño, sino
bastante frecuente, que haya varios en una misma localidad. Todos los
mencionados Teocallis manifiestan la misma forma de pirámide, truncada
en su último tercio, con el fin de dejar una explanada para levantar un
adoratorio, donde estuviesen encerradas las imágenes. Se ascendía al
pequeño santuario por medio de escaleras, las cuales eran diferentes,
manifestándose las mayores variedades en su estructura. Como ejemplos
de tales monumentos dimos a conocer diferentes pirámides, siendo
de notar que es una cuestión todavía no resuelta por los críticos
acerca de si tienen o no cierto parecido o semejanza los Teocallis de
México con las pirámides de Egipto. Creen algunos--y en ello estamos
conformes--que, además de las grandes diferencias en la forma, los
Teocallis son templos y las pirámides son tumbas. Afirma el señor Riaño
que los Teocallis tienen bastante parecido con edificios de la misma
forma levantados en el Thibet, Cambodia y en toda la parte fronteriza
entre la India y la China, como igualmente en otras localidades de
varias regiones del Oriente. Nadie negará--por ejemplo--que los
Teocallis de Tehuantepec y de Xochicalco manifiestan en su estructura y
pormenores verdaderas identidades con los templos en forma de pirámide
de Sukú y de Boso Budhor (isla de Java).

Encontramos otra clase de monumentos antiguos en México, adornados con
trabajos de escultura y pintura, pudiendo servir de ejemplo, entre
otros, los ya citados de Mitla.

No hubo arcos, como sabemos, en la arquitectura americana; pero
en Palenque y Yucatán se abovedaban puertas y salas. Recientes
descubrimientos han corregido la idea que hasta aquí se tuvo sobre el
origen de la bóveda. Atribuíaselo a los Etruscos, y hoy es indiscutible
que la hubo en Egipto, Caldea. Asiria, tierra de Israel, Fenicia y en
las costas de Cerdeña.

Se ha encontrado en casi todo el Occidente de Asia la verdadera y la
falsa bóveda: así la de dovelas como la de piedras horizontales, de la
que acabo de hacer mérito. Ofrece Abydos un ejemplar de la primera en
un sepulcro, y de la segunda en una capilla. En Egipto, sin embargo,
la falsa bóveda era perfectamente semicircular, tanto que algunos la
suponen coetánea y aun posterior a la verdadera. Verdadera o falsa,
aparecía principalmente en los monumentos de ladrillo, en los de los
Ptolomeos y en los de los Faraones.

La falsa bóveda de América se la ve mejor que en parte alguna en la
isla de Cerdeña, en un pasadizo de la unragha de zuri. La bóveda es
allí de cantería, y tiene por cerramiento una serie de lajors. Notable
es también en este género una bóveda de la necrópolis asiria de
Mugheir, bien que de adobes y con los muros que la sostienen inclinados
hacia dentro.

Empleaban la verdadera bóveda los pueblos occidentales de Asia, sobre
todo en los canales y demás obras subterráneas. En ninguno constituía
uno de los elementos comunes de la Arquitectura[269].

       [269] Nota manuscrita de Pi y Margall, etc., pág. 1.805.

Por último, entre otras antigüedades mejicanas, citaremos la _Máscara
del Sol_, el _Calendario_ y dos _ídolos_.

Pasando a estudiar la arquitectura del Perú, dividiremos los monumentos
en dos clases: pre-incásicos y de los incas. Entre los primeros
se hallan los de Tiahuanaco, donde deben admirarse las puertas
monolíticas, que son muestra curiosa e importante de la primitiva
historia del arte. ¿Qué objeto podrían tener cuando no servían de
paso y eran por sí solos monumentos? No lo sabemos. También anterior
a los incas debió ser otro edificio de Tiahuanaco y del cual solo
vió Cieza un muro bien labrado. Anteriores debieron ser del mismo
modo dos ídolos que dicho autor calificó de gigantescos. Se admiran
monumentales puertas de sólida sillería y de forma piramidal, en una
meseta de los Andes, a la que se sube desde el valle de Colpa y donde
se halla Huánuco el Viejo. Recuerdan el arte egipcio por la tendencia a
la pirámide, y el arte griego por el esmerado corte y buen asiento de
las piedras, la acertada contraposición de las juntas y la pureza de
las líneas y la sobriedad de adornos. Merece atento exámen en Huánuco
un terraplén que lo mismo pudo ser mirador que fortaleza. Puertas y
terraplén formaban parte de un vasto sistema de construcciones. A unos
ocho kilómetros del puerto de Huanchaco (valle de Trujillo), al Sur,
se ven los monumentos del Gran Chimu. En un área de cuatro kilómetros
vivía--según todas las señales--un pueblo que tenía ricos palacios y
extensos jardines, laberintos, templos, sepulcros, plazas, calles de
humildes viviendas y un estanque que recibía las aguas del río Moche
por larga y bien construída acequia. No lejos de las citadas ruinas,
a unos cuatro kilómetros de la ciudad de Trujillo al Este, hay una
fábrica que llaman Templo del Sol y que consiste en una pirámide
rectangular de tres pisos, toda de adobes; tiene de altura de 25 a 31
metros, en su base 125 por 130 y en la plataforma 104 de anchura. Un
poco más abajo se halla otro edificio, también de adobes, que mide 90
metros en cuadro y está rodeado de un muro grueso de 33 decímetros.

Por lo que se refiere a los monumentos de los incas, comenzaremos
trasladando aquí la siguiente observación de Humboldt: «Imposible es
examinar con atención un solo edificio del tiempo de los incas, sin
reconocer el mismo tipo en todos los demás que existen en la superficie
de los Andes, en una extensión de más de 450 leguas, desde 1.000 hasta
4.000 metros de elevación sobre el nivel del Océano. Parece que un
solo arquitecto ha construído este gran número de monumentos»[270].
La arquitectura peruana se distingue por la rica variedad de sus
materiales y sus aparejos. Empleaba generalmente el pórfido, el
granito, y a menudo, el adobe o ladrillo; también el barro, el cascajo,
la piedra en bruto y labrada, la arenisca y pizarra; por morteros o
argamasa, ya una mezcla de yeso y arena, ya una mezcla de betún y
cal, y ya cierta arcilla soluble y pegajosa. Usaba el hormigón, la
mampostería, la sillería común y la almohadillada, y, con no poca
frecuencia, el aparejo denominado _ciclópeo_, que consiste en grandes
piedras sin cemento o argamasa que las una, sólo empleado por los
pueblos de Europa en los monumentos militares. Lo encontramos en las
murallas de Tarragona (España). En el Perú vemos sus manifestaciones
más legítimas en las fortalezas del Cuzco y de Ollantaitambo, no sin
que notemos diferencias entre unas y otras, pues allí las piedras se
hallan separadas por intersticios, y en Ollantaitambo están unidas casi
perfectamente. Otro aparejo ciclópeo--si cabe darle este nombre--se
distingue considerando la arquitectura de los incas, y consiste en
no guardar riguroso orden ni en la colocación de los sillares ni en
la formación de las hiladas, como puede verse si contemplamos la
fachada Norte del palacio de Titicaca, el frente septentrional de un
palacio de Cajamarca y otros muchos edificios. Los demás aparejos son
excepcionales y únicamente se hallan en determinadas construcciones; o
son mezcla de hormigón y pedruscos, o consisten en el empleo de adobes,
hechos de barro y paja. Por todas partes se admiran templos, palacios,
monasterios de las vírgenes del Sol, estaciones militares o tambos,
coptas (depósitos de armas, de cereales, de tejidos, etc.), casas de
baños y casas de juego. El templo del Cuzco tenía de circuito más de
560 metros y estaba cercado por una muralla. La puerta se hallaba al
Oriente. Consistía su decoración en una cenefa de oro que llevaba por
su parte más elevada y a todo su alrededor; la puerta estaba cubierta
por una lámina de oro. En su parte interior el oro constituía todo el
ornato, todo el adorno del templo; de oro y pedrería era el Sol del
testero del fondo. El pavimento estaba embaldosado de mármoles y el
techo de paja le ocultaban finos tejidos de algodón bordados de vivos
colores. Contiguo al templo había un patio, por cuyas paredes corría
un friso de oro; dentro del patio se encontraban santuarios erigidos
a la Luna, a las Estrellas, al Trueno y al Arco Iris. La imagen de la
Luna era de plata, y de plata estaban revestidos los muros y la puerta
del santuario. El segundo santuario tenía aforrada de oro la puerta y
recamado de estrellas el velo tendido debajo del techo.

       [270] _Vues des Cordilléres_, págs. 107.

Es de advertir que en los monumentos del Perú no se conocía la columna.
Las puertas de las casas tenían las jambas oblícuas y resultaban más
estrechas en el dintel que en la base. Triangulares había algunas,
y también rectangulares. Umbral no tenía puerta alguna y batientes,
pocas. Las ventanas, que apenas las había, presentaban ordinariamente
la forma de las puertas. Los escalones eran casi siempre de piedra
como también los pasamanos. Los adornos de los monumentos tenían el
mismo carácter que en México. Extraordinario--repetimos--fué el lujo
desplegado en el templo del Cuzco; por dentro y por fuera abundaba el
oro con toda esplendidez. Exteriormente una cenefa de oro, según Cieza,
ancha de dos palmos y gruesa de dos dedos, corría alrededor de todo el
templo; interiormente las puertas y las paredes se hallaban cubiertas
de planchas de oro. No andan descaminados los que dicen que el gran
templo del Sol era el edificio más magnífico del Nuevo Mundo y tal vez
en el Antiguo no hubiere otro que pudiera comparársele en la riqueza de
sus adornos.

Para terminar el estudio de los monumentos del Perú, añadiremos los
siguientes: el palacio de Manco Capac, que se levanta en una de las
islas del gran lago; la casa de las monjas o vírgenes dedicadas al
culto del Sol; las tumbas que se encuentran en el camino que va del
Cuzco a Sinca, y las murallas ciclópeas del mencionado Cuzco[271].
Los citados edificios están hechos de piedra y nada tienen de madera,
siendo de notar la absoluta carencia de ornamentación. No es esto
decir que en el imperio de los incas se desconociera el adorno, pues
rica decoración se manifiesta en las ruinas del palacio de Chimu,
en las de Hatuncolla y en otras, hallándose también muchos objetos
profusamente decorados; pero en el citado palacio de Manco Capac y
demás monumentales, la sobriedad de líneas no puede ser mayor. Tales
construcciones guardan completa semejanza y aun pudiéramos decir
igualdad con las griegas arcaicas y etruscas, hechas seis siglos antes
de la era cristiana.

       [271] También debemos mencionar las ruinas del palacio de
       Mamacuna en Pachacamac, el palacio del inca Rocca y las
       fortalezas de Ollantaytambo y Tiahuanuco.

Las murallas del Cuzco pertenecen al mismo sistema de construcción
que las de Mycena, Cremona, Tarragona y otras fundadas por etruscos y
griegos. Aquéllas y éstas se hicieron con grandes bloques de piedra de
forma irregular, colocadas en hileras de desigual altura, y con los
huecos llenos de piedras pequeñas, para igualar, aunque con poco arte,
los planos del muro. A semejante construcción se llama poligonal, por
los muchos lados que presentan los bloques, los cuales se usaban como
salían de las canteras. Generalmente, esta clase de obra se empleaba en
la base del edificio, continuando sobre ella la fábrica con sillares
labrados, «aunque desiguales también en longitud y altura, y no falta
alguno que otro ejemplo en que los sillares afectan ya la forma
rectangular, colocados en hiladas iguales, con las uniones verticales
dispuestas de manera que caigan en los centros de los rectángulos, o
sea, adoptando el perfecto sistema de este género de obras, el _opus
quadratum_ de los romanos, que no ha variado después»[272].

       [272] Riaño, Conferencia pronunciada el 26 de mayo de 1891 en
       el Ateneo de Madrid, pág. 10.

Lo mismo en puertas, ventanas y otras perforaciones de los muros de
muchos edificios, se emplea la forma de trapecio, de igual manera que
aparece en los antiguos restos de Etruria.

Si en algunos edificios del Nuevo y del Viejo Mundo hay semejanzas
arquitectónicas, existen otros en el Perú, donde brillan en todo su
esplendor la originalidad y fantasía de aquellas gentes, como son los
del lago de Umaya, los de Cacha, de Palca, de Chimu, de Hervai, de
Cajamarquilla y de Quisque.

Ocurre preguntar: ¿Cómo bloques tan grandes, no siendo conocida la
mecánica, se pudieron traer de distancias tan considerables? ¿Cómo
no fueron labradas las piedras, si se conocían los instrumentos
indispensables para dicho trabajo? ¿Por qué se les dió tanta
consistencia, si las armas en aquellos tiempos eran únicamente flechas?
Había piedras en el castillo de Cuzco que tenían de anchura 16 pies
y altas más de 13. Las había de 36 de altura por 24 de anchura. Las
había anchas de 6 pies, altas de 22 y largas de 50. Debieron llevarse
arrastrando a través de cerros y ríos, y en las pendientes rápidas
emplearían muchos hombres, ya para empujarlas, ya para impedir que se
desprendiesen al fondo de los barrancos. Dicha fortaleza tenía tres
murallas por la parte del campo y una por la de la ciudad, la cual se
hallaba construída--según Garcilaso que la vió--con piedras labradas y
regulares como las del templo de la misma ciudad de Cuzco. Por lo que
respecta a la consistencia extraordinaria de sus fortalezas cuando sólo
se conocían las flechas, no acertamos a dar satisfactoria explicación.

Consérvanse en el _Museo Antropológico de Madrid_ algunas curiosas
antigüedades peruanas.

En Bolivia, las primitivas bellas artes de los indios aymeraes estaban
reducidas a las _chullpa_ (casita pequeña de piedra) y a las _pucanas_
(montecillo fortificado con varias zonas de gruesas piedras); sobre
ellas estaba una _chaca_ o un templete construído con muros de piedra
cubiertos con grandes losas.

En Guatemala, Nicaragua y en algunos otros países de América se
cultivaron las bellas artes. Afirman algunos escritores que en Yucatán
estuvo el apogeo del arte americano, y añaden que allí la tendencia al
arco era manifiesta.

Por lo que a escultura y pintura respecta, siempre encontramos--como
escribe Navarro Lamarca--la misma rigidez de líneas, la misma tosquedad
de factura, el mismo afán de imitación grosera, la misma falta de
espontaneidad e idealismo[273].

       [273] _Compendio de Historia general de América_, tomo I, pág.
       150.

Fijándonos en la escultura no deja de observarse, aun en las mejores
obras que decoran los templos, que el sentimiento de la naturaleza era
todo. La idea de Dios no inspiraba al artista americano. Sin género de
duda podemos afirmar que el arte escultural en las Indias hizo pocos,
muy pocos adelantos. En Tiahuanaco se han encontrado una estatua de
granito y una cabeza de pórfido, resultando las dos paralelepípedos y
prevaleciendo en las dos la línea recta. Cerca de Cajabamba se halló
otra escultura de granito que representaba un hombre en cuclillas y
en actitud de orar; pero aunque sea como las de Tiahuanaco, se nota
que el artista hizo esfuerzos para redondear las formas de la cara, lo
cual ya es un progreso digno de alabanza. Superior es, sin duda, el
arte escultórico entre los muiscas, como se muestra por las estatuas
y relieves hallados en el fondo de un bosque, cerca de Timana, donde
comienza el valle del río Magdalena.

[Ilustración: Escultura en las ruinas de Copán.]

En Nicaragua la escultura reprodujo mejor al bruto que al hombre, y
del hombre, lo mejor la cabeza. En Copán (Honduras) participó el arte
escultórico del de los muiscas y del de Nicaragua. Los monumentos
de Quisigua son inferiores a los de Copán. Los de Yucatán recuerdan
a Tiahuanaco en las máscaras que adornan el frontis de uno de los
edificios de la casa de las Monjas, a Nicaragua en las fauces de fiera
que sirven como de tocado a ciertas figuras de Nohpat, y a los muiscas
en el remedo de las facciones humanas. Los relieves escultóricos
del gimnasio o juego de pelota de Chichén-Itzá (Yucatán), son más
artísticos que los de Copán y Tiahuanaco. La influencia de la bárbara
religión azteca en la escultura de México, produjo monstruos y no
estatuas. Otros relieves que encontramos en diferentes puntos de México
son inferiores a los del gimnasio de Chichén-Itzá. Llegó la escultura
en Palenque del mismo modo que la arquitectura a un relativo apogeo.
No labró muchas estatuas; pero sí figuras de relieve, las cuales hizo
de piedra o de estuco. Los relieves del palacio de la gran pirámide
consisten en figuras de granito, casi todas de mujer, altas de tres
metros, unas de pie y otras de rodillas, desnudas de la cintura
arriba, y de la cintura abajo con faldas o con un _maxtli_ suelto.
Estas figuras, tal vez copias de una raza que ha desaparecido, tienen
deprimida la frente, corva y grande la nariz, salientes y gruesos
los labios. Lo mejor modelado de ellas es la cabeza; pero de todos
modos son inferiores a las de estuco. Es evidente que los artistas
de Palenque no sabían hacer en piedra lo que en estuco. En el templo
de la Cruz se hallan relieves en piedra mejores que los anteriores,
aunque tal vez inferiores a los del Sol. La figura que ha dado nombre
al templo del Relieve es sumamente bella. Así la describe Pi y Margall.
«En almohadón riquísimo--dice--puesto sobre un banco a que sirve de
pies y brazos un monstruo de dos cabezas, está gallardamente sentada
una graciosa joven, vueltos a un lado los ojos, alzada la mano zurda,
con la diestra señalando, el pie izquierdo en la almohada y el otro
caído sin que apenas roce con el banco la punta de los dedos. Ciñe esta
joven un casco parecido al gorro frigio, del que sobresalen revueltas
plumas, viste una camiseta que no le cubre la mitad del pecho, y luce
un medallón suspendido de un collar de finas perlas; tiene prendida
al cinto una corta falda y una sobrefalda que cae sobre el almohadón
en airosos pliegues; ostenta en los brazos anchas ajorcas y calza
no menos elegantes sandalias que las de la otra figura»[274]. Esta
es--añade dicho escritor--la obra maestra de la escultura en América.
Por último, entre los zapotecas, mixtecas y tarascos la escultura sólo
creó monstruos, aunque de excelente ejecución, tales como la cabeza del
dios Ocelotl de Mitla, el vaso cinerario de Tlacolula y la urna Ocelotl
de Xochixtlahuaca.

       [274] _Historia general de América_, volumen II, pág. 1.898.

Por lo que a la pintura se refiere, era ésta polícroma. También es
cierto que los mejicanos y peruanos hacían uso de la pintura mural.
El historiador Cieza vió brutos y aves pintados en las paredes de las
fortalezas de Huarco y Paramanga, y Charnay descubrió en Tula una casa
tolteca, en cuyas paredes pintadas de blanco y rojo sobre fondo negro
halló caprichosas figuras. Por espacio de muchos años se han podido
contemplar en los muros del Juego de Pelota de Chichén-Itzá pinturas de
costumbres de los mayas en diferentes colores (rojo, amarillo, verde y
azul).

En algunos códices se ven pinturas de varios colores, siendo las más
perfectas las de los códices Borjiano y Vaticano; pero estéticamente
consideradas, lo que se llama verdadera pintura, no la hubo en América.
Se sabía dibujar, no pintar. Refiere Garcilaso--no sabemos con qué
fundamento--que el inca Viracocha hizo pintar en lo más elevado de alta
peña dos condores: el uno, abiertas las alas y mirando al Cuzco; el
otro, recogidas las alas y baja la cabeza.

[Ilustración: Dibujo propiciatorio. (Pueblos).]

Por tanto, puede afirmarse en el terreno de la estética que ni los
arquitectos, ni los escultores, ni los pintores dieron señales de gusto
y de conocimientos de la belleza. Dígase lo que se quiera por los
apasionados defensores de las bellas artes americanas, aun las de los
pueblos más adelantados, carecían de la hermosura, gracia e inspiración
de las griegas, romanas y cristianas.

Cultivóse la música con algún entusiasmo entre algunos pueblos de
América, distinguiéndose especialmente los mejicanos y peruanos. Sin
embargo, sólo sirvió como auxiliar del canto y del baile. Respecto a
la música de los haravies del Perú, dominaba en ella--según anónimo
escritor--melancólica monotonía que nacía de su vaga tonalidad y de
su constante terminación en notas bajas. La música azteca--escribe
el señor Chavero--revelaba el carácter belicoso del pueblo y en los
cantares de la muerte parecía a veces lluvia de lágrimas.

Los instrumentos musicales que principalmente usaba el indio eran
el atambor, tamboretes, sonajeros y chirimías, silbatos de hueso o
madera y flautas de caña. En el Perú encontramos la _linya_, especie
de guitarra de cinco a siete cuerdas. El canto se usaba con frecuencia
en las funciones religiosas. Del mismo modo las danzas eran elemento
principal de las citadas funciones, no careciendo tampoco de interés
las llamadas guerreras. Aquéllas, unas tenían por actores a hombres
y otras a mujeres, usándose en todas máscaras grotescas y trajes
ridículos de colores.

El himno religioso, el canto de guerra y las canciones romancescas
tuvieron escaso valor. «Pocas muestras de cantos y salmodias
religiosas nos han dejado las primitivas razas americanas; pero
podemos asegurar que las endechas funerarias han prevalecido entre
todas ellas, llegando a obtener en alguna la forma de verdaderas
recitaciones poéticas. En el _Libro de los ritos de los Iroqueses_ se
encuentran ejemplares de éstas»[275]. El canto más extendido entre las
gentes aborígenes es el que nos dió a conocer Fernández de Oviedo con
el nombre de _areito_ (del verbo aranak, recitar). El citado canto, tan
parecido a los infantiles nuestros, coreados en rueda que repite el
verso dictado por el que lleva la voz cantante, fué sumamente estimado.
«Los cantos de Dakota recogidos por Riggs, los de Chippeway de los
californios, y tantos otros, son verdaderas especies de areitos, al
igual de los oídos por Oviedo en la isla española»[276].

       [275] Sentenach, Ob. cit., pág. 58.

       [276] Ibidem.



CAPÍTULO XIV

  LA INDUSTRIA.--LA METALURGIA.--LA MINERÍA.--LOS CURTIDOS.--LOS
  TEJIDOS.--LA CERÁMICA.--LOS COLORES.--OTRAS INDUSTRIAS.--LA
  AGRICULTURA.--LA GANADERÍA.--EL COMERCIO.--LA MONEDA.


Hubo industria en América, lo mismo entre las razas cultas que entre
las incultas. En las primeras, como es natural, más perfecta que en
las segundas. Muy frecuente era el uso de los metales en la América
del Sur; poco común en la del Norte. Fundían el oro, plata y cobre
aztecas e incas; también los caribes, haitianos y otros. No dejan de
sorprendernos algunos productos del arte metalúrgico, considerando las
pocas e imperfectas herramientas que tuvieron a mano. Desconocían el
fuelle, el yunque, el martillo con mango, las tenazas, los clavos, la
sierra, la barrena, el cepillo, el buril, las tijeras y la aguja. El
oro era el metal más estimado y con él imitaban formas animales. Lo
mismo sucedía en obras de madera y el carpintero apenas podía disponer
más que del hacha y de la azuela.

El cacique Guaynacapa--si damos crédito al historiador Gomara--«tenía
de oro todo el servicio de su casa, adornaba además con estatuas de
oro, de tamaño real, de cuantos animales, aves, árboles y hierbas
produce la tierra, y cuantos peces cría la mar y agua sus reinos.»
Otros caciques chapeaban las paredes de sus palacios y templos con el
rico metal. «La metalurgia americana precolombina juega un gran papel
entre las antiguas industrias humanas, tanto por la abundantísima e
inmejorable riqueza de sus productos, como por el exquisito arte y
estética que imprimieron en ellos»[277]. Causa admiración los muchos
y preciosos objetos que hacían de oro y de plata; no los harían más
perfectos los mejores artífices de Europa. Se conservan ajorcas y
collares de delicadas y caprichosas labores, siendo de notar que en
dichas joyas estaba mezclado el oro con el estaño y antimonio. En uno
de los cintos que el cacique Guacanagarí regaló a Colón, había una
carátula que tenía de oro las orejas, los ojos, la nariz y la lengua.
Admirábanse objetos de oro, plata y pedrería en los palacios de
Moctezuma y de Atahualpa. En los jardines del emperador de México se
dice que había figuras de oro y plata que tenían movimiento, pues se
habla de pájaros y otros animales que meneaban la cabeza, la lengua,
las alas y los pies, añadiéndose que llamaba la atención un mono que
hilaba y se ponía en cómicas actitudes. Sacudía una zumacaya la cabeza,
daba una gaviota con el pico en una tabla, se picoteaban dos perdices
y en una de las fiestas de los koniagas cuatro pájaros artificiales
ejecutaban especie de pantomima.

       [277] Sentenach, Ob. cit., págs. 135 y 136.

No sólo trabajaban los americanos las piedras preciosas, sino toda
clase de piedra, haciendo con ellas la mayor parte de sus instrumentos
y utensilios. De piedra hacían la punta de sus lanzas, los almireces,
los metates, las pipas, los espejos, las estatuas y los relieves. No
se limitaban a todo esto; también cincelaban la piedra, la pulían y
le daban formas elegantes. Se distinguían en estos trabajos aztecas y
peruanos.

La industria _minera_ se estimaba mucho. Se beneficiaba especialmente
el oro, la plata, el cobre, el estaño y el plomo. Se dice que sólo
los aztecas aplicaron el plomo a la industria. Conocían los indios
el azogue, aunque no la virtud que posee de separar el metal de la
escoria. Había hierro en el país; pero ignoraban los indígenas sus
infinitas aplicaciones. Buscábase generalmente el oro en el lecho
de los ríos. Los nahuas mejicanos y los peruanos lo tenían en la
superficie de la tierra; los primeros en las provincias del Mediodía,
y los segundos en casi todas ellas. Unos y otros para adquirirlo,
¿abrieron galerías subterráneas? No lo sabemos. La plata y el estaño
lo extraían los nahuas de las minas de Taxco y de Tzompanco; el cobre,
de Michoacán y de otras partes. Ignoramos de dónde lo extrajesen los
peruanos.

Respecto a la industria de curtir las pieles de los animales, animales
que cazaban o pescaban muchas tribus, mostraron rara habilidad los
indios. Los conquistadores españoles quedaron asombrados al ver cómo
las tundían y adobaban. Los aztecas, no sólo las curtían perfectamente,
sino las teñían de vivos colores. Más torpes los peruanos, se
contentaban con meterlas dentro de grandes vasijas llenas de orines,
zurrándolas después. En dicha industria aventajaban a los peruanos
algunas tribus salvajes que se extendían desde el golfo de México al
Océano Glacial del Norte. Las tribus de la Florida hacían finos mantos
para sus caciques con las pieles de martas cebellinas. Los californios,
los columbios, los hurones y otros, las curtían de diferentes modos.
Los del Gila curtían las del alce, del ciervo, del oso y de la
zorra; los esquimales, además de las de los animales dichos, las del
rengífero, el lobo, la liebre, la ardilla, la foca y la ballena.

La industria _plumaria_ adquirió mucha importancia. Las plumas de los
pájaros se las mezclaba con el algodón en los tejidos y se hacían
mosqueadores y abanicos. Con las plumas se adornaban los escudos de los
guerreros y con ellas se reproducían los seres todos de la naturaleza:
hombres, bestias, aves, reptiles, árboles, flores y hojas. Recogíanse
las de los brillantes pájaros de los trópicos, entre los que figuraban
el colibrí, el papagayo y el guainambi. Estas obras de pluma--si
damos crédito a los historiadores de las Indias--podían competir con
los cuadros más perfectos de los artistas europeos. De pluma estaban
compuestos los mantos de los reyes y las vestiduras de los sacerdotes,
los tapices que cubrían las paredes de los palacios y los templos, los
quitasoles y las colchas de las camas. Eran muy estimados en México
los artífices de estas obras de pluma, y porque vivían en el barrio
denominado Amantla, se dió a ellos el nombre de _amantecas_.

Asimismo se estimaba mucho la industria de tejidos de lana, alpaca,
vicuña, llama y huanaco. La lana de vicuña la hilaban y tejían las
vírgenes del Sol para los incas y los sacerdotes. Se desconocen
los procedimientos de industria tan adelantada. Mantos de pelo le
parecieron a Hernán Cortés de seda, lo mismo por la suavidad que por
el brillo. Hilaban y tejían el algodón muchas tribus, distinguiéndose
sobre todas los aztecas y peruanos, cuyos tejedores hacían toda clase
de telas, lo mismo finas que bastas. A veces mezclaban el algodón y las
plumas; a veces el algodón y el pelo de conejo.

No sólo del reino animal, sino también del vegetal, sacaron todas
aquellas razas muchos elementos para su industria. Los pobres mejicanos
se vestían con telas hechas de las fibras del maguey y de ciertas
palmas. Otros pueblos tejían telas con determinadas substancias; así
los hurones hilaban el cáñamo silvestre, los guaicurues el hilo de
ciertos cardos, los achaguas y los otomacos el de las palmeras, los
tlinkits el de las algas marinas y los haidahs el de la corteza de
cedro, de pino o de sauce. El juracaré se cubría con la corteza de los
árboles, la cual pintaba, no la deshilaba. Con los vegetales se servían
para la fabricación de cuerdas, esteras, cestas y otras clases de
utensilios.

De igual modo, muchas tribus trabajaban hábilmente la madera. Los
aztecas y los mayas, que tuvieron su escritura geroglífica, usaron
de hojas delgadas de palmera, y más frecuentemente de las fibras del
maguey. Además de la fabricación del papel, ya se ha dicho que el
maguey se empleaba para hacer telas, esteras y sogas; también como
substancia alimenticia. Añadiremos a todo esto que de las espinas
hicieron los aztecas agujas, y de las raíces los peruanos cierto
jaboncillo, con el cual las mujeres se pintaban las pecas de la cara y
se lavaban el cabello.

La industria más extendida fué la _cerámica_. Quizá se desarrolló
más rápidamente en América que en Europa. Los productos cerámicos
eran numerosos y diferentes entre los pueblos americanos. Llegaron
algunos a trabajar perfectamente el barro, revelándolo así los objetos
encontrados en antiguos sepulcros del Perú, Chiriqui y Costa Rica.
Entre las vasijas de los _mound-builders_ ya las había de largo cuello
y de iguales formas que en la industria española. Mucho mejor que los
_mound-builders_ trabajaron el barro los nahuas, los cuales hacían
platos, fuentes, copas, jarros, calderos, pebeteros, urnas sepulcrales,
instrumentos de música y otros muchos objetos. Puédese citar como
ejemplos la urna de México, descubierta en la plaza de Tlatelulco,
el vaso de Tula y el ídolo de Culhuacán. Del mismo modo los mayas
trabajaron con toda perfección el barro, hasta el punto que los vasos
de Yarumela son tan bellos como la citada urna de Tlatelulco entre los
nahuas. Por lo que se refiere al Perú, también la cerámica era muy
rica en formas. Brutos, aves y peces estaban reproducidos en los vasos
de arcilla. Lo estaban el hombre y la mujer en sus diferentes edades,
a veces en caricatura o en el acto de cumplir deseos carnales. Estas
imágenes, ya daban la forma al vaso, ya sólo le servían de adorno.
Vasos había que eran la cabeza o el pie de hombres o de monstruos.
No encontramos en ningún pueblo vasos construídos con más ingenio.
Algunos, por el movimiento del agua de que estaban llenos, reproducían
la voz de hombre o el grito del animal que representaban: uno imitaba
perfectamente el gemido lastimero de una anciana, como el que se halla
en el _Museo Arqueológico de Madrid_; otro el gorjeo de un pájaro,
un tercero el silbido de una culebra. Constan generalmente de dos
botellas que se comunican y llevan el cuello de la una abierto, el de
la otra sólo con agujeros que permiten el paso del aire. El aire que
el agua desaloja al moverse es el que, pasando por los orificios o
estrechos agujeros, produce el fenómeno. Ciertas vasijas redondas se
llenaban por el asiento; ya llenas podía volvérselas sin derramar el
líquido. Había, además, vasos que podríamos llamar _lacrimatorios_,
los cuales representaban caras tristes y por los poros salía el agua
y se deslizaba por las mejillas. «La variedad de los vasos del Perú
era infinita. Se les descubre todos los días de nuevas formas en las
excavaciones de los sepulcros. No parece sino que repugnaba a los
alfareros la reproducción de los tipos que inventaban. Los hay de
doble cuello y hasta de cuatro recipientes unidos por tubos huecos.
En riqueza de formas no es comparable con la cerámica peruana ni aun
la fenicia, que tenía también vasos de cuello doble y aun de tres
recipientes»[278]. Añade el mismo historiador que en el siglo XV casi
todos los pueblos americanos fabricaron el barro, siendo de notar que
ni cultos ni salvajes conocieron la rueda del alfarero. Se cree que
empleaban algún procedimiento para que la arcilla no se abollase ni
resultara desigual el espesor de las paredes de los vasos. Tampoco
se sabe si cocieron las vasijas en hornos. Los hubo en el valle del
Mississipí, según dicen Squier y Davis; pero se ignora cuándo y quiénes
los hicieron.

       [278] Nota manuscrita de Pi y Margall en su _Historia de
       América_, volumen 2.º, pág. 1.236.

Si se trata de los _colores_, los sacaron de los tres reinos de la
naturaleza. Recurrieron a los vegetales casi todas las tribus. Aztecas
y peruanos se sirvieron para sus tintes lo mismo de los minerales que
de los vegetales.

Del reino animal utilizaron la cochinilla y ciertas ostras. De la
primera sacaron el color carmesí y de las segundas el de púrpura. Los
mayas y nahuas se servían de la cochinilla, y los nicaraguatecas de las
ostras. No sólo servían los vegetales para los tejidos; también para
la fabricación de cestos, canastos, esteras, cuerdas, sogas y otros
objetos. En los textiles, diferentes en las formas, usos, colores y
trama, los había sencillos como los de los iroqueses y algonquinos,
artísticos como los de los aztecas, peruanos y otras tribus del Sur de
América. Se sabe que las razas que vivían cerca del mar de los caribes
usaban la palmera y el cabuya o henequén para hacer toda clase de
cuerdas; los tobas se servían de la bromelia; los muscogis empleaban
retorcidas cortezas de árboles o hierbas parecidas al lino, y los
iroqueses tenían como substancia principal los filamentos del sauce
o del cedro. Los californios del Norte hacían esteras de raíces de
sauce, los nutkas de fibras de cortezas de cedro, y multitud de pueblos
de mimbre, junco o bambú. Iroqueses, hurones, tacullis y colombios
de tierra adentro, hacían sus vasijas, platos y copas de cortezas
de varios árboles; los shoshonis y otros, de mimbre o de hierbas
trenzadas; los apaches, de varetas de sauce; los yaquis, los ceris y
los nicaraguatecas, de calabaza. De la vajilla de los haitianos se
hacen lenguas algunos cronistas.

Respecto a objetos de madera sobresalían los aztecas y los mayas,
superiores a los peruanos, y entre las razas salvajes los chinuks, los
esquimales, los koniagas y los tinneks.

Pocos progresos hizo la _agricultura_, industria que presupone el
empleo de bestias de tiro y el uso del arado. Los aztecas se servían
para romper la tierra, ya de una especie de pala de roble, ya de una
herramienta de cobre y madera; los incas usaban una como laya. Araban,
pues, la tierra con una estaca o pértiga terminada en punta, de cuatro
dedos de ancha, larga como de una braza, llana por delante y redonda
por detrás, que llevaba a una media vara de su remate sólido y firme
travesaño. Clavábase la estaca en la tierra y saltando el labrador
sobre el estribo la hincaba cuanto podía. Seis o siete hombres,
apalancándola al mismo tiempo y tirando con toda su fuerza, levantaban
grandes terrones. Las mujeres, que asistían a la faena, ora rompían los
terrones con sus rastrillos, ora volvían las tierras de abajo arriba,
para que, puestas al aire y al sol, las malas raíces se secaran pronto
o muriesen. Fatigoso y pesado era el procedimiento; pero con él se
conseguía suplir la falta de yuntas, como también el uso del arado y de
otros instrumentos de agricultura.

Hacíase la siembra agujereando el suelo con agudas estacas y echando la
semilla en los agujeros, los cuales tapaban con tierra, sirviéndose del
pie o de la mano. A su tiempo se escardaba o se limpiaba de hierbas y
broza. Cuando la mies estaba en sazón, en el mismo terruño o en próximo
paraje, se levantaba una especie de barraca de madera y cañas, donde
muchachos con piedras y a gritos ahuyentaban las aves y toda clase de
animales dañinos. Contribuía al atraso de la agricultura la falta de
instrumentos de toda clase. Los americanos desconocían el molino y el
cedazo: el maíz lo molían sobre una piedra plana con otra en forma
de media luna, que cogían con las dos manos. A fuerza de repetidos
golpes y de batirlo una y otra vez, lo reducían a tosca harina. Luego
extendían la harina sobre mantas de algodón, pegándose la flor y
quedando suelto el salvado. Con la harina formaban tortillas que las
tostaban en los hornos. De otros varios modos preparaban el maíz, pues
con él hasta hacían un licor, dejando fermentar el agua en que había
cocido aquella planta.

Los abonos eran conocidos y aun estimados por muchos pueblos; pero
principalmente consistían en la ceniza. En unas partes se pegaba fuego
al rastrojo y en otras a los arbustos o matas: la ceniza se extendía
por las tierras destinadas al cultivo. Los peruanos, además de la
ceniza, abonaban las tierras, ya por medio de excrementos humanos, ya
por medio de excrementos del ganado, y muy especialmente por el que
dejaban los numerosos pájaros marinos de las islas Chinchas. También
servía de abono los peces muertos que el mar arrojaba a la playa.
Refieren los cronistas, que desde Arequipa a Tarapaca era tan estimado
por los agricultores el estiércol de las aves marinas, que se castigaba
con la pena capital al matador de ellas e igualmente al que entraba en
las islas durante la cría de dichos pájaros.

Los mayas de la América Central, lo mismo que los aztecas mejicanos y
los incas peruanos, hicieron algunos progresos en la agricultura. Entre
los pueblos de la América Central se distinguieron los habitantes de
Nicaragua. Los nicaragüenses para el riego de las tierras conducían el
agua a veces de ásperas y lejanas distancias, por medio de acequias y
acueductos. Tales obras causan a la sazón no poca sorpresa a nuestros
ingenieros. No dejó de aprovecharse ni un solo pedazo de tierra
cultivable. En las costas más bajas, como en las montañas más altas, se
cogían abundantes cosechas de maíz, patatas, algodón, coco, etcétera.
También practicaron con mucho acierto y dieron bastante desarrollo a la
_horticultura_.

Cultivábase el maíz por numerosas tribus, y aunque no tanto, la
mandioca, las judías, las patatas o papas, el pimiento (_chile o axi_),
la calabaza, el _maní_ (cacahuete), el tabaco, el maguey, el cacao,
el algodón y el plátano; en el Perú, muy especialmente, la coca y la
quinua. Indígena del Perú, o importada de Chile, la patata constituía
en algunas partes el principal alimento de los indios: dicha planta
era desconocida en México, lo cual prueba que peruanos y mexicanos
ignoraban recíprocamente su existencia. Por lo que al tabaco se
refiere, conviene no olvidar que el uso que de él hacían los peruanos,
era diferente del de otros pueblos donde era conocido, pues allí sólo
lo empleaban como medicina en forma de rapé[279]. Del maíz sólo diremos
que era el principal alimento, lo mismo entre los pueblos del Norte que
entre los del Sur del continente americano; después de su exportación
al Antiguo Mundo, también aquí se extendió rápidamente.

       [279] Garcilaso, _Com. Real._, parte I, lib. II, cap. XXV.

El pan llamado _cazabe_ se hacía de la yuca o mandioca. Conocían muchas
de las excelentes cualidades del maguey (_agave americano_) y del
_maní_.

Los árboles que producían el cacao sólo se cultivaban en las tierras
calientes de México, y en las que median entre los dos istmos, y se
plantaban por hileras, distantes uno de otro sobre cuatro varas, cerca
del agua, para que fuera fácil el riego y a la sombra de árboles más
altos y frondosos, para que a causa de los ardores del sol no cuajara
el fruto.

Fué muy estimada en algunos puntos la _ganadería_. No se conocía el
caballo, si bien la paleontología muestra que lo hubo en los primitivos
tiempos. Recorrían numerosos bisontes las praderas. Pacían en los Andes
del Perú cuatro especies de carneros: el llama, el huanaco, la alpaca
y la vicuña. Consiguieron los incas domesticar el llama, sirviéndose
de él para los transportes. El huanaco, la alpaca y la vicuña pacían
salvajes por los páramos de los citados montes. No se consentía al
campesino peruano que cazase estos animales silvestres. Cada año se
celebraba una cacería, ya presidida por el Emperador, ya por sus
representantes. No se repetían las cacerías en la misma parte del país,
sino cada cuatro años, pues de este modo podían reponerse fácilmente
los animales.

Los indios trasquilaban y recogían excelentes lanas de los animales
muertos; de igual manera se aprovechaban del vellón de los llamas
que destinaban al acarreo. Tanto los llamas como los otros animales
de la misma familia, casi sólo eran estimados por su lana. La lana de
la vicuña, dice Walton, era mucho más apreciada que el pelo fino del
castor del Canadá y que la lana de la _brébis des Calmoucks_ o de la
cabra de Siria[280]. Además del animal doméstico llama, Garcilaso de
la Vega cita gansos en el Perú, Hernán Cortés refiere que gallinas,
ánsares y perros castrados había en México, no cabe duda que el
pavo y otras aves se criaban en los pueblos mayas, y--según ciertos
autores--el conejo, la liebre y la abeja. El P. Las Casas habla de
colmenas, y Gomara dice que las abejas eran pequeñas y la miel un poco
amarga. Convienen los historiadores que en los estanques de uno de los
palacios de Moctezuma se mantenían varias aves acuáticas.

       [280] _Relación histórica y descriptiva del camero peruano_,
       pág. 115. Londres, 1811.

Numerosas tribus de América no conocían la agricultura. Los patagones,
los charrúas y otras muchas tribus vivían exclusivamente de la caza,
la pesca y los frutos silvestres. Lo mismo hacían las que en el Norte
habitaban más allá de los Grandes Lagos. Aun en la América Central
se encontraban tribus que desconocían los trabajos agrícolas más
rudimentarios.

Pocas razas salvajes se dedicaban al _comercio_. Había, sí, cambio
de productos de hogar a hogar y aun de tribu a tribu. Los españoles
daban a los indios fruslerías por artículos de utilidad. «En la isla
de Guanahaní--dice Cristóbal Colón--nos daban los indígenas por
cuentecillas de vidrio y cascabeles, papagayos, ovillos de algodón,
azagayas y otras muchas cosas. Hasta diez y seis ovillos que pesarían
más de una arroba ví dar por tres centis de Portugal, que equivalen a
una blanca de Castilla». Entre las razas salvajes sólo podemos decir
que se dedicaban al comercio antes de la conquista los haidahs, los
nutkas, los chinuks, los columbios y los mojaves; pero los verdaderos
comerciantes de América fueron los nahuas y los mayas, que tuvieron
sus mercados, sus ferias, sus expediciones mercantiles y algo que
suplía la moneda. Desde la remota época de los xicalancas venían los
nahuas ejerciendo el comercio en Veracruz, Oajaca y Tabasco. Durante
la dominación de los toltecas adquirieron importancia comercial Tula y
Cholula, bajo los chichimecas Tlaxcala y bajo los aztecas Tlatelulco,
alcanzando en esta última época su apogeo. Los mercaderes de Tlatelulco
llegaron a rivalizar con la nobleza, se regían por Cónsules y
Tribunales propios y formaban uno de los Consejos de la corona. A los
pueblos del Mediodía cambiaban artículos de algodón, pieles, objetos de
oro, piedras preciosas y esclavos por aromas, plumas, productos de mar
y muy especialmente ámbar, una de las materias más estimadas por los
nobles de México.

Era aún más considerable entre los nahuas el comercio interior. Todos
los días celebraban mercado y semanalmente una feria en Tlatelulco,
Tlaxcala, Tezcuco y otros pueblos. La plaza que para los mercados y
ferias había en Tlatelulco se hallaba rodeada de portales; en ella se
vendían toda clase de mercancías; pero en su correspondiente calle o
compartimiento. Aquí, se vendía la caza; allí, la hortaliza; más allá,
las frutas; en ésta, las telas; en aquélla la porcelana. Vendíase en
este compartimiento la plata, el oro y la pedrería, y en aquél, la
piedra, los adobes y el ladrillo; en otros muchos, los diferentes
productos de la naturaleza y del arte. Dentro de la misma plaza había
un edificio (_teopancalli_) donde estaban sentados 10 o 12 jueces
que regulaban los precios, dirimían toda clase de cuestiones entre
vendedores y compradores y castigaban a los delincuentes. Refiere
Hernán Cortés que unas piezas de estaño hacían oficio de moneda en
varias provincias; Ixtlilxochitl cita cierta moneda de cobre, larga
de dos dedos, ancha de uno y gruesa como un real, que habían usado
los indígenas de Tutupec; y Bernal Díaz del Castillo habla de unos
cañutillos de pluma blancos y transparentes, llenos de granos de oro
que, según los gruesos y largos, se les daba determinado valor. Pero
lo que pasaba en todas partes por moneda corriente eran almendras de
cacao, las cuales se podían emplear sueltas y también reunidas en
_xiquipillis_ (8.000) y en sacos (24.000). La moneda, pues, en México
era el cacao; las monedas de estaño de que habla Cortés y las de cobre
de Ixtlilxochitl debieron ser puramente locales. En todos los mercados
se vendía por cuenta y medida, no por peso. «Fasta agora no se ha
visto vender cosa alguna por peso», escribe Hernán Cortés, después de
recorrer el mercado de Tlatelulco. Refiere Oviedo que en Nicaragua
se compraba por diez almendras de cacao un conejo, por otras diez se
gozaba una prostituta y se adquiría por ciento un esclavo.

También entre los mayas tenía suma importancia el comercio. Del mismo
modo, allí los comerciantes constituían clase privilegiada; había
mercados y ferias, y un empleado regulaba los precios y castigaba a los
infractores de las leyes comerciales. El comercio exterior se hacía por
grandes caravanas.

En suma, nahuas y mayas eran comerciantes; pero a causa de ser
imperfectísima la moneda, prevalecía tanto en los primeros como en los
segundos el cambio directo de las cosas.

«La sarta de conchas--escribe Pi y Margall--se dice hoy que haría
el oficio de moneda en todas las tribus que ocupaban el territorio
del Canadá, los Estados Unidos y las dos Californias. Aun entre los
yucatecas se cree que sirvieron de moneda las conchas»[281].

       [281] Nota manuscrista en la pág. 1.244 de la citada obra y
       volumen.



CAPÍTULO XV

  ALIMENTACIÓN DEL INDIO.--EL CANIBALISMO.--BEBIDAS EMBRIAGADORAS
  DE LOS INDIOS.--EL FUEGO: MODO DE OBTENERLO.--LA LUZ.--LAS
  LÁMPARAS.--LAS CASAS DE LOS INDIOS.--LAS ALDEAS.--LAS VIVIENDAS
  DEL SALVAJE.--EL VESTIDO.--LOS ADORNOS.--LA CAZA Y LA PESCA.--LAS
  CANOAS O PIRAGUAS.--LOS JUEGOS DE AZAR.--EL JUEGO DE PELOTA.


La alimentación del indio era abundante tanto de vegetales como
de substancias animales en los países cálidos y fértiles. Por el
contrario, en los fríos y estériles, la alimentación se conseguía con
grandes trabajos y a veces consistía en arañas, gusanos, lagartijas,
culebras, etc.

Entre los alimentos _vegetales_, además de aquellos que la naturaleza
producía espontáneamente (plátano, los frutos de la pita o agave, el
ajo, el puerro y otros), los que necesitaban cultivos elementales
(maíz, patata, arroz salvaje, mandioca, yuca, etc.) Ponen algunos
escritores en la lista de las subsistencias vegetales la coca y
el tabaco. De la coca hacían uso los peruanos, los habitantes
de Venezuela, de Nicaragua y tal vez los tlinkits de la América
Septentrional. Seguramente que el tabaco carece de las virtudes de la
coca. Cuando los españoles comenzaron la conquista, el cultivo y el
uso del tabaco estaba limitado a parte de las Antillas, Venezuela,
México y algunos pueblos situados entre el golfo mejicano y el de San
Lorenzo. El uso del tabaco en la isla de Santo Domingo--según refiere
Oviedo--estaba reducido a quemar las hojas en un plato, y luego aspirar
el humo por las narices mediante un tubo en forma de Y griega o
mediante dos canutos de caña. El efecto que producía era caer el que lo
usaba en profundo letargo. Los mexicanos aprendieron de los dominicanos
y se acostumbraron al mismo vicio.

La alimentación _animal_ variaba desde el walrus, lobo marino,
ciervo, antílope o bisonte, propia de los indígenas del Norte, hasta
la delicada pesca de los ríos de la América del Sur y los sabrosos
mariscos de sus costas é islas, que sostenían a muchas tribus
ribereñas. Entre los alimentos animales uno de los más estimados eran
perros castrados que los indígenas alimentaban y engordaban. Huelga
decir que comían venados, liebres, conejos, patos y gallinas. Estimaban
mucho los huevos.

El reino _mineral_ proporcionaba la sal y algunas tribus comían una
especie de tierra o caolín, ya sola, ya mezclada con algunas raíces.

De los aztecas diremos que aventajaban en alimentos a las demás razas.
No conocían el trigo, ni el centeno, ni la avena, ni el mijo; todo lo
cual suplían con las tortas que hacían del maíz, como hoy sucede en
algunas comarcas de España. Hacían pasteles de aves y empanadas de
pescado; conocían la olla podrida. Cortés afirma que la miel, lo mismo
de maíz que de maguey, era mejor que el arrope. Estaban adelantados
en la cocina y llevaron el sibaritismo hasta servir todo lo caliente
en platos con braserillo: así se hacía en los palacios de los reyes.
Los pueblos de la América Central se parecían a los aztecas, si bien
preferían el pescado y las frutas a la carne. Los nicaraguatecas se
lavaban las manos antes de comer y la boca después de la comida. En
el imperio de los incas, cuyos adelantos competían con los de los
aztecas, se estimaba el maguey más que en ninguna parte; de él sacaban
miel, vino y vinagre; de él, mezclándolo con maíz, arroz o pepitas de
mulli, fortísimo brebaje. Pan y vino hacían también del maíz, el cual
molían en anchas losas. Lo comían crudo, asado, cocido, en gachas; lo
convertían en agradable licor desliendo la harina en agua. Disponían
igualmente de la _quinua_, que era una especie de arroz; lo usaban
como comida y como bebida. Completaban sus alimentos con la carne de
sus carneros, de ordinario hecha cecina, con peces, con frutas, con
legumbres y con raíces.

Entre las muchas razas salvajes que comían el maíz, podemos citar
las siguientes: al Norte de México, los pimas, los _pueblos_ y los
californios del Mediodía; al Sur del Perú, los araucanos; al Oriente
de los Andes, los chiquitos y otros; en la cuenca del Orinoco, los
otomacos, y hacia el Atlántico, los caquesios y algunos más. Otras
razas salvajes suplían la mandioca por el maíz, como sucedía con muchos
pueblos de los Llanos. No pocas tribus de Barlovento usaban el pan de
_ajes_; los californios del Norte, los del Centro y los del Sur, el pan
de bellotas.

Tostaban el maíz, arroz, etc., dentro de habitaciones a propósito,
moliéndolos luego en morteros con mazas o en piedras planas con
rodillos.

Consideramos también como uno de los alimentos de muchos pueblos indios
el hombre. No cabe duda alguna que lo mismo en el Norte que en el Sur
y en el Centro de América, existió la antropofagia o canibalismo,
llegando a ser conocidas algunas tribus con el nombre de _comedores de
hombres_. Por comedores de hombres la nación española consintió que sus
capitanes o conquistadores persiguieran, hicieran esclavos y vendieran
a los indígenas. ¿Eran caníbales por glotonería, por odio o por sed
de venganza? No podemos dar respuesta satisfactoria; pero sí de que
eran comedores de hombres, los cuales hallamos lo mismo entre las
razas cultas que entre las salvajes. Afirma Hernán Cortés que durante
el sitio de México los tlaxcaltecas, los otomíes, los naturales de
Tezcuco, los de Chalco y los de Xochimilco se comían alegremente los
cadáveres de los enemigos en sus cenas y almuerzos. Añade que a los
soldados de Matlanzingo se les cogió muchas cargas de maíz y de _niños
asados_. Termina diciendo que en su expedición al Golfo de Honduras
mandó matar a un mexicano porque se le encontró comiendo carne de un
indio. Extendióse el canibalismo a los pueblos mayas. No cabe duda que
desde el istmo de Tehuantepec al de Panamá se comían a los hombres
sacrificados en los altares de los dioses. Que existió el canibalismo
en Guatemala lo dice el P. Las Casas; en Yucatán, Pedro Martir de
Anglería, y en Nicaragua, Gonzalo Fernández de Oviedo. No es dudoso que
lo hubiera entre los caribes, en Santo Domingo y en toda la América.
Llegaron algunas tribus a cebar a los prisioneros para hacerlos más
sabrosos.

En general no sentían el hambre ni los indios de la América del Norte,
ni los de la Central, ni los del Sur. Sufrían hambres pasajeras los
pueblos cultos y los salvajes, lo cual no debe causar extrañeza,
considerando que hoy mismo en la culta Europa no puede impedirse,
aunque de tarde en tarde, el azote del hambre.

Lo extraño es que pueblos adelantados como los aztecas, y que no
ignoraban algunos guisos de verdadero gusto, comiesen en el suelo,
emplearan no sillas, sino toscas banquetas o almohadones. Usaban
por manteles vistosas esteras de palma. ¿Desconocieron el uso de
las servilletas? No lo sabemos. De los yucatecas se dice que tenían
manteles y servilletas, añadiendo los cronistas que se desvivían por
conservarlos limpios.

Era muy común la embriaguez entre los indios. Bebidas embriagadoras, ya
por fermentación sólo del maíz, ya por fermentación del maíz con otras
substancias, eran muy estimadas en las tribus que sabían obtenerlas.
Citaremos el _pulque_ entre los mejicanos y la _chicha_ entre los
indígenas de Chile y de Guatemala. También las mujeres del harem de
Atahualpa sirvieron la chicha en grandes vasos de oro a Hernando
Pizarro y a Soto[282]. Unos pueblos preparaban la chicha de una manera
y otros de otra. Un escritor antiguo dice que la preparaban poniendo
a fermentar en agua, cebada, maíz tostado, piña y panocha, añadiendo
también especias y azúcar. Del mismo modo el _aca_ era usado entre los
peruanos y el _cajuni_ entre los brasileños. Embriagábanse por otros
medios las tribus que no sabían obtener las bebidas dichas, pudiéndose
citar, entre otras, los _otomaques_ (Orinoco) que tomaban como rapé los
polvos de una semilla (_yuapa_) mezclada con otras substancias. Además,
no pocas tribus usaron bebidas no fermentadas, como el _mate_ (planta
parecida al acebo, cuyas hojas se cuecen como el té) y algunas otras.

       [282] Prescott, _Hist. del descubrimiento y conquista del
       Perú_, tomo I, pág. 373.--Madrid, 1858.

Por lo que respecta al fuego, conocido entre los aborígenes americanos,
se producía por _fricción_ (esto es, barrenando con un trozo cilíndrico
de aguzada punta y madera dura otro pedazo de madera más blanda); por
_percusión_ (golpeando pedernales con piritas u otras piedras que
contuviesen hierro); y mediante _reflexión_ «con un brazalete grande
(chipaba), del que colgaba un vaso cóncavo como media naranja, muy
bruñido, poníanlo contra el sol y a un cierto punto donde los rayos que
del vaso salían, daban en junto, ponían un poco de algodón carmenado,
el cual se encendía en breve espacio.»[283]. Servíales el fuego para
calentarse y alumbrarse. La _hoguera_ fué principal elemento de
vida del indígena. Si en un principio algunas tribus iluminaban sus
chozas con gusanos de luz o de otros modos primitivos, descubierto el
fuego, la luz contribuyó de un modo extraordinario al progreso de la
humanidad. Tuvo origen entonces la industria de alfarería por lo que se
refiere a las _lámparas_, siendo los esquimales los primeros que las
conocieron. Al mismo tiempo se fabricaron las primeras vasijas de barro
(_ollas_) y de arcilla. Es de creer, pues, que al ladrillo de adobe,
sucedió la lámpara del esquimal y luego las restantes alfarerías.

       [283] Garcilaso de la Vega, _Com. Reales_, I, 13, 198, cap.
       XXII.

En capítulos anteriores hemos dicho que las habitaciones o viviendas
indígenas, fijas o movibles, variaban desde la casa del esquimal,
hecha con bloques de nieve, hasta los palacios de los aztecas y de
los incas, fábricas de piedras no pulimentadas. Bueno será advertir
que algunas tribus no conocieron más abrigo que el de los bosques.
Se defendían del sol a la sombra de los árboles, de las rocas o de
los barrancos; del viento, con parapetos de piedras o de broza.
En cuevas se metían cuando arreciaba el frío. Los salvajes que ya
tenían casas, las construían de diferentes formas y maneras. Unas las
cubrían de paja, barro o corteza de árbol, otras eran altas o bajas
y se fabricaban en llanuras, en elevaciones o debajo de la tierra.
Constituían un adelanto los _buhíos_ de Haití y de otras islas del mar
de los caribes. Eran generalmente poliédricos hasta el arranque del
techo y cónicos hasta el remate. A veces estos buhíos tenían la forma
rectangular. Cerraban cada uno de los lados por postes o troncos de
árbol, y entre poste y poste colocaban cañas unidas por bejucos. La
armadura del techo se formaba con varas que partían de las soleras de
los troncos y se unían a un alto madero hincado en el centro de la
casa: los intersticios se cubrían por cañas, pajas, hojas de bihao
o de palmera. Todas las puertas tenían su correspondiente dintel y
casi todas tenían jambas. Las casas que se hacían donde la madera era
abundante, ésta predominaba en los materiales de construcción; donde
no existía el arbolado, predominaba la piedra, el barro o el adobe.
Al contemplar la regularidad y armonía de los edificios de México y
el Perú, casi no se explica que el arquitecto indio no conociese el
_compás_ ni la _plomada_, ni la _escuadra_, como tampoco tuviera idea
del _arco_, elemento esencial de la arquitectura. La reunión de las
cabañas o tiendas formaban _aldeas_ (rancherías, tabas, etc.), más o
menos grandes, más o menos sólidas. Las casas de los jefes, templos,
etc., se rodeaban generalmente de empalizadas para su protección.

Tales villorrios se hallaban frecuentemente esparcidos a lo largo de
las costas de los mares, de los ríos y de los lagos, lo cual fué causa
de las relaciones exageradas que del número de indígenas dieron los
conquistadores europeos, quienes llegaron a suponer que también estaban
habitadas las zonas mediterráneas.

La miseria en el hogar salvaje no podía ser mayor. Las camas eran
bastas y pobres tarimas enclavadas en la pared. Colgaban del techo
carne o pescado hechos cecina, mazorcas de maíz y a veces el trineo
o la canoa; de las paredes colgaban las armas y cabezas de búfalo o
ciervo; no lejos de la puerta se hallaban los trofeos del dueño de la
casa. Unos hincaban la lanza delante de su toldo, otros en altas cañas
las cabezas de las reses muertas por su mano y algunos sobre viejas
aljabas las cabelleras de sus enemigos. Humosas teas iluminaban de
noche la habitación o choza del salvaje, y sólo en las viviendas de los
esquimales o en los subterráneos de la isla de Fox, ardían lámparas
de piedra alimentadas por aceite de ballena o de foca. Ni los mismos
mexicanos y peruanos dispusieron de mejor luz. También el señor feudal
europeo colgaba en sus desabrigados salones las lanzas, alabardas y
ferradas mazas, y en las puertas de su castillo cabezas de jabalíes o
de lobos; también el vasallo vivía en casas de barro y se alumbraba con
resinosas teas.

Lo mismo en las casas de los indios cultos, que en las de los salvajes,
vivían hacinados viejos y jóvenes, hombres y mujeres. Las casas de los
pobres sólo tenían un aposento. Si las de las razas cultas o de los
indios algo acomodados tenían más de una pieza, el dormitorio era uno.
Ellos hacían públicamente actos que la moral y el pudor quieren que
sean secretos. Unicamente entre los reyes y los nobles parecía existir
cierta honestidad.

Acerca del uso del _vestido_, halló Colón, en su primer descubrimiento,
desnudos a hombres y mujeres, presentándose todos sin muestra alguna
de sonrojo. En algunas partes vió el Almirante que las hembras se
ponían unas _cosas_ de algodón que apenas _les cobijaban la natura_.
Afirma el P. Gumilla que las mujeres del Orinoco se avergonzaban, no
de andar desnudas, sino de cubrirse las carnes. Es, pues, evidente
que en casi toda América iban desnudos hombres y mujeres, siendo una
excepción los que iban vestidos. En los países comprendidos entre los
dos trópicos se cubrían con pieles; pero era cuando arreciaba el frío o
les molestaba la lluvia.

En muchas partes las mujeres usaban faldas con las cuales se cubrían
desde la cintura a las corvas; en otras, pequeños delantales que
flotaban a merced del viento; y en algunas, cortas sayas hechas con
fibras de cortezas de árbol. En las costas meridionales del mar de los
Caribes, las mujeres se ponían un simple hilo, y los hombres llevaban
recogido el miembro o metido en cañutos de metal, en tubos de madera o
cuellos de calabaza.

Algunas tribus pegaban a su piel varias plumas y las pegaban con un
barniz resinoso.

Costumbre fué también que el salvaje (esquimal, botocudo, etc.),
perforase con dijes, joyeles, piedras, etc., la nariz, labios, orejas o
mejillas.

No sabemos cuándo y cómo comenzaron a usar _vestido_ los americanos.
Tanto la forma como la materia variaban de un modo extraordinario.
Llamaba la atención la piel finísima de algunos vestidos, siendo muy
común abrigarse con pieles de búfalo, ciervo, lobo marino, etc.

Entre los aztecas, las mujeres vestían el _huipil_ o camisa sin mangas
o con medias mangas que del cuello bajaba a las rodillas y el _cucilt_
o especie de faldellín que las cubría de la cintura abajo; llevaban
también sandalias. Mejor vestida iba la mujer en el imperio de los
incas. Llevaba en la cabeza vistosa cinta, del cuello a los talones
una bata que se ajustaba a las caderas con ancho cinto, de los hombros
a los tobillos fino manto sujeto por alfileres de oro o plata que
llamaba _topus_, y en los pies, abarcas hechas de fibras de cabuya.
Era bastante parecido el traje del varón. En las sienes llevaba una
guirnalda; de la garganta a las rodillas camiseta sin mangas ni cuello;
encima, una manta de lana en las tierras frías y de algodón en las
calientes; en los pies, albarcas.

Más bellos eran los trajes de los iroqueses y algonquines. Diferían
muy poco los de la mujer y el hombre. La túnica era ceñida, la manta
estaba compuesta de pieles de castor, y casi siempre salpicada de
vivos colores, y las polainas y zapatos se hacían de pieles de ciervo.
La diferencia más notable entre el traje de la mujer y del hombre
consistía en que la túnica de la primera era ancha y flotante.

El _tatuaje_ (imprimir en el cuerpo dibujos hechos con una aguja y una
materia colorante) fué general entre los americanos y se consideró como
un adorno, siendo los colores más usados el rojo, amarillo, blanco y
negro, que fabricaban con ocres, cal, carbón y jugos de diferentes
plantas. Del mismo modo pintábanse casi todas las razas, y lo hacían
casi siempre para embellecerse. Unas se pintaban la nariz, la barba o
los dientes, otras todo el rostro, algunas el pecho y muchas todo el
cuerpo.

Los caquesios se pintaban el brazo si en duelo o en batalla habían
dado muerte a uno de sus enemigos, el pecho si habían vencido en dos
combates, y del ojo a la oreja si victoriosos por nuevos triunfos
habían entrado en la corte de sus caciques. Los guaycurues cuando
eran niños se pintaban de negro las carnes, ya mozos de encarnado,
ya ancianos o jefes de varios colores. En algunas razas era el más
estimado aquel que se presentaba con colores más brillantes; esto
sucedía entre los salivas y los cumaneses.

Numerosos adornos usaban, lo mismo las razas cultas que las salvajes.
Aunque los caciques de Haití iban desnudos, llevaban coronas, placas
en el pecho y cintos con carátulas de oro. Los reyes de México, aunque
se presentaban casi desnudos, llevaban durante determinadas fiestas
joyas en las orejas, nariz, labios y garganta; encima de los codos,
brazaletes, de los cuales salían brillantes plumas; en los brazos,
ajorcas de oro; en las muñecas, pulseras de perfumado cuero con sendas
esmeraldas; de la rodilla abajo, grebas de luciente oro; en los pies,
sandalias de piel de tigre con suela de piel de ciervo; la espalda
estaba adornada con vistoso plumaje; en la cabeza llevaban un pájaro
disecado de vivos colores, y en las sienes dos borlas de finísimo
plumión, que bajaban de lo alto de la cabellera. Otros adornos, más o
menos ricos, usaban, no sólo los monarcas aztecas, sino los cortesanos
y los poderosos magnates del imperio.

La mayor parte de las razas no se cortaban el cabello. Unas lo llevaban
suelto y a la espalda (apaches, etc.), otras distribuído en trenzas,
algunas como formando una corona alrededor de la cabeza, y no pocas a
manera de asas. Entre las razas que se rapaban la cabeza, citaremos los
tarascos. Los nicaraguatecas se dejaban un mechón en la coronilla, y
las mujeres, entre los albayas, una cresta que iba del cerviguillo a
la frente; los yucatecas se quemaban el cabello en la coronilla; los
tupinambaes lo llevaban como nuestros monjes, etc.

La _caza_ y la _pesca_ fueron entre los indios cultos y salvajes
ocupación principal. Si los primeros la consideraron como ejercicio de
recreo, los segundos se entregaron a ella por necesidad. El cazador y
el pescador indio conocían todos los medios para apoderarse y destruir
los animales. Lo mismo usaban las trampas o lazos que las armas
arrojadizas, valiéndose de una manera o de otra para cazar ciervos,
antas, liebres, conejos y toda clase de pájaros.

Veamos cómo se verificaban las grandes cacerías en México y en el Perú.
Cientos y cientos de hombres formaban un gran círculo, el cual iban
poco a poco reduciendo o haciéndolo más pequeño. Conseguían de este
modo que todas las reses se fueran cobijando en un lugar del bosque
donde había muchas trampas y redes. Esto hacían los aztecas. Los incas,
en número también considerable de hombres, provistos de lanzas y palos,
corrían en opuestas direcciones, llevando la caza a determinado sitio.
Mataban, desde luego, todas las alimañas y muchos venados; de ningún
modo a los huanacos y vicuñas. Es de notar que este sistema de caza lo
empleaban de igual manera los pueblos salvajes. Lo practicaban, entre
otros, los patagones, los mosquitos de Honduras y los guajiros de
Orinoco. Los últimos se distribuían en forma de media luna y cerraban
el círculo cuando veían reunidas gran número de reses. En México había
parques y sotos reservados a los reyes, incurriendo en pena de muerte
los cazadores que se atrevían a penetrar en aquéllos; en el Perú, fuera
de las cacerías anuales ordenadas por los incas, no se permitía matar
huanacos ni vicuñas.

Dedicábanse principalmente a la _pesca_ los pueblos que vivían en las
orillas de los ríos y en las costas del mar. Eran aficionados a la
pesca lo mismo las tribus cultas que las salvajes. Pescaban los indios
ballenas, focas, nutrias, salmones, tortugas, manatíes, caimanes y toda
clase de peces. Unas veces los indígenas se metían en el agua y cogían
los peces; otras los mataban, ya disparando flechas desde sus piraguas,
ya desde las costas o riberas; con mucha frecuencia los atufaban con
el jugo de algunas plantas; algunos atajaban la corriente con banastos
para cogerlos fácilmente. Conocían los indios las redes y los anzuelos.
Había anzuelos de hueso, de madera, de cuero y de conchas de almeja.
Tenían fisgas y arpones. Usaban el dardo, la lanza y otros aparejos de
pesca. Los pescadores más arrojados y valientes eran los esquimales
y todos los del Norte; tal vez fuesen más diestros y audaces los
pescadores del Orinoco y algunos de la América del Sur, en particular
los que se dedicaban a la pesca del manatí dentro del río citado. Más
intrepidez se necesitaba todavía para pescar el caimán y la tortuga.
Cuando los otomacos veían que caimanes y tortugas saltaban al Orinoco,
se arrojaban sobre los primeros o sobre las segundas, y caballeros en
unas o en otras, bajaban al fondo del río, donde se apoderaban de los
caimanes con lazos de nudo corredizo y de las tortugas volviéndolas
de espaldas. Seguramente que este procedimiento era bastante más
peligroso que el usado contra el caimán por las tribus de la Florida,
pues allí los pescadores lo cogían introduciéndole en las fauces larga
y nudosa rama de árbol.

Por lo que a la navegación respecta, los indios sólo conocieron la
balsa, la canoa y el haz de juncos para recorrer únicamente sus ríos,
sus lagos y las costas de sus mares. Los aztecas usaron la balsa y la
canoa; los peruanos recorrieron sus ríos, el lago Titicaca y las costas
del Pacífico, valiéndose también de balsas o de haces de enea. Los
mayas se hallaban tan atrasados como los peruanos.

Puede asegurarse que eran más navegantes muchas razas salvajes.
Lo eran los habitantes de la tierra del Fuego, los payagüaes, los
guarapayos, y muy especialmente los intrépidos tupíes, que corrían
ciento o doscientas leguas por las costas del Atlántico. Entre los
tupíes descollaban por su audacia los caribes, que navegaban de isla en
isla, de las islas a Tierra Firme; y allá en el Orinoco atravesaban--no
sabemos cómo--los raudales y los saltos del Caroní y el Caura. Los
antillanos y los esquimales desafiaban con sus canoas las tempestades
y borrascas. Las piraguas o canoas de los habitantes de Santo Domingo,
Cuba, etc., eran de bastante tamaño y de no poca fortaleza. Dícese que
sólo los esquimales conocieron el _remo_, pues las restantes tribus
manejaron las embarcaciones con _palas_.

La canoa, la balsa, el haz de enea, o de bambúes o de juncos, servían
de medios de navegación y también de transporte. Ya sabemos que en
América no había otra bestia de carga que el llama, ni otra de tiro que
los perros del Norte. Los trineos, de los cuales tiraban los perros, lo
usaban sólo los esquimales y los tinnehs.

Probado se halla que los americanos desconocían la brújula y el
astrolabio. Tenían mucha afición a los juegos de azar, hasta el punto
que jugaban frecuentemente sus vestidos, sus adornos, sus armas, su
libertad personal y hasta sus mujeres. Si unos juegos eran del agrado
de determinadas tribus y otros juegos de otras, el _juego de pelota_
era común a casi todas. Ejercitábanse en determinadas tribus los
guerreros y hasta las mujeres en carreras a pie, logrando con ello
fortaleza y destreza de sus miembros.

Entre las razas salvajes del Norte se jugaba del siguiente modo.
Tomaban parte en la contienda dos tribus o dos pueblos. Se ponía la
pelota entre dos metas equidistantes y las tribus se colocaban en
opuestas direcciones. Consistía el juego en que la tribu del norte, por
ejemplo, lograra llevar la pelota más allá de la meta del mediodía y
la tribu del mediodía más allá de la meta del norte; esto era difícil
porque eran muchos los jugadores de una y otra parte, y porque las dos
metas, la una de la otra estaban a larga distancia. Unas tribus usaban
pelotas de roble, otras de barro cubiertas de piel de ciervo. Arrojaban
la pelota sirviéndose de un palo, en cuya punta retorcida se colocaba
pequeña red de tiras de cuero o nervios de búfalo. Asistía al juego
mucha gente: unos apostaban en favor de un bando y otros del otro.
Gritaban a los jugadores lo mismo el público que llevaba la mejor parte
como el que llevaba la peor; gritaban también los que se disputaban la
victoria. Los haitianos jugaban igualmente en el campo, entre dos metas
o rayas, logrando el triunfo los que conseguían llevar la pelota fuera
de la linde de sus contendientes. Las pelotas eran de caucho, y las
recibían o rechazaban, no con la mano, sino con la cabeza, el hombro,
la cadera o la rodilla. También recibían y despedían las pelotas, los
chiquitos con la cabeza y los otomacos con el hombro derecho. Los
aztecas jugaban muy bien y tenían a gala ser los primeros: se cuenta
que, vencido el rey de Tlatelolco, dispuso que se estrangulase al
vencedor que era el señor de Xochimilco. Llegó el juego de pelota a
toda su perfección entre los mayas y los nahuas. Se consideraba entre
estas tribus como fiesta nacional, como la más importante, casi como la
única. Los pueblos más pequeños tenían un trinquete, que consistía en
habitaciones rectangulares, de 25 a 55 metros de largo, de 12 a 22 de
ancho. Dividíanse los jugadores en dos bandos. Recibían y despedían la
pelota con la parte del cuerpo que de antemano se hubiese convenido,
generalmente con las rodillas o las asentaderas. Duraba la lucha de sol
a sol. Los espectadores hacían apuestas en favor de uno o de otro de
los jugadores. El que lograba meter la pelota por el ojo de uno de los
dos anillos que se hallaban en una de las paredes, se le consideraba
como el héroe de la fiesta y se le agasajaba con muchos y valiosos
regalos. Jugaban con pala, bote y argolla. Desconocemos lo que fuese el
bote y la argolla. Si se suscitaban cuestiones o discordias, ora entre
jugadores, otra entre espectadores, allí estaban jueces nombrados por
los caciques con el objeto de dirimirlas. También las mujeres, después
de fabricar artículos de alfarería y de tejer con el hilo que sacaban
del muriche esteras, canastas, etcétera, se dirigían al trinquete,
cogían la pala (del ancho de una tercia de bordo a bordo y de astil
grueso y largo para cogerlo con las dos manos) y tiraban la pelota (que
era de caucho y de gran circunferencia) con tal fuerza que los hombres
no se atrevían a recibirla en el hombro. A veces, hombres y mujeres,
para evitarse tabardillos, se sajaban brazos, muslos y piernas durante
los citados juegos, y para restañar las heridas se arrojaban al río. Si
esto no era bastante, las cubrían de arena o barro.



SEGUNDA ÉPOCA

DESCUBRIMIENTOS



CAPÍTULO XVI

  REYES DE CASTILLA A FINES DE LA EDAD MEDIA: ENRIQUE II, JUAN I,
  ENRIQUE III, JUAN II Y ENRIQUE IV.--REYES CATÓLICOS.--CULTURA
  LITERARIA EN AQUELLOS TIEMPOS.--CRISTÓBAL COLÓN EN ESPAÑA.


Veamos lo que dice el insigne historiador Mariana de los últimos reyes
de la dinastía de Trastamara y de los Reyes Católicos: «Tuvo, dice,
el Rey D. Enrique (II), tronco y principio deste linaje, el natural
muy vivo y el ánimo tan grande que suplía la falta del nacimiento.
Don Juan (I), su hijo, fué persona de menos ventura y de industria y
ánimo no tan grande ni valeroso. Don Enrique (III), su nieto, tuvo el
entendimiento encendido y altos pensamientos, el corazón capaz del
cielo y de la tierra; la falta de salud y lo poco que vivió no le
dejaron mostrar mucho tiempo el valor que su aventajado natural y su
virtud prometían. El ingenio de D. Juan, el segundo de este nombre, era
más a propósito para letras y erudición que para el gobierno.» De su
hijo D. Enrique IV, escribe el jesuíta historiador lo siguiente: «Lo
que importa más, las costumbres no se mejoraron en nada, en especial
era grande la disolución de los eclesiásticos; a la verdad se habla
que por este tiempo Don Rodrigo de Luna, arzobispo de Santiago, de las
mismas bodas y fiestas arrebató una moza que se velaba, para usar della
mal...»[284]. En Don Enrique, añade después el P. Mariana, «desfalleció
de todo punto la grandeza y loa de sus antepasados, y todo lo afeó
con su poco orden y traza; ocasión para que la industria y virtud se
abriese por otra parte camino para el reino de Castilla, y aun casi
de toda España, con que entró en ella una nueva sucesión y línea de
grandes y señalados príncipes»[285].

       [284] _Historia de España_, tomo II, libro XXII, cap. XX.
       ¿Es verdad o leyenda lo que dice el Padre Mariana acerca
       de D. Rodrigo de Luna, arzobispo de Santiago y sobrino del
       condestable don Alvaro? ¿Se trata de un cuento forjado,
       después de la muerte de D. Alvaro, para desacreditar a la
       familia de los Lunas? Así lo cree--y razones poderosas tiene
       para ello--D. Antonio López Ferreiro en su estudio histórico
       intitulado _Don Rodrigo de Luna_, impreso en Santiago el 1884.

       [285] _Historia general de España_, tomo II, libro XXIV, cap.
       IV.

Don Modesto Lafuente se halla conforme con el P. Mariana. «En poco más
de un siglo--tales son sus palabras--que ocupó el trono de Castilla
la línea varonil de la familia de Trastamara, vióse a aquellos
príncipes ir degenerando desde la energía al apocamiento, y desde la
audacia hasta la pusilanimidad. El prestigio de la majestad desciende
hasta el menosprecio y el vilipendio, y la arrogancia de la nobleza
sube hasta la insolencia y el desacato. La licencia invade el hogar
doméstico, la corte se convierte en lupanar y el regio tálamo se
mancilla de impureza, o por lo menos se cuestionaba de público la
legitimidad de la sucesión. La justicia y la fe pública gemían bajo
la violación y el escarnio. La opulencia de los grandes o el boato
de un valido insultaban la miseria del pueblo y escarnecían las
escaseces del que aún conservaba el nombre de soberano. Mientras los
nobles devoraban tesoros en opíparos banquetes, Enrique III encontraba
exhausto su palacio y sus arcas, y su despensero no hallaba quien
quisiera fiarle. Juan II procuraba olvidar entre los placeres de las
musas las calamidades del reino, y se entretenía con las _Querellas
del amor_, o con los versos del _Laberinto_, teniendo siempre sobre
la mesa las poesías de sus cortesanos al lado del libro de las
oraciones. Este príncipe tuvo la candidez de confesar en el lecho
mortuorio, que hubiera valido más para fraile del Abrojo que para rey
de Castilla[286]. «Los bienes de la corona se disipaban en personales
placeres, o se dispendiaban en mercedes prodigadas para grangearse la
adhesión de un partido que sostuviera el vacilante trono»[287]. «La
degradación del trono--añade después--, la impureza de la privanza,
la insolencia de los grandes, la relajación del clero, el estrago de
la moral pública, el encono de los bandos y el desbordamiento de las
pasiones, llegan al más alto punto en el reinado del cuarto Enrique
de Castilla. Los castillos de los grandes se convierten en cuevas
de ladrones; los indefensos pasajeros son robados en los caminos, y
el fruto de las rapiñas se vende impunemente en las plazas públicas
de las ciudades; un arzobispo capitanea una tropa de rebeldes para
derribar al monarca y sentar al infante D. Alfonso en el solio. En
el campo de Avila se hace un burlesco y extravagante simulacro de
destronamiento, ignominioso espectáculo y ceremonia cómica, en que un
prelado turbulento y altivo, a la cabeza de unos nobles ambiciosos
y soberbios, se entretienen en despojar de las insignias reales la
estatua de su soberano, y en arrojar al suelo, entre los gritos de la
multitud, cetro, diadema, manto y espada, y en poner el pie sobre la
imagen misma del que había tenido la imprudente debilidad de colmarlos
de mercedes»[288].

       [286] El convento del Abrojo se fundó en 1415, a las márgenes
       del Duero, cerca de Valladolid, por el venerable Fray Pedro de
       Villacreces y San Pedro Regalado. Cuentan algunos escritores,
       copiándolo del supuesto Bachiller de Cibdareal, que Juan II,
       poco antes de morir, le dijo: _Bachiller, naciera yo fijo de
       un mecánico, e hobiera sido frayle del Abrojo, e no Rey de
       Castilla_.

       [287] _Historia de España_, tomo I. _Discurso preliminar_,
       páginas 100 y 101.

       [288] Ibidem, págs. 102 y 103.

[Ilustración:

FOTOTIPIA LACOSTE.--MADRID.

ISABEL LA CATÓLICA.]

Pasamos a reseñar el reinado de Doña Isabel y D. Fernando. Después de
decir el P. Mariana que la reina falleció en la villa de Medina del
Campo, añade: «su muerte fué tan llorada y endechada cuanto su vida lo
merecía, y su valor y prudencia y las demás virtudes tan aventajadas,
que la menor de sus alabanzas es haber sido la más excelente y valerosa
princesa que el mundo tuvo, no sólo en sus tiempos, sino muchos siglos
antes»[289]. A Fernando el Católico así le juzga: «Príncipe el más
señalado en valor y justicia y prudencia que en muchos siglos España
tuvo. Tachas a nadie pueden faltar, sea por la fragilidad propia, o
por la malicia y envidia ajena, que combate principalmente los altos
lugares. Espejo, sin duda, por sus grandes virtudes en que todos los
príncipes de España se deben mirar»[290].

       [289] _Historia general de España_, tomo II, lib. XXVIII, cap.
       XI.

       [290] Ibidem, tom. II, lib. XXX, cap. XXVII.

Por su parte, D. Modesto Lafuente, lleno de entusiasmo por los Reyes
Católicos, escribe: «Gran príncipe el monarca aragonés, sin dejar de
serlo, lo parece menos al lado de la reina de Castilla. Asociados en
la gobernación de los reinos como en la vida doméstica, sus firmas
van unidas como sus voluntades; _Tanto monta_, es la empresa de sus
banderas. Son dos planetas que iluminan a un tiempo el horizonte
español; pero el mayor brillo del uno modera sin eclipsarla la luz
del otro. La magnanimidad y la virtud, la devoción y el espíritu
caballeresco de la Reina, descuellan sobre la política fría y
calculada, reservada y astuta del Rey. El Rey es grande, la Reina
eminente. Tendrá España príncipes que igualen o excedan a Fernando;
vendrá su nieto rodeado de gloria y asombrando al mundo; pasarán
generaciones, dinastías y siglos, antes que aparezca otra Isabel»[291].

       [291] _Historia general de España_, tomo I. _Discurso
       preliminar_, págs. 118 y 119.

Sentimos no estar conformes con la opinión de historiadores tan
ilustres. En nuestro humilde juicio, no son tan negras las tintas
del cuadro de los reyes de la casa de Trastamara, ni tan claras ni
brillantes las que se destacan del de Doña Isabel y D. Fernando.
Creemos que los reinados de Enrique II, Juan I, Enrique III, Juan II y
Enrique IV, prepararon el de los Reyes Católicos. Si de la reconquista
se trata, ellos continuaron la obra comenzada por sus antepasados, en
particular por los dos últimos.

Enrique II el de las _Mercedes_, sin embargo de su bastardía, se captó
el amor de sus súbditos. Venció a todos sus enemigos, a unos con su
talento y a otros con su espada. Aunque anhelaba vivamente la paz con
los moros, tuvo a veces que pelear, no sin mostrar brío y pujanza.
Juan I vivió en paz con los muslimes, a los que era aficionado. Gozaba
fama de bondadoso. En sus guerras con Portugal, la fortuna le fué
adversa en la batalla de Aljubarrota. Enfermo de cuerpo, Enrique III
no lo estuvo de alma, pues contuvo a los nobles, se aficionó a los
muslimes granadinos y procuró con gran interés llenar las arcas vacías
del erario público. Admitimos con Mariana que Juan II _no tenía mucha
capacidad_; pero afirmamos que no le faltaban excelentes cualidades.
Honró durante todo su reinado a los hombres de talento, y mostró su
generosidad lo mismo con sus amigos que con sus enemigos. Ejercitábase
en las ciencias, en las letras y en las artes. Cultivó la lengua
latina, en la cual--según el cronista Pérez de Guzmán--fué _asaz
docto_[292]; también en la filosofía, poesía y música, no faltándole
ingenio para las dos últimas. Dice el cronista que _tañía e cantaba e
trovaba e danzaba muy bien_. Puede asegurarse que bajo su protección se
elevó a un grado hasta entonces desconocido la cultura intelectual en
Castilla.

       [292] _Crón._, pág. 576.

«La ciega afición de D. Juan a su favorito--dice Prescott--es la clave
para juzgar de todas las turbulencias que agitaron al país durante
los últimos treinta años del aquel reinado»[293]. Creemos nosotros
que los disturbios hubiesen sido los mismos con o sin la privanza de
D. Alvaro de Luna. Los revoltosos D. Juan y D. Enrique, infantes de
Aragón, confederados con los grandes de Castilla, dividieron el reino
en banderías, mantuvieron siempre viva la llama de la guerra civil,
trayendo conmovidos los pueblos, acobardando al rey y perturbando la
monarquía. Al favorito nadie podrá negarle su fidelidad al Monarca y
su valor en los combates. Era, además, conocedor de la política de su
tiempo, dotado de penetración para descubrir las intenciones ajenas
y de serenidad para ocultar las suyas, infatigable en el trabajo y
perseverante en sus propósitos.

       [293] _Historia de los Reyes Católicos_, tomo I, pág. 114.

Si Juan II se mostró siempre apático, si no supo contener los tumultos
y rebeliones que se sucedieron unos después de otros, si no castigó
con mano de hierro a los revoltosos magnates--siguiendo en esto la
misma conducta del insigne y nunca bastante alabado Alfonso X, _el
Sabio_--debe ser justamente censurado; pero no se olvide que durante
su menor edad, el almirante Alonso Enríquez destrozó la escuadra de
Marruecos, y D. Fernando de Antequera tomó a Zahara, venció en la
batalla de las Yeguas y conquistó a Antequera. No se olvide tampoco que
tiempo adelante el privado D. Alvaro de Luna llegó cerca de Granada y
ganó la importante batalla de la Higueruela o de Sierra Elvira, que
el primer marqués de Santillana se apoderó de Huelma en las fronteras
de Jaén, y que Alfonso Fajardo, gobernador de Lorca, obtuvo señalado
triunfo peleando con las tropas de Osmin, Rey de Granada.

Por lo que respecta a Enrique IV, los historiadores le han juzgado con
una parcialidad como no hay ejemplo, llegando a decir que lo único
bueno que hizo fué morirse. Reconocen algunos que se distinguía por su
carácter benigno y por una bondad, que podía llamarse familiaridad,
con los inferiores. Su generosidad no tuvo límites, hasta el punto
que le mereció el renombre de _el Liberal_. «La vida de un hombre no
tiene precio--decía--y no se debe en manera alguna consentir que la
aventure en las batallas.» Lafuente, que sigue al pie de la letra los
relatos y juicios de Prescott, añade que cuando el emir de Granada
tuvo noticia de la máxima monacal del Rey cristiano, hubo de decir:
«que en el principio lo hubiera dado todo, inclusos sus hijos, por
conservar la paz en su reino, pero que después no daría nada.» Dijera
o no dijera tales palabras el granadino--cosa que no tiene importancia
alguna--opinamos que no merecen censura las dictadas por el generoso y
noble espíritu de Enrique IV. No negaremos que era débil de carácter y
que grandes y prelados vilipendiaron el trono. También repetiremos una
vez más que era pródigo en mercedes, generoso y en la clemencia--como
escribe Mariana--fué demasiado. De su amor a las bellas artes son
prueba las fábricas que hizo levantar en Madrid y Segovia. Nosotros
recordaremos que corriendo los años 1455, 1456 y 1457, realizó tres
expediciones a Andalucía, logrando que el granadino se le ofreciese
por vasallo y se comprometiera a enviarle anualmente diez mil doblas
y seiscientos cristianos cautivos. Pasado algún tiempo y rotas las
paces entre cristianos y moros, Enrique IV tomó posesión de Gibraltar
ganado por los suyos y entró a saco por tierras granadinas; pero le
salió al encuentro el Sultán y se reanudaron las paces. Sin embargo
de la enemiga de los orgullosos magnates, de la insurrección de su
hermano Alfonso y de los disgustos que le dió su hermana Isabel,
«contribuyó más de lo que se cree--como escribe Fernández y González--a
debilitar el reino de Granada, dejando una rica herencia para lo
porvenir a sus inmediatos sucesores»[294]. ¿Por qué le censuraron
con tanto encono los escritores contemporáneos? No negaremos que la
conducta del cuarto Enrique se prestaba a censuras, y de su impureza
de costumbres dió hartas pruebas. No le perdonaron aquellos autores la
afición que tuvo a las inclinaciones de los muslimes, y aun pudiéramos
decir a las creencias musulmanas. Nada nuevo añadiremos al notar que
si Enrique IV tenía aficiones a los musulmanes, no era él sólo, sino
toda aquella sociedad. La civilización árabe venía desde tiempos
anteriores infiltrándose poco a poco en la vida y costumbres de los
cristianos. Jóvenes españoles estudiaban la lengua árabe, asistían a
las escuelas de los moros, no dejaban de la mano los libros publicados
o traducidos por los hijos del Profeta. A las fiestas y torneos que se
celebraban en el reino de Granada acudían caballeros cristianos, los
cuales correspondían galantemente con otras invitaciones. Cristianos
amaban a moras y moros a cristianas. Poetas cristianos cantaban la
belleza de la hija de algún cadí y trovadores musulmanes dedicaban
sus versos a la hermosa compañera de algún magnate español. Jóvenes
andaluces acompañaban a las castellanas en los paseos, en las corridas
de caballos o de toros, y a veces llegaban a esperarlas a la salida de
las iglesias; a su vez los cristianos no miraban con malos ojos, cuando
de cosas de amor se trataba, el que las jóvenes moras leyesen con mayor
o menor fervor el libro del Profeta.

       [294] _Los Mudéjares de Castilla_, págs. 195 y 196.

Además--y cumplimos un deber diciendo lo que creemos
verdadero--aduladores cronistas, olvidándose de la elevada misión del
historiador, quisieron congraciarse con los Reyes Católicos maltratando
a Enrique IV.

Debemos detenernos un poco en el reinado de los Reyes Católicos. Cierto
es que la unión de las coronas de Aragón y Castilla contribuyó al
esplendor y grandeza de la monarquía, cuyo timbre de gloria más grande
será haber puesto un freno a las demasías de los nobles, robusteciendo,
por tanto, el poder real. En las cortes de Madrigal de 1476,
convocadas--según dice muy acertadamente Hernando del Pulgar--para
dar orden en aquellos robos e guerras que en el reino se facían, se
reglamentó la Santa Hermandad y se reorganizó la administración de
justicia, logrando la reina, como escribe el laborioso escritor,
«hacer que el labrador y el oficial no estuviesen sojuzgados por el
caballero, y que la sentencia de un par de jueces fuese más respetada
que un ejército»[295]. Más importantes, no sólo que las cortes de
Madrigal, sino que todas las celebradas por D. Fernando y D.ª Isabel,
fueron las de Toledo del año 1480, en las cuales afirma con mucha
razón Galindez de Carvajal «se hicieron las leyes y las declaratorias,
todo tan bien mirado y ordenado que parecía obra divina para remedio y
ordenación de las desórdenes pasadas»[296]. Consiguióse en poco tiempo
que la justicia imperara en las grandes y pequeñas poblaciones, en
las ciudades y en los campos. Mejoraron la administración pública y la
hacienda, procurando poner orden y paz en el país.

       [295] Colmenares, en su _Historia de Segovia_, al exponer la
       primera aplicación de la Santa Hermandad, dice lo siguiente:
       «Uno de sus primeros efectos fué en nuestra ciudad; porque
       llegando alguna gente de mala sospecha y peor traza, con
       algunos moros, que dezían ser criados del Rey a hospedarle en
       Zamarramala, arrabal (como hemos dicho), de nuestra ciudad,
       pidiendo aposento como soldados, les fué respondido como
       tenían privilegio de pechos y aposentos, por la vela que
       hacían en los alcázares, que todo permanece hoy. La gente era
       inquieta, los vecinos briosos; vinieron a las manos; hubo
       heridos y muertos. Súpose en la ciudad la revuelta; la _Santa
       Hermandad_ despachó ministros, que prendiendo a algunos,
       averiguada con verdad la causa, los asaltaron, con que se
       temía más y se robaba menos.» Págs. 386 y 387.

       [296] _Anales breves_ en la _Colección de documentos
       inéditos_, tomo XVIII, 267.

Por lo que atañe a la inquisición, publicada la Bula (día 1.º de
noviembre de 1478), por Sixto IV, concediendo facultad a D. Fernando
y D.ª Isabel para elegir tres prelados u otros eclesiásticos doctores
o licenciados, de buena vida y costumbres, para que inquiriesen y
procediesen contra herejes y apóstatas de sus reinos, los mencionados
monarcas, hallándose en Medina del Campo, nombraron (17 de septiembre
de 1480) primeros inquisidores a los dominicos Fr. Miguel Morillo y
Fray Juan de San Martín, juntamente con otros dos eclesiásticos, como
asesor el uno y como fiscal el otro, facultándoles para establecer la
inquisición en Sevilla. Comenzó en seguida el nuevo tribunal a ejercer
sus funciones, adquiriendo suma importancia cuando el Papa expidió un
breve nombrando (2 de agosto de 1483) inquisidor general de la corona
de Castilla a Fray Tomás de Torquemada, prior del convento de dominicos
de Segovia, cuyo nombramiento hizo extensivo después (17 de octubre de
dicho año) a la corona de Aragón.

¿Por qué la reina Católica se fijó en Fray Tomás de Torquemada para
el cargo de inquisidor general y no en Talavera, González de Mendoza
o Cisneros? Era el primero--como dice Lafuente--, «el representante
del fanatismo más furioso e implacable»[297]. Eran los segundos, «tres
grandes lumbreras que sobraban por sí solas para derramar copiosa luz
por el vasto horizonte de un siglo»[298].

       [297] _Hist. de España_, tomo IX, pág. 511.

       [298] Ibidem, pág. 518.

Dígase lo que se quiera en contrario, los Reyes Católicos, con una
irreflexión o torpeza como no hay ejemplo--pues nada importa que la
opinión general del pueblo español estuviese conforme con ello o que el
espíritu del siglo fuese la intolerancia y la persecución--, crearon el
tribunal más terrible que registra la historia y nombraron Inquisidor
general al hombre más cruel de todos los tiempos.

Bernáldez, cura de los Palacios, historiador coetáneo, dice que
desde 1482 a 1489, hubo en Sevilla más de 700 quemados y más de
5.000 penitenciados, sin designar el número de los castigados en
estatua[299]. Zurita, añade, que «en sola la Inquisición de Sevilla,
desde que pasaron los términos de la gracia hasta el año de 1520, se
quemaron más de 4.000 personas y se reconciliaron más de 30.000.»
«Hállase (continúa) memoria de autor, en esta parte muy diligente,
que afirma que esta parte que aquí se señala es muy defectuosa, y que
se ha de tener por cierto y averiguado que sólo en el arzobispado
de Sevilla, entre vivos y muertos y absentes, fueron condenados por
herejes que judaizaban más de 100.000 personas, con los reconciliados
al gremio de la iglesia»[300]. Mariana escribe: «Publicó el dicho
inquisidor (Torquemada) edictos en que ofrecía perdón a todos los
que de su voluntad se presentasen: con esta esperanza dicen se
reconciliaron hasta 17.000 personas entre hombres y mujeres de todas
edades y estados; 2.000 personas fueron quemadas, sin otro mayor número
de los que se huyeron a las provincias comarcanas»[301]. No se olvide
que en el año 1489, además del de Sevilla, había otros tribunales del
Santo Oficio en Córdoba, Jaén, Villarreal (que se trasladó a Toledo),
Valladolid, Calahorra, Murcia, Cuenca, Zaragoza, Valencia, Barcelona,
Mallorca y los tres de Extremadura; y en cada uno de ellos solían
celebrarse autos de fe cuatro veces al año.

       [299] _Reyes Católicos_, caps., XLIII y XLIV.

       [300] _Anal. de Aragón_, lib. XX, cap. XLIX.

       [301] _Hist. de España_, lib. XXIV, cap. XVII.

Pasando a otro punto no habremos de negar que Isabel y Fernando
realizaron prudente política, publicando las _Ordenanzas Reales_ de
Montalvo, incorporando a la Corona los Maestrazgos de las órdenes
militares, reformando los tributos, fomentando la marina mercante,
organizando el ejército y tomando a Granada (2 enero 1492). Señales
eran todas de la radical transformación que se operaba en la nación
española.

En el citado año, cuando todo anunciaba bienes sin cuento, un hecho
de transcendencia suma vino a nublar el horizonte de España: los
Reyes Católicos--no el terrible inquisidor Torquemada, como dicen los
cronistas--publicaron el cruel edicto del 31 de marzo de 1492 arrojando
a los hebreos de los dominios españoles. ¿Qué número de judíos
salieron de España? El cronista Bernáldez dice que unos 170 a 180.000
individuos[302], y Mariana los hace subir a 800.000[303]. El número
mayor o menor importa poco; lo que importa consignar es que los Reyes
Católicos faltaron a las leyes de la humanidad con la publicación del
mencionado edicto.

       [302] _Reyes Católicos_, cap. CX.

       [303] _Historia de España_, lib. XXVI, cap. I.

Posteriormente pelearon nuestros monarcas con una tenacidad rayana a
la imprudencia en Italia, sacando de allí, el Gran Capitán, gloria
inmarcesible, y los españoles afición a la lengua, a la poesía y a
todas las artes italianas.

[Ilustración:

FOTOTIPIA LACOSTE.--MADRID.

FERNANDO EL CATÓLICO.]

Dejando a poetas y cronistas que forjen toda clase de novelas alrededor
de Isabel la Católica, pues si para los primeros era tanta su virtud

    _que hacía se apartara de su lado_
    _hasta la sombra misma del pecado,_

acerca de los segundos recordaremos que el cura de los Palacios la
compara a Santa Helena, madre de Constantino, y el venerable D. Juan
de Palafox, obispo de Osma, a Santa Teresa. Entre los historiadores
modernos, el conde de Montalembert dice que era «la más noble criatura
que jamás haya reinado sobre los hombres», y Cánovas del Castillo
la llama _veneranda princesa, excelsa Reina y la mujer más grande
de la historia_[304]. Dejando exagerados relatos, nosotros, aunque
sin autoridad alguna, queremos consignar que la reina Isabel no fué
superior a otras reinas de España.

       [304] _Conferencia inaugural con motivo del cuarto Centenario
       del descubrimiento de América, pronunciada en el Ateneo de
       Madrid el 11 de febrero de 1891_, pág. 17.

Cierto es que nadie podrá negar que tanto Isabel como Fernando
realizaron hechos, unos dignos de alabanza y otros censurables. Merecen
alabanzas la organización de la Santa Hermandad, la incorporación a
la corona de los maestrazgos de las Ordenes militares y la conquista
de Granada; y merecen censura el establecimiento del Tribunal de la
Inquisición y la expulsión de los israelitas. Tampoco aprobamos la
conducta que siguió Isabel con su hermano Enrique IV ni con su sobrina
Juana. Ni Isabel ni Fernando estuvieron acertados en el nombramiento
de inquisidores; no fueron generosos ni con Gonzalo de Córdova, ni
con Colón, ni con Jiménez de Cisneros; no se valieron, por último, de
buenos y justos medios para arrojar de España a Boabdil, quien vivía
contento en sus tierras de las Alpujarras.

Sobre la política de los Reyes Católicos en el Nuevo Mundo, no seríamos
imparciales si pasáramos en silencio dos cargos: uno, la poca clemencia
tenida con los indios; otro, el funesto sistema de administración
colonial. La reina Isabel--como mostraremos en su lugar--no tuvo reparo
en autorizar la venta de sus infelices indios, como tampoco se opuso a
que los hijos de Canarias se vendiesen en las plazas de las ciudades de
Andalucía.

Creyendo los españoles que la mayor riqueza de un país consistía en la
mayor abundancia de oro, buscaban el precioso metal en las entrañas de
la tierra y olvidaban la riqueza que tenían en la superficie de dicha
tierra.

Y como un error engendra otro error, prohibieron la exportación del
oro y el comercio de los productos indígenas, logrando que el valor
de aquel metal disminuyese, y el valor de las mercancías aumentara.
De aquí que el laborioso pueblo español se transformara en un pueblo
indolente, poco trabajador y vicioso.

Respecto a la pureza de costumbres y moralidad, dice Fernández de
Oviedo que «ansí tenían hijos los frailes y monjas como si no fuesen
religiosos»[305]. Consideramos como cuento aquello de que la reina
Isabel vestía de camisas hiladas por su mano, y el rey Fernando
renovaba más de una vez las gastadas mangas de un mismo jubón[306].

       [305] _Epílogo real, imperial y pontifical._

       [306] Véase Lafuente, _Hist. de España_, tom. XI, pág. 55.

Del aspecto moral y político pasaremos a la cultura y al movimiento
intelectual. No se olvide que D. Pedro López de Ayala fué cronista de
Pedro el _Cruel_, de Enrique II, de Juan I y de Enrique III. No se
olvide que poetas y prosistas brillaron en la corte de los reyes de
la dinastía de Trastamara. Recordaremos que Juan II formó una corte
poética que se componía de lo más granado de la nobleza castellana.
A la cabeza de aquellos poetas y escritores, figuraba D. Enrique de
Villena, pariente de Juan II de Castilla y de Fernando I de Aragón, el
cual no se limitó al estudio de la poesía y de la amena literatura,
sino que también cultivó la filosofía, las matemáticas y la astrología,
ciencias, en especial la última, que le valieron la fama de mágico y
de nigromántico[307]. La más estimada de todas sus obras en prosa, es
la intitulada _Libro de los doce trabajos de Hércules_. Don Enrique
tuvo un doncel llamado Macías el _Enamorado_: su amor a una mujer
casada fué la causa de su muerte. El marqués de Santillana, a quien
se llamó «gloria y delicias de la corte de Castilla», figura a la
cabeza de los poetas más inspirados y de los prosistas más famosos.
Entre sus obras doctrinales e históricas, citaremos los _Proverbios_;
entre las de recreación, _Preguntas y respuestas de Juan de Mena y
el marqués de Santillana_; entre las de devoción, la canonización de
los bienaventurados santos Vicente Ferrer, predicador, y Pedro de
Villacreces, frayre menor; y entre las amorosas, _El sueño, Querella de
amor_ y las _Serranillas_. Además, escribió obras en prosa y _Refranes
que dicen las viejas tras el fuego_. No encontramos nada más dulce y
flúido que algunas estrofas de las canciones tituladas _Serranillas_.
Así comienza la serranilla III:


I

      Después que nascí,
    non vi tal serrana
    como esta mañana.


II

      Allá a la vegüela,
    a Mata el Espino,
    en esse camino
    que va a Lozoyuela,
    de guissa la vi
    que me fizo gana
    la fructa temprana.
    ...................

       [307] No fué marqués de Villena, aunque Pellicer y otros
       autores lo llaman así. Lo fué su abuelo D. Alfonso; pero no su
       hijo D. Pedro, ni su nieto D. Enrique, de quien nos ocupamos.

De la serranilla VI copiaremos lo siguiente:


I

      Moza tan fermosa
    non ví en la frontera,
    como una vaquera
    de la Finojosa.


II

      Faciendo la via
    del Calatraveño
    a Sancta Maria,
    vencido del sueño
    por tierra fragosa
    perdí la carrera,
      do ví la vaquera
    de la Finojosa.


III

      En un verde prado
    de rosas é flores,
    guardando ganado
    con otros pastores,
    la ví tan graciosa
    que apenas creyera
    que fuesse vaquera
    de la Finojosa.
    ..................[308]

       [308] Amador de los Ríos, _Obras del Marqués de Santillana_,
       págs. 467 y siguientes.

Al lado de D. Enrique de Villena y del marqués de Santillana, podemos
colocar al cordobés Juan de Mena, autor, entre otras composiciones, del
_Laberynto_, llamada también _Las trescientas_, por ser éste el número
de las coplas de obra tan excelente. Propúsose Juan de Mena en la
citada obra imitar al Dante, y así como el autor de la _Divina Comedia_
se deja conducir por Beatriz, el poeta español se deja llevar por la
Providencia bajo la forma de hermosa doncella.

Pertenece igualmente al reinado de Juan II el judío converso Juan
Alfonso de Baena, natural de la villa que le dió su nombre, en la
provincia de Córdoba, y autor del _Cancionero_. En el mismo reinado
floreció Antón de Montoro, que empleó principalmente su musa en la
sátira.

Del tiempo de Enrique IV son los hermanos Gómez y Rodrigo Manrique,
sobrinos del marqués de Santillana. Don Gómez logró justa y merecida
fama, ya por su obra _Prosecución de los vicios y virtudes_, ya por su
poema _A la muerte del marqués de Santillana_. Pero el que aventajó
a todos, por la ternura de sentimiento y por la natural fluidez, fué
Jorge Manrique, hijo de D. Rodrigo y el último vástago de familia tan
esclarecida. La muerte de su padre, acaecida dos años después de la de
Enrique IV, es la más bella y delicada de sus composiciones; elegía
que, con el nombre de _Coplas de Jorge Manrique_, goza de reputación
universal. Por las siguientes estancias, que transcribimos de dichas
_Coplas_, puede juzgarse su inestimable valor:

      Recuerde el alma adormida,
    avive el seso y despierte
          contemplando
    cómo se pasa la vida,
    cómo se viene la muerte
          tan callando.

    Cuán presto se va el placer,
    cómo después de acordado
          da dolor;

    Cómo a nuestro parecer
    cualquiera tiempo pasado
          fué mejor.

    .............................
      Nuestras vidas son los ríos
    que van a dar en la mar,
    que es el morir;
    allí van los señoríos
    derechos a se acabar
    y consumir.

Otro poeta de tanta fama, aunque no de tanto mérito, como Jorge
Manrique, floreció en aquellos tiempos: llamábase Juan Alvarez Gato. De
él dijo D. Gómez Manrique que _fablaba perlas y plata_.

No sería justo pasar en silencio las célebres coplas de _Mingo
Revulgo_, cuya paternidad se atribuye a Rodrigo de Cota y que
circularon por Castilla profusamente en las postrimerías del reinado de
Enrique IV.

Por lo que a la historia se refiere, aunque fueron varios ingenios
los que trabajaron en la Crónica de Juan II, tales como Alvar García
de Santa María, Juan de Mena, Diego de Valera, y tal vez algún otro,
no hay duda de que su ordenación se debió al insigne Fernan Pérez de
Guzmán, quien, como escribe Galíndez de Carvajal, «cogió de cada uno
lo que le pareció más probable, y abrevió algunas cosas, tomando la
substancia de ellas.» No fueron menos notables los cronistas de Enrique
IV, Enríquez del Castillo y Alonso de Palencia, partidario aquél y
adversario el último del desgraciado monarca.

Recordaremos, por último, el nombre de Alvar García de Santa María,
judío converso y autor de una de las crónicas de D. Alvaro de Luna; el
de D. Alfonso de Madrigal, Obispo de Avila, conocido por el _Abulense_,
y más todavía con el nombre vulgar de el _Tostado_, «persona
esclarecida--dice el P. Mariana--por lo mucho que dejó escrito y por
el conocimiento de la antigüedad, y su varia erudición que parecía
milagro»[309].

       [309] _Hist. de España_, tomo II, libro XXI, cap. XVIII.

Acerca de la cultura literaria en tiempo de los Reyes Católicos,
nuestras primeras palabras serán para decir que en el mismo año que
ciñó la corona Isabel, se introdujo en España la imprenta, invención
que debía hacer social revolución en el mundo. Cultiváronse las letras,
aunque no realizaron los progresos que era de esperar, dado el impulso
iniciado en Italia y en Alemania, y dado el espíritu innovador del
Renacimiento. No negaremos que los doctos varones que vinieron de
Italia, como los hermanos Geraldino, Pedro Mártir de Anglería y Lucio
Marineo Sículo, hicieron adelantar aquellos estudios, que estaban
más atrasados en España. La cultura clásica de la Reina; la sólida
educación que daba a su hijo, el príncipe D. Juan y a sus hijas; el
cultivo que de la lengua latina hicieron Doña Beatriz de Galindo (la
_Latina_), Doña Francisca de Lebrija, Doña Lucía de Medrano, Doña María
Pacheco y la marquesa de Monteagudo (hijas las dos últimas del Conde
de Tendilla y la primera mujer de Juan de Padilla) y otras, merecen
alabanzas. Cierto es que las Universidades, Estudios generales y
Academias se hallaban concurridos por una juventud aplicada y deseosa
de saber. De Gonzalo Fernández de Oviedo, autor de la _Historia
general y natural de las Indias_ y de algunos más escritores, poco
podremos decir en su elogio. Ni la jurisprudencia, a pesar de Díaz de
Montalvo, ni ninguna de las ciencias se colocó a gran altura, ni aun
las mismas sagradas y eclesiásticas. Poetas y trovadores no faltaban
en la corte, bien que ninguno de aquéllos podía compararse con Juan
de Mena, ni con el marqués de Santillana, astros brillantes del
reinado de Juan II. Si se echaron los cimientos del teatro, justo será
recordar que ya en Italia habían adquirido carta de naturaleza las
comedias, siendo de advertir que las del extremeño Bartolomé Torres
Naharro fueron representadas en dicha nación y no en España. De Italia
también vinieron por entonces los primeros maestros de las Bellas Artes
(arquitectura, escultura, pintura y música).

Dejando el relato de todos estos hechos para la historia política y
para la historia de la literatura de España, recordemos con alegría
que procedentes del vecino reino de Portugal, no sabemos si por mar
o por tierra, llegaron a España dos extranjeros, de edad madura el
uno y niño el otro. Debió de acaecer todo esto entre fines de 1484 y
comienzos de 1485. El primero, o sea el hombre de edad madura, venía
decidido a ofrecer a los Reyes Católicos el imperio que poco antes
había rehusado Juan II, rey de Portugal. Y nos encontramos ante Colón y
el descubrimiento del Nuevo Mundo. Había sonado la hora fijada por la
Providencia para que todo el Mundo Nuevo, no parte de él, se comunicara
con Asia, Africa y Europa. Jamás la fortuna se mostró más propicia con
ningún Rey.



CAPÍTULO XVII

  DESCUBRIMIENTOS ANTERIORES AL DEL NUEVO MUNDO.--EL PRESTE
  JUAN.--VIAJE DE MARCO POLO.--«DE IMAGINE MUNDI» DE PEDRO DE
  AILLY.--SUPUESTAS CARTAS DE TOSCANELLI A COLÓN.--EXPEDICIONES DE
  ENRIQUE EL «NAVEGANTE».--IMPORTANCIA DE ESTAS EXPEDICIONES.--VIAJES
  DE DIEGO GÓMEZ.--LOS CONOCIMIENTOS GEOGRÁFICOS EN AQUELLOS
  TIEMPOS.--LA ASTRONOMÍA.--VIAJES DE DIEGO CAO.--EL COSMÓGRAFO
  BEHAIM: SU FAMOSO GLOBO.--EXPEDICIÓN DE BARTOLOMÉ DÍAZ.--VIAJES DE
  COVILHAM Y PAIVA.


Somos de opinión que tiene interés en una Historia de América este
capítulo, pues sin el estudio de ciertas noticias y determinados
viajes, no podríamos explicar hechos relacionados, más o menos
directamente, con el descubrimiento realizado por el insigne genovés.

Entre las noticias más peregrinas que corrieron por Europa en el
siglo XIII, se halla la de un personaje misterioso, conocido con
el nombre de _Preste Juan_ o _Rey sacerdote_. Decíase que reinaba
sobre un pueblo cristiano. La primera noticia del Preste Juan la
encontramos en los escritos del historiador alemán Otón de Freising,
hermano político del emperador Conrado III, de Alemania[310]. Escribe
el mencionado historiador que, habiendo encontrado en el año 1145
en Viterbo (Italia), al obispo de Gabula (hoy Jibal, en el Norte de
Siria), le había dicho, no sin derramar algunas lágrimas, los peligros
que amenazaban allí a la Iglesia cristiana desde la caída de Edesa.
Hacía pocos años, según dicho prelado, que en el lejano Oriente, más
allá de la Armenia y de la Persia, apareció un tal Juan, sacerdote y
monarca al mismo tiempo, que reinaba sobre un pueblo nestoriano. Juan,
después de conquistar a Ecbatana, capital de la Media, venció en una
batalla de tres días a los hermanos sandyardos (Mohamed y Sandyar),
que tiranizaban a Persia y Media, y avanzando más al Oeste para llevar
auxilio a la oprimida iglesia de Jerusalén, tuvo que retroceder por no
poder pasar el caudaloso río Tigris.

       [310] Véase Dr. Sophus Ruge, _Hist. de la época de los
       descubrimientos geográficos_, págs. 15 y siguientes.--_Hist.
       Universal_, de Oncken, tom. III.

¿Quién era el Preste Juan? Los cronistas han buscado en vano al famoso
monarca presbítero; Marco Polo (1254-1323) lo confunde, unas veces con
Ungchan, rey de los Keraitas, y otras con Jeliutache, primo del último
soberano de Catay y fundador de un imperio al Oeste del río Lop-nor.
En el siglo XIV se creyó haberlo encontrado en la persona del rey
cristiano de Abisinia; en los comienzos del XV, Enrique el _Navegante_
lo buscó en el mencionado país y a fines de la misma centuria, y aun
en la siguiente, los reyes de Portugal enviaban embajadas, deseosos de
hallarle.

Marco Polo, ya con su padre Nicolás, ya con su tío, de nombre también
Marco, realizó muchos viajes aumentando los conocimientos geográficos
del Oriente en Europa, teniendo la gloria de ser el viajero más
conocido de los tiempos medios. Las noticias del célebre veneciano
constituyeron durante mucho tiempo en Europa lo fundamental de la
Geografía y Cartografía del Oriente. «Resumamos, dice Sophus Ruge,
los resultados del famoso viaje de Marco Polo, que duró veinticuatro
años, desde el 1271 hasta el 1295. Marco Polo fué el primer viajero
que atravesó toda el Asia, de un extremo a otro, y que describió los
diferentes países, los desiertos de la Persia, las altas mesetas con
sus verdes pastos y las barrancas espantosas de Badajchan, los ríos que
llevan lapiz-lázuli del Turkestán Oriental, los páramos inhospitalarios
de la Mongolia, la ostentosa corte imperial de Pekín y los innumerables
habitantes de la China. Refirió lo que supo del Japón, con sus palacios
cubiertos de oro, y de Birmania, con sus pagodas del mismo metal, y fué
también el primero que descubrió las islas deliciosas de la Sonda con
sus especias y aromas, las islas lejanas de Java y Sumatra, con sus
muchos reinos, sus preciosos productos y sus habitantes caníbales. Vió
a Ceilán con sus montañas sagradas; visitó muchos puertos de la India y
estudió la extensión y las riquezas de este país, tan fabuloso entonces
para los europeos. El fué el primero que publicó una relación clara del
reino cristiano de Abisinia, que adquirió noticias por un lado hasta de
Madagascar, y por otro del extremo Norte del Asia, de la Siberia, el
país, según dice, de las tinieblas, en que no brillan ni sol, ni luna,
ni estrellas, donde domina un crepúsculo eterno, y donde se viaja en
trineos tirados por perros o a caballo sobre rengíferos, un país detrás
del cual se extiende el Océano helado»[311].

       [311] Ibidem, pág. 27.

La relación primitiva de obra tan interesante fué escrita en francés
antiguo, siendo traducida y refundida tiempo adelante en latín y en
italiano. Muchos años después se tradujo al alemán con el siguiente
título: «Este es el noble caballero Marco Polo de Venecia, el gran
viajero terrestre que nos describe las grandes maravillas del mundo,
desde donde sale el sol hasta donde se pone, cosas que no se han oído
nunca. Esto ha impreso Friczs Creussner, en Nuremberg, el año del
nacimiento de Cristo 1477.»

Gozó también de mucha popularidad, y se leyó con no poco entusiasmo el
tratado conocido con el nombre _De imagine mundi_, escrito por Pedro de
Ailly (en latín, Petrus de Alliaco), cardenal de Cambray[312]. Venía
a ser dicho tratado una compilación, medianamente hecha, de obras
escolásticas anteriores (ex _pluribus auctoribus recollecta_): de
autores griegos (Aristóteles, Ptolomeo, Hegesipo y Juan Damasceno), de
autores latinos (Séneca, Plinio, Solino, Orosio, San Agustín, Isidoro
de Sevilla y Beda), y de autores árabes (Alfragani y Albategni).
De la obra de Ailly sacó Colón la mayor parte de sus conocimientos
cosmográficos y en particular sus ideas, ya sobre la magnitud de la
tierra y poca anchura del Océano, ya sobre la situación y naturaleza
del paraíso, ya también, por último, del próximo fin del mundo.

       [312] Pedro de Ailly (n. en 1350 en Copiegne, y m. en Avignon
       en 1420 o 1425), escribió muchas obras. El tratado _De Imagine
       Mundi_, y otros, se compilaron en Basilea el MCCCCXVIII. Véase
       Bellarmino, _De scriptoribus ecclesiasticis_, tomus septimus,
       pág. 509.

Ciega fe tenía Colón en la obra _De Imagine Mundi_. En el capítulo VIII
se trata de la magnitud de la Tierra, y tanto crédito dió el Almirante
a la doctrina del Cardenal que, en la carta escrita en su tercer viaje
desde Haití en 1498, copió un gran trozo de aquél capítulo; en él se
afirmaba que para saber la superficie habitable de la tierra debían
tenerse en cuenta el clima y la parte del globo ocupada por el agua.
Dice Ailly en el capítulo XII que la zona tórrida estaba habitada por
monstruos humanos, lo cual también había dicho San Agustín. Conforme
Colón con la misma idea, en el Diario de su primer viaje se muestra
admirado de no haber encontrado todavía los monstruos. En el capítulo
XLIX se ocupa de la diversidad de las aguas, y particularmente del
Océano, haciendo notar que lo mismo Aristóteles que su comentador
Averroes, sostienen que la distancia entre la costa occidental del
Africa y la oriental de la India (entiéndase Asia) no puede ser muy
grande, porque en ambos países se encuentran elefantes, bien que nadie
le ha medido en nuestro tiempo ni se tiene noticia de ello en los
autores antiguos. Añade en el capítulo LI que la extensión de la tierra
habitada desde España hacia el Oriente o la India, es mucho mayor que
la media circunferencia de dicha tierra. Sostiene el Cardenal Ailly en
el capítulo LV, que el paraíso terrenal está situado--según los datos
de Isidoro, Juan Damasceno, Beda y otros--en el lugar más delicioso
del Oriente, lejos de nuestra región habitada, en un sitio tan elevado
que casi toca con la Luna, donde no pudo llegar el diluvio universal.
Antes, en el capítulo VII, dijo que a pesar de hallarle el paraíso
junto al Ecuador, tenía un clima muy templado a causa de su gran
elevación.

No hemos de pasar en silencio otra proposición del citado cardenal.
Encuéntrase en su tratado que lleva por título _Vigintiloquium de
concordantia astronomicæ veritatis cum theología_[313], página 181,
referente a la edad de la tierra y a la época del juicio final.
«Calcula siguiendo a Beda--escribe el Dr. Ruge--que desde la creación
hasta el nacimiento de Jesucristo habían pasado 5.199 años; de suerte
que en 1501 de nuestra era iban transcurridos 6.700; y como el juicio
final debía ocurrir 7.000 después de la creación, resultaba próximo
el fin del mundo. Colón entretegió también esta idea en su proyecto,
aunque difirió algo en el cómputo»[314].

       [313] Véase Bellarmino, _Descritoribus ecclesiasticis_, tomus
       septimus, pág. 509.

       [314] _Hist. de la época de los descubrimientos geográficos_,
       págs. 15 y siguientes.

¿Llegaron a Colón noticias del Preste Juan? Posible es que nada
supiera del famoso personaje. ¿Tuvo noticia de los viajes de Marco
Polo? En ninguna parte menciona al ilustre veneciano. Acerca de la
correspondencia que--según Don Fernando Colón--tuvo el Almirante con el
médico florentino Pablo Toscanelli, no cabe duda que es apócrifa, como
ha probado el Sr. Altolaguirre[315]. Sin embargo de ello, trasladaremos
aquí las supuestas cartas del sabio italiano.

       [315] _Cristóbal Colón y Pablo del Pozzo Toscanelli_, págs.
       363-397.

«A Cristóbal Columbo, Paulo, físico, salud: Yo veo el magnífico y
grande tu deseo para haber de pasar a donde nace la especiería, y por
respuesta de tu carta te envío el traslado de otra carta que ha días
yo escribí a un amigo y familiar del Serenísimo Rey de Portugal[316],
antes de las guerras de Castilla, a respuesta de otra que por comisión
de S. A. me escribió sobre el dicho caso, y te invio otra tal carta de
marear como es la que yo le invié[317], por la cual serás satisfecho de
tus demandas, cuyo traslado es el que sigue.» Copia en seguida la carta
escrita a Martins y cierra con la data Florencia 25 de junio de 1574.

       [316] Hernán Martins, canónigo de Lisboa. Esta correspondencia
       es auténtica.

       [317] Desgraciadamente, la carta de marear mandada a Martins
       se ha perdido.

Don Fernando insertó después la segunda carta que copiamos: «A
Cristóbal Colón, Paulo, físico, salud: Yo rescibí tus cartas con las
cosas que me enviaste, y con ellas rescibí gran merced. Yo veo el tu
deseo magnifico y grande a navegar en las partes de Levante por las
de Poniente, como por la carta que yo te invio se amuestra, la cual
se amostrará mejor en forma de esfera redonda; pláceme mucho sea bien
entendida, y que es el dicho viaje no solamente posible, mas que es
verdadero y cierto e de honra e ganancia inestimable y de grandisima
fama entre todos los cristianos. Mas vos no lo podreis bien conocer
perfectamente, salvo con la experiencia o con la platica, como yo la
he tenido copiosisima, e buena, e verdadera informacion de hombres
magnificos y de grande saber que son venidos de las dichas partidas
aquí en corte de Roma y de otros mercaderes que han tractado mucho
tiempo en aquellas partes, hombres de mucha autoridad. Así que cuando
se hará el dicho viaje será a reinos poderosos e ciudades e provincias
nobilisimas, riquisimas de todas maneras de cosas en grande abundancia
y a nosotros mucho necesarias, ansi como de todas maneras de especiería
en gran suma y de joyas en grandisima abundancia. Tambien se irá a los
dichos Reyes y Principes que están muy ganosos, más que nos, de haber
tracto e lengua con cristianos de estas nuestras partes, porque grande
parte dellos son cristianos y tambien por haber lengua y tracto con los
hombres sabios y de ingenio de acá, ansi en la religión como en todas
las otras ciencias, por la gran fama de los imperios y regimientos
que han destas nuestras partes; por las cuales cosas todas y otras
muchas que se podrían decir, no me maravillo que tu, que eres de
grande corazon, y toda la nacion de portugueses, que han seido siempre
hombres generosos en todas grandes empresas, te vea con el corazon
encendido y gran deseo de poner en obra el dicho viaje.» «Puede, pues,
afirmarse--dice Altolaguirre--que la correspondencia de Toscanelli
con Martins fué en 1474, que hasta dos años después no llegó Colón a
Portugal, y como acto seguido emprendió el viaje a Thule, parece lo
cierto que hasta después de 1478, cuando ya los portugueses habían
desechado y probablemente olvidado el proyecto de Toscanelli, no tuvo
de él conocimiento Cristóbal Colón»[318]. Se propuso Don Fernando
con tales patrañas «recabar para su padre la gloria de haber sido
el iniciador del pensamiento de que navegando desde Europa o Africa
directamente al Oeste, era posible arribar a la costa Oriental de
Asia»[319].

       [318] _Cristóbal Colón y Pablo del Pozzo Toscanelli_, pág. 369.

       [319] Ibidem, pág. 397.

[Ilustración:

FOTOTIPIA LACOSTE.--MADRID.

ENRIQUE EL NAVEGANTE.]

Entrando ya en el estudio de los descubrimientos geográficos, colocamos
a la cabeza de los grandes viajeros al infante D. Enrique, llamado el
_Navegante_, quinto hijo del rey Juan I de Portugal (nació el 4 de
marzo de 1394). Habremos de comenzar recordando que Portugal, pobre
rincón de tierra separado de España, si sufrió en el siglo VIII, como
toda la Península Ibérica, la dominación musulmana, pronto logró
expulsar a los moros del territorio lusitano, penetrando luego en
Marruecos y extendiendo su poder en aquellas tierras. Cerca de medio
siglo llevaba el reino de Portugal buscando ocasión de extenderse
allende los mares. A la sazón el representante del espíritu aventurero
de la época fué, sin duda alguna, el citado infante D. Enrique.
Todavía muy joven se dió a conocer por su espíritu belicoso. Juan
I de Portugal arrebató a los sultanes marinitas de Marruecos--año
de 1415--la ciudad de Ceuta, en la costa meridional del Estrecho de
Gibraltar, siguiéndose a dicha conquista la de Tánger, Tetuán y otras
plazas vecinas del Estrecho. En un combate sangriento contra los
moros de la citada Ceuta, el infante D. Enrique ganó las espuelas de
caballero. Cuéntase que tanto se distinguió en la acción, que Martín
V, Segismundo de Alemania y otros soberanos le hicieron proposiciones
para confiarle el mando de sus ejércitos. El Papa deseaba enviarle
contra los turcos y el Emperador en el Concilio de Constanza hizo sus
proposiciones al embajador de Portugal, quien debía trasladarlas al
valeroso infante. No hizo caso D. Enrique de tales invitaciones porque
otras ideas bullían en su mente. Subiendo a los muros de la plaza de
Ceuta

    ... con sola su rodela
    y una espada, enarboló
    las quinas en sus almenas.

Desde lo alto de las almenas de la ciudad, para la realización de
sus atrevidos proyectos, pudo contemplar, por un lado, el mar, y por
otro, las tierras que esconde el Atlas. Tiempo adelante, el Rey, su
padre, le concedió el ducado de Vizeu y le nombró _Gran Maestre de la
orden de Cristo_, pudiendo ya contar con rentas propias para realizar
sus vastos proyectos. Sin embargo de que la Orden de Cristo había
sido fundada para combatir a los musulmanes, enemigos de la ley de
Jesucristo, se creyó en el deber de atraerse a los hijos del Profeta
por medios más humanos y justos. No quería seguir la política de los
reyes sus antecesores. Volvió de Ceuta con el pensamiento de conquistar
Marruecos por la fuerza de las ideas y de recorrer el mar por el valor
y audacia de sus marinos. Era un hombre enérgico, valeroso y tenaz.
Embargábale la idea de llegar hasta la Guinea (parte Oeste de Africa,
que se extiende desde la Senagambia al Congo), conocida entonces con el
nombre de Guanaja o Ganaja, y de la cual sólo se tenían vagas noticias,
pues no se conocía europeo alguno que hubiese visitado aquellas lejanas
tierras. Decíase, sin embargo--no sabemos con qué fundamento--que el
oro abundaba en aquellos países; noticia que dió mayores alientos al
infante D. Enrique, deseoso de que Portugal fuese la única potencia de
Europa que comerciara con los pueblos de la Guinea.

Del mismo modo se proponía descubrir--y esto era para él cuestión
de no poca importancia--en qué consistía el poder de los moros, los
enemigos mortales de su nación. Había notado que en todas las guerras
con la morisma aquéllos luchaban solos, dándose el caso que nunca rey
alguno del interior de Africa acudió a prestarles auxilio. Este hecho
y algunos otros, aunque de menos valor, hicieron sospechar al infante
portugués que al Sur de los territorios musulmanes había quizás pueblos
cristianos, en cuyo caso, contando con la ayuda de los últimos, los
hijos de Mahoma estaban perdidos cuando se les atacase simultáneamente
por el Norte y el Mediodía. Anhelaba de igual manera llevar la luz del
Evangelio a regiones desconocidas. Por último, influía su horóscopo,
que le declaraba destinado a hacer grandes descubrimientos.

El antiguo cronista Azurara considera que influyeron en el ánimo de
D. Enrique los cinco motivos siguientes: 1.º, saber lo que había más
allá del cabo Bojador; 2.º, entrar en relaciones comerciales con los
cristianos que hubiese en aquellas tierras; 3.º, tener noticia exacta
del poderío de los moros de aquella parte de Africa; 4.º, descubrir si
en aquellos países existían príncipes que le ayudasen contra los moros,
y 5.º, acrecentar o extender la religión católica[320].

       [320] Véase _Chronica do descobrimento e conquista de Guiné_.

Contando D. Enrique con el beneplácito del Rey, estableció--en el
promontorio de Sagres en el Algarbe, de cuya provincia era gobernador
vitalicio--su Palacio, el primer Observatorio astronómico de Portugal,
el Arsenal marítimo y la Escuela de Cosmografía. Sagres viene a ser
una peña llana, de unos 70 metros de altura, que penetra en el mar más
de un kilómetro, y termina, no en punta, sino en una especie de maza.
Allí, en el puerto de Sagres, cerca del cabo de San Vicente, rodeado de
algunos doctos, ya lusitanos, ya de Marruecos y de Fez, olvidándose de
la Tierra Firme, dirigió toda su atención al vasto Océano. La población
que tocaba con el promontorio recibió el nombre de _Villa del Infante_.
Dispuso D. Enrique que sus naves se abrigasen en el próximo puerto de
Lagos. Adquirió noticias del Sudán y de las caravanas que traficaban
entre Marruecos, el Senegal y Tombuctu, enviando después sus buques a
descubrir el gran río Senegal (llamado _Samaya_ por los portugueses, y
_Ovedech_ por los indígenas).

Entre las expediciones más importantes organizadas por el infante D.
Enrique citaremos las siguientes: En 1416 envió a Gonzalo Velho a
pasar más allá de las Canarias, y en 1431 descubrió las primeras islas
del grupo de las Azores. El año 1434 Gil Eannes, paje del Infante,
arriesgó su vida para doblar el cabo Bojador, y su sucesor Alfonso
González Baldaya llegó hasta el río de Oro, o sea, hasta el límite
septentrional de la zona tórrida. Llegó Nuño Tristán en 1441 al Cabo
Blanco, y dos años después a la bahía de Arguim. Destinóse la isla de
Arguim como centro de operaciones y relaciones mercantiles, fundándose
allí la primera colonia portuguesa permanente en Africa, que adquirió
pronto importancia, hasta el punto que a los pocos años, una Sociedad
mercantil de Lagos (puerto de la villa del Infante) pudo enviar una
flotilla de seis buques. Los portugueses llevaban tejidos (pañuelos
de color y mantas de lana), sillas de montar y estribos, trigo, miel,
especias, plata, coral rojo y barreños, que cambiaban por esclavos
negros de Guinea, oro de Tombuctu, camellos, vacas, cabras, pieles de
búfalo y de martas zibelinas, huevos de avestruz y goma arábiga. En
el año 1445 el intrépido marino Dionís Díaz (ascendiente de Bartolomé
Díaz, que veintiséis años después de la muerte del Infante dobló el
Cabo de Buena Esperanza) pasó por delante de la embocadura del Senegal
que separa la raza negra de la blanca, llegando hasta el Cabo Verde.
Consistía la importancia de la expedición en que se había llegado a
la verdadera tierra de los negros y en que las teorías de Aristóteles
y de Ptolomeo acerca de la inhabitabilidad de la zona tórrida eran
falsas. «Esta teoría antigua, que había prevalecido tantos siglos,
se estrelló contra el Cabo Verde, cabiendo este honor al infante
D. Enrique, cuyo lema _Talent de bien faire_ celebró allí su mayor
victoria, porque desde entonces se abrió para la ciencia geográfica
un horizonte enteramente nuevo, y el mundo europeo aprendió a fiarse
más de las observaciones directas que de la autoridad de los filósofos
griegos»[321]. Vino a completar este descubrimiento el veneciano Luis
de Mosto, a cuya disposición puso D. Enrique, pocos años más adelante,
una carabela de 90 toneladas a las órdenes de Vicente Díaz, los cuales
llegaron hasta el río Gambia. Relación minuciosa del viaje publicó
Mosto y de ella copiamos la siguiente descripción del Cabo Verde:
«El Cabo Verde--dice--trae su nombre de los árboles verdes que allí
crecen y que conservan su color casi todo el año. Lo descubrieron los
portugueses un año antes de mi llegada, y le dieron este nombre por
la razón indicada, conforme llamaron el Cabo Blanco así por el color
de la arena que lo forma; pero el Cabo Verde es elevado y halaga la
vista. Está entre dos montañas y penetra en el mar con muchas chozas
y viviendas de negros. Hay que notar que al otro lado del Cabo Verde
forma la costa una bahía con playas llanas y cubiertas como toda la
costa de multitud de bellísimos y grandísimos árboles verdes, porque
allí no caen las hojas viejas hasta que salen las nuevas. Desde lejos
parecen estar a orillas del agua, aunque en realidad están distantes
un tiro de ballesta. Es una costa bellísima. He viajado hacia Levante
y Poniente y he visto muchos países, mas ninguno más hermoso que éste,
bañado por muchos ríos grandes y pequeños»[322]. La descripción debió
interesar vivamente a D. Enrique, puesto que organizó desde Arguim un
sistema completo de exploración. Juan Fernández penetró en el desierto
de Sahara, permaneciendo siete meses entre las tribus salvajes del
interior, al cabo de cuyo tiempo volvió a Sagres a dar cuenta al
Infante, su señor, de lo que había visto en aquellas tierras. En el año
siguiente de la expedición de Díaz, Nuño Tristán llegó hasta el río
Gambia y Alvaro Fernández casi hasta Sierra Leona. Las tribus próximas
al Gambia eran más numerosas y valientes que las del Sahara, las cuales
se opusieron al desembarque, logrando con sus flechas envenenadas matar
a la mayor parte de los portugueses sin exceptuar al jefe. Por último,
Diego Gómez, en el año 1457, con otros intrépidos navegantes subió río
Gambia arriba hasta la ciudad de Cantos. Esta fué la última expedición
importante que ordenó D. Enrique.

       [321] Dr. Sophus Ruge, _Historia de la época de los
       descubrimientos_, pág. 37.--_Historia Universal_, de Oncken,
       tomo VII.

       [322] Ibidem, pág. 37.

Murió navegante tan ilustre en Sagres (13 noviembre 1460), cuando
ya contaba sesenta y seis años. En sus geográficas empresas había
gastado más de sus recursos, pues en 1449 era en deber a su pariente
Fernando de Braganza la suma enorme de 19.394 coronas de oro[323]. Todo
este dinero lo había empleado en hacer de Portugal una gran potencia
marítima.

       [323] La corona de oro en aquel tiempo valía unas 20 pesetas
       de nuestra moneda.

Aunque a la muerte del Infante disminuyó el entusiasmo por los
descubrimientos, sin embargo, en la corte de Portugal se hallaban los
pilotos más inteligentes y los constructores de barcos más hábiles; se
vendían las mejores obras de astronomía, los planisferios, los mapa
mundis y las cartas marítimas más exactas. Lisboa, pues, continuó
siendo el centro de los estudios geográficos. Por entonces descubrió
Diego Gómez, en compañía del genovés Antonio de Noli, las islas de Cabo
Verde.

Antes de proseguir el estudio de los descubrimientos marítimos,
recordaremos los conocimientos geográficos generales de aquel tiempo.
En la _Margarita philosophica_ del prior cartujo alemán Gregorio
Reisch, publicada en el año 1496 y reimpresa muchas veces durante el
siglo XVI, se lee lo siguiente: «El agua cubrió al principio toda la
superficie de la tierra como una niebla fina que se elevaba hasta las
altas regiones. A la orden del Creador, el firmamento separó las aguas
superiores de las inferiores, reuniéndose éstas últimas en un sólo
punto más profundo y dejando descubierta la tierra firme para los seres
vivientes. De toda la substancia de la tierra y del agua se formó un
solo cuerpo esférico, al cual atribuyeron los eruditos dos centros,
uno de gravedad y otro de volumen. Este último es el que está situado
en el punto medio del eje de toda la esfera formada de la tierra y del
agua, y de consiguiente, en el centro del mundo. Fuera de este centro
está el de gravedad, que es el centro del eje de la tierra sólida,
mayor necesariamente que el radio de la esfera formada de la tierra y
del agua, porque, a no ser así, caería el centro del mundo fuera de la
tierra, suposición que sería la más necia que pudiera imaginarse en
física y en astronomía. La admisión de centros distintos es ineludible,
porque la parte seca de la superficie terrestre es más ligera que la
cubierta de agua. La tierra seca es más ligera que la empapada del
agua, y por esta razón no puede ser el centro de gravedad idéntico al
de volumen, sino que el primero se halla más hacia la periferia del
lado del agua que el segundo, y hacia aquella parte se reunirán también
las aguas de la tierra, porque así se aproximan más al centro del
mundo.»

El primero que intentó la representación del lado del agua de la
esfera terrestre fué Toscanelli de Florencia, allá por el año 1474.
Ya por entonces se había introducido nuevo e importante factor que
trajo radical reforma en las teorías dominantes en aquella época.
Este nuevo e importante factor era el libro de Claudio Ptolomeo
(geógrafo y astrónomo egipcio que floreció en Alejandría por los
años de 125 a 135 antes de Cristo), intitulado _Almagesto_, obra de
la cual trató el cardenal Pedro de Ailly en su citado tratado _De
imagine Mundi_[324]. Entre los astrónomos más sabios de aquella época
sobresale Regiomontano (1436-1476). Para facilitar las observaciones
astronómicas a la orientación y determinación de las situaciones
geográficas, calculó Regiomontano en 1473 las efemérides (tablas que
indican día por día la posición de los planetas en el Zodiaco) para un
período de treinta y dos años. También el sabio astrónomo inventó un
instrumento (llamado _balestilla_ por los portugueses y _ballestilla_,
_flecha_ o _báculo de Jacob_ por los españoles), para medir la
altura del polo de un astro. El último instrumento lo introdujo en
Portugal Martín Behaim, discípulo del inventor. Durante el reinado de
Alfonso V el _Africano_ (1438-1481)[325], tío del infante D. Enrique,
continuaron las expediciones marítimas. Juan II (1481-1495) parecía
heredero del espíritu de Enrique el _Navegante_. En su tiempo Diego
Cao se hizo a la vela (1484) con dos buques de su propiedad, llevando
en calidad de cosmógrafo a Martín Behaim. Pasaron el Cabo de Santa
Catalina y descubrieron el Congo, el río más caudaloso de Africa. Se
atrajo Cao a algunos habitantes con la idea de que aprendiesen el
portugués y servirse luego de ellos en sus relaciones con el rey del
Congo. Cao continuó todavía hacia el Sur unas 200 leguas, llegando
al Norte del Cabo Negro (1485). Behaim, a la vuelta del viaje, fué
nombrado por el Rey caballero de la Orden de Cristo. Cosmógrafo tan
insigne, después de su larga residencia en Portugal, y después de
haber desempeñado importantes comisiones científicas, se retiró a su
patria, a Nuremberg (1492), en cuyo año construyó--antes de que Colón
regresara de su primer viaje--el globo terrestre, que ha inmortalizado
su nombre. Debemos advertir que dicho globo, guardado, como precioso
depósito, en Nuremberg, es--como Mr. Davezac sostuvo en el Congreso
Geográfico de Amberes de 1871, y cuya proposición aprobó la sabia
Corporación--una reproducción, en la parte que al Extremo Oriente se
refiere, de la carta de navegar de Toscanelli. En el globo de Martín
de Behaim se ven indicadas ya las longitudes y las latitudes, siendo
de notar los grandes errores cometidos en las últimas. En cambio, las
inscripciones que hay en él son muy interesantes. Léese lo siguiente
en uno de sus ángulos: «Sépase como esta figura del globo representa
toda la extensión de la tierra, tanto en longitud como en latitud,
medida geométricamente, parte, según lo que Ptolomeo dice en su libro
titulado _Cosmografía_; el resto, según el caballero Marco Polo, que
desde Venecia viajó por el Oriente el año de 1250, y también según lo
que el respetable, docto y caballero Juan de Mandeville dijo, en 1322,
de los países orientales desconocidos de Ptolomeo, con todas las islas
pertenecientes a aquel continente, de donde nos vienen las especias
y las piedras preciosas. Mas el ilustre D. Juan, rey de Portugal,
ha hecho visitar por sus naves, en 1485, todo el resto de la parte
del globo, hacia el Mediodía, que Ptolomeo no conoció, en el cual
descubrimiento he tomado yo parte...»

       [324] Ptolomeo es también autor de una _Geografía_ y de otras
       obras.

       [325] A Juan I (1385-1433) sucedió Eduardo I (1433-1438).

En el golfo de Benin, junto a las islas Príncipe, Santo Tomás y San
Martín, se halla el siguiente letrero: «Estas islas fueron descubiertas
por las naves que el rey de Portugal envió a estos puertos del país de
los moros el año de 1484...» La inscripción puesta encima del cabo de
Nueva Esperanza contiene la relación del viaje que hizo Martín Behaim
con Diego Cao. Dice así: «El año 1484 del nacimiento del Señor, el
ilustre D. Juan, rey de Portugal, hizo equipar dos naves, llamadas
carabelas, provistas de hombres con armas y víveres para tres años,
ordenando a la tripulación navegar al otro lado de las columnas de
Hércules, en Africa, siempre hacia el Mediodía y los lugares donde el
sol sale, tan lejos como les fuese posible... Así equipados, salimos
del puerto de la ciudad de Lisboa con rumbo a la isla de la Madera,
donde crece el azúcar de Portugal... Llegamos al país llamado reino de
Gambia, donde crece la malagueta (especie de pimienta), y el cual dista
de Portugal 800 leguas alemanas; después, pasamos al país del rey de
Furfur, que está a 1.200 leguas o millas y donde crece la pimienta que
se llama de Portugal. Más lejos aún, hay un país donde hallamos la
corteza de la canela; pero encontrándonos de Portugal a 2.800 leguas,
volvimos sobre nuestros pasos y a los diez y nueve meses estuvimos de
vuelta ante nuestro Rey».

En el año de 1486 Bartolomé Díaz con tres embarcaciones, una mandada
por él, otra por Juan Infante, y la tercera destinada a provisiones
por su hermano Pedro, se hizo a la vela, con el ánimo de continuar
las exploraciones de las costas africanas, desde el punto que Diego
Cao dejó las que hubo de realizar en compañía del cosmógrafo Martín
Behaim. Se propuso obscurecer las glorias de sus parientes Juan Díaz
y Dionís Díaz. Bartolomé hizo que mujeres negras que conducía a bordo
desembarcasen en varios puntos de la costa del Congo y más allá hacia
el extremo Sur de Africa, las cuales debían dar a los indígenas
noticias del poderío de los portugueses, no sin manifestarles también
que iban en busca del país del Preste Juan. Creyeron que las nuevas
de la expedición llegarían de boca en boca y de país en país a oídos
del fabuloso personaje, quien, al saberlas, tal vez enviase mensajeros
para recibir a los portugueses con el objeto de entrar con ellos en
relaciones.

Bartolomé Díaz levantó el primer padrón de piedra cerca de la Sierra
Parda, al Norte de la bahía de la Ballena (_Angra das Voltas_), no
lejos de la desembocadura del río Orange. Desde el Golfo de Santa Elena
emprendió de nuevo su rumbo, llegando, después de grandes trabajos,
a una ensenada llamada de los Vaqueros (_Angra dos Vaqueiros_)[326],
donde los hotentotes que allí guardaban sus rebaños, al ver los barcos,
huyeron espantados hacia el interior. Dirigiéndose más al Este llegó
a la bahía de San Bras[327], donde hizo provisión de agua dulce, lo
cual dió motivo a un choque con los indígenas, pasando, por último, a
la pequeña isla de Santa Cruz (Golfo de Algoa), y plantando en ella
el último padrón. Pidieron los tripulantes al jefe no seguir adelante
y emprender el viaje de regreso; pero Díaz les suplicó que le dejasen
continuar avanzando dos o tres días más hasta ver la costa hacia el
Norte, porque él creía firmemente haber doblado el extremo Sur del
Africa, y en este caso, con poco trabajo, se lograría llegar a la
India, que eran todos sus deseos. Continuaron navegando dos días más,
hasta llegar a un gran río que Díaz denominó _do Infante_, porque un
compañero, el Capitán de este apellido, fué el primero que saltó a
tierra. Aunque a disgusto suyo, Díaz hubo de dar la vuelta, teniendo
entonces la dicha de contemplar el imponente promontorio que forma la
punta austral del Africa. Terrible tempestad que puso en gran peligro
las embarcaciones, estuvo a punto de cambiar en día de luto los
anteriores momentos de alegría. En recuerdo de la furiosa tormenta,
Díaz dió al citado promontorio el nombre de _Cabo de las Tormentas_,
y que Juan II, influído por otros sentimientos, le sustituyó por el
que hoy lleva. «Ese Cabo nos abre el camino del Asia, dijo, se llamará
_Cabo de Buena Esperanza_.» Bartolomé Díaz, después de una ausencia de
diez y seis meses y diez y siete días, y de haber explorado 350 leguas
de costa, llegó a Lisboa en diciembre de 1487.

       [326] Hoy lleva el nombre inglés de _Flesh-bai_ (Bahía de la
       carne).

       [327] Hoy Moselbai.

Consideremos los últimos viajes realizados durante el reinado de Juan
II. Antes del regreso de Bartolomé Díaz, el Rey había mandado a Pedro
de Covilham y a Alfonso de Paiva para explorar el reino de Abisinia
y las condiciones de comercio y de comunicación en el Océano Indico.
Antes intentaron lo mismo, por orden de Juan II, el Padre Antonio de
Lisboa y Pedro de Montorryo; mas la expedición no dió resultado alguno.
En cambio, no careció de interés la de Covilham y Paiva, quienes se
pusieron en camino el 7 de mayo de 1487. Penetraron en Egipto, después
de pasar por Rodas, llegando a Alejandría y al Cairo; embarcándose en
el Mar Rojo fueron hasta Aden, donde se separaron, designando como
punto de reunión otra vez el Cairo. Covilham, que se embarcó para la
costa del Malabar, visitó a Cananor, Calcuta y Goa, regresando a la
costa oriental del Africa, la cual siguió hasta el extremo meridional
del rico país de Sofala, donde adquirió noticias sobre la isla de
Madagascar.

Cuando Covilham regresó al Cairo, se encontró con la noticia de que
Paiva había muerto; halló sí dos nuevos emisarios del rey Juan, que
eran los rabinos Abraham de Beja y José de Lamego. En tanto que el
judío José marchó a Lisboa con las noticias que adquirió Covilham,
éste último, acompañado del hebreo Abraham, visitó la ciudad de Ormuz,
tomando en seguida diferente rumbo, pues Abraham de Beja, con una
caravana se dirigió por Bagdad y Haleb a Siria, mientras él marchó a
Abisinia y se estableció en su capital Choa, con gran complacencia del
monarca del país. Covilham se casó en Abisinia, y allí murió pasados
algunos años.

Cuando se realizaban tales hechos, el genovés Cristóbal Colón se
disponía a marchar a las Indias. Procede estudiar ya el descubrimiento
del Nuevo Mundo.

[Ilustración:

FOTOTIPIA LACOSTE.--MADRID.

COLÓN.]



CAPÍTULO XVIII

  CRISTÓBAL COLÓN: SU PATRIA Y FAMILIA.--COLÓN EN PORTUGAL:
  SU MATRIMONIO.--LA FAMILIA DE SU MUJER.--ALONSO SÁNCHEZ DE
  HUELVA.--CULTURA DE COLÓN.--LA ESFERICIDAD DE LA TIERRA.--LA
  ACADEMIA DE TOLEDO.--ROGERIO BACON Y RAIMUNDO LULIO.--PROVECTO DE
  COLÓN DE IR DIRECTAMENTE A LA INDIA POR OCCIDENTE.--LA LIBRERÍA DE
  COLÓN.--JUNTA CONVOCADA POR JUAN II Y PRESIDIDA POR EL OBISPO DE
  CEUTA: OPINIÓN DEL CONDE DE VILLARREAL.


Cristóbal Colón, según Andrés Bernáldez, cura de Los Palacios[328],
gran amigo del futuro Almirante y depositario de todos sus papeles,
debió nacer hacia el año 1435[329]. Afirma Washington Irving que se
verificó la época de su nacimiento allá por los años de 1434 a 1436.

       [328] Los Palacios es una población próxima a Sevilla.

       [329] _Historia de los Reyes Católicos D. Fernando y Doña
       Isabel_, Sevilla, 1870.

Respecto a la patria de Colón, creemos que no cabe duda alguna, puesto
que él mismo lo declara en la fundación de su mayorazgo (22 febrero
1498)[330] terminantemente dice que ha nacido en Génova. Copiamos a
continuación sus mismas palabras: «Siendo yo nacido en Génova, vine a
servir aquí, en Castilla.» Además, encontramos la siguiente cláusula:
«Item: mando al dicho D. Diego, mi hijo, o a la persona que heredare
el dicho Mayorazgo que tenga y sostenga siempre en la ciudad de Génova
una persona de nuestro linaje que tenga allí casa e mujer, e le ordene
renta con que pueda vivir honestamente como persona tan llegada a
nuestro linaje, y haga pie y raíz en la dicha ciudad como natural
della, porque podrá haber de la dicha ciudad ayuda e favor en las
cosas del menester suyo, pues que della salí y en ella nací.» En otra
cláusula manifiesta también Colón el afecto que tiene lo mismo a Génova
que a España, lo mismo a su país natal que a su nueva patria. He aquí
sus palabras: «Item: mando al dicho D. Diego, o a quien poseyere el
dicho Mayorazgo, que procure y trabaje siempre por la honra y bien y
acrecentamiento de la ciudad de Génova, y ponga todas sus fuerzas e
bienes en defender y aumentar el bien e honra de la república della, no
yendo contra el servicio de la Iglesia de Dios y alto Estado del Rey
o de la Reina, nuestros señores, e de sus sucesores.» No hay dudas,
pues, acerca de la patria da Colón; él mismo dice varias veces que era
de Génova. «Sólo demostrando--como escribe Sánchez Moguel--que Colón
no dijo que había nacido en la ciudad de Génova, o probando que mintió
al decirlo, es como cabe abandonar fundadamente la causa de Génova,
para abrazar la de Saona o de cualquiera otra de las innumerables
poblaciones que pretenden haber dado nacimiento al descubridor del
Nuevo Mundo»[331]. No ha conseguido Génova encontrar la calle y casa en
que nació; pero el municipio de la ciudad compró en el año 1887, por
la cantidad de 31.500 pesetas, una casa en la que se cree con algún
fundamento que Cristóbal Colón pasó su infancia y juventud hasta la
edad de catorce años[332].

       [330] Procede recordar aquí que durante la monarquía
       castellano-leonesa de Doña Urraca (1109-1126), mujer de
       Alfonso I de Aragón, D. Diego Gelmínez, obispo de Compostela,
       dió comienzo a la organización de fuerzas navales para
       resistir a las piraterías de los moros, los cuales asolaban
       toda la costa, desde Sevilla hasta Coimbra, _ab Hispali usque
       ad Cohimbram_, según se lee en la _Historia Compostelana_. El
       prelado de Compostela contrató genoveses, porque los italianos
       ejercían a la sazón el papel que los griegos, y en particular
       los fenicios habían tenido en los tiempos antiguos. Eran
       los genoveses los hombres de mar, los mejores constructores
       navales y los más expertos marineros que recorrían el
       Mediterráneo: eran, como dice la Crónica, _optimi navium
       artifices, nautæque peritissimi_. «No puedo prescindir, dice
       Charlevoix, de hacer de paso una observación. Es muy glorioso
       para Italia que las tres potencias entre las cuales está
       repartida actualmente casi toda la América, deban a italianos
       sus primitivos descubrimientos. España, a Colón, genovés:
       Inglaterra, a Juan Cabot y sus hijos, venecianos: y Francia a
       Verrazani, ciudadano de Florencia.» _Viajes_, etc., en 1720.

       [331] _España y América_, pág. 100. Del cura de Los
       Palacios son las siguientes palabras: «En el nombre de Dios
       Todopoderoso, ovo un hombre de tierra de Génova, mercader de
       libros de estampa, que trataba en esta tierra de Andalucía...»
       _Historia de los Reyes Católicos_, tomo I, capítulo CXVIII.

       [332] Víctor Balaguer, _Cristóbal Colón_, pág. 159.


Veamos ahora lo que sobre el particular ha publicado el historiador
Juan Solari[333], no sin dar a conocer antes la opinión de Muratori y
de Casoni. Muratori dijo: «Colombo es natural de Génova, o por mejor
decir, de un pueblo vecino de Génova». Casoni escribió (_Annali Genova
1708_), lo siguiente: «Los antepasados de Cristóbal--como consta por
escrituras públicas--habitaban Terrarossa, poco distante de Nervi,
atrás de las faldas del Monte Fasce, situada al lado de Maconesi en
Fontanabuona, que dá el nombre a dicho valle. Su abuelo se llamaba
Juan. Su padre era Domingo, ciudadano de Génova, y su madre se
apellidaba Susana Fontanarrosa»[334].

       [333] _La cuna del descubridor de América, Cristóbal Colón._
       Homenaje al centenario de la República Argentina, 25 mayo 1910.

       [334] Ibidem, pág. 50.

Cristóbal Colón--dice Solari--nació en Terrarossa, valle de
Fontanabuona, provincia de Génova, y su nacimiento se verificó en el
año 1436[335]. Compónese Terrarossa de un grupo de casas situadas sobre
un collado a flor del valle de Fontanabuona, a cien pasos de Entella.
Su distancia de Maconesi es media milla, dos de Cicagna, tres de Oreso,
ocho de Chiavari, y otro tanto o algo más de Génova, en línea recta.
Decimos en línea recta, porque este camino es poco frecuentado por ser
montuoso y de difícil acceso, lo que hace que la distancia parezca más
larga de lo que es en realidad. La casa de Colón se encuentra entre las
primeras que dan al río[336]. A la sazón se halla reconstruída en su
mayor parte. A poca distancia de la casa existen rastros de la fábrica
de Domingo Colombo y no lejos una tierra denominada _Pian Colombino_,
nombre que hace suponer fuera propiedad de la familia de Colombo[337].

       [335] Harrise lo fijó en el 1445.

       [336] Ob. cit., págs. 68 y 69.

       [337] Ibidem, pág. 70.

Hállase probado--y seguimos la relación de Solari--que el padre del
descubridor del Nuevo Mundo, en una escritura de venta de un terreno,
año de 1445, a Bartolomeo de Maconesi, se firma Domenico Colombo di
Terrarossa. Tampoco cabe duda que la madre del Almirante se llamaba
Susana y era hija de Santiago Fontanarrosa. Bartolomé, hermano del
Almirante, en una carta geográfica trazada en Londres, firmaba
Colombo di Terrarossa; y Fernando, hijo de dicho Almirante, afirma
que su padre, antes de descubrir el Nuevo Mundo, firmaba Colombo de
Terrarossa[338]. Además de la escritura citada, correspondiente al
año 1445, se encuentran otros documentos públicos en que al lado de
Domenico Colombo de Terrarossa se hallan los nombres de Simón de
Maconesi, Benedicto de Monleone, Antonio Leverone de Fontanabuona y
otros.

       [338] Ibidem, págs. 50 y 51.

Parece cosa probada que los tres hermanos llamados Juan, Mateo y
Amighetto--según documentos del año 1496--eran hijos de Antonio Colombo
de Maconesi, hermano de Domingo, padre del descubridor del Nuevo Mundo.
Juan, Mateo y Amighetto comparecieron ante escribano y celebraron un
contrato a los efectos siguientes: Juan iría a España en busca de su
primo carnal Cristóbal, Almirante al servicio de los Reyes Católicos,
para tomar parte en las empresas marítimas o descubrimientos en el
Nuevo Mundo. Los tres hermanos deberían contribuir por iguales partes
a los gastos, así como también los productos se repartirían del mismo
modo[339].

       [339] Ibidem, pág. 52. En el cuarto viaje acompañó al
       Almirante un hijo de Génova llamado Juan Antonio Colombo.

Añade Solari que en el año 1500, por deuda pendiente, se entabló
demanda en Savona contra la sucesión de Domingo, padre de Cristóbal. En
el juicio se hizo constar que los hermanos Cristóbal, Bartolomé y Diego
se hallaban en España.

Resulta de todo lo expuesto, que Cristóbal Colón pudo llamarse
ciudadano de Génova, puesto que el valle de Fontanabuona y, por
consiguiente, Terrarossa, dependían de la ciudad citada; pero el lugar
de su nacimiento fué el caserío de Terrarossa. Por tanto, es evidente
que Domingo Colombo tuvo en el valle de Fontanabuona la fabricación
de paños, estableciendo luego pequeños depósitos, para aumentar la
venta, primero en Quinto y después en Génova y Savona[340]. Los
depósitos citados, por el solo hecho de estar a su nombre, implicaban
el domicilio de Domingo, aunque no se hallase presente; mas dicho
domicilio, lo mismo en Quinto que en Génova y Savona eran transitorios,
pues únicamente tenía fijeza el de Fontanabuona.

       [340] Ibidem, págs. 53 y 54. La casa de Savona sólo estuvo
       abierta el año 1470.

Haremos notar que el activo tráfico entre los caseríos o aldeas de
Fontanabuona con Génova, era mucho, teniendo aquellos comerciantes--por
falta de escribanos en la región--que recurrir a Génova para celebrar
sus actos públicos. Por esto no debe causar extrañeza que los testigos
y demás personas que intervenían en los contratos, se llamasen
Antonio Colombo de Maconesi, Antonio Leverone de Cicagna, Nicolás de
Fontanabuona, Juan de Monleone, etc.; y decimos que no debe causar
extrañeza, porque Domingo, cuando salía de Terrarossa, o iba acompañado
de testigos, o los buscaba en Savona o Génova, donde se encontraban
accidentalmente[341].

       [341] Ibidem, pág. 72.

Consideremos, por último, las principales poblaciones que con mayores o
menores títulos y con más o menos entusiasmo se disputan la gloria de
haber sido cuna del descubridor del Nuevo Mundo[342]. En Cogoletto--que
otros llaman Cugureo--se ve humilde casita sobre cuya puerta se halla
el escudo de armas de Colón, y debajo el siguiente letrero:

         _¡Hospes, siste gradum! Fuit hic lux prima Columbo._
             _Orbe viro majori hæ nimis arcta domus._[343]

       [342] Véase Víctor Balaguer, _Cristóbal Colón_, págs. 149-198.

       [343]

         ¡Extranjero, detente! Aquí vió Colón la luz primera.
      El hombre más ilustre del mundo vivió ea esta pequeña casa.

Mayor es el número de los que afirman que la patria del descubridor del
Nuevo Mundo fué Saona. D. Francisco de Uhagón, después de estudiar los
archivos de las Ordenes militares, y en ellos el Códice intitulado:
_Indice de los caballeros que han vestido el hábito de Santiago con
sus genealogías correspondientes_, sostuvo en el libro intitulado _La
Patria de Colón, según los documentos de las Ordenes militares_, que
Colón era de Saona, añadiendo lo siguiente: «La materia está agotada,
el problema histórico resuelto, y no debe discutirse más en este
asunto». En la genealogía de D. Diego Colón, nieto del descubridor, con
el proceso de información que hubo de abrirse para su toma de hábito,
se hallan las tres declaraciones que a continuación copiamos. El
testigo Pedro de Arana, solamente afirma haber oído decir que Cristóbal
Colón era _genovés, pero que no sabe dondes natural_. El licenciado
Rodrigo Barreda, dice, sólo por _haberlo oído decir_, que D. Cristóbal
Colón _era de la señoría de Génova, de la cibdad de Saona_. Por último,
Diego Méndez, compañero que fué del gran Almirante, depone que D.
Cristóbal Colón _era natural de la Saona, ques una villa cerca de
Génova_. Antes del descubrimiento del Sr. Uhagón, ya se había escrito
sobre una puerta de modesta casa, el siguiente letrero:

                   _Lunghi anni_
                    _Meditando_
                _L'ardito concetto_
                  _In questa casa_
        _Già posseduta da Domenico Colombo_
    _Abitó l'inmortale scopritor dell' America,_
                       _Che_
       _Fra i perigli della gloriosa impresa_
              _A ricordo della Patria_
             _Impose il nome di Saona_
       _Ad un' insola dell' Atlantico._[344]

       [344] «Largos años--meditando--su atrevida empresa--en esta
       casa--ya de antiguo poseída por Domingo Colombo--habitó el
       inmortal descubridor de la América--que en medio de las
       grandes penalidades de su gloriosa empresa--en recuerdo de la
       Patria--dió el nombra de Saona a una isla del Atlántico.»

Preséntase Calvi, en Córcega, a pedir el título de cuna de Cristóbal
Colón. Ya en 1886 hizo colocar en su calle del Filo una lápida con la
siguiente inscripción:

                    _Ici est ne en 1441_
                    _Christophe Colomb,_
      _Immortalisé par la découverte du Nouveau-Monde_
    _Alors que Calvi était sous la domination Génoise._
         _Mort a Valladolid, le 20 mai 1506._[345]

       [345] Aquí nació en 1441 Cristóbal Colón, inmortalizado por el
       descubrimiento del Nuevo Mundo, mientras que Calvi se hallaba
       bajo la dominación genovesa. Murió en Valladolid el 20 de mayo
       de 1506.

El capellán Casanova y el Padre J. Perreti no abrigan duda alguna de
que el gran Almirante nació en Calvi. Digno por todos conceptos de
alabanza es el libro del citado D. Martín Casanova intitulado _La
verité sur la patrie et l'origene de Cristophe Colomb_. Reconocemos el
mérito del trabajo, ora por las razones que aduce y ora por los datos
que aporta, ya por los testimonios que invoca y ya por las noticias
que comunica. Partiendo de que Calvi fué la patria de Colón, el P.
Perreti le considera francés y Casanova español, fundándose el primero
en que Francia es al presente poseedora de la isla y el segundo en que
Córcega, cuando nació Colón, formaba parte de la Corona aragonesa.
Córcega, desde que Bonifacio VIII la cedió a los reyes de Aragón en
1297, pertenecía de _derecho_, aunque no de _hecho_, toda ella a
la Corona aragonesa. Y decimos que no de hecho, porque Calvi, por
ejemplo, reconocía la dominación genovesa, sosteniendo guerras con los
aragoneses y catalanes, los cuales se apoderaron de ella y la perdieron
varias veces. Conviene no olvidar que Colón nació por el año 1436[346],
y Alfonso V el _Magnánimo_ comenzó su reinado el año 1416, muriendo el
1458.

       [346] Avezac, _Année véritable de la naissance de Christophe
       Columbe_ (_Boletín de la Sociedad de Geografia de Francia_,
       París, 1872), dice que nació en 1446.

Antes que el capellán Martín Casanova y el P. J. Perreti, sostuvieron
otros la tesis de que Cristóbal Colón era natural de Calvi. Del
siglo XVII existe una composición (que algunos atribuyen al mismo
Colón) intitulada _Chistophorus Columbus ad Corsicam_, y en ella
se declara el gran Almirante hijo de Córcega, y por consiguiente
de Calvi, lamentándose de la enemiga que le tiene Génova. «Oh
Córcega--exclama--por haberme visto tú nacer, es por lo que Génova, mi
fiera madrastra, origen de mis males, ha sido para mí un puñal!» Más
adelante añade: «En vano desarrollé mi plan ante los Padres Conscriptos
de Génova. De todas partes partieron voces desdeñosas murmurando:
¡sería de ver que fuese de Córcega de donde nos llegase un profeta!».
Dicha composición comienza de este modo:

      _Corsica non solum, ser cor et sica vocaris_
    _Cum te membratim, Corsica, considero..._

y termina con estos versos:

      _Corsica, cor, sicam nostris oppone tyrannis:_
    _Hanc mihi vindictam, si dabis, ultus ero!_

Del mismo siglo XVII y también de poeta anónimo es otra poesía, cuyos
primeros versos los trasladaremos aquí:

      _¡Madre, ó Corsica, sei di grande Eroí!_
    _Ma infelice fur sempre i figli tuoi._
    ...........................................

Otro poeta de la misma centuria, Simón Fabiani, escribió otra
composición y en ella dice:

      _O fortunata terra_
    _Della nostra Balagna_[347]
    _Di monti coronata e che il mar bagna,_
    _Quante memorie serra_
    _Il tuo grembo gentil? Da te partia_
    _L'intrepido nocchier che un mondo apria._[348]

       [347] Balagna se llama la comarca de que Calvi es cabeza.

       [348] «¡Oh tierra afortunada de nuestra Balagna, coronada
       de montes y bañada por el mar, cuántas memorias guarda tu
       gentil seno! De tí partió el intrépido navegante que abrió las
       puertas de un mundo.»

A últimos de la centuria décimo octava, Alejandro Franceschi publicó
otros versos dirigidos a Colón y en ellos le consideraba como hijo de
Córcega. Dice así:

      _Cerchiato tu di bronzo il forte petto,_
    _corresti ignoti mari, e coronato_
    _fu, contra ogni speranza, il gran progetto._
    _Cirno[349] ti segue con il cor di madre_
    _e infiora di tua gloria il suo bel cisne._[350]

       [349] Cirno es el nombre poético que los griegos dieron a la
       isla de Córcega.

       [350] «Cercado el pecho por la coraza, fuiste a cruzar mares
       desconocidos, y coronado fué por el éxito, contra lo que todos
       esperaban, tu gran proyecto. Cirno te sigue con su corazón de
       madre y con los rayos de tu gloria ciñe su frente.»

Mayor autoridad tiene el insigne escritor alemán Fernando Gregorovius,
y de su _Córsica_ copiamos el siguiente párrafo: «Génova y Calvi están
en desacuerdo. Los de Calvi sostienen que Cristóbal Colón nació en su
seno, de familia genovesa allí hace tiempo establecida, suscitándose
con este motivo empeñada contienda, que recuerda el antiguo debate
entre las siete villas de Grecia, atribuyéndose el honor de haber
sido cuna de Homero. Se supone que Génova se apoderó del archivo de
la familia Colón y que mudó el nombre de la _Vía Colombo_ de dicha
ciudad por el de _Vía del Filo_. Parece además que los calvenses fueron
los primeros corsos que pasaron a América, y que todavía existen en
Calvi varios que llevan el nombre de Colombo. Los escritores corsos
consideran como su compatriota al gran navegante, y Napoleón, durante
su permanencia en la isla de Elba, dió órdenes para que se hiciesen
investigaciones sobre el particular... El mundo tendría motivos de
estar celoso si la suerte hubiese hecho nacer también en ese pequeño
país de Córcega al Almirante del Océano, hombre extraordinario, más
grande que Napoleón.» El famoso e ilustre general Paoli hablaba de
Colón como de un compatriota. En las luchas de Córcega con Génova,
cuando Paoli se veía obligado a sitiar a Calvi, ciudad donde se
mantenían firmes los genoveses, decía con frecuencia: _La culla di
Colombo e dirazzata_[351]. Entre otros muchos que sostienen que la
patria de Colón fué Calvi, citaremos al príncipe Pedro Bonaparte, quien
afirma que en Santo Domingo se encontró una piedra con un letrero en
español, perteneciente a la época del descubrimiento de dicha isla,
y cuyo letrero decía: _Maldito sea el corso que me trajo aquí_. Se
supone que el autor de la inscripción formaba parte de la pequeña
guarnición que Colón dejó en el fuerte de la _Española_ antes de su
primera vuelta a España. Arrigo Arrighi, historiador y consejero del
tribunal de Bastia, en su _Historia de Sampiero_, después de hacer
notar que tuvo a la vista documentos guardados por individuos de su
familia, con referencia a dichos papeles, dijo lo que copiamos aquí:
«La partida de bautismo del gran navegante, cuya autenticidad es ya
incontestable, prueba que nació en Calvi, de una familia corsa, cuando
los presidios de esta ciudad se hallaban bajo la dominación genovesa.»
Se ha perdido dicha partida, tal vez a causa de la ruina que sufrieron
los archivos de Calvi durante la guerra con los ingleses. Además de
Arrighi, otros escritores afirman la existencia del documento, y alguno
asegura haberlo tenido en sus manos. El notario Octavio Colonna-Cecaldi
dió fe de que muchos testigos se presentaron ante él para declarar
bajo juramento que sus padres o sus abuelos habían visto y leído la
mencionada partida de bautismo. Lo que parece hallarse probado es que
en la _calle del Hilo_ (_caruggio del Filo_) hubo una casa, antes de
existir Colón, perteneciente a una familia llamada Colombo, y, después
de la muerte del descubridor del Nuevo Mundo, la calle tomó el nombre
de _calle de Colón_ (_caruggio Colombo_). «Esto (dice el notario
Colonna-Cecaldi, en el acta que levantó) está en la tradición, en los
registros, en el plano de esta villa y en la carta de los ingenieros
militares.» En la casa a que antes hemos hecho referencia se ha
colocado dicha lápida.

       [351] La cuna de Colón ha degenerado.

Hace algunos años que se planteó la tesis de que el Almirante era
descendiente de hebreos, suponiéndole extremeño, de la familia del
converso D. Pablo de Santa María, obispo de Cartagena. Don Vicente
Barrantes, con su autoridad de historiador y extremeño, refutó con
acierto en el año 1892 la opinión de que Colón era hijo de Extremadura.
Reprodújose la cuestión en 1903 por D. Vicente Paredes, en su estudio
que bajo el título de _Colón Extremeño_ se publicó en la _Revista de
Extremadura_.

Otras poblaciones, entre ellas Cúccaro, Nervi, Prudello, Oneglia,
Finale, Quinto, Palestrella, Albizoli o Albizola y Cosseria, reclaman
la gloria de ser patria de Colón.

En estos últimos tiempos, D. Celso García de la Riega, con tanta
convicción como entusiasmo, ha sostenido que Cristóbal Colón había
nacido en Pontevedra. Comienza haciendo notar el laborioso escritor
que ninguno de los documentos redactados por Colón, y que han llegado
a nosotros, lo están en lengua italiana: «Memoriales, instrucciones,
cartas y papeles íntimos, notas marginales en sus libros de estudio,
todos se hallan escritos en castellano o en latín»[352]. Hasta tal
punto llegó el insigne navegante a olvidar el italiano, que la carta
que dirigió a la Señoría de Génova no está escrita en dicha lengua.
Bien merece consignarse que al exponer a los Reyes Católicos el objeto
de su empresa, diga[353] que en el Catay domina un príncipe llamado el
Gran Kan, _que en nuestro romance_ significa rey de los reyes. ¿Por qué
Colón llama suya a la lengua castellana? Refiere Fernando Colón que
cuando su padre, desahuciado en sus pretensiones, volvió a la Rábida
decidido a dirigirse al Gobierno de otra nación, ante los ruegos de
Fr. Juan Pérez, desistió de su propósito porque su mayor deseo era que
«España lograse la empresa que proponía teniéndose por natural de estos
reinos». ¿Qué fuerza íntima--pregunta García de la Riega--le impulsaba
a tales demostraciones de afecto hacia España? Téngase en cuenta
que en la correspondencia de Colón, año 1474, con el sabio italiano
Pablo Toscanelli, ni aquél para atraerse las simpatías del segundo le
manifiesta ser su compatriota, ni el famoso cosmógrafo tiene noticia
exacta de la patria del decidido navegante, pues le considera hijo de
Portugal. No deja de llamar también la atención que Lorenzo Giraldo,
italiano, residente en Lisboa, al poner en relaciones a Colón con
Toscanelli no indicara el título de compatriota del futuro descubridor
del Nuevo Mundo[354].

       [352] Conferencia del Sr. García de la Riega en sesión pública
       celebrada por la Sociedad geográfica de Madrid en 20 de
       diciembre de 1898, pág. 11, _Boletín_ de dicha Sociedad, tomo
       XL, números 10, 11 y 12.

       [353] Preámbulo de su _Diario de navegación_.

       [354] Recuérdese lo dicho sobre este particular en el capítulo
       XVII.

Desde que Colón se presentó en la Rábida el año 1474 comenzó a correr
en cartas, recomendaciones y gestiones de toda clase que la patria
de aquel personaje era Génova. No se olvide que en aquellos tiempos
genoveses y venecianos monopolizaban el comercio del Asia y del
Mediterráneo; no se olvide que los genoveses gozaban en España, desde
mucho tiempo antes, fama de excelentes navegantes, y cerca de los reyes
de Castilla de no poca consideración. ¿Se propuso Colón--exclama García
de la Riega--aprovechar el dictado de genovés para el buen éxito de su
empresa y para ocultar a la vez su modesto origen?[355].

       [355] Ob. cit., págs 13 y 14.

Pasando a otra clase de consideraciones, habremos de manifestar la
poca luz que arrojan los libros de la época respecto a su infancia
y juventud. Todos los escritores se vieron obligados a consignar lo
que se decía de público acerca de la patria del futuro Almirante.
Pedro Mártir de Anglería, italiano, relacionado con los cortesanos
y nobles, se contenta en sus Epístolas con llamar a su amigo _vir
ligur_, el de la Liguria. Escritor tan minucioso y detallista nada
más dijo, guardando absoluto silencio del nacimiento, de la vida
y de la familia de un compatriota que había realizado hechos tan
sorprendentes. El bachiller Andrés Bernáldez, cura de Los Palacios,
en cuya casa estuvo aposentado Colón a su paso por Andalucía en el
año 1496, dice que era mercader de estampas, y por lo que a la patria
del Almirante se refiere, si en el primero de los capítulos de su
_Crónica de los Reyes Católicos_ le llama «hombre de Génova», al dar
noticia de su fallecimiento en Valladolid, dice terminantemente que
era de la provincia de Milán. Gonzalo Fernández de Oviedo, cronista
oficial de Indias, que trató a Colón y a los que intervinieron en
aquellos sucesos, sólo pudo enterarse de que «unos dicen que Colón
nació en Nervi, otros en Saona y otros en Cugureo, _lo que más cierto
se tiene_». El Padre Las Casas se contenta con decir que era de
nacionalidad genovesa, cualquiera que fuese el pueblo perteneciente a
la Señoría donde vió la luz primera. De modo que los cuatro escritores
que se honraron con la amistad del descubridor del Nuevo Mundo no
puntualizan hecho tan interesante.

Galíndez de Carvajal, por su parte, afirma que era de Saona. Medina
Nuncibay, autor de una crónica que se halla en la colección de Vargas
Ponce, sostiene que el Almirante era natural de los confines del
Genovesado y Lombardía, en los Estados de Milán, añadiendo que se
escribieron algunos tratadillos «dando prisa a llamarle genovés». En el
archivo de Indias se encontró Navarrete con dos documentos oficiales
escritos en los comienzos del siglo XVI: léese en uno que nació en
Cugureo, y el otro señala por lugar de su nacimiento Cugureo o Nervi.
De Fernando Colón, historiador de su padre, son textualmente las
siguientes palabras: «de modo que cuanto fué su persona a propósito
y adornada de todo aquello que convenía para tan gran hecho, _tanto
menos conocido y cierto quiso que fuese su origen y patria_; y así,
algunos que de cierta manera quieren obscurecer su fama, dicen que
fué de Nervi, otros de Cugureo, otros de Boggiasco; otros que quieren
exaltarle más, dicen era de Saona y otros _genovés_, y algunos también,
saltando más sobre el viento, le hacen natural de Placencia». No
acertamos a explicar cómo Fernando Colón, su hijo, ignora la patria
del descubridor del Nuevo Mundo. ¿Quiso ocultar el humilde origen del
Almirante?

Al estudiar otros puntos obscuros de la vida de Colón, lo primero
que salta a la vista es que confiesa, en su postrera disposición
testamentaria, la existencia de un cargo «que pesa mucho para su
ánima» con relación a D.ª Beatriz Enríquez, añadiendo que «la razón
dello non es lícito decilla». Si en esta confesión alude al hecho de
no haberse casado con la cordobesa, preguntamos nosotros: ¿Por qué no
realizó el matrimonio? ¿Por qué no descargó oportunamente su conciencia
de aquel peso a fin de que la muerte no le sorprendiera en semejante
estado? Nada de particular tendría que, ya por la universal notoriedad
que había adquirido, ya por lo altivo de su carácter, hubiera creído
que, ni aun en el trance de la muerte, debía casarse en secreto ni en
condiciones que pudieran menoscabar su fama o desconceptuarle. ¿Cabe
presumir que _la razón que no era lícito decilla_ consistió en ocultar
sus antecedentes? ¿Acaso su hermano Bartolomé se encontró en situación
semejante, y por ello falleció sin casarse y dejando un hijo natural?

Si los escritores españoles apenas aportan datos acerca del nacimiento
y de la vida de Colón antes de presentarse en Castilla, el historiador
italiano Giustiniani se contenta con noticiar que los hermanos
Cristóbal y Bartolomé habían sido cardadores de lana; y Allegretti,
en sus _Anales de Siena_ del año 1493, añade escuetamente que las
noticias del descubrimiento llegaron a Génova. «Las nuevas de ese
maravilloso descubrimiento realizado por un genovés»--escribe García de
la Riega--debieron ocasionar en Génova justificado orgullo y vivísima
curiosidad en las autoridades, en los parientes de Colón, en el clero
de la iglesia en que se bautizó, en los amigos, conocidos y vecinos de
sus padres, así como en la mayor parte de los ciudadanos. En este caso,
hubieran sido espontáneamente recordados los antecedentes del glorioso
hijo de Génova, su infancia y juventud, su educación, sus estudios, sus
prendas personales; y de todo este naturalísimo movimiento se hubieran
hecho eco los escritores contemporáneos y hubieran pasado a la historia
y llegado a nuestros tiempos datos diversos relativos a la vida y
a la familia de Colón. No ha sucedido así y semejante indiferencia
sólo puede explicarse, a mi juicio, por el hecho de que el inmortal
navegante no era hijo de Génova, ni tenía en ella parientes»[356].
Añade la leyenda que los dos hermanos tejedores, en sus ratos de ocio,
adquirieron variados conocimientos científicos, cuando no emprendían
viajes marítimos a diferentes puntos. Ya en el camino de la fábula,
documentos encontrados en los archivos, hacen a Colón y a su padre,
no cardadores, como escribe Giustiniani, sino tejedores. Cree García
de la Riega que el Almirante no fué en sus primeros años ni cardador
ni tejedor; pero los escritores coetáneos, al aceptar la nacionalidad
genovesa, procuraron confirmarla con la existencia en dicha ciudad de
familias Colombo dedicadas a cardar lana y emparentando con ellas al
inmortal navegante.

       [356] Conferencia citada, págs. 21 y 22.

Pasando a estudiar los documentos que se guardan en la casa municipal,
destinados a corroborar el nacimiento de Colón en la capital de
Liguria, los escritores presentan los cuatro siguientes: una carta de
Cristóbal al magnífico Oficio de San Jorge, la minuta de contestación
a esta carta, un dibujo de la apoteosis del ilustre nauta y el llamado
codicilo militar. La carta atribuída a Colón comienza con la frase
siguiente: «Bien que el cuerpo ande por acá, el corazón está allí de
continuo.» En seguida participa a los señores del Oficio de Génova que
manda a su hijo D. Diego destine el diezmo de la renta de cada año a
disminuir el impuesto que satisfacían los comestibles a su entrada
en la citada ciudad. El extraño donativo no guarda conformidad con
otros hechos. Cristóbal Colón, antes de emprender su cuarto viaje,
dejó a su primogénito un memorial de encargos que D. Diego incluyó
en su testamento, figurando entre aquéllos el relativo a un diezmo
de la renta; mas no lo destinó al pago de los consumos de Génova, ni
a favor de pueblo alguno de Italia, sino al de los pobres. Causa no
poca extrañeza que el Almirante, tal vez pensando no regresar con
vida de aquel cuarto viaje, manifieste su amor a Dios, a la caridad,
a los reyes, a doña Beatriz y hasta al orden doméstico, no dedicando
ni una sola palabra a la ciudad de Génova. Y téngase en cuenta que la
fecha de la carta es del 2 de abril de 1502, y la del memorial fué
escrito por aquellos mismos días. Semejante contradicción no debe pasar
desapercibida, como tampoco la circunstancia de no constar que las
autoridades se hayan preocupado ni entonces ni nunca de la generosa
concesión. En la misma famosa carta se encuentra la frase de que «los
reyes me quieren honrar más que nunca.» En efecto, en aquella época
le negaban Fernando e Isabel los títulos de Virrey y Gobernador y
el ejercicio de estos cargos. El segundo documento o la minuta de
contestación a la anterior carta da lugar a una cosa rara. El mismo
gobierno que llama a Colón «clarissime amantissimeque concivis»,
pocos años después haya dado a la comarca de Saona la denominación de
«Jurisdizione di Colombo», indicando con ello que no le consideraba
hijo de Génova[357]. El tercer documento es un dibujo representando la
apoteosis de Colón, hecho por su propia mano. Conócese a primera vista
que es una grosera falsificación: vocablos castellanos, franceses e
italianos explican las diversas figuras, entre las cuales, por cierto,
no se halla la reina Isabel; pero sí, en lugar preferente, a la cabeza
y en el centro del dibujo la palabra Génova. El cuarto documento, o sea
el codicilo militar, ha sido declarado sin protesta de nadie documento
apócrifo.

       [357] Véase García de la Riega, Ob. cit., pág. 25.

De otros documentos que pudiéramos llamar auxiliares--y seguimos la
narración de García de la Riega--, vamos a ocuparnos, con los cuales
se han querido reforzar los argumentos para sostener que Génova era la
patria del Almirante. Correspondientes al período comprendido entre
los años 1456 y 1459, se han hallado en el Archivo del Monasterio de
San Esteban de la Vía Mulcento, de Génova, papeles con los nombres de
Dominico Colombo y de Susana Fontarossa o Fontanarossa, y de los hijos
Cristóbal, Bartolomé y Diego. No tuvo en cuenta el falsificador de los
documentos que Diego nació el 1463 o 1464, como tampoco hubo de fijarse
que Juan, segundo o tercer hermano de Colón, y Blanca, hermana de dicho
Almirante, vivían por los citados años de 1456 a 1459. Otro documento
que han encontrado los comisionados de la Academia genovesa, encargados
de informar acerca de la patria del descubridor, ha sido un antiguo
manuscrito, en cuya margen un notario escribió que Colón había sido
bautizado en la iglesia de San Esteban de la Vía Mulcento. ¿De dónde
sacaría la noticia el buen notario? Y cuando todo el mundo se ocupaba
del descubrimiento, y el nombre de Colón adquiría la inmortalidad,
sólo pasaba inadvertido para los religiosos de San Esteban, los cuales
necesitaron que un notario, tiempo adelante, estampase la noticia.
Otra de las pruebas consiste en la presentación de dos papeles, uno
en 1470 y otro en 1472: dice en el primero, Christophorus de Columbo,
filius Dominici, _mayor de diez y nueve años_; y en el segundo,
Christophorus Columbus, lanerius de Januua lex Letoriæ egressus, esto
es, _mayor de veinticinco_. De modo que, en dos años pasó de diez y
nueve a veinticinco; en el primer papel es _Columbo_, y en el segundo
_Columbus_, llamando todavía más la atención lo de _lanerius_, de
Génova. Posible es que en el año 1472 Colón marchase a Italia con
objeto de visitar a sus padres; pero el que se iba a casar con una
joven distinguida, el que abrigaba ideas tan elevadas y era ya conocido
como excelente marino, seguramente no firmaría, como tejedor de lanas,
en documentos notariales. Además, no se olvide que en aquella región
de Italia, y por entonces, se encontraban varios Dominicos Colombo,
pudiéndose afirmar que eran tan vulgares como Juan García o José
Fernández en España. Prescindimos de otros documentos todavía más
absurdos, y pasamos a otro asunto de más interés.

El apellido del descubridor del Nuevo Mundo, ¿era Colombo o Colón?
Ante todo conviene saber que muchos apellidos italianos y españoles
se derivan de la lengua latina, de modo que Colombo, lo mismo en los
dos idiomas modernos, procede de Columbus. En los reinos de León y de
Galicia se hallan pueblos y parroquias con la denominación de Santa
Colomba, y familias que tienen el apellido de Coloma. A la pregunta
anteriormente hecha responderemos que el apellido del Almirante
era Colón. Probado está, por la carta del rey D. Juan invitándole
a volver a Lisboa, que en Portugal usó el apellido Colón; en las
estipulaciones de Santa Fe se estampó también Colón; indudablemente con
el beneplácito del gran navegante; y Pedro Mártir, en carta que dirigió
al conde Borromeo, con fecha 14 de mayo de 1493, dijo: «Christophorus
Colonus.» «Fernando Colón--escribe García de la Riega--, al tratar
esta materia en la historia de su padre y al comentar alegóricamente
ambos apellidos, asegura que _si queremos reducirle a la pronunciación
latina, es Christophorus Colonus_; y no sólo insiste en afirmarlo,
sino que también añade la singularísima indicación de que el Almirante
_volvió a renovar_ el de Colón.» Nos explicamos de la siguiente manera
la renovación del apellido Colón. Es posible que nuestro célebre
descubridor, en los tiempos en que navegaba por el Mediterráneo,
seducido por la fama de los almirantes Colombo _el Viejo_ y Colombo _el
Mozo_, o también porque Nicolo, Zorzi, Giovanni y otros distinguidos
marinos usufructuaron tal sobrenombre, él lo llevó algún tiempo,
arrepintiéndose pronto y volviendo a llamarse Colón.

Antes de manifestar la existencia de los apellidos Colón y Fonterosa,
durante los siglos XV y XVI, en la citada provincia gallega,
recordaremos «la importancia marítima que Pontevedra tenía en el mismo
siglo XV, ya como puerto de Galicia, ya como uno de los principales
astilleros de Castilla en aquella época. Patria es de los almirantes
Payo Gómez, Alvar Páez de Sotomayor y Jofre Tenorio, en la Edad Media;
del ilustre marino al servicio de Portugal, Juan da Nava, descubridor
de las islas de la Concepción y de Santa Elena, en el entonces recién
hallado camino de la India por el Cabo de Buena Esperanza; de Bartolomé
y Gonzalo Nodal, descubridor éste último del Estrecho que injustamente
lleva el nombre de Lemaire; de Pedro Sarmiento, a quien publicistas de
Inglaterra llaman el primer navegante del siglo XVI; de los almirantes
Matos, que brillaron en el XVII, y de otros distinguidos marinos, entre
los cuales descuella en nuestros tiempos el ilustre Méndez-Núñez»[358].

       [358] García de la Riega, Ob. cit., pág. 33.

Veamos ahora los documentos más importantes:

  1.º Escritura de carta de pago dada a Inés de Mereles por Constanza
  Correa, mujer de Esteban de _Fonterosa_, fecha 22 de junio de 1528.

  2.º Escritura de aforamiento por el Concejo de Pontevedra a
  Bartolomé de Sueiro, y a su mujer María _Fonterosa_, fecha 6 de
  noviembre de 1525.

  3.º Ejecutoria de sentencia del pleito, ante la Audiencia de la
  Coruña, entre el Monasterio del Poyo y Don Melchor de Figueroa,
  vecino y alcalde de Pontevedra, sobre foro de la heredad de
  Andurique, en cuyo texto se incluye por copia la escritura de
  aforamiento de dicha heredad, hecho por el expresado Monasterio a
  Juan de Colón, mareante de aquella villa, y a su mujer Constanza de
  _Colón_, en 13 de octubre de 1519.

  4.º Escritura de aforamiento por el Concejo de Pontevedra a María
  Alonso, de un terreno cercano a la Puerta de Santa María, señalando
  como uno de sus límites la heredad de _Cristobo (xp.º) de Colón_,
  en 14 de octubre de 1496.--Folio 20 vuelto.

  5.º Acuerdo del Concejo de Pontevedra, nombrando fieles cogedores
  de las rentas del mismo año (1454), entre otros, a _Jacob
  Fonterosa_. Folio 66 del libro que comienza en 1437 y termina en
  1463.

  6.º Acuerdo del Concejo de Pontevedra, nombrando fieles cogedores
  de las rentas de la villa en dicho año (1444), entre otros, a
  _Benjamín Fonterosa_.--Folio 48 del citado libro.

  7.º Minutario notarial de 1440, folio 4 vuelto. Escritura de
  censo a favor de Juan Osorio, picapedrero, y de su mujer María de
  _Colón_, fecha 4 de agosto del citado año.

  8.º Acuerdo del Concejo (Pedro Falcón, juez; Lorenzo Yáñez,
  alcalde, y Fernán Pérez, jurado), mandando pagar a _Domingos de
  Colón_ y _Benjamín Fonterosa_ 24 maravedís viejos, por el alquiler
  de dos acémilas que llevaron con pescado al arzobispo de Santiago:
  su fecha, 29 de julio de 1437.--Folio 26 del mencionado libro.

  9.º Minutario notarial de 1436. Escritura de aforamiento, en la
  cual se halla el nombre de _Jacob Fonterosa el Viejo_: fecha, el 21
  de marzo de dicho año.

  10. Minutario notarial que comienza el 28 de diciembre de 1433 y
  termina el 20 de marzo de 1435. Escritura del 29 de septiembre de
  1434 de compra de casa y terreno hasta la casa de _Domingos de
  Colón el Viejo_, etc.--Folio 85 vuelto.

  11. Minutario anterior. Escritura de venta (11 de agosto de 1434)
  de la mitad de un terreno que fué casa en la rua de las Ovejas,
  por María Eans a Juan de Viana _el Viejo_ y a su mujer María de
  _Colón_, moradores en Pontevedra.--Folio 80.

  12. Minutario notarial de 1434 y 1435. Dos escrituras correlativas,
  en que el abad del monasterio de Poyo se obliga a pagar
  respectivamente 274 maravedís de moneda vieja a Blanca Soutelo,
  heredera de _Blanca Colón_, difunta, mujer que fué de Alonso de
  Soutelo, y 550 maravedís de la misma moneda a Juan García, heredero
  de dichos Alonso de Soutelo y su mujer _Blanca Colón_: su fecha, 19
  de enero de 1434.--Folios 6 vuelto y 7.

Fijándonos en el documento señalado con el número 8, cabe pensar si el
Domingos de Colón casó con una Fonterosa y de cuyo matrimonio naciese
el descubridor del Nuevo Mundo. Resulta del mencionado acuerdo que el
Domingos de Colón era alquilador de acémilas: ¿sería absurdo suponer
que las preocupaciones sociales de aquellos tiempos obligaron al
Almirante a ocultar su origen y patria?

A todo esto debe añadirse que la madre de Colón se llamaba Susana
Fonterosa, familia hebrea, sin duda, o por lo menos de cristianos
nuevos: ¿tendría interés Colón de no revelar tales antecedentes, dado
el odio a dicha raza en todas las naciones, y muy especialmente por
los Reyes Católicos?--«¿No merecería examen en este caso--escribe
García de la Riega--la inclinación de Colón a las citas del
Antiguo Testamento?»[359]. Es de notar su estilo y sus fantásticas
descripciones, sus metáforas y sus invocaciones, donde aparecen nombres
bíblicos (Israel, Judá, David, Jerusalén, etc.).

       [359] Ob. cit., pág. 27.

De una carta de Colón escrita en Jamaica y dirigida a los Reyes
Católicos, con fecha 7 de julio de 1503, son los siguientes párrafos.
Hallábase sólo en brava costa y con fuerte fiebre, y habiéndose
adormecido oyó una voz piadosa que le decía:

«¡O estulto y tardo a creer y a servir a sus Dios, Dios de todos!
¿Qué hizo él más por Moisés o por David, su siervo? Desque naciste,
siempre él tuvo de tí muy grande cargo. Cuando te vido en edad de
que él fué contento, maravillosamente hizo sonar tu nombre en la
tierra. Las Indias, que son parte del mundo, tan ricas, te las dió
por tuyas; tú las repartiste a donde te plugo, y te dió poder para
ello. De los atamientos de la mar océana, que estaban cerrados con
cadenas tan fuertes, te dió las llaves; y fuiste obedecido en tantas
tierras, y de los cristianos cobraste tan honrada fama. ¿Qué hizo el
más alto pueblo de Israel cuando le sacó de Egipto? ¿Ni de David, que
de pastor hizo Rey en Judea? Tórnate a él y conoce ya tu yerro: su
misericordia es infinita; tu vejez no impedirá a toda cosa grande;
muchas heredades tiene él grandísimas. Abraham pasaba de cien años
cuando engendró a Isaac, ¿ni Sara era moza? Tú llamas por socorro
incierto: responde, ¿quién te ha afligido tanto y tantas veces, Dios
o el mundo? Los privilegios y promesas que da Dios, no las quebranta,
ni dice después de haber recibido el servicio, que su intención no era
ésta, y que se entiende de otra manera, ni da martirios por dar color
a la fuerza; él va al pie de la letra; todo lo que él promete cumple
con acrescentamiento, ¿esto es uso? Dicho tengo lo que tu Criador ha
fecho por tí y hace con todos. Ahora medio muestra el galardón de estos
afanes y peligros que has pasado sirviendo a otros.

Yo así amortecido vi todo; mas no tuve yo respuesta a palabras tan
ciertas, salvó llorar por mis yerros. Acabó él de fablar, quien quiera
que fuese, diciendo: «No temas, confía: todas estas tribulaciones están
escritas en piedra mármol y no sin causa»[360].

       [360] Hernández de Navarrete, _Colec. de los viajes y
       descubrimientos que hicieron por mar los españoles desde fines
       del siglo XV_, tom. I, págs. 303 y 304.

También indica el origen semítico de Colón el retrato que hacen
de él los historiadores de aquellos tiempos, según puede verse
considerando el famoso regateo de Colón con los Reyes Católicos en las
capitulaciones de Santa Fe.

Pasando a otro asunto diremos que la huerta de Andurique--añade el
historiador de Pontevedra--aforada por el monasterio de Poyo a Juan de
Colón, y situada a medio kilómetro de dicha población, linda con otras
heredades de la pequeña ensenada de Portosanto, lugar de marineros
en la parroquia de San Salvador. Cristóbal Colón bautizó a las dos
islas que halló en su primer viaje con los nombres de _San Salvador_
(Guanahaní) y la _Concepción_, dando con ellos pruebas de sus creencias
religiosas. En seguida descubrió tres islas, a las cuales llamó
_Fernandina_, _Isabela_ (Saometo) y _Juana_ (Cuba), en demostración
de su gratitud a D. Fernando, a Doña Isabel y al príncipe D. Juan,
primogénito de los reyes. Continuó su camino y llegó a un río y puerto
que llamó de _San Salvador_, recorrió otras tierras, puso una cruz
en la entrada de un puerto, que llamó _Portosanto_ (hoy de Baracoa).
Tiempo adelante visitó la isla Española (Haití). Todo esto lo hace
notar García de la Riega en su erudita _Conferencia_[361]. A los que
escriben que el Almirante dió el nombre de Portosanto en memoria de que
su suegro había sido gobernador de la isla portuguesa así llamada, no
recuerdan seguramente que el inmortal navegante tenía hijos, hermanos,
su amada Doña Beatriz, etc. Si Colón hubiese nacido en Pontevedra, nada
tendría de particular que repitiese la denominación de San Salvador y
de Portosanto, parroquia y lugar donde quizás fué bautizado y tuvo su
cuna. En su segundo viaje Colón bautizó a una isla con el nombre de
_La Gallega_. ¿Quiso unir en el nombre La Gallega dos recuerdos: el de
la carabela _Santa María_ o _La Gallega_ y el de Galicia?[362].

       [361] Pág. 37.

       [362] «_La Capitana_--escribe Gonzalo Fernández de Oviedo--era
       _La Gallega_, que había sido un buque de carga destinado al
       transporte de mercancías. Se llamó _La Gallega_, dedicada
       a Santa María, y nombre que se repite muchas veces.» Y el
       elocuentísimo Castelar añade «que la nao _La Gallega_ fué
       rebautizada en el Puerto de Palos con el nombre _Santa
       María_.» Del Padre Sarmiento, benedictino, son las siguientes
       palabras: «La nao _La Gallega_ se construyó en Pontevedra, y
       fue dedicada a _Santa María la Grande_, parroquia de todos los
       marineros de aquellos lugares.»

En el tercer viaje denominó _Trinidad_ a la primera isla que descubrió,
y Cabo de la _Galea_ (hoy Cabo Galeote) al primer promontorio. Recuerda
a este propósito el citado escritor un documento que contiene la compra
de una casa por Payo Gómez de Sotomayor (rico hombre de Galicia,
Mariscal de Castilla, Caballero de la Banda y Embajador en Persia de
Enrique III), y su mujer D.ª Mayor de Mendoza (sobrina del arzobispo
de Santiago), en cuya escritura se menciona, como parte del contrato,
el terreno hasta la casa de Domingo de Colón el Viejo, con salida al
_eirado_ de la puerta de la Galea. El dicho eirado, inmediato al lugar
que ocupaba la puerta y torre de la Galea, es una plaza o espacio
irregular entre varios edificios, tapias y muelle al fondeadero llamado
de la Puente. Nada de particular tendría el nombre de Cabo de la Galea,
si Colón hubiese jugado en su niñez en aquel eirado, vecino a la casa
de un pariente muy cercano.

No limitándose el historiador gallego a estudiar los documentos
referentes a las familias de Colón y Fonterosa, cuyos dos apellidos
eran los del Almirante de las Indias, estudia otro que arroja potentes
rayos de luz en el obscuro campo de la Historia. Tal es la cédula
del arzobispo de Santiago, fechada el 15 de marzo de 1413, dirigida
al Concejo, Juez, Alcaldes, Jurados y hombres buenos de su villa de
Pontevedra, mandándoles entregar _cogidos y recabdados_, quince mil
maravedís de moneda vieja a maese Nicolao Oderigo de Génova. Casi un
siglo después, otro Nicolao Oderigo, a quien el Almirante le confió
en 1502 las copias de sus títulos, despachos y escrituras--lo cual
indica la estrecha amistad que había entre ambos--había sido legado
del Gobierno genovés cerca de los Reyes Católicos. ¿Sería el segundo
Oderico descendiente del primero? Si aquél fué mercader de telas de
seda y de otros géneros de la industria italiana, y el último desempeñó
el cargo de legado en la Corte de Castilla, ¿sería aventurado presumir
que la amistad de Colón con el mencionado legado tenía antigua fecha en
su familia, y provenía de la protección del Oderigo a que se refiere
la cédula del Prelado compostelano? Si los padres del Almirante fueron
individuos de las familias Colón y Fonterosa, residentes en Pontevedra
y emigrados luego a Italia, puede aceptarse que tuvieron relaciones
más o menos directas con los Oderigos. ¿Conocía el legado Nicolao
Oderigo la verdadera patria de su amigo el Almirante, como parece
deducirse del hecho de haber retenido las copias que se le confiaron,
y que no fueron entregadas a las autoridades de Génova hasta cerca
de dos siglos después por Lorenzo Oderigo? Cree el Sr. García de la
Riega que el matrimonio Colón-Fonterosa, residente en Pontevedra,
emigró a Italia a consecuencia de las perturbaciones ocurridas, o por
otras causas, hacia los años 1444 al 1450, aprovechando las relaciones
comerciales existentes entre ambos países. Llevó en su compañía a sus
dos hijos mayores--pues los demás nacieron posteriormente--, utilizando
para establecerse en Génova, en Saona o en otras poblaciones cercanas,
recomendaciones para el arzobispo de Pisa, que a la sazón era clérigo
_sine cura_ de la iglesia de Santa María la Grande, de Pontevedra, y
cobraba un quiñón de sardina a los mareantes de dicha población; o tal
vez se valiese de relaciones directas o indirectas con la familia de
Oderigo. Allí adquirió Cristóbal algunos conocimientos y se dedicó a
la profesión de marino. Navegó durante veintitrés años, y cambiando su
apellido por el de Colombo se puso quizás bajo las órdenes de Colombo
el _Viejo_ o de Colombo el _Mozo_, famosos corsarios de aquellos
tiempos. Antes de dirigirse a Portugal, donde los descubrimientos y
viajes de los portugueses habían inmortalizado aquel reino, Colón vivió
en la isla de la Madera, adquiriendo por entonces relaciones con Alonso
Sánchez, de Huelva, y trasladándose luego a Lisboa. En la capital de
Portugal concibió el proyecto de surcar el Atlántico en dirección al
Oeste. Desechado su plan por el gobierno de Portugal, se presentó al
de España fingiéndose genovés, ya para encubrir su humilde origen, ya
para ocultar otra condición de raza de su familia materna. Cuando se
vió en el apogeo de la gloria, tanto él como sus hermanos y sus hijos
siguieron ocultando patria y origen. «¡Quién sabe--exclama García de la
Riega--si aquel hebreo que moraba a la puerta de la judería de Lisboa,
para el cual dejó una manda en su testamento y _cuyo nombre reservó_,
era pariente materno del eximio navegante!»[363]. Nada de particular
tendría que Cristóbal Colón, en alguno de sus viajes a los mares del
Norte, hiciese escala en Pontevedra, y convencido de que en aquella
población nadie conservaba recuerdo de sus padres y de su familia, se
decidió a fingirse hijo de Génova, lo cual, a falta de pruebas con
respecto al lugar verdadero de su cuna, aceptó la historia. Después de
relatar, aunque sucintamente, la conferencia de García de la Riega,
recibimos de dicho señor la siguiente noticia:

       [363] Ob. cit., pág. 42.

«Recientemente, derribado un viejo altar en la parroquial de Santa
María de esta ciudad, apareció un hueco en forma de arco y en su pared
una inscripción de principios del siglo XVI, grabada en piedra con
letra gótica alemana (de aquella época), relativa a un Juan de Colón
(mareante de Pontevedra), que era sin duda el que figura con el mismo
nombre en el tercer viaje del gran descubridor; además, los varios
documentos del siglo XV hallados aquí, exhiben desde 1428 el mismo
apellido precedido con la partícula _de_. Ahora bien, en una cláusula
del testamento e institución de mayorazgo, documento que Colón y su
heredero reservaron y que tiene la fecha de febrero de 1498, aquél
consignó que «_su verdadero linaje_ es el de los llamados _de_ Colón».
Y ¿quién califica de _verdadero_ a su linaje sino en presencia de uno
ficticio o supuesto, el de los Colombo italianos? Por consiguiente,
en esa cláusula Colón desvirtúa su declaración _heráldica_ de haber
nacido en Génova. Y esto hay que enlazarlo con el hecho de que en
las famosas estipulaciones de Santa Fe (1492) el futuro Almirante,
Virrey, etc., estampó el apellido _Colón_, que anteriormente _se le
daba en Portugal_, y no el de Colombo. Acaso temió dificultades y
peligros para el porvenir si no consignaba su verdadero apellido en tan
solemne y transcendental documento, pues era hombre sumamente cauto y
receloso»[364]. Hemos terminado la larga relación del Sr. García de la
Riega (Apéndice H).

       [364] Parte de una carta de D. Celso G. de la Riega, escrita
       al autor de esta obra desde Pontevedra y con fecha 3 de
       noviembre de 1912.

Añadiremos por nuestra parte que mientras los israelitas del Antiguo y
del Nuevo Mundo, inspirados por el sentimiento de raza, se enorgullecen
con tener entre sus antepasados a Colón; y mientras que en el Antiguo
y Nuevo Mundo hombres ilustres proclaman el origen español del
descubridor de América, nosotros esperamos más datos y más noticias
para resolver cuestiones tan complicadas. Aunque mucho nos halagaría
poder decir que Colón era español, sin embargo, no dejaremos de copiar
los dos versos que se hallan escritos en las paredes del convento de la
Rábida, firmados con las iniciales F. G. F.:

      ¡Al nauta genovés, honor y gloria!
    ¡Bendecid, españoles, su memoria!

Y tentados estamos para hacer nuestra la siguiente octava del poeta
Foxá, escrita cuando Génova erigía a Colón magnífico monumento:

      «A tu memoria el genovés levanta
    gigante estatua que respeta el viento;
    de noble aspecto y de riqueza tanta,
    cuanta puede crear el pensamiento.

      --Pero la patria que tu nombre canta
    y te consagra eterno monumento,
    ¿qué parte tuvo en tu inmortal hazaña?
    ¡Toda tu gloria pertenece a España!»

De la familia de Cristóbal Colón sólo diremos que es cierto que su
padre se llamaba Domenico y su madre Susana Fontanarrosa; que, además
de Bartolomé y Diego, tuvo otro hermano que se llamó Juan Peregrín, el
cual murió joven, y que su hermana Blanquineta casó con el industrial
Santiago Rayarello[365].

       [365] Blanquineta y Santiago tuvieron un hijo de nombre
       Pantaleón.

Procede ya referir los sucesos acaecidos al futuro descubridor del
Nuevo Mundo en Portugal. Colón, acompañado de su hermano Bartolomé,
llegó a Lisboa, a últimos del año 1476[366]. Habitaba cerca del
Monasterio de _Todos los Santos_, en cuya iglesia debió conocer a la
joven Felipa Muñiz. Prendóse de ella y la obtuvo en matrimonio. La
primera noticia del nombre de la mujer del futuro Almirante, aparece en
el testamento de su hijo Diego, quien la llama Felipa Muñiz. Bastantes
años después, Fernando Colón añadió segundo apellido, y la dió el
nombre de Felipa Muñiz Perestrello[367]. Felipa era hija--según todas
las señales--de Bartolomé Perestrello, genovés naturalizado en Portugal
y distinguido navegante de la casa del nunca bastante alabado infante
D. Enrique[368]. Cristóbal Colón vino a Portugal, como otros muchos, en
busca de fortuna, arrastrado, seguramente, por las noticias que corrían
acerca de los navegantes y descubrimientos portugueses, pues a la
sazón era Lisboa un centro náutico de gran importancia. Además no debe
olvidarse que en la capital del reino lusitano se hallaban establecidos
muchos italianos, en particular genoveses. Ya en Portugal, un poco
antes o un poco después, emprendió un viaje a Thule[369] e hizo otros a
diferentes puntos. Parece probado que Porto-Santo, isla descubierta por
exploraciones dirigidas bajo la dirección del infante D. Enrique, se
entregó en feudo a la familia de los Perestrellos.

       [366] Otros dicen que llegó entre el año 1470 y 1472. Lo único
       que puede asegurarse es--pues lo dice él mismo--que en febrero
       de 1477 estaba en Lisboa.

       [367] Algunos dicen Palestrello.

       [368] Felipa, siguiendo la costumbre de aquellos tiempos, pudo
       usar el apellido materno antes que el paterno, y llamarse
       Muñiz Perestrello.

       [369] P. Las Casas, _Hist. general_, lib. I.

De lo que no cabe duda es que, Pedro Correa, casado con una hermana
de Felipa, tuvo el mando superior de Porto Santo, a la muerte de su
suegro y de su suegra. Y afírmase por algunos que Miguel de Muliarte,
de Huelva, era marido de Violante Muñíz, hermana también de Felipa[370].

       [370] Pero Miguel de Muliarte y Violante Muñíz, ¿eran
       realmente cuñados de Colón, como afirma Fernández Duro, en la
       _Nebulosa de Colón_, págs. 18-29? Es de advertir que tiempo
       adelante, según cartas que se conservan, Muliarte trataba
       con mucho respeto a su protector Cristóbal Colón, hasta el
       punto que en dicha correspondencia no aparece señal alguna de
       familiaridad o parentesco.

Cuando murió Bartolomé Perestrello, Colón pudo adquirir los mapas,
diarios y notas de viajes de su suegro. También su cuñado Correa le
dió algunas noticias, decidiéndose entonces Cristóbal Colón a ir a las
famosas Indias, no por el Oriente, que era la idea de los portugueses,
sino por el Occidente, por el Atlántico, mar que siempre había sido
mirado con temor supersticioso. Del mismo modo, Colón, a la muerte de
su cuñado, debió de hacerse dueño de los documentos y cartas de éste.
No abrigamos duda alguna de que Colón se decidió entonces a realizar su
viaje.

El que reveló a Colón las tierras trasantlánticas fué--según la opinión
de algunos cronistas--Alonso Sánchez de Huelva. Véase lo que dice sobre
el particular Oviedo: «Quieren decir algunos que una carabela que desde
España passaba para Inglaterra cargada de mercadurías é bastimentos,
assi como vinos é otras cosas que para aquella isla se suelen cargar
(de que ella caresçe é tiene falta), acaesçió que le sobrevinieron
tales é tan forçosos tiempos é tan contrarios, que ovo neçessidad de
correr al poniente tantos días, que reconosçió una ó más de las islas
destas partes é Indias; é salió en tierra é vido gente desnuda de
la manera que acá la hay, y que cessados los vientos (que contra su
voluntad acá la trajeron), tomó agua y leña para volver a su primero
camino. Dicen mas: que la mayor parte de la carga que este navío traía
eran bastimentos é cosas de comer é vinos, y que assi tuvieron con qué
se sostener en tan largo viaje é trabajo, é que despues le hizo tiempo
a su propósito y tornó a dar la vuelta, é tan favorable navegacion
le suçedió, que volvió a Europa é fué a Portugal. Pero como el viaje
fuesse tan largo y enojoso, y en especial a los que con tanto temor é
peligro forçados le hicieron, por presta que fuesse su navegacion, les
duraría cuatro ó cinco meses (ó por ventura más) en venir acá é volver
a donde he dicho. Y en este tiempo se murió quasi toda la gente del
navío é no salieron de Portugal sino el piloto, con tres ó cuatro ó
alguno más de los marineros, é todos ellos tan dolientes, que en breves
días después de llegados murieron.

»Diçese junto con esto que este piloto era muy íntimo amigo de
Chripstóbal Colom, y que entendía alguna cosa de las alturas, y marcó
aquella tierra que halló de la forma que es dicho, y en mucho secreto
dió parte de ello a Colom, é le rogó que le fiçiesse una carta y
assentase en ella aquella tierra que había visto. Diçese que él le
recogió en su casa como amigo, y le hizo curar, porque tambien venía
muy enfermo; pero que tambien se murió como los otros; é que assi
quedó informado Colom de la tierra é navegación destas partes, y en él
solo se resumió este secreto. Unos diçen que este maestre ó piloto era
andaluz, otros le hacen portugués, otros vizcaino; otros diçen quel
Colom estaba entonces en la isla Madera, é otros quieren deçir que en
la de Cabo Verde, y que allí aportó la carabela que he dicho, y él ovo
por esta forma notiçia desta tierra. Que esto passase así ó no, ninguno
con verdad lo puede afirmar; pero aquesta novela ansí anda por el mundo
entre la vulgar gente de la manera que es dicho. Para mí yo lo tengo
por falso, é como dice el agustino: _Melius est dubitare de ocultis,
quam litigare de incertis_. Mejor es dubdar de lo que no sabemos, que
porfiar lo que no está determinado»[371].

       [371] _Historia general y natural de las Indias_, lib. II,
       cap. II, pág. 13.

Añade el inca Garcilaso de la Vega que cerca del año 1484, un piloto
natural de la villa de Huelva (condado de Niebla), llamado Alonso
Sánchez de Huelva, tenía un navío pequeño, en el cual llevaba de España
a las Canarias algunas mercaderías y allí las vendía; y de las Canarias
cargaba frutos que transportaba a la isla de la Madera, volviéndose a
España con azúcar y conservas. En cierta ocasión, atravesando de las
Canarias a la isla de la Madera, dejóse llevar de recio y tempestuoso
temporal. Al cabo de veintiocho o veintinueve días, sin saber por
dónde ni a dónde iba, se encontró cerca de una isla, tal vez Santo
Domingo, según todas las señales. El piloto saltó a tierra, tomó la
altura y escribió todo lo que vió. A la vuelta le faltó el agua y el
bastimento, comenzando a enfermar y morir de tal manera la tripulación,
que de 17 hombres que salieron de España no llegaron a la Tercera más
de cinco, entre ellos el piloto Alonso Sánchez de Huelva. Fueron a
parar a casa de Cristóbal Colón, genovés, porque supieron que era gran
piloto y cosmógrafo, y que hacía cartas de marear. Recibiólos Colón con
mucho cariño; pero iban tan enfermos que murieron todos en su casa,
«dexándole en herencia los trabajos que les causaron la muerte[372]:
los quales aceptó el gran Colón con tanto ánimo y esfuerzo, que
habiendo sufrido otros tan grandes y aun mayores, pues duraron más
tiempo, salió con la empresa de dar el Nuevo Mundo y sus riquezas a
España, como lo puso por blasón en sus armas, diciendo: _a Castilla y a
León, Nuevo Mundo dió Colón_»[373].

       [372] Documentos y mapas importantes.

       [373] _Historia general del Perú_ o _Comentarios Reales de los
       Incas_, tomo I, págs. 11-15.[smudge or '--'?]--Madrid, 1800.

Lo mismo que Oviedo y el inca Garcilaso refieren López de Gomara,
Acosta y algunos más. Lope de Vega, en su comedia _El Nuevo Mundo
descubierto por Christobal Colón_, escrita en el año 1604, el piloto
Sánchez de Huelva dice al insigne genovés lo siguiente:

      «La misma tormenta fiera
    que allí me llevó sin alas,
    casi por el mismo curso
    dió conmigo vuelta a España.
    No se vengó solamente
    en los árboles y jarcias,
    sino en mi vida, de suerte
    que ya, como ves, se acaba.
    Toma esas cartas, y mira
    si a tales empresas bastas,
    que si Dios te da ventura,
    segura tienes la fama.»

Sobre este particular añade el Sr. Fernández Duro: «Los que la tachan
de invención despreciable, no se han fijado, al parecer, en que el
más interesado, el Almirante mismo, consignó en sus Memorias[374]
que un marinero tuerto, en el Puerto de Santa María, y un piloto, en
Murcia, le aseguraron haber corrido con temporal hasta lejanas costas
de Occidente, donde tomaron agua y leña para regresar. Los nombres no
comunicó, ni dijo hasta qué punto las confidencias se extendieron; mas
la declaración confirma plenamente, en lo esencial, aquello que entre
la gente de mar corría por válido. Que el piloto muriese en su casa
y le legara los papeles, adorno añadido puede muy bien ser; que el
piloto existió y de su boca supo cómo había ido y vuelto de las tierras
incógnitas, confirmado por él está»[375].

       [374] El P. Las Casas, _Historia de Indias_, libro I, capítulo
       XIII.

       [375] _La tradición de Alonso Sánchez de Huelva._--_Boletín de
       la Real Academia de la Historia_, tomo XXI, página 45.

Más adelante escribe: «Con las indicaciones vulgares se vislumbra ya,
desde luego, que hubo más de una expedición o aventura desgraciada, y
que vascos, andaluces y portugueses intentaron la empresa que Cristóbal
Colón llevó a cabo»[376].

       [376] Ibidem, pág. 46.

       *       *       *       *       *

Pero ¿puede acaso llamarse descubridores de América, ni lo son, cuantos
columbraron la existencia de aquellos Continentes, o los que se admita
o algún día llegue a probarse que de hecho aportaron a las playas
americanas, ora queriendo, o bien llevados allá por no poder resistir
el empuje de los vientos o a las corrientes del Océano?[377].

       [377] Ibidem, pág. 51.

Por nuestra parte, se nos ocurre preguntar: Si--como dice la narración
de Oviedo y de otros--Colón es el único depositario del secreto,
¿quién, cómo y cuándo lo ha revelado? En asunto de tanta importancia,
añadiremos que, aun admitiendo que por el año 1000 de nuestra Era--como
se dijo en el capítulo III de este tomo--valientes marinos normandos de
Islandia llegaron a las costas de Groenlandia, de Labrador, de la Nueva
Inglaterra, y acaso hasta donde hoy está Nueva York; aun admitiendo lo
que de Alonso Sánchez de Huelva se refiere, y aun admitiendo otras
expediciones, descubrimientos y noticias, nada importa para la gloria
del inmortal nauta.

Con respecto a la ciencia del futuro descubridor del Nuevo Mundo, él
mismo, en carta a los Reyes Católicos, escribe lo que a continuación
copiamos: «En la marinería me hizo Dios abundoso; de astrología me
dió lo que abastaba y ansí de geometría y aritmética; y engenio en
el anima y manos para dibujar esfera, y en ella las cibdades, ríos
y montañas, islas y puertos, todo en su propio sitio. Yo he visto y
puesto estudio en ver de todas escrituras, cosmografía, historia,
coronicas y filosofía y de otras artes, ansí que me abrió Nuestro
Señor el entendimiento con mano palpable a que era hacedero navegar de
aquí a las Indias, y me abrió la voluntad para la ejecucion de ello».
Probado se halla--aunque otra cosa diga Fernando Colón en su historia
del Almirante--que el descubridor del Nuevo Mundo no estudió ni poco
ni mucho tiempo en la renombrada Universidad de Pavía. Debió pasar su
infancia al lado de su padre y de sus hermanos. A los catorce años,
o tal vez de más tierna edad, se lanzó al mar, adonde le llamaban
sus constantes inclinaciones y ardientes deseos. Sirviese o no Colón
bajo las órdenes de los corsarios Colombos, el asunto carece de toda
importancia[378]. «De muy pequeña edad--dice Cristóbal Colón en carta
a los Reyes Católicos escrita en 1501--entré en la mar navegando e lo
he continuado fasta hoy. La mesma arte inclina a quien le prosigue, a
desear de saber los secretos de este mundo. Ya pasan de cuarenta años
que yo voy en este uso. Todo lo que fasta hoy se navega, todo lo he
andado». En otro lugar se lee: «El año de 1477, por febrero, navegué
más allá de Tile cien leguas, cuya parte austral dista de la equinocial
73 grados y no 63 como dicen algunos... Veintitrés años he andado por
el mar sin salir de él, por tiempo que deba descontarse--dice en otro
sitio--ví todo el Levante y el Poniente, y al Norte de Inglaterra. He
navegado a Guinea; pero en ninguna parte he visto tan buenos puertos
como estos de la tierra de las Indias»[379].

       [378] El conde Roselly de Lorgues cree que eran dos corsarios:
       el _Archipirata_, verdadero Duguay-Tronin de la Liguria, y
       su sobrino _Colombo el Mozo_. _Historia de Cristóbal Colón_,
       tomo I, página 63. Barcelona, 1892. Añade D. Juan Solari
       que no están en lo cierto los escritores que hacen a Colón
       pariente de los citados corsarios y le consideran al servicio
       de Colombo el _Mozo_. Hace también observar que los tales
       corsarios no eran genoveses, ni aun italianos, sino gazcones;
       y sus apellidos eran Cazeneuve y de sobrenombre Coullon,
       que historiadores complacientes han traducido por Columbus
       y Colombo.--_La cuna del descubridor de América Cristóbal
       Colón._ Homenaje al centenario de la República Argentina. 25
       de mayo de 1910.

       [379] Fernando Colón, _Historia del Almirante_, tom. I. cap.
       IV.

Se ha creído por algunos que sólo Colón y otros pocos sabios
contemporáneos creían en la forma esférica de la tierra. Ignoran que
ya lo dijeron muchos, entre ellos Aristóteles (384-321), Arquímedes
(287-212), los filósofos de la Escuela de Alejandría, Plinio (siglo I
de la Era Cristiana), San Basilio (siglo IV), el venerable Beda (siglo
VIII), el patriarca Focio (siglo IX), el presbítero Honorio (siglo
XII); y entre los árabes Mazoudi, Edrisí y Aboulfeda. La Academia de
Toledo, fundada en 1258 por Alfonso X, seguía el sistema de Ptolomeo,
profesando, por tanto, la teoría de la forma redonda de la tierra.
Mientras que en Toledo se discutía el movimiento de los astros, dos
hombres superiores, fundándose en la esfericidad de nuestro globo,
deducían la existencia de otro Continente: eran estos Rogerio Bacon
(1214-1294) y Raimundo Lulio (1235-1315)[380]. Como dice el ilustre
Gaffarel, es imposible señalar mejor que Bacon lo hizo la posición de
América. Anunció muchas de las grandes leyes con que después se han
enriquecido las ciencias físicas y naturales. Expuso en términos claros
y precisos la doctrina de que al Occidente de Europa debían existir
tierras, siendo posible, por tanto, la comunicación de aquella parte
del mundo con las citadas tierras. ¿Conocía Bacon el viaje del islandés
Erik Rauda (Erico el Rojo)? ¿Conocía alguna de las expediciones
islandesas o normandas que poco después se llevaron a feliz término? ¿O
adivinó el descubrimiento que en 1492 hizo el genovés Cristóbal Colón?

       [380] Rogerio Bacon nació en Inglaterra e hizo sus estudios en
       Oxford y en París. Escribió su magnífica obra intitulada _Opus
       Majus_.

Háse dicho, del mismo modo, que el mallorquín Raimundo Lulio, el
sublime autor de _Arte Magna_ (_Ars Magna_), se había ocupado de la
existencia de un continente al Occidente de Europa, quedando reservado
a Colón la gloria de encontrarlo. En la edición de Maguncia del año
MDCCXXIX, forman las obras del beato Raimundo Lulio (_Operum Beati
Raymundi Lulli_), diez tomos en folio, hallándose en el cuarto el
libro intitulado _Questiones per Artem Demonstrativam solubiles_. En
la cuestión 154 (CLIV), folios 151 y 152, al proponer la dificultad
del flujo y reflujo en el mar de Inglaterra (_¿quâ naturâ Mare Anglicæ
fluat et refluat?_), el _Doctor Iluminado_ la explica con todo
detenimiento. La traducción del texto, hecha libremente al castellano,
dice así: «Toda la principal causa del flujo y reflujo del Mar grande o
de Inglaterra, es el arco del agua del mar, que en el Poniente estriba
en una tierra opuesta a las costas de Inglaterra, Francia, España
y toda la confinante de Africa, en las que ven los ojos el flujo y
reflujo de las aguas, porque el arco que forma el agua como cuerpo
esférico, es preciso que tenga estribos opuestos en que se afiance,
pues de otro modo no pudiera sostenerse; y, por consiguiente, así como
a esta parte estriba en nuestro continente, que vemos y conocemos, _en
la parte opuesta del Poniente estriba en otro continente que no vemos
ni conocemos desde acá_; pero la verdadera filosofía, que conoce y
observa por los sentidos la esfericidad del agua y su medido flujo y
reflujo, que necesariamente pide dos opuestas vallas que contengan
el agua tan movediza y sean pedestales de su arco, infiere que
necesariamente en la parte que nos es occidental _hay continente_ en
que tope el agua movida, así como topa en nuestra parte respectivamente
oriental». Después de leer el citado pasaje, podemos repetir con un
estudioso jesuíta: «La existencia de un continente al Occidente de
Europa, estuvo científicamente probada por Raimundo Lulio dos siglos
antes que Colón lo hallara. Que este continente fuera precisamente la
América, ni Lulio, ni Colón, ni nadie lo dijo: _Suum cuique_.» Somos de
opinión que Cristóbal Colón no conoció las obras científicas de Bacon,
ni de Lulio. Según un autor coetáneo del beato mallorquín, éste visitó
varias veces la ciudad de Génova, dejando allí algunas de sus obras en
poder de un amigo suyo.

Además, casi todos los escritores cristianos coetáneos y posteriores
a la Academia Toledana, admitían la redondez de la Tierra: Alberto el
Grande, Vicente de Beauvois y nuestro D. Enrique de Villena o de Aragón
(a quien muchos llaman, sin serlo, marqués de Villena), se encuentran
entre ellos. El de Villena, en su _Tratado de Astrología_[381], dando
por verdad sabida la redondez del planeta, estudió la fuerza de
atracción de la tierra. Alonso de Córdoba, Pedro Ciruelo, Antonio de
Nebrija, Fernando de Córdoba, Abraham Zacut, afirmaron la esfericidad
del globo. De modo, que en tiempo de Colón no indicaba sabiduría, ni
aun era peregrina la creencia de que nuestro planeta tenía la forma
esférica.

       [381] Terminó dicho libro el 20 de Abril del año 1428.

Debieron contribuir a que Colón formase su proyecto de ir directamente
a la India por Occidente, no la correspondencia, que ha resultado
apócrifa, con Toscanelli, ni las enseñanzas de las obras científicas
de los sabios que acabamos de citar, sino las noticias de los marinos
y por los mapas de navegación que las confirmaban. Debió tener
conocimiento de los viajes de los venecianos Polo, del _Almanaque
Perpetuo_ de Zacut, y muy especialmente de la obra _De imagine Mundi_,
del cardenal Pedro de Ailly.

Procede en este lugar que demos cuenta de los libros que tuvo en su
librería Colón, y que han llegado hasta nosotros[382]. Estos son los
siguientes: _Historia rerum ubique gestarum_, escrita por Eneas Silvio
Piccolomini (después Papa con el nombre de Pío II), impresa en Venecia
el año 1477; _De imagine Mundi_, del cardenal Pedro Alliaco o d'Ailly,
impreso en Lovaina, en la oficina de Juan de Wesfalia, entre los
años de 1480 a 1483; _De consuetudinibus et conditionibus orientalium
regionum_, obra de Marco Polo, impresa tal vez en Amberes por el año
1485; _Historia naturalle_, de C. Plinio, impresa en Venecia el 1489;
_Vidas de los ilustres varones_, de Plutarco, traducidas al castellano
por Alfonso de Palencia e impresas en Sevilla el 1491; _Almanak
perpetuum_, compuesto por Abraham Zacut, impreso en Leirea el 1496;
_Concordantiæ Biblia Cardinales_, S. P., manuscrito del siglo XV, y el
titulado _Libro de las Profecías_, manuscrito posterior a 1504. También
se cree que le pertenecieron: _Sumula confessionis_, de San Antonino
de Florencia, impreso en Venecia el 1476; _Filosofía natural_, de
Alberto Magno, edición de Venecia de 1466, y _Tragedias_, de Séneca,
palimpsesto en folio, del siglo XV[383].

       [382] _Libros y autógrafos de D. Cristóbal Colón_, por D.
       Simón de la Rosa y López. Sevilla, 1891.

       [383] Respecto a los numerosos extractos y a las pocas notas
       que se hallan en las márgenes de estos códices, especialmente
       en las obras de Pío II y de Alliaco, se ignora quién fué
       el autor, atribuyéndolos, unos al mismo Almirante, otros a
       Bartolomé y algunos a un tercero desconocido; pero se puede
       afirmar que tanto los extractos, como las notas, son obra de
       un hombre poco versado en la ciencia cosmográfica.

Resuelto ya Colón a llevar a cabo su idea, se decidió a pedir
ayuda--según refieren algunos historiadores--, primero al Senado de
Génova y después a la república de Venecia. Habiendo rehusado las
dos poderosas repúblicas el ofrecimiento, dirigióse--y esto se halla
completamente probado--a Juan II de Portugal. Una Junta, presidida
por don Diego Ortiz de Calzadilla, obispo de Ceuta, opinó contra la
propuesta del marino genovés, no sin que la defendiese con tanto
entusiasmo como energía el conde de Villarreal. Merece el conde de
Villarreal que se le señale el primer puesto entre los defensores de
Colón.

Juan II, no sabiendo decidirse entre la opinión de la Junta y la del
conde de Villarreal, tomó--según refiere la leyenda colombina--un
término medio, cual fué mandar, con pretexto de ir a las islas de Cabo
Verde, un buque, cuyo capitán, llevando los mapas y papeles que Colón
había entregado sin desconfianza alguna, navegase hacia los lugares
indicados en los dichos mapas y papeles. Cuentan que después de algún
tiempo, la tripulación, sobrecogida de espanto, volvió a Lisboa,
considerando como locura el pensamiento del insigne navegante. Creemos
que todo esto--como acabamos de notar--pertenece a la novela.



CAPÍTULO XIX

  CRISTÓBAL COLÓN EN PALOS Y EN LA RÁBIDA.--COLÓN EN SEVILLA.--EL
  DUQUE DE MEDINASIDONIA Y EL DUQUE DE MEDINACELI.--COLÓN EN CÓRDOBA:
  SE PRESENTA A LOS REYES.--RETRATO MORAL Y FÍSICO DE COLÓN.--AMIGOS
  Y ENEMIGOS DEL GENOVÉS.--POLÍTICA EXTERIOR E INTERIOR.--JUNTA DE
  CÓRDOBA.--JUNTA DE SALAMANCA.--COLÓN ANTE LOS REYES EN ALCALÁ
  DE HENARES.--DOÑA BEATRIZ ENRÍQUEZ DE ARANA.--PROPOSICIONES
  PRESENTADAS POR COLÓN A LOS REYES CATÓLICOS.--COLÓN EN LA
  RÁBIDA.--LOS CONSEJEROS DE COLÓN.--JUAN PÉREZ ANTE DOÑA
  ISABEL.--TRATADO ENTRE LOS REYES CATÓLICOS Y COLÓN.--EL ALMIRANTE
  EN LA RÁBIDA.--MARTÍN ALONSO PINZÓN.--«SANTA MARÍA», LA «NIÑA» Y LA
  «PINTA».--CONVENIO ENTRE COLÓN Y PINZÓN.


Habiendo fallecido la mujer de Colón (1484)[384], el audaz genovés
abandonó a Portugal y llegó a la corte de Castilla, Estado a la
sazón poderoso, engrandecido por la política de los Reyes Católicos.
Debió de hacer el viaje por mar y no por tierra. Si realizó el viaje
embarcado--como muchos creen[385]--es probable que hiciese escala en
Huelva para ver a su cuñado o amigo Muliarte.

       [384] Fué enterrada en la _capilla de la Piedad_ del convento
       del Carmen en Lisboa, siendo de notar que Colón se ocupó en
       sus escritos muy poco de ella, lo cual hace sospechar que la
       dicha y felicidad del matrimonio no fueron completas.

       [385] Herrera, _Década_ 1.ª, lib. I, cap. VII.

Tomó después el camino de Córdoba, donde a la sazón se hallaban los
reyes; pero hubo de tocar de arribada en el puerto de Palos[386]. Es
de creer que no habiendo encontrado en Palos seguro asilo donde poder
descansar y recuperar sus gastadas fuerzas, vió allá lejos y en una
altura un convento, y hacia él dirigió sus pasos para gloria suya y de
España.

       [386] No se halla probado si desembarcó en Palos o en el
       Puerto de Santa María, en Sanlúcar de Barrameda o en la
       Higuera.

Aunque el convento de _Santa María de la Rábida_ o de _Nuestra Señora
de los Remedios_ no se hallaba en el camino de población alguna
importante, Cristóbal Colón fué allí, como otros muchos pobres
caminantes acudían a las puertas de dichas casas religiosas. Del
convento de la Rábida dijo el duque de Rivas en uno de sus romances lo
siguiente:

      «A media legua de Palos
    sobre una mansa colina,
    que dominando los mares
    está de pinos vestida,
    de la Rábida el convento
    fundación de orden francisca,
    descuella desierto, sólo,
    desmantelado, en ruinas.»

Daremos algunas noticias del convento en aquella época. Componíase de
dos cláustros interiores y de tres pequeños cuerpos anejos al edificio
principal. La iglesia de Santa María estaba rodeada de un cercado, cuyo
espacio formaba un patio interior. Dicho templo, construído en forma de
cruz, tenía tres capillas. Exteriormente, y por encima del altar mayor
se levantaba esférica cúpula, rodeada de un borde de mampostería. Dicha
parte del tejado, dispuesta a manera de azotea, parecía destinada a
Observatorio. La cúpula, revocada de blanca cal, servía de señal a los
buques costaneros. El convento, rodeado de espeso bosque de pinos, no
se descubría por la parte de tierra; únicamente por la parte del mar.

Si era pobre la obra arquitectónica, lo era más todavía por la falta de
estatuas, cuadros y lámparas de oro y plata. El convento sólo contenía
habitación para el prior, doce celdas y biblioteca; el refectorio y la
cocina ocupaban pequeño edificio rectangular, adosado a la izquierda
del principal edificio.

Gruesa pared, construída tal vez para defenderse de los moros de España
y de los merodeadores de Portugal, encerraba la escarpada colina que
sirve de pedestal al convento y al pie de la cual crecían magníficos
aloes y altas palmeras. Subíase por gradas formadas de piedras,
viéndose a un lado y a otro frondosas higueras y arrastrándose por
todas partes alcaparros y sarmientos. Al jardín, regado por máquina
hidráulica alimentada mediante el río Tinto, le daba sombra frondoso
parral y algunos limoneros.

[Ilustración:

FOTOTIPIA LACOSTE.--MADRID.

SANTA MARÍA DE LA RÁBIDA ANTES DE SU RESTAURACIÓN.]

A medida que los habitantes de Palos se han ido trasladando a Moguer,
los religiosos, convencidos que ya no eran útiles a la población harto
alejada, también se fueron retirando poco a poco. En tiempo de la
revolución francesa estaban allí unos cuatro o cinco y se cuenta que
el convento fué saqueado y el archivo destruído. El año 1825 había
cuatro frailes; el edificio se hallaba casi olvidado. La revolución
religiosa de 1835 suprimió los conventos, y aunque el de la Rábida
fué clasificado y numerado como propiedad nacional, sin embargo, los
habitantes ribereños devastaron el edificio y el jardín. En el año 1854
el duque de Montpensier inició una suscripción para restaurar aquella
joya histórica. En efecto, se restableció la celda del P. Juan Pérez y
se restauró la iglesia, inaugurándose la restauración el 15 de abril
de 1855, con asistencia de los duques de Montpensier, acompañados de
los duques de Nemours[387].

       [387] Véase la _Historia de Cristóbal Colón_, tom. I, págs.
       123-126 del conde Roselly de Lorgues.

A la sazón--como dice Becerro de Bengoa--el histórico monumento,
completamente blanqueado, es «sencillo en sus líneas, breve en su
contorno y humilde en su total apariencia». «En su aspecto--añade--nada
puede darse más reducido, en su arte exterior nada más pobre, en sus
alrededores nada más mustio y desolado, y realmente en su interior nada
más diminuto y vulgar, según está ahora. Añadid a esto el abandono,
el silencio, la soledad, el aparente apartamiento del mundo en que
aquello yace, y tendréis idea de la desilusión de que os hablo, y que,
en efecto, allí se siente»[388]. En aquella modesta mansión se trataron
los asuntos más transcendentales del siglo XV y aun de la historia.

       [388] _Conferencia pronunciada el 21 de diciembre de 1891 en
       el Ateneo de Madrid_, pág. 10.

Desde Portugal venía Colón acompañado de su hijo Diego. Hallábase a
la vista de Santa María de la Rábida. Vencido por el cansancio y la
fatiga, descansó a la sombra de carcomida palmera--si damos crédito
a la tradición--; palmera conservada hoy entre un macizo de flores y
con el largo tronco apuntalado, distante cien metros del convento.
Frente al cenobio o explanada que dá acceso al interior de dicha casa
religiosa, se levanta cruz de hierro sobre pilar de tosca mampostería,
en cuyas gradas hubo de sentarse el futuro descubridor del Nuevo Mundo.
Al poco tiempo--según refieren antiguas relaciones--Cristóbal Colón
llamó a la puerta de la casa franciscana para pedir un pedazo de pan y
una poca agua con que saciar el hambre y apagar la sed de su hijo Diego.

¿Llego Colón el año 1484, como tradicionalmente han escrito los
historiadores, o el año 1491, según parece desprenderse de una
relación de Garci Hernández, médico de Palos, en el famoso pleito de
los Pinzones?[389]. Con mucha razón dice el marqués de Hoyos, que «si
las palabras del físico de Palos se refiriesen a 1491, era totalmente
impropio el calificativo de _niñico_ dado por éste al hijo de Colón,
al que también Las Casas llama niño chiquito, siendo así que en esa
época debía tener ya más de quince años, mientras que a su llegada
a España (1484), tendría ocho, edad en que le cuadraban las citadas
expresiones»[390].

       [389] No falta quien diga que llegó el 20 de enero de 1485.

       [390] _Conferencia en el Ateneo de Madrid acerca de Colón y
       los Reyes Católicos_ (24 de marzo de 1891). Debió nacer Diego
       en el año 1476.

Los franciscanos de Nuestra Señora de los Remedios, y en particular,
el P. Fr. Juan Pérez--a quien algunos llaman guardián del
convento--acogieron a Colón con gran afecto y cariño. Justo será
recordar entre los religiosos el nombre de Fr. Antonio de Marchena
«buen astrólogo», como decían los Reyes Católicos.

En el convento de Santa María de la Rábida encontró el futuro Almirante
el apoyo que buscaba. Los frailes dieron pan y agua al hijo de Colón.
Aquel pedazo de pan que sirvió de alimento, y aquella poca agua que
apagó la sed del _niñico_ Diego, fueron pagados con el descubrimiento
del Nuevo Mundo. El convento de Santa María de la Rábida respondió a
su tradición protegiendo al insigne genovés. Aquel Fray Juan Pérez y
aquel Fr. Antonio de Marchena, eran discípulos de San Francisco de
Asís, del bondadoso San Buenaventura, del sabio Rogerio Bacon y del
_Doctor Iluminado_ Raimundo Lulio. Si San Francisco enseñó a sus hijos
la caridad y fraternidad humanas, y San Buenaventura pasó toda su
vida queriendo armonizar las dos tendencias religiosas representadas
en San Antonio y en Elías de Cortona, Rogerio Bacon, el inventor de
la pólvora, predijo gran parte de los descubrimientos modernos; y
Raimundo Lulio, cerca del año 1287, en filosófico discurso, dijo (como
ya en el anterior capítulo hicimos notar), que «la parte opuesta del
Poniente estriba en otro continente que no vemos ni conocemos desde
acá». De caritativos y sabios podemos calificar a los fundadores de la
Orden de San Francisco. Correspondióles Colón con el mismo cariño. Por
eso, a la hora de su muerte en Valladolid, un fraile franciscano le
leía la _Comendación_ del alma, franciscanos acompañaron su cuerpo a
_Santa María la Antigua_, franciscanos celebraron en dicho templo sus
exequias, y franciscanos, por último, condujeron sus restos mortales a
las tumbas del convento de los mencionados Padres.

Conocedores Fr. Juan Pérez, Fr. Antonio de Marchena y el físico Garci
Hernández de los proyectos del futuro Almirante, no ignorando que
pensaba dirigirse a Francia en busca de protección, y comprendiendo al
mismo tiempo que por entonces andaban empeñados los Reyes Católicos en
la guerra de Granada, aconsejaron a Colón que se dirigiera en demanda
de apoyo al duque de Medinasidonia, dueño entonces de la mayor parte
de la actual provincia de Huelva y de muchos pueblos y tierras de las
de Cádiz y Sevilla, con espléndida corte en la última de las citadas
ciudades y en la de Sanlúcar de Barrameda. Los productos mayores de la
casa de Medinasidonia procedían de su privilegio de las almadrabas de
Sanlúcar, para cuya industria tenían importante flota. En solicitud
de algunas naves se dirigió Colón camino de Sevilla, llevando cartas
de recomendación del guardián de la Rábida dirigidas al duque de
Medinasidonia. En Sevilla encontró nuestro extranjero navegante a
algunos genoveses, banqueros por lo general, y entre ellos a Juan
Berardi, hombre rico y en cuya casa estaba empleado Américo Vespucio,
tan famoso luego en la historia del Nuevo Mundo[391].

       [391] Vespucio nació su Florencia el año 1455.

No habiendo encontrado protección en el de Medinasidonia, se presentó,
con iguales recomendaciones, al duque de Medinaceli, señor no menos
poderoso que el anterior y que en su ciudad del Puerto de Santa María
no le faltaban elementos marítimos para una empresa tan arriesgada como
gloriosa.

Bien será poner en este lugar la carta que el de Medinaceli escribió
al cardenal González de Mendoza, y que Navarrete colocó entre sus
documentos. Dice así:

  «Al Reverendísimo señor, el Sr. Cardenal de España, Arzobispo de
  Toledo, etc.

  Reverendísimo señor: no sé si sabe vuestra Señoria como yo tuve en
  mi casa mucho tiempo a Cristobal Colomo, que se venia de Portugal y
  se queria ir al Rey de Francia para que emprendiese de ir a buscar
  las Indias con su favor y ayuda, e yo lo quisiere probar e enviar
  desde el Puerto que tenia buen aparejo con tres o cuatro carabelas,
  que no demandaba mas; pero como vi que era esta empresa para la
  Reina nuestra señora, escribilo a su Alteza desde Rota[392], y
  respondiome que ge lo enviase; yo ge lo envié entonces, y supliqué
  a su Alteza, pues yo no lo quise tentar y lo aderezaba para su
  servicio, que me mandase hacer merced y parte en ella, y que el
  cargo y descargo de este negocio fuese en el Puerto. Su Alteza
  lo recibió y le dió encargo a Alonso de Quintanilla, el cual me
  escribió de su parte, que no tenia este negocio por muy cierto;
  pero que si se acertase, que su Alteza me haria merced y daria
  parte en ello: y después de haberle bien examinado, acordó de
  enviarle a buscar las Indias. Puede haber ocho meses que partió, y
  agora es él venido de vuelta a Lisbona, y ha hallado todo lo que
  buscaba y muy cumplidamente, lo cual luego yo supe, y por facer
  saber tan buena nueva a su Alteza, ge lo escribo con Xuarez, y le
  envío a suplicar me haga merced que yo pueda enviar en cada año
  allá algunas carabelas mias. Suplico a vuestra Señoria me quiera
  ayudar en ello, y ge lo suplique de mi parte, pues a mi cabsa, e
  por yo detenerle en mi casa dos años, y averle enderezado a su
  servicio, se ha hallado tan grande cosa como esta. Y porque de todo
  informará mas largo Xuarez a vuestra Señoria, suplicole le crea.
  Guarde Nuestro Señor vuestra Reverendisima persona como vuestra
  Señoria desea. De la villa de Cogolludo a 19 de marzo.

  Las manos de vuestra Señoria besamos.--_El Duque._»

       [392] La carta escrita desde Rota debió serlo a últimos del
       año 1485 o comienzos del 1486.

En la ciudad de Córdoba se presentó Cristóbal Colón el 20 de enero de
1486, en cuya fecha se hallaban los reyes en Madrid. Hasta el 28 de
abril no llegaron D. Fernando y D.ª Isabel a la ciudad andaluza, de
la cual salió el Rey en el mes de mayo de dicho año para la conquista
de Loja. De modo que la primera entrevista entre los reyes y Colón
debió verificarse en el lapso de tiempo que media desde el 28 de abril
y últimos días de mayo. El tiempo que estuvo el futuro Almirante
esperando la llegada de los reyes, debió pasarlo buscando amigos y
protectores que le ayudaran en su empresa y tal vez sufriendo las
burlas de cortesanos y gente del pueblo.

Veamos el retrato tanto moral como físico que hacen antiguos
historiadores del ilustre genovés. El Almirante era--según
Herrera--«alto de cuerpo, el rostro luengo y autorizado, la nariz
aguileña, los ojos garzos, la color blanca, que tiraba a rojo
encendido; la barba y cabellos, cuando era mozo, rubios, puesto que
muy presto, con los trabajos, se le tornaron canos: y era gracioso y
alegre, bien hablado y elocuente; era grave con moderación, con los
extraños afable, con los de su casa suave y placentero, con moderada
gravedad y discreta conversación, y así provocaba fácilmente a los que
le veían, a su amor; representaba presencia y aspecto de venerable
persona, y de gran estado y autoridad y digna de toda reverencia; era
sobrio y moderado en el comer y beber, vestir y calzar...»[393]. Por su
parte, Gomara le retrata del siguiente modo: «Hombre de buena estatura
y membrudo, cariluengo, bermejo, pecoso y enojadizo y crudo y que
sufría mucho los trabajos...»[394]. Garibay escribe que era «de recia y
dura condición» y Benzoni añade: _iracundiæ tamen pronus_[395].

       [393] _Década_ 1.ª, lib. VI, capítulo XV.

       [394] _Historia de las Indias_ en la Biblioteca de Autores
       españoles, tomo XII, pág. 172.

       [395] _Historia Indiæ Occ._, libro I, cap. XIV.

Amaba de tal modo a la naturaleza que la contemplaba con entusiasmo
durante el día y la observaba por los astros en las noches serenas.
Navegando cerca de las costas, aspiraba los aromas balsámicos
procedentes de la orilla, y en medio de los mares los efluvios de las
olas. Complacíase contemplando pájaros y flores. Gustaba de impregnar
del aroma de rosas o acacias o de flores de azahar sus vestidos, su
camarote y muy especialmente su papel para cartas. Era frugal y sobrio
en las comidas, noble en todos los actos de la vida y cristiano en sus
obras.

En la poderosa corte de los Reyes Católicos el primero que se puso
al lado de Colón fué Alonso de Quintanilla, Contador mayor del reino
(cargo parecido al actual Ministro de Hacienda). Quintanilla le
recomendó a D. Pedro González de Mendoza, gran Cardenal de España,
apellidado por el cronista contemporáneo Mártir de Anglería: _Tertius
Hispaniæ Rex_, tercer Rey de España. Colón «fué conosçido del
reverendíssimo é ilustre Cardenal de España, Arçobispo de Toledo, D.
Pedro Gonçalez de Mendoça, el qual començó a dar audiencia a Colon, é
conosçió dél que era sabio é bien hablado, y que daba buena raçon de
lo que decia. Y túvole por hombre de ingenio é de grande habilidad;
é conçebido esto, tomóle en buena reputacion é quísole favoresçer. Y
como era tanta parte para ello, por medio del Cardenal y de Alonso de
Quintanilla fué oydo del Rey e de la Reyna; é luego se prinçipió a dar
algun crédito a sus memoriales y peticiones é vino a concluirse el
negoçio.»

En mala, en muy mala ocasión hubo de presentarse Cristóbal Colón a los
Reyes Católicos. Cuando Doña Isabel y D. Fernando se hallaban ocupados
en arrojar de nuestro suelo y para siempre a los musulmanes, cuando la
Santa Hermandad castigaba con mano de hierro a los revoltosos magnates
y la Inquisición echaba al fuego a los herejes, cuando se publicaban
sabias Ordenanzas y se reunían célebres Cortes, y cuando en la corte
brillaban aquellos personajes que se llamaban Talavera, González de
Mendoza, Cisneros y Gonzalo de Córdova, un hombre obscuro, extranjero,
sin otra recomendación que la de un pobre fraile franciscano y sin
otros recursos que vender libros de estampa o hacer cartas de marear,
fundándose en que la tierra era esférica, solicitaba apoyo de los reyes
para ir por el Occidente a las costas de la India (Asia). No es extraño
que las gentes le llamasen iluso o loco.

Antes de continuar nuestra relación, consideremos el estado de la
política entre España y Francia, entre los Reyes Católicos y Carlos
VIII. En los primeros días del mes de enero de 1484 se encontraban D.
Fernando y D.ª Isabel en la ciudad de Vitoria. Allí recibieron una
embajada que tenía el encargo de notificarles la muerte de Luis XI y la
sucesión de su hijo Carlos VIII. Nuestros monarcas acordaron también
mandar a Francia su correspondiente embajada, con la indicación de que
Carlos VIII devolviese a España el Rosellón y la Cerdaña, condados que
retenía contra la voluntad de su padre, quien había dispuesto antes
de morir que se entregaran a los Reyes Católicos. La embajada, que se
envió en abril del mismo año, sólo obtuvo cariñosas promesas. Fernando
entonces pensó declarar la guerra a Francia; Isabel quería ocuparse
únicamente de la guerra con los moros. Las razones en que se apoyaba
el Rey Católico las expone admirablemente el cronista Pulgar. «El voto
del Rey, dice, era que primero se debían recobrar los condados del
Ruissellón y de Cerdaina que los tenía injustamente ocupados el rey de
Francia: e que la guerra con los moros se podía por agora suspender,
pues era voluntaria e para ganar lo ageno, y la guerra con Francia non
se debía escusar, pues era necesaria e para recobrar lo suyo. E que si
aquella era guerra sancta, estotra guerra era justa, e muy conveniente
a su honra. Porque si la guerra de los moros por agora no se
persiguiese, no les sería imputada mengua, e si estotra no se ficiese,
allende de recibir daño e pérdida, incurrían en deshonra por dexar a
otro Rey poseer por fuerza lo suyo, sin tener a ello título ni razon
alguna. Decía ansimesmo que el Rey de Francia era mozo, e su persona e
reino andaban en tutorías e gobernacion agena; las cuales cosas daban
la oportunidad pare facer la defensa de los franceses más flaca, e
la demanda de restitucion más fuerte. E que por si agora se dexase,
era de esperar que cresciéndole la cobdicia con la edad, sería más
dificile de recobrar e sacar de su poder aquella tierra. Otrosí decía
que cuanto más tiempo dexase de mover esta guerra, tanto mayor posesión
ganaba el Rey de Francia de aquellos Condados: e los moradores dellos
que cada hora esperaban ser tornados a su señorío, veyendo pasar el
tiempo sin dar obra a los recobrar, perderían la esperanza que tenían
de ser reducidos al señorío primero: e que el tiempo faría asentar sus
ánimos en ser súbditos del Rey de Francia e perderían la aficion que
tenían al señorío real de los Reyes de Aragon. La cual aficion decía él
que no era pequeña ayuda para los recobrar prestamente. Otrosí decía
que no podía buenamente sufrir los clamores de algunos caballeros e
cibdadanos de aquellos condados, que por servicio del Rey su padre e
suyo, han estado tanto tiempo desterrados de sus casas y heredamientos,
e reclamaban toda hora solicitando que se diese obra a la reducción de
aquella tierra por tornar a sus casas e bienes.»

Triunfó la opinión de la Reina y se continuó la campaña contra Granada,
a gusto también del Rey, convencido de las grandes dificultades que
tenía la guerra con Francia.

Desde que los castellanos asolaron la vega granadina (1484) hasta que
Boabdil entregó las llaves de la ciudad (2 enero 1492), no dejaron de
agitarse los amigos y enemigos de Colón, o mejor dicho, los partidarios
o no partidarios de los proyectos del genovés insigne. Al frente
del partido contrario al de Colón se puso Fr. Hernando de Talavera,
prior de Nuestra Señora de Prado (Valladolid), y después arzobispo de
Granada. Algunos escritores han tratado con severidad al prior de Prado
por las dificultades que puso _al más noble solicitante del universo_,
como le llama el conde Roselly de Lorgues[396]. No tienen razón. Fr.
Fernando ni era envidioso de la gloria ajena, ni sistemáticamente se
opuso a los proyectos del genovés. Creía de buena fe lo que afirmaba.
Aunque versado en las letras y en la ciencia teológica, apenas tenía
noción alguna de las matemáticas y de la cosmografía. Nadie ponía en
duda su clara inteligencia, ni sus muchas virtudes. «Varón tenido
por santo», escribe Vasconcellos; pero él que se había propuesto,
como regla de conducta, no influir en recomendación alguna, creyó que
debía oponerse a los deseos del extranjero. Justificada encontramos
la oposición de Talavera. «¿Qué proponía Colón?--pregunta con mucho
acierto el P. Ricardo Cappa--. Hallar por Occidente un camino más
breve del que por Oriente intentaban los portugueses al Asia. Asunto,
a la verdad, digno de consideración y acción; pero ¿qué podía valer
para los españoles la Cipango del Gran Khan en comparación del reino
de Granada?... ¿Podía un religioso, un prelado que fué el alma de esa
guerra, podía Talavera permitir que se debilitara en algo empleando los
recursos nacionales en lo que no fuese derrocar de una vez para siempre
a la media luna de las muslímicas torres de Granada? La empresa de
Colón era de un orden secundario por la ocasión en que se presentó, por
lo dudoso de la ejecución, por lo problemático del resultado»[397].

       [396] Obra citada, tom. I, pág. 135.

       [397] _Colón y los españoles_, pág. 2.


Comenzó entonces para Cristóbal Colón lucha continua y tenaz, con unos
porque no le entendían, y con otros porque no le querían entender.

Decidieron los reyes someter el asunto a una Junta de letrados que se
reunió en Córdoba y presidió Talavera, resultando de ella, como era
de esperar--dado que sus individuos fueron nombrados por el prior de
Prado--que las promesas y ofertas del genovés fueron juzgadas «por
imposibles y vanas y de toda repulsa dignas», según la expresión del
P. Las Casas. Comunicóse a Colón el resultado de la Junta, y para no
quitarle toda esperanza, se le prometió «volver a la materia cuando
más desocupadas sus Altezas se vieran». Cumplióse poco después lo
prometido. «Nueva Junta se celebró en Salamanca a fines del año
1486, al mismo tiempo que los reyes, de regreso de su expedición a
Galicia, residían en la ciudad[398]. Si el alma de la Junta de Córdoba
fué Talavera, ocupado a la sazón en visitar su diócesis como obispo
de Avila, el principal papel de la de Salamanca lo desempeñó el
dominico Fray Diego de Deza, maestro del príncipe D. Juan y protector
decidido de Colón[399]. De Fray Diego de Deza había de decir el mismo
Colón tiempo adelante, lo que sigue: «El señor obispo de Palencia,
siempre, desde que yo vine a Castilla, me ha favorecido y deseado mi
honra»[400]. Un mes después decía que el obispo de Palencia «fué causa
que sus Altezas hobiesen las Indias, y que yo quedase en Castilla, que
ya estaba yo de camino para fuera»[401].

       [398] Washington-Irving, Prescott, Humboldt, Navarrete y
       otros suponen erróneamente que sólo se celebró una Junta en
       Salamanca.

       [399] Obtuvo después altas dignidades: fué sucesivamente
       obispo de Zamora, Salamanca, Palencia y Jaén; arzobispo de
       Sevilla y electo de Toledo; canciller mayor de Castilla,
       capellán mayor y del Consejo Real, inquisidor general de
       España y confesor del Rey Católico.

       [400] Carta de Colón a su hijo Diego, fechada en Sevilla el 21
       de noviembre de 1504.

       [401] Carta al mismo D. Diego del 21 de diciembre de 1504.
       Esto que dice de Fray Diego de Deza, lo aplica en otras
       ocasiones a Fr. Juan Pérez, a Luis de Santángel y a otros.

Albergóse Cristóbal Colón en el convento de San Esteban. En dicho
convento se hallaba el colegio de estudios superiores, que dirigían
los mismos religiosos dominicos; colegio de estudios superiores que
sobresalía entre todos los demás establecimientos de instrucción
de Salamanca. Colón fué acogido benévolamente, lo mismo por el
citado Padre Deza, profesor de Teología en el colegio, que por el
prior Magdaleno. Los Padres dominicos, para poder examinar con todo
detenimiento y tranquilidad el proyecto de Colón, se retiraron a
la _granja de Valcuevo_, distante unos 10 kilómetros Oeste de la
ciudad[402]. Allí pudo el hijo ilustre de Génova exponer sus doctrinas,
atrayéndose la mayor y más granada parte de los individuos de la
sabia Junta, a pesar de ruda y tenaz oposición que le hicieron los
partidarios de Talavera[403]. Certificó la Asamblea de lo «seguro e
importante del asunto», y Fr. Diego de Deza, con otros religiosos,
acompañaron a Colón desde Salamanca a Alcalá de Henares, adonde se
había trasladado la corte, para comunicar a los monarcas el dictamen
favorable de los religiosos y maestros del convento de dominicos de
San Esteban. El cardenal González de Mendoza los introdujo ante la
presencia de Sus Altezas, dando los reyes a Colón «esperanzas ciertas»
de que se resolvería el asunto acabada la conquista de Granada. «Desde
entonces--dice Bernáldez--le miraron los reyes con agrado»[404]. En
efecto, le admitieron a su servicio, en el que estuvo durante la
campaña con los musulmanes. En las cuentas del tesorero real Francisco
González de Sevilla, se lee con fecha 5 de mayo de 1487 lo siguiente:
«pagado a Cristóbal Colón, extranjero, tres mil maravedís por cosas
cumplideras al servicio de Sus Altezas»[405].

       [402] Asistieron a las discusiones Monseñor Bartolomé
       Scandiano, nuncio apostólico, y Pablo Olivieri, secretario de
       la nunciatura; Monseñor Antonio Geraldini, ex nuncio, y su
       hermano Alejandro; Lucio Marineo y otros sabios.

       [403] Todavía el P. Manovel, catedrático de Derecho Canónico
       de la Universidad de Salamanca (m. el 4 de junio de 1893),
       alcanzó a ver--según decía--las figuras que Cristóbal
       Colón trazó en las paredes de Valcuevo para explicar
       sus teorías. Conviene no olvidar lo que el Sr. Berrueta
       escribió en su librito _El Padre Manovel_, librito que forma
       parte de la Biblioteca Salmantina. «Pasóse Manovel años y
       años--dice--rotulando puertas y paredes del convento de San
       Esteban: por aquí pasó el desvalido Colón, aquí estuvo sentado
       el desgraciado Colón, por aquí entró Colón, por aquí salió
       Colón, y la verdad es que ni Manovel ni nadie sabe todas esas
       cosas.»

       [404] _Historia de los Reyes Católicos_, capítulo CXVIII. Ms.

       [405] _Docum. Diplom._, número XI.--Simancas. Más adelante se
       le dieron otras cantidades.

No es cierto, pues, lo que Vivien de Saint-Martín y otros muchos
han escrito acerca de las conferencias de Salamanca. «Toda la
ignorancia--dice el citado geógrafo--, todos los prejuicios, todo
el dogmatismo intolerante, todas las objeciones pueriles contra las
verdades físicas conquistadas ya por la ciencia antigua, en una
palabra, todo lo que habían acumulado doce siglos de decadencia
intelectual y científica, las argucias escolásticas y monacales y
la citada interpretación de los textos de la Escritura, todo tuvo
que oirlo y soportarlo Colón»[406]. También, con sobrada injusticia,
escribe el italiano Bossi lo que sigue: «El proyecto fué entregado
al examen de hombres inexpertos, que, ignorando los principios de la
cosmografía y de la náutica, juzgaron impracticable la empresa.

       [406] _Historia de la Geografía_, tomo II, pág. 40.

«¡Los mejores cosmógrafos del reino! ¡Y qué cosmógrafos!

«Una de sus principales objeciones era que si una nave se engolfaba
demasiado hacia el Poniente, como pretendía Colón, sería arrastrada por
efecto de la redondez del globo, no pudiendo, por lo tanto, regresar a
España.» Durante el siglo XV, lo mismo en España que en otras naciones,
no era extraño que hombres tenidos por doctos dudasen de la posibilidad
de que siendo la tierra esférica pudiera navegar un barco siempre en
la misma dirección sin caer en la inmensidad del espacio. A nadie por
entonces le era permitido aceptar cualquiera novedad en las ciencias
físicas y naturales que pudiese aparecer como falsa interpretación
de la Biblia. Por entonces debió recibir carta del Rey D. Juan de
Portugal. (Apéndice I).

Hallándose Colón en Córdoba, conoció a Beatriz Enríquez de Arana, joven
de familia muy humilde, tan humilde, que--según Arellano--tal vez fuera
moza de algún mesón donde se hubiese alojado el futuro descubridor de
América. Las relaciones íntimas de Colón con la cordobesa, dieron por
resultado el nacimiento de un hijo (15 agosto 1488) a quien se dió el
nombre de Hernando.

Iba a llegar el momento tan deseado por Colón. Cuando Fernando e Isabel
se hallaban en el Real de Santa Fe y cercana la rendición de Granada,
el genovés llegó a dicho campamento, no sabemos si por propio impulso
o por orden de los reyes o llamado por sus amigos y protectores.
Inmediatamente formuló sus proposiciones, las cuales debieron ser
casi las mismas que--como después veremos--presentó la segunda vez.
«Pareció, dice, cosa dura concederlas, pues saliendo con la empresa
parecía mucho, y malográndose, ligereza.» Ocasión propicia se ofreció
a los enemigos de Colón para desacreditarle ante los reyes, poniéndose
al frente de aquellos D. Fernando de Talavera, ya indicado para
arzobispo de Granada. En efecto, D. Fernando y Doña Isabel rechazaron
las proposiciones.

Volvió Colón a la Rábida, donde Fray Juan Pérez y el físico Garci
Hernández le convencieron de que debía permanecer en España por
entonces. Es de advertir que en aquellos tiempos los físicos, no sólo
estudiaban el arte de curar, sino las ciencias naturales, la geografía
y la astrología. Tal vez por ello los franciscanos Fr. Juan Pérez y Fr.
Antonio de Marchena echaron mano de Garci Hernández para que plantease
y resolviese los árduos y difíciles problemas que acariciaba el marino
de Génova. Convencido Fray Juan Pérez, escribió una carta a la Reina.
Llevó dicha carta Sebastián Rodríguez, piloto de Lepe. Garci Hernández,
físico de Palos, testigo presencial de los sucesos, en las _Probanzas_
del pleito que D. Diego Colón suscitó a la Corona declaró lo que sigue:

«Que sabe que el dicho myn alonso pinçón en la dicha pregunta tenya en
esta villa lo que le hacya menester, é que sabe que el dicho almirante
don Xobal colon venyendo a la Rabida con su hijo don diego, que es
agora almyrante, a pie se byno a la Rabida, ques monesterio de frayles
en esta villa, el qual demandó a la porterya que le diesen para aquel
nyñyco, que hera nyño, pan y agua que bebiese, e que estando ally
ende este testigo con un frayle que se llamaba frey juan perez, que
es ya defunto, quyso ablar con el dicho don Xobal colon, e vyendole
despusicion de otra trra o reyno ageno en su lengua le pregunto que
quyen hera e donde venya, e que el Xobal colon le dixo que venya de la
corte de su alteza e le quiso dar parte de su embaxada, a que fué a la
corte e como venya, e que dixo el dicho Xobal colon al dicho frey juan
perez como abya puesto en platyca en descobryr ante su alteza e que se
obligaba a dar la trra firme, queriendole ayudad su alteza con nabyos
e las cosas pertenecientes para el dicho viage e que convenyesen, e
que muchos de los caballeros e otras personas que ay se hallaron al
dicho razonamiento le bolaron su palabra e que no fué acoxida, mas que
antes hazian burla de su razon, desiendo que tantos tiempos aca se
abian probado e puesto nabyos en la busca e que todo hera un poco de
ayre e que no abya razon dello; que el dicho Xobal colon, vyendo ser
su rason desyelta en tan poco conoscimiento de lo que se ofresia de
haced e complyr, el se vino de la corte e se yba derecho desta villa
a la villa de Huelva, para fablar e verse con un su cuñado casado con
hermana de su muger e que a la sazon estaba e que habia nombre muliar,
e que vyendo el dicho freyle su rason, envyó a llamer a este testigo,
con el cual tenya mucha conversacion de amor e porque alguna cosa sabya
del arte astronómica, para hablarse con el dicho Xobal colon e byese
razon sobre este caso del descobryr, y que este dicho testigo vyno
luego e hablaron todos tres sobre el dicho caso, e que de aquy lygeron
luego un hombre para que llevase una carta a la Reyna doña Isabel, que
aya santa gloria, del dicho frey juan perez, que hera su confesor, el
qual portador de la dicha carta fue sebastian Rodriguez, un piloto de
Lepe, e que detubieron al dicho Xobal colon en el monesterio fasta
sabed la respuesta de la dicha carta de su alteza para ver lo que por
ella proveyan e asy se hyso, e dende a catorce dias la Reina, nuestra
señora, escribió al dicho Fray Juan Perez, agradeciéndole mucho su
buen propósito e que le rogaba e mandaba que luego, vista la presente,
pareciese en la corte ante S. A. y que dejase al dicho Xobal colon en
seguridad de esperanza fasta que S. A. le escribiese e vista la dicha
carta e su disposicion, secretamente se marchó antes de media noche el
dicho fraile del monasterio, e cabalgó en un mulo e cumplió el mandato
de S. A.; e pareció en la corte e de allí consultaron que se diesen al
dicho Xobal colon tres navíos para que fuese a descubrir e facer verdad
su palabra dada, e que la Reina nuestra señora, concedido esto, envió
2.000 maravedises en florines, los cuales trujo Diego Prieto, vecino
de esta villa, e los dió con una carta a este testigo, para que los
diese a Xobal colon para que se vistiese honestamente y mercase una
vestezuela e pareciese ante S. A., e que el dicho Xobal colon recibió
los dichos 2.000 maravedises e partió ante Su Alteza como dicho es a
consultar todo lo susodicho, e de ally vyno proveydo con lycencia para
tomar los dichos nabios quel señalase que conbenyan para seguyr el
dicho viaje, e desta hecha fué el concierto e compañya que tomó con
myn alonso pinçon e vicente yañez, porque heran personas suficientes
e sabydos en las cosas del mar, los quales, allende de su saber e del
dicho Xobal colon ellos le abyaron e pusieron en muchas cosas, las
quales fueron en probecho del dicho viaje»[407].

       [407] _Archivo general de Indias de Sevilla.--Información de
       Palos_, 1.º de octubre de 1515.--Piexa 23, fol. 58 (Colec. del
       Patronato, estante 1.º, caja 1.ª. leg. 5/12).

Por entonces contrajo relaciones Colón con Martín Alonso Pinzón,
hombre que tenía posición desahogada, numerosos parientes, armador en
Palos, experto marino y conocedor de los mares por donde a la sazón
se navegaba desde nuestras costas, esto es, en el Mediterráneo hasta
Italia y en el Atlántico hasta las Canarias. A la vuelta de un viaje
que hizo a Roma, inmediatamente que Colón supo que había desembarcado
en Palos, fué a verle, entendiéndose en seguida, pues había un punto,
el más importante, en que los dos estaban conformes, cual era que
navegando al Occidente hallarían ricas tierras. ¿Qué tierras eran
éstas? Según Colón las partes orientales del Asia llamadas _Manghi,
athay_ y _Cipango_; según Pinzón las islas del Atlántico conocidas
con los nombres de _San Barandán_, _Antila_ o _Siete Ciudades_ y _Max
Satanaxia_.

Reanudáronse las negociaciones entre Colón y los Reyes Católicos,
merced al citado Fray Juan Pérez, y tal vez influyesen en el mismo
sentido la marquesa de Moya, Fr. Diego de Deza, el P. Marchena,
Cabrero, Gutiérrez de Cárdenas, Dr. Chanca, P. Gorricio y otros amigos
de Colón; pero la firmeza de carácter y aun inflexibilidad del insigne
navegante hicieron que por segunda vez se rompiesen los tratos. Púsose
en camino; mas convencidos Fernando e Isabel de los razonamientos
de Luis Santángel, escribano de raciones de Aragón, dispusieron que
un alguacil de corte fuese en su busca, alcanzándole a dos leguas
de Granada, en la Puente de Pinos. La Reina ya no dudaba de que el
proyecto de Colón podía realizarse, pues de ello le habían convencido
los razonamientos del citado Santángel y los de otros servidores.
Cuéntase que como algunos hiciesen notar que el Tesoro estaba exhausto
después de tantas guerras, Isabel indicó que todo se arreglaría
«buscando sobre sus joyas el dinero necesario para la Armada»[408], o
«yo torné por bien que sobre joyas de mi recámara se busquen prestados
los dineros que para hacer la Armada pide Colón»[409]. Esta tradición
pertenece a la leyenda, pues--como dice perfectamente Fernández
Duro--«no se la encuentra en los cronistas de la época, ni en los
abundantes cancioneros que subsisten de entonces, ni en los elogios,
biografías, relaciones y epistolarios de los personajes más allegados
a los reyes o que directamente intervinieron en las pretensiones de
Cristóbal Colón y en la expedición de las naves que hallaron el Nuevo
Mundo»[410]. El primero que la estampó fué Fernando Colón, que era muy
niño a la sazón y se hallaba lejos del lugar; de él la transcribió Fr.
Bartolomé de las Casas, en su _Historia de las Indias_. Como las dos
obras quedaron sin imprimirse, Antonio de Herrera nada dijo de las
joyas en sus _Décadas_. Comenzó a difundirse la especie en los albores
de la centuria décimo séptima, cuando se conoció la obra publicada
por el hijo del descubridor del Nuevo Mundo. Desde entonces, en todos
los libros en que se trata del famoso descubrimiento, se relata y
amplifica el hecho, creyendo de este modo ensalzar el nombre de Isabel
la Católica. Afirmamos que la Reina no dijo tales palabras, aunque
sí es cierto que estaba decidida a prestar todo su apoyo al gran
navegante italiano. ¿Forjó la leyenda Fernando Colón? No; la forjó la
fantasía popular, la forjaron todos los españoles, porque éste era el
sentimiento de la nación.

       [408] Fernando Colón, _Vida del Almirante_, cap. XIV.

       [409] Las Casas, _Hist. general de las Indias_, cap. XXXII.

       [410] _Tradiciones infundadas_, págs. 359-383.--Madrid, 1888.

El 17 de abril de 1492, en Santa Fe, se firmaron las Capitulaciones
entre los Reyes Católicos y Cristóbal Colón, redactadas por el aragonés
Juan Coloma; el 30 de dicho mes se le despachó, y el 12 de mayo partió
el Almirante para Palos. Bajo las siguientes bases se redactaron las
mencionadas Capitulaciones:

  _Capitulaciones entre los señores Reyes Católicos y Cristóbal
  Colon_, abril 17 de 1492[411].

  Las cosas suplicadas é que Vuestras Altezas dan y otorgan a don
  Cristóbal Colon, en alguna satisfaccion de lo que ha de descubrir
  en las mares Océanas, y del viage que agora, con el ayuda de Dios,
  ha de hacer por ellas en servicio de Vuestras Altezas, son las que
  siguen:

  Primeramente: que Vuestras Altezas, como señores que son de las
  dichas mares Océanas, fagan desde agora al dicho D. Cristóbal Colon
  su Almirante en todas aquellas islas é tierras-firmes, que por su
  mano ó industria se descobrieren ó ganaren en las dichas mares
  Océanas para despues dél muerto a sus herederos é sus sucesores
  de uno en otro perpetuamente, con todas aquellas preeminencias
  é prerogativas pertenecientes al tal oficio, é segund que D.
  Alonso Henriquez Vuestro Almirante Mayor de Castilla é los otros
  predecesores en el dicho oficio lo tenian en sus distritos.

                           _Place a sus Altezas._==Juan de Coloma.


  Otrosi: que Vuestras Altezas facen al dicho D. Cristóbal Colon,
  su Visorey y Gobernador General en todas las dichas islas y
  tierras-firmes, que como dicho es, él descubriere ó ganare en las
  dichas mares; é que para el regimiento de cada una y cualquier
  dellas, faga él, eleccion de tres personas para cada oficio; é que
  Vuestras Altezas tomen y escojan uno, el que mas fuere su servicio,
  é así serán mejor regidas las tierras que nuestro Señor le dejará
  fallar é ganar a servicio de Vuestras Altezas.

                           _Place a sus Altezas._==Juan de Coloma.


  Item: que todas é cualesquier mercadurias, siquier sean perlas,
  piedras preciosas, oro, plata, especieria é otras cualesquier cosas
  é mercadurias de cualquier especie, nombre é manera que sean, que
  se compraren, trocaren, fallaren, ganaren é obieren dentro de los
  límites del dicho Almirantazgo, que dende agora Vuestras Altezas
  facen merced al dicho D. Cristóbal y quieren que haga y lleve para
  sí, la decena parte de todo ello, quitadas las costas todas que se
  ficieren en ello. Por manera, que de lo que quedare limpio é libre
  haga é tome la decena parte para si mismo, é faga de ella a su
  voluntad, quedando las otras nueve partes para Vuestras Altezas.

                           _Place a sus Altezas._==Juan de Coloma.


  Otrosi: que si a causa de las mercadurias que él traerá de las
  dichas islas y tierras, que así como dicho es, se ganaren é
  descubrieren, ó de las que en trueque de aquellas se tomaran acá de
  otros mercaderes, naciere pleito alguno en el logar donde el dicho
  comercio é trato se terná é fará: que si por la preeminencia de su
  oficio de Almirante le pertenecerá cognoscer de tal pleito: plega a
  Vuestras Altezas que él ó su Teniente, y no otro Juez, cognosca de
  tal pleito: é así lo provean dende agora.

  _Place a sus Altezas, si pertenece al dicho oficio de Almirante,
  segun que lo tenia el dicho Almirante D. Alonso Henriquez y los
  otros sus antecesores en sus distritos, y siendo justo._==Juan de
  Coloma.


  Item: que en todos los navíos que se armaren para el dicho trato é
  negociacion, cada y cuando é cuantas veces se armaren, que pueda el
  dicho D. Cristóbal Colon, si quisiere, contribuir é pagar la ochena
  parte de todo lo que se gastare en el armazon, é que tambien haya
  é lleve del provecho la ochena parte de lo que resultare de la tal
  armada.

                           _Place a sus Altezas._==Juan de Coloma.

       [411] _Archivo de los Duques de Veragua._--_Colec. de doc.
       ined._, _etc._, tomo XVII. págs. 572-574.

Es evidente--como han dicho no pocos escritores--que las Capitulaciones
de Colón con los Reyes Católicos no podían llevarse a cabo. No pudieron
ejecutarse en vida de Colón y mucho menos en tiempo de sus sucesores.
Si los descendientes del genovés tenían derecho a que se les cumpliese
todo lo ofrecido, el Estado, por su parte, no debía renunciar su
soberanía sobre los territorios descubiertos. De modo que tiene clara
explicación el pleito de la familia de Colón con el Estado y también
con los Pinzones.

Hecho el convenio citado, encaminóse el nuevo Almirante por tercera vez
a Palos y a la Rábida, pudiendo contar con la ayuda de Martín Alonso
Pinzón, _persona esforzada y de buen ingenio_, al decir del mismo
Colón[412]. El nombre de Martín Alonso Pinzón merece el más alto lugar
entre los compañeros del descubridor del Nuevo Mundo.

       [412] Se ha dicho que la alegría de Colón vino a turbarse
       cuando supo, al llegar a Palos, que patronos y marineros se
       negaban a acompañarle. Añade la leyenda, que en situación tan
       crítica apareció Martín Alonso Pinzón, logrando levantar el
       espíritu de los apocados o miedosos. Por lo que respecta a los
       navíos _Santa María_, la _Pinta_ y la _Niña_, declaró Colón
       «que eran muy aptos para semejante fecho.»

Distribuyéronse los cargos de la manera siguiente: mandaría la carabela
_Santa María_, que era la de mayor calado, el Almirante, desempeñando
el cargo de Maestre Juan de la Cosa; Martín Alonso Pinzón fué nombrado
Capitán de la _Pinta_, que era la más velera, llevando de Maestre a su
hermano Francisco; y otro hermano de Martín, Vicente Yáñez, dirigiría
la _Niña_, y sería Maestre su propietario Juan Niño. En el espacio de
un mes estuvo la flota en disposición de partir.

¿Cuáles fueron las condiciones del convenio entre Colón y Martín Alonso
Pinzón? Arias Pérez declaró que «enseñando Cristóbal Colón a Martín
Alonso las mercedes que sus Altezas le facían descubriendo la tierra
y vistas, dixo e le prometió de partir con él la mytad»[413]. Alonso
Gallego puso en labios de Colón lo que sigue: «Señor Martín Alonso,
vamos este viaje, que si salimos con él y Dios nos descubre la tierra,
yo os prometo por la corona real de partir con vos como buen hermano
mio»[414].

       [413] Información de Palos, 15 de octubre de 1515. Pieza 23,
       folio 71. Archivo general de Sevilla.

       [414] Información de Sevilla, 15 de diciembre de 1535. Pieza
       5.ª, folio, 119.

Francisco Medel dijo que el Almirante ofreció a Martín Alonso «cuanto
pidiese e quisiese»[415]. Diego Hernández Colmenero manifestó que
«el dicho Almirante le prometió la mitad de todo el interés e de la
honra e provecho que dello se hobiese...»[416]. Somos de opinión que
la mitad ofrecida no se refiere a todas los mercedes, como títulos,
etc., conferido por los reyes a Colón, sino a las utilidades que se
recogiesen en la expedición. No creemos que sea mucho esta mitad,
considerando que Pinzón puso medio cuento de maravedís, o sea la mitad
de lo que pusieron los reyes; puso, de acuerdo con sus condueños,
la nao _Pinta_, y contrató las otras dos, y, por último, puso las
tripulaciones, esto es, todo el personal.

       [415] Información de Sevilla, 15 de diciembre de 1535. Pieza
       5.ª

       [416] Información de Sevilla, 15 de diciembre de 1535. Pieza
       5.ª



CAPÍTULO XX

  PRIMER VIAJE DE COLÓN.--INCIDENTES MÁS IMPORTANTES QUE OCURRIERON
  DURANTE EL VIAJE.--DISGUSTO DE ALGUNOS MARINEROS.--EL 11 DE
  OCTUBRE DE 1492.--RODRÍGUEZ BERMEJO ES EL PRIMERO QUE GRITA
  ¡TIERRA!--GUANAHANÍ (SAN SALVADOR), SANTA MARÍA DE LA CONCEPCIÓN,
  FERNANDINA, ISABELA (SAOMETO), CUBA (JUANA) Y ESPAÑOLA (HAITÍ).--EL
  CACIQUE GUACANAGARI.--FUERTE DE NAVIDAD.--VUELTA DE COLÓN A
  ESPAÑA.--COLÓN EN LISBOA Y EN PALOS.--COLÓN EN SEVILLA Y EN
  BARCELONA.--BREVES DE ALEJANDRO VI.--CASTILLA Y ARAGÓN EN EL
  DESCUBRIMIENTO.


Consideremos la primera expedición de Cristóbal Colón. En la mañana
del 3 de agosto de 1492, después de oir misa en la iglesia de Palos,
se dirigieron los expedicionarios a las naves, acompañados de sus
familias y de los religiosos de la Rábida, y seguidos de muchos vecinos
del pueblo, como también de Moguer y de Huelva. La bandera de la
Santa María llevaba la imagen de Nuestro Señor Jesucristo clavado en
la cruz[417]. En el nombre de Jesús mandó Cristóbal Colón desplegar
las velas de sus naves[418]. Cuando levaron anclas[419] y las tres
carabelas comenzaron a alejarse, no pocos de los que quedaban en el
puerto se mofaban del futuro Almirante de las Indias y pensaban que
ni él ni ninguno de los expedicionarios regresarían del viaje. Era
aquél un cortejo de luto más bien que una reunión de alegres personas
que despedían a sus deudos y amigos para feliz viaje. Las madres, las
esposas, las hijas y las hermanas de los marineros maldecían en voz
baja a ese funesto extranjero que había engañado con sus palabras a
los reyes. Todo lo que se adelanta a la humanidad, lleva consigo la
reprobación de los contemporáneos[420].

       [417] _Una banniera nella quale era figurato il Nostro
       Signore Jesucristo en croce._ Giov. Battista Ramussio, _Della
       navigatione e viaggi, raccolta_, vol. III, fol. I.

       [418] Véase Oviedo, _Historia natural y general de las
       Indias_, lib. II, cap. V, fol. C.

       [419] Al pie del convento se halla la parte de playa (estero
       de Domingo Rubio), de donde zarparon las tres carabelas.

       [420] «Al tiempo quel dicho D. Cristóbal Colon aderezaba para
       yr a descobryr las dchas yndias, declara Alonso Pardo, este
       testigo vido que todos andaban haciendo burla del dcho D.
       Cristobal Colon e lo tenían por muerto, a él e a todos los que
       yvan con él, e que no había de venyr nynguno.» (Información de
       Moguer, 12 de febrero de 1515. Pieza 3.ª)

Sin embargo de las importantes expediciones que se habían hecho en el
siglo XVI y muy especialmente los viajes de Enrique el _Navegante_,
todavía del mar Tenebroso, como de antiguo se llamó al Atlántico,
circulaban en aquella centuria preocupaciones, consejas y patrañas,
capaces de infundir terror en gentes supersticiosas e incultas.

Los tripulantes de la _Santa María_ eran 70, los de la _Pinta_ 30 y los
de la _Niña_ 24[421]. Además de Cristóbal Colón, Almirante, que montaba
la _Santa María_; de Martín Alonso Pinzón, natural de Palos, capitán de
la _Pinta_, y de Vicente Yáñez Pinzón, de Palos, que mandaba la _Niña_,
se hallaban de la familia de los Pinzones los siguientes:

       [421] _Relación hecha por D. Nicolás Tenerio con motivo del
       cuarto centenario del descubrimiento de América._ Consta dicha
       relación de 72 expedicionarios. Los restantes, hasta el número
       124, unos se encuentran entre los 54 que murieron en el fuerte
       de Navidad, y otros todavía ignoramos sus nombres.

  Diego Martín Pinzón, el viejo, de Palos.

  Bartolomé Martín Pinzón, de Palos.

  Francisco Martín Pinzón, de Palos.

  Arias Martín Pinzón, de Palos.

  Juan Niño, natural de Moguer, dueño y maestre de la carabela _Niña_.

  Pero Alonso Niño, de Moguer, hermano de Juan y piloto de dicha
  carabela.

  Alonso Niño, de Moguer, hijo de Juan y maestre de la misma carabela.

  Andrés Niño, de Moguer.

  Francisco Niño, de Moguer.

  Cristóbal Niño, de Moguer.

  Bartolomé Pérez Niño, de Moguer.

  Alonso Pérez Niño, de Moguer.

  Diego de Arana, natural de Córdoba, alguacil mayor de la Armada.

  Rodrigo de Escobedo, natural de Segovia, escribano de la Armada.

  Pero Gutiérrez, repostero de estrados de los Reyes Católicos.

  Alonso, de Moguer, físico.

  Luis de Torres, intérprete de la expedición, que había vivido con
  el Adelantado de Murcia y era judío converso, conocedor del hebreo,
  caldeo, árabe y de otras lenguas.

  Jacome el Rico, genovés.

  Juan de la Cosa, de Santoña, maestre de la _Santa María_.

  Gomes Rascón y

  Cristóbal Quintero, ambos de Palos y dueños de la carabela _Pinta_.

  García Hernandez, de Palos, físico.

  Juan de Umbría y

  Cristóbal García Xalmiento, ambos de Palos y pilotos de la _Pinta_.

  García Hernández, de Huelva, despensero de dicha carabela.

  Juan Rodríguez Bermejo, vecino de Molinos en tierra de Sevilla.

  Rodrigo de Triana.

  Juan Quintero, de Palos, llamado el _plateador_, piloto.

  Juan Pérez Vizcaíno, de Palos, calafate.

  Diego Rodríguez, de Palos.

  Pedro de Soria, de Palos.

  Francisco de Huelva.

  Andrés de Huelva.

  López, calafate.

  Diego Lorenzo, de Huelva.

  Pedro de Lepe, vecino de Redondela.

  Domingo de Lequeitio.

  Juan de Lequeitio.

  Martín de Urtubia, vizcaíno.

  Alonso de Morales, de Moguer.

  Francisco García Vallejo, de Moguer.

  Rodrigo Sánchez, de Segovia.

  Maestre Diego.

  Rodrigo de Xerez, de Ayamonte.

  Alonso Pérez Roldán, piloto de Palos.

  Pedro Terreros, maestresala del Almirante.

  Pedro de Saucedo, paje de Colón.

  Gil Pérez.

  Pero Bermúdez, de Palos.

  Rodrigo Monge, de Palos.

  Hernán Pérez, de Palos.

  Bartolomé Pérez, piloto de Palos.

  Bartolomé Colín, de Palos.

  Alonso Gutiérrez Querido, de Palos.

  Juan Ortiz, de Huelva.

  Sancho Ruiz, piloto de Palos.

  Pedro de Villa, del Puerto de Santa María.

  Bartolomé García, de Palos.

  Vicente Eguía.

  García Alonso, de Palos.

  Pedro de Arcos, de Palos.

  Juan de Xerez, de Palos.

  Juan de Sevilla.

  Francisco García Gallegos, de Palos.

  Alonso Medel, de Palos.

  Juan Bermúdez, de Moguer.

  Juan de Triana, de Moguer.

  Juan de Moguer.

  Pedro Arráez.

  Fernández.

El primer día, impelidas las carabelas por favorable ventolina, tenían
la proa Sudoeste cuarto sud.

El día siguiente, sábado, todo continuó bien.

El domingo, 5 de Agosto, anduvieron 40 leguas.

El lunes, 6 de Agosto, zarparon de la isla de Hierro, la más occidental
de las Canarias[422]. El viaje fué feliz. El mar estaba tranquilo, el
cielo sereno y los vientos del Oeste empujaban las naves. Sin embargo,
no habían transcurrido tres días desde que Cristóbal Colón salió de
Palos, y ya desencajóse el gobernalle de la carabela _Pinta_, que era
de Cristóbal Quintero y de Gómez Rascón, _porque les pesaba ir aquel
viaje_, obligando a retrasar la expedición para poder adobar el timón
en la Gomera. Después de reparar dicha carabela y de cambiar por velas
cuadradas el velamen triangular de la _Niña_; después de renovar la
provisión de agua y leña, y de tomar víveres frescos, continuaron su
marcha el jueves, 6 de septiembre; pero una calma chicha les hizo
estacionarse en las aguas de la Gomera. Situación tan triste duró desde
el jueves por la mañana hasta el crepúsculo del sábado, 8 de dicho mes.
Desde el día 9 de septiembre dispuso el Almirante contar menos leguas
de las que andaba, para que la gente no se espantase ni desmayase,
teniendo que reñir muchas veces a los marineros _porque gobernaban mal_.

       [422] «De haber continuado Colón la ruta dispuesta por él
       desde que zarpara de la Isla de Hierro, topa su nave con
       el territorio llamado la Florida hoy, es decir, con el
       Continente; a lo menos con isla de grandor casi continental,
       como Cuba; pero en la desviación propuesta por los Pinzones,
       y admitida por él a última hora, estaba llamada a dar con un
       islote muy hermoso de aspecto, pero diminuto y baladí si lo
       parangonamos con el inmenso mundo en cuyos mares navegaban
       ya.» Castelar, _Hist. del descubrimiento de América_, tomo II,
       pág. 38.

Consideremos los incidentes más notables que ocurrieron a la
expedición. El primero fué la llegada al mar de las Hierbas o de
Sargaso; pero la turbación de los tripulantes se desvaneció fácilmente
por las explicaciones dadas por los jefes. El segundo ocurrió a primera
noche del 13 de septiembre y consistió en que habiendo apuntado la
brújula hasta entonces al Noreste, declinó de cinco a seis grados
al Noroeste, cuya declinación aumentó la mañana del día siguiente
y los días sucesivos. Aunque esto asustó a los pilotos, Colón les
hizo notar que «al tomar la altura de la estrella polar era preciso
tener en cuenta su movimiento horario, y que la brújula se dirigía
a mi _punto invisible_, al Oeste del polo del mundo.» Colón, pues,
había descubierto la declinación occidental de la aguja. Desde el
comienzo del viaje, aquella fué la primera vez que se hizo semejante
observación. Pronto el temor se iba a convertir en alegría.

El 14 de septiembre dijeron los de la carabela _Niña_ que habían
visto un _garjao_ y un _rabo de junco_; el 16 también pudieron ver
bastante porción de hierba, porción de hierba que aumentó el 17, y
en la cual encontró un cangrejo vivo, diciendo entonces el Almirante
que aquellas señales eran del Poniente, «donde espero en aquel alto
Dios, en cuyas manos están todas las victorias, que muy pronto nos
dará tierra.» En aquella misma mañana vió un _rabo de junco_, ave que
no suele dormir en la mar. El 18, Martín Alonso desde la _Pinta_, que
era gran velera dijo a Colón que había visto muchas aves dirigirse al
Poniente, esperando aquella noche ver tierra. El 19 vino a la nao un
_alcatraz_ o _pelícano_, y por la tarde los marineros vieron otro; el
20 vinieron a la nao cuatro _alcatraces_, un _garjao_ y dos o tres
_pajaritos de tierra_; el 21 vieron un _alcatraz_ y una _ballena_. El
22 de septiembre distinguieron otras aves. Dice el Almirante: «Mucho
me fué necesario este viento contrario, porque mi gente andaban muy
estimulados que pensaban que no ventaban estos mares vientos para
volver a España.»

Registremos el incidente más importante que ocurrió durante la
travesía, y sobre el cual no están acordes los historiadores. El 23 de
septiembre la gente continuó murmurando del largo viaje, y murmurando
continuó diez y siete días más; pero el Almirante dióles buenas
esperanzas de los provechos que podrían haber. El mismo Colón escribió
con fecha 14 de febrero de 1493, esto es, a su regreso, «que había
tenido que sufrir mucho a la ida a causa de su gente, porque todos a
una voz estaban determinados de se volver y alzarse contra él haciendo
protestaciones»[423]. Pedro Mártir de Anglería, en su obra _De rebus
Oceanis_, dice lo que a continuación copiamos: «Los españoles de la
expedición empezaron a comunicarse su descontento en secreto, y luego
se congregaron públicamente, amenazando arrojar al mar a su jefe,
porque el genovés los había engañado y conducido a su perdición.»

       [423] Véase _Diario del primer viaje de Colón_, publicado
       por Las Casas y reproducido por Fernández Navarrete en su
       _Colección diplomática_, tom. I, págs. 1 a 197.

Washington Irving, el conde Roselly de Lorgues y otros, refieren que
una sublevación de los marinos contra Colón estuvo a punto de echar por
tierra el descubrimiento del Nuevo Mundo. Dicen que, contagiados del
miedo, los Pinzones amenazaron con la muerte al Almirante si no volvía
las proas de los barcos hacia Castilla. Los tres hermanos, el mayor
sobre todo, le habían tratado con cierta rudeza y aun altanería. Pero
el _Diario de Colón_, relato oficial de cuantos sucesos ocurrían, no
refiere así los hechos. Entre las declaraciones relacionadas con el
famoso motín de las tripulaciones, encontramos la de García Vallejo,
que se hallaba en la carabela de Martín Alonso. «Capitanes, dijo el
Almirante, ¿qué faremos que mi gente muestra mucha queja? ¿que vos
parece, señores, que fagamos? Y que entonces dijo Vicente Yáñez:
Andemos, señor, fasta dos mil leguas, e si aquí non falláremos lo que
vamos a buscar, de allí podremos dar buelta.» Y entonces respondió
Martín Alonso Pinzón, que iba por capitán así principal: «Cómo, señor:
¿agora partimos de la villa de Palos y ya vuesa merced se va enojando?
Avante, señor, que Dios nos dará victoria que descubramos tierra, que
nunca Dios querrá que con tal vergüenza volvamos.» Entonces respondió
el dicho Almirante Don Cristóbal: «Bienaventurados seáis.» Nosotros
creemos que la rebelión se redujo a murmurar y pretender el regreso
algunos expedicionarios, siendo disuadidos fácilmente por Colón y los
Pinzones. La rebelión, pues, careció de importancia[424].

       [424] Véase _Colón y Pinzón_.--Memorias de la Real Academia de
       la Historia, tomo X.--Madrid. 1885.

¿Por qué murmuraron contra Cristóbal Colón los tripulantes de la _Santa
María_? ¿Por qué no murmuraron los marineros de las otras dos naos? Las
causas quedan reducidas a dos: la primera, que Colón era extranjero;
la segunda, que los marineros habían emprendido el viaje, no por la
confianza que les inspiraba Colón, sino por la consideración y afecto
que tenían a los Pinzones. Pudo también influir en que el Almirante
era altivo y orgulloso o «de recia y dura condición,» como escribe
Garibay, lo cual le llevó a tratar con despego y aun con desdén a sus
subordinados, pues nunca supo conquistarse el cariño de la gente de mar
española.

El viernes, 5 de octubre, aparecieron señales de la proximidad de la
tierra. «A Dios muchas gracias sean dadas», exclamó el Almirante.
Cada vez se agitaban en el aire mayor número de aves. Continuaba
siendo fácil la navegación y corrían presurosas las tres carabelas.
El domingo, día 7, se creyó haber descubierto tierra. El lunes, día
8, dice Colón: «Gracias a Dios: los aires muy dulces como en abril a
Sevilla, qué placer estar a ellos, tan olorosos son.» El martes, día
9, cambió algo el viento, siendo preciso mudar varias veces de rumbo.
El miércoles, día 10 de octubre, la escuadrilla andaba diez millas
por hora, e hizo 59 leguas durante el día y la noche. Continuaban
vientos favorables; pero cuando menos se pensaba, se alborotó el
mar y se levantaron oleadas inmensas que impelían con fuerza las
carabelas. Anunció Colón la proximidad de la tierra, aunque su vista
nada descubría a la sazón. «Aquí--según el extracto hecho por Las
Casas del _Diario_ del primer viaje--la gente ya no lo podía sufrir:
quejábase del largo viaje; pero el Almirante los esforzó lo mejor que
pudo dándoles buena esperanza de los provechos que podían haber.» Y
terminaba así: «que por demás era quejarse, pues que él había venido a
las Indias y que así lo había de proseguir hasta hallarlas con ayuda de
nuestro Señor.»

Las esperanzas dadas por Cristóbal Colón a su gente se vieron
realizadas en la noche del jueves, 11 de octubre de 1492. Ibase a
descubrir el Nuevo Mundo, convirtiéndose en realidad los sueños del
intrépido italiano (Apéndice J). Cuando el reló de la _Santa María_
marcaba las dos de la madrugada, salió de la carabela _Pinta_ el grito
mágico de ¡Tierra! dado seguramente por el afortunado marinero Juan
Rodríguez Bermejo, según las declaraciones de varios testigos[425].
Sin embargo--escribe Sales y Ferré--se adjudicó Colón la pensión
vitalicia de diez mil maravedís que se había ofrecido como premio al
primero que viese tierra, y que pertenecía de derecho a Juan Rodríguez
Bermejo[426]. Nuevo y triste testimonio de lo mucho que podía la sed
de oro en el ánimo de Colón[427]. Dejamos al Sr. Sales y Ferré la
responsabilidad de sus últimas palabras, de las cuales huelga decir que
no estamos conformes. Washington Irving ha dicho--también en nuestro
sentir con poco acierto--que no era digno y noble para Colón «el
haber disputado la recompensa a un pobre marinero»[428]. Despechado
Juan Rodríguez Bermejo--según se cuenta--de que la renta de diez mil
maravedís se hubiese adjudicado a Colón, pasó al Africa, donde se hizo
musulmán, creyendo encontrar más justicia entre los hijos del Profeta
que entre los cristianos[429].

       [425] «Esta tierra vido primero un marinero que se decía
       Rodrigo de Triana: puesto que el Almirante a las diez de la
       noche, estando en el castillo de popa, vido lumbre, aunque
       fué cosa tan cerrada que no quiso afirmar que fuese tierra;
       pero llamó a Pero Gutierrez, repostero destrados del Rey, é
       díjole, que parecía lumbre, que mirase él, y así lo hizo y
       vídola: díjolo también a Rodrigo Sanchez de Segovia, quel Rey
       y la Reina enviaban en el armada por veedor, el cual no vido
       nada porque no estaba en lugar do la pudiese ver. Después
       quel Almirante lo dijo, se vido una vez ó dos, y era como una
       candelilla de cera que se alzaba y levantaba, lo cual a pocos
       pareciera ser indicio de tierra. Pero el Almirante tuvo por
       cierto estar junto a la tierra. Por lo cual, cuando dijeron
       la _Salve_, que la acostumbraban decir é cantar a su manera
       todos los marineros y se hallan todos, rogó y amonestólos el
       Almirante que hiciesen buena guarda al castillo de proa, y
       mirasen bien por la tierra, y que al que le dijese primero que
       via tierra, le daría luego un jubon de seda, sin las otras
       mercedes que los Reyes habían prometido, que eran diez mil
       maravedís de juro a quien primero la viese. A las dos horas,
       después de media noche pareció la tierra, de la cual estarían
       dos leguas.» _Diario del primer viaje de Colón_, etc., tomo I,
       págs. 19 y 20.

       «... e qual cuarto de la prima, rendido el dicho Colon,
       mandó hacer guardias en las proas de los navíos, e que yendo
       navegando, al otro cuarto vido la tierra un Juan Bermejo de
       Sevilla, e que la prima tierra fué la ysla de Guadahany.»
       (Inf. de Lepe. 19 de septiembre de 1515. Pieza 23, folio 37).
       _Declaración del testigo Manuel de Valdovinos._

       «Que oyó decir a los mismos que venían del dicho viaje, e
       que del navío del dicho Martín Alonso, un marinero que se
       decía Juan Bermejo, vido la tierra de Guahanani primero que
       otra persona, e que pidió albricias al capitán Martín Alonso
       Pinzón, que ansi descubrió la tierra primero, e esto es
       público e notorio.» (Inf. de Palos, 1.º de octubre de 1515.
       Pieza 23). _Declaración del testigo Diego Hernández Colmenero._

       [426] Cree el Sr. Sales y Ferré que Juan Rodriguez Bermejo y
       Rodrigo de Triana son una misma persona.

       [427] _El Descubriente de América_, págs. 176 y 177.

       [428] _Historia de la vida y viajes de Cristóbal Colón_, tomo
       I, lib. V, cap. VII.

       [429] Conde Roselly de Lorgues, _Historia de Cristóbal Colón_,
       tomo I, pág. 299.

En nuestros días se ha publicado un impreso sumamente curioso acerca
del particular[430]. D. F. Rivas Puigcerver, de México, cuenta que
Rodrigo de Triana era judío converso y fué el primero que en lengua
hebrea, dijo: _¡tierra! ¡tierra!_, en la noche del 11 de octubre de
1492. Con Colón iban no pocos judíos y moriscos, forzados por los
decretos de expulsión de los Reyes Católicos. Añade el Sr. Rivas que
Rodrigo de Triana, cuando se adjudicó a Colón la pensión ofrecida al
que primero viera tierra, pasó el Estrecho renunciando religión y
patria[431].

       [430] Intitúlase _Los judios en el Nuevo Mundo_. México. Impr.
       del Sagrado Corazón de Jesús, 1891, en 8.º, dos hojas.

       [431] _Boletín de la R. Academia de la Historia_, tomo XIX,
       págs. 361-365.--Madrid, 1891.

Continuando nuestra interrumpida narración, afirmaremos que la alegría
que sintieron los marineros después de sesenta y nueve días de
navegación, fué inmensa. No es de extrañar que los tripulantes de la
_Pinta_ (que era la carabela más velera y siempre llevaba la delantera
a las otras dos), contemplaran, cuantos iban sobre cubierta, el
encantador panorama de Guanahani, isla que llamó Colón _San Salvador_,
distante quince leguas de la que los ingleses llaman _Cat_ (o del
_Gato_) y una de las que forman el archipiélago de las Lucayas. D. Juan
Bautista Muñoz en el derrotero de las Antillas, publicado en Madrid,
año de 1890, dijo lo siguiente (pág. 805): «La isla Watling o San
Salvador, que reúne las mayores probabilidades de ser la primera tierra
que pisó Colón en el Nuevo Mundo...»

En la carta de Juan de la Cosa, hábil piloto que hizo con Cristóbal
Colón los dos primeros viajes, y del cual hablaremos varias veces en
esta obra, se ve claramente que la isla de Guanahani es al presente la
de Watling. Es, pues, evidente, que la isla Guanahani, San Salvador y
Watling es una misma; pero no todos han opinado lo mismo. Washington
Irving creyó que San Salvador era la isla Cat (o del Gato)[432] y
siguen su opinión el alemán Humboldt, el cubano D. José María de la
Torre y otros. Nuestro sabio marino Navarrete[433], quiso que Colón
hubiera ido a parar nada menos que a una de las Turcas. De Varnhagen,
que censuró a Navarrete por su equivocación, sostuvo[434] que San
Salvador era la conocida posteriormente con el nombre de _Mayaguana_,
y hoy con el de _Mariguana_. Mr. G. V. Fox dijo[435], que Guanahani
debió ser la isla _Samaná_ o Cayo Atwood.

       [432] En el año 1828.

       [433] En 1825.

       [434] En 1864.

       [435] En 1881.

Por el rumbo que llevaba el Almirante, debió fondear cerca de la punta
Suroeste de ella. Y antes de pasar adelante trasladaremos aquí las
palabras que Francisco López de Gomara dijo al emperador Carlos V.

«La mayor cosa, después de la creación del mundo, sacando la
Encarnación y Muerte del que lo crió, es el descubrimiento de las
Indias.» (Apéndice L).

Respecto a la descripción de la citada isla, habremos de manifestar
que a corta distancia de la espuma de las olas se extendían en forma
de gradería hasta las alturas de la isla muchos y majestuosos bosques
de árboles. Trechos sin árboles dejaban penetrar la luz en los
citados bosques, viéndose allí habitaciones diseminadas que parecían
grandes colmenas por su forma cilíndrica y por sus techos de hojas
secas: las chimeneas asomaban por encima del arbolado y en distintos
puntos. Grupos de hombres, de mujeres y de niños aparecían medio
desnudos entre los troncos de los árboles más próximos a la costa,
adelantándose un poco, retirándose después, y expresando siempre con
sus gestos y actitudes más admiración y curiosidad que temor y miedo.
Colón se dirigió con una chalupa hacia la playa, tomando posesión de
la isla en nombre de los Reyes Católicos. Sobrecogidos los indígenas
al ver hombres con trajes de brocado y con armas que reverberaban la
luz, habían concluído por acercarse, como si secreta fascinación les
empujara hacia ellos. Los españoles, a su vez, quedaban sorprendidos
al no encontrar en los americanos ninguno de los caracteres físicos de
las razas europeas, africanas y asiáticas. Su tinte cobrizo, su fina
cabellera que se extendía sobre sus hombros, sus ojos apagados, sus
femeniles miembros, su rostro confiado y sin expresión, su desnudez y
los dibujos que adornaban su piel, denunciaban una raza distinta de
las esparcidas por el Viejo Mundo, la cual conservaba aún la sencillez
y la dulzura de la infancia. Persuadido Colón que aquella isla era un
apéndice del mar de las Indias, hacia las cuales creía navegar, llamó a
sus habitantes indios[436].

       [436] Véase Lamartine, _Biografia de Cristóbal Colón_, págs.
       86-92. Tr.

En el _Diario_ de Colón, fuente única de la cual proceden todas las
opiniones acerca de las primeras tierras descubiertas en el Nuevo
Mundo, encontramos la siguiente noticia: «... Pusiéronse a la corda
(al pairo), temporizando hasta el viernes, que llegaron a una isleta
de los lucayos, que se llamaba en lengua de indios Guanahani... está
Lesteoueste con la isla de Hierro... Esta isla es bien grande y muy
llana y de árboles muy verdes y muchas aguas, y una laguna en medio muy
grande» (sábado 13 de octubre).

El día 14 de octubre por la noche salió el Almirante de Guanahaní,
llegando el 15 a las islas de _Santa María de la Concepción_ (hoy
_Concepción_ y _Cayo Rum_). El 16 de octubre, ya cerca del mediodía,
dejó el Almirante la isla de la Concepción y fué a fondear cerca de
la punta SE. de la isla Fernandina, que es la Cat de los ingleses.
El miércoles 17 salió Colón costeando la isla Fernandina y fondeó al
obscurecer del 18 en la punta del SE. (Punta de Colón). El viernes
19, al amanecer, levantó anclas y a las tres horas de navegación vió
la isla llamada _Saometo_ por los indios y que él puso el nombre de
_Isabela_. También a la Isabela se le dió el nombre de _Larga_. Desde
el 20 de octubre que fondeó en dicha isla, hasta el 24, se ocupó en
reconocerla. Refiere el mismo Colón que el 21 salió con sus capitanes
a ver la isla; «que si las otras ya vistas--dice--son muy fermosas
y verdes y fértiles, ésta es mucho más y de grandes arboledas y muy
verdes. Aquí es unas grandes lagunas, y sobre ellas y a la rueda es
el arbolado en maravilla, y aquí y en toda la isla son todos verdes
y las yerbas como en el Abril en el Andalucía; y el cantar de los
pajaritos que parece que el hombre nunca se querría partir de aquí, y
las manadas de los papagayos que obscurecen el sol; y aves y pajaritos
de tantas maneras y tan diversas de las nuestras, que es maravilla...»
Más adelante añade: «También andando en busca de muy buena agua fuimos
a una población aquí cerca, adonde estoy surto media legua; y la gente
della, como nos sintieron dieron todos a fugir, y dejaron las casas
y escondieron su ropa y lo que tenían por el monte; yo no dejé tomar
nada ni la valía de un alfiler. Después se llegaron a nos unos hombres
dellos y uno se llegó del todo aquí: yo di unos cascabeles y unas
cuentecillas de vidrio, y quedó muy contento y muy alegre, y porque la
amistad creciese más y los requiriese algo le hice pedir agua, y ellos,
después que fui en la nao, vinieron luego a la playa con sus calabazas
llenas, y folgaron mucho de dárnosla, y yo les mandé dar otro remalejo
de cuentecillas de vidrio, y dijeron que de mañana venían acá.» Después
de adquirir noticias de los isleños, los cuales le dijeron que hacia el
Sudoeste encontraría una isla muy grande que se llamaba _Cuba_[437],
en la cual abundaba el _oro y especerías y naos grandes y mercaderes_,
levantó las anclas. Desde la media noche del 24 hasta la tarde del
25 se mantuvo Colón a la vela, huyendo de los peligros y costeando
los bajos, que son muchos en aquellos lugares. El 27 del dicho mes de
octubre dirigió sus naves al Sudoeste y vió tierra al anochecer del
mismo día, entrando el 28 por la mañana en _un río muy hermoso y muy
sin peligro de bajas ni de otros inconvenientes_, y recalando--según
todas las señales--en el puerto de Gibara (Cuba)[438]. Permaneció
algunos días y recorrió varios puntos de la isla de Cuba, a la que
él dió el nombre de _Juana_, por honor--como se dijo en el capítulo
XVIII--al príncipe D. Juan, primogénito de los reyes.

       [437] Colón creía que la isla llamada Cuba por los indios, era
       la verdadera _Cipango_.

       [438] De Varnhagen son las siguientes palabras: «No titubeamos
       ya en suponer que la recalada de Colón tuvo lugar en el puerto
       de Gibara, y de nuestra opinión son varios pilotos prácticos
       de la costa, a quienes hemos leído los pasajes respectivos del
       derrotero».

El día 5 de diciembre llegó a la isla Haití, que él denominó la
Española y que también lleva el nombre de Santo Domingo. El 14 de
diciembre salió del Puerto de la Concepción y llegó a la Isla de la
Tortuga que--según Colón--«es tierra muy alta, pero no montañosa, y
es muy hermosa y muy poblada de gente como la de la Isla Española, y
la tierra así toda labrada, que parecía ser la campiña de Córdoba».
Refiriéndose a la Isla Española escribe Colón lo siguiente: «Era
cosa de maravilla ver aquellos valles y los rios y buenas aguas, y
las tierras para pan, para ganado de toda suerte...» Cariñoso fué
el recibimiento que el cacique Guacanagari, que mandaba en aquellas
costas, hizo a Colón. Envióle Guacanagari una grande canoa llena de
gente, y en ella un principal criado suyo a rogar al Almirante que
fuese con los navíos a su tierra y que le daría cuanto tuviese. Más
adelante Cristóbal Colón se dirigía a los Reyes Católicos en esta
forma: «Crean vuestras Altezas que en el mundo todo no puede haber
mejor gente, ni más mansa; deben tomar vuestras Altezas grande alegría
porque luego los harán cristianos, y los habrán enseñado buenas
costumbres de sus reinos, que más mejor gente ni tierra puede ser, y
la gente y la tierra en tanta cantidad que yo no sé cómo lo escriba;
porque yo he hablado en superlativo grado la gente y la tierra de la
_Juana_, a que ellos llaman _Cuba_; mas hay tanta diferencia dellos y
della a esta en todo como del día a la noche; ni creo que otro ninguno
que esto hoviese visto hoviese hecho ni dijese menos de lo que yo tengo
dicho, y digo que es verdad que es maravilla las cosas de acá y los
pueblos grandes de esta isla Española, la que así la llamé, y ellos la
llaman _Bohío_, y todos de muy singularísimo tracto amoroso y habla
dulce, no como los otros que parece cuando hablan que amenazan, y de
buena estatura hombres y mujeres, y no negros. Verdad es que todos se
tiñen, algunos de negro y otros de otro color, y los más de colorado.
He sabido que lo hacen por el sol, que no les haga tanto mal, y las
casas y lugares tan hermosos, y con señorío en todos, como Juez o señor
dellos, y todos le obedecen que es maravilla, y todos estos señores son
de pocas palabras y muy lindas costumbres, y su mando es lo más con
hacer señas por la mano, y luego es entendido que es maravilla.»

Cuando el Almirante se disponía a dirigirse a un lugar de la isla
donde encontraría oro en abundancia, por negligencia o ignorancia de
un grumete se encalló (noche del 24 de diciembre o mañana del 25) la
carabela, salvándose toda la gente por el oportuno auxilio de la Niña
y de las canoas de los indígenas. «El (Cacique) con todo el pueblo
lloraban tanto--dice el Almirante--: son gente de amor y sin cudicia,
y convenibles para toda cosa, que certifico a vuestras Altezas que en
el mundo creo que no hay mejor gente ni mejor tierra; ellos aman a sus
prójimos como a sí mismos, y tienen un habla la más dulce del mundo,
y mansa, y siempre con risa. Ellos andan desnudos, hombres y mujeres,
como sus madres los parieron. Mas crean vuestras Altezas que entre sí
tienen costumbres muy buenas, y el Rey muy maravilloso estado, de una
cierta manera tan continente ques placer de verlo todo, y la memoria
que tienen, y todo quieren ver, y preguntan qué es y para qué.» También
el Cacique, además del socorro que prestó a Colón con sus canoas, le
dió algún oro. El Almirante, al encontrarse solo con la _Niña_--pues
la _Pinta_ se había alejado con Alonso Pinzón--, se decidió a dar la
vuelta a España[439].

       [439] Ignóranse los motivos que tuvo Alonso Pinzón para
       separarse del Almirante. La reconciliación se verificó poco
       después en el puerto que de este suceso se llamó de _Gracia_.

¡Qué contraste--exclama Lamartine--entre el estado en que se hallaban
estos pueblos en el momento en que los europeos les trajeron el
espíritu y el genio del Viejo Mundo y el estado a que llegaron años
después de haber conocido a sus pretendidos civilizadores! «¿Por qué
misterio la Providencia envió a Colón a ese nuevo hemisferio, que creía
favorecer con la virtud y la vida, y no sembró en él más que la tiranía
y la muerte?»[440]. Decidido Colón a dar la vuelta a España, dejó en
la Isla Española parte de sus marineros. Contaba con la buena amistad
del cacique Guacanagari, cuyos súbditos le ayudaron a hacer pequeña
fortaleza de tierra y madera, sirviéndose del tablaje y poniendo los
cañones del buque _Santa María_. El fuerte se llamó de _Navidad_.
Encargóles Colón que fuesen buenos cristianos, obedeciesen a su
capitán, respetaran a Guacanagari y no hicieran violencia a hombre ni
mujer. También les encargó que no mostrasen codicia y que aprendieran
la lengua de los indígenas[441]. Su amigo Arana, deudo de la cordobesa
Beatriz, recibió la jefatura de la improvisada fortaleza.

       [440] Ob. cit., pág. 105.

       [441] Véase Herrera, Década 1.ª, lib. I, cap. XX.

Despidióse del cacique Guacanagari y se dispuso a volver a España. Se
habían desvanecido las ilusiones de muchos tripulantes, que soñaban
con encontrar una tierra rica, la famosa tierra de Marco Polo, cuajada
de oro y sembrada de piedras preciosas. Hallaron, sí, montañas
tapizadas de verdura, extensos bosques con árboles gigantescos, huertas
con plantas de varias clases y pájaros de vivos colores. En lugar de
grandes ciudades, encontraron miserables aldeas; en lugar de grandes
casas, pequeñas chozas; en lugar de grandiosos templos, _piedras
propias para la construcción de Iglesias_. Según el mismo Almirante, en
lugar de poderosos sacerdotes, groseros fetiches; en lugar de gentes
civilizadas, tribus desnudas y salvajes, y, lo que fué peor, en lugar
de oro y piedras preciosas, pelotas de algodón hilado y azagayas y
papagayos domesticados. Después de recorrer varias islas, encontraron
algo, muy poco oro; ninguna piedra preciosa. Cansados de recorrer
diferentes pueblos cosechando desengaño tras desengaño, pues el oro no
parecía por ninguna parte, se decidieron a abandonar las Indias.

El 16 de enero de 1493 emprendió Colón la vuelta a España sin incidente
alguno notable. El mar se hallaba tranquilo, el viento era excelente
y la temperatura suave. El 21 de enero el viento refrescó mucho, y
luego el cielo perdió su transparencia. Las provisiones disminuían, no
quedando ya más que patatas, galleta y vino. El viernes, 25 de enero,
sobrevino gran calma. En este día los marineros lograron coger un
atún y un tiburón. El 4 de febrero se puso lluvioso y frío el tiempo:
el Almirante mandó gobernar al Este. El 8 de dicho mes se cambió de
rumbo, tomando al Sudeste cuarto al Este. El 12 de febrero el Almirante
comenzó a tener grande mar y tormenta, aumentando el 13 el peligro. El
14 por la noche, cuando ya se hallaba cerca de las costas de Europa,
creció el viento y se desencadenó furioso temporal, que separó a las
dos carabelas. La _Pinta_ fué a fondear en Bayona de Galicia y la
_Niña_ arribó a Santa María, la isla meridional de las Azores. El 4 de
marzo llegó a Lisboa, después de nuevas tormentas. Escribió al rey de
Portugal, quien se hallaba nueve leguas de allí, diciéndole que los
reyes de Castilla le habían mandado que no dejase de entrar en los
puertos lusitanos y pedir, mediante sus dineros, lo que necesitase,
añadiendo que solicitaba permiso para ir con la carabela a Lisboa, pues
temía que algunos, creyendo que traía mucho oro, estando en puerto
despoblado, intentasen robarle, como también para que se supiera que no
venía de Guinea, sino de las Indias. El 8 de marzo recibió Colón carta
del rey de Portugal invitándole a que se llegase adonde él estaba, y
daba órdenes para que se diese generosamente al Almirante todo lo que
necesitara. Colón, el 9 de dicho mes, salió de Sacanbeu, teniendo la
señalada honra de presentarse ante el Monarca, que se encontraba en el
valle del Paraíso, por la noche de aquel día. El 11 se despidió del Rey
y marchó a Villafranca con el objeto de ver a la Reina, que permanecía
en el monasterio de San Antonio. En seguida volvió a emprender su
camino y se fué a dormir a Llandra. El 12, estando para salir de
Llandra, recibió la visita de un escudero del Rey, quien le ofreció,
en nombre de su Monarca, toda clase de medios, dado que prefiriera ir
a Castilla por tierra. Cristóbal Colón desde Lisboa, y Pinzón desde
Bayona, cinglaron (13 de marzo) a Palos, entrando los dos el día 15,
el Almirante por la mañana y Martín Alonso por la tarde. Pinzón no
llegó a entrar en la villa y se trasladó a una casa de campo, en donde
se agravó su enfermedad, siendo llevado al convento de la Rábida y
falleciendo a los pocos días. «Y porque en breves días murió--escribe
el P. Las Casas--no me ocurrió más que de él pudiera decir.»

Por el contrario, la fortuna se mostró propicia con el Almirante, como
lo indicaba entusiástica carta que desde Lisboa, con fecha 13 de marzo
de 1493, escribió al magnífico Sr. Rafael Sánchez, tesorero de los
Reyes Católicos. (Apéndice M). El día 15 del mismo mes entró en Palos.

_Carta de los Sres. Reyes Católicos a D. Cristóbal Colón,
complaciéndose del buen suceso de su primer viaje; encargándole
que acelere su ida a la corte, y que deje dadas las disposiciones
convenientes para volver luego a las tierras que había
descubierto[442]._

       [442] _Archivo de los duques de Veragua. Colec. de doc. inéd._
       etc., tomo XIX, págs. 470 y 471.

                                                  Marzo 30 de 1493.

  El Rey e la Reyna: D. Cristóbal Colón. Nuestro Almirante del
  Mar Océano, e Visorrey y Gobernador de las islas que se han
  descubierto en las Indias: Vimos vuestras letras y hobimos mucho
  placer en saber lo que por ellas nos escribisteis y de haberos
  dado Dios tan buen fin en vuestro trabajo, y encaminado bien
  en lo que comenzaste, en que El será mucho servido, y Nosotros
  asimismo y Nuestros Reinos recibir tanto provecho. Placera a Dios
  que demás de lo que en esto le servides, por ello recibiréis
  de Nos muchas mercedes, las cuales creed que se vos harán como
  vuestros servicios e trabajos lo merecen: y porque queremos que
  lo que habeis comenzado con el ayuda de Dios se continúe y lleve
  adelante, y deseamos que vuestra venida fuese luego; por ende
  por servicio Nuestro, que dedes la mayor priesa que pudieredes
  en vuestra venida, porque con tiempo se provea todo lo que es
  menester, y porque como vedes el verano es entrado, y no se pase
  el tiempo para la ida allá, ved si algo se puede aderezar en
  Sevilla o en otras partes para vuestra tornada a la tierra que
  habeis hallado; y escribidnos luego con ese correo que ha de volver
  presto, porque luego se provea como se haga, en tanto que acá vos
  venís y tornais; de manera que cuando volvieredes de acá, esté
  todo aparejado. De Barcelona a treinta días de marzo de noventa y
  tres.==_Yo el Rey._==_Yo la Reina._==Por mandado del Rey e de la
  Reina, _Fernando Alvarez_.==En el sobrescrito decía: _Por el Rey e
  la Reina_.==_A D. Cristóbal Colón, su Almirante del Mar Océano, e
  Visorrey e Gobernador de las islas que se han descubierto en las
  Indias._

Acerca del recibimiento de Colón en Sevilla y Barcelona, Andrés
Bernáldez, que alojó en su casa al Almirante, refiere lo que a
continuación copiamos: «Descubierta la tierra, se vino Colón a
Castilla... entró en Sevilla con mucha honra a 31 de marzo, Domingo de
Ramos, donde le fué hecho buen recibimiento; trajo diez indios, de los
cuales dejó en Sevilla cuatro, y llevó a Barcelona a enseñar a la Reina
y al Rey seis, donde fué muy bien recibido, y el Rey y la Reina le
dieron gran crédito y le mandaron aderezar otra armada mayor y volver
con ella».

Cuéntase que cierto día en que fué invitado a la mesa de los reyes,
uno de los convidados, envidioso de los honores que se tributaban a
modesto extranjero, le hubo de preguntar que si él (Colón) no hubiese
nacido, ¿hubiera algún otro descubierto el nuevo hemisferio? El
Almirante no le respondió; pero cogiendo un huevo entre sus manos se
dirigió a todos los comensales invitándoles a que colocasen el huevo de
modo que el punto de contacto fuera el extremo exterior del diámetro
más largo. Ninguno pudo conseguirlo. Entonces Colón lo rompió por uno
de sus extremos, y haciendo que se mantuviera recto sobre la mesa
probó a los envidiosos de su gloria, que no existía mérito alguno en
realizar una idea; pero el que la realizaba antes que los demás podía
reclamar para él los derechos de la primacía. Este apólogo ha sido
desde entonces la respuesta que los inventores y descubridores han dado
a sus semejantes. Ellos no habrán sido los más grandes; pero fueron
los más favorecidos por la inspiración[443]. El banquete fué--según
otros escritores--ofrecido a Cristóbal Colón por Don Pedro González
de Mendoza, gran cardenal de España. A la divulgación del imaginario
banquete ha contribuído seguramente y no poco la conocida estampa de
Teodoro Bry, y respecto a lo que se llama _El huevo de Colón_, ha
probado Navarrete que es una leyenda más entre las muchas que adornan
el descubrimiento de las Indias.

       [443] Lamartine. Ob. cit. págs. 119 y 120.

Como se creyese por todos que las tierras descubiertas eran como
una parte del continente asiático, se les dió el nombre de _Indias
Occidentales_, para distinguirlas de las _Orientales_, y se llamó
indios a los naturales del Nuevo Mundo.

Quisieron los Reyes Católicos, _aunque para esto no tuviesen
necesidad_, como dice Oviedo, fortalecer su derecho con la sanción
pontificia[444]. En su virtud, después del primer viaje de Cristóbal
Colón, se apresuraron a obtener el beneplácito de Alejandro VI para los
descubrimientos hechos y los sucesivos, pensando, ya en la propagación
del cristianismo, ya con el objeto de precaver las pretensiones y
reclamaciones de los reyes de Portugal, a los cuales los Papas,
mediante diferentes Breves, les habían concedido el monopolio de todas
las tierras descubiertas y por descubrir lo mismo en Africa que en
la India[445]. Los dos Breves de Alejandro VI llevan la fecha del 3
y 4 de mayo de 1493, y comienzan designando como objeto principal
y obra agradable a Dios la predicación de la doctrina cristiana
entre los indios. Dice en seguida en el primer Breve: «Como Colón
ha descubierto ciertas islas y continentes lejanos y que hasta hoy
eran ignorados[446], concedemos de nuestro libre impulso, sin ser
solicitados por vos[447], ni por otra persona alguna, de nuestra propia
autoridad apostólica, a vos y a todos vuestros sucesores todas estas
islas y tierras firmes recientemente descubiertas y por descubrir,
en cuanto no pertenezcan ya a algún otro rey cristiano, y prohibimos
a todos los demás, bajo pena de excomunión, ir a aquellas tierras y
traficar allí sin vuestro permiso.» (Apéndice N).

       [444] _Hist. de Indias_, lib. I. cap. VIII.

       [445] Véase Dr. Sophus Ruge, _Hist. de la época de los
       descubrimientos geográficos_, págs. 105, 106 y 107, en la
       Hist. Universal de Oncken, tomo VII.

       [446] Colón, como se dijo en una nota de este capítulo, creía
       que la isla de Cuba era la verdadera Cipango.

       [447] Doña Isabel y Don Fernando.

Considerando el Pontífice que los términos en que se hallaba redactado
el citado Breve eran demasiado generales, publicó otro al día
siguiente, señalando las regiones respectivas, donde España y Portugal,
sin temor de exponerse a colisiones, podían hacer sus descubrimientos.
En el Breve, pues, del día 4, se fijó una línea de demarcación «que
a la distancia de 100 leguas al Oeste de las Azores y de las islas
de Cabo Verde pasaba por los dos polos como meridianos y dividía
el planeta en dos mitades.» El hemisferio occidental pertenecía a
España, y el oriental a Portugal. Al trazar dicha línea de demarcación
Alejandro VI, debió tener presente las ideas manifestadas por el
Almirante, quien todavía en el año 1498 consignaba lo siguiente: «Me
acuerdo que cuantas veces fui a la India cambió la temperatura a 100
leguas al Oeste de las Azores, y esto sucedía en todos los puntos desde
Norte a Sur.» Añade más adelante: «Cuando navegaba de España a las
Indias, encontré, tan pronto como había pasado 100 leguas al Oeste de
las Azores, un grandísimo cambio en el cielo y en los astros, en el
ambiente y en el agua del mar, y estos fenómenos los tengo observados
con gran cuidado. Noté, cuando había pasado las citadas 100 leguas más
allá de las mencionadas islas, tanto en el Norte como en el Sur, que
las agujas de marear, que hasta allí declinaban hacia Nordeste, giraban
todo un cuarto de viento (igual a 11° y cuarto de la brújula) hacia
Noroeste, y esto acontecía desde el instante que llegaba a aquella
línea. Al propio tiempo se presentaba otro fenómeno, como si en aquel
punto fuese más elevada la superficie de la tierra, porque encontré el
mar cubierto completamente de yerbas semejantes a ramas de abeto y con
frutos parecidos a los del alfónsigo, siendo estas yerbas tan espesas
que en mi primer viaje creí que allí había bajíos que harían encallar
los buques. Tan pronto como llegamos a aquella línea a nuestro regreso,
no se encontró rama alguna. También observé que el mar estaba en este
punto tranquilo y unido, y casi nunca agitado por vientos, y que desde
aquella línea al Oeste era la temperatura muy suave, distinguiéndose
muy poco verano e invierno»[448].

       [448] Para comprender mejor todo esto estúdiese la colección
       de Navarrete.

«Este pasaje--dice el barón de Humboldt en su _Cosmos_--contiene las
ideas de Cristóbal Colón y sus observaciones sobre la Geografía física;
la influencia de las longitudes, la declinación de la aguja magnética,
la inflexión de las líneas isotérmicas entre las costas occidentales
del Mundo Antiguo y las orientales del Nuevo, la situación del gran
banco de Sargazos o plantas ficoideas en el Atlántico, y sobre las
relaciones que existen entre esta parte del mar y su atmósfera. Los
pocos conocimientos matemáticos de Cristóbal Colón y sus observaciones
equivocadas del movimiento de la estrella polar cerca de las islas
Azores, indujeron a este descubridor a admitir una irregularidad en la
forma esférica de la tierra. Creía que el hemisferio occidental era más
elevado, más _hinchado_ que el otro; que los buques al llegar a esta
parte donde la aguja magnética señala el Norte verdadero, estaban más
próximos al cielo; y que esta elevación era la causa de la temperatura
más fresca. Si a esto se agrega que Colón de regreso de su primer
viaje tuvo la idea de ir a Roma para referir personalmente al Papa
todo cuanto había descubierto (se entiende en cuanto se relacionaba
con la religión, la mayor proximidad del cielo, etc.); si, por otra
parte, se tiene presente la importancia que se daba en tiempo de Colón
al descubrimiento de una línea nueva magnética, en la cual la aguja
se mantiene constante, se me dará razón cuando el primero sostuve que
el Almirante en los momentos de mayor favor en la corte, trabajó para
transformar la línea divisoria física que había encontrado en la línea
divisoria política.»

En el Breve del día 4 se fijó la línea de demarcación a 100 leguas al
Oeste de _cualquiera_ (_qualibet_), isla de las Azores o de las de Cabo
Verde, sin fijar ninguna isla determinada, ni a un grupo de ellas,
ignorando que la más occidental de Cabo Verde se halla casi 6° más al
Este que la más occidental de las Azores. Explícase esta ignorancia
porque los cosmógrafos en aquellos tiempos no podían, por falta de
medios, determinar exactamente las longitudes.

También por entonces (28 mayo 1493) se concedió a Colón un escudo de
armas, en el cual figuraban, además de las suyas o de familia, las de
Castilla y León en campo verde, y unas islas doradas en ondas de mar
(Apéndice O).

En el correr de los tiempos se colocó en su sepulcro un letrero que
decía:

    _A Castilla y a León._
    _Nuevo Mundo dió Colón._

Los detractores del Almirante y defensores de Pinzón transformaron el
dístico en la siguiente forma:

    _A Castilla y a León_
    _Nuevo Mundo dió Pinzón._

Pareciéndoles después que habían cometido una injusticia, creyeron
arreglarlo todo diciendo:

    _Por Castilla, con Pinzón,_
    _Nuevo Mundo halló Colón._

Con espíritu más levantado vinieron otros que admitieron el mote de
esta manera:

    _Por Castilla y Aragón_
    _Nuevo Mundo halló Colón._

Desde la cátedra del Ateneo de Madrid propuso D. Víctor Balaguer que si
algún día se intentaba variar el dístico, debía ser del siguiente modo:

    _Por la española nación_
    _Nuevo Mando halló Colón._

El ilustre escritor norteamericano Charles F. Lummis, en su pequeño
libro intitulado _Los exploradores españoles del siglo XVI_, ha dicho
lo siguiente: «A una nación le cupo en realidad la gloria de descubrir
y explorar la América, de cambiar las nociones geográficas del mundo
y de acaparar los conocimientos y los negocios por espacio de siglo y
medio. Y esa nación fué España.»

Un genovés, es cierto, fué el descubridor de América; pero vino en
calidad de español; vino de España por obra de la fe y del dinero de
españoles; en buques españoles y con marineros españoles, y de las
tierras descubiertas tomó posesión en nombre de España»[449].

       [449] Pág. 59.

Colocada en este punto la cuestión que nosotros resolveríamos con
Balaguer y Lummis, no queremos, sin embargo, pasar en silencio las
atinadas observaciones del Sr. Sánchez Moguel. Tales son las palabras
del Catedrático de la Universidad de Madrid: «El conquistador de
Granada, en su testamento, otorgado el 20 de enero de 1516, al
instituir heredera de sus reinos de la corona de Aragón a su hija doña
Juana, no comprende entre ellos en modo alguno las islas y tierra firme
del mar Océano, esto es, el Nuevo Mundo». Sin duda, no pertenecía, ni
en todo ni en parte, a su corona aragonesa, cuando no lo menciona. No
cabe atribuirlo a olvido, porque no los hay de tanta monta, ni menos
aún en documentos de esta clase. En cambio, su egregia esposa, la
magnánima Reina de Castilla, en su testamento, fechado en Medina del
Campo el 12 de octubre de 1504, habla de las islas y tierra firme del
mar Océano como parte integrante de sus reinos de Castilla. Y ¿por
qué? Sea la gloriosa Reina quien nos responda: «_Por quanto... fueron
descubiertas e conquistadas a costa destos Reynos e con sus naturales
dellos_»[450].

       [450] _España y América_, págs. 34 y 35.

No creemos que la cuestión tenga mucha importancia. Sin embargo,
colocados en la obligación de dar nuestra opinión, diremos que la
parte que tomó Castilla en el descubrimiento del Nuevo Mundo fué
mayor, como mayor fué el apoyo que prestó a Colón la reina Isabel.
Conviene no olvidar lo que dice Guicciardini, Embajador de la Señoría
de Florencia en la Corte del Rey Católico: «los negocios pertenecientes
a Castilla se gobernaban, principalmente, por su mediación y autoridad
(de Isabel)». Se ha dicho también que D. Fernando mandó librar de
la Tesorería de Aragón--y esto lo afirman los defensores de D.
Fernando--la cantidad necesaria para la empresa del descubrimiento,
a causa de la pobreza del Erario castellano, disponiendo después
que del primer oro que viniese de las tierras descubiertas se diera
parte a Aragón, que se empleó, por cierto, en dorar el artesonado de
la Aljafería de Zaragoza; pero el catalán Bofarull no halló entre
los papeles de la citada Tesorería orden ni registro de semejante
libramiento, y el aragonés Nougués y Secall ha mostrado que el dorado
de la Sala mayor de la Aljafería es anterior a la vuelta de Colón de
su primer viaje. Si pudiese haber todavía alguna duda, habremos de
recordar que Alejandro VI concedió las tierras descubiertas a los reyes
de Castilla y sólo a los reyes de Castilla.



CAPÍTULO XXI

  SEGUNDO VIAJE DE COLÓN.--PRISA DE LOS REYES EN QUE SE
  REALIZASE.--JUNTA DE TORDESILLAS.--PERSONAS NOTABLES QUE
  ACOMPAÑARON AL ALMIRANTE.--DESCUBRIMIENTOS: LA DOMINICA Y
  OTRAS ISLAS.--EL FUERTE DE NAVIDAD.--LA ISABELA.--INSURRECCIÓN
  GENERAL.--EL COMISARIO REGIO JUAN DE AGUADO.--COLÓN EN
  ESPAÑA.--PRESÉNTASE A LOS REYES EN BURGOS.--EL COMERCIANTE JOYERO
  MOSÉN JAIME FERRER EN BURGOS.


Prisa tenían los Reyes Católicos de que Cristóbal Colón realizase la
segunda expedición. Desde Barcelona, con fecha 23 de mayo de 1493,
escribieron Doña Isabel y Don Fernando al florentino Juan Berardi,
mercader y asentista para los negocios de las Indias, ordenándole que
comprase una nao de 100 a 150, hasta 200 toneles, y la pertrechase para
cuando fuera a recibirla el Almirante, el cual (añadían) iría presto
y le satisfaría el costo que hubiese tenido; le encargaban también la
provisión de 2.000 o 3.000 quintales de bizcocho.

Empeño tenían Doña Isabel y D. Fernando en que el médico o físico
Alvarez Chanca fuese a las Indias, como indica la carta que copiamos.
«El Rey o la Reina: Doctor Chanca: Nos habemos sabido que vos, con el
deseo que teneis de Nos servir, habeis voluntad de ir a las Indias,
e porque en lo hacer nos servireis, e aprovechareis mucho a la salud
de los que por nuestro mandado allá van, por servicio nuestro que
lo pongais en obra, e vayais con el nuestro Almirante de las dichas
Indias, el cual vos hablará en lo que toca a vuestro asiento para allá,
y en lo de acá Nos vos enviamos una carta para que vos sea librado el
salario e racion que de Nos teneis en tanto que allá estuvieredes.--De
Barcelona, veinte y tres de mayo de noventa y tres»[451].

       [451] Navarrete, _Colección de los viajes y descubrimientos_,
       etc., tomo II. pág. 54.

Al Doctor sevillano Alvarez Chanca, debemos la relación del segundo
viaje.

Salió Cristóbal Colón de Barcelona el día 30 del mismo mes de mayo, con
encargo especial de apresurar su salida. El 1.º de junio volvieron a
escribir los reyes una carta a Berardi y otra a Gómez Tello, alguacil
de la Inquisición, sobre la provisión del bizcocho[452].

       [452] Tan a satisfacción desempeñó Berardi el encargo,
       que en 4 de agosto del mismo año le dieron los monarcas
       las gracias por lo que había hecho, encargándole la
       continuación.--_Archivo de Indias de Sevilla._--Extractos
       hechos por Muñoz, de varios libros y documentos.

El deseo de los reyes de que Colón realizase su viaje, era cada vez
mayor. Veámoslo: «El Rey e la Reina: D. Juan de Fonseca, del nuestro
Consejo: Nos escribimos al Almirante de las Indias, encargándole que
dé mucha priesa en su partida; vos por servicio nuestro, dad toda
la priesa que pudiéredes en ello, y ya sabeis como vos mandamos que
después de partido, vos quedásedes ende en esa costa de la de la mar y
en Sevilla, para que si hobiese que facer otra armada para ir en pos
del Almirante, la ficiéredes e la enviáredes. Por servicio nuestro que
así lo fagais, y vos informad mucho de los navíos que podreis haber
en esas partes, que son para enviar este viaje, y en cuantos días se
podrán aderezar para que partan, y el bizcocho que fuere menester,
sabed en que tiempo se puede haber, y que dinero será menester para
todo esto, y escribídnoslo luego para que cuando mandáremos entender
en ello, se provea todo con tiempo. En Barcelona, a veinti y cinco de
julio de noventa y tres»[453].

       [453] Ob. cit.

La actitud poco franca de Portugal tenía en mucho cuidado a Doña Isabel
y a Don Fernando. Terminantemente así lo manifiestan en la siguiente e
interesante carta, dirigida al Almirante, y escrita dos días después
que la anterior.

«El Rey é la Reina: Don Cristobal Colon, nuestro Almirante de las Islas
é Tierra del mar Océano a la parte de las Indias: vimos vuestra letra
que escribisteis desde Córdoba, y ya con un correo que este otro día
partió de aquí vos escribimos la respuesta que el Rey de Portugal nos
envió con Herrera: despues acá no son venidos los mensajeros que nos
escribió que nos enviaba, ni sabemos cosa dello; verdad es que nos han
dicho que eran partidos de Portugal para acá por la mar, puede ser que
con tiempo contrario no sean venidos: y cuanto a lo que decís que puede
ser que se haya detenido de partir el armada de Portugal, esperando
a partir despues que seais partido, es posible que sea así; aunque
nosotros dudamos dello según lo que el Rey de Portugal nos escribió;
pero como quiera que sea, no se faga mudanza en lo de los Capitanes y
carabelas: y asimismo ya sabeis que, cuando de aquí partisteis y Don
Juan de Fonseca, mandamos al dicho Don Juan que despues de vos en buena
hora partido, se quedase él en buen hora en Sevilla y en su costa, para
saber de continuo si armaron en Portugal, y que sabiéndolo él ficiese
otra armada para enviar a vos, que fuese el doble de los navíos que
supiese que en Portugal armasen. Esto mismo le mandamos agora, como
lo vereis por la carta que le escribimos. Por servicio nuestro que
en tanto que ende estuviéredes vos procureis de saber todo lo que se
ficiere en Portugal, y de continuo nos lo faced saber, porque si fuese
menester cualquier provision de acá, se envíe luego. En lo que toca a
Alonso Martínez de Angulo quisiéramos que tuviera disposición para ir
este viaje, porque conoscemos que es tal cual cumple al negocio; pero,
pues si su indisposicion no le dá lugar para ello, quédese que en otras
cosas nos servirá, y vaya Melchor como aquí vos lo fablamos. Dad mucha
priesa en vuestra partida por servicio nuestro, é facednos saber para
cuando será queriendo Dios. De Barcelona a veinti y siete de julio de
noventa y tres»[454].

       [454] Ob. cit.

No pasaron muchos días y también los reyes, desde Barcelona, pensando
en la actitud de Portugal, escribieron (cinco de septiembre del mismo
año) a Fonseca, dándole prisa para que inmediatamente se realizase el
viaje. Decíanle lo siguiente: «... é Nos vos damos é encargamos, si
servicio nos deseais facer, que dedes mucha priesa en todo lo que se
ha de facer, de manera quel dicho Almirante no se detenga una hora de
partir, porque de cualquier dilacion que hobiese en su partida seriamos
mucho deservidos...»[455].

       [455] Archivo de Indias en Sevilla.--Conde Roselly de Lorgues,
       _Cristóbal Colón_, tomo II, páginas 909 y 910.

¿Por qué las relaciones entre Castilla y Portugal no eran cordiales?
El rey Juan II, inmediatamente que hubo despedido a Colón[456], se
dirigió al gobierno de España recordándole los Breves pontificios que
sancionaban su derecho de monopolizar los descubrimientos y tráfico
en determinados mares. Ni la embajada que Fernando e Isabel enviaron
a Lisboa y que tan prudentemente desempeñó Lope de Herrera, ni la
que mandó a Castilla el rey de Portugal, compuesta de Pedro Díaz y
de Ruy de Pina, dieron resultado alguno favorable. No siendo posible
el fijar la línea de demarcación propuesta por el Papa[457], obligó
a los gobiernos de España y Portugal a entrar en negociaciones para
resolver todas las cuestiones que pudieran suscitarse. Acordóse al fin
el nombramiento de dos comisiones, una de parte de Portugal y otra
de parte de Castilla. Nombrados por ambas naciones sus respectivos
representantes, reuniéronse en Tordesillas, población situada junto al
río Duero, al Sudoeste de Valladolid, y después de varias conferencias,
se firmó el convenio (7 junio 1494).

       [456] Véase el capítulo XX.

       [457] Ibidem.

Por dicho convenio España reconoció a Portugal todos los derechos
sobre la Guinea y otros territorios; también, en atención a que los
portugueses se quejaban de que la línea trazada por el Papa reducía sus
empresas a muy estrechos límites, accedió a que en vez de tirarse a
las 100 leguas al Occidente de Cabo Verde y las Azores, como dispuso
Alejandro VI, se extendiese a las 370; pero tomando esta vez por punto
de partida la isla más Occidental de Cabo Verde, sin hablar para nada
de las Azores. «De lo cual resultó, según nuestros conocimientos
geográficos actuales, que la concesión hecha a España quedó reducida,
por lo menos, en 90 leguas, diferencia entre la isla extrema Occidental
de las Azores y la extrema de Cabo Verde, es decir, que España, en
realidad, no obtuvo 270 leguas a más de las 100 fijadas por el Papa,
sino solamente unas 180 leguas»[458]. Así--dice Vasconcellos--esta gran
cuestión, la mayor que se agitó jamás entre las dos Coronas, porque era
la partición de un Nuevo Mundo, tuvo amistoso fin por la prudencia de
los dos monarcas más políticos que empuñaron nunca el cetro.» Prescott
añade la observación siguiente: «No pasaron muchos años sin que las
dos naciones, rodeando el globo por distintos caminos, vinieran a
encontrarse en la parte opuesta; caso, según parece, no previsto por el
tratado de Tordesillas. Sin embargo, las pretensiones de ambas partes
se fundaron en los artículos de aquel tratado, que no era más, como
es sabido, que un suplemento a la bula primitiva de demarcación de
Alejandro VI. Así, aquel arrogante ejercicio de autoridad pontificia,
tantas veces ridiculizado como quimérico y absurdo, en cierto modo
llegó a justificarse por el suceso, porque estableció, en efecto, los
principios según los cuales quedó definitivamente entre dos pequeños
estados de Europa la vasta extensión de imperios vacantes en Oriente y
Occidente»[459].

       [458] Dr. Sophus Ruge, Ob. cit., pág. 106.

       [459] _Reyes Católicos_, cap. 18.

Dentro del plazo de diez meses, cada nación había de mandar a la Gran
Canaria una comisión compuesta de pilotos y astrónomos, para fijar la
línea de demarcación. De la Gran Canaria pasarían a las islas de Cabo
Verde, navegando luego 370 leguas al Oeste y señalando del modo que se
acordase la citada línea de demarcación. La expedición no se realizó y
tiempo adelante renacieron nuevas disensiones y divergencias. (Apéndice
P).

Al fin el 25 de septiembre de 1493 salió Colón del puerto de Cádiz
con rumbo a las Canarias. Se componía la flota de 14 carabelas y tres
buques grandes de transporte. Fueron embarcados unos 1.200 hombres de
armas con su correspondiente caballería, bastantes animales domésticos,
varios cereales, legumbres de toda clase y vides para aclimatarlas en
las nuevas tierras descubiertas.

Si en el primer viaje nadie quería embarcarse, en el segundo «allí
estaba--escribe Washington Irving--el hidalgo de elevados sentimientos
que iba en pos de aventuradas empresas; el altivo navegante que
deseaba coger laureles en aquellos mares desconocidos; el vago
aventurero que todo se lo promete de un cambio de lugar y de distancia;
el especulador ladino, ansioso de aprovecharse de la ignorancia de
las tribus salvajes; el pálido misionero de los claustros consagrado
al servicio de la iglesia, y devotamente celoso por la propagación de
la fe; todos animados y llenos de vivas esperanzas...»[460]. La clase
noble estaba representada por Alonso de Ojeda, Juan Ponce de León,
que descubrió tiempo adelante la Florida, Diego Velázquez y Juan de
Esquivel, después gobernadores, respectivamente, de Cuba y de Jamaica,
y otros, atraídos por el deseo de grandes riquezas y de novelescas
aventuras.

       [460] _Vida y viajes de Cristóbal Colón_, libro VI, cap. I.

En una carta de los Reyes Católicos a Cristóbal Colón, escrita
desde Barcelona, cuando se andaba en los preparativos de la citada
expedición, se lee lo que de ella copiamos: «Nos parece que sería bien
llevásedes con vos un buen astrólogo, y nos parecía que sería bueno
para esto Fray Antonio de Marchena, porque es buen astrólogo y siempre
nos pareció que se conformaba con vuestro parecer.» Además de Fray
Antonio de Marchena, llevó Colón un Vicario apostólico, el benedictino
Bernardo Boil o Buil, personalidad de bastante relieve en los últimos
años del siglo XV[461].

       [461] Caresmar dice que Fray Boil nació en Tarragona cerca del
       año 1445 (_Boletín de la Real Academia de la Historia_, tomo
       XIX, pág. 280). Otros afirman que fué aragonés y algunos que
       nació en el reino de Valencia.

En las instrucciones de los Reyes Católicos a Colón, dadas el 29 de
mayo de 1493, se le dice que había de llevar al Padre Buil con otros
religiosos para catequizar a los indios, _tratándolos muy bien y
amorosamente, sin que les fagan enojo alguno_[462]. Los religiosos
siguieron al pie de la letra los consejos de D.ª Isabel y D. Fernando,
y sin descanso alguno predicaron la ley de Dios, donde todo es amor y
caridad.

       [462] Archivo de Indias en Sevilla.

A ruego de los Reyes Católicos, Alejandro VI, por Bula de 7 de julio
de 1493, concedió omnímoda potestad eclesiástica a Fr. Bernardo Buil y
a sus delegados para bautizar, confirmar y administrar toda clase de
sacramentos, consagrar iglesias, absolver de pecados reservados a la
Santa Sede, etc.[463].

       [463] El P. Buil pertenecía a la orden de benedictinos y fué
       abad del convento de Montserrat, pasando luego a la de los
       Mínimos, fundada por San Francisco de Paula.

El 2 de octubre llegó la flota a la Gran Canaria, donde hubo de
recalar; también el 5 en la Gomera porque uno de los barcos hacía agua.
Después de comprar algunos animales para que se aclimatasen en las
nuevas tierras, continuó su marcha y el 13, favorecida la escuadra por
buena ventolina del Este, perdió de vista la isla de Hierro. El 26 de
dicho mes sobrevino brusca tempestad, cuya violencia duró cuatro horas,
llegando al otro lado del Atlántico, habiendo seguido un derrotero más
meridional que la expedición primera.

El 3 de noviembre, cerca del alba--según escribe el Dr. Chanca--dijo
un piloto de la nave capitana: _albricias que tenemos tierra_. La
gente, fatigada de tanto navegar, recibió la noticia con suma alegría.
Los tripulantes, habiendo desembarcado y recorrido más de una legua
de costa, notaron que toda la isla era montañosa y cubierta de verdes
praderas: el Almirante la llamó _Dominica_, por ser domingo aquel
día. Pasaron luego a otra, distante cuatro o cinco leguas, la cual
era tierra llana, y les pareció que estaba despoblada, denominándola
_Marigalante_, del nombre de la nao de Colón. Navegaron siete u ocho
leguas y encontraron una tercera isla que nombraron _Guadalupe_, en
cumplimiento de una promesa hecha a los religiosos del célebre convento
de dicho título en Extremadura. Vista la isla desde el mar ofrecía
grandioso espectáculo, contribuyendo a ello magnífica cascada que
se precipitaba desde elevada sierra a la llanura. Desembarcaron los
españoles en un sitio donde había chozas abandonadas, en las que se
encontraron comestibles, algodón en rama y alguno elaborado, indicando
los huesos humanos que vieron en las citadas cabañas que los habitantes
eran antropófagos o caribes. En las relaciones con estos salvajes
sirvieron a Colón como intérpretes dos de los siete indios que se había
llevado en su primer viaje, pues los cinco restantes habían muerto.

Costeando al Nor-Oeste de la isla Guadalupe fué poniendo nombre a
las islas del hermoso archipiélago según se le presentaban, como
_Monserrate_, _Santa María la Redonda_, _Santa María la Antigua_, _San
Martín_, _Santa Cruz_ y otras. Sostuvieron los españoles un combate con
una canoa de feroces indios, llamándoles la atención que las mujeres
peleaban lo mismo que los hombres. Mandó Colón algunos de los suyos en
una carabela hacia unas islas que de lejos se veían, y como aquéllos a
su vuelta le dijesen que eran más de 50, Colón, a la mayor del grupo,
le puso _Santa Ursula_, y a las otras _Las once mil vírgenes_. Continuó
su rumbo hasta llegar a una isla grande, de rica vegetación y con
buenos pastos, a la que los naturales llamaban Burenquen, él denominó
_San Juan Bautista_ y hoy se la conoce con el nombre de _Puerto Rico_.
Detúvose en un puerto de dicha isla dos días[464], dándose a la vela
la escuadra, hasta que el 22 de noviembre arribó a otra isla, que
reconoció ser el extremo Oriental de Haití o la Española. Continuó
su rumbo y al pasar por la provincia llamada Xamaná dos indios se
metieron en una canoa pequeña y llegaron a la nao del Almirante, a
quien dijeron que los mandaba su Rey para rogarle que bajase a tierra
y le darían oro y comida; negóse Colón, y continuó su camino hasta
llegar al puerto de _Monte Cristi_, donde estuvo dos días. Bajaron a
tierra algunos españoles y vieron un gran río (el de Santiago), en
cuyas márgenes encontraron dos hombres muertos y al día siguiente otros
dos, pudiéndose notar que uno de ellos tenía muchas barbas. Aunque el
puerto de Monte Cristi se halla distante del de Natividad unas siete
leguas, comenzaron a presentir malas nuevas de la colonia que en su
primer viaje dejara el Almirante. Al anochecer del día 27 llegó Colón
al fuerte de Natividad y mandó tirar dos tiros de lombarda. No tuvieron
contestación, porque los 43 españoles habían muerto a manos de los
caciques Caonabó y Mayrení, seguramente--como se probó después--con
gran contento del famoso Guacanagari[465]. Varios indios y entre ellos
un primo de Guacanagari se presentaron al Almirante.

       [464] Ensenada de Mayagüez.

       [465] Lista de las personas que Cristóbal Colón dejó en la
       Isla Española en su primer viaje y halló muertas por los
       indios cuando volvió el 1493:

          Diego de Arana, Gobernador. Pedro Gutiérrez,
          Teniente-Gobernador. Rodrigo de Escobedo,
          Teniente-Gobernador Alonso Velez de Mendoza, de Sevilla.
          Alvar Pérez Osorio, de Castrojeriz. Antonio de Jaén,
          de Jaén. El bachiller Bernardino de Tapia, de Ledesma.
          Cristóbal del Alamo, del Condado de Niebla. Castillo,
          platero, de Sevilla. Diego García, de Jerez. Diego de
          Tordoya, de Cabeza de Vaca. Diego de Capilla, de Almadén.
          Diego de Torpa. Diego de Mambles, de Mambles. Diego de
          Mendoza, de Guadalajara. Diego de Montalbán, de Jaén.
          Domingo de Bermeo. Francisco Fernández. Francisco de Godoy,
          de Sevilla. Francisco de Vergara, de Sevilla. Francisco de
          Aranda, de Aranda. Francisco de Henao, de Avila. Francisco
          Jiménez, de Sevilla. Gabriel Baraona, de Belmonte. Gonzalo
          Fernández de Segovia, de León. Gonzalo Fernández, de
          Segovia. Guillermo Ires, de Galney (Irlanda). Hernando de
          Porcuna. Jorge González, de Trigueros. Juan de Urniga.
          Juan Morcillo, de Villanueva de la Serena. Juan de Cueva,
          de Castuera. Juan Patiño, de la Serena. Juan del Barco,
          del Barco de Avila. Juan de Villar, del Villar. Juan de
          Mendoza. Martín de Logrosán, cerca de Guadalupe. Pedro
          Corbacho, de Cáceres. Pedro de Talavera. Pedro de Foronda.
          Sebastián de Mayorga, de Mayorga. Tallarte de Lajes,
          inglés. Tristán de San Jorge[465a].

             [465a] Arch. de Indias en Sevilla, _Papeles de
             Contratación_.

Dijeron los indígenas a Colón que el cacique Guacanagari no podía ir
en persona porque tenía pasado un muslo, herida que recibió luchando
con los caciques Caonabó y Mayrení por defender a los españoles. A
reconocer el sitio del fuerte fué el Almirante con algunos de los
suyos, encontrado aquél quemado y algunos cadáveres de cristianos,
cubiertos ya de la hierba que había crecido sobre ellos. Aunque los
indios decían que Caonabó y Mayrení habían sido los autores de las
muertes, «con todo eso asomaban queja que los cristianos uno tenía tres
mujeres, otro cuatro, donde creemos que el mal que les vino fué de
celos»[466]. Varios españoles saltaron a tierra, encaminándose a ver a
Guacanagari, «el cual fallaron en su casa echado faciendo del doliente
ferido»[467]. Como le preguntasen por los cristianos, repitió que
Caonabó y Mayrení los habían muerto, y que él por defenderlos sufrió
una herida en un muslo. Mostró deseo de ver al Almirante. En efecto,
Colón se dirigió a la casa de Guacanagari, a quien encontró tendido en
una hamaca y mostrando mucho sentimiento con lágrimas en los ojos por
la muerte de los cristianos. Dijo que unos murieron de dolencia, otros
que habían ido a tierras de Caonabó en busca de una mina de oro y allí
fueron muertos, y algunos sufrieron la muerte en su misma fortaleza.
Queriendo atraerse la voluntad del insigne genovés, Guacanagari le hizo
algunos regalos de oro y pedrería. «Estábamos presentes yo--escribe el
Dr. Chanca--y un zurugiano de armada; entonces dijo el Almirante al
dicho Guacamari[468] que nosotros éramos sabios de las enfermedades
de los hombres que nos quisiese mostrar la herida: él respondió que
le placía, para lo cual yo dije que sería necesario, si pudiese, que
saliese fuera de casa, porque con la mucha gente estaba escura e no
se podía ver bien; lo cual él fizo luego, creo más de empacho que
de gana: arrimándose a él salió fuera. Después de asentado llegó el
zurugiano a él e comenzó de desligarle; entonces dijo al Almirante que
era ferida fecha con _ciba_[469], que quiere decir con piedra. Después
que fué desatada, llegamos a tentarle. Es cierto que no tenía más mal
en aquella que en la otra, aunque él hacía del raposo que le dolía
mucho.» Todos se convencieron que Guacanagari era cómplice. Aunque
otros indicios vinieron a confirmar lo mismo, se procuró disimular para
no romper tan pronto con los naturales de la isla. Muchos españoles
hubieran deseado fuerte e inmediato castigo, negándose a ello el
Almirante, quien no quiso malquistarse con un aliado todavía poderoso
en el país y del que había recibido en el primer viaje señaladas
pruebas de amistad[470]. También creemos--y la imparcialidad nos obliga
a decirlo--que los españoles del fuerte de Natividad, menospreciando
la autoridad de Diego de Arana, únicamente pensaron en satisfacer su
avaricia y sensualidad.

       [466] _Carta del Dr. Chanca._--Véase Roselly de Lorgues, Ob.
       cit., tom. III, pág. 150.

       [467] Ibidem.

       [468] Así lo escribe el Dr. Chanca.

       [469] Ibidem, págs. 217 y 218.

       [470] El P. Boil aconsejaba que se prendiese a Guacanagari.

Oviedo emite, con respecto a los marinos, una opinión, tal vez algo
exagerada é injusta. Dice así: «Pero en realidad de verdad, sin
perjuicio de algunos marineros que son hombres de bien, atentos y
virtuosos, soy de opinión de que en la mayoría de los que ejercen el
arte de marinos, hay una gran falta de juicio para las cosas de tierra;
porque además de que la mayor parte de ellos son de baja condición y
mal instruídos, son también ambiciosos y dados a otros vicios, como a
la golosina, lujuria, robo, etc., que no se podría tolerar»[471]. Lo
cierto es que no siguieron los consejos de Colón, y que abusaron de los
indios, atrayéndose por ello la cólera de Caonabó, Mayrení y del mismo
Guacanagari.

       [471] _Historia general y natural de las Indias_, lib. II,
       cap. XII.

Siguió después el Almirante explorando toda la costa, no sin luchar
con vientos contrarios y grandes borrascas, hasta que llegó, al cabo
de tres meses, a un sitio, a 10 leguas al Este de Monte Cristi, donde
determinó fundar en aquella isla una ciudad que fuese como capital de
la colonia. Levantáronse casas de piedra, madera y otros materiales, se
erigió un templo y se hicieron almacenes, quedando, al fin, edificada
la primera población cristiana del Nuevo Mundo. El Almirante le dió el
nombre de _Isabela_, en honra de la Reina Católica.

De los naturales del país dice lo siguiente el Dr. Chanca: «Si
pudiésemos hablar y entendernos con esta gente, me parece que sería
fácil convertirlos, porque todo lo imitan, en hincar las rodillas ante
los altares, é al Ave María, é a las otras devociones é santiguar;
todos dicen que quieren ser cristianos, puesto que verdaderamente
son idólatras, porque en sus casas hay figuras (ídolos) de muchas
maneras...»[472].

       [472] Ibidem, pág. 154.

En aquella tierra hay árboles que producen lana y harto fina; otros
llevan cera en color, en sabor e en arder tan buena como la de abejas,
y varios que fluyen trementina. Encuéntranse árboles cuyo fruto es la
nuez moscada. También se halla la raíz de gengibre, la planta de áloe,
el árbol de la canela y otros árboles y plantas. Fabrican el pan con
raíces de una hierba. La noticia más grata que recibieron los españoles
fué de que a 25 o 30 leguas de la costa, en unas comarcas conocidas,
la una con el nombre de Cibao y la otra con el de Nití, había mucho
oro en ríos y arroyos, creyéndose que cavando se hallaría en mayores
pedazos. A Cibao se encaminó Alonso de Ojeda con 15 compañeros por
el mes de enero de 1494, habiendo sido recibido en todas partes muy
bien, y regresando a los pocos días con arenas auríferas de los
arroyos del interior de la isla. Conocedor el Almirante de nuevas tan
satisfactorias, con numerosa fuerza de españoles se encaminó al país
del oro, esto es, a Cibao, dando pronto la vuelta, convencido de haber
descubierto el famoso país de Ofir de Salomón. Hasta el nombre del Rey
de aquel país era de buen agüero, pues se llamaba Caonabó, es decir,
_señor de la Casa de Oro_. Antes de dar la vuelta, quiso levantar una
fortaleza que protegiera las comunicaciones entre las montañas de Cibao
y el puerto de Isabel. Escogió para ello un sitio ventajoso e improvisó
allí un fuerte, que denominó de _Santo Tomás_, en el cual dejó 56
hombres y algunos caballos, al mando de Pedro Margarit, caballero de
Santiago. El doctor Chanca confirma la gran cantidad de oro encontrada
con las siguientes palabras: «Ansí que de cierto los Reyes nuestros
señores desde agora se pueden tener por los más prósperos é más ricos
Príncipes del mundo, porque tal cosa hasta agora no se ha visto ni
leído de ninguno en el mundo, porque verdaderamente a otro camino que
los navíos vuelvan, pueden llevar tanta cantidad de oro que se puedan
maravillar cualesquiera que lo supiesen. Aquí me parece será bien cesar
el cuento: creo los que no me conocen que oyesen estas cosas, me ternán
por prolijo é por hombre que ha alargado algo; pero Dios es testigo que
yo no he traspasado una jota los términos de la verdad»[473].

       [473] Ob. cit., pág. 155.

Todavía se hallaba Colón descansando de su viaje cuando recibió un
enviado de Margarit anunciándole que Caonabó, señor de la Casa de Oro,
se disponía a tomar el fuerte de Santo Tomás. El Almirante envió un
refuerzo de 70 hombres con sus correspondientes víveres. En seguida se
ocupó en activar la terminación de Isabel.

De la mente de Colón no se separaba la idea de ir a China. Dejó en la
Isabela de Gobernador a su hermano Diego, y él con los buques _Niña_,
_San Juan_ y _Cardera_, zarpó el 24 de abril, llegando a la isla de
la Tortuga, luego al cabo de San Nicolás, en seguida a Cuba, poco
después a Jamaica y, por último, a Puerto Nuevo, dando la vuelta a
Cuba, siempre pensando que la última isla formaba parte del continente
asiático. En la isla de Pinos, que llamó _Evangelista_, ordenó (12
junio 1494) al escribano Fernán Pérez de Luna, que redactase un acta;
en ella se declaraba que la tierra que tenían delante era el continente
asiático, esto es, Manci o la China Meridional.

Firmado el documento, Colón se hizo a la vela con rumbo al Oriente,
teniendo el disgusto de que la _Niña_ varase en la playa (6 de julio)
y si se consiguió ponerla a flote, tuvo que entrar en la ensenada
inmediata al cabo de Santa Cruz para recomponerla. El 8 de julio dobló
la expedición el citado cabo y el 20 pasó a la Jamaica, llegando el
19 de agosto al cabo Morante. Presentóse el 20 a la vista del cabo
Tiburón (Haití), llamado por Colón cabo de San Miguel. Después de
recorrer algunos días los mares, no sin luchar con las olas y las
tormentas, el 29 de septiembre dió fondo a la colonia Isabela. En esta
expedición quedaron descubiertas las cuatro grandes Antillas.

La fortuna iba a comenzar volviendo la espalda a Cristóbal Colón. La
codicia y la tiranía de algunos españoles, en particular de Pedro de
Margarit y del P. Boil, produjo insurrección general de los rudos e
infelices indios. Dice Herrera que Margarit, al frente de 400 hombres,
se retiró a la Vega Real, diez leguas de la Isabela, donde aquella
gente, alojada en varias poblaciones, sin regla, ni disciplina, cometía
toda clase de excesos y violencias. Dicho capitán Margarit, después
de conducta tan insensata, temiendo ser castigado por el Almirante,
decidió, en compañía del Padre Boil y de otros de su bando, volver a
Castilla.

Las relaciones entre el fraile y Colón no fueron tan cordiales como era
de esperar, dado el carácter de ambos personajes. Parece cosa probada
que el Almirante hubo de extralimitarse en lo referente a severos
castigos impuestos a los españoles, y que el vicario apostólico--como
escribía el cronista Fernández de Oviedo--_ybale a la mano_, queriendo
contenerle. Hasta tal punto llegaron las cosas, que el Padre Buil llegó
a poner entredicho e hizo cesar el oficio divino, vengándose entonces
el Almirante con negar a los frailes los mantenimientos. Comprendiendo
el P. Buil que no podía luchar con enemigo tan poderoso, acordó marchar
a España--según puede verse en su correspondencia con los Reyes
Católicos--; pero, alegando su falta de salud y no el verdadero motivo.
En efecto, regresó a España, donde vió recompensados sus servicios por
Doña Isabel y D. Fernando.

¿Quién era el causante de aquel estado de cosas? Si Colón no era buen
gobernante, Margarit había olvidado sus deberes de militar y el P.
Buil no hizo caso de la obediencia que a sus hijos dictara el fundador
de la orden benedictina. Margarit y el P. Buil se pusieron al frente
de la facción enemiga de los Colones. En su afán de ensalzar a Colón
llega a decir el conde Roselly de Lorgues que D. Fernando propuso al
Papa el nombramiento del benedictino P. Bernardo Buil; pero «el jefe
de la Iglesia, sabiendo la adhesión de Cristóbal Colón a la Orden
Seráfica, la participación de los franciscanos en el descubrimiento,
reservaba esta honra a la humildad de un discípulo de San Francisco;
y nombró espontáneamente por Breve del 7 de julio de 1493, como
vicario apostólico de las Indias al padre _Bernardo Boyli_, provincial
de los franciscanos en España»[474]. Creyó el Rey--según afirma
nuestro apasionado historiador--que el Papa se había equivocado en
la designación de la persona, a causa de la semejanza del nombre, y
fundándose en ello, pudo D. Fernando el _Católico_, teniendo en cuenta
la premura del negocio, sustituir al nombrado por el Papa, con el
benedictino P. Buil.

       [474] _Cristóbal Colón_, tom. I, pág. 365.

En tanto que el P. Fray Bernardo Boil y el capitán D. Pedro Margarit se
presentaban en la corte e informaban que en las Indias no había oro,
añadiendo que todo cuanto decía el Almirante era burla y embeleco, allá
en la Española los soldados, cuando se vieron sin el citado capitán, se
esparcieron por la tierra, viviendo como gente sin cabeza[475]. Logró
el Almirante, no sin grandes trabajos, restablecer la tranquilidad,
castigando severamente a los causantes de la insurrección, enviando
algunos a España y mandando fusilar a otros. En seguida sujetó a
los insulares, ya enemigos mortales de todo lo que era español. Por
último, quiso--y esto le perjudicó grandemente--que todos los colonos
trabajasen, incluso los hidalgos. Desde entonces, lo mismo los que
quedaban en la Española, que los que habían venido castigados a España,
le pintaban como hombre cruel y tirano; decían que sólo miraba a su
provecho, no al de su nación. No se percataban de decir en todos los
tonos y en todas partes que la codicia de Colón no tenía límites.
Tantas cosas dijeron en contra suya, quizá con algún fundamento,
aunque siempre con exageración manifiesta, que los Reyes Católicos
hubieron de mandar con el carácter de comisario regio a Juan de Aguado.
«Margarit--escribe Muñoz en su _Historia del Nuevo Mundo_--había
sembrado entre los nuestros la peste de la discordia, y entre los
indios odio mortal a todo lo que era español, manteniendo su gente
constantemente en la Vega Real, la comarca más cultivada y más rica del
país donde la soldadesca se entregó a todos los vicios y se permitió
todos los abusos, hasta que despertó a los naturales de su letargo e
hizo que los caciques más poderosos y más notables se unieran en una
alianza para arrojar a los extranjeros de la isla. El alma de esta
conspiración fué Caonabó»[476].

       [475] Herrera, _Historia de los viajes y conquistas de los
       castellanos en las Indias occidentales_, década 1.ª, lib. II,
       cap. XVI.

       [476] Véase Dr. Shopus Ruge, Ob. cit., pág 110.

A castigar al cacique Caonabó se dispuso el valiente y arrojado Alonso
de Ojeda. A la cabeza Ojeda de algunos hombres decididos, fué en
busca del cacique, a quien hizo creer que era distinción especial de
príncipes, llevar esposas relucientes adornadas de campanillas, de
campanillas que tanto gustaban a los indios. En semejante estado le
hizo montar en su caballo y, metiendo espuelas al brioso corcel, a todo
escape y seguido de los suyos, se dirigió, en tanto que los indios
atónitos no comprendían el suceso, a la costa, entregando a Caonabó
al gobernador del castillo de la Isabela. Continuó el cacique en la
fortaleza, de la cual salió para acompañar a Colón a España.

El comisario regio Juan de Aguado llegó al Nuevo Mundo. Comenzó
intimando a los jefes de servicio para que se le presentasen y le
dieran cuentas, reprendió a otros y dispuso encarcelar a muchos. Trató
con altanería a Bartolomé Colón y apenas hizo caso del Almirante.
Luego «se propasó a palabras descomedidas hasta amenazarle con el
castigo de la corte»[477]. Por el contrario, Colón se mostró cada
vez más respetuoso con el comisario regio. Cuando Aguado entregó su
credencial, recibióla el Almirante, hizo repetir su lectura y dijo
que estaba dispuesto a cumplir lo que se le mandase de parte de
sus soberanos. Intentó Aguado provocar la ira del descubridor del
Nuevo Mundo; mas Colón «sufrió su insolencia (de Aguado) con grande
modestia»[478]. El comisario regio estaba decidido a perder no sólo
a Colón, sino a todos los partidarios del Almirante. Comprendiéndolo
así, y no queriendo someterse a un proceso, salió Colón de Haití con
dos buques, 225 españoles y 32 indios el día 10 de marzo de 1496. Entre
los últimos se hallaba Caonabó, que murió en el camino, un hermano,
un hijo y un sobrino del mismo cacique[479]. El viaje fué muy penoso,
llegando a Cádiz el 11 de junio. También había salido de la Española
Aguado y se había encaminado a España llevando el proceso para perder
a Colón. Malos vientos corrían en la Corte contra el genovés. Además
de las informaciones de Aguado, la Reina había escuchado varias veces
las quejas del Padre Boil, de Pedro Margarit y de otros servidores de
la Real Casa, en quienes tenía ella gran confianza. Sin embargo, las
graves acusaciones formuladas por aquéllos fueron olvidadas cuando
Colón se presentó en Burgos a Don Fernando y a Doña Isabel. Expuso
con exactitud la situación de la colonia y dijo que había dejado de
gobernador de la Isla Española, con el título de _Adelantado_, a su
hermano Bartolomé. Diéronle a entender los reyes que hubiera convenido
proceder con menos severidad[480]. Lo mismo Isabel que Fernando se
mostraron contentos y satisfechos al recibir los presentes que trajo
el Almirante y que consistían en oro, papagayos y otras cosas. Le
ofrecieron una vez más su apoyo y protección. Colmáronle públicamente
de honores, puesto que le confirmaron los privilegios concedidos en la
capitulación de la vega de Granada[481]; le dieron licencia para que,
bajo ciertas y determinadas condiciones, hiciese el repartimiento
de las tierras de Indias[482]; nombraron a su hermano Bartolomé
_Adelantado_ de Indias[483] y a sus hijos Diego y Fernando pajes
de la Reina[484]; también le dieron facultad para fundar uno o más
mayorazgos[485].

       [477] Muñoz, _Hist. del Nuevo Mundo_, lib. V, párrafo 35.

       [478] Herrera, _Década 1.ª_, lib. II, cap. XVIII.

       [479] Muñoz, Ob. cit., lib. V, párrafo 38. El hermano de
       Caonabó falleció también pocos días después.

       [480] Véase Herrera, _Década 1.ª_, lib. III, capítulo I.

       [481] Real cédula dada en Burgos el 23 de abril de 1497.

       [482] Carta patente, dada en Medina del Campo, el 22 de julio
       de 1497.

       [483] Con la misma fecha.

       [484] Albalaes de 18 y 19 de febrero de 1497, en Alcalá de
       Henares.

       [485] En Alcalá a 23 de abril de 1497.

Al mismo tiempo Fernando e Isabel disponían tercera expedición, siendo
de advertir que así como antes se disputaban muchos el afán de ir al
Nuevo Mundo, ahora apenas se encontraba quien quisiera acompañar a
Colón en el tercer viaje proyectado. Tampoco los reyes prestaban la
atención necesaria, ya porque estaban en guerra con Francia, a la que
deseaban arrebatar el reino de Nápoles, ya también porque estaban
ocupados en asuntos de familia, pues trataban de casar a sus hijos, el
infante Don Juan y la infanta Doña Juana, con los hijos del emperador
Maximiliano, la princesa Margarita de Austria y el archiduque Felipe.
Retardóse después la expedición por la muerte imprevista del infante
Don Juan, acaecida el 4 de octubre de 1497.

En la ciudad de Burgos contrajo Cristóbal Colón relaciones amistosas
con un hombre muy estimado por los reyes y que el gran Cardenal
de España le honraba llamándole amigo. Era éste Jaime Ferrer de
Blanes[486], a quien comunmente se le designaba con el nombre de
_Mosén_. Tenía en Burgos un comercio de joyería y sucursales en otros
puntos. Sus relaciones con hombres ilustres de otros países, su manera
fina de tratar las personas y los negocios, su honradez y su modestia
le granjeaban simpatías en todas partes. Podía recomendársele también
como políglota, matemático, astrónomo, cosmógrafo, metalurgista,
erudito, filósofo y poeta. Era grande la cultura que había adquirido
en sus contínuos viajes, y le servía de lustre su parentesco con su
homónimo Jaime Ferrer, el antiguo cosmógrafo. Sus negocios mercantiles
le llevaron a Génova y Venecia (Italia), a El Cairo (Egipto), a
Palestina, Damasco y Alepo (Siria) y a otras poblaciones asiáticas.

       [486] Blanes, pueblo de la provincia de Gerona.

El simpático lapidario, además de buscar las esmeraldas, topacios,
zafiros y otras piedras preciosas del Oriente, estudiaba las obras del
autor de la Divina Comedia, y publicaba el libro intitulado _Sentencias
católicas del divino poeta Dante_. Habiendo frecuentado el trato con
los indios, persas, musulmanes, cismáticos, griegos, etc., conocía
sus doctrinas religiosas, las cuales consideraba muy inferiores a las
católicas.

Como sabía cuán atrasadas estaban las ciencias geográficas y náuticas,
llamaba al descubrimiento de Colón «más bien divina que humana
peregrinación.»

No estando terminada la cuestión, al cabo de más de un año, y a pesar
del Tratado de Tordesillas, entre Portugal y España, Jaime Ferrer,
que estaba al corriente de todo--pues así se lo había ordenado el
gran Cardenal de España--escribió a la Reina (27 enero 1495) dándole
su opinión acerca de los medios geográficos que había para allanar la
disputa. Isabel contestó al lapidario (28 de febrero del citado año)
dándole gracias por su carta y le invitaba a que fuera a la corte en
el mes de mayo siguiente[487]. En la carta que el lapidario burgalés
escribió a la Reina, le decía que la Divina Providencia había escogido
a Colón como su mandatario para esta empresa (Descubrimiento del Nuevo
Mundo). Cuando Ferrer se presentó en la corte fué objeto de muchas
consideraciones y agasajos. A su vuelta a Burgos escribió (5 agosto
1495) respetuosa carta al descubridor de las Indias. En ella le decía,
entre otras cosas, lo que sigue: «La divina e infalible Providencia
mandó al gran Tomás, de Occidente a Oriente, para manifestar en India
nuestra sancta y católica ley; y a vos, Señor, mandó por opuesta parte,
de Oriente a Poniente, a fin de que por la Divina Voluntad llegárais
hasta el Oriente, etc.»[488]. Y más adelante añade: «Después de esas
proezas gloriosas, cuando repase en su imaginación los resultados de
vuestro glorioso ministerio, debe arrodillarse como el profeta y cantar
en alta voz, al son de su arpa: _Non nobis, Domine, non nobis, sed
nomini tuo da gloriam_»[489].

       [487] _Colección diplomática_, docum. núm. LXVIII. También
       Conde Roselly de Lorgues, ob. cit., tomo I, pág. 403.

       [488] _Colección diplomática._--Documentos.--Apéndice al
       número LXIII.--También Conde Roselly de Lorgues, ob. cit.,
       tomo I, pág. 404.

       [489] _Colección diplomática._--Documentos.--Apéndice al
       número LXIII.--También Conde Roselly de Lorgues, ob. cit.,
       tomo I, pág. 405.



CAPÍTULO XXII

  TERCER VIAJE DE COLÓN.--RELACIÓN DE ESTE VIAJE HECHA POR EL
  MISMO ALMIRANTE.--¿SUPO COLÓN QUE HABÍA HALLADO UN NUEVO
  CONTINENTE?--COLÓN EN HAITÍ: ANARQUÍA EN LA COLONIA: LOS
  REPARTIMIENTOS.--ENEMIGA AL ALMIRANTE EN LA ESPAÑOLA Y EN LA
  CORTE.--EL COMISARIO REGIO BOBADILLA EN SANTO DOMINGO.--PROCESO
  CONTRA COLÓN.--CARÁCTER Y CUALIDADES DEL ALMIRANTE.--COLÓN ES PRESO
  Y CARGADO DE CADENAS.--INGRATITUD GENERAL CON COLÓN.--PRESÉNTASE A
  LOS REYES EN GRANADA.--NICOLÁS DE OVANDO, GOBERNADOR DE LA ESPAÑOLA.


Aunque tantos y tan graves asuntos traían de contínuo ocupados a los
Reyes Católicos, no por eso apartaban su vista de los descubrimientos
geográficos. Si el florentino Juanoto Berardi fué el encargado de
realizar los preparativos del segundo viaje de Colón, a la muerte de
aquél en diciembre de 1495, nombraron a Américo Vespucio, quien dispuso
todas las cosas necesarias para la tercera expedición[490].

       [490] Ya se dijo en el capítulo XIX que Américo Vespucio debía
       ser empleado, y ahora añadimos que tal vez socio de la casa
       comercial de Berardi. Después, en capítulos sucesivos nos
       ocuparemos también de este famoso personaje.

Las ideas contenidas en la famosa carta de Mosén Jaime Ferrer a Colón--y
de la cual tratamos al terminar el capítulo anterior--contribuyeron
a las conclusiones cosmográficas que se hallan en la relación del tercer
viaje, escrita por el mismo Colón y que afortunadamente se ha
conservado. Dice que en nombre de la Santísima Trinidad salió del puerto
de Sanlúcar (30 mayo de 1498)[491], dirigiéndose por camino no
acostumbrado a la isla de la Madera, huyendo de los corsarios franceses.
Dispuso que tres buques marchasen directamente a la isla Española con el
objeto de entregar a la colonia las vituallas y utensilios que él
llevaba. Colón, con los otros tres buques, pasó a las islas de Cabo
Verde[492], marchando en seguida hacia el Sudoeste 480 millas, que son
120 leguas. «Allí--dice--me desamparó el viento y entré en tanto ardor y
tan grande que creí que se me quemasen los navíos y gente»[493]. Al cabo
de ocho días siguió al Poniente y navegó diez y siete, viendo tierra el
31 de julio. El primero que la vió fué Alonso Pérez, marinero de Huelva
y criado del Almirante. Aquella tierra era una isla cuya costa formaba
tres montañas. Después de decir la _Salve Regina_ y de dar muchas
gracias al Señor, el Almirante la llamó isla de la _Trinidad_[494] y al
promontorio primero le dió el nombre de cabo de la _Galea_ (hoy Cabo
Galeota). La citada isla, la más meridional de las pequeñas Antillas,
estaba situada cerca del continente americano del Sur, cuya costa
llana se distinguía perfectamente y que Colón llamó de Gracia. Desde
los buques se veían en la isla casas rodeadas de huertas y en el mar
aparecieron canoas, cuyos tripulantes no se aproximaban a nuestros
buques. Iban armados de arcos, flechas y escudos de madera. Notóse--con
gran sorpresa de los españoles--que aquellos indios tenían la tez más
clara que la de los otros vistos hasta entonces, despertando también
alguna curiosidad que llevasen el cabello cortado por la parte que caía
sobre la frente, según la moda española a la sazón. El traje consistía
en un faldellín de algodón de color. Navegando en dirección Oeste a lo
largo de la costa meridional de la isla, llegó Colón el 1.º de agosto
al extremo Occidental (Punta del Arenal), distante dos leguas de la
playa del delta que forman los brazos del río Orinoco. Estréchase
allí el Océano entre la isla y la tierra firme, siendo de notar que
las masas de agua dulce que los dos brazos del Orinoco vierten al mar
empujan la corriente ecuatorial hacia el golfo de Paria. Navegando en
dirección Norte--según el descubridor del Nuevo Mundo--se encuentran
muchas cascadas, una tras otra en el canal o estrecho, que producen
estruendo espantoso, proviniendo, a su parecer, de rocas y arrecifes
que cierran la entrada; y detrás de ellas se veían muchos remolinos que
hacían un estruendo como el de las olas cuando se estrellan contra las
rocas[495]. Por fin pudo salir del estrecho, dirigiéndose al través
del golfo hacia su extremo Norte, formado por la península montuosa de
Paria. Tomó rumbo al Oeste, desembarcando en Paria, cuyos habitantes
eran sociales y hasta corteses. Allí los españoles conocieron el maíz,
que Colón llevó más adelante a España para cultivarlo. Colón, siempre
en la misma idea, creía que Paria era una isla y que él podría salir al
Norte. El 13 de agosto logró pasar peligroso remolino o logró salir por
la boca del Norte llamada _Grande_, hallando que el agua dulce vencía
a la salada. Más adelante dice Colón que el mundo no era redondo como
muchos escriben, sino de forma de una pera, salvo donde tiene el pezón,
«o como una teta de mujer puesta en una pelota redonda, así que desta
media parte non hobo noticia Tolomeo ni los otros que escribieron del
mundo por ser muy ignoto; solamente hicieron raíz sobre el hemisferio,
adonde ellos estaban ques redondo esférico»[496]. Ocúpase luego el
Almirante del Paraíso terrenal, del cual sale una fuente de la que
resultan cuatro ríos principales. Nadie sabe--dice--el sitio de dicho
Paraíso; unos le colocan en las fuentes del Nilo (Etiopía) y otros en
las islas Fortunatas o Canarias. San Isidoro, Beda, Strabón, el maestro
de la Historia escolástica, San Ambrosio, Scoto y todos los sanos
teólogos sostienen que el Paraíso terrenal se encuentra en el Oriente.
Después de otras teorías donde se manifiesta la ignorancia de Colón, lo
mismo en matemáticas que en astronomía, pues llega a decir que en el
pezón de la teta o protuberancia de la pera se encontraba situado el
Paraíso, adonde no puede llegar nadie, salvo por voluntad divina, añade
lo que sigue:

       [491] Componíase la flota de seis naves con escasa tripulación.

       [492] El 27 de junio.

       [493] Véase Roselly de Lorgues, _Historia de la vida y viajes
       de Colón_, tom. III, págs. 170 y 171.

       [494] Según el voto que había hecho al salir del puerto de
       Sanlúcar.

       [495] Véase Roselly de Lorgues, Ob. cit., tom. III, pág. 173.

       [496] Roselly de Lorgues, Ob. cit., tom. III, pág. 178.


[Ilustración: Américo Vespucio (Montanus).]


«Grandes indicios son estos del Paraíso terrenal, porquel sitio es
conforme a la opinión destos santos é sanos teólogos[497], y asimismo
las señales son muy conformes, que yo jamás leí ni oí que tanta
cantidad de agua dulce fuese así adentro é vecina con la salada; y en
ello ayuda asimismo la suavísima temperancia, y si de allí del paraíso
no sale, parece aun mayor maravilla, porque no creo que se sepa en
el mundo de río tan grande y profundo»[498]. Refiere en seguida el
Almirante que cuando salió de la Boca del Dragón era tan fuerte la
corriente del mar en dirección Oeste, que pudo andar en un día 65
leguas, a pesar de la flojedad del viento, porque apenas se sentía
una ligera brisa; lo cual le hizo suponer que hacia el Sur el mar se
elevaba progresivamente y hacia el Norte bajaba. Estaba seguro de que
el agua del mar se movía con el firmamento de Oriente a Occidente, y
que a consecuencia de su movimiento más rápido en esta región, ha
separado tantas islas de la tierra firme. Estas islas (las pequeñas
Antillas) lo prueban también además con su forma, por ser anchas las
que se dirigen de Noroeste a Sudeste, estrechas y más pequeñas las
que se dirigen de Norte a Sur o de Nordeste a Sudoeste. Verdad es que
el agua no tiene en todos los puntos la misma dirección; mas solo
toma otra en aquellos donde la tierra le impide el paso y le obliga a
desviarse[499]. Después de algunos conceptos de Geografía física, añade
más adelante lo siguiente: «Si no procede del Paraíso terrenal el río
(antes mencionado) procederá de tierra infinita»[500]. Tan juiciosa
reflexión persuadió seguramente al Almirante que aquella era la tierra
firme, como dice con mucho acierto el ilustre Navarrete.

       [497] El sitio es el golfo de Paria: los santos y sanos
       teólogos los citados San Isidoro, etc.

       [498] Ibidem, pág. 180.

       [499] Véase Roselly de Lorgues, Ob. cit., tomo III, págs. 180
       y 181.

       [500] Ibidem, pág. 182.

Es de importancia suma trasladar aquí las siguientes palabras de
Fray Bartolomé de las Casas: «Si a pesar de todo fuera (esta tierra
dilatada) un continente, será el asombro de todos los doctos.» Además,
el autor de la _Vida del Almirante_, añade que Colón, después de
haber descubierto muchas islas, estuvo convencido de haber hallado en
la tierra de Paria el continente, por haber encontrado allí un río
poderosísimo (Orinoco) que confirmó lo que decían los naturales de las
pequeñas Antillas, acerca de una vasta tierra al Sur.

Dado caso que sean ciertas las anteriores opiniones, no se explica
el alejamiento del Almirante de las costas que acababa de reconocer,
sospechando que fueran de un gran continente, para dirigirse a Haití
al segundo día de haber pasado felizmente la Boca del Dragón. Era tan
ciega la fe de Colón en los autores que consultaba--autores que nada
sabían ni decían del Nuevo Continente--que dejó dicho continente a
pesar de que lo estaba tocando. Una choza abandonada, lejana humareda
que se elevaba por encima de los árboles de un bosque y algunas huellas
en la arena de la playa fué todo lo que vió del nuevo continente. Era
lo bastante para que pudiese dar su nombre a las Indias[501].

       [501] Véase Lamartine, Ob. cit., pág. 140.

Zarpó del Golfo de Paria y volvió a Santo Domingo, no por la ingratitud
de sus compatriotas, no por la enfermedad que padecía a la sazón de la
vista, sino principalmente por su deseo de llegar a la insurreccionada
colonia, que no había visto en veintinueve meses.

Durante dicho lapso de tiempo, la colonia había sido gobernada por
su hermano Bartolomé, como Adelantado o lugarteniente, quien hizo
levantar fortalezas o castillos en varios puntos de la isla, obligó a
los caciques indios a reconocer la soberanía de España y a que pagasen
un tributo en oro o en géneros de fácil salida. Al mismo tiempo el
religioso franciscano Juan Borgoñón y el fraile Jerónimo Ramón Pané, no
descansaban un momento en la obra de convertir al cristianismo a los
indígenas, logrando felices resultados. Sin embargo, reinaba el más
completo desorden y anarquía en toda la colonia. Los españoles no sólo
se hallaban en guerra con los naturales, sino entre sí mismos, haciendo
especialmente objeto de su odio al adelantado Bartolomé, hermano del
Almirante y _la fuerza de la familia_, según la feliz expresión de
Lamartine. Algún motivo había para ello, porque Bartolomé, además de
valiente, era áspero de condición, lo cual fué causa de que algunos
le aborreciesen. Del mismo modo los caciques indígenas se aprestaron
a sacudir el yugo del Adelantado, y seguramente hubieran conseguido
poner en peligro a la colonia, si en los comienzos del año 1498 no
hubiesen llegado de España alguna tropa y provisiones de boca, pudiendo
Bartolomé con dicho auxilio reducir a la obediencia a los indígenas sus
enemigos. Francisco Roldán, Magistrado superior de la colonia, cobró,
por el contrario, más bríos, pues tuvo la fortuna de recibir la ayuda
que le prestaron tres buques enviados por el Almirante a Haití desde
las Canarias, los cuales echaron anclas en aquella parte de la isla. En
una de las ausencias de Bartolomé de la ciudad de la Isabela, estalló
la revolución. A duras penas pudo Diego Colón, hermano de Bartolomé
y Comandante de la plaza, contener a los revoltosos. Cuando llegó el
Adelantado, al frente Roldán de sus parciales, salió de la Isabela y se
retiró a la comarca de Xaragua, no sin declarar guerra a muerte a los
genoveses, como acostumbraban a llamar a los Colones.

Un mes después llegó Cristóbal Colón con otros tres buques a la ciudad
de Santo Domingo, fundada por Bartolomé Colón junto a la desembocadura
del río Ozama. Sin darse punto de reposo intentó el glorioso
descubridor del Nuevo Mundo sosegar las discordias haciendo importantes
concesiones a Roldán y a sus partidarios, siendo la principal de
todas ellas distribuirles terrenos en cuyo cultivo pudiesen emplear
determinado número de indígenas; recurso funesto, que le quitó
bastante autoridad y fué luego el origen del famoso sistema de los
_repartimientos_[502].

       [502] Véase Herrera, _Década_ 1.ª, lib. III, caps. XII-XVI.

Tantas fueron las acusaciones que en España se hicieron contra el
Almirante, que los Reyes Católicos nombraron a Francisco de Bobadilla,
natural de Medina del Campo, comendador de la Orden de Calatrava,
para que fuera a la Española, se informase de todo, y si el Almirante
era culpable, le mandase a Castilla, quedándose él en el gobierno.
Bobadilla era muy apreciado por Fonseca y gozaba de mucho prestigio
en la corte. Bobadilla llegó a Santo Domingo a fines de agosto de
1500, en ocasión que el Almirante y sus hermanos estaban fuera de la
capital combatiendo una rebelión de indios. Con poco respeto, y aun
sin consideración alguna, el Comendador se fué a vivir al palacio de
Cristóbal Colón, sirviéndose de todas las cosas que había como si
fueran suyas. El 7 de septiembre, con Fray Juan de Trasierra y el
tesorero Juan Velázquez, le mandó una carta de los reyes, que al pie de
la letra decía así:

  «Don Cristóbal Colón, nuestro Almirante del mar Océano, hemos
  mandado al Comendador Francisco de Bobadilla, portador de ésta,
  que os diga algunas cosas de nuestra parte; por lo cual os rogamos
  le déis fe y crédito y obedezcáis.--Dado en Madrid a 21 de Mayo de
  1499.--_Yo el Rey._--_Yo la Reina._--Por mandato de sus Altezas,
  _Miguel Pérez de Almazán_.

Tres capítulos escribe D. Fernando Colón en su obra _Historia del
Almirante_ para referir lo sucedido entre su padre y el comendador
Bobadilla. Intitúlase del siguiente modo el primero: _Cómo por
informaciones falsas y fingidas quejas de algunos, enviaron los Reyes
Católicos un juez a las Indias para saber lo que pasaba_.

En tanto que las referidas turbaciones sucedían, como se ha dicho,
muchos de los rebelados, con cartas desde la Española, y otros que
se habían vuelto a Castilla, no dejaban de presentar informaciones
falsas a los Reyes Católicos y a los del Consejo contra el Almirante
y sus hermanos, diciendo que eran muy crueles, incapaces para aquel
gobierno, así por ser extranjeros y ultramontanos, como porque en
ningún tiempo se habían visto en estado de gobernar gente honrada;
afirmando que si sus Altezas no ponían remedio sucedería la última
destrucción de aquellos países, los cuales, cuando no fuesen destruídos
por su perversa administración, el mismo Almirante se rebelaría y
haría liga con algún príncipe que le ayudase, pretendiendo que todo
fuese suyo, por haber sido descubierto por su industria y trabajo, y
para salir con este intento escondía las riquezas y no permitía que
los indios sirviesen a los cristianos, ni se convirtiesen a la fe,
porque acariciándoles esperaba tenerles de su parte para hacer todo
cuanto fuese contra el servicio de sus Altezas. Procedían éstos y otros
semejantes en estas calumnias con tan grande importunación a los Reyes,
diciendo mal del Almirante y lamentándose de que había muchos años que
no pagaba sueldos, que daban que decir a todos los que entonces estaban
en la corte. Era de tal manera, que estando yo en Granada cuando murió
el serenísimo príncipe D. Miguel, más de 50 de ellos, como hombres sin
vergüenza, compraron una gran cantidad de uvas y se metieron en el
patio de la Alhambra, dando grandes gritos, diciendo que sus Altezas
y el Almirante les hacían pasar la vida de aquella forma por la mala
paga, y otras muchas deshonestidades e indecencias que repetían. Tanta
era su desvergüenza, que cuando el Rey Católico salía, le rodeaban
todos y le cogían en medio, diciendo: _Paga, paga_, y si acaso yo y
mi hermano, que éramos pajes de la serenísima Reina, pasábamos por
donde estaban, levantaban el grito hasta los cielos, diciendo: _Mirad
a los hijos del Almirante de los mosquitillos, de aquél que ha hallado
tierra de vanidad y engaño, para sepultura y miseria de los hidalgos
castellanos_, añadiendo otras muchas injurias, por lo cual excusábamos
pasar por delante de ellos.»

Así se intitula el segundo capítulo, escrito por Fernando Colón acerca
de las relaciones entre su padre y Bobadilla: _Cómo el Almirante fué
preso y enviado a Castilla con grillos, juntamente con sus hermanos_.

Inmediatamente que Colón recibió la citada carta del 21 de mayo de
1499, vínose con ellos a Santo Domingo, donde Bobadilla (1.º de octubre
de 1500) le hizo poner preso en un navío con su hermano Don Diego,
poniéndoles grillos y vigilados por buena guardia. Decidióse Bobadilla
a formar proceso a Colón y a sus hermanos. Entre otras cosas, acusaron
al Almirante de haber dado malos y crueles tratamientos a infelices
trabajadores: a unos no les pagaba, condenándoles a morir de hambre,
y a otros, por causas pequeñas, les hacía ahorcar. Quería--según
dijeron--más bien esclavos que cristianos, y llegó a pensar alzarse con
las Indias con el favor de algún otro rey cristiano, añadiendo, por
último, que había ordenado reunir muchos indios armados para resistir
al Comendador y hacerle tornar a Castilla. Si hubo--como creemos
firmemente--exageración manifiesta en las citadas declaraciones, no
debemos pasar por alto las siguientes palabras del P. Las Casas,
quien vió el proceso y conoció a muchos testigos de los que en él
declararon. «Yo no dudo--dice--sino que el Almirante y sus hermanos
no usaron de la modestia y discreción, en el gobernar los españoles,
que debieran, y que muchos defectos tuvieron y rigores y escaseza en
repartir los bastimentos a la gente, según el menester y necesidad de
cada uno, por lo cual todos cobraron contra ellos, la gente española,
tanta enemistad.» Y el mismo Colón, durante su viaje de Santo Domingo
a Cádiz, escribió a Doña Juana de Torres (o de la Torre), ama del
príncipe Don Juan, lo que sigue: «porque mi fama es tal, que aunque
yo faga iglesias y hospitales, siempre serán dichas espeluncas para
ladrones.»

[Ilustración:

FOTOTIPIA LACOSTE.--MADRID

FR. BARTOLOMÉ DE LAS CASAS.]

Mucho afectó a Colón la orden de prisión, llegando a creer que iban a
matarle, pues--según se cuenta--cuando el hidalgo Alonso de Vallejo,
pariente de Fonseca, director del departamento de Indias, se le
presentó con un piquete de tropa para llevarle a bordo, pensando que
se disponían a conducirle al patíbulo, preguntó, con mucha tristeza,
al oficial: _Vallejo, ¿a dónde me llevais?_ _Al navío va Vuestra
Señoría_, respondió. No dando Colón crédito a la respuesta, hubo de
exclamar: _Vallejo, ¿decís la verdad?_ _Por vida de Vuestra Señoría_,
replicó Vallejo, _que es verdad que se va a embarcar_. Hubo entonces
de tranquilizarse y _casi de muerte a vida resucitó_[503]. Lo mismo
Alonso de Vallejo que Andrés Martín, capitán del buque, trataron con
todo respeto y consideración a Colón y a sus hermanos. Cuando el buque
que conducía a los Colones se alejó de las playas americanas, Vallejo y
Martín quisieron quitarle los grillos a los presos, a lo cual se negó
el ilustre navegante, añadiendo que los conservaría siempre como un
monumento de la recompensa dada a sus servicios. «Así lo hizo--escribe
su hijo Fernando--; yo los vi siempre colgados en su cuarto, y quiso
que fuesen enterrados con él.»

       [503] Herrera, _Década 1.ª_, libro IV, cap. X.

El tercer capítulo que escribió el hijo del descubridor del Nuevo
Mundo, lleva el siguiente título: _Cómo el Almirante fué a la Corte a
dar cuenta de sí a los Reyes_. Llegó a Cádiz el desgraciado prisionero,
excitando en toda España compasión e interés. Por importantes que
fueran sus detractores, la grandeza del descubrimiento hizo que en
Cádiz se levantara un grito de indignación hasta en los mismos enemigos
de los Colones. Los reyes escribieron al Almirante una carta deplorando
aquella ofensa, y le invitaban a trasladarse inmediatamente a la corte.

Acerca de la conducta de Bobadilla, el cronista Gonzalo Fernández
de Oviedo, después de referir la prisión de Colón y su salida de la
Isla Española, escribió lo que al tenor copiamos: «Y quedó en el
cargo y gobernacion desta isla este caballero (Bobadilla) e la tuvo
en mucha paz y justicia fasta el año de mill e quinientos e dos, que
fué removido y se le dió licencia para tornar a España... Los Reyes
Católicos removieron del cargo a Bobadilla e le dieron licencia que
se fuese a España, _teniéndose por muy servidos del_ en el tiempo
que acá estuvo, por que abia retamente e como buen caballero hecho
su oficio en todo lo que tocó a su cargo»[504]. De López de Gomara
son las siguientes palabras: «Bobadilla gobernó muy bien»[505]. En
efecto, Bobadilla gobernó la Española desde últimos de agosto de
1500 hasta mediados de abril de 1502. El P. Ricardo Cappa, de la
Compañía de Jesús, en su libro _Colón y los españoles_, juzga con más
apasionamiento que justicia a los Colones, y suyas son las siguientes
palabras. «No debe detener al escritor sincero y recto el clamoreo de
los que sin conocimiento de las leyes de otros siglos, no tienen más
norma para juzgar de lo ocurrido en ellos que la _sensiblería_ del
nuestro. Bobadilla, al aherrojar a los Colones que no habían obedecido
sus mandatos y que se habían puesto en armas contra él, no hizo más
que aplicarles la pena que ordenaba la legislación entonces vigente».
Más adelante, añade: «No fué un refinamiento de crueldad: fué la pena
correspondiente a todo reo de Estado».

       [504] _Historia general de las Indias_, lib. III, caps. VI y
       VII.

       [505] _Historia de las Indias_, Parte I.

Por nuestra parte habremos de decir que, aunque torpe en su gobierno
el Almirante--como escribe el P. Las Casas--jamás debió el comisario
regio Bobadilla disponer que se pusiesen grillos al ilustre genovés,
y asimismo a sus hermanos Bartolomé y Diego. Cuando un hombre llega a
la cima de la gloria, y su nombre ha de ser bendecido por todas las
generaciones, no es permitido a los contemporáneos conducirle ante el
severo tribunal de la justicia para absolverle o condenarle como a los
demás mortales. El pueblo español, sin pararse a estudiar con más o
menos detenimiento la conducta de los gobernantes de la Isla Española,
creyó, desde el primer momento, que en el fondo de todo aquello había
no poca ingratitud para con el Almirante y sus hermanos, como también
una inmensa censura para los que habían decretado la prisión. No podía
explicarse el pueblo que hoy cruzara preso aquellos mares el mismo
que poco antes los cruzó cual victorioso conquistador, y que viniera
cargado de hierros, como criminal, el que antes había sido aclamado
como un Mesías. Séanos permitido añadir una vez más que los Reyes
Católicos nunca mostraron afecto sincero al exigente y descontentadizo
Cristóbal Colón. Nada importa que Fernando e Isabel le recibiesen con
afabilidad en Granada el 17 de diciembre de 1500, y le devolvieran
muchos de sus honores y mercedes; pero no el título y mando de virrey
y gobernador de las Indias. Nada importa que el Rey y la Reina, desde
Valencia de las Torres (Badajoz), le dirigiesen una carta el 14 de
marzo de 1502, en la cual se leen las siguientes palabras: «Tened por
cierto que de vuestra prision nos pesó mucho, y bien lo visteis vos
y lo cognoscieron todos claramente, pues que luego que lo supimos lo
mandamos remediar, y sabeis el favor con que vos hemos tratado siempre,
y agora estamos mucho más en vos honrar y tratar muy bien». ¿Quisieron
Fernando e Isabel con el anterior documento reparar injusticias
pasadas? ¿Quisieron también desautorizar a Bobadilla? Tarde vinieron
la reparación y la desautorización; pero si los Reyes Católicos y su
gobierno fueron ingratos con Colón, no se olvide que Atenas dió de
beber la cicuta a Sócrates, que Francia dejó desamparada a Juana de
Arco, que Holanda persiguió a Descartes y lo arrojó de su seno, que
Portugal vió morir a Camoens en un hospital, que Inglaterra menospreció
a Shakespeare y maldijo a Byron, que Italia puso preso a Galileo, que
Florencia no se opuso a que Savonarola fuese llevado a la hoguera y que
Ginebra, la progresiva Ginebra, quemó a Servet: achaques propios de la
humanidad y de que ningún pueblo logra libertarse.

El 13 de febrero de 1502 salió Ovando de Sanlúcar, llevando 32 naves
con 2.500 hombres. Mandaba la flota Antonio Torres y en ella iban doce
frailes franciscanos con el prelado Fr. Alonso del Espinal. «Hasta
entonces--como escribe el Sr. Ruiz Martínez--no había salido para
las Indias escuadra más lucida y numerosa»[506]. Después de violento
temporal, que puso en grave peligro la escuadra, reunidos los navíos
en la isla Gomera, de allí salió Ovando con los más ligeros, llegando
a Santo Domingo el 15 de abril de 1502. Antonio Torres, con la otra
mitad de la flota, llegó unos quince días después. Fray Nicolás de
Ovando, caballero de la Orden de Alcántara y comendador de Lares,
fué nombrado gobernador de la Española. A Bobadilla sucedió Ovando.
El nuevo gobernador era natural de Brozas (Cáceres), pertenecía a
distinguida familia y era pariente, aunque lejano, de Hernán Cortés.
«Este caballero--escribe el P. Las Casas--era varón prudentísimo
y digno de gobernar mucha gente, pero no indios, porque con su
gobernación, inestimables daños, como abajo parecerá, les hizo. Era
mediano de cuerpo y la barba muy rubia o bermeja, tenía y mostraba
grande autoridad, amigo de justicia; era honestísimo en su persona,
sus obras y palabras; de cudicia y avaricia muy grande enemigo y no
pareció faltarle humildad, que es esmalte de virtudes; y dejando que lo
mostraba en todos sus actos exteriores, en el regimiento de su casa, en
su comer y vestir, hablas familiares y públicas, guardando siempre su
gravedad y autoridad, mostrólo asimismo, en que después que le trajeron
la Encomienda mayor, nunca jamás consintió que le dijese alguno
Señoría. Todas estas partes de virtud y virtudes, sin duda ninguna en
él cognoscimos.» Cariñoso por demás se muestra el P. Las Casas con
Ovando. No negaremos que tenía maneras graves y corteses, aunque a
veces era orgulloso más de lo justo. Portóse bien con los españoles,
mal con Colón y cruelmente con los indios.

       [506] _Conferencia pronunciada en el Ateneo de Madrid_ el 8 de
       mayo de 1892, pág. 9.



CAPÍTULO XXIII

  CUARTO Y ÚLTIMO VIAJE DE COLÓN.--MUERTE DE BOBADILLA, ROLDÁN Y
  OTROS EN ALTA MAR.--CONDUCTA DE OVANDO CON COLÓN.--OVANDO EN
  XARAGUA.--ANACAONA: SU MUERTE Y CRUELDAD DE LOS ESPAÑOLES.--COLÓN
  EN LAS PLAYAS DE JAMAICA.--DIEGO MÉNDEZ Y BARTOLOMÉ
  FIESCHI.--ESCOBAR EN AUXILIO DE COLÓN.--CONDUCTA DE OVANDO
  CON COLÓN Y DE LA REINA CON LOS INDIOS.--REPARTIMIENTOS DE
  INDIOS.--COLÓN EN ESPAÑA.--INSURRECCIÓN DE LOS INDÍGENAS.--DIEGO
  COLÓN EN LA ESPAÑOLA.--INJUSTAS CENSURAS A LA POLÍTICA DE CRISTÓBAL
  COLÓN EN SANTO DOMINGO.


Deseaba Colón hacer su cuarto y último viaje. «Es muy probable--como
escribe el Dr. Sophus Ruge--que le aguijoneasen a esta nueva empresa
los grandes resultados obtenidos entonces por los portugueses en la
verdadera India, porque mientras estaba todavía luchando con el rebelde
Roldán en Haití, había vuelto de la India Vasco de Gama, en septiembre
de 1499. De regreso Colón a España, se había informado, naturalmente,
con vivo interés de las empresas portuguesas, y adquiridas ya todas
las noticias posibles sobre la India, y convencidísimo de que había
encontrado en Cuba y en la tierra de Paria las orillas orientales
del Asia, habiendo, además, otros descubridores particulares como
Ojeda, Vespucio y Pinzón, reconocido nuevos trechos de costa del
continente más allá de Paria, no dudó que pasando entre Cuba y Paria,
y dirigiéndose al Oeste llegaría a la India de los portugueses. La
poderosa corriente marítima que se lanza impetuosa en la costa de
la América del Sur, hacia el Oeste, era para él segura señal de que
se dirigía a un estrecho desconocido e inexplorado que conducía al
mar Indico; al mar más allá del Ganges, como se llamaba desde la
antigüedad. Esta idea fué la base de su nueva empresa, recibida y
aprobada por los soberanos de España con benevolencia»[507]. (Apéndice
Q).

       [507] _Historia de la época de los descubrimientos
       geográficos_, pág. 117. _Historia universal de Oncken_, tomo
       VII.

Decidida su marcha, redactó una memoria para su hijo mayor don Diego;
en ella consignaba sus derechos y enumeraba sus títulos. Temía de que
en su ausencia o después de su muerte, si acaecía en lejanas tierras,
le robasen sus títulos y privilegios, y por eso los confió a sus
amigos los religiosos, depositándolos por copia o por duplicado en sus
conventos. Escribió, además, a los reyes recomendándoles a sus hijos
y a sus hermanos, en el caso de que muriese durante aquel viaje. El
14 de marzo contestaron D. Fernando y D.ª Isabel prometiéndole hacer
más en su favor que lo especificado en los privilegios, y le renovaban
la promesa de que, después de él, pondrían a D. Diego en posesión de
sus títulos, cargos y dignidades. Como si todo esto fuera poco, confió
a Nicolás Oderico, legado del Gobierno genovés cerca de los Reyes
Católicos, copia de todos sus privilegios y también de la carta del
14 de marzo que acababa de recibir de los reyes. Para colocar «esos
privilegios querría mandar hacer una caja de corcho enforrada de
cera»[508].

       [508] Conde Roselly de Lorgues, obra citada, tomo I, págs.
       541-544. _Carta autógrafa del Almirante D. Cristóbal Colón, al
       R. P. Gaspar, de la Cartuja de Sevilla._

Hechas todas las cosas que acabamos de contar, se ocupó con actividad
en sus preparativos de viaje, «bien que él sea el más noble y
provechoso»[509]. Emprendió Cristóbal Colón su cuarto y último viaje
con cuatro carabelas pequeñas[510] y 150 hombres de mar, saliendo
del puerto de Cádiz el 11 de mayo de 1502. Le acompañaban su hermano
Bartolomé y su hijo Fernando, de edad de trece años. En la Instrucción
que los reyes dieron al Almirante le decían lo siguiente: «Habeis de
ir vuestro viaje derecho, si el tiempo no os feciese contrario, a
descubrir las islas é Tierra Firme que son en las Indias en la parte
que cabe a Nos, y si a Dios pluguiere que descubrais ó falleis las
dichas islas habeis de surgir con los navíos que levais y entrar en
las dichas Islas é Tierra Firme que así descubriéredes, y habeis de
informaros del grandor de las dichas islas é facer memoria de todas
las dichas islas, y de la gente que en ellas hay y de la calidad que
son, para que todo nos traigais entera relacion. Habeis de ver en estas
islas y Tierra Firme que descubriéredes, qué oro é plata é perlas é
piedras é especería, é otras cosas hobiere, é en qué cantidad é cómo
es el nascimiento de ellas, é facer de todo ello relacion por ante
nuestro escribano é oficial que nos mandamos ir con vos para ello, para
que sepamos de todas las cosas quen las dichas islas é Tierra Firme
hobiere»[511].

       [509] _Carta de Cristóbal Colón, fecha en Jamaica el 7 de
       julio de 1503._

       [510] Se llamaban la _Capitana_, el _Santiago de Palos_, el
       _Gallego_ y la _Vizcaína_. En la primera izó el Almirante su
       pabellón.

       [511] Roselly de Lorgues, ob. cit., tomo III, pág. 193.

Desde las Canarias escribió Colón al fraile cartujo Gaspar Gorricio,
su amigo y consejero en Sevilla, las palabras que a continuación
copiamos: «Agora será mi viaje en nombre de la Santa Trinidad y espero
della victoria»[512]. Tardó diez y nueve días de las Canarias a la
Martinica. Desde la Martinica navegó a lo largo de las otras pequeñas
Antillas más septentrionales, y de la costa meridional de Puerto Rico
hasta Santo Domingo. Necesitando el Almirante reparar algunas averías
de sus buques y tomar agua, se dirigió a la Española, a cuya vista
llegó el 29 de junio, hallándose todavía anclada en el puerto de Santo
Domingo la flota que debía conducir a Bobadilla a España. Cristóbal
Colón quiso entrar en el puerto, a lo cual se opuso Ovando, comenzando
con ello a mostrar su ojeriza al inmortal descubridor del Nuevo Mundo.
En los primeros días del mes de julio del citado año salió la armada
que conducía al comendador Bobadilla, a Francisco Roldán, jefe de la
sublevación contra el Almirante y a otros. Como la flota se fué, a poco
de salir del puerto, a pique, ahogándose Bobadilla, Roldán y la mayor
parte de los pasajeros, esto dió ocasión a Hernando Colón para escribir
lo siguiente: «Yo tengo por cierto que esto fué providencia divina,
porque si arribaran a Castilla jamás serían castigados según merecían
sus delitos, antes bien, porque eran favorecidos del obispo, hubieran
recibido muchos favores y gracias.» Llama la atención que entre los
pocos buques, entre los muy pocos que se salvaron, se encuentre uno
pequeño, gastado, malo, llamado el _Aguja_, el cual, como escribe
Herrera «traía todo el caudal del Almirante, que consistía en cuatro
mil pesos, y fué el primero que llegó a España, como por permiso
de Dios»[513]. La mar se había tragado a los enemigos de Colón y a
las inmensas riquezas que ellos habían reunido. El cronista Oviedo
y Valdés, que residió en la isla y habló del suceso con testigos
oculares, dice en su _Historia natural y general de las Indias_ «que
se perdieron (las naves) por no haber creído ni tomado consejo del
Almirante.» Del mismo modo el milanés Benzoni, que vivió en la Española
cuarenta años después del citado hecho, ve la justicia de Dios en la
destrucción de la escuadra[514].

       [512] Navarrete, I, 479. También en el nombre de la Santa
       Trinidad hizo su tercer viaje.

       [513] _Historia general de los viajes y conquistas de los
       castellanos en las Indias occidentales. Década 1.ª_, lib. V,
       cap. II, pág. 337.

       [514] _La Storia del Novo Mondo_, lib. I, folio
       XXIV.--Venezia, 1572.

Si censurable--aunque otra cosa digan apasionados cronistas--fué la
conducta de Bobadilla como gobernador de la Isla Española, mayores
censuras merece la de Ovando. Cuando llegó Ovando a la isla apenas
había unos 300 españoles, repartidos en cuatro poblaciones: Santo
Domingo, Concepción, Santiago y Bonao; pero el mismo huracán que
echó a pique la flota que debía conducir a Bobadilla, destruyó casi
completamente la población de Santo Domingo, cuyas casas eran de madera
y paja. El Comendador tuvo el poco acierto de hacerla reedificar en un
sitio menos higiénico, cual fué al otro lado del río, esto es, a la
derecha del Ozama. En cambio, estuvo muy acertado haciendo construir
varios edificios de mampostería, como _La Fortaleza_, residencia de la
primera autoridad, el convento de San Francisco, el hospital de San
Nicolás y otros que proyectó, y después se fueron haciendo. Reedificada
la villa de Santo Domingo, hizo edificar la que llamó _Puerto de
Plata_, en la costa Norte de la isla, y algunas más en otros lugares.
Más preocupaban otros asuntos al comendador de Lares. Había traído
consigo unos 2.500 hombres, más deseosos de riquezas que de trabajar.
Preferían el oro y la plata de las minas más que los productos de
aquellas fértiles comarcas. Cuando vieron que para extraer aquellos
ricos metales se necesitaba rudo y peligroso trabajo, regresaron a
Santo Domingo hambrientos, desnudos y cargados de deudas. En lugar de
las inmensas riquezas que esperaban, las enfermedades y la peste se
cebaron en ellos, llegando a 1.000 el número de víctimas. Socorrió
Ovando--según sus fuerzas--a tantos desgraciados. También hubiera
querido no recargar con onerosos tributos a los que trabajaban en las
minas; pero no tuvo más remedio que obedecer las órdenes de los reyes.
Sabía, además, que la bondad de los gobernadores en España estaba en
relación con el oro que mandaban. Eran buenos si remitían mucho oro, y
malos si poco. Toda la prudencia que mostró Ovando con los españoles,
se convertía en despotismo y crueldad cuando de los indios se trataba.
No pudiendo resistir tantos vejámenes y tropelías los indios de la
provincia de Higuey, huyeron a las montañas y cavernas, huída que
calificaban los españoles de sublevación. Ovando mandó a Juan de
Esquivel, al frente de unos 300 o 400 hombres, para que hiciese la
guerra a Cotubanamá, uno de los caciques más poderosos de la isla.
Crueles fueron los españoles con los infelices indígenas. El delito--si
lo hubo--fué insignificante; el castigo terrible. Pacificado el Higuey,
Juan de Esquivel dejó una guardia de nueve hombres mandados por Martín
de Villaman, ya para que vigilasen a los indios, ya para que cobrasen
los tributos que los isleños se habían comprometido a satisfacer.

Sometida casi por completo la Isla Española, la parte más occidental,
el Estado de Xaragua, equidistante de la Isabela y de Santo Domingo
unas 60 leguas, conservaba su independencia. Desde que los españoles
se habían llevado al fiero Caonabó, su mujer Anacaona, que en el
idioma indígena quiere decir _flor de oro fino_, se retiró al lado de
su hermano Behechio, dueño a la sazón del Estado de Xaragua. Vamos
a relatar una historia legendaria. Era Anacaona--dicen--mujer de
mucho talento y de extraordinaria hermosura. Su inspiración poética
le había granjeado generales simpatías. Los _areytos_ o romances de
su invención se convertían en nacionales y sus dulces composiciones
poéticas eran el encanto de todos los soberanos indios de la isla.
Llamaba la atención por su elegancia la etiqueta de su corte: sus usos
y costumbres, sus flores, sus adornos y muebles se pusieron de moda. Su
palacio estaba lleno de objetos elegantes y de lindas obras del arte
indígena. Tales objetos consistían en hamacas aéreas, en canastillas
formando variados relieves o pinturas, vistosos abanicos, máscaras con
adornos de oro y de conchas. Tenía magnífico servicio de mesa, manteles
finos de algodón adornados con flores y a manera de servilletas lienzos
de hojas olorosas. Hallábase su mencionado palacio lleno de jóvenes y
alegres doncellas, de hermosos pájaros de todas clases; perfumado con
los aromas más delicados; centro de toda cultura literaria y artística.
Cuando la visitó Bartolomé Colón para concertar tributos, tanto ella
como su hermano Behechio dispensaron a los españoles entusiástica
acogida, agasajándoles con lo mejor que tenían. Cuéntase que cuando los
españoles estuvieron cerca de la capital de Xaragua, los oficiales de
la corte y empleados, con sus respectivos trajes, se presentaron ante
ellos, llevando delante encantadores grupos de jóvenes, que servían de
comparsas a un coro de treinta jóvenes doncellas adornadas de flores,
ceñida la frente con una cintilla, llevando en sus manos flexibles
palmas que entrelazaban ingeniosamente y con las cuales formaban
arcos, canastillos y haces, al mismo tiempo que acomodaban sus danzas
al son de sus cantos. En medio de la amenidad de virgen naturaleza,
debajo de los magníficos arcos de olorosos bosques y junto al lago de
Xaragua, recibió a Bartolomé Colón y a sus acompañantes. Las jóvenes
Terpsícores--como las llama el conde Roselly de Lorgues--, al llegar
cerca del Adelantado, doblaban sus rodillas y depositaban a sus plantas
un ramo, en señal de reverencia y homenaje. Detrás de esos grupos,
en el centro de un coro de _canéforas_ o doncellas de distinguido
nacimiento, aparecía en un trono cubierto de flores la reina Anacaona,
rodeada de su corte y llevada en un palanquín por seis caballeros. En
lugar de corona real ceñía su frente corona de flores, y de flores
se componía su collar, brazaletes, cinturón y borceguíes. En sus
negros cabellos resaltaban las flores y su cetro era un tallo florido.
«Parecía--añade Roselly--que la flor de las reinas era también la reina
de las flores»[515].

       [515] _Historia de Colón_, tom. I, pág. 453.

Anacaona descendió de su litera, hizo graciosa reverencia a Bartolomé
Colón, le ofreció una de sus flores y le condujo a la habitación que se
le tenía preparada. Dos días pasó el Adelantado en compañía de la Reina
y de Behechio, obsequiado con espléndidos festines y agasajado con
toda clase de honras. Logró Bartolomé que, en cambio de la protección
de España, se comprometiese Behechio a pagar un tributo a los Reyes
Católicos.

Algún tiempo después, Anacaona, por muerte de su hermano Behechio,
se encargó en absoluto del trono de Xaragua. Pasaron unos seis años.
Ovando, gobernador de Santo Domingo, se disponía a visitar los dominios
de la hermosa e inteligente reina Anacaona. Aunque ella recordaba
que los cristianos habían preso a su marido, lo cual fué causa de la
muerte del poderoso cacique; aunque no dejaba de tener presente que
al acogerse a sus dominios los sublevados de Francisco Roldán habían
abusado torpemente de su hija Hignememotta; aunque recordaba los
atropellos que dichos revolucionarios habían cometido con los pacíficos
habitantes de sus Estados, ella, comprendiendo su situación, soportaba
con paciencia tantos desmanes, pagaba puntualmente los tributos
concertados y no permitía que se hiciera el menor daño a los pocos
españoles que, restos de anteriores revueltas, vivían en su territorio
con los indios[516]. Es de advertir que los citados españoles,
cómplices del malvado Roldán, continuaban cometiendo horribles excesos;
pero con la idea de captarse el favor del gobernador Ovando--favor que
necesitaban para prevenir las quejas que podrían llegarle acerca de sus
iniquidades--, escribieron algunas veces diciendo que los indios de
aquella comarca preparaban próxima rebelión.

       [516] Ruiz Martínez, _Conferencia pronunciada en el Ateneo de
       Madrid el 8 de mayo de 1892_, págs. 13 y 14.

Con el objeto de hacer una visita--según dijo--se dirigió a Xaragua
el gobernador Ovando, no sin hacerse acompañar de 300 infantes y 70
caballos. Anacaona envió en seguida la orden a todos los caciques para
que acudiesen a prestar homenaje al representante de los reyes de
España. Ella misma salió a recibirle, acompañada de las 30 doncellas
más hermosas de su servidumbre y de 300 señores de su reino, todos
luciendo sus galas más vistosas. Hizo que las dichas doncellas
ejecutasen la danza virginal, llamada así porque en ella no tomaron
parte ni hombres, ni mujeres casadas. Al Gobernador, lo mismo que a los
que le acompañaban se les alojó en habitaciones preparadas al efecto,
y se les sirvió ricos y abundantes banquetes. Obsequióse a Ovando con
exquisitos presentes, y se ofreció a todos pan y tortas de cazabí,
hutias guisadas de diferentes modos, caza, pesca, frutas y todo lo que
tenían de más gusto. Toda la comarca hubo de despoblarse para ver al
gobernador Ovando y a los españoles que le acompañaban, en obsequio
de los cuales se organizaron alegres fiestas, como juegos de pelota,
simulacros de guerra, bailes, cantos del país y otras.

De igual manera el comendador de Lares anunció un domingo que los
suyos iban a celebrar unas justas o cañas a usanza de España. La
noticia se recibió con general alegría y se dispuso que los principales
señores del país debían presenciar la fiesta en la casa donde se
hallaba la Reina y él. Cuando se creía que todo estaba dispuesto para
la fiesta, el Gobernador se asomó a una ventana y al colocar su mano
sobre la cruz de Alcántara que ostentaba en su pecho, pues ésta era la
señal convenida, rodearon la casa multitud de españoles, en tanto que
otros sujetaban en el interior a Anacaona y a 80 personajes indios.
Atados a los maderos que sostenían la techumbre, después de retirarse
los españoles con Anacaona, pusieron fuego a la habitación que, hecha
de madera y paja, se convirtió en seguida en inmensa hoguera. Mientras
que aquellos infelices sobre los cuales recaían sospechas de traidores
a la patria eran quemados, la gente del Gobernador alanceaba a la
muchedumbre, pisaba con sus caballos a mujeres y niños, perseguía a
los desarmados indios que huían, los unos hacia las montañas para
esconderse entre breñas y matorrales, y los otros hacia las costas para
arrojarse al mar. El gobernador Ovando, no contento todavía con tanta
crueldad, dispuso que Diego Velázquez y Rodrigo Mejía persiguieran a
los fugitivos que habían buscado amparo en los montes con un sobrino
de Anacaona. Preso el pariente de la Reina, sufrió la muerte con otros
infelices. La capital de Xaragua entregada a las llamas desapareció
completamente[517].

       [517] Ob. cit., pág. 14 y siguientes.

La infortunada Anacaona, en premio de sus buenas acciones, vió
trocadas sus guirnaldas de flores en cadenas de hierro. Con las falsas
confesiones arrancadas al dolor, se le condujo a Santo Domingo, donde
fué juzgada después de las declaraciones de gente ruín y miserable.
¡La infeliz fué condenada a la horca! Así acabó su reinado la noble
Anacaona. El historiador, aun suponiendo que haya gran parte de leyenda
en el relato, debe condenar, con harto sentimiento suyo, no sólo a
Ovando, sino a Don Alvaro de Portugal, presidente a la sazón del Real
Consejo de Indias. No negaremos, sin embargo, que se ha poetizado la
figura de la reina indígena, exagerando a la vez el rudo gobierno de
los españoles; pero insistiremos en que los Católicos Monarcas no
fueron siempre y en todos los casos caritativos y piadosos con los
indios. (Apéndice R).

Al continuar la historia de Cristóbal Colón, comenzaremos diciendo que,
cuando pasó la tormenta en la que pereció Bobadilla, aquél abandonó (14
de julio) las costas de la Isla Española en busca de nuevas tierras.
El 16 de julio llegó a la vista de la Jamaica (cayos de Morante),
continuando su derrota. Su navegación se vió sumamente contrariada.
Paró en _Cayo Largo_, volviendo a salir el 27 de dicho mes de julio.
El 30 descubrió la isla Guanaja, que él llamó isla de Pinos, primera
tierra centro-americana que encontraron los europeos en el siglo
XVI. Guanaja se hallaba rodeada de varios islotes y estaba situada
delante del golfo de Honduras. Bartolomé Colón, con algunos de los
expedicionarios, desembarcó en la isla, a la cual vieron llegar una
canoa de grandes dimensiones, hecha del tronco de un solo árbol. En
ella iban hombres, mujeres y niños, conduciendo varias mercaderías.
Para resguardar a los pasajeros del sol y de la lluvia tenían en medio
una especie de cámara, formada con petates o esteras. Se creyó que
pertenecía a indios traficantes que habían ido a cargar la embarcación
en las costas cercanas a Yucatán. El Almirante fué de opinión que los
naturales de aquella isla eran más civilizados que los de las Antillas,
descubiertas en anteriores expediciones. Para juzgar de aquel modo,
se fijó Colón en los siguientes hechos: aquellos indios no habían
mostrado asombro a la vista de los buques, ni temor al aproximarse
a los españoles; además iban vestidos y se dedicaban al comercio.
El 14 de agosto desembarcaron en punta de Caxinas, hoy puerto de
Trujillo, donde asistieron a la misa, que se celebró en el citado día
por primera vez en el suelo centro-americano. Continuó avanzando la
escuadrilla al abrigo de la costa. A unas quince leguas de la punta de
Caxinas desemboca en el golfo el río Tinto, por el cual subieron los
botes: bajó a tierra el Almirante y enarboló el 17 de agosto el real
estandarte de Castilla. A orillas del mencionado río se presentaron
indios diferentes--lo mismo en la fisonomía que en el lenguaje--a
otros que habían visto en las islas. Anduvieron algunos días costeando
aquella tierra, a la que dieron los nombres de Guaymuras, Hibueras y
Honduras, cuya última denominación conserva al presente. La fuerza de
los vientos, la violencia del mar y las lluvias torrenciales causaron
muchas enfermedades a los marineros. Tanto su hijo Fernando, como su
hermano el _Adelantado_, le animaron en aquellos días tristísimos. El
14 de septiembre alcanzó un promontorio que se desviaba bruscamente del
Este hacia el Sur; luego que lo doblaron dejóse sentir brisa excelente
y se calmó el mar. El Almirante dió _Gracias a Dios_, y así llamó al
mencionado cabo. Siguió la costa de los Mosquitos, deteniéndose el 17
de septiembre en la embocadura de ancho río, donde zozobró el bote
de la _Vizcaína_, y por ello Colón llamó a aquel lugar _el río del
Desastre_. El 25 de septiembre, entre la pequeña isla de Quiribi y
la Tierra Firme, se presentó excelente puerto, situado al frente de
la aldea llamada Cariari, donde algunos indios principales llevaban
_guani_(oro bajo), y donde vió mantas de algodón, puercos y grandes
gatos monteses. Este pueblo parecía muy entregado a la hechicería, y
sus habitantes hicieron señas a los españoles para que saliesen a la
orilla. Luego salieron del río _Guyga_ (hoy de Veragua) a la ribera
muchos indios armados con sus lanzas y flechas, llevando en sus pechos
espejos de oro. Notaron los españoles que aquellos indios estimaban
más sus joyas que las nuestras, y que la tierra estaba cubierta de
arboledas muy espesas. Del mismo modo, hubieron de observar que ninguna
población se hallaba en la costa, sino dos o tres leguas adentro, como
también que los indios, para ir desde la mar a sus pueblos, no iban por
tierra, sino por los ríos en sus canoas.

El 5 de octubre el Almirante mandó levar anclas, dirigiéndose hacia el
Sur. Iba navegando a lo largo de la costa de Mosquitos (hoy Costa Rica,
a causa de sus minas de oro y plata). Siguiendo su derrotero, entró
en un golfo rodeado de varias islas que formaban pequeños canales, en
cuyas orillas se levantaban árboles gigantescos, que entrelazándose
sus elevadas copas, formaban arcos. La fresca sombra y el suave aroma
de los bosques, recreaban a las tripulaciones. El golfo era la bahía
de _Carabaro_ (hoy bahía del Almirante). Al bajar a tierra vieron
algunos indígenas que iban desnudos y llevaban en el cuello placas de
oro. Pasaron después las carabelas a otra bahía grande llamada ahora
_Laguna de Chiriqui_. Continuó su camino y habiendo descubierto la
embocadura de un río, dirigió allá las embarcaciones. Cuando vieron
los indios que los españoles se aproximaban a la playa, se prepararon
a oponerse a su desembarco, en tanto que el sonido de los caracoles
marinos y de los tambores de madera, que resonaban en los bosques,
llamaba a otros al combate. Los indios se dirigieron decididos al
encuentro de los españoles, escupían hierbas mascadas en señal de
desprecio y entraban en el agua hasta la cintura para arrojar de más
cerca los dardos y jabalinas. Ante las señales de paz de los nuestros,
los indígenas se calmaron, hasta el punto que hubieron de cambiar 17
espejos de oro por cascabeles. Volvieron los indios a las andadas, esto
es, acordaron deshacerse de aquellos importunos visitantes. Comenzaron
la lucha disparando algunas flechas, contestando los españoles con
un tiro de ballesta y un cañonazo. Tal espanto produjo la detonación
entre los indígenas, que huyeron a todo correr, a las espesuras de los
bosques. Al poco volvieron algunos y cambiaron con los nuestros tres
espejos. Fué preciso continuar el camino, y desde aquella costa se
dirigió la escuadrilla hacia el Este. Pasó por delante de _Cobrava_ y
descubrió cinco aldeas grandes. Llegó después al litoral de _Chagres_.
Siguió la costa al Este, y el 2 de noviembre echó el ancla en seguro y
cómodo puerto, llamado por Colón _Puerto Bello_. Encontró allí casas
espaciosas y tierras perfectamente cultivadas, donde se contemplaban
hermosas palmeras y donde las ananas y vainillas embalsamaban el
ambiente. Los indios le trajeron algodón elaborado y muchas frutas;
el oro, poco. El 9 de noviembre se hizo a la vela para continuar la
exploración, siguiendo a lo largo del istmo de Panamá. Continuó su
camino; mas sorprendido por terrible borrasca, echó el ancla en unas
islas de la costa, donde era tal la abundancia de frutos, raíces y
en particular de maíz, que denominó aquel sitio el _Puerto de las
Provisiones_. Allí estuvo hasta el 23 de noviembre, saliendo al fin
con el objeto de continuar el reconocimiento de la isla. Tres días
después, esto es, el 26 de noviembre, encontró un puerto estrecho que
denominó _El Retrete_ (hoy Puerto Escribanos), dando la vuelta a la
tierra que atrás quedaba, noticioso de que las minas de oro se hallaban
en Veragua. El 5 de diciembre dejó El Retrete; hizo noche en Puerto
Bello; se vió en gran peligro por violentas borrascas, pues «ojos nunca
vieron la mar tan alta, fea y hecha espuma.» El 13 de noviembre una
tromba marina (_fronks_) estuvo a punto de sumergir la escuadrilla. A
los cuatro días siguientes, o el 17, lograron nuestros barcos entrar
en un puerto, y cerca de él había un campamento, cuyas viviendas se
hallaban construídas encima de los árboles. El 20 desplegaron sus
velas y se lanzaron a la mar; furioso viento les hizo acogerse a una
ensenada, dedicándose a reparar las averías de las carabelas. En aquel
sitio pasaron el año nuevo. El 3 de enero de 1503 salió la escuadrilla
y penetró en un río que el Almirante llamó de _Belén_ (los indígenas
_Yebra_) distante una legua del conocido con el nombre de Veragua, país
de las minas de oro. La distancia de Puerto Bello a Veragua es de unas
30 leguas; pero habiendo tardado en salvarlas cerca de un mes, y no sin
bastante trabajo, el Almirante dió a aquella parte de litoral el nombre
de _Costa de los Contrastes_. «Durante todo ese mal tiempo--según
Herrera--sufrió (Colón) ataques continuos de gota con grandes dolores,
y todos los que se hallaban a bordo de las carabelas estaban enfermos,
fatigados y sujetos a raras debilidades de temperamento»[518].

       [518] _Hist. de los viajes y conquistas de los castellanos en
       las Indias Occidentales, Década 1.ª_, libro V, cap. IX.

Como el río de Veragua tenía poco fondo, y el de Belén pasaba de cuatro
brazas en su entrada, continuó Colón en el citado último río. Aunque
las relaciones con los indígenas no eran tan cordiales como hubiera
deseado el Almirante, sin embargo, los nuestros pudieron cambiar con
ellos algunas fruslerías por veinte espejos de oro. El 12 de enero
dispuso el Adelantado remontar con los botes el río de Veragua y llegar
hasta la residencia de Quibián, jefe de aquella comarca. En efecto,
verificóse la entrevista, que fué amistosa, hasta el punto que el
indio obsequió con alhajas de oro al español. Al día siguiente, el
Quibián se presentó en el puerto de Belén, recibiendo cariñosa acogida
de parte del Almirante. Luego que los suyos cambiaron espejos de oro
por cascabeles, partió bruscamente y sin despedirse de Colón.

El 24 de enero, de repente se desencadenó terrible tempestad en el
Océano. Creció mucho el río. Las amarras de los barcos se rompieron,
y la _Capitana_ fué lanzada con violencia sobre el _Gallego_,
ocasionándole graves averías. Del 6 de enero al 14 de febrero, llovió
copiosamente. A pesar de la lluvia, el Adelantado, con 75 hombres,
penetró en el país y habló a Quibián, por el cual supo dónde se
hallaban las minas. Regresó el Adelantado el 16 de febrero, caminando
a lo largo de la costa y no perdiendo de vista las embarcaciones.
Recorrió una gran parte del litoral, donde obtuvo espejos de oro y
provisiones, regresando con bastante cantidad de dicho metal.

Dispuso el Almirante establecer en aquel punto un puerto militar que
fuese al mismo tiempo factoría para la trata del oro, en tanto que
él marcharía a Castilla en busca de refuerzos. A un kilómetro de la
embocadura del río, y con el beneplácito del Quibián, se construyeron
algunas casas de madera y un gran almacén para encerrar provisiones
de boca y algunos efectos de campamento (armas y artillería). Cuando
disponía Colón su retirada, descubrióse terrible conjuración del
Quibián. Descubrióla Diego Méndez, quien hubo de encontrar reunidos
unos mil guerreros, con muchas provisiones de víveres y brebajes[519].
Convencido el Almirante de la traición, dispuso que su hermano, el
Adelantado, redujese a prisión al Quibián. Conducido el prisionero a un
bote, aprovechando un momento en que el piloto Juan Sánchez se hallaba
distraído, se arrojó de un salto al mar y desapareció debajo de las
olas. Entretanto, el Adelantado se limitó a ejercitar sus derechos de
conquista en la casa del famoso cacique, encontrando en ella--según el
notario real Porras--seis grandes espejos, dos coronas, varias placas
pequeñas y veintitrés alhajas de oro[520]. El total podía valer unos
trescientos escudos de oro[521]. Mientras se preparaba Colón para
dirigirse a la Española, el Quibián, ya fuera de las aguas, y oculto en
las apartadas regiones de su tribu, animaba a los suyos para lanzarse
a la lucha. El 6 de abril, cuando intentaba el Almirante hacerse a
la vela y la gente de barcos iba a despedirse de los españoles del
campamento, el Quibián, al frente de «más de cuatrocientos (indios),
armados con sus flechas y cachiporras», atacó el Real. Sufrió terrible
castigo de los bravos cristianos. Repitieron el ataque los indios,
decididos a conquistar el campamento. Colón no sabía qué camino seguir.
Los hombres que había dejado en tierra se hallaban en mucho peligro,
y entre ellos, estaba su hermano que sólo podía disponer de pequeña
guarnición, diezmada por la muerte y abatida por la desesperación. Las
carabelas hacían agua por todas las costuras. El mar continuaba furioso
y el cielo inclemente. Las tripulaciones presentían siniestros temores,
y él se vió acometido de ardiente fiebre. Perdido el _Gallego_, y
abandonado en el río Belén, ante situación tan crítica, el fiel Diego
Méndez se multiplicaba, dando ánimos a todos. Colón le felicitó por su
comportamiento. «Lo cual el Almirante tuvo a mucho, y no se hartaba
de abrazarme y besar en los carrillos por tan gran servicio como allí
le hice, y me rogó tomase la capitanía de la nao _Capitana_, y el
regimiento de toda la gente y del viaje»[522].

       [519] Relación hecha por Diego Méndez de algunos
       acontecimientos del último viaje.

       [520] _Relación del oro que trajo el Adelantado de Veragua,
       cuando trajo preso al cacique e ciertas piezas de guani._

       [521] P. Charlevoix, _Histoire de Saint Domingue_, lib. IV,
       pág. 244, in-4.

       [522] _Relación hecha por Diego Méndez de algunos
       acontecimientos del último viaje del Almirante D. Cristóbal
       Colón._

Hacia últimos de abril pudieron al fin salir «en nombre de la Santísima
Trinidad», las tres carabelas y navegar hacia la Española. Los vientos
volvieron a agitar los mares y las naves, unas veces eran empujadas
hacia el oriente y otras hacia el poniente. Habiendo andado treinta
leguas, se inutilizó la _Vizcaína_, que no hubo más remedio que
abandonarla, repartiéndose la tripulación entre la _Capitana_ y el
_Santiago de Palos_. Continuó el Almirante su derrotero, pasó a la
altura del puerto de _El Retrete_, atravesó algunas islas, llegó al
Cabo de San Blas y se adelantó diez leguas más al Oeste. El 1.º de
mayo, los pilotos le hicieron presente el mal estado de los buques y
el 2 de dicho mes estuvo en dos islas que denominó de las _Tortugas_
por los muchos animales que vió de este nombre. Azotados los barcos por
las furiosas olas y empujados por las corrientes, fueron a parar a las
islas situadas al Sur de Cuba, que en otro viaje llamó el Almirante
al sitio de arribada _Jardines de la Reina_. Aunque le quedaba poco
para llegar a la Española, se encaminó a _Puerto Nuevo_ (Jamáica),
donde entró el 23 de junio de 1503. Al día siguiente marchó por la
costa buscando un asilo más al Este, el cual encontró, y en su primer
arranque de admiración le dió el nombre de _Santa Gloria_.

Hallábase rodeado el puerto de Santa Gloria de lugares encantadores,
poblados de árboles frutales. Allí mandó encallar las carabelas, de las
cuales hizo habitación. En Santa Gloria permaneció doce meses y cinco
días, teniendo el sentimiento de que se le rebelasen los hermanos Diego
y Francisco Porras. En carta escrita el día 7 de julio de 1503, desde
la isla Jamáica, escribe lo que sigue: «Allí se me refrescó del mal
la llaga; nueve días anduve perdido sin esperanza de vida: ojos nunca
vieron la mar tan alta, fea y hecha espuma. El viento no era para ir
adelante, ni daba lugar para correr hacia algún cabo. Allí me detenía
en aquella mar fecha sangre, herviendo como caldera por gran fuego. El
cielo jamás fué visto tan espantoso; un día con la noche ardió como
forno; y así echaba la llama con los rayos que todos creíamos que me
habían de fundir los navíos. En todo este tiempo jamás cesó agua del
cielo, y no para decir que llovía, salvo que resegundaba otro diluvio.
La gente estaba ya tan molida, que deseaban la muerte para salir
de tantos martirios. Los navíos estaban sin anclas, abiertos y sin
velas»[523].


       [523] Navarrete, Ob. cit., tom. I, pág. 301.

Más adelante escribe: «Yo estoy tan perdido como dije: yo he llorado
fasta aquí a otros: haya misericordia agora el Cielo, y llore por
mí la tierra. En el temporal no tengo solamente una blanca para el
oferta: en el espiritual he parado aquí en las Indias de la forma que
está dicho: aislado en esta pena, enfermo, aguardando cada día por
la muerte, y cercado de un cuento de salvajes y llenos de crueldad y
enemigos nuestros, y tan apartado de los Santos Sacramentos de la Santa
Iglesia, que se olvidará desta ánima si se aparta acá del cuerpo. Llore
por mí quien tiene caridad, verdad y justicia. Yo no vine este viaje a
navegar por ganar honra ni hacienda: esto es cierto, porque estaba ya
la esperanza de todo en ella muerta. Yo vine a V. E. con sana intencion
y buen celo, y no miento. Suplico humildemente a V. E. que si a Dios
place de me sacar de aquí, que haya por bien mi ida a Roma y otras
romerías»[524].

       [524] Ibidem, pág. 312.

En aquella olvidada isla hubiera encontrado obscura muerte el ilustre
navegante, si el leal y bueno Diego Méndez no se ofreciera a pasar
en una canoa india a la Isla Española en demanda de auxilio. A
Méndez le acompañaba en tan arriesgada empresa el italiano Bartolomé
Fieschi[525]. Después de algunos días de luchar con las tempestades y
borrascas, llegó Méndez al puerto de Azna, donde supo que el gobernador
general Ovando estaba en Xaragua, cincuenta leguas tierra adentro,
ocupado en exterminar a sus habitantes. El comendador de Lares oyó el
relato y ofreció tratar de ello. Cuantas veces insistió Méndez, otras
tantas se le contestó con evasivas y dilaciones. Y así pasaron ocho
meses hasta que, habiendo perdido toda esperanza, se decidió a fletar
una carabela y enviarla en ayuda del Almirante.

       [525] Reunidos el Almirante y los oficiales, Méndez dijo:
       «Señor, tengo una vida no más, yo, la quiero aventurar por
       servicio de vuestra Señoría y por el bien de todos los que
       aquí están, porque tengo esperanza en Nuestro Señor, que
       vista la intención con que yo lo hago me librará, como otras
       muchas veces lo ha hecho.» Contestó Colón lo siguiente: «Bien
       sabía yo que no había aquí ninguno que osase tomar esta
       empresa sino vos.» _Relación hecha por Diego Méndez de algunos
       acontecimientos del último viaje del Almirante D. Cristóbal
       Colón._

Entonces Ovando, para convencerse de si era cierta la narración de
Méndez, mandó a Jamáica un carabelón mandado por Diego Escobar, uno de
los que se habían sublevado contra el Almirante. Llegó Escobar a cierta
distancia del sitio donde estaban los infelices viajeros, se aproximó
en una barca, les dijo que el Gobernador se compadecía de ellos, y
habiéndoles entregado por todo socorro una barrica y un tocino, volvió
al galeón, el cual se hizo a la vela para Santo Domingo. Aunque dijo
Escobar al Gobernador que todo lo dicho por Méndez era verdad, todavía
pasó un mes sin decidirse, lo cual prueba la pasividad de Ovando.

Diego Méndez, cansado de esperar y arrostrando todas las consecuencias,
hizo público en Santo Domingo el peligro en que se hallaba el
descubridor del Nuevo Mundo y el abandono en que se le tenía. Amigos y
enemigos, todos a una, se pronunciaron en favor de Colón y en contra
de Ovando. Cuando, merced a los sacrificios de los amigos de Colón,
pudo Méndez fletar un buque (28 junio 1504) para dirigirse a Jamáica,
entonces, y sólo entonces, tal vez temiendo quejas y murmuraciones de
la opinión pública, se decidió a mandar otro en auxilio del Almirante.
Embarcado el descubridor del Nuevo Mundo, llegó (13 de agosto) al
puerto de Santo Domingo, teniendo de parte de Ovando un recibimiento
poco cariñoso y aun rayano a la frialdad. Había recorrido, desde el
río Belén a la isla Española, unas 225 leguas. Si alguno de nuestros
lectores dudase--y no nos extrañaría su duda--de la fidelidad del
relato, le recomendaremos que lea al P. Las Casas, que estaba a la
sazón en Santo Domingo; a Fernando Colón, que acompañó a su padre en
el cuarto viaje, y a Diego Méndez, que tomó parte principal en dichos
sucesos.

Háse dicho por el Sr. Fernández Duro que Ovando demoró su ayuda al
Almirante por el temor que abrigaba de que, llegando en aquellos
momentos, pudieran reproducirse las no extinguidas banderías.
Deseaba--añade el distinguido historiador--recibirle «con toda
consideración, con todo el respeto y agasajo que se le debían»[526]. A
esto contesta--y hacemos nuestras sus palabras--el Sr. Ruiz Martínez lo
siguiente: «Quizás sea ésta, en efecto--a falta de otra mejor--la razón
que diera Ovando para explicar su tardanza. Pero si tal recelo, que en
el estado que ya se hallaba la isla era infundado, pasó realmente por
su imaginación, ¿no le imponía el más rudimentario deber de humanidad,
ya que no de patriotismo, la obligación de enviarles un buque para que
hubiesen marchado directamente a España, sin tocar en Santo Domingo?
Y si esto le parecía demasiada generosidad, ¿no estaba obligado, no
ya tratándose de Colón, no ya tratándose de españoles, sino de unos
náufragos, cualquiera que fuese su país y nacionalidad, a ponerse en
frecuente correspondencia con ellos y enviarles las ropas, víveres y
demás cosas indispensables para que no pereciesen de hambre o a manos
de los indios? ¿Qué sublevaciones podía intentar Colón, agobiado
por los años, rendido por las fatigas, enfermo de la gota y con su
tripulación hambrienta, desmayada y medio desnuda? ¿Qué alborotos
sobrevinieron cuando después llegó a la isla, permaneciendo en ella
un mes? Y, sobre todo, ¿puede justificar la simple sospecha de que
podía producirse un escándalo en Santo Domingo, aquel abandono en que
se dejó al Almirante? ¿Qué mayor escándalo para el mundo todo, y qué
ignominia mayor para la patria entera, que la noticia de haber perecido
el descubridor del Nuevo Mundo, casi a la vista de los españoles, sin
que se le tendiera una mano compasiva, por temor a una alteración del
orden público? ¡Afortunadamente Dios, que sin duda velaba por la vida
de Colón, libró a nuestra patria de semejante vergüenza![527].

       [526] _Conferencia leída en el Ateneo de Madrid el 14 de enero
       de 1892_, pág. 17.

       [527] _Conferencia dada en el Ateneo de Madrid el 8 de mayo de
       1892_, págs. 19 y 20.

El 12 de septiembre se hizo Colón a la vela desde Santo Domingo para
España. Sufrió privaciones sin cuento y fué juguete de las olas en
las inmensidades del Océano, arribando en el más deplorable estado al
puerto de Sanlúcar de Barrameda el 7 de noviembre de 1504.

Séanos permitido exclamar: ¡Qué ingratitud tan grande! Nada prueba
la afectuosa carta que Colón escribió a Ovando de la isla _Beata_,
anunciándole su llegada de Jamáica, y decimos que nada prueba porque en
aquellos momentos aún podía el Gobernador perjudicar al Almirante. Tan
cierto es lo que decimos, que cuando llegó a España manifestó cómo el
Gobernador deseaba su perdición, pues mandó a Diego Escobar sólo por
saber si ya era muerto. Si tales afirmaciones pecan de atrevidas, no
será atrevimiento por nuestra parte decir que Ovando no perdonó medio
para molestar al Almirante. Si anduvo solícito para poner en libertad
y perdonar a los hermanos Porras, a los marineros y grumetes, todos
del puerto de Sevilla o de las cercanías, que se habían sublevado en
Jamáica contra el Almirante[528], manifestóse rehacio un día y otro
día para devolver los bienes que a los Colones les fueran tomados por
Bobadilla.

       [528] Se apoderaron de los botes que Colón había comprado
       a los indios y en ellos partieron para la Española; pero
       renunciaron a su intento, y abandonando dichos botes, se
       dedicaron a recorrer como bandidos la isla.

En tanto que se desarrollaban tales sucesos, la reina Isabel, cuyo
fervor religioso nadie podría poner en duda, escribió a Nicolás de
Ovando una carta, fechada en la ciudad de Segovia el 20 de diciembre
de 1503, diciéndole, entre otros cosas de importancia, «que compeliese
y apremiase a los indios a reunirse con los cristianos para que se
convirtieran al catolicismo y les auxiliasen en los trabajos de
población y cultivo de la Española.» Influyesen o no en el ánimo
del comendador de Lares lo escrito por Doña Isabel, probado se
halla que desde entonces se establecieron de un modo permanente los
repartimientos de indios. Lo cierto es que Cristóbal Colón inició el
abuso, Bobadilla le dió más desarrollo, y en tiempo de Ovando llegó
a su apogeo. Lejos de nosotros pensar que las palabras citadas de
la reina Isabel fueron la causa de los repartimientos. Suyas son
las siguientes palabras, que también se hallan en la misma carta:
«Pagándoles (a los indios) el jornal que por vos fuese tasado, lo cual
hagan e cumplan como personas libres, como lo son y no como siervos;
e faced que sean bien tratados los dichos indios e los que de ellos
fueren cristianos mejor que los otros, e non consintades ni dedes lugar
que ninguna persona les haga mal ni daño, ni otro desaguisado alguno, e
los unos ni los otros no fagades ni fagan ende al, por alguna manera,
so pena de la mi merced, y de 10.000 maravedís para la mi Cámara.»

Sea de ello lo que quiera, no puede negarse que cada vez fueron mayores
los repartimientos de indígenas. «Los premios y los castigos--escribe
el Sr. Ruiz Martínez--consistían en dar más o menos indios; los
servicios y las influencias se pagaban con lucidos repartimientos, y
llegó a tal extremo el abuso, que algún tiempo después, muerta ya la
reina Isabel, se concedían a señores de España dotaciones de centenares
de indios para que los explotasen allá sus criados y servidores,
y que ellos, sin moverse de Castilla, recibiesen aquí los pingües
rendimientos»[529]. Política tan torpe ocasionó casi la despoblación de
muchas y dilatadas comarcas. Bastará decir que de unos tres millones
de indios que había en la Española a la llegada de Colón, quedaban
60.000 en los últimos tiempos de Ovando. Como los indígenas se acababan
en la Española y la avaricia de los españoles iba en aumento, el
comendador de Lares, con el consentimiento de D. Fernando el Católico,
hubo de transportar a la Española los indios que habitaban las islas
Lucayas. Por el engaño primero, y por la fuerza luego, los españoles se
apoderaban de los indios, y embarcándolos, los conducían al mercado,
donde eran vendidos, cuando la mercancía era más abundante, al precio
de cuatro pesos. En poco tiempo las islas Lucayas quedaron casi
desiertas y los indios que quedaron en ellas fueron sometidos a la dura
condición que los de la Española.

       [529] _Conferencia pronunciada en el Ateneo de Madrid el 8 de
       Mayo de 1892_, pág. 24.

De los malos tratos que recibía hubo de protestar por última vez
la raza indígena. Los indios del Higuey prefirieron la muerte a la
esclavitud. Juan de Esquivel, por orden de Ovando, al frente de 400
hombres, los venció sin ningún esfuerzo. Los que no murieron en la
lucha, fueron ahorcados o quemados. El cacique Cotubanamá que se
refugió en la isleta Saona con su familia, fué preso y conducido a
Santo Domingo, pagando en la horca su amor a la independencia.

En otro orden de cosas no seríamos justos si negásemos nuestros
aplausos al gobernador Ovando. Gobernó con bastante prudencia y puso
en orden la administración: edificó y reedificó--como dijimos en
este mismo capítulo--poblaciones; organizó el laboreo de las minas y
estableció cuatro fábricas para acuñar moneda. Mandó a Sebastián de
Campo (1508) a reconocer la isla de Cuba para saber si era o no tierra
firme, lo cual aún se ignoraba, sin embargo de la indicación que había
hecho en su famosa carta Juan de la Cosa; y envió a Juan de Esquivel
a la isla de Boriquen (hoy Puerto Rico), para que la reconociese. Por
último, arrojó de la isla a la gente maleante y dictó órdenes para
dar forma legal a los amancebamientos de españoles con indias. Si
cometió desaciertos y errores, censurémosle; pero tengamos presente las
creencias y costumbres de su tiempo. En otro lugar y en distinta época,
tal vez hubiese sido excelente gobernador.

D. Diego Colón, nombrado gobernador y capitán general de las Indias,
en virtud de las estipulaciones hechas por los Reyes Católicos con su
padre el Almirante, llegó a Santo Domingo (julio de 1509). Comenzó
residenciando a Ovando; pero el antiguo gobernador abandonó la Isla
Española en septiembre del dicho año y llegó a Castilla, muriendo el 29
de mayo de 1511.

¿Por qué Colón y sus hermanos fueron tan poco queridos en Santo
Domingo? Repetiremos aquí lo que ya hemos indicado varias veces:
los Colones, por su nacionalidad italiana y por su carácter grave y
demasiado formal, opuesto al de los andaluces, que eran muchos en la
Isla Española, gozaban de pocas simpatías. Sobre el particular--y
aunque no estamos del todo conformes--veamos lo que dice Cánovas del
Castillo: «Mas nada de esto quita que saliesen Colón y sus hermanos de
nuestra primera colonia transatlántica malqueridos de todos; ¿y cuál
pudo, en suma, ser la causa sino la que yo pienso, es a saber: el poco
tacto, la violencia y falta de dotes de mando que demostraron? ¿Sería
sólo su calidad de extranjeros? Para soberanos les venía esto mal, sin
duda, y ya lo he dicho; pero después de todo, ¿qué nación ha habido en
el Universo que con menos dificultad que la española se haya dejado
regir por gente nacida en extrañas tierras?» Los marqueses de Pescara
y del Vasto, hijos de Nápoles, aunque de antiguo origen español;
el condestable de Borbón, francés; Filiberto de Saboya, Alejandro
Farnesio, Castaldo, Chapín Vitelli, Ambrosio de Espínola, Torrecusa,
¿no eran tan extranjeros como los Colones? Pues fueron todos amadísimos
de la ruda, tal vez feroz, y asimismo rapaz y viciosa gente, aunque no
peor que la de los otros países, sino propia de los tiempos, que a sus
órdenes ejecutó tantas hazañas inmortales. Ninguno de los nombrados
llegaba al mérito de Colón en cien leguas; pero así y todo, ¿no parece
claro que hubieron de estar mejor organizados y preparados que él para
el especial oficio del mando[530]?

       [530] _Conferencia pronunciada en el Ateneo de Madrid el 11 de
       febrero de 1891, _ pág. 27.

Cosas muy distintas fueron las ocupaciones de los capitanes antes
citados y la de Cristóbal Colón. El marqués de Pescara, Alejandro
Farnesio, Ambrosio de Espinóla y demás generales, peleaban al lado de
otros jefes españoles y bajo las órdenes de nuestros monarcas; Colón,
por sus grandes merecimientos, por la fortuna, que siempre le fué
propicia, por su indudable superioridad, y tal vez por su legítimo
orgullo, hubo de colocarse a tanta altura, que los pequeños se sentían
humillados, los grandes le envidiaban y los mismos reyes se mostraban
recelosos de un extranjero e importuno pretendiente hacía poco tiempo
y que a la sazón estaba colocado en un trono de gloria. Cierto es, que
el mando del Almirante en Santo Domingo fué poco feliz, influyendo en
ello su carácter altanero y receloso; pero, como dice el Sr. Cánovas--y
en esto estamos conformes con el ilustre historiador--«fué bastante
extraordinario aquel hombre, y su memoria es sobrado gloriosa, para que
ninguna flaqueza humana, cuanto más las que se le atribuyen, pudiera
privarle del inmenso e indestructible pedestal sobre que su figura
histórica descansa»[531].

       [531] Ibidem, pág. 35.



CAPÍTULO XXIV

  ULTIMOS DIAS DE COLÓN.--COLÓN EN SANLÚCAR Y EN SEVILLA.--SUS
  PADECIMIENTOS FÍSICOS Y MORALES.--CONDUCTA DEL REY CATÓLICO
  CON COLÓN.--PRESÉNTASE COLÓN A D. FERNANDO EN SEGOVIA.--CARTA
  DEL ALMIRANTE A D.ª JUANA Y A FELIPE EL HERMOSO.--COLÓN EN
  VALLADOLID.--TESTAMENTO DEL ALMIRANTE.--SU MUERTE.--CELEBRACIÓN DE
  SUS EXEQUIAS.--SUS RESTOS EN EL CONVENTO DE SAN FRANCISCO.--JUICIO
  QUE DE COLÓN FORMARON SUS CONTEMPORÁNEOS.--FIRMA DE
  COLÓN.--CASA DONDE MURIÓ COLÓN.--TRASLACIÓN DE SUS RESTOS A
  LA CARTUJA DE SANTA MARÍA DE LAS CUEVAS EN SEVILLA, LUEGO A
  LA CATEDRAL DE SANTO DOMINGO Y DESPUÉS A CUBA. HÁLLANSE EN LA
  CATEDRAL DE SEVILLA.--RELIGIOSIDAD DE COLÓN.--SU CARÁCTER,
  SEGÚN HERRERA.--OPINIÓN DE LOS REYES CATÓLICOS.--OPINIÓN DE
  BOLÍVAR.--COLÓN, SEGÚN ALGUNOS ESCRITORES DE NUESTROS DÍAS.


El descubridor del Nuevo Mundo, enfermo y pobre, se dirigió desde
Sanlúcar de Barrameda a Sevilla. En esta última ciudad, con fecha 21
de abril de 1504, escribió a su hijo Diego, y, entre otras cosas, le
decía lo siguiente: «yo he servido a sus Altezas con tanta diligencia
y amor y más que por ganar el paraíso; y si en algo ha habido falta,
habrá sido por el imposible ó por no alcanzar mi saber y fuerzas
más adelante.» Intentó presentarse en la corte, impidiéndoselo la
enfermedad que le aquejaba. «Porque este mi mal es tan malo--decía a su
hijo en carta fechada el 1.º de diciembre--y el frío tanto conforme a
me lo favorecer, que non podía errar de quedar en alguna venta.» Como
sus padecimientos no le permitiesen salir de Sevilla, envió a la corte
a su hermano Bartolomé y a su hijo natural Fernando, «niño en días,
pero no ansí en el entendimiento», para que en unión de su otro hijo
Diego, que residía al lado del Rey, influyesen con Don Fernando, a
fin de que le cumpliesen todo lo estipulado. El Rey, ocupado en otros
asuntos, no atendió las reclamaciones del Almirante.

Llegada la primavera del año 1505, pudo trasladarse en una mula a
Segovia, siendo recibido por el Rey con semblante alegre y buenas
palabras; eran estas palabras sólo dilaciones para no cumplir lo
pactado. Diego Colón dirigió al Rey otro memorial pidiendo lo mismo
que su padre, obteniendo también la misma contestación. «Cuantas más
peticiones daban al Rey--escribe Herrera--tanto mejor respondía y se
lo dilataba; y, entre estas dilaciones, quiso el Rey que le tentasen
de concierto, para que hiciese renunciación de los privilegios, y que
por Castilla le harían la recompensa, y se le apuntó que le darían a
Carrión de los Condes y sobre ello cierto Estado, de lo cual recibió el
Almirante gran descontento, pareciéndole que era señal de no cumplirle
lo que tantas veces con la Reina le habían prometido; y por esta causa,
desde la cama, adonde estaba muy enfermo, con una carta se quejó al
Arzobispo de Sevilla, remitiéndolo todo al Divino Juicio»[532].

       [532] _Década 1.ª_, lib. VI, cap. XIV.

Ignoramos las asistencias que percibió Colón en todo aquel año y
primeros meses del siguiente; sabemos, sí, que a sus hijos y a su
hermano se les libraban importantes cantidades, a aquéllos por resto de
lo devengado en sus viajes a Indias, al otro como contino de la Real
Casa.

No esperando que Don Fernando le hiciese justicia, se dirigió a Doña
Juana y a Don Felipe, que de Flandes acababan de llegar a España. Así
decía la carta: «Por ende humildemente suplico a VV. AA. que me cuenten
en la cuenta de su leal vasallo y servidor, y tengan por cierto que
bien que esta enfermedad me trabaja así agora sin piedad, que yo les
puedo aun servir de servicio que no se haya visto su igual. Estos
revesados tiempos y otras angustias en que yo he sido puesto contra
tanta razon me han llevado a gran extremo. A esta causa no he podido
ir a VV. AA. ni mi hijo. Muy humildemente les suplico que reciban la
intencion y voluntad, como de quien espera de ser vuelto en mi honra
y estado como mis escrituras lo prometen. La Santa Trinidad guarde y
acresciente el muy alto y real estado de Vuestras Altezas»[533].

       [533] Navarrete, _Colección de viajes_, tomo III, pág. 530.

Dirigióse a Valladolid, a la generosa ciudad del conde D. Pedro
Ansúrez. (Apéndice S). La última voluntad de Cristóbal Colón,
«documento escrito de su propio puño, fechado el 1.º de abril de
1502» y depositado en la celda del Reverendo Padre Gaspar Gorricio,
de la Cartuja de las Grutas, antes de la partida del Almirante a su
cuarto viaje, fué confirmado en todas sus partes después de su vuelta,
conforme lo declaró él mismo, reproduciéndole el día 25 de agosto de
1505. Tiempo adelante, cuando conoció que llegaba su última hora, quiso
darle forma y que interviniese el correspondiente escribano y notario
público, según puede verse a continuación. Dice de la siguiente manera:

«En la noble villa de Valladolid, a 19 días del mes de mayo, año
del nacimiento de Nuestro Salvador Jesucristo de mil e quinientos e
seis años, por ante mí Pedro de Hinojedo, escribano de cámara de sus
Altezas y escribano de Provincia en la su Corte e Chancillería, e su
escribano y notario público en todos los sus Reinos y Señoríos, é de
los testigos de yuso escritos: el Sr. D. Cristóbal Colon, Almirante
é Visorrey é Gobernador general de las islas é tierra firme de las
Indias descubiertas é por descubrir que dijo que era, etc. Son testigos
el bachiller Andrés Mirueña y Gaspar de la Misericordia, vecinos de
Valladolid, y Bartolomé de Fresco, Alvaro Perez, Juan de Espinosa,
Andrés y Hernando de Vargas, Francisco Manuel y Fernan Martinez,
criados de dicho señor Almirante»[534].

       [534] En los comienzos del siglo XVI y bastante tiempo
       después, la palabra _criado_ no significaba lo que al
       presente, sino a todos los que prestaban algún servicio en las
       casas de los magnates, como el de secretarios, administradores
       u otros semejantes. Seguramente que a estos últimos se
       referían los criados del señor Almirante.

Muy significativo es el párrafo siguiente: «El Rey y la Reina, nuestros
señores, cuando yo les serví con las Indias; digo serví, que parece que
yo, por voluntad de Dios, se las dí, como cosa que era mía... é para
las ir a descubrir allende poner el aviso y mi persona, Sus Altezas no
gastaron ni quisieron gastar para ello, salvo un cuento de maravedís,
é a mí fué necesario de gastar el resto: así plugó a Sus Altezas que
yo hubiere en mi parte de las dichas Indias, islas é tierra firme que
son al Poniente de una raya que mandaron marcar sobre las islas de las
Azores, y aquellas del Cabo Verde, cien leguas, la cual pasa de polo
a polo; que yo hubiese en mi parte el tercio y el ochavo de todo, é
además el diezmo de lo que está en ellas, como más largo se amuestra
por los dichos mis privilegios é cartas de merced.» (Apéndice T).

Instituyó Colón dos mayorazgos: uno para Don Diego, hijo legítimo; y
otro para Don Fernando, hijo natural. En ambos excluye a las hembras,
las cuales únicamente podrán disfrutarlos en el caso de la completa
falta de herederos varones. Sobre este particular, el académico D.
Luis Vidart, hace la siguiente observación: «No pesó en el ánimo del
Almirante la gratitud a su protectora la Reina Doña Isabel de Castilla,
para inclinarle a respetar el mejor derecho de las hijas sobre los
sobrinos, en la herencia de los bienes, sean o no amayorazgados»[535].
Ordenó Colón a su hijo D. Diego que fundara una capilla y que en ella
hubiese «tres capellanes que digan cada día tres misas, una a la honra
de la Santísima Trinidad, é la otra a la Concepción de Nuestra Señora,
é la otra por el ánima de todos los fieles difuntos, é por mi ánima
é de mi padre é madre é mujer.» La cláusula respecto a la madre de
Don Fernando Colón, dice lo siguiente: «E le mando (a Don Diego) que
haya encomendada a Beatriz Enríquez, madre de Don Fernando, mi hijo,
que la provea que pueda vivir honestamente, como persona a quien yo
soy en tanto cargo. Y esto se haga por mi descargo de la conciencia,
porque esto pesa mucho para mi ánima. La razon dello non es lícito
de la escribir aquí.» A continuación del testamento se halla una
memoria escrita de mano del Almirante, en que dispone se diese: «a
los herederos de Jerónimo del Puerto, veinte ducados; a Antonio Vaso,
dos mil quinientos reales, de Portugal; a un judío que moraba a la
puerta de la Judería de Lisboa, el valor de medio marco de plata; a los
herederos de Luis Centurion Escoto, treinta mil reales, de Portugal;
a esos mismos herederos y a los de Paulo de Negro, cien ducados, y a
Bautista Espíndola ó a sus herederos, si es muerto, veinte ducados.»
(Apéndice U).

       [535] _Colón o la ingratitud de España._ Conferencia leída el
       21 de enero de 1892 en el Ateneo de Madrid, pág. 26.

Escribe Don Fernando Colón, que cuando el Rey Católico salió de la
ciudad de Valladolid a recibir a Felipe I _el Hermoso_, que venía
a reinar en España, su padre, «el Almirante quedó muy agravado de
gota y otras enfermedades, que no era la menor el verse decaído
de su posesion, y en estas congojas dió el alma a Dios el día de
su Ascension[536] a 20 de mayo de 1506, en la referida villa de
Valladolid, habiendo recibido antes todos los Sacramentos de la
Iglesia. Fueron sus últimas palabras: _In manus tuas, Domine,
commendo spiritum meum_. Las exequias se celebraron en Santa María la
Antigua»[537].

       [536] No fué el día de la Ascensión, porque en aquel año cayó
       el 21.

       [537] Véase Washington Irving, _Vida y viajes de Colón_.

Los restos del Almirante se depositaron--según algunos cronistas--en
el convento de San Francisco. El Dr. D. Lorenzo Galíndez de Carvajal
(n. en Plasencia el 1472 y m. en Burgos el 1532), en sus _Adiciones
genealógicas a los Claros varones de Castilla_, de Fernán Pérez de
Guzmán, escribe lo siguiente: «D. Cristóbal Colón, primer Almirante
de las Indias, el cual primero las descubrió y halló en el año de mil
cuatrocientos noventa y dos, y murió en Valladolid en el mes de mayo
de mil quinientos seis, y allí se sepultó en el Monasterio de San
Francisco en la capilla de Inés de Lacerda, para se llevar a la iglesia
mayor de Sevilla, donde mandó hacer su capilla»[538]. En esta o en
otras fuentes bebieron Washington Irving y Prescott, aquél en su obra
ya citada, y éste en su _Historia de los Reyes Católicos D. Fernando
y Doña Isabel_, cuando dicen que «los restos de Colón se depositaron
primeramente en el convento de San Francisco de Valladolid»[539].

       [538] _Colección de documentos inéditos_, etc., t. XVIII, p.
       467. Adición al cap. VI del Almirante D. Alonso Enríquez.

       [539] Tomo VII, p. 126.--Madrid, 1848. Tr.

Ni dentro, ni fuera de España se hizo apenas caso de la muerte de
Colón. La atención pública en España se hallaba distraída por la
llegada de la princesa Juana y de su marido el archiduque Felipe de
Austria, llamado el _Hermoso_, quienes iban a tomar posesión del reino
de Castilla. A grandes y pequeños les interesaba saber si eran o no
eran ciertas las discordias conyugales entre los dos príncipes, y
si eran o no eran ciertos los disgustos y rencores entre el yerno y
el suegro. A todos preocupaban las divisiones palaciegas; a ninguno
el fallecimiento del hombre que había dado a España la mitad del
globo. Europa tenía fijos sus ojos en el renacimiento, ya literario,
ya artístico, y en las famosas guerras de Italia. Sucedíanse los
descubrimientos y los inventos. ¿Quién había de acordarse de Colón,
cuando sucesos de tanta importancia preocupaban a todas las naciones?

¿Qué juicio habían formado los contemporáneos de Colón? Pedro Mártir
de Anglería, historiógrafo real, que por el año 1506 se hallaba
cerca de la hermosa ciudad del Pisuerga, no dice una palabra ni de
la enfermedad ni de la muerte de Colón; y entre las muchas cartas
curiosas de aquellos tiempos, publicadas en la _Biblioteca de autores
españoles_[540], no hay tampoco dato alguno sobre el particular; los
redactores del _Cronicón de Valladolid_[541], que dan noticia de las
cosas más insignificantes de la ciudad, no creyeron que la muerte del
insigne genovés merecía la pena de escribir unas cuantas líneas; el
historiador valisoletano Antolínez de Burgos, que nació en el último
tercio del siglo XVI y murió a mediados del XVII, se contentó con
decir que acabó el Almirante sus días en Valladolid en mayo de 1506,
y D. Manuel Canesi, hijo de una de las familias principales de dicha
población, en su _Historia de Valladolid_, en seis tomos[542] escribe
que murió el «año 1506, a 26 de mayo (algunos dicen a 6)». Ignoraba,
pues, Canesi, que Cristóbal Colón falleció el 20 del citado mayo.

       [540] Tomos XIII y LXII.

       [541] Comienza en el año 1333 y termina en el 1539.

       [542] Esta obra, aún inédita, al ocurrir la muerte de D.
       Manuel en el año de 1750, se vendió por sus herederos a los
       Sres. Estradas, de éstos pasó a poder de D. Diego Sierra,
       vecino de Palencia, viniendo a parar a un puesto de libros
       viejos en Madrid, donde la compró D. Fidel de Sagarminaga, de
       Bilbao. A la muerte de D. Fidel de Sagarminaga, dicha obra,
       con la rica librería de dicho señor, se donó a la Diputación
       de Vizcaya. El título es el siguiente: _Historia Secular
       y Eclesiástica de la muy antigua, augusta, coronada, muy
       ilustre, muy noble, rica y muy leal ciudad de Valladolid,
       dedicada a los Señores Justicia y Regimiento, compuesta por D.
       Manuel Canesi Acebedo, natural de ella y criado de su excelso
       Ayuntamiento_.

Otra prueba del poco interés que excitó la muerte del Almirante, se
encuentra en la obra alemana intitulada _Países ignotos_, que terminó
Ruchhamer el 20 de septiembre de 1508, pues en ella se refiere que
Colón y su hermano Bartolomé vivían todavía en la corte de España.

De modo que no pocos historiadores contemporáneos y muchos de los que
después, hijos de Valladolid, escribieron sucesos de ciudad tan noble,
apenas dedican unas pocas palabras de dudosa veracidad o no citan la
muerte del hijo de Génova. Por el contrario, Galíndez de Carvajal en
aquellos días, al tener noticia del fallecimiento de Colón, expresaba:
«Podrá la inscripción que se le ha puesto borrarse de la piedra; pero
no de la memoria de los hombres.» Estanques, cronista de Felipe el
_Hermoso_, decía: «El descubrimiento de las Indias por D. Cristóbal
Colón fué la cosa más señalada que antes de sus tiempos aconteció en el
mundo..., el cual, si se hiciera en el de los griegos y romanos, cierto
es que lo ensalzaran y ponderaran en muchos volúmenes e historias, como
la grandeza del caso merecía.» Oviedo escribía a Carlos I lo que sigue:
«Porque aunque todo lo escripto y por escribir en la tierra perezca,
en el cielo se perpetuará tan famosa historia, donde todo lo bueno
quiere Dios que sea remunerado y permanezca para su alabanza y gloria
de tan famoso varón. Los antiguos le hubieran erigido estatua de oro,
sin darse por ello exentos de gratitud.» Pinel y Monroy expone dicho
particular en estos términos: «Fué, sin duda, la dificultosa empresa
de D. Cristóbal la de mayor admiración que pudo caber en ánimo mortal,
y que jamás imaginó ni concibió la esperanza de los siglos; y pudo con
razón decirse que después de la creación del mundo y la redención del
género humano, no resaltará en las letras sagradas ni profanas otra
obra de mayor grandeza.»

En la ciudad de Roma, Huberto Foglieta, historiador de las grandezas
de la Liguria, manifestó su indignación contra _el vergonzoso silencio
e increible ceguedad de su patria_ (Génova), que decretaba estatuas a
ciudadanos de escaso mérito y no erigía ninguna al único de sus hijos
cuya gloria no tenía igual[543]. La república de Génova, participando
de la general indiferencia, no pensó, hasta el año 1577 «en consagrarle
un trozo de aquel mármol de que tan pródigos son sus palacios»[544].

       [543] _Clarorum ligurum elogia_, pág. XXXVI.--Roma, 1577.

       [544] Roselly de Lorgues, _Hist. de Colón_, Introd. de Fr. R.
       B. tom. I, pág. 16.

Ofrece cierta curiosidad la firma del Almirante, la cual es como sigue:

                                  .S.
                               .S. A .S.
                                 X M Y
                              Xpo FERENS

El significado es el siguiente: _Servus, Supplex Altissimi Salvatoris.
Jesús, María, Joseph. Christo Ferens_. Traducido al romance, será:
_Siervo humilde del Altísimo Salvador. Jesús, María, José. El que lleva
a Cristo_ (esto es, _Christophorus_, Cristóbal). En la firma, como
en otras cosas, se ve con toda claridad la influencia de la religión
cristiana sobre el alma creyente de Colón. Dice el P. Las Casas en su
obra (lib. I, cap. 102) lo siguiente: «Siendo el Almirante muy devoto
de San Francisco, prefirió también el color gris parduzco del hábito de
su Orden; y le vimos en Sevilla llevar un traje que era poco menos que
idéntico al hábito de los frailes franciscanos.» Del mismo Almirante
son las palabras que a continuación copiamos: «Para la realización
del viaje a la India de nada me han servido los razonamientos, ni las
matemáticas, ni los mapamundis. Se cumplió sencillamente lo que predijo
el profeta Isaías»[545].

       [545] Véase Navarrete, II, 229 y siguientes.

Consideremos ahora dos asuntos de relativa importancia: la casa en que
murió Cristóbal Colón y el lugar donde han descansado los restos del
Almirante[546].

       [546] Sobre el particular publicamos un artículo en la
       _Revista de España_, núm. 566, correspondiente al 30 de
       Octubre de 1892, que después se reprodujo en la _Revista
       Contemporánea_, número 628, del 15 de agosto de 1902, y ahora
       lo trasladamos en parte a este lugar.

¿En qué casa murió el insigne descubridor del Nuevo Mundo? Don Matías
Sangrador fué el primero que escribió: «Colón murió en la casa número
2[547] de la calle Ancha de la Magdalena, que siempre han poseído como
de mayorazgo los que llevan este ilustre apellido»[548]. A pesar de la
afirmación tan terminante del laborioso escritor valisoletano, cuando,
en el año 1865, se quiso tributar un testimonio de respeto a la memoria
de Colón, los resultados no correspondieron a las investigaciones que
se realizaron, según se muestra por el documento que copiamos:

 «_Antecedentes relativos a la casa que en la calle de la Magdalena de
         la ciudad de Valladolid posee el Sr. D. Diego Colón._

  Los Sres. Licenciados D. Hernando Arias de Rivadeneira y don
  Francisco de Rivadeneira, arcediano de Palencia, por escritura que
  otorgaron con fecha en la ciudad de Valladolid y diciembre de 1551 a
  testimonio del escribano de S. M. D. Diego Alonso Terán, y en virtud
  de Real facultad, fundaron un mayorazgo titulado de Rivadeinera,
  con los bienes que compraron a Juan de Segovia y a Juana Rodríguez,
  su mujer, agregando a él la casa principal de su morada que tenían
  en la ciudad de Valladolid a la calle que decían de la Magdalena,
  lindante por un lado con corrales de la casa de Diego de Palacios
  Mudarra (hoy herederos del Sr. D. José Arellano); por otro, con casas
  del fundador D. Hernando, y por delante con la calle pública, cuyo
  mayorazgo lo instituyeron en cabeza del hijo de D. Hernando, D. Diego
  de Rivadeneira y sus sucesores.

  La Sra. D.ª Josefa de Sierra Sarria Salcedo y Rivadeneira, sucesora
  del referido Sr. D. Diego Rivadeneira, poseedora del mayorazgo de
  este título y abuela del Sr. D. Diego Colón, casó en 13 de marzo de
  1780 con el Ilmo. Sr. D. José Joaquín Colón de Toledo y Larreategui,
  descendiente del descubridor del Nuevo Mundo, D. Cristóbal Colón.

  Por lo expuesto se demuestra que la casa sita en la calle de la
  Magdalena de la ciudad de Valladolid no perteneció al Almirante D.
  Cristóbal Colón ni a sus sucesores, hasta que, por el matrimonio
  del ilustrísimo Sr. D. José Joaquín Colón de Toledo con la Sra.
  D.ª Josefa de Sierra y Sarria, recayó en la familia de Colón como
  poseedora del mayorazgo de Rivadeneira.

  Muy bien pudo suceder que el Almirante D. Cristóbal Colón, por
  relaciones que le uniesen con la Sra. D.ª María de Rivadeneira o
  con D. Diego Hernández de Segovia, padres del D. Hernando Arias de
  Rivadeneira, o por otra cualquiera causa, habitase la calle de la
  Magdalena cuando en 1506 estuvo en Valladolid; pero en el archivo del
  señor D. Diego Santiago Colón de Toledo no existe ningún antecedente
  legal que justifique que la relacionada casa fuese habitada por tan
  ilustre señor.

  Cuanto queda relacionado es lo único que puede decirse relativo a
  la procedencia de la casa de la calle de la Magdalena, y a lo que
  resulta del archivo del Sr. Colón de Toledo sobre la posibilidad de
  que fuese habitada por el Almirante D. Cristóbal Colón.--Madrid 28 de
  septiembre de 1865.--P. O., _Cipriano Sáenz_»[549].

       [547] Hoy núm. 7.

       [548] _Hist. de Valladolid_, t. I, pág. 309.

       [549] Hállase el original en el Archivo municipal. Expediente
       instruído para tributar un testimonio de respeto a la memoria
       de Colón, Cervantes y conde Ansúrez.

Sin embargo, la comisión de Valladolid, tenaz en su empeño, dispuso
colocar la siguiente inscripción:

    «Aquí murió Colón.
    ¡Honor al genio!»

Las razones en que aquélla se fundaba eran:

  «Se ha dispuesto colocar esta lápida en el frente de la casa núm. 7
  de la calle de Colón, perteneciente al Sr. D. Diego Santiago Colón
  de Toledo, descendiente del ilustre genovés, descubridor del Nuevo
  Mundo, y en cuya casa hay datos para presumir que fué la en que
  falleció éste, si bien sólo se halla comprobado que sus honras se
  celebraron en la iglesia de Nuestra Señora de la Antigua»[550].

       [550] Archivo municipal, año 1866.

Además del documento procedente del archivo del Sr. D. Diego Santiago
Colón de Toledo, es evidente que la casa señalada como tal no sirvió de
última morada, ni en ella acabó sus días Cristóbal Colón, indicándolo
así su género de construcción, la cual debió tener lugar ya bien
entrado el siglo XVI.

¿Es la conocida hoy con el nombre de cárcel de corona, situada en la
calle de los Templarios, núm. 6? Podemos asegurar, según documentos
que hemos tenido a la vista, que la mencionada casa era hospital por
entonces, habiéndose hecho después reconstrucciones, obras y reparos de
importancia. ¿Era la que se hallaba casi enfrente de la conocida como
casa de Colón, quemada hace pocos años, y edificada luego con el núm.
4? Alguno lo creyó así, fundándose en que en ella se encontraron un
nivel y una regla para trazar planos, los cuales debían de pertenecer a
últimos del siglo XV o a principios del XVI; pero dado que sea verdad
lo expuesto, nada prueba, si se tiene en cuenta que aquellos objetos
estaban en la buhardilla a la vista de todos, y a mayor abundamiento,
se hará notar que en dicha casa vivió algunos años un industrial
dedicado a la compra y venta de antigüedades. En resumen, no se
encuentra ninguna luz que nos oriente en tan obscuro camino, y es de
presumir que será una de las cosas destinadas a no saberse nunca.

Otro asunto se presenta también a nuestra consideración. ¿Llevaron
los franciscanos el cuerpo de Colón a determinada sepultura, como
cree Galíndez Carvajal, o fué a parar al enterramiento general, como
sospechan otros? No negaremos que los frailes de San Francisco le
ayudaron a bien morir y celebraron sus funerales en Santa María la
Antigua; pero tampoco debe olvidarse que el descubridor del Nuevo
Mundo era hermano de la orden tercera. También debemos tener presente
las palabras del Conde Roselly de Lorgues: «Es muy cierto, dice, que
la muerte de un subgobernador, de un coronel, hace hoy más ruido en
una provincia, que no la ocasionaba entonces en España la pérdida del
hombre que había hallado un mundo»[551].

       [551] _Historia de la vida y viajes de Cristóbal Colón_, tomo
       II, pág 46.

Nosotros sólo diremos que se tiene noticia exacta de otros
enterramientos y de sus letreros, poco importantes si se comparan con
el del ilustre navegante, y nada se dice del de Colón. En la Historia
del Convento de San Francisco, de Fray Martín de Sobremonte, obra
voluminosa, manuscrita, llena de curiosas noticias y de preciosos
datos donde las cosas más insignificantes se detallan con exactitud
matemática, y muy especialmente las sepulturas de personas religiosas o
no religiosas, no hay indicación alguna sobre la de Colón. El título de
la obra es el siguiente:

_Noticias chronographicas y topographicas del Real y religiosisimo
convento de los Frailes Menores Observantes de San Francisco de
Valladolid, cabeza de la Provincia de la Inmaculada Concepcion de
Nuestra Señora._

Recogidas y escritas por Fray Matthias de Sobremonte, indigno Fraile
Menor, y el menor de los moradores de el mismo convento.

                             Año de MDCLX.

En la parte I, que llama _Chronographica_, noticia XI, pág. 55 v.ª, se
halla un epígrafe que intitula: _De algunos religiosos cuyas cenizas
descansan en este convento_, y se lee que «Fray Pedro de Santoyo está
enterrado en la capilla mayor desde el año 1431», etc., pág. 56, y más
adelante, que «Fray Bernardino de Arebalo está en la capilla mayor»,
etcétera, pág. 57. En la noticia XII, _De algunas cosas dignas de
memoria que an sucedido en este convento_, pág. 61, se lee que «D.
Alvaro de Luna estuvo enterrado en el convento», pág. 63.

En la parte II, que designa con el nombre de _Topographica_, y en la
noticia III, _De las capillas, altares y sepulturas_, etc., consta
que «el Padre Guevara, Obispo de Mondoñedo, fué enterrado en San
Francisco», pág. 20, y bajo el epígrafe _Otras sepulturas de personas
de quenta_, página 32, se dan detalles de enterramientos que llaman la
atención por lo minuciosos. ¡Ni una palabra acerca de la sepultura de
Cristóbal Colón!

De modo que el P. Sobremonte no ignoraba las sepulturas de los frailes
Santoyo, Arebalo y del cronista P. Guevara, de D. Alvaro de Luna, de
D.ª María de Mendoza, de D.ª Leonor de los Leones y de muchos más:
¿puede admitirse que olvidase la de Colón?

Don Rafael Floranes, que escribió en el siglo XVIII, y cuyos preciosos
manuscritos se hallan en la Biblioteca Nacional, tampoco nombra la
del descubridor del Nuevo Mundo. Entre las obras del insigne escritor
valisoletano, citaremos _Inscripciones de Valladolid_,(un tomo)[552],
y _Apuntes para la Historia de Valladolid_ (cinco tomos). Trata en
la primera de las inscripciones que se pusieron en las capillas de
las iglesias y conventos, habiéndonos fijado especialmente en las
capillas de la _Orden Tercera de San Francisco_. El título de la
segunda es _Apuntes para la Historia de Valladolid_[553]. Datos muy
curiosos se encuentran en el primer tomo[554], varias noticias y
algunos enterramientos en el segundo [555], y del tercero[556] lo que
copiamos a continuación: _Noticias del convento de San Francisco de
Valladolid conducentes a la Historia de esta ciudad_. Entre los varios
epitafios hay el siguiente: «Aquí yace el bienaventurado Padre Fray
Pedro Santoyo, Autor de la Regular Observancia en España y Fundador
de esta Santa Provincia de la Concepción: murió en este convento con
opinión de santidad y milagros, año de 1431 a 7 de abril; veinte
años después le trasladaron junto al altar mayor, en un sepulcro de
piedra; y en el año de 1629 a 4 de mayo le trasladaron a este lugar
con licencia del Ordinario.» Más adelante leemos: _Noticias sacadas
del Libro de la Sacristía de San Francisco, titulado el Libro de las
sepulturas y capillas deste convento de San Francisco en Valladolid_.
También, aunque ligeramente, hemos registrado los tomos cuarto[557]
y quinto[558]. Don Rafael Floranes, como el P. Sobremonte, son
diligentísimos escritores y de indiscutible autoridad en el asunto de
que se trata.

       [552] _Departamento de manuscritos_, Mss. 11.246.

       [553] _Departamento de manuscritos._

       [554] Mss. 11.281.

       [555] Mss. 11.282.

       [556] Mss. 11.283.

       [557] Mss. 11.284.

       [558] Mss. 11.285.

Dado como cierto que los restos de Colón se colocaron en determinada
sepultura, ¿cuándo se trasladaron desde las bóvedas del convento de San
Francisco a la Cartuja de Santa María de las Cuevas? Solamente se sabe
que el 8 de septiembre de 1523, el cuerpo de Cristóbal Colón, según
el testimonio de su hijo Diego, estaba depositado en el monasterio
de Sevilla. De modo que en el período de diez y siete años, o sea,
desde el 20 de mayo de 1506 hasta el 8 de septiembre de 1523, se puede
asegurar que se verificó la primera traslación. Prescott dice que dicha
traslación se hizo seis años después de la muerte del Almirante[559];
pero no advirtió que Galíndez Carvajal escribió sus _Adiciones
genealógicas_ en 1517, después del mes de octubre, y de ellas se
desprende que todavía se encontraban los restos en San Francisco.

       [559] Ob. cit., tomo VII, pág. 120.

¿Cuándo fueron trasladados por segunda vez desde el Monasterio de las
Cuevas a la Iglesia Catedral de Santo Domingo? Créese que en el año
1536[560]; se dice que la inhumación en la capilla mayor de la Catedral
se verificó en 1540, y se ignora si tuvo o no tuvo lápida su tumba.

       [560] Así opinó también Prescott. Ibidem.

Por el tratado de Basilea del 22 de julio de 1795, la isla de Santo
Domingo pasó a formar parte de la república francesa, y los huesos
del Almirante, exhumados el 20 de diciembre, se transportaron por don
Gabriel de Aristizábal, Teniente General de la Armada, a la capital
de Cuba, conducidos a la Catedral y depositados en un nicho que se
abrió en el presbiterio al lado del Evangelio. En la Habana estaban el
15 de enero de 1796. Se duda por algunos escritores dominicanos que
los restos de Cristóbal Colón fuesen los mismos que se llevaron a la
Habana, y afirman que eran los de su hermano Bartolomé o de su hijo
Diego, y D. Fr. Roque Cocchia, Obispo de Orope, asegura, con sobrada
ligereza, que el 10 de septiembre de 1877, encontró en la Catedral de
Santo Domingo los _verdaderos restos_ de Cristóbal Colón.

Ignórase, pues, la época en que fueron trasladados los restos de Colón
desde Valladolid a Sevilla y desde Sevilla a Santo Domingo, y el Obispo
citado, no solamente duda, sino cree que aquéllos todavía descansan en
la Catedral dominicana.

Hasta el 1899 estuvieron en la Habana, trasladándose en dicha fecha
a Sevilla. Colocóse el pedestal en 1902, en la nave sur del templo,
delante de la puerta de San Cristóbal. En el centro del pedestal
se destacan las armas _chicas_ de Sevilla que consisten en la
figura[ilustración][561] entre las siguientes inscripciones: «Sevilla,
1891[562] y 1902[563].» Gótica inscripción ocupa todo el perímetro:
«Cuando la Isla de Cuba--dice--se emancipó de la madre España, Sevilla
obtuvo el depósito de los restos de Colón y su Ayuntamiento erigió este
pedestal.» Encima del pedestal se admiran, en buen tamaño, los reyes
de armas o heraldos de los cuatro reinos de Castilla, León, Aragón y
Navarra, colocados uno en cada ángulo y sosteniendo sobre sus hombros
el sarcófago. En la cara inferior del sarcófago, en letras góticas y
doradas, hay un letrero que dice: «Aquí yacen los restos de Cristóbal
Colón. Desde 1796 los guardó la Habana y este sepulcro por Real orden
de 26 de febrero de 1891.»

       [561] Alfonso X _el Sabio_ concedió dichas armas _chicas_ en
       1283 a Sevilla, por haberse mantenido leal cuando casi todo el
       reino se había alzado en contra suya. Significan: _No madeja
       do_.

       [562] Por Real orden del 26 de febrero de 1891 (_Gaceta_ del
       27) se dispuso la erección de un monumento en la Catedral de
       la Habana para sepulcro de Colón. En el mismo año y mediante
       informe de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, se
       concedió el premio al proyecto de D. Arturo Mélida. Hízose
       el pedestal de piedra mármol y figuraba un templo o pirámide
       azteca. Cuando Cuba logró su independencia, al mismo tiempo
       que las cenizas del Almirante, se quiso trasladar el monumento
       a España. Como esto último era muy difícil, dado el mucho
       peso del pedestal, se hizo otro más modesto y con diferente
       carácter, también bajo la dirección del Sr. Mélida, para
       colocarlo en la Catedral de Sevilla.

       [563] Esta es la fecha en que se verificó en la ciudad
       andaluza la inauguración del artístico pedestal o histórico
       monumento.

En el paño fúnebre se lee:

      _A Castilla y a Aragón_
    _Nuevo Mando dió Colón._

Dice el cronista Herrera que era Colón ferviente religioso.
«Acostumbraba a decir: _En el nombre de la Santísima Trinidad_. Cuando
escribía alguna carta o algún otro documento, ponía en la cabeza:
_Jesus, Cruz, María sit nobis en via_. Su juramento consistía algunas
veces en estas palabras: _Juro a San Fernando_. Si cuando escribía
cartas, especialmente a los reyes, quería afirmar alguna cosa, sus
palabras eran: _Hago juramento que es verdad esto_. Observaba los
preceptos de la iglesia respecto al ayuno, confesaba y comulgaba muchas
veces, rezaba todas las horas canónicas, era simplicísimo de blasfemias
y juramentos, devotísimo de Nuestra Señora y del Bienaventurado San
Francisco; pareció ser muy agradecido a Dios por los beneficios
recibidos; por lo cual, casi por proverbio, cada hora traía, que le
había hecho Dios grandes mercedes, como a David. Cuando le llevaban
algún oro o cosas preciosas, en su Oratorio, de rodillas, daba gracias
a Dios porque de descubrir tantos bienes le hacía digno; era muy celoso
de la honra de Dios y muy deseoso de la conversión de los indios, y
que por todas partes se sembrase y ampliase la fe de Jesucristo, y
singularmente aficionado y devoto de que Dios le hiciese digno de
que pudiese ayudar en algo para ganar el Santo Sepulcro, y con esta
devoción, y la confianza que tuvo de que Dios le había de guiar en el
descubrimiento de este Orbe que prometía, suplicó a la Serenísima Reina
Doña Isabel que hiciese voto de gastar todas las riquezas que por su
descubrimiento para los Reyes resultase, en ganar la tierra y Casa
Santa de Jerusalén. Fué varón de grande ánimo, esforzado y de altos
pensamientos: inclinado particularmente a lo que se puede colegir de
su vida, hechos, escrituras y conversación, a acometer hechos egregios
y señalados; paciente y muy sufrido, perdonador de las injurias, y que
no quería otra cosa, según de él se cuenta, sino que conociesen los
que le ofendían sus errores y se le reconociesen los delincuentes;
constantísimo y adornado de longanimidad en los trabajos y adversidades
que le ocurrieron siempre, teniendo gran confianza de la Providencia
Divina, y entrañable fidelidad y grandísima devoción siempre a los
Reyes, y en especial a la Reina Católica; y si él alcanzara el tiempo
de los antiguos, por la admirable empresa de haber descubierto el Nuevo
Mundo, además de los templos y estatuas que le hicieran, le dedicaran
alguna Estrella en los Signos Celestes, como a Hércules y a Baco; y
nuestra Edad se puede tener por dichosa por haber alcanzado tan famoso
varón, cuyos loores serán celebrados por infinitos siglos»[564].

       [564] _Década_ 1.ª, lib. VI, cap. XV, pág. 168.

Por último, veamos el retrato que, bajo el punto de vista moral, hace
el cronista Herrera del Almirante. Solía decir «cuando reprehendía o
se enojaba con alguno: _¿Do vos a Dios, no os parece esto y esto?_ o
_¿por qué hicistes esto y esto?_» Supo mucha astrología y muy perito en
la navegación; supo latín e hizo versos. En las cosas de la religión
cristiana fué muy católico y de mucha devoción.

Creemos de inestimable valor el juicio que acerca de Colón tuvieron
Doña Isabel y Don Fernando. Después del descubrimiento del Nuevo
Mundo, los Reyes Católicos escribieron a Colón lo siguiente: «Una de
las principales cosas porque esto nos ha placido tanto es por ser
inventada, principiada é habida por vuestra mano, trabajo é industria.
Y cuanto más en esto platicamos y vemos, conocemos cuán gran cosa ha
seido este negocio vuestro, y que habéis sabido en ello más que nunca
se pensó que pudiera saber ninguno de los nacidos.»

Y Bolívar, el gran Bolívar, decía lo siguiente a sus amigos: «El plan
en sí mismo (la fundación de la República de Colombia) es grande y
magnífico; pero además de su utilidad deseo verlo realizado, porque
nos da la oportunidad de remediar en parte la injusticia que se ha
hecha a un grande hombre, a quien de ese modo erigiremos un monumento
que justifique nuestra gratitud. Llamando a nuestra República Colombia
y denominando su capital Las Casas, probaremos al mundo que no sólo
tenemos derecho a ser libres, sino a ser considerados bastantemente
justos para saber honrar a los amigos y a los bienhechores de la
humanidad: Colón y Las Casas pertenecen a la América. Honrémonos
perpetuando sus glorias»[565].

       [565] O'Leary, _Bolívar y la emancipación de Sud-América_,
       tomo II, pág. 22.

Entre los escritores modernos que con más injusticia han escrito contra
Colón se hallan Aarón Goodrich y María A. Brown, ambos americanos. De
Goodrich son las siguientes afirmaciones: Dice que en las galeras del
pirata Colombo el _Mozo_ (cuyo verdadero nombre era Nicolo Griego)
se hallaba y tomó parte en el combate que en las costas de Portugal
se dió contra la flota de Venecia, un tal Giovanni o Zorzi, pariente
del citado jefe, que también usaba el sobrenombre de Colombo, el cual
era terrible corsario, que había pasado toda su vida, ya robando en
los mares, ya comerciando con carne humana en las costas de Guinea.
Tomando el nombre de Colón, se casó en Portugal con Felipa Moriz de
Mello. Escribe también que domiciliado Colón en la isla de la Madera,
se apoderó de los documentos y mapas de Alonso Sánchez de Huelva. Añade
Goodrich que el rey de Portugal le rechazó por la desmedida codicia de
las proposiciones presentadas; pero él, apelando a la hipocresía y a la
más baja adulación, se hizo oir en España.

La señora Brown, deseosa de llamar la atención del público indocto,
comienza diciendo que no hay ningún cristiano que tenga buenas
cualidades y que a esa religión se deben todos los males de América.
Colón fué el que llevó el cristianismo al Nuevo Mundo; de modo, que él
y solo él es el responsable de los citados males. Llama al Almirante
«infame, aventurero, usurpador, pirata, traficante de carne humana»,
y otras cosas semejantes. «La religión cristiana--y estas son sus
palabras--debe ser abolida, todo sacerdote expulsado, y el nombre de
Cristo maldito como enemigo del género humano.»

Consideremos, por el contrario, a los panegiristas del hijo de
Génova. Entre ellos se encuentra el Sr. Peragallo y el abate Martín
Casanova de Pioggiola, mereciendo entre todos el primer lugar, por sus
exagerados encomios, por su cultura y aun por la elegancia del estilo,
el conde Roselly de Lorgues. «Digamos con toda franqueza--tales son
sus palabras--lo que pensamos acerca de Colón. Ese hombre no tuvo
ningún defecto ni ninguna cualidad del mundo. Tenemos fundados motivos
para considerarle como a Santo»[566]. «Acabamos de ver--dice más
adelante--un hombre de virtud perpetua, de entera pureza de corazón,
cuya grandeza moral excede a los tipos más célebres de la antigüedad,
y no es inferior, por cierto, a las más notables figuras de los héroes
formados por el Evangelio»[567]. Por último, el devoto panegirista del
Almirante, escribe también: «El contemplador de la Naturaleza, heraldo
de la Cruz, libertador en esperanza del Santo Sepulcro, lleva en todos
sus hábitos la señal de su apostolado. El embajador de Dios a las
naciones desconocidas se distingue, entre todos los hombres, por el
caracter de su misión augusta»[568].

       [566] _Cristóbal Colón_, tomo II, pág. 80.

       [567] Pág. 83.

       [568] Pág. 97.

Prescindiendo de los juicios, lo mismo de los enemigos que de los
amigos de Colón, no haciendo caso de censuras ni de aplausos que ante
el severo tribunal de la Historia carecen de valor alguno registraremos
los nombres de aquellos escritores que más se han distinguido por su
competencia e imparcialidad. «Lo que más caracteriza a Colón--dice A.
de Humboldt--es la penetración y extraordinaria sagacidad con que se
hacía cargo de los fenómenos del mundo exterior, y tan notable es como
observador de la naturaleza que como intrépido navegante. Al llegar a
un mundo nuevo y bajo un nuevo cielo, nada se oculta a su sagacidad,
ni la configuración de las tierras, ni el aspecto de la vegetación, ni
las costumbres de los animales, ni la distribución del calor según la
influencia de la longitud, ni las corrientes, ni las variaciones del
magnetismo terrestre... Y no se limita a la observación de los hechos
aislados, que también los combina y busca su mutua relación, elevándose
algunas veces atrevidamente al descubrimiento de las leyes generales
que reaccionan el mundo físico. Esta tendencia a generalizar los hechos
observados, es tanto más digna de atención cuanto que, antes del fin
del siglo XV, y aun me atrevería a decir que casi antes del Padre
Acosta, no encontramos otro intento de generalización»[569].

       [569] _Cristóbal Colón y el descubrimiento de América_, tomo
       II, págs. 15 y 18. Tr.

Hermosa es la pintura que hace de Colón el primero de nuestros
oradores. «Hombre maravilloso--dice Castelar--en quien se unen acción
y pensamiento, fantasía y cálculo, el espíritu generalizador de los
filósofos y el espíritu práctico de los mercaderes; verdadero marino
por sus atrevimientos y casi un religioso por sus deliquios; poeta
y matemático, el tiempo y el espacio en que nace y crece nos dan
facilidades grandísimas de conocerlo y apreciarlo»[570]. Más adelante,
añade: «Colón, profeta y mercader, vidente y calculador, cruzado y
matemático; especie de Isaías en sus adivinaciones y de banquero en
sus cálculos; con el pensamiento a un tiempo en la religión y en su
negocio; sublime oráculo, de cuyo libro brotan profecías a borbotones
y pésimo administrador que arbitra irregulares medidas; proponiendo
la reconquista del Santo Sepulcro por un esfuerzo de su voluntad
piadosa, y el reencuentro con las minas de Golconda por camino más
corto que los conocidos a la India; siempre suspenso entre las
idealidades y las contariñas; capaz de crear un mundo con la fuerza de
su visión intelectual, para luego destruirlo con los expedientes de su
imprevisión y de su desgobierno; con ojos de telescopio que le permiten
hasta llegar a lo infinitamente grande y con ojos de microscopio para
conocer y analizar lo infinitamente pequeño; matemático y revelador,
teólogo y naturalista, místico y astrónomo, se aparece tan múltiple y
vario, que apenas cabe dentro de nuestras lógicas encadenadas series y
en nuestros bien regulados y proporcionadísimos sistemas»[571].

       [570] Tomo I, pág. 73 (2.ª edición).

       [571] Ibidem, págs. 114 y 115.

Si su condición de extranjero perjudicó al Almirante, también fué
motivo para que muchos no le estimasen, el carácter un tanto agrio de
sus hermanos y de sus hijos. La envidia y aun la calumnia se cebaron
en aquél, que ayer era pobre y loco, y hoy se igualaba a la primera
nobleza de España.

Posible es que Colón desconociese el arte de gobernar y a veces se
mostrara envidioso y altivo. No olvidemos las palabras de Víctor Hugo:
«Los hombres de genio--dice--tienen, sin duda, originalidad exuberante,
tienen defectos. No importa. Es necesario tomar a esos hombres como
son, con sus defectos, sopena de hacerles perder al mismo tiempo sus
cualidades»... Se ha dicho que era codicioso; pero no se olvide que
fama de codiciosos tenían en aquellos tiempos y tuvieron después los
hijos de Génova, como al presente tienen los judíos en las naciones
de Europa y los chinos en las de América. Los religiosos de San
Francisco escribían al cardenal Jiménez de Cisneros lo siguiente: «Que
V. S. trabaje con sus Altezas, como no consientan venir a esta tierra
ginoveses, porque la robarán e destruirán». Y Quevedo hablando del
dinero, escribe los versos que copiamos:

      «Nace en las Indias honrado
    donde el mundo le acompaña,
    viene a morir en España
    y es en Génova enterrado.»

No es Colón un codicioso vulgar ni se le puede censurar por su ansia
inmoderada de lucro. Deseaba mostrar a sus reyes, a España y al mundo
toda la importancia de las tierras que iba descubriendo, importancia
que se manifestaba por las riquezas que descubriera. Si venecianos y
genoveses querían llegar directamente a la India por el mar Rojo, y si
los portugueses deseaban hacer directamente la navegación doblando el
Cabo de las Tormentas, era porque les corría prisa traer de aquella
región los perfumes, las especias, el oro y las piedras preciosas.
Otra idea bullía en la mente de Colón: pensaba dedicar las grandes
riquezas que acumulara a conquistar la Palestina y librar el sepulcro
de Cristo del poder de los infieles. Muchas veces expuso en sus cartas
el mismo pensamiento y hasta hubo de apoyarse en predicciones que
aseguraban que de España había de salir quien llevase a feliz término
la empresa. Hasta tal punto ofuscaba la fantasía el espíritu vigoroso
de Colón. Por lo que hace a la crueldad es preciso recordar el tiempo
en que vivió y los hechos que hubo de realizar. No llegó a la severidad
excesiva de Hernán Cortés y de Francisco Pizarro, ni a la crueldad de
Vasco de Gama, ni de Alfonso de Alburquerque. Tuvo el Almirante que
imponerse, ya a gente aventurera e indócil, ya a indígenas salvajes.
Es cierto que Fray Bartolomé de las Casas, el protector de los indios,
estuvo dotado de santo celo y de caridad sin límites; pero no se olvide
que para aliviar a aquéllos, propuso emplear esclavos negros en los
trabajos del campo y de minería. ¡Cómo si los negros no fuesen hijos de
Dios igualmente que los americanos y los blancos! Ingleses, flamencos
y genoveses tomaron el asiento o contrato de la traída de negros; de
modo que aquéllos, lo mismo que los españoles, introdujeron en América
tráfico tan vergonzoso.

Aunque todos los defectos que han achacado a Colón fuesen ciertos,
«¿qué importa eso--como dice el marqués de Hoyos--para la alta misión
y el incomparable mérito del gran Colón? ¿Qué consecuencias han traido
al mundo sus defectos? ¿Qué resultados, en cambio, para la cultura,
para la civilización, para el progreso de la humanidad han traido sus
excepcionales dotes, su inteligencia, su voluntad y su genio?»[572].

       [572] _Conferencia leída en el Ateneo de Madrid el 24 de marzo
       de 1891_, págs. 38 y 39.

«Averiguar al cabo de cuatrocientos años que Colón fué un hombre, me
parece descubrimiento un tanto inferior al del Nuevo Mundo.» Estamos
conformes con las citadas palabras del notable crítico Federico Balart,
palabras dirigidas a D. Luis Vidart, académico de la Historia y
apasionado censor de Cristóbal Colón.

Por nuestra parte solamente se nos ocurre decir: ¡Qué hombre tan
extraordinario! Tuvo sus errores, es cierto; mas esto nada importa para
su gloria. No negaremos que la idea que Colón tenía de la tierra era
la misma que habían expresado los cosmógrafos griegos y romanos, sin
otra diferencia que la de empequeñecer sus dimensiones. Calculaba la
anchura del Atlántico, entre las costas occidentales de Europa y las
orientales de Asia, en 1.100 leguas próximamente. «El mundo no es tan
grande como dice el vulgo--escribe el Almirante a los Reyes Católicos
en carta fechada en Jamaica el 7 de julio de 1503--y un grado de la
equinoccial está 56 millas y dos tercios; pero ésto se tocará con el
dedo.» Creía también como griegos y romanos que el hemisferio inferior
estaba a trechos cubierto de tierras de igual modo que lo estaba el
superior, admitiendo por tanto la existencia de muchas islas en el
Atlántico. Fijo Colón en su idea de la pequeñez de la tierra, pensaba
que, yendo con rumbo del Oeste, por el paralelo de las Canarias, en
cinco semanas de navegación andaría las mil y tantas leguas para la
India, o para Cipango de Marco Polo (el Japón); pero la distancia era
doble, y, en vez del Cipango asiático, se encontró con las Antillas
de la América Central. Entre lo que suponía haber hallado y lo que en
realidad encontraba, existía otro mundo. También los portugueses se
lanzaron al mar en busca del Preste Juan, y en vez del Preste Juan, que
era un personaje fantástico, llegaron a la India.

No negaremos que ni en el _Diario de navegación_ del primer viaje,
ni en las cartas que escribió a su regreso, aparecen ideas propias,
pensamientos luminosos o nuevos proyectos. De los navegantes de la
Guinea, de la Madera, de las Canarias y de las Azores sólo pudo
saber que existían islas próximas en dirección al Oeste; mas esto
le interesaba poco. La única utilidad que le reportaba la noticia
consistía en saber que a ambos lados del camino se encontraban tierras
en que pudiera hacer escala y acogerse en caso de necesidad. Colón se
proponía, y esta era su idea capital, como consta en su _Diario_, ir
directamente a Cipango y al Cathay. Aunque creía que a una banda y
a otra se hallaban islas, no se para a buscarlas, y sigue adelante.
Cuando encuentra tierra a la distancia que en la carta de Toscanelli
se marcaba el Cipango, dice que se halla en dicha espléndida región y
que no lejos se encontraba el Cathay. En varias cartas escritas por
el Almirante después del primer viaje, se prueba que seguía al pie
de la letra el proyecto de Toscanelli; donde se muestra esto con toda
claridad es en el extracto que fray Bartolomé de las Casas hizo del
Diario de a bordo y en los comentarios que hubo de poner al curioso
Diario dicho obispo al confrontarlo con la carta de Toscanelli a
Martins[573].

       [573] Véase Altolaguirre, _Cristóbal Colón_ y _Pablo del Pozzo
       Toscanelli_, págs. 379 y siguientes.

Si damos como cosa cierta y averiguada que los escandinavos desde
el año 874 conocieron la Islandia, territorio que fué colonizado
por familias poderosas del Norte; si se halla probado que Erico el
Rojo, arrojado de Islandia, abordó el año 986 a Groenlandia, tierra
ya perteneciente a América; si no cabe duda alguna que durante los
siglos XI, XII, XIII y XIV los escandinavos recorrieron el norte del
Nuevo Mundo; si Alonso Sánchez, de Huelva, residente en la isla de la
Madera, dejó a Colón, antes de morir, los diarios, derroteros, carta
y demás documentos de un viaje hecho por él a la Isla Española; si
Bartolomé Muñíz, suegro de Colón, distinguido navegante del tiempo de
D. Enrique de Portugal, colonizador y gobernador de la isla de Porto
Santo, dejó, a su muerte, mapas, diarios y apuntes de mucho valor; y
si Pedro Correa, también notable navegante, departiendo en dicha isla
de Porto Santo con su cuñado Cristóbal Colón, le manifestó cuanto se
decía relativo a la existencia de tierras en el Atlántico, todo esto ni
disminuye ni aumenta el mérito del descubridor del Nuevo Mundo.

Que el hijo de Génova no tuvo noticia exacta de las expediciones de
los escandinavos, se prueba considerando que dirigió sus naves, no
por el Noroeste, sino por el Occidente. Que Sánchez de Huelva y otros
no influyeron en su manera de pensar, se prueba con recordar que
Colón siempre dijo que iba a descubrir nuevo camino a la India, no a
descubrir Nuevo Continente.

El mérito de Colón consiste, no sólo en haber encontrado la América,
cosa que no buscaba, sino en haber partido de una hipótesis científica,
de la redondez de la tierra, para lanzarse a través del Océano,
en el _mar tenebroso_, con ánimo de llegar al extremo Oriente. Al
propio tiempo debemos notar que emprendió el viaje, ya con el objeto
de ensanchar el conocimiento geográfico del Mundo, ya--y esto es lo
principal--con el deliberado propósito de colonizar y conquistar las
tierras que encontrase. De modo que fué descubridor, colonizador y
conquistador del Nuevo Mundo.

El escritor contemporáneo norteamericano Charles F. Lummis ha dicho muy
acertadamente lo que sigue: «A pesar de que, mucho antes que Colón,
varios navegantes vagabundos de media docena de distintas razas habían
ya llegado al Nuevo Mundo, lo cierto es que no dejaron huellas en
América ni aportaron provecho alguno a la civilización...»[574]. En
efecto, las expediciones de los escandinavos fueron infructuosas; los
viajes de Colón cambiaron completamente la faz de la tierra.

       [574] _Los exploradores españolea del siglo XVI en América_,
       pág. 65. Tr.

Bendecido por la iglesia católica, que ha tratado de santificarle en
estos últimos años; glorificado por todos los pueblos del Antiguo y del
Nuevo Mundo, inmortalizado por la Historia, saludado por los poetas
y enaltecido por los escultores y pintores, su nombre será siempre
orgullo de España. Si algunas sombras empañan su retrato, siempre será
Colón la figura más extraordinaria de su siglo, de aquél siglo en que
tanto abundaban los hombres superiores y de mérito indiscutible.

En suma: para que no se nos diga que somos ciegos defensores de
Colón, tentados estamos para terminar su retrato reconociendo, no
sus bellezas, sino sus fealdades, no la sublimidad del genio, sino
las pequeñeces del hombre vulgar. Envidioso, agrio de carácter,
poco cariñoso con su primera mujer la portuguesa Felipa, amistado
ilegítimamente con la andaluza Beatriz, comerciante a la manera judía,
soñador hasta el punto que le dominaba la idea de recuperar el Santo
Sepulcro, más encariñado con las riquezas que con la gloria, dominado
por la idea de ir a las Indias y sin presentir jamás la existencia de
otro mundo, mediano gobernante, severo con los españoles que servían
a sus órdenes y autoritario con los indígenas; todo esto y algo más
que pudiera decirse del insigne genovés, no tiene valor alguno. Con
aquellas o sin aquellas cualidades, ¿dejó Cristóbal Colón de descubrir
el Nuevo Mundo a las dos de la madrugada, poco más o menos, del viernes
12 de Octubre de 1492?

Al lado de Colón colocaremos a Isabel la Católica y a Martín Alonso
Pinzón. Colón--dice Sales y Ferré--puso la idea, Isabel puso
los medios y Pinzón puso la resolución. «Colón--añade el citado
historiador--representa la inteligencia, Isabel el sentimiento, Pinzón
la voluntad: los tres elementos indispensables en toda acción para que
llegue a cumplido efecto»[575]. «Desde la intervención de los Pinzones
en el descubrimiento--escribe Ibarra y Rodríguez, docto catedrático
de la Universidad Central--van desapareciendo y venciéndose todos los
inconvenientes»[576].

       [575] _El Descubrimiento de América_, pág. 213.

       [576] _Don Fernando el Católico y el Descubrimiento de
       América_, pág. 183.

Debajo de las tres citadas figuras se colocan varios personajes en
primero y segundo término. En primer término, Fr. Juan Pérez, Fray
Antonio de Marchena y Fr. Diego de Deza, Alonso de Quintanilla, el
cardenal Mendoza y el duque de Medinaceli; también el Rey Católico
y los aragoneses Juan Cabrero, Gabriel Sánchez[577], Luis de
Santángel[578], Juan de Coloma y Alonso de la Caballería. En segundo
lugar García Fernández, médico que residía en Palos, muy aficionado a
los estudios cosmográficos y algo astrólogo, el cual, en el solitario
convento de la Rábida, dió no pocas veces aliento al ánimo decaído de
Colón y de Juan Pérez; también la marquesa de Moya, Doña Beatriz de
Bobadilla, Doña Juana Velázquez de la Torre, Gutiérre de Cárdenas, el
Dr. Chanca y el P. Gorricio.

       [577] Al tesorero Gabriel Sánchez debió quedar Colón sumamente
       obligado, por cuanto al regreso de su primer viaje, antes que
       a los reyes o al mismo tiempo al menos, escribió interesante
       carta.

       [578] Luis de Santángel creía conveniente emprender
       aquella aventura «para servicio de Dios, triunfo de la fe,
       engrandecimiento de la patria y gloria del Estado Real de Don
       Fernando y de Doña Isabel.»

Injusticia--y no pequeña--sería olvidar el nombre de Beatriz Enríquez
de Arana. Una mujer encantadora llamada Beatriz inspiró al Dante la
_Divina Comedia_, y otra mujer, que tenía el mismo nombre que la amada
del gran poeta, de noble alcurnia y bella según unos, de las clases
inferiores de la sociedad y fea según otros, le hizo caso cuando todos
le abandonaban y le tomó por cuerdo cuando todos le tenían por loco.
Si grande era la fe de Colón en hallar nuevo camino para las Indias,
era más grande el amor que profesaba a la joven que conoció durante
su primera estancia en Córdoba y de la cual tuvo a su hijo Fernando.
El amor a la cordobesa y a su hijo mantuvieron a Colón cada vez más
firme en su idea y en sus esperanzas, a pesar de tantos desengaños y
amarguras. Estos amores influyeron seguramente para que el genovés
no saliese de España. Que siempre estuvo en buenas relaciones con la
familia de su dulce amiga, se prueba considerando que en su primer
viaje le acompañó Diego de Arana, primo de Beatriz, que fué muerto
a manos de los indios en el fuerte de Navidad (isla Española), en
tanto que el Almirante volvía a España; y en su tercer viaje llevó en
su compañía a Pedro de Arana, hermano de su citada amiga. Si--como
creemos--la madre de Fernando, con sus consejos y cuidados, logró
reponer las fuerzas quebrantadas del soñador extranjero, no sin
animarle a permanecer en España y hacer más llevadera su pobreza
«vendiendo libros de estampa o haciendo cartas de marear»; si el amor
ha obrado todos estos milagros, permítasenos grabar en las inmortales
páginas de la historia y en sitio preferente, el nombre de la cordobesa
Beatriz Enríquez de Arana.

Vamos a terminar este capítulo con los siguientes versos de un poeta
mexicano, Justo Sierra y de dos poetas españoles, el duque de Rivas y
el cantor de las Ermitas.

_Colón_ (fragmentos de un poema dramático de Sierra):

    ...........................................
    ¿Quién es? ¿Qué afán le guia?
    ¿Qué busca ose hombre en los perfiles rojos
    Del remoto Occidente?
    ¿Por qué ese eterno pliegue en esa frente?
    ¿Por qué esa eterna llama en esos ojos?
    ¡Un visionario! ¡Ah, si! Cuando ha dejado
    La sombra, un horizonte; cuando avanza
    Del corazón en lo infinito un a hora,
    Rayo de luz que basta a la esperanza
    Para encender en el zafir su aurora;
    Cuando aparece un astro en el Oriente
    Mostrando al hombre en el dolor su ruta;
    Cuando bebe un anciano la cicuta;
    Cuando el sol de los libres centellea;
    Y un profeta agoniza en el Calvario,
    Es que la augusta antorcha de una idea
    Brilla en manos de un pobre visionario!...
    ...........................................
    Para alzar de la noche un hemisferio
    Edén de amores que la mar engasta,
    Dadme un punto de apoyo, les dijiste,
    Que la palanca de la fe me basta.
    ...........................................
    Y en pie en la proa del bajel hispano
    Clamaste, con acento sobrehumano:
    «En el nombre de Dios omnipotente
    En cuyo arbitrio la creación se encierra,
    ¡Despierta, continente!»
    Y como un eco enorme y de repente
    Gritó una voz en lontananza: _¡Tierra!_
    ...........................................
    Mártir padre de América: el futuro
    En la hora fatal de su justicia
    Te hará salir de tu sepulcro obscuro;
    Un himno estallará de polo a polo,
    Y tu América entonces, santo anciano,
    Hará de tu corona de martirio
    El sol de tu apoteosis soberano.
      Cuando llegue ese instante,
    Poned en la balanza, grandes reyes,
    Vuestro sol sin ocaso, vuestras leyes,
    De vuestro nombre el ominoso culto,
    Vuestra justicia, que era la venganza,
    Vuestro triste perdón, que era el insulto,
    Y pon, historia humana escarnecida,
    Del otro lado de la fiel balanza
    Los grillos de Colón.--Que Dios decida

D. Angel Saavedra, en uno de sus romances, hace decir a Isabel la
Católica, dirigiéndose a Colón, los versos que a continuación copiamos:

      «Lleva a ese ignorado mundo
    los castellanos pendones,
    con la santa fe de Cristo,
    con la gloria de mi nombre.
    El cielo tu rumbo guíe,
    y cuando glorioso tornes,
    ¡Oh Almirante de Castilla,
    Duque y Grande de mi Corte!
    tu hazaña bendiga el Cielo,
    tu arrojo al infierno asombre,
    tu gloria deslumbre al mundo
    y abarque tu fama el orbe.»

De D. Antonio Fernández Grilo son los siguientes versos:

      «En éxtasis profundo
    Bendigo de Colón la eterna gloria.
    No puede marchitarse la memoria
    De aquél que al mundo regaló otro mundo.»



CAPÍTULO XXV

  DESCUBRIMIENTOS POSTERIORES AL DEL NUEVO MUNDO.--VIAJES DE LOS
  CABOT BAJO LA PROTECCIÓN DE LA CORONA DE INGLATERRA.--VASCO DE
  GAMA BAJO LA PROTECCIÓN DE D. MANUEL DE PORTUGAL.--EXPEDICIÓN DE
  ALONSO DE OJEDA AL NUEVO MUNDO.--JUAN DE LA COSA Y AMÉRICO VESPUCIO
  FORMAN PARTE DE LA EXPEDICIÓN.--VIAJE DE PERO ALONSO NIÑO.--VIAJE
  DE VICENTE YÁÑEZ PINZÓN.--EXPEDICIÓN DE DIEGO DE LEPE EN EL CITADO
  AÑO.--RELACIÓN DE AMÉRICO VESPUCIO.--EL PORTUGUÉS PEDRO ALVAREZ
  CABRAL EN EL BRASIL Y EN LA INDIA.


Si en el capítulo XVIII de este tomo se dijo que juzgábamos de todo
punto interesante dar alguna idea de los descubrimientos que los hijos
de Portugal llevaron a cabo antes del año 1492, ahora debemos ocuparnos
de las expediciones que posteriormente a dicha fecha realizaron, ya los
ingleses, ya los portugueses, al Nuevo Mundo, y también--pues no dejan
de tener relación con la historia de América--las realizadas por los
sucesores del infante D. Enrique al Asia y a la Oceanía.

El descubrimiento del Nuevo Mundo por Cristóbal Colón despertó en
Inglaterra mucha afición a las empresas marítimas. Enrique VII,
mediante Real cédula firmada en Westminster (5 marzo 1496), dió
autorización a John Cabot o Gaboto, natural de Savona o de Castiglione
(Génova)[579] y establecido en Bristol (Inglaterra), y a sus tres hijos
Luis, Sebastián y Santos «para hacerse a la vela con dirección a todos
los puntos, comarcas y mares del Oriente, del Occidente y del Norte,
bajo nuestra bandera e insignias, con cinco bajeles, de cualquiera
carga o cabida que sean, y con tantos marineros u hombres como quieran
llevar consigo en dichos bajeles, a su propia costa y cargo, para
buscar, descubrir y encontrar cualesquiera islas, comarcas, regiones o
provincias de los salvajes idólatras e infieles, sean las que fueren,
y en cualquiera parte del mundo donde puedan existir, y que hayan sido
ignoradas antes de ahora de todos los cristianos»[580].

       [579] Algunos dicen que era de origen veneciano (n. en 1451 y
       m. en 1498).

       [580] Hakluyt, _Viajes y descubrimientos_, tom. III. pág. 6.

Embarcóse Juan con su hijo Sebastián en los primeros días de mayo de
1497 en el puerto de Bristol. Llevaba una escuadra compuesta de una
nave y tres o cuatro buques e hizo rumbo hacia el Oeste. Hállase la
siguiente nota en la crónica de la ciudad: «En 24 de junio de 1497
descubrieron a Terranova hombres de Bristol que tripulaban un buque
llamado _Matthaens_». Otra nota que se encuentra en las cuentas
del dicho Rey y que debe referirse a Cabot, dice así: «Diez libras
(esterlinas) para el que descubrió la nueva isla»[581].

       [581] _Los Estados Unidos de la América del Norte._ Historia
       Universal de Oncken, tom. XII, páginas 3 y 4.

Recibió dicha cantidad a su regreso de la costa de América. En
efecto, el 24 de junio divisaron tierra por vez primera. Aquella
tierra era la costa del Labrador y la llamaron _Terra prima vista_;
también descubrieron una isla que denominaron _Isla de San Juan_, en
conmemoración del día en que fué descubierta, la cual estaba «llena de
osos blancos y de ciervos, mucho mayores que los de Inglaterra»[582].
Costearon en una extensión de 300 leguas el continente descubierto y
emprendieron el viaje de vuelta, llegando a Bristol en agosto del mismo
año.

       [582] Haydwar, _Vida de Sebastián Cabot_, pág. 8.

En 3 de febrero de 1498 el Rey otorgó una carta autorizando a Cabot
para alistar una flota de seis buques y proseguir sus descubrimientos.
No debió Juan Cabot aprovechar esta segunda carta.

Sebastián Cabot, utilizando probablemente la carta real otorgada a su
padre, salió en mayo de 1498 con dos buques: se proponía descubrir
el supuesto paso septentrional para ir directamente a las Indias
Orientales.

[Ilustración: Sebastián Caboto.]

Llegó, según se cree, a Terranova, y después alcanzó el continente,
desembarcando en varios puntos, y estuvo quizá en la actual bahía de
Chesapeake. Hizo un segundo viaje hacia el Noroeste, probablemente en
1503; consta en la crónica de Roberto Fabián que de las islas recién
descubiertas trajo algunos indígenas salvajes, vestidos de pieles.

Posteriormente--si damos crédito a algunos cronistas--, el mismo
Sebastián realizó un tercer viaje el 1517. En esta expedición entró en
la bahía de Hudson y llegó hasta los 67 grados de latitud Norte; pero
la tripulación, aterrada ante la vista de inmensos bancos de hielo en
el mes de julio, exigió no seguir adelante, teniendo Cabot, a disgusto
suyo, que regresar a Inglaterra.

En suma, de las expediciones de los Cabot se deduce que subieron hasta
la extremidad Norte del Estrecho de Davis, tal vez pasaron a la bahía
de Hudson, y volviendo hacia el Sur, descubrieron la isla de Terranova,
que denominaron _Tierra de los Bacalaos_ y siguieron costeando hasta
5 grados Norte de la Florida. Parece ser que llegaron hasta el cabo
Hatteras.

Tiempo adelante Sebastián marchó a España. Dícese que cuando Carlos
de Gante vino a ceñir la corona, se apresuró Cabot a ofrecerle sus
servicios, los cuales fueron aceptados por el Rey, quien le nombró
piloto mayor con el sueldo de 125.000 maravedís (300 ducados).
Sostienen varios autores que antes había estado bajo las órdenes
de Fernando el _Católico_, y probado se halla que después de su
nombramiento de piloto mayor, volvió el 1519 a Inglaterra, aunque por
poco tiempo. Disgustado Cabot lo mismo con el Gobierno español que con
el de Inglaterra, por el año 1522 se dirigió secretamente--según las
relaciones y comunicaciones del embajador veneciano Contarini--a la
república de Venecia, ofreciéndole descubrir un camino a la China por
el Noroeste; mas no fué oído. Por tercera vez vino a España y en esta
ocasión tuvo más suerte, pues logró el mando de una expedición, con
orden de seguir camino determinado, penetrar en el Pacífico y continuar
hasta las Molucas. Aunque duró la expedición desde el año 1526 hasta el
1530, el intrépido navegante sólo llegó hasta el río de la Plata.

A su vuelta fué preso, pues se le atribuyó no poca torpeza o desidia,
siendo desterrado en 1532, por dos años, a Orán. Indultado el 1533 por
Carlos I, continuó al servicio de España hasta que a fines de 1547
marchó a Inglaterra. El gobierno de Eduardo VI le nombró (1549) piloto
mayor con el sueldo de 166 libras esterlinas anuales, y, aunque el rey
de España le reclamó varias veces, el Consejo de la Corona de aquella
nación declaró que Cabot era súbdito de Eduardo VI y que nadie podía
obligarle a salir del territorio británico. Poco después el inconstante
Cabot, poco agradecido a los favores del gobierno inglés, ofreció sus
servicios, en agosto de 1551, a Venecia, no sin prometer que iría a
China por un camino sólo conocido por él. Debió morir Sebastián Cabot
por el año 1557 o un poco antes, en Londres. Sin embargo de haber
pasado la segunda mitad de su vida aventurera en proyectos y sin
embargo de su poca formalidad en el cumplimiento de sus compromisos,
no puede negarse que dió gran parte de un continente a Inglaterra,
contribuyendo como ninguno al poder marítimo de nación tan poderosa.
Si España fué ingrata con Colón, Inglaterra lo ha sido más todavía
con Sebastián Cabot, pues ni humilde monumento indica dónde yacen sus
cenizas, llegándose hasta desconocer la fecha de su fallecimiento. Los
dos Cabot, padre e hijo, fueron los primeros que intentaron hallar
una ruta a la China y a la India por las regiones árticas, logrando
entusiasmar a los ingleses por las expediciones y descubrimientos. «En
las expediciones hechas--dice el Dr. Sophus Ruge--bajo los auspicios
de la reina Isabel en dirección Oeste y Noroeste, se fundan las
pretensiones de la Corona de Inglaterra a sus dilatados dominios en
América»[583].

       [583] Ob. cit., pág. 207.

Bajo el reinado de D. Manuel el _Grande_, sucesor de Juan II, Vasco
de Gama, al frente de los navíos _San Rafael_, _San Gabriel_ y _San
Miguel_, salió del puerto de Lisboa el 8 de julio de 1497. A las
órdenes de Vasco de Gama, que montaba el _San Rafael_, iban su hermano
Pablo, capitán del _San Gabriel_ y Nicolás Coelho, que dirigía el
_San Miguel_. Como organizador de la pequeña flota se nombró al
perito Bartolomé Díaz, con orden de ir acompañando a la expedición
hasta la factoría de La Mina en la costa de Guinea. Antes de salir la
expedición, D. Manuel entregó a Vasco de Gama cartas de recomendación
para el Preste Juan, para el soberano de Calcuta y para otros príncipes
de la India. Pasaron los expedicionarios por las Canarias, luego por
las islas de Cabo Verde, y descansaron algunos días en Santiago,
donde se separó Bartolomé Díaz para dirigirse a la factoría de La
Mina, a donde había sido destinado. Vasco de Gama tomó rumbo hacia
el Sur sin fijarse en la costa, no sin sufrir grandes trabajos a
causa de terribles y contínuas tempestades. Quisieron volverse atrás
las tripulaciones; pero Gama se negó a ello y aun amenazó a los más
impacientes. Después de cuatro meses largos de grandes padecimientos,
entró la flotilla en la bahía de Santa Elena y dobló el 22 de noviembre
el _Cabo de las Tormentas_ (Cabo de Buena Esperanza). En los primeros
días de enero del año 1498, y habiendo sufrido trabajos sin cuento, se
aproximó Vasco de Gama a las costas, entró el 6 de dicho mes y año en
el río que llamaron de los Reyes, por la fiesta de los Santos Reyes,
buscó la alta mar temiendo la violenta corriente del Mozambique, pasó
por delante de Sofala, llegó a la embocadura del Zambesi (río dos bons
Sinaes), donde encontró por primera vez mestizos de tez clara que
hablaban el árabe.

Permaneció un mes en la isla y puerto de Mozambique, ya para reparar
los barcos, ya para dar descanso a la gente. Allí plantó un padrón
con la inscripción en lengua portuguesa que decía: «Del señorío de
Portugal, reino de cristianos.» En aquel punto tan abrigado de la
citada isla se habían establecido los árabes, haciendo de él centro
de comercio con los negros, que les daban, en cambio de sus géneros,
ore, marfil, cera y otros productos propios del país. El jeque del
puerto era súbdito del soberano árabe de Quiloa, quien, después de
recibir varios regalos de Gama, hizo una visita a bordo, llevando en
su compañía muchos mestizos. Con toda clase de honores fué recibido
por los capitanes de los buques, oyendo de boca de Gama, y mediante
el intérprete, que el Rey más poderoso de la cristiandad les enviaba
a la India, que llevaban dos años luchando con las borrascas del mar,
y que deseando visitar pronto al país de las especias, le suplicaban
les diese pilotos prácticos conocedores de aquellos mares. Volvió a
tierra el jeque y en seguida envió víveres frescos, como también tres
abisinios en calidad de prácticos. Del mismo modo un moro llamado
Davané se ofreció generosamente a acompañar a los portugueses a la
India. El jeque y los abisinios, sabiendo que los expedicionarios
eran cristianos, decidieron, en tanto que la tripulación portuguesa
se hallase en tierra cargando agua dulce, apresar los barcos. El plan
fracasó, gracias a la fidelidad de Davané. El citado jeque quiso
sincerarse de su conducta y envió otros prácticos; pero--como luego se
vió--ellos tenían el encargo de conducir los barcos entre arrecifes de
coral. Emprendieron al fin la marcha, y como Davané aprendiera pronto
el portugués, pudo dar al jefe de la expedición importantes noticias
sobre el comercio en aquellos mares. Por cierto, que como uno de los
prácticos condujese a los buques entre bajíos de un grupo de islas, fué
azotado por su traición, y en recuerdo del hecho, Vasco de Gama llamó
a estas islas _del Azotado_ (Ilhas do Azoutado). Siguieron la costa
hasta Quiloa, puerto a donde acudían--según dijeron--hasta cristianos
de Armenia; mas vientos contrarios impidieron que los buques se
aproximasen. Tuvieron que emprender nuevamente el camino, llegando en
la última semana del mes de abril a Mombaza.

Abandonó a Mombaza, cuyo jeque, lo mismo que el de Mozambique, intentó
una traición. Por el contrario, el jeque de Melinde recibió a Gama con
toda clase de honores. Dejaron la costa africana el 24 de abril, y a
los veintidos días tocaron los portugueses en las playas de la India.
El 20 de mayo entró la expedición en el puerto de Calcuta, capital del
imperio del Malabar. A cierta distancia de la población, en medio de un
bosque de palmeras se hallaba la residencia del _Samorín_ o _Samudrin_
(Señor del mar). El comercio oriental estaba en manos de los musulmanes
(árabes, egipcios y moros de Túnez y de Argel). Cuando Vasco de Gama
llegó a la vista del puerto de Calcuta, se le acercaron en una lancha
de pescadores dos moros de Túnez que hablaban italiano y español,
quienes saludaron a los portugueses con las siguientes palabras:
«Lléveos otra vez el demonio que os ha traído.» Después de varios
hechos de menos importancia, Vasco de Gama se presentó al Samorín,
haciéndole entrega de una carta que llevaba del rey D. Manuel, a la que
contestó el soberano de Calcuta lo siguiente: «Vasco de Gama, noble
de vuestra casa, ha visitado mi reino con lo cual he recibido gran
satisfacción. En mi país abundan la canela, los clavos de especia, el
jengibre y la pimienta. Tengo perlas y piedras preciosas. Lo que deseo
de vos es oro, plata, coral y escarlata.» Hicieron los portugueses
algunas compras y levaron anclas ante la actitud poco amistosa del
Samorín y la enemiga de los mahometanos.

Tocaron en el puerto de Cananor, cuyo soberano indio se manifestó
muy complaciente con Vasco de Gama, hasta el punto que le invitó a
detenerse en sus dominios. Además mandó algunas lanchas a los buques
con agua, leña, gallinas, nueces de coco, pescado seco, higos y otros
víveres, diciéndoles que aceptasen aquellos géneros como regalo, ya
que no querían dar fondo en el puerto. También les ofreció especias
para completar sus cargamentos, de mejor calidad y más barata que
la comprada por ellos en Calcuta. Ante conducta tan generosa, Vasco
de Gama pidió los artículos que necesitaba y que le fueron enviados
inmediatamente, siendo pagados con coral, cinabrio, cobre y latón. En
seguida Vasco de Gama, acompañado de su hermano y de Coelho, celebró
una entrevista con el monarca indio, cambiándose regalos con gran
contento de portugueses é indios.

Hízose a la vela Gama, y en una isla pequeña situada a los 13° 20'
de latitud Norte, plantó un padrón con el nombre de _Santa María_,
llamándose así la isla desde entonces. Marchó siempre al Norte hasta
el grupo de las Andiedivas (cinco islas), situadas a los 14° 45' de
latitud Norte y unas 12 leguas de Goa. Las Andiedivas formaban parte
del gobierno de Goa, y éste, a su vez, del Imperio de Bidyapur, cuyo
soberano se llamaba Yusuf Adil Khan, y también Sabai (Sabayo, según los
historiadores portugueses) por ser natural de Sava, cerca de Hamadan
(Persia Occidental). Al tener noticia el gobernador de Goa de la
estancia de los extranjeros en las Andiedivas, dispuso que el capitán
del puerto--un hebreo procedente de España, expulsado de ella cuando
Granada fué tomada por los Reyes Católicos y a la sazón en la India
después de pasar por la Turquía y la Meca--se apoderase, cuando los
portugueses se hallasen descuidados, de sus buques. Conocedor Vasco de
Gama de tales proyectos por los pescadores indios que traficaban con
él, tomó sus disposiciones, y cuando poco después pasó el judío en
una barca saludando en español, le dejó acercarse y le invitó a subir
a bordo. Hecho esto, Vasco de Gama le mandó atar, amenazándole con el
tormento si no confesaba todo su plan. Lo confesó el judío y fué tan
débil, que acompañó a los portugueses al sitio donde él tenía apostadas
sus barcas (fustas), para caer sobre los citados extranjeros. Unos
indios fueron muertos y otros reducidos a prisión, y si damos crédito
al historiador Barros, el israelita se convirtió al cristianismo y
recibió el nombre de Gaspar Gama. Lo cierto es que ya no se separó de
los portugueses, a quienes acompañó en posteriores expediciones y les
hubo de aconsejar la favorable situación del puerto de Goa, como centro
y base de sus empresas mercantiles.

Salió Gama de aquellas costas, divisando el 2 de enero de 1499 tierra
africana cerca de Magadochu y llegando al puerto de Melinde el 8 del
citado mes y año. Volvió el soberano de Melinde a recibir amistosamente
a los portugueses, a quienes proveyó de víveres; a la despedida entregó
a Gama una carta para el rey Don Manuel, ofreciéndole que tanto él como
sus compatriotas serían siempre bien recibidos en sus futuros viajes
a la India, si tocaban en sus puertos. El 2 de febrero, después de
perder uno de sus buques, plantó el último padrón llamado _San Jorge_,
en una isla cerca de Mozambique. Doblaron felizmente los portugueses
el cabo de Buena Esperanza; luego, cerca del Ecuador y de las aguas
de Guinea, la atmósfera, cargada de miasmas, causó en la tripulación
varias víctimas. Como los buques hacían también agua y apenas podían
sostenerse a flote, Gama hubo de arribar a la isla Tercera de las
Azores, donde murió su hermano Pablo, siendo enterrado en el convento
de San Francisco, en Angra.

Al poco tiempo Vasco de Gama emprendió su viaje, llegando a la capital
de Portugal. Concedió el Rey a Vasco de Gama la nobleza y el título de
Almirante de los mares de la India, una participación de 200 cruzados
anuales en el comercio de especias sin pagar flete ni alcabalas y por
vía de regalo único 20.000 cruzados y 10 quintales de pimienta. Los
herederos de Pablo de Gama recibieron la mitad de todo lo que se dió
a Vasco. Nicolas Coelho fué recompensado con 3.000 cruzados por cada
mes de viaje y un quintal de todas las drogas; también se le concedió
el mando de un buque en todas las expediciones que fuesen a la India,
teniendo el derecho de ceder o vender la plaza a otro si él no quería
ir. Cada patrón y piloto recibió medio quintal de especias, excepto
canela y corteza de nuez moscada, porque de éstas se había traído poco.
Iglesias y conventos recibieron de igual manera grandes regalos, y los
reyes asistieron a las procesiones y misas que, con motivo tan grato,
se celebraron en Lisboa. «Tanta liberalidad--escribe el doctor Sophus
Ruge--prueba la grandísima importancia que se dió al éxito feliz de
la empresa de abrir el camino directo con la India; empresa cuya base
había sentado el infante Enrique, continuada bajo el mando de tres
reyes sucesivos y coronada por la fortuna antes de concluir el siglo en
que tuvo comienzo. Para el desarrollo del comercio y poder marítimo de
Portugal, el viaje de Gama fué colosal impulso, y la grandiosidad del
resultado justificó plenamente la perseverancia incomparable con que se
había llevado a cabo la idea desde un principio»[584].

       [584] Ob. cit., pág. 50.

Alabanzas, que no escatimamos, merece Vasco de Gama por su peligrosa y
heroica expedición; pero las empresas de Colón y de Magallanes son más
importantes. Gama es sólo continuador de arriesgados viajes, mientras
Colón y Magallanes se lanzaron a descubrimientos completamente nuevos.
Gama casi no se separó de la costa, en tanto que Colón y Magallanes
atravesaron océanos ignotos y _tenebrosos_; Gama fué nombrado por
su propio Gobierno y escogió la gente entre sus compatriotas, y
Colón y Magallanes eran extranjeros que ofrecieron sus servicios a
monarcas que no les conocían y que les dieron tripulantes revoltosos y
desobedientes. Por último, Gama, más afortunado que Colón y Magallanes,
tuvo la suerte de que un gran poeta, Camoens, cantase su expedición en
el hermoso poema _Os Luisiadas_.

Por la expedición de Vasco de Gama pudo comprenderse que, si se quería
continuar el comercio con la India, era necesario, dada la enemiga de
los árabes, el empleo de importantes escuadras o de buques armados en
guerra. Los reyes de Portugal siguieron conducta diferente a los Reyes
Católicos.

De la segunda expedición nombraron jefe a Pedro Alvarez Cabral; pero
conservaron la dirección suprema a Vasco de Gama, quien dispuso y
dirigió los preparativos, fijó el derrotero, señaló la conducta que
debía seguirse con el soberano de Calcuta, previno terminantemente que
no se saltara en tierra sin tener rehenes a bordo y señaló la época en
que debía salirse de Portugal. Acordóse--repetimos--nueva expedición,
siendo el plan del Gobierno establecerse permanentemente en la costa de
Malabar; pero dejando ya las expediciones a la India, pasamos a reseñar
las dirigidas al Nuevo Mundo. Si importantes fueron los viajes de los
portugueses, no lo fueron menos los de los españoles. De Vasco de Gama
pasamos a Alonso de Ojeda.

La primera expedición de Alonso de Ojeda salió del puerto de Cádiz,
según Vespucio, el 18 de mayo de 1499, y según Las Casas y Herrera el
20 del mismo mes y año[585], dirigiéndose a las Canarias y atravesando
el Océano, llegó a las playas de Surinam, descubrió la embocadura del
Esequibo, que llamó Río Dulce, luego el delta del Orinoco, siguiendo
después las huellas de Colón. Estuvo en la isla de la Trinidad, en cuya
costa meridional dispuso que desembarcasen veintidós hombres armados.
Los naturales, aunque eran caribes, no hicieron oposición alguna.
Atravesó el golfo de Paria y la Boca del Dragón, siguió descubriendo
hasta el golfo de las Perlas, visitó la isla Margarita, reconoció los
islotes de los Frailes, que están a nueve millas al Norte y al Este
de la citada isla, yendo a recalar al cabo Isleos (hoy cabo Codera),
fondeando en la ensenada de Corsarios, que denominó _Aldea vencida_.
Continuó reconociendo toda la costa _de puerto en puerto_, según
declaró el piloto Morales en el pleito del Almirante, hasta el Puerto
Flechado (hoy de Chichirivichi), donde tuvo que pelear con algunos
indios. Desde la Vela del Coro se dirigió a la isla de Curazao, y
allí los expedicionarios quedaron sorprendidos de la gran estatura de
los indígenas, designando por esto a la isla con el nombre de la de
los Gigantes. El día 9 de agosto llegaron al cabo de San Román, que
llamaron con dicho nombre por ser la festividad de dicho santo, pasando
inmediatamente a la aldea de Coquibacoa, en el golfo de Venezuela,
que así denominaron los expedicionarios al ver la gente en viviendas
construídas sobre estacadas en el agua cerca de la costa oriental de
dicho golfo, pues tales construcciones les recordaron la situación de
Venecia, edificada sobre las lagunas del Adriático. Desde el golfo
penetraron los barcos (24 de agosto) en el lago de Maracaibo, cuya
estrecha entrada llamó Ojeda puerto de San Bartolomé. Siguiendo más
adelante se presentó la escuadra (16 de septiembre) en el cabo de la
Vela (península de Guajira), al Oeste del citado golfo. Allá lejos
divisaron los exploradores alta montaña que denominaron Monte de Santa
Eufemia y que era casi seguramente una cumbre de la sierra nevada de
Santa Marta. Desde el cabo de la Vela pasó la escuadra a Haití (23 de
septiembre).

       [585] Cuéntase que era grande su destreza y agilidad en todos
       los ejercicios corporales. Un día que la reina Isabel se había
       subido a la Giralda de Sevilla con la idea de ver desde tanta
       altura la gente que estaba al pie de la torre, Ojeda anduvo
       hasta el extremo de una viga que salía 20 pies de la torre,
       volviéndose con paso rápido y con toda tranquilidad. También
       se cuenta que desde el suelo arrojó una naranja hasta el punto
       más alto de la torre, dando con ello una prueba de la fuerza
       extraordinaria de su brazo.

Aunque el Almirante dispuso que Francisco Roldán fuese contra Ojeda,
no llegaron a las manos por la astucia del último. Salió Ojeda para
las Lucayas (febrero de 1500), y luego, en las tierras que recorrió,
robó 232 indígenas para venderlos como esclavos en España (mediados
de junio del citado año). Tuvo la fortuna Alonso de Ojeda de llevar
en su importante y famosa expedición como piloto al vizcaino Juan de
la Cosa[586] y también al florentino Américo Vespucio[587]. Los dos
lograron renombre eterno en la historia del descubrimiento del Nuevo
Mundo. El primero, esto es, Juan de la Cosa, después del viaje, hizo
el primer mapa de América, y Vespucio escribió pintoresca relación del
citado viaje. Contestando Ojeda a la pregunta que le dirigieron como
testigo en el pleito que se seguía contra los hijos del Almirante, se
ocupó de sus descubrimientos y terminó diciendo lo que sigue: _que en
este viaje trujo consigo a Juan de la Cosa, piloto, e Américo Vespuche
e otros pilotos_.

       [586] Residía a la sazón en el Puerto de Santa María.

       [587] Este fué el primer viaje realizado por el célebre
       italiano, siendo, por tanto, apócrifo el que hizo--según
       algunos--dos años antes, o sea el 1497.

En dicha expedición, es de creer que--como escribe Pedro Mártir--se
dió la vuelta a Cuba, por cuanto Juan de la Cosa, en su famoso mapa,
la pone como isla, sin embargo de que algunos años antes declaró, bajo
juramento solemne, que pertenecía al continente asiático. Aportó Ojeda
a la bahía de Cádiz unos doscientos esclavos, y en aquella ciudad
vendió muchos. Además, trajo piedras preciosas, buena cantidad de
perlas y granos de oro. El beneficio de la expedición fué escaso o de
poca importancia, pues, pagados todos los gastos, se repartieron unos
500 ducados entre 55 personas. La verdad es que era tan grande el deseo
de adelantar en los descubrimientos como el de adquirir riquezas.

Mayores beneficios o ganancias produjo, bajo el punto de vista
mercantil, la expedición que hizo, pocos días después, otro insigne
navegante, Pero Alonso Niño, natural de Moguer. Era piloto de la
carrera de Indias y compañero de Cristóbal Colón en su primero y tercer
viaje. Careciendo de dinero suficiente, hubiese malogrado la empresa
sin el auxilio del sevillano Luis Guerra, el cual dió medios a Niño
para armar una carabela de cincuenta toneles, con la condición de que
Cristóbal, hermano del dicho Luis, dirigiese también la expedición.
Alonso Niño y Cristóbal Guerra, se hicieron a la vela en Palos,
llevando 33 hombres, el mes de junio de 1499. Tocó el barco en la costa
de la América Central, donde Guerra y Niño, con anuencia de los indios,
cortaron y cargaron palo del Brasil, no lejos del golfo de Paria,
pasando luego por la Boca del Dragón. Al salir de las bocas del Dragón
se vieron rodeados de diez y ocho canoas de caribes, teniendo que
disparar varios tiros de artillería para ahuyentar a aquellos bárbaros.
Los nuestros se dirigieron a la isla de la Margarita, donde adquirieron
perlas y fueron los primeros españoles que desembarcaron en ella.
Pasaron a tierra de Curiana (hoy Cumaná), entrando en un puerto (tal
vez el de Mochima o el de Manare). Allí vieron un pueblo de ochenta
casas, y habiendo bajado a tierra, pudieron conseguir que los naturales
les diesen algunas perlas. Dirigiéronse a otra población mayor, en la
cual se detuvieron tres meses: agosto, septiembre y octubre. Asegurados
del carácter pacífico de los indios, bajaron a tierra, siendo recibidos
con amistosas demostraciones. Las casas estaban hechas con maderos
hincados en tierra y cubierta la techumbre con hojas de palma. En los
espesos bosques vieron animales salvajes, como también ciervos, venados
y conejos. No tenían bueyes, ni ovejas, ni cabras. Se alimentaban de
pan de maíz o de raíces, de ostras, de aves, de animales salvajes y no
salvajes. Físicamente considerados llamaban la atención por el color
obscuro del rostro, por sus labios gruesos y por sus cabellos crespos
y largos. Para conservar blanca la dentadura masticaban frecuentemente
cierta hierba. Las mujeres cuidaban de la agricultura y de las cosas de
la casa, en tanto que los hombres se ocupaban de la caza y del juego.
Eran ellas muy laboriosas y ellos diestros cazadores. Cariñosos con los
españoles, permutaban con gusto sus objetos de oro y sus perlas por las
bujerías de los nuestros.

Como indicasen que el oro venía de una provincia llamada Cauchieto,
que estaba al Occidente, allá se dirigieron los nuestros; llegaron
el 1.º de noviembre de 1499. Desde Cumaná a Cauchieto habría unas
seis jornadas, y como cada jornada puede conjeturarse de seis a siete
leguas, la distancia era de 36 a 42 leguas. Sumamente dóciles los
naturales de Cauchieto, venían en sus canoas a la nave, trayendo el
oro propio de su país y los collares de perlas que adquirían de los de
Curiana. En la tierra hallaron plantaciones de algodón.

Continuaron navegando más de diez días hasta que lograron encontrar
hermoso lugar con casas y fortalezas. Después de peligrosa navegación
les fué grato llegar a país tan agradable y de vegetación tanta. Allí
las huertas y jardines eran tan bellos que uno de los viajeros no tuvo
inconveniente en decir que jamás había visto paraje más delicioso.
Intentaron desembarcar, oponiéndose a ello unos dos mil indios con
macanas, arcos y flechas. No dejó de extrañarles semejante novedad.
Retrocedieron a Curiana y allí volvieron a hacer nuevo acopio de
perlas, algunas del tamaño de las tan celebradas de Oriente. Según
Mártir, a quien sigue Muñoz, el 6 de febrero de 1500 tomaron la vuelta
para España[588], y a los sesenta y un días de navegación arribaron
buenos y contentos al puerto gallego de Bayona. El beneficio del viaje
fué de alguna consideración y sirvió de cebo para que algunos se
dispusiesen a nuevas empresas.

       [588] Otros dicen que el 13.

A principios de diciembre del mismo año de 1499, Vicente Yáñez Pinzón,
célebre compañero del Almirante, se hizo a la vela en el puerto de
Palos con rumbo a las Indias. Llevaba cuatro carabelas que había podido
armar con la ayuda de su sobrino Arias Pérez y de otros parientes y
amigos. Acompañábanle los afamados pilotos Juan de Quintero, Juan
de Umbría y Juan de Jerez, también antiguos compañeros de Cristóbal
Colón. Pasaron las Canarias, cruzaron el Atlántico, no sin que recia
borrasca llenase de terror a nuestra gente, y llegaron a encontrar
la costa americana sobre los 8° de latitud Sur; dicha tierra--pues
tanto era el deseo que tenían de encontrarla--recibió el nombre de
_Santa María de la Consolación_. Tiempo adelante se llamó aquel lugar
cabo de San Agustín, algo al Sur de Pernambuco (Brasil)[589]. Vicente
Yáñez Pinzón desembarcó con escribano y testigos, tomando posesión del
país en nombre de Castilla. En los dos primeros días no vieron hombre
alguno; posteriormente se les presentaron algunos de elevada estatura
y desnudos por completo. Eran uraños y bastante belicosos. Continuaron
los españoles hacia el Ecuador, y en la boca de un río, donde hicieron
aguada, tuvieron que pelear con los indios, a los cuales castigaron
enérgicamente, aunque con la pérdida de diez españoles. Compraron, por
tanto, cara la victoria.

       [589] Antiguo documento atribuye el descubrimiento del Brasil
       a Juan Ramalho en 1490.

¿Tomó parte Américo Vespucio en dicha expedición? El relato del segundo
viaje de Vespucio es exactamente el mismo que el de Lepe, si bien es
de extrañar que no cite el nombre del jefe, ni haya conformidad en las
fechas de partida ni de llegada de la una y de la otra. Sea de ello lo
que quiera, lo cierto es que el cabo de San Agustín, visitado dos veces
por Vespucio, adquirió suma importancia por haber servido de base, una
vez fijada la situación, para determinar el meridiano de demarcación
entre los descubrimientos y conquistas de los españoles y de los
portugueses.

Consideremos la expedición portuguesa de Pedro Álvarez Cabral.
Este insigne marino, llevando como capitanes a Bartolomé Díaz, el
descubridor del Cabo de Buena Esperanza, y a Nicolás Coelho, el
compañero de Vasco de Gama, al frente de una flota compuesta de 10
buques mayores y tres menores, salió del puerto de Lisboa el día 9 de
marzo del año 1500. La corriente ecuatorial llevó los buques, no hacia
Calcuta, como se proponía Cabral, sino a las playas del Brasil. Dada,
pues, la dirección que llevaban las expediciones marítimas de los
portugueses, es evidente que un poco antes o un poco después habían de
descubrir la América Meridional, aunque el proyecto de Colón no hubiese
encontrado apoyo en los Reyes Católicos.

De modo, que, huyendo de las gruesas mareas del Cabo de las Tormentas,
y buscando mejores vientos para doblarlo, se fué engolfando la armada
hacia Occidente. Navegaron de este modo, según Gaspar Correa, cronista
de la India, _para que os ventos lhe fossem mais largos pera navegar
pera o cabo_. «La capitana, añade el ilustre escritor, que iba delante,
vió tierra a barlovento un domingo al amanecer, de lo que hizo señal
disparando un falconete, y fué corriendo por ella y descubriéndola, que
era gran costa y tierra nueva que nunca había sido vista, y estando
cerca, corriendo al largo de ella, vieron grandes arboledas a orillas
del mar, y por el interior grandes montes y serranías, y ríos muy
anchos y grandes ensenadas, y siendo ya tarde vieron una gran bahía,
en la que el capitán mayor entró sondando. Y hallando buen fondeadero
dió fondo, y así lo hizo toda la armada. El capitán mayor botó un
esquife al agua, y lo mismo hicieron los capitanes, y fueron a ver al
capitán mayor, el cual mandó a Nicolás Coelho en su esquife con el
piloto moro que fuese a tierra y viese si podía venir al habla con la
gente de ella; y fué con diez hombres que llevaban lanzas y ballestas,
porque aún no había escopetas, y saltó a tierra y halló poblaciones
de chozas, en las que encontró gentes blancas y bárbaras, desnudas
completamente, así los hombres como las mujeres. Algunos hombres
vestían telas de malla de algodón y se adornaban con plumas de aves
de variados colores y muy hermosas que hay en el país, especialmente
papagayos, grandes como patos, con plumas de muchos colores. Eran tan
pacíficos los habitantes que no huían, ni hacían daño, ni tenían armas;
sólo unos arcos grandes con flechas de caña... No tenían en las casas
ropa alguna, sino únicamente redes de hilo de algodón, que ataban por
las puntas, las colgaban y dormían en ellas. Nadie podía entender la
lengua de aquellos habitantes. La mayor parte de los árboles tenían una
madera roja, la cual, echada en agua, la teñía de hermoso rojo; y se
hallaron en esta tierra otras cosas que no describo y que después se
descubrieron.»

Siguiendo con no poco trabajo su ruta, llamóles la atención que el agua
del mar se convirtiera en dulce en un espacio bastante dilatado; era
que se encontraban en la desembocadura del río Marañón, llamado después
de las Amazonas y de Orellana. Desagua por dos brazos principales
divididos por la isla de Marajó (San Juan de las Amazonas). De tantas
y tan largas fatigas pudieron descansar en la mencionada isla, cuyos
habitantes les recibieron con señales de buena amistad. Retiráronse de
aquellos sitios porque el _prororaca_, fenómeno del Amazonas y de otros
ríos, puso en gran peligro las carabelas, llegando felizmente al golfo
de Paria. En el camino tocaron con pequeños y pobres pueblecillos,
y con grupos de indios errantes, quienes huían asustados y tímidos a
cobijarse en la espesura de los bosques o en la cima de las montañas.
Habremos de notar que los habitantes de Paria, tan buenos y dóciles con
el Almirante Cristóbal Colón, se dispusieron a la sazón a pelear con
los españoles.

Marcharon a la Española, a donde llegaron el 23 de junio, pasando
luego a la Isabela, llamada por los indios _Saometo_ o _Jumeto_, y
en seguida a los bajos de Babura (tal vez _Babueca_), teniendo la
desgracia de perder dos carabelas (julio de 1500). Con las otras dos
tomaron el camino de España, llegando a Palos el 30 de septiembre.
Entre otras cosas trajeron piedras que se calificaron de finos topacios
y gran cantidad del palo de tinte; también animales raros, llamando
especialmente la atención el conocido con el nombre de _zarigüeya_.

Al mismo tiempo que salía Pinzón del puerto de Palos, se disponía Diego
de Lepe a emprender igual viaje con dos carabelas. Llegó cerca del cabo
de San Agustín, que llamó _Rostro Hermoso_. Desde allí llevó, con corta
diferencia, el mismo derrotero que Pinzón, esto es, por delante del
Marañón a la tierra de Paria. En el Marañón cautivó algunos naturales,
y él perdió algunos hombres. El mayor fruto de esta expedición fué, no
sólo haber doblado el cabo de San Agustín, sino haber dado a conocer
que la costa de la nueva tierra firme continuaba por el Sudoeste. De
tal descubrimiento, hecho ya por Pinzón, hizo Lepe un mapa para el
obispo Fonseca, según declaró el piloto Andrés de Morales en el pleito
del Almirante. Recordaremos en este lugar que el citado mapa fué
consultado andando el tiempo por Juan Díaz de Solís. Es de justicia
referir que Lepe descubrió al Sur más tierra que otro alguno en aquella
época, y aun de diez o doce años adelante. El mérito de nuestro
navegante no deja de tener importancia. En empresa tan arriesgada le
sirvieron de guía Bartolomé García, genovés; Andrés García Valdín,
García de Vedía y el famoso piloto Bartolomé Roldán.

Lepe regresó por Haití a España, donde debió llegar antes de noviembre
de 1500, y murió en Portugal, según declaró el piloto Andrés de Morales
en el citado pleito del Almirante.

«El capitán mayor, con otros capitanes bajó a tierra, donde estuvo
cinco días, y los hombres que penetraron más en el interior, no
hallaron quien les hiciese daño alguno.» Con los indígenas se
establecieron cordiales relaciones. Asistieron aquéllos con gran
recogimiento al santo sacrificio de la misa. Portugueses y brasileños
construyeron una cruz muy grande de madera, que colocaron cerca de la
playa, adorándola con mucha devoción unos y otros. Celebráronse también
fiestas populares. Si los indios bailaban al son de la _yanubia_ y eran
el encanto de los portugueses, éstos, en cambio, daban conciertos de
guitarra durante las deliciosas noches tropicales, y eran la alegría
de los indios. Uno de los tripulantes, llamado Diego Díaz, _homem mui
prazenteiro_, dice el cronista, mostró muchas habilidades en la playa.
El 3 de mayo, día en que celebra la iglesia la _Invención de la Santa
Cruz_, salió Cabral de aquellas costas que dió el nombre de _Tierra de
Santa Cruz_ y que poco después se llamó Brasil.

Mandó Cabral al rey D. Manuel un buque, en el cual iban los productos
y las riquezas de aquella tierra. Como lastre trajo el buque _uns paos
vermelhos aparados que eran muy pesados é que chamarâo brasil per sua
vermelhidâo ser fina como brasa_. Aquel palo dió nombre al país. No
huelga decir aquí que si Vicente Yáñez Pinzón, Diego de Lepe o algún
otro descubrieron el Brasil, sólo el descubrimiento de Cabral produjo
sus frutos.

Desde el Brasil, y llevando como segundo al castellano Sancho de
Tóvar[590], se dirigió, al través del Océano, al cabo de Buena
Esperanza, en cuyas cercanías se fueron cuatro buques a pique, entre
ellos el de Bartolomé Díaz. Vino a morir navegante tan insigne junto
al cabo por él descubierto. Pedro Alvarez Cabral marchó a Mozambique y
después a Quiloa, y el 2 de agosto llegó a Melinde, con cuyo soberano
estableció Cabral, como antes Vasco de Gama, relaciones de amistad.
En esta ocasión dió también aquel soberano dos prácticos, los cuales
condujeron la flota en diez y seis días a la India. El 23 de agosto
estaban en las Andiedivas; allí permanecieron dos semanas calafateando
los barcos y tomando agua dulce. Pronto se rompieron las buenas
relaciones de Cabral con el Samorin, hasta el punto que, la gente del
pueblo, excitada por los moros, atacó los almacenes de los portugueses
y mató al factor y a algunos más, teniendo Cabral que disparar todo
un día sus cañones contra la ciudad e incendiar 15 buques dentro del
puerto.

       [590] Sancho de Tóvar debía encargarse de la jefatura, si
       Cabral fallecía en la expedición.

En lugar de dirigirse Cabral a Calcuta, marchó con su flota más al
Sur, a Cochin, cuyo soberano le invitó a pasar a su capital y puerto,
donde hizo su cargamento de especias, como también en Collam, al Sur de
Cochin, pues este soberano o rajá se manifestó de igual manera amigo
de los portugueses. Pasaron luego a Cananor, esperando que el rajá del
país tuviese con ellos el mismo generoso comportamiento que antes había
tenido con Vasco de Gama. No se equivocaron, pues allí completaron los
cargamentos con canela y gengibre. El 16 de enero de 1501 se hizo la
flota a la vela, tocó en Melinde, se detuvo en Mozambique y después de
varios sucesos, más adversos que favorables, entró en Lisboa en el mes
de octubre de 1501.



CAPÍTULO XXVI

  EXPEDICIÓN DE RODRIGO DE BASTIDAS.--EXPEDICIÓN DE ALONSO DE
  OJEDA.--VIAJES DE AMÉRICO VESPUCIO, AL SERVICIO DE PORTUGAL.--COLÓN
  Y VESPUCIO EN SEVILLA.--VESPUCIO AL SERVICIO DE ESPAÑA.--ORIGEN DEL
  NOMBRE AMÉRICA.--EXPEDICIONES DE CRISTÓBAL Y LUIS GUERRA, Y DE JUAN
  DE LA COSA.--REAL CÉDULA EN FAVOR DE BASTIDAS.--CAPITULACIÓN HECHA
  CON OJEDA.--CAPITULACIÓN CON YÁÑEZ PINZÓN.--VIAJES DE YÁÑEZ PINZÓN
  Y DE SOLÍS.--PRIVILEGIO EN FAVOR DE NICUESA Y DE LA COSA.--VIAJES
  DE OJEDA Y DE NICUESA.--LA ESPAÑOLA, CUBA Y PUERTO RICO EN AQUELLOS
  TIEMPOS.--EXPEDICIÓN DE PONCE DE LEÓN A LA FLORIDA Y LUEGO A
  BIMINÍ.--PÉREZ DE ORTUBIA EN BIMINÍ Y PONCE DE LEÓN EN PUERTO RICO.


Rodrigo de Bastidas, vecino y escribano de la ciudad de Sevilla, en el
arrabal de Triana, salió de la citada población en el mes de octubre
del año 1501. Llevaba en su compañía a Juan de la Cosa, vizcaíno, «que
por entonces era el mejor piloto que por aquellos mares había»[591].
Acompañó a Cristóbal Colón en uno de sus viajes, y acababa de recorrer
con Ojeda las costas de Venezuela. La primera tierra que visitó
Bastidas fué una isla, a la que dió el nombre de _Verde_, situada entre
la Guadalupe y la Tierra Firme. Visitó el golfo de Venezuela y los
territorios al Sur y Oeste de la comarca de Coquibacoa. Desde el cabo
de la Vela continuó sus descubrimientos; tocó en la costa de la sierra
nevada de Santa Marta, pasó la desembocadura del río de la Magdalena,
avistó el puerto de la galera de Zamba y el de Cartagena, la isla de
Barú y las de San Bernardo, y siguiendo su derrota al Sur y al Oeste
descubrió la isla Fuerte y la Tortuguilla, el puerto de Cispata y río
Sinú, punta Caribana, entrando en el golfo de Darién o de Urabá. Costeó
el istmo de Darién hasta la punta de San Blas o puerto de Escribanos,
llamado así porque--como hemos dicho--Bastidas había desempeñado el
mencionado cargo en Sevilla. Debemos notar que Bastidas estuvo en el
puerto de Escribanos o del Retrete y del Nombre de Dios antes que
Cristóbal Colón, pues el descubridor del Nuevo Mundo no llegó allí
hasta el 26 de noviembre de 1502. El trazado de la costa septentrional
de la América del Sur se completó con el viaje del escribano de Sevilla.

       [591] Las Casas, lib. II, cap. 2.º

Conocedor Bastidas del carácter de los indígenas, comerció hábilmente
con ellos, logrando recoger abundante cantidad de oro y perlas. Tuvo
que volver a la Isla Española y fondear en la isleta llamada del
_Contramaestre_, porque sus barcos fueron agujereados por el _broma_
(caracol que horada e inutiliza la quilla de las embarcaciones).
Salió para Cádiz, viéndose obligado a causa de los temporales y de
las averías de sus barcos, a arribar al cabo de la Canongía, donde
permaneció un mes. Dióse otra vez a la vela; mas también hubo de
dirigirse, por la repetición de recias borrascas, hacia el puerto de
Xaragua (hoy Puerto Príncipe). Allí, continuando los malos tiempos,
perdió sus navíos, cuyo valor, con los esclavos, oro, brasil y otras
cosas que conducían, era de consideración. Las riquezas que se pudieron
salvar fueron llevadas a Santo Domingo, «y allí--dice el P. Las
Casas--las vide yo entonces y parte del oro que había habido»[592].
Bobadilla, a la sazón gobernador de la Española, le sometió a juicio,
porque, según se decia, había malgastado grandes cantidades en hacer
rescates y ventas con la gente de Xaragua y otras. Se le mandó a España
y entró en Cádiz (septiembre de 1502).

       [592] Lib. II, cap. II.


Compadecidos los reyes del intrépido navegante, en premio de sus
servicios le concedieron pequeña pensión vitalicia sobre los frutos
procedentes de la provincia de Urabá y de la llamada del Cenú, sobre
la bahía del mismo nombre. Igual pensión se concedió al piloto Juan
de la Cosa. Las Casas dice que Bastidas vino en la flota que traía a
Bobadilla y en un navío que pudo libertarse de la tormenta[593], aunque
no preso, como aseguró Oviedo[594].

       [593] Lib. II, cap. V.

       [594] Lib. III, cap. VIII.

Alonso de Ojeda emprendió en enero de 1502 su segundo viaje, habiendo
obtenido del Gobierno la concesión de los territorios que forman el
golfo de Maracaibo con el título de gobernador de Coquibacoa. Con los
buques de _Santa María de la Antigua_, _Santa María de la Granada_,
_la Magdalena_ y _Santa Ana_, mandados respectivamente por García de
Ocampo o del Campo, Juan de Vergara, Pedro de Ojeda y Hernando de
Guevara, pasó Alonso de Ojeda por la Gran Canaria y por la isla de
la Gomera, arribando a la isla de Santiago en Cabo Verde, donde se
detuvo ocho o diez días. Llegó al golfo de Paria, descubriendo después
muchas tierras. La primera que descubrió fué el lugar que llamaron los
_anegados_ o _anegadizos_ de Paria. Mientras se limpiaban los buques,
pudo la gente recoger corta cantidad de perlas y dos o tres clases de
gomas de mucho color. Viéronse caníbales que habitaban allí, los cuales
mataron a un cristiano, teniendo Ojeda que tomar sus medidas, temeroso
de ser atacado.

Ya habilitados los cuatro navíos, salieron el 11 de marzo de 1502.
Antes de llegar a la Margarita, se separó Guevara con su carabela
_Santa Ana_ y anduvo perdido algunos días. El 14 se dirigió Ojeda al
puerto de la Codera, al cual llegó Guevara en la mañana del 15, no
encontrando las dos naos la _Magdalena_ y _Santa María de la Granada_
porque habían marchado en busca del citado Guevara. Cansado de esperar
Alonso de Ojeda salió del puerto de la Codera y siguiendo la costa hizo
alto en una tierra que los indios llamaban _Curiana_ y él le dió el
nombre de _Valfermoso_. Pocos días después llegaron la _Magdalena_ y
_Santa María de la Granada_.

Convencidos de la necesidad de establecer una colonia, se dedicaron a
la realización de la idea, tomando a viva fuerza de los naturales del
país todo lo que les era indispensable. Los pobres indios se vieron
robados y quemadas sus casas, llegando los españoles a matar unos siete
u ocho en la refriega; de los nuestros fué muerto el escribano de una
carabela, Juan de Guevara. Ojeda se cruzó de brazos ante las tropelías
cometidas por Vergara y Ocampo, quienes hubieron de apoderarse de
algunas indias. Después de algunos sucesos de menos importancia y
después de recorrer costeando algunos puertos, siempre buscando el
vellocino de oro, Ojeda, deseoso de hacer asiento y población, se
detuvo en el puerto de Santa Cruz, que debió ser el conocido hoy con
el nombre de _Bahía-honda_. De modo que en la parte Oriental del golfo
de Venezuela resolvió Ojeda fundar la colonia, que no pudo llevar a
cabo, ya por las hostilidades de los indígenas, ya por el motín de los
tripulantes capitaneados por Vergara y Ocampo.

Decían los enemigos de Ojeda que éste en sus frecuentes incursiones en
tierra de indios se apoderaba de todo lo que podía y no daba parte a
Guevara y a Ocampo. Además, la gente estaba fatigada, el trabajo era
grande, la ración escasa y la estación cruel; además temían que los
navíos, comidos de la _broma_, se fueran a pique antes de poder salir
de allí para la Isla Española. Los resentimientos y aun enemiga entre
los partidarios de Ocampo y de Vergara por un lado y los de Ojeda
por otro, eran cada vez mayores. Con la excusa de que Ojeda viese el
pan que Ocampo había traido en su último viaje de Jamaica, acordaron
detenerle en el navío para conducirlo a disposición del gobernador de
la Española. Decían Vergara y Ocampo que tomaban tal determinación por
los deservicios que Ojeda había hecho y también porque se guardaba
todas las ganancias para sí. Intentó huir Ojeda para presentarse en
Santo Domingo; pero le cargaron de cadenas. Debió suceder todo esto a
últimos de mayo o comienzos de junio de 1502. Salieron del puerto de
Santa Cruz y llegaron en los primeros días de septiembre a la provincia
de Haniguayaga, donde Vergara y Ocampo entregaron a Ojeda. Se hizo
cargo de él el comendador Gallego, trasladándole a la ciudad de Santo
Domingo. De la sentencia, dada en 4 de mayo del año siguiente, apeló
Ojeda ante SS. AA. y los señores de su Consejo, siendo absuelto en
Segovia a 8 de noviembre de 1503. No habiendo reclamado de la sentencia
la parte contraria, mandaron los reyes en Medina del Campo a 5 de
febrero de 1504 darle la ejecutoria.

El rey D. Manuel de Portugal envió a Sevilla al florentino Juan
Bartolomé del Giocondo para hacer proposiciones a Américo Vespucio, a
quien deseaba atraer a su servicio. Hízose de rogar el insigne marino,
aceptando al fin las proposiciones y marchó a Portugal[595]. En mayo
de 1501 salió del puerto de Lisboa en una escuadra, tal vez en calidad
de astrónomo, pues era diestro como ninguno para determinar por medio
del cuadrante la latitud de un lugar. No conocemos el nombre del jefe
que mandaba la expedición. Sabemos que siguieron los expedicionarios la
costa de Africa hasta más allá del Cabo Verde y luego atravesaron el
Océano con rumbo más al Oeste. Cerca del Ecuador espantosa tempestad
detuvo dos meses a los buques en el camino, no llegando a la costa
americana hasta el 16 de agosto. Casi desde el cabo de San Roque
marcharon en dirección Sudoeste, pasando el cabo de San Agustín el
28 del mismo mes; el día de San Miguel se descubrió el río de este
nombre y el 4 de octubre el río de San Francisco. Recorrieron la costa
descubierta por Cabral, conociendo que dicha costa no era de una isla,
sino de un continente. Pasaron el río que llamaron de Santa Lucía y que
debe ser el conocido hoy con el nombre de _Río Doce_ (13 de octubre),
llegando el 21 al cabo de Santo Tomás. Descubrieron la boca de la bahía
del Río Janeiro, tal vez el 1.º de enero de 1502, el 6 la ensenada de
los reyes, el 22 el puerto de San Vicente, poco después Cananea, el 22
de abril playas deshabitadas y llenas de arrecifes, probablemente las
de Patagonia e islas de Falkland, atravesando en seguida el Océano en
busca de Sierra Leona. En la costa de Sierra Leona hizo quemar uno de
los tres buques porque estaba inservible, marchando a las Azores con
los dos restantes y entrando en Lisboa el 7 de septiembre de 1502.

       [595] Otros dicen que no hubo tales proposiciones y creen que
       tomó parte en los viajes sin contar con el Rey.

Tuvo este tercer viaje de Vespucio bastante utilidad para los
conocimientos geográficos. Había recorrido la cuarta parte del mundo.
Sus descripciones de la rica naturaleza tropical, de la belleza del
firmamento y la certeza de haber llegado viendo costa por lo menos
hasta los 50 grados de latitud Sur, dieron no poca fama a Vespucio.
También merece fama dicho marino porque fué el primero que anunció la
idea de ir a la India dirigiéndose desde Portugal al Sudoeste para
doblar el continente americano, cuya idea realizó diez y seis años
después Magallanes.

Otra expedición en que Vespucio tomó parte la mandaba Gonzalo Coelho;
se componía de seis buques y zarpó de Lisboa el 10 de junio del año
1503. Desde Sierra Leona tomó rumbo al Sudoeste encaminándose a la
costa del Brasil y teniendo pronto el sentimiento de ver el naufragio
del buque principal (la _Capitana_), que tropezó en una roca, junto
a una isla poco apartada de dicha costa. Los buques, cada uno por su
lado se dirigieron a la bahía de _Todos los Santos_ o sólo Bahía, como
vulgarmente se la llamaba. Aguardó Vespucio con su buque y otro a los
tres restantes; mas viendo que no llegaban, se hizo a la vela, siguió
la costa hacia el Mediodía y fundó a los 18° de latitud Sur la primera
colonia en el Brasil, con 24 hombres de la tripulación del buque que
le acompañaba y que allí había encallado. Cargó un buque de palo de
Brasil y salió para Portugal el 2 de abril, llegando a Lisboa el 18 de
junio de 1504. El encargo que Vespucio llevaba de ir a la India fracasó
completamente.

Desde Lisboa marchó Vespucio a Sevilla, donde vió a Colón en febrero de
1505, tratándose ambos como compañeros de infortunio y víctimas de la
ingratitud de los reyes. Cristóbal Colón escribió a su hijo: «Vespucio
me ha hecho favores. La fortuna ha sido adversa a este hombre de bien,
como a muchos otros.» Aprovechando Fernando el _Católico_ la estancia
de Vespucio en Sevilla, intentó atraérselo. Comenzó haciéndole un
regalo el 11 de abril de 1505; algunos días después Felipe el _Hermoso_
le concedió derecho de ciudadanía española. Desde entonces fué fiel
a su patria adoptiva. Se dice que hizo último viaje a América, no
consiguiendo extender ya sus descubrimientos anteriores. El año 1508 se
le nombró piloto del reino con 200 ducados de sueldo, con la obligación
de examinar a los que aspiraban al título de pilotos. Hizo algunos
mapas, no conservándose ninguno original, aunque sí la copia del del
Nuevo Mundo (_Tabula terræ novæ_), publicado en la edición de Ptolomeo
hecha en Estrasburgo, año 1513. Murió en Sevilla el 22 de febrero de
1512. (Apéndice X).

Se ha dicho y repetido hasta la saciedad que si Colón tuvo la desgracia
de morir en Valladolid olvidado de todos, Vespucio, más afortunado,
cinco años antes de su muerte, vió que al nuevo continente se le daba
en su honor el nombre de América. Es cierto que Colón murió olvidado
en la ciudad del Pisuerga, y también lo es que el Nuevo Mundo recibió
el nombre de América en honor de Américo Vespucio, uno de los primeros
exploradores de aquellas tierras; pero cuya fama es bastante menor que
la de Cristóbal Colón. El nombre de América, aplicado al conjunto de
las regiones que forman el Nuevo Mundo, aparece, por vez primera el
1507, en un opúsculo publicado en Saint Dié (Lorena) por jóvenes del
_Gymnase Vosgien_, asociación de literatos e impresores constituída
con el apoyo y protección del duque de Lorena. El citado nombre, bajo
la primitiva forma de _Amerrique_ fué introducido en la _Cosmographiæ
Introductio_, capítulo IX, por Hylacomylus (o sea Waldseemüller),
profesor de Geografía de Saint Dié.

Trasladaremos a este lugar las palabras de Waldseemüller: «Pero ahora
estas partes (Europa, Asia y Africa), han sido más extensamente
exploradas, y otra cuarta parte ha sido descubierta por Américo
Vespucio (como se verá luego); y no veo qué razón impediría llamarla
Amerige o América, esto es, tierra de Américo, según el nombre de su
descubridor Américo, varón de sagaz ingenio, así como Europa y Asia
traen sus nombres de mujeres. Su situación y las costumbres de sus
habitantes, se comprenderán claramente por las dos navegaciones de
Américo, que siguen»[596]. Dícese que el primero que se opuso a que se
diera al nuevo continento el nombre de Américo, fué el insigne Miguel
Servet, condenado a la hoguera en Ginebra por Calvino. Waldseemüller
primero y la costumbre después pudieron más que la honrada protesta de
Servet, y el nombre de América pasó lentamente al dominio público. Son
raros los mapas del siglo XVI, en que los nuevos territorios se señalen
como independientes del Asia y se les denomine América. En los citados
mapas, además del nombre América, se hallan otros, como Terranova,
Brasil, Santa Cruz, Atlántide, Peruana y Nueva India. Ya en el siglo
XVII se admitió por todos la denominación de América. «Ni presión
oficial--escribe Reclus--ni la intervención de famosos escritores,
intervinieron en la paulatina adopción de la palabra; proviene de los
mismos pueblos. La eufonía entra por mucho en la acogida favorable que
obtuvo de los idiomas europeos: merced a esta eufonía, la enumeración
de los continentes, termina de una manera agradable al oído: _Europa,
Asia, Africa y América_. En los anales de la humanidad, ya tan
llenos de injusticias, la cadencia de las sílabas ha contribuído a que
prevalezca una injusticia más»[597].

       [596] _Nunc vero et haec partes sunt latius lustrate et
       alia quarta pars per Americum Vesputium (ut in sequentibus
       audietur) inventa est: quam non video un quis iure vetet
       ab Americo inventore sagacis ingenii viro Amerigem quasi
       Americi terram sine Americam dicendam: cum et Europa et Asia
       a mulieribus sua sortita sunt nomina. Eius situm et gentis
       mores ex bis binis Americi navigationibus que sequntur liquide
       intellige datur._

       [597] _Geografía Universal_, América del Norte, etc., págs. 2
       y 3.

Del escritor norteamericano Charles F. Lummis son las palabras que
copiamos: «Llamar América a este continente en honor de Amérigo
Vespucio fué una injusticia, hija de la ignorancia, que ahora nos
parece ridícula; pero de todos modos, también fué España la que envió
el varón cuyo nombre lleva el Nuevo Mundo»[598].

       [598] _Los exploradores españoles del siglo XVI en América_,
       pág. 60.

Continuando el relato de las expediciones a las Indias, salieron
dos en el año 1504: una mandada por Cristóbal y Luis Guerra, y otra
a las órdenes de Juan de la Cosa. Las dos expediciones, después de
haber saqueado las costas de Venezuela y de apoderarse de cuanta
gente pudieron para venderla en seguida, sufrieron no pocos trabajos
y terribles desgracias. Naufragaron varios buques junto al golfo de
Darién, viéndose los expedicionarios en grandes apuros, sin exceptuar
el hambre y las enfermedades. De los 200 individuos que salieron en
ambas expediciones, pudieron llegar unos 40 a Jamaica, luego a Haití y,
por último, a España. «En ese año de 1504--dice Reclus--cuando Colón
dejó el Nuevo Mundo para ya no volver a él, conocíase en su mayor parte
la costa oriental de los dos continentes, en tanto que el mar de las
Antillas, la primera región descubierta, no se había explorado sino por
la parte meridional. Desde el descubrimiento de las islas de Bahama por
Colón, transcurrieron veinticinco años antes que las naves españolas
penetrasen en el golfo de México, a no ser costeando la isla de Cuba.
Para los españoles era poco importante la metódica exploración de las
costas del Nuevo Mundo; lo que buscaban eran mares abundantes en perlas
o bien tierras ricas en oro y esclavos»[599].

       [599] Ibidem, pág 24.

La capitulación que los Reyes Católicos hicieron con Juan de la Cosa,
se firmó en Medina del Campo el 14 de febrero de 1504[600]. Concedieron
los reyes que el citado navegante pudiese ir a las tierras e islas de
las Perlas, al golfo de Urabá y a otras islas y tierra firme del mar
Océano que están descubiertas o por descubrir, siempre que no fuesen de
las que descubrió Cristóbal Colón, ni de las islas y tierra firme que
pertenecían al rey de Portugal. Exigían los reyes a Juan de la Cosa la
quinta parte de todo lo que encontrase, y le dejaban las otras cuatro
partes para que pudiera disponer de ellas a su voluntad. Le concedieron
tomar seis o más indios de los que dejó en la Isla Española Rodrigo de
Bastidas para llevarlos a las tierras del golfo de Urabá, como también
a Juan Buenaventura, si quisiera ir con él; además podría tomar
agua, leña u otros bastimentos, pagando por ellos lo que valieren.
Le autorizaron para que él y los que le acompañasen, edificaran
casas y pueblos, y cultivaran heredades. Mandáronle terminantemente
que no llevase consigo a ningún extranjero. Hizo el viaje en cuatro
navíos, y al Rey, por el quinto que le pertenecía de ganancias, le
correspondieron 491.708 maravedís. A la Cosa se le concedieron 50.000
maravedís vitalicios.

       [600] _Archivo de Indias._--E. 139.--C. 1.--_Colec. de doc.
       inéd., etc._, tomo XXXI.

En la capitulación que se hizo con Alonso de Ojeda en Medina del Campo
y con fecha 30 de septiembre de 1504[601], se disponía que el citado
Ojeda podia ir a las tierras e islas de las Perlas, al golfo de Urabá,
a la tierra antes descubierta por el mismo navegante y a otras islas y
tierra firme del mar Océano, siempre que no fuesen de las descubiertas
nuevamente por Colón (las cuales se hallan más allá de los lugares
visitados antes por el mismo Ojeda y Rodrigo de Bastidas) ni de las que
pertenecen al rey de Portugal. En las dichas tierras se le autorizaba
para «resgatar é aber de otras qualesquier manera oro é plata é
guanines é otros metales é alxofar é piedras preciosas, é mostruos é
serpientes é animales é pescados, é aber especierias é droguerías é
otras qualesquier cosas de qualquier género é nombre que sean, en tanto
que non podays traer esclavos, _salvo los questan en la isla de Santo
Domingo é isla Fuerte, é en los puertos de Cartagena en las islas de
Barú que se dicen Caníbales_.» Mandaban los reyes que levantase una
fortaleza donde antes la había hecho, o en otra parte que fuera más
conveniente.

       [601] _Archivo de Indias._--E.139.--C. 1.º--_Colec. de doc.
       inéd., etc._, tomo XXXI, págs. 258-272.

Hízose otra Capitulación o Asiento por el Rey Católico (24 de abril de
1505) con Vicente Yáñez Pinzón, que se firmó en Toro y por la cual se
autorizaba a dicho navegante poblar la isla denominada _San Juan_, que
se halla en el mar Océano, cerca de la Española[602]. Hace notar el Rey
los buenos servicios hechos por Pinzón, principalmente en la conquista
de la Isla Española y en el descubrimiento de otras tierras e islas en
el mar Océano.

       [602] _Arch. de Indias._--E.139.--C. 1.º. _Col. de doc. inéd.,
       etc._, tomo XXXI. págs. 309-317.

Después del cuarto viaje de Colón, se suspendieron por breve tiempo las
expediciones de los castellanos, y decimos por breve tiempo, puesto
que en el año 1506, Fernando el _Católico_ autorizó a Vicente Yáñez
Pinzón y a Juan Díaz de Solís para que emprendiesen un viaje marítimo.
En efecto, llegaron a la isla de Guanaja, y navegando al Oeste,
reconocieron el golfo de Honduras y una parte de la costa de Yucatán.

Andando el tiempo, Fernando V expidió Real cédula (23 de marzo de
1508), encargando a Pinzón y a Solís que procurasen descubrir un
Estrecho--si dicho Estrecho existía, como opinaban algunos--al Norte de
Yucatán, y por el cual se comunicasen los mares Atlántico y Pacífico.
Con tal objeto salieron de Sanlúcar el 27 de junio de 1508: Como la
península del Yucatán era a la sazón conocida imperfectamente, la
cédula decía que irían «a la parte del Norte facia Occidente.» Y con el
objeto de evitar rozamientos con Portugal, se les prohibía arribar a
las posesiones del dicho reino, pues tales eran las palabras de la Real
carta. «No tocareis (en el Brasil) so aquellas penas é casos en que
caen é incurren los que pasan é quebrantan mandamientos semejantes, que
es perdimiento de bienes é personas é nuestra merced.»

Afirma algún historiador que Yáñez Pinzón y Díaz de Solís, faltando
a las instrucciones recibidas, en vez de navegar por la costa
septentrional de América en busca del Estrecho, se dirigieron al Sur
explorando las costas hasta los 40° de latitud. Así lo dice el cronista
Herrera, cuyas palabras trasladaremos a este lugar: «Partieron de
Sevilla el año pasado (1508), y desde las islas de Cabo Verde fueron a
dar en la Tierra Firme, al cabo de San Agustín»[603]. No creemos que
tenga razón Herrera, por cuanto se halla probado que obedientes a las
órdenes que habían recibido, los insignes navegantes recorrieron sólo
la costa de la América Central, pasando cerca de Santo Domingo a la
ida, y entrando a la vuelta en la dicha población. De igual modo cuenta
la expedición el P. Las Casas[604].

       [603] _Década I_, lib. VI, cap. IX.

       [604] _Hist. de las Indias_, lib. II, cap. XXXIX.

Fué de lamentar que las rivalidades entre Pinzón y Solís les obligasen
a volver a España[605]. Llegaron a las playas españolas a últimos
de octubre del año 1509. Formóseles proceso por la Casa de la
Contratación, resultando culpable Solís, a quien se mandó preso a la
cárcel de corte, e inocente Yáñez Pinzón. Posteriormente, habiendo
quedado libre y absuelto de todos los cargos Solís, se le pagaron,
con fecha de 24 de abril del año 1512, treinta y cuatro mil maravedís
como recompensa del tiempo de su prisión y pleito, además del salario
de piloto mayor, de cuya plaza tomó posesión por fallecimiento de
Américo Vespucio, asentándosele en los libros sólo sesenta y cinco mil
maravedís, porque los diez mil restantes se asignaron como pensión a
la viuda de su antecesor[606].

       [605] En un asiento o capitulación hecho en Granada el
       cinco de septiembre de mil quinientos treinta y uno, los
       reyes dicen a Vicente Yáñez Pinzón que, recordando que «por
       nuestro mandado é con nuestra licencia é facultad fuísteis
       a vuestra costa é minsion con algunas personas o parientes
       é amigos vuestros» a descubrir ciertas islas y Tierra firme
       «Tenemos por bien é queremos, que en quanto Nuestra merced é
       voluntad fuere, ayades é gocedes de las cosas que adelante
       en esta capitulacion serán declaradas ó contenidas...»
       Después de descubrir Islas y Tierra Firme llegaron al Cabo
       de San Vicente, no sin sufrir grandes trabajos y bastantes
       pérdidas.--_Colec. de doc. inéd._, tomo XXII, págs. 300-307.

       [606] _Archivo general de Indias._--Ext. de Muñoz.--Conde
       Roselly de Lorgues.--_Vida de Cristóbal Colón_, tomo III, pág.
       709.

Con fecha nueve de junio de mil quinientos ocho años, Diego de Nicuesa,
caballero muy querido en la corte de Castilla, y el famoso piloto Juan
de la Cosa, en representación de Alonso de Ojeda, solicitaron del
Rey (1509) permiso para fundar colonias en las Islas y Tierra Firme
de América. Obtuvieron en seguida lo que deseaban. Dividióse dicha
Tierra Firme, trazando una línea en el golfo de Darién, dando la parte
oriental (Nueva Andalucía) a Alonso de Ojeda y la parte del Norte y la
del Oeste (Castilla del Oro) a Nicuesa. La Nueva Andalucía, por tanto,
comprendía desde el cabo de la Vela hasta la mitad del golfo de Urabá;
la Castilla del Oro desde el golfo de Urabá hasta el cabo Gracias a
Dios. Indispusiéronse ambos gobernadores (Ojeda y Nicuesa), resolviendo
el conflicto Juan de la Cosa, quien fijó como límite de los dos
gobiernos las bocas del Atrato o Río Grande del Darién, según entonces
se le llamaba. Con el objeto de comenzar sus expediciones, Ojeda y
Nicuesa se encaminaron a la Española.

Se disponía en la capitulación que los dos jefes pudiesen fletar en la
Española los navíos que necesitasen, como también se les autorizaba
para llevarse seiscientos hombres además de los doscientos que fuesen
de Castilla. Mandábase a Fray Nicolás de Ovando, gobernador de la
isla, que diese todo el favor y ayuda que necesitaran Ojeda y Nicuesa.
Y terminaba ordenando a dicho Gobernador que guardase y cumpliese la
citada capitulación. En el otoño del año 1509 salió Alonso de Ojeda
llevando cuatro buques y 300 hombres de dotación; entre los últimos
se encontraba el extremeño Francisco Pizarro. El piloto Juan de la
Cosa iba de lugarteniente o de segundo de la expedición. Poco después
se hizo también a la mar Diego de Nicuesa, hombre que contaba con más
recursos que Ojeda, pues pudo llevar siete buques y unos 700 hombres.

Desembarcó Ojeda donde a la sazón se encuentra Cartagena (Colombia) y,
no dando oídos a Juan de la Cosa, penetró en el país y cayó sobre la
primera aldea que encontró, matando a los indios que se resistieron y
llevándose prisioneros a los que pudo coger vivos. Cuando los españoles
se entregaron al descanso, fueron sorprendidos por los caribes de
las aldeas inmediatas, quienes les mataron, entre ellos a Juan de la
Cosa, salvándose únicamente Ojeda, gracias a su gran escudo y a su
destreza para parar los flechazos. Corrió Ojeda hacia la playa, donde
se escondió por no poder llegar a sus buques. Afortunadamente acertó
a pasar por la costa Nicuesa, que caminaba hacia las tierras que le
habían sido concedidas. Al ver Nicuesa los buques sin jefe, determinó
ir en busca de los expedicionarios con la gente de a bordo. Hallaron
a Ojeda en lo más espeso de un manglar, extenuado por la fatiga y el
hambre. Luego fueron al sitio de la lucha, donde encontraron el cadáver
de Juan de la Cosa atado a un árbol y casi cubierto de flechas, hasta
el punto que parecía un _erizo_.

Regresaron a los barcos, y mientras Nicuesa seguía su rumbo a Veragua,
Ojeda se dirigió más al Oeste, donde, a orillas del golfo de Urabá,
fundó, en los comienzos de 1510, una colonia defendida por un fuerte
(San Sebastián) hecho de troncos de árboles[607]. En la fortaleza
tuvieron que guarecerse los expedicionarios por temor a los indios
caribes, que eran tan fieros como los de la costa de Cartagena. En
apuro tan grande, fué no poca dicha para ellos cuando vieron llegar
un buque cargado de víveres con gente aventurera y aun maleante.
Ayudado Ojeda por los recién llegados, emprendió lucha tenaz con los
salvajes, teniendo la desgracia de ser herido en un muslo con una
flecha envenenada. Salvóse de la muerte haciendo cauterizar la herida
con un hierro candente para prevenir los efectos inevitables del
veneno, cubriéndola luego con paños empapados en vinagre. Ya curado,
marchó a Haití en busca de recursos, dejando a Francisco Pizarro como
jefe; pero con orden de marchar con su gente a Veragua, si no volvía
en el plazo de cincuenta días. Desembarcó Ojeda en la costa meridional
de Cuba, recorriendo luego unas 50 leguas por la playa, atravesando
lagunas y marismas, hasta que con sus compañeros de desgracia,
extenuado y medio muerto de hambre, pudo llegar a una aldea india,
donde halló hospitalidad. Allí hizo construir una capilla dedicada a
la Virgen, cuya imagen, pintada por un artista flamenco, regalo de su
protector el obispo Fonseca, llevaba siempre pendiente del cuello. Los
indios condujeron a Ojeda y a los suyos en una piragua hasta dejarlos
en Haití. Por cierto que al llegar a Haití aquella gente deseosa de
aventuras--cuyo jefe se llamaba Talavera, y que poco antes, según se
ha dicho, había auxiliado a Ojeda contra los salvajes--cayó en poder
de la justicia, pagando con la muerte las cuentas que tenía atrasadas.
Ojeda fué absuelto; pero sin recursos y sin auxilio alguno, murió en la
mayor pobreza, allá por el año 1515. Dícese que en su testamento dejó
ordenado, en expiación de su orgullo, que se le enterrase en el umbral
de la puerta del convento de San Francisco (isla de Santo Domingo)
para que los que entrasen y saliesen del templo tuvieran que hollar su
tumba.

       [607] No deja de llamar la atención que, con fecha 28 de
       febrero de 1510, los reyes (Doña Juana y su padre Don
       Fernando) desde Madrid dirigiesen Real Cédula a Don Diego
       Colón, Almirante y gobernador de las Indias, para que, en
       lugar de los 600 hombres que a Nicuesa y Ojeda se les permitió
       sacar de la Isla Española, fuesen sólo 200, pues habían sido
       avisados que sacando los dichos 600 hombres recibiría la isla
       mucho daño.--_Archivo de Indias._--E. 139.--C. 2.--_Colec. de
       doc. inéd._, etcétera, tomo XXXI, paginas 533-535.

La siguiente Real Provisión, dada por la reina Doña Juana y por su
padre Don Fernando en la ciudad de Burgos el 5 de octubre de 1511,
indica la mala opinión que se tenía de Alonso de Ojeda y de sus
cómplices[608]. Dice así:

       [608] Hallase el original en el _Archivo de Simancas_.

  «Doña Juana, etc. A vos nuestros jueces de apelacion de las islas,
  Indias e tierra firme del mar Océano que residís en la isla
  Española, salud e gracia. Sepades de que yo he sido informada
  que Alonso de Hojeda seyendo nuestro gobernador de la provincia
  de Urabá, que es en la tierra firme del mar Océano, hizo muchos
  delitos e escesos, especialmente que estando en la dicha provincia
  hizo matar dos hombres, al uno degolló e a otro ahorcó, e hizo
  azotar otros dos hombres, e cortar la lengua a otro, e herrar
  a otro en la frente, e cortar dos dedos a otro, lo cual hizo e
  mandó hacer sin ser oídos a justicia, no guardándoles la orden del
  derecho; e diz que hizo nuevo juez y oficiales de justicia para
  los sentenciar y ejecutar, y dijo: que aunque fuésemos deservidos,
  sería gobernador en la provincia de Urabá, e que vernía a la dicha
  isla Española, e cortaría la cabeza al Almirante D. Diego Colon,
  nuestro visorey e gobernador de la dicha isla; e lo llamó traidor e
  otras palabras de injuria, e dijo que llevaría a D.ª María su mujer
  del dicho Almirante a la dicha provincia de Urabá, e que vernía la
  vía de la dicha isla Española e de San Juan, e que tomaría puercos
  e pan, e que procuraría de tomar alguna nao de las que fuesen o
  viniesen de Castilla a las dichas Indias e con esta intencion el
  dicho Alonso de Hojeda e Bernaldino de Talavera, vecino que fué de
  la dicha isla Española, habiéndose alzado con una nao e hurtado él
  e otros muchos vecinos de la dicha isla; e yéndose a Urabá en la
  dicha nao, salieron de la dicha provincia de Urabá con propósitos
  dañados de seguir un viaje a la dicha isla Española, como dicho
  es, e con tiempos e vientos contrarios diz que aportaron a la
  dicha isla de Cuba, donde diz que dicho Alonso de Hojeda hizo e
  cometió otros muchos delitos e desconciertos, e quel dicho Bernaldo
  de Talavera, después que en la dicha isla de Cuba entraron, se
  apartó de la compañía del dicho Alonso de Ojeda, e con la mayor
  parte de la gente que los susodichos llevaban en la dicha nao,
  se hizo jurar por capitan, e la dicha gente lo juró e puso de su
  mano alguaciles, no lo pudiendo hacer, e diz que ansí se entraron
  dicho Bernaldino de Talavera e los que le siguieron la tierra
  adentro por la dicha isla de Cuba, donde hicieron muchos delitos e
  escesos, maltratando los caciques e indios de ella, tomándoles sus
  haciendas e mantenimientos contra su voluntad, sin se lo pagar, e
  forzándoles las mujeres, sacandolas de su poder por fuerza para las
  traer consigo por sus mancebas, e hiriéndoles e injuriándoles grave
  e atrozmente...»

Encarga la Reina a los jueces que se informen de todo lo que hicieron
en todas partes Ojeda, Talavera y demás personas; hecha la información
procedan contra los culpantes e contra sus bienes imponiéndoles las
mayores y más graves penas civiles y criminales[609].

       [609] Véase la Real provisión en la _Historia de Colón_, de
       Roselly de Lorgues, tomo III, páginas 880-882.

Pasados los cincuenta días fijados por Ojeda, como poco antes se dijo,
salió Pizarro con los dos buques que le habían dejado camino de Santo
Domingo; pero uno de los barcos zozobró en una tempestad, y el otro, en
el que iba Pizarro, ya a punto de hundirse, fué sustituido por un buque
armado en el citado Santo Domingo.

Acerca del viaje de Nicuesa hemos de decir que, habiendo salido en
noviembre de 1509 desde la costa, donde al presente se halla Cartagena,
hacia el istmo de Darién y desde allí a Veragua, por la poca exactitud
de una carta de marear dibujada por Bartolomé Colón, fué más lejos,
teniendo la desgracia de perder todos sus buques. Habiendo logrado
salvar la tripulación, se estableció en el puerto de Bastimentos, en
cuyo lugar se fijó y denominó a la colonia _Nombre de Dios_. Cuentan
que exclamó: «Detengámonos aquí en nombre de Dios»[610].

       [610] Diego de Nicuesa fundó el fuerte de _Nombre de Dios_
       el 1509, trasladándose luego a San Felipe de Puertovelo.
       La ciudad de Nombre de Dios fué quemada por los ingleses
       (13 agosto 1596) y San Felipe se fundó por D. Francisco de
       Valverde y Mercado(20 marzo 1597). _Col. de doc. inéd.,
       etcétera_, tom. IX, pág. 108.

Desde que Cristóbal Colón, en su primer viaje, tomó posesión de Haití
(Isla Española) el 12 de diciembre de 1492, aquella fué la primera
colonia europea en el Nuevo Mundo y la capital o centro del poder
español en aquellas lejanas tierras.

Respecto a la isla de Cuba, descubierta también por Colón en su
primer viaje (al anochecer del 27 de octubre del citado año), quedó
casi olvidada por algún tiempo. Llamábanse _siboneyes_ sus primitivos
habitantes. En 1508 Nicolás Ovando, gobernador de la Española, mandó a
Sebastián de Ocampo, con dos carabelas, _para bojear a Cuba_. Recorrió
Ocampo la costa de Cuba y probó que era una isla. Ya en 1511, Diego
Colón, gobernador de la Española, dispuso que Diego Velázquez, natural
de Cuéllar (Segovia), fuera a poblar la mencionada isla. El cacique
Hatuey trató de impedir el desembarco de los españoles; mas vencido
hubo de retirarse a los montes, siendo al fin hecho prisionero y
condenado a morir en la hoguera. Como un fraile franciscano le dijera
que se hiciese cristiano, único modo de ir al cielo, el indígena
contestó que _no quería ir al cielo, porque allí iban los cristianos_.

La isla de Puerto Rico, que descubrió Colón en su segundo viaje, fué
explorada en el año 1500 por Juan Ponce de León, a quien recibió
amistosamente el cacique Agueynaba. Ovando, noticioso de que en la isla
de Borinquen se encontraba en abundancia el oro, mandó una expedición
de 200 españoles bajo las órdenes de Juan Cerón; pero considerándose
preterido Juan Ponce de León, acudió a los Reyes Católicos, quienes le
nombraron gobernador de Puerto Rico. Tuvo que sofocar cerca de Añasco
un levantamiento de los indios contra los encomenderos. Reedificó Ponce
de León la villa de Sotomayor y fundó la de San Germán.

Los españoles establecidos en Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico,
averiguaron la existencia de varias tierras situadas en la parte
septentrional, donde, entre otras cosas maravillosas, había una fuente
o río cuyas aguas tenían la virtud de remozar a los viejos que las
bebían. Llevado de la curiosidad o de la idea de lucro. Juan Ponce de
León, gobernador que había sido de Puerto Rico, armó tres naves y se
hizo a la vela el 3 de marzo de 1512. Saliendo de la isla de Puerto
Rico y corriendo al Noroeste cincuenta leguas, dió, el día 8, con los
bajos de Babueca, reconociendo después las isletas de los Caicos,
Yaguna, Amaguayo y Maniguá, llegando el 14 a Goanahaní, que situó en 25
grados, 40 minutos. Continuó navegando al Noroeste hasta que el Domingo
de Pascua, 27, vió tierra que el mal tiempo no le permitió reconocer,
continuando en la misma dirección hasta el 2 de abril que llegó a una
isla llamada por los indios _Cautío_, y que él denominó _Florida_, ya
por haberla descubierto en la _pascua de flores_, ya porque se ofreció
a su vista llena de verdura, de árboles y flores. Desembarcó Punce de
León y tomó posesión de ella a nombre del rey de España.

El día 8 continuó su derrota entre violentas corrientes, viéndose
obligado a fondear cerca de tierra, no sin que una de las naves se
perdiese de vista. Ponce no encontró buena acogida de parte de los
indígenas, con los cuales tuvo que pelear; retiróse a un río que llamó
de _la Cruz_, donde esperó en vano el bergantín perdido. El 8 de mayo
dobló el _cabo de Cañaveral_, que él llamó de _Corrientes_ por la
fuerza que allí tienen. Reconociendo la costa halló hacia los 27 grados
dos islas, una tercera más al Sur y una cadena de isletas que nombró
los _Mártires_. Recorrió la costa sin notar que era tierra firme,
encontrando en todas partes indios suspicaces, sumisos a veces y fieros
otras.

Después de algunos días determinó dar la vuelta a la Española y a
Puerto Rico. Al paso descubrió nuevas islas y reconoció otras vistas
anteriormente. A un grupo de ellas dió el nombre de _Tortugas_ por la
abundancia que de ellas había, a otras denominó de la _Vieja_, porque
sólo pudo ver una vieja india y que recogió en sus navíos. El 25 de
julio se encaminó a Biminí, en cuya tierra se suponía que estaba la
fuente prodigiosa; continuó navegando hasta que descubrió la isla de
Bahama. Desde la isla de Bahama corriendo al Oeste cuarenta leguas, se
encuentra, según Oviedo, la tierra de Biminí. Salió de Bahama con mucho
trabajo el 6 de agosto, llegando el 16 a una de las islas Lucayas. En
Guanimá compuso los navíos de sus averías, acordando allí que Juan
Pérez de Ortubia con el piloto Antón de Alaminos y algunos indios
prácticos se dirigiesen con un navío a reconocer la isla de Biminí, en
tanto que él continuaba su viaje a Puerto Rico, a cuya isla llegó el 21
de septiembre. Pocos días después entró el otro navío que fué a Biminí,
sin tener la fortuna de encontrar la fuente milagrosa; pero en cambio,
halló una isla grande, con muchos árboles y abundantes aguas. Si este
viaje fué de poca utilidad para Ponce de León, tuvo interés para la
navegación que se hace por el canal de Bahama de regreso a España, y
también por el descubrimiento de tantas isletas, bajos, restingas y
canales, que hacen peligrosas las derrotas por aquellos mares.

[Ilustración:

FOTOTIPIA LACOSTE--MADRID.

VASCO NÚÑEZ DE BALBOA.]



CAPÍTULO XXVII

  DESCUBRIMIENTO Y EXPLORACIÓN DEL GRANDE OCÉANO U OCÉANO PACÍFICO
  POR NÚÑEZ DE BALBOA.--BALBOA ANTES DEL DESCUBRIMIENTO.--FORMA
  PARTE DE LA EXPEDICIÓN DE ENCISO.--DESGRACIA DE ENCISO.--POLÍTICA
  DE BALBOA.--LUCHA ENTRE LOS AMIGOS DE ENCISO Y LOS DE
  BALBOA.--NICUESA EN SANTA MARÍA LA ANTIGUA.--HUYE DE SANTA
  MARÍA Y SU MUERTE.--ENCISO SALE PARA ESPAÑA.--BALBOA Y EL
  CACIQUE CARETA.--BALBOA PENETRA EN EL INTERIOR DEL PAÍS.--SU
  CARTA AL REY.--DESCUBRIMIENTO DEL PACÍFICO.--IMPORTANCIA DEL
  DESCUBRIMIENTO.--D. PEDRO ARIAS DÁVILA, GOBERNADOR DE LA COLONIA DE
  DARIÉN.--ENEMIGA ENTRE BALBOA Y PEDRARIAS.--BALBOA SE PRESENTA A
  PEDRARIAS.--MUERTE DE BALBOA.--PEDRARIAS TOMA LA PROVINCIA DE PAQUE.


Consideremos el descubrimiento del Océano Pacífico o mar del Sur en
el año 1513, por Vasco Núñez de Balboa. Era Balboa natural de Jerez
de los Caballeros (Badajoz), donde nació por el año 1475. Cuando
apenas contaba veintiséis años formó parte de la expedición dirigida
por Rodrigo de Bastidas. Partió de Sevilla en octubre de 1501, y tras
feliz travesía arribó a las costas del Nuevo Mundo, recorriendo y
explorando desde el Cabo de la Vela hasta el puerto de Nombre de Dios.
Dió la escuadra en unos arrecifes, de los cuales pudieron salir los
expedicionarios, no sin que las naves sufriesen averías de importancia.
Balboa, como otros compañeros, llegaron a la isla Española, donde a la
sazón era gobernador Don Francisco Bobadilla. Obtuvo autorización para
permanecer en la isla en calidad de colono y se le concedieron terrenos
y esclavos.

Deseaba Balboa salir de aquella situación tan contraria a sus
inclinaciones. Pronto se le presentó ocasión propicia. El bachiller
Martín Fernández de Enciso comenzó a reclutar gente en Santo Domingo
para una expedición. Salió de la isla (febrero de 1510) con dos buques,
150 hombres, algunos caballos y muchas armas. Prohibió el gobernador
que se embarcasen los que tuvieran alguna causa pendiente. En este
caso se encontraba Núñez de Balboa; pero ayudado, no se sabe por
quién, se hizo llevar a bordo dentro de una barrica, burlando de este
modo la vigilancia de Bobadilla. En alta mar salió de su escondite.
«Y de ese modo, teatral y picaresco, digno de un Gil Blas o de un
Guzmán de Alfarache--escribe el Sr. Ruiz de Obregón--, comenzó Vasco
Núñez de Balboa su camino de aventuras y de titánicas y legendarias
empresas»[611].

       [611] _Vasco Núñez de Balboa_, pág. 27.

Enciso, desgraciado como Ojeda y Nicuesa, hubo de naufragar en la Punta
Caribana (extremo oriental del golfo de Darién). Murieron bastantes
a manos de los indios, y los restantes, tristes y desalentados, no
tuvieron más remedio que dirigirse por la playa a la colonia de San
Sebastián de Urabá, la cual encontraron quemada y arrasada. Ánimo les
dió Balboa con el anuncio de que pronto encontrarían las deseadas minas
de oro. Resolvieron pasar al otro lado del golfo y fijarse allí, sin
embargo de que aquella costa formaba parte del territorio cedido por
el Rey a Nicuesa. En la márgen del río Darién les esperaba el cacique
Cemaco, más ganoso de guerra que de paz. Se dispuso a pelear con los
españoles. Después de poner en salvo, en la espesura del bosque a las
mujeres, ancianos y pequeñuelos de la tribu, el cacique se colocó en
la cima de inmediata montaña al frente de los suyos. Contra ellos fué
Balboa que los venció fácilmente, haciéndoles muchos muertos y huyendo
los demás a unirse con los que antes habían marchado al interior del
país.

Desde entonces aquel puñado de valientes se dispusieron a quitar la
jefatura a Enciso. Ellos habían fundado la colonia de Santa María la
Antigua del Darién, y ellos, por tanto, tenían el derecho de nombrar
jefe. Dijeron, para dar visos de legalidad al hecho, que Enciso y
los pocos que le seguían, se hallaban, como enviados o delegados de
Ojeda, sin derecho a ejercer autoridad, puesto que la nueva colonia
estaba situada en tierras de la jurisdicción de Nicuesa. Tales
razones no convencieron a los partidarios de Enciso; pero los de
Balboa, importándoles poco las amenazas de sus enemigos, eligieron
para alcaldes de la villa a Vasco Núñez de Balboa y a Juan Zamudio.
Con el objeto de poner paz entre los dos bandos, hubo quien propuso
nombrar jefe a Diego Nicuesa, no comprendiendo que con esta solución se
descontentaba a los amigos de Balboa y a los de Enciso.

Llegó por entonces un navío español, mandado por Rodrígo Enríquez de
Colmenares, en busca de Nicuesa, a quien llevaba soldados, municiones
y víveres. Enterado Colmenares de las discordias interiores de la
colonia, propuso que se nombrase jefe--como ya se había intentado--a
Nicuesa, toda vez que Santa María se hallaba dentro de su propia
jurisdicción. Accedieron a ello, aunque no de buena gana, los dos
partidos enemigos, y al efecto, salieron algunos comisionados en busca
de Nicuesa.

Llamado Nicuesa por Balboa para que se encargase del gobierno de Santa
María, o habiéndose enterado por Colmenares de todo lo que ocurría en
tierras que a él le había cedido el Rey, lo cierto es que abandonó
_Nombre de Dios_ con 60 hombres que le quedaban y se dirigió a la
colonia de Santa María la Antigua. Refieren algunos cronistas que antes
de presentarse Nicuesa en Santa María la Antigua pidiendo auxilio a
Balboa, dos colonos del Darién llegaron a _Nombre de Dios_ decididos
a ofrecer el gobierno al citado Nicuesa, volviendo tan disgustados de
la entrevista que dijeron lo siguiente: «Libertándonos de Enciso hemos
salido de los dientes del lobo; pero vamos a caer en las garras de un
tigre.» Desde entonces la colonia del Darién se mostró obediente a las
órdenes que diera Balboa.

Llegó Nicuesa a Santa María y en el desembarcadero pudo oir la voz del
procurador del pueblo que le decía que se tornase a su gobernación
de Nombre de Dios. Otros cronistas dicen que se mostró tan pedante
y orgulloso, que los de la ciudad no quisieron recibirle. No fueron
atendidos los ruegos de Nicuesa, el cual rogaba que si no le querían
por gobernador le tomasen por compañero; pero los de la ciudad se
negaban a ello _porque se entraría por la manga y saldría por el
cabezón_[612]. Insistió Nicuesa diciendo «que aquella tierra adonde
estaban entraba en los límites de su gobernación, y que ninguno podía
en ella poblar ni estar sin su licencia...»[613].

       [612] Herrera, _Década I_, lib. VIII, cap. VIII.

       [613] Ibidem.

Quieras que no quieras, le obligaron a zarpar el 1.º de marzo de 1511
con 17 de los suyos, «y nunca jamás pareció, ni hombre de los que con
él fueron, ni adónde, ni cómo murió»[614].

       [614] Ibidem.

Creyeron algunos que aportó a Cuba y que los indios le mataron,
fundándose en que tiempo adelante unos marineros que naufragaron en
la isla de Cuba encontraron la siguiente inscripción grabada en un
árbol: _Aquí feneció el desdichado Nicuesa_; pero según el cronista
Gomara la inscripción decía: _Aquí anduvo perdido el desdichado Diego
de Nicuesa_. «Lo que se tuvo por más cierto es que como llevaba tan
mal navío, y los mares de aquellas partes son tan bravos y vehementes,
la misma mar lo tragaría fácilmente, o que perecería de hambre y de
sed»[615].

       [615] Ibidem.

Llegó su turno a Enciso, a quien se obligó a marchar en el primer navío
que salió para España.

Es de justicia confesar que la gratitud no fué nunca norma de conducta
del valiente extremeño. Dueño absoluto del poder Núñez de Balboa, como
temiera que en la metrópoli se agitasen en contra suya los amigos
de Enciso y Nicuesa, mandó a su fiel amigo Zamudio para que de todo
diese cuenta al Rey[616]. Procuró Vasco Núñez de Balboa mantener
buenas relaciones, lo mismo con los colonos que con los indios, pues
necesitaba de los últimos, ya para que le trajesen oro, ya para que le
facilitaran provisiones. No pudo conseguir, aunque en ello tuvo empeño,
ganarse la voluntad del cacique Cemaco. En efecto; dicho cacique, que
siempre andaba buscando ocasión para vengarse, hizo que algunos de
los suyos diesen noticia a Balboa del mucho oro que se encontraba en
la región denominada Dobayba, distante de allí unas treinta leguas,
proponiéndose con el engaño atraer a los españoles hacia los bosques
y caer allí sobre ellos. Balboa envió como explorador a Francisco
Pizarro, el futuro conquistador del Perú, quien se vió sorprendido, y
a malas penas él y su pequeña hueste pudieron salvarse, teniendo que
volver a Santa María. El mismo Núñez de Balboa salió en persona al
frente de unos cien hombres y llegó al pueblo de Coyba, residencia del
cacique Careta. Apoderóse del pueblo, haciendo prisionero al cacique
y a toda su familia; cayeron bajo su poder muchas provisiones y algún
oro. Hízose la paz entre Balboa y Careta, recibiendo aquél en prenda
una hija del cacique, joven bastante agraciada, la cual ejerció sobre
nuestro héroe más influencia que debiera. Vasco Núñez y Careta se
dirigieron contra el vecino cacique Ponca, quien se internó en los
bosques próximos mientras que aquéllos entraban a saco en la población
abandonada.

       [616] En el mismo barco que marchó Zamudio salió también
       Enciso.

Otra expedición dispuso Balboa a Dobayba, lugar de muchas riquezas
y abundante de oro, según se decía por los indios; sólo encontró,
después de penosas jornadas, el territorio del cacique Mibeyba, cuyos
habitantes vivían en las ramas y copas de los árboles, a causa de que
el suelo estaba siempre inundado por las aguas de próximas lagunas.
Consiguieron los españoles comunicarse con aquellos indios, ya cortando
o ya quemando los troncos de los árboles más corpulentos; pero nadie
les dió noticia del oro y riquezas que buscaban con tanto empeño como
codicia.

Decidido Balboa a penetrar más en el interior, quiso amedrentar a los
indígenas vecinos, lo que consiguió entrando a saco los pueblos de
Cemaco y de Tichirí, cogiendo prisioneros algunos jefes guerreros, a
los cuales hizo decapitar.

Por mediación de su amigo Careta, logró Balboa atraerse al poderoso
Comagro. Uno de los hijos del citado cacique le dió noticia de un mar
muy grande que se extendía al Sur, añadiendo que siguiendo las costas
de dicho mar en dirección Sudeste se llegaría a una región habitada por
gentes belicosas y donde abundaban las perlas y el oro. Es de creer
que tales noticias se referían al Perú, siendo de advertir que entre
los oyentes se hallaba Francisco Pizarro, valiente conquistador de
aquellas tierras. No dejó de decirle también que, para llegar al mar
del Sur, era preciso atravesar profundos pantanos, impetuosos ríos,
espesos bosques y altas montañas, como de igual modo había que luchar
con feroces indios de todas aquellas comarcas, habiendo de encontrar,
a las seis jornadas a Tubanamá, cacique de instintos sanguinarios.
«Nada podéis hacer--y estas fueron las últimas palabras que el indio de
Comagro dijo a Núñez de Balboa--si no contáis por lo menos con 1.000
españoles armados como los que aquí tenéis».

Inmediatamente Vasco Núñez participó tales noticias a D. Diego Colón,
gobernador de Santo Domingo, rogándole al mismo tiempo que empleara
sus buenos oficios para que el Rey le mandase los 1.000 hombres que
necesitaba para su empresa.

Después de tres años, escribió (21 enero 1513) Balboa al Rey censurando
la política de Enciso. Entre otras cosas decía: «Ruego a V. A. que
ordene que ningún bachiller en Derecho o en otra ciencia, a excepción
de la Medicina, venga jamás a estas comarcas, bajo pena de un grave
castigo, pues no viene aquí uno que no sea un demonio... y no sólo
son malos en sí mismos, sino que además enseñan el mal a los demás, y
tienen mil medios de multiplicar las discordias y los pleitos.»

No teniendo paciencia para esperar el resultado de sus gestiones
cerca de D. Diego, se embarcó el 1.º de septiembre con dirección a
Coyba. Al frente de los suyos y de los indígenas que puso Careta a su
disposición marchó desde Coyba por angosta faja de tierra que separa
los dos océanos y une las dos grandes partes del continente americano.
Veinte días tardó Balboa en hacer el viaje, en cuyo tiempo hubo de
recordar muchas veces la exactitud de las noticias que le diera el
hijo del cacique. El 26 de septiembre de 1513 pudo contemplar de cerca
una de las mayores cordilleras de los Andes. Al pie del alto pico
estaba situado el pueblo del cacique Cuareca. Comenzaron a subir. A
poco señalaron los guías una eminencia desde la cual ya se veía el
inmenso Océano. Quería ser el primer español que lo contemplase. Fijo
en esta idea, ordenó hacer alto, y habiendo mandado a los suyos que no
se movieran de aquel sitio hasta que él les avisase, trepó hasta la
cima de la montaña y tendió la vista sobre un mar sin límites. Cayó de
rodillas, elevó sus manos al cielo y dió gracias a la Providencia por
haberle concedido dicha tan grande. Ya pudo avisar a sus compañeros,
quienes, como su jefe, elevaron a Dios sus oraciones. «Alabemos a
Dios--dijo Balboa--que nos ha concedido ser los primeros en pisar
esta tierra jamás hollada por planta de cristianos, y en contemplar
ese mar jamás surcado por naves de dichos cristianos, ofreciéndonos
la dicha de dilatar la doctrina del Evangelio y de llevar a cabo
dilatadas conquistas.» Cortaron ramas de un árbol e hicieron con ellas
una cruz, que pusieron en el mismo sitio donde poco antes se arrodilló
Núñez de Balboa, amontonando en torno de ella algunas piedras a manera
de pedestal. Postrados todos ante la divina insignia, uno de ellos,
que era sacerdote, entonó el _Te Deum laudamus_. «Jamás, jamás--dice
Wáshington Irving--ha subido al trono del Todopoderoso desde ningún
lugar santificado, oblación más pura ni más sincera que la elevada en
tan solemne momento desde la cúspide de aquella montaña, sublime altar
de la naturaleza.»

Valderrábano, notario real y secretario de Núñez de Balboa, redactó un
acta en presencia de «los caballeros, hidalgos y hombres de bien que
concurrieron al descubrimiento del mar del Sur a las órdenes del muy
noble señor capitán Vasco Núñez de Balboa, gobernador de Santa María y
Adelantado de Tierra Firme.» Entre los que le acompañaban citaremos a
Francisco Pizarro, Andrés Vara (clérigo) y Juan Mateos Alonso (Maestre
de Santiago). Después de grabar en los árboles inmediatos al pedestal
los nombres de los reyes de Castilla, comenzaron a bajar el monte para
llegar a la playa. Tres días duró el descenso, no sin que se viesen
acometidos por los indios de Chiapes. Hecha la paz con los citados
indios, en cuyo pueblo de Chiapes dejó parte de su gente, acompañado de
26 hombres solamente y del cacique de aquella tierra con varios de sus
guerreros--pues los enemigos se habían convertido en auxiliares--llegó
a una bahía que denominó de San Miguel por haberla descubierto en el
día de dicho santo. Era por la tarde cuando logró tocar en la costa
y en ocasión que la marea había descendido. El agua se hallaba a la
distancia de una media legua. Sentado con su acompañamiento a la sombra
de los árboles, esperó la pleamar, y cuando llegó ésta, se levantó,
vistió sus armas, tomó una bandera en que aparecía la imagen de la
Virgen y debajo las armas de Castilla y de León, desnudó la espada y
agitando en la otra mano la bandera, penetró en el mar hasta que el
agua le llegó a las rodillas. Allí proclamó a los muy altos y poderosos
reyes D. Fernando y Doña Juana, en cuyo nombre tomaba posesión de
aquellos mares y de todas las tierras que bañaban, añadiendo que
estaba pronto y preparado para defenderlas y mantenerlas. Si los 26
españoles que presenciaban el acto se sentían entusiasmados, los indios
permanecían atónitos, no comprendiendo tales cosas.

Unos dos meses permaneció Vasco Núñez de Balboa en aquellos sitios,
emprendiendo varias expediciones peligrosas. No sólo se había propuesto
el descubrimiento del mar del Sur o Pacífico, sino también el de
explorarlo y reconocer la costa, deseoso de encontrar el rico país
anunciado por el hijo del cacique de Comagro y de otros indios, que
después confirmaron lo dicho por aquél.

Con grandes trabajos pudo Balboa construir dos bergantines en la costa
del Atlántico, los cuales transportó a la del Pacífico y se dió a la
mar. Eran los primeros buques de construcción europea que surcaban
aquellos mares y el primer hombre del antiguo mundo que navegaba por
ellos. Anduvo hasta unas 20 leguas más allá del golfo de San Miguel
y no descubrió el Perú porque vientos contrarios no le permitieron
seguir aquella ruta, dirigiéndose entonces al archipiélago llamado
por él de las Perlas, donde a la sazón trataba de construir otros dos
bergantines. Aunque Balboa había recibido del Almirante Diego Colón,
gobernador de Haití, nombramiento de jefe de la colonia, le remordía
seguramente la conciencia por lo que hiciera con Enciso y con Nicuesa,
y temía recibir malas noticias de la metrópoli, tal vez su deposición
y aun su prisión. En efecto, los presentimientos de Balboa salieron
ciertos. El obispo Fonseca, director del departamento de Indias, no
le perdonaba el comportamiento que había tenido con Nicuesa, persona
muy estimada por el prelado. Ignoraba, además, Fonseca el brillante
descubrimiento del Pacífico y otra cosa para la corte del Rey de
más importancia, cual era el envío de un buque con la relación de
su atrevido viaje. 20.000 castellanos de oro y 200 de las mejores
perlas. El 21 de enero de 1514 volvió a Santa María el descubridor del
Pacífico, después de cuatro meses y veinte días de haber salido.

Don Pedro Arias de Avila (Pedrarias Dávila) fué nombrado gobernador
de la colonia del Darién. Era hermano del conde de Puñonrostro y muy
querido en la corte. Este anciano sexagenario se embarcó en Sanlúcar
el 12 de abril de 1514 en 20 buques y llevando más de 1.500 hombres;
desembarcó en Santa María la Antigua el 30 de junio del citado año.
El nuevo gobernador de _Castilla Aurífera_, como quiso el Rey que se
llamara la tierra descubierta y conquistada por Vasco Núñez de Balboa,
llevaba consigo, además de su mujer, Doña Isabel de Bobadilla, sus
hijos y servidumbre, a Juan de Ayora como vicegobernador, a Gaspar de
Espinosa como alcalde mayor de Santa María, al bachiller Enciso como
alguacil mayor (cargo que aceptó para vengarse de Balboa), a Fernández
de Oviedo (autor después de la _Historia general de las Indias_) como
veedor o inspector de las minas, a Alonso de la Fuente como tesorero
real, y al franciscano Fr. Juan de Quevedo como obispo de la provincia
del Darién. Cuando Pedrarias Dávila arribó a la colonia de Santa
María la Antigua y supo que Balboa, con otros expedicionarios, había
descubierto el mar del Sur, su ira no tuvo límites, comprendiendo
desde aquel momento que Balboa, más que subordinado suyo, era odioso
rival. Al enterarse luego de las cualidades de dicho caudillo, pudo
apreciar su inteligencia y su valor. Desde aquel momento juró perder
a Balboa. Mientras que Pedrarias veía cómo Balboa navegaba con dos
bergantines, y pronto iba a tener cuatro, siendo querido de los
españoles y respetado por los indios, él contemplaba desorganizada su
expedición, muerta su gente de hambre o enferma por el clima, perdido
casi el Darién y envalentonados los indígenas. Temía, además, que
los colonos llegasen a quitarle el gobierno para dárselo a Balboa.
La enemiga de Pedrarias Dávila a Núñez de Balboa no dejaba de tener
fundamento. No hemos de negar a este propósito que Balboa--con fecha 16
de octubre de 1515--desde Santa María la Antigua, escribió a Fernando
el _Católico_, dándole noticia de la mala gobernación de Pedrarias.
Decíale--entre otras cosas peregrinas--que tanto el gobernador, como
sus allegados y amigos, únicamente se cuidaban de tomar todo lo que
podían y de matar cruelmente indios. Refiere que él (Núñez de Balboa),
a la cabeza de unos 200 hombres, había penetrado en la provincia de
Davaibe, cuyo cacique estaba receloso y alzado contra los cristianos.
Averiguó que a las diez jornadas de allí se encontraban muchas minas
de oro; pero hubo de volverse al Darién porque no halló de comer en
aquella tierra, la cual estaba empobrecida a causa de la langosta.
Obligáronle también a ello la actitud belicosa de los indios. Acerca
del gobernador Pedrarias Dávila, afirmaba que era muy viejo y estaba
enfermo, importándole poco que sus capitanes hurtasen oro y perlas en
sus entradas en la tierra. Era aficionado a decir mal de los unos a
los otros, codicioso, descuidado, suspicaz y envidioso. «Y por no ser
más prolijo--añade--dejo de hazer saber a V. R. A. otras infinitas
cosas, que consisten en su mala condicion, y que no había de caber en
persona que tan gran cargo tiene y tanta y tan honrada gente ha de
regir y administrar. Lo que a V. M. suplico, porque yo no sea tenido
en posesion de maldiciente, es que mande tomar informacion desto que
yo digo, de todas las personas que destas partes van, y verá V. A.
claramente ser verdad todo lo que tengo dicho»[617]. Decía después que
la tierra era muy rica, hermosa y sana.

       [617] _Archivo de Indias.--Patronato Real._ Estante I, cap.
       I, legajo 26, núm. 5. _Colección de doc. inéd. relativos
       al descubrimiento_, _conquista y colonización en América y
       Oceanía_, tomo II, página 536.

Poco después Alonso de la Fuente y Diego Márquez escribieron una carta,
con fecha 28 de enero de 1516, desde Darién, al citado monarca,
manifestando que el gobernador Pedrarias Dávila había salido para la
costa del Norte, desembarcando en el puerto de Acla. Allí--decían--dió
comienzo a la edificación de una fortaleza y de un pueblo; pero
habiendo enfermado gravemente, dió la vuelta al Darién, dejando
encomendadas las obras a Lope Dolano. Igualmente--añadían--se está
edificando otro pueblo en dicha costa y en el paraje de la isla de las
Perlas. «En esta salida que hizo el dicho Gobernador muestra la gente
mucho contentamiento de su conversacion, y segun del trato que dizen
que ha hecho a los indios, creemos que, si su enfermedad tan continua
no le hobiera impedido, que hobiera mucho aprovechado haber entrado
por la tierra en las cosas que V. A. tiene mandado»[618]. «Y bien
creemos--dicen los citados Puente y Márquez--que entretanto quel Obispo
estoviere en estas partes, nunca cesarán pasiones o impedimentos al
servicio de V. A. é al bien general de la tierra»[619].

       [618] _Col. de Doc. inéd._, etc., tomo I, pág. 541.

       [619] Ibidem, pág. 548.

Después de breve expedición por las costas inmediatas y de corta
estancia en las islas de las Perlas, regresó Vasco Núñez al río de las
Balsas donde esperaría los refuerzos que había pedido a Pedrarias.

Cuenta Herrera que en este corto viaje, una noche que Balboa
contemplaba pensativo el cielo, en compañía de algunos soldados, se
fijó en una estrella, la cual le hubo de recordar cierto pronóstico que
años atrás le había hecho _micer_ Codro, astrólogo italiano. Consistía
en que la noche que viese aquella estrella en el sitio donde a la
sazón se encontraba y con aquellos destellos rojizos intermitentes que
entonces despedía, su vida estaría amenazada de mucho peligro; mas si
lograba escapar de él, su nombre, acompañado de la fama, recorrería el
mundo. Balboa, habiendo contado esto a los que le rodeaban, se burló
de los adivinos, no pudiendo creer que el horóscopo de Codro se iba a
cumplir muy pronto.

Andrés Garabito, lugarteniente y hombre de toda la confianza de
Balboa, fué el denunciador de su jefe. Veamos el motivo: «Su intimidad
con Balboa daba lugar a que viese con frecuencia y tratase con
confianza a la hermosa hija de Careta, manceba de aquél. Prendado
de ella, se atrevió a cortejarla, y sorprendido en cierta ocasión
por Balboa, éste le insultó y humilló con dureza en presencia de la
india. Ciego de cólera y despecho, juró Garabito vengarse, y en el
acto escribió secretamente a Pedrarias, manifestándole que Balboa
no pensaba casarse con su hija[620], sino con la india que tenía en
su compañía; que había fingido aceptar aquel honroso enlace para
adormecer los justos recelos del gobernador y tener así más libertad
de acción en la ejecución de sus planes, y que se proponía declararse
independiente, rebelándose contra Pedrarias y contra el Rey, tan pronto
como estuviesen en disposición de navegar los cuatro bergantines que
estaba construyendo[621]. Creyó Pedrarias lo que se le denunciaba y se
dispuso a castigar a su enemigo. Los amigos de Balboa juzgaron que era
conveniente avisarle lo que ocurría: uno de ellos, Hernández Argüello,
cometió la torpeza de escribir una carta, aconsejando al citado Vasco
Núñez que se hiciese a la mar sin perder tiempo y le ofrecía obtener
la protección y ayuda de los frailes gerónimos, a la sazón poderosos
en España. Carta tan imprudente--no sabemos cómo--cayó en poder del
vengativo y suspicaz gobernador del Darién. Llamó Pedrarias a Balboa,
que estaba entonces en la isla de las Tortugas, y, sospechando que
no quisiera venir, despachó tras la carta a Francisco Pizarro con
gente armada para que le prendiese, donde quiera que le encontrase.
Inmediatamente que Balboa recibió la carta, se puso en camino. Cuando
se hallaba cerca de Acla, le dijeron que Pedrarias estaba muy indignado
con él; pero Balboa, confiado en su inocencia, continuó su camino.
Encontró a Francisco Pizarro con la gente que le iba a prender y le
dijo: «_¿Qué es esto, Francisco Pizarro? No soliades vos así salirme
a recibir._» Llegó a Acla y fué reducido a prisión. Formóle proceso
el licenciado Espinosa, alcalde mayor, en virtud del cual los jueces
le condenaron a muerte, que sufrió con otros cuatro el 12 de enero de
1519. Contaba a la sazón cuarenta y cuatro años. Los vecinos de Acla
vieron llegar al patíbulo que se levantaba en la plaza uno de los más
ilustres capitanes--tal vez el primero--después de Colón. Se le acusó
de haber dado muerte a Diego de Nicuesa, de la prisión y agravios del
bachiller Enciso y muy especialmente como traidor al Rey y usurpador
de las tierras de la Real Corona. Marchaba tranquilo y resignado al
suplicio; pero al oir--como en otro tiempo D. Alvaro de Luna en la
plaza del Ochavo de Valladolid--que se le condenaba por traidor y
usurpador de los territorios de la Real Corona, exclamó indignado:
«Mentira; siempre he sido leal, sin más pensamiento que el de aumentar
al Rey sus dominios»[622].

       [620] Por mediación de Fray Juan de Quevedo, Balboa pidió en
       matrimonio a María, hija de Pedrarias.

       [621] Ruiz de Obregón, ob. cit., págs. 147 y 148.

       [622] «Esta es la justicia (gritaba el pregonero) que manda
       hacer el Rey, nuestro señor, y Pedrarias, su lugarteniente,
       en su nombre, a estos hombres, por traidores y usurpadores de
       tierras pertenecientes a la Real Corona.»

«Esta pérdida fué muy sentida, por ser Vasco Núñez capitán prudente,
animoso y liberal, y que eternamente será estimado por uno de
los capitanes más memorables de las Indias...»[623]. Al cabo de
cuatrocientos años la posteridad ha hecho justicia al insigne
navegante. Creemos que en el mismo sitio donde fué ajusticiado,
se levantará pronto su estatua. Bien la merece, pues la gigantesca
obra de Colón fué completada por el descubrimiento de Vasco Núñez
de Balboa. El obispo Fray Bartolomé de las Casas en su _Brevissima
relacion de la destruycion de las Indias_[624], dice de Pedrarias
Dávila, sin nombrarlo, lo que a continuación copiamos: «El anno de mil
é quinientos é catorce: passo a la terra firme un infelice gobernador:
crudelissimo tirano: sin alguna piedad ni aun prudencia: como un
instrumento del furor divino.» Fué decapitado Vasco Núñez de Balboa,
el gran descubridor del Océano Pacífico, con no pequeño daño del poder
de España en América, pues ninguno de sus sucesores valía lo que él.
Ingrato había sido Balboa con Enciso y cruel con Nicuesa; pero no se
olvide que el gobernador de Haití le dió el nombramiento de jefe de la
colonia. Aun sin esto la sentencia de Pedrarias fué bárbara e inicua.
Vasco Núñez de Balboa, valiente, tenaz en sus propósitos, inteligente
y de clarísimo ingenio, nacido para mandar y dirigir una empresa, lo
mismo pacífica que belicosamente, parecía destinado a elevar el poder
de España en aquellas tierras a una gran altura. «Era--dice Antonio de
Herrera--muy bien entendido y sufridor de trabajos, hombre de mucho
ánimo, prudente en sus resoluciones, muy generoso con todos, discreto
para obrar, tan hábil para mandar a los soldados como intrépido para
conducirlos a la pelea, en la que nunca vacilaba en ocupar el puesto de
mayor peligro.» Añade, para retratarle físicamente, que «era bien alto
y dispuesto de cuerpo, de buenos miembros y fuerzas, y de gentil rostro
y pelo rubio.» Pedro Mártir le llama _egregius digladiator_. Las Casas,
después de repetir casi literalmente lo escrito por Herrera, dice por
su cuenta que «Dios le reservaba para muy grandes cosas.»

       [623] Herrera, _Década II_, lib. II, cap. XXII.

       [624] Impreso en la ciudad de Sevilla el año 1552.

Inmediatamente después de Vasco Núñez de Balboa fueron decapitados
Valderrábano, Botello, Hernán Muñoz y el mismo Argüello. Fray Juan
de Quevedo y Gaspar Espinosa pidieron al gobernador que indultara
a Argüello. Negóse Pedrarias, como antes les había negado la misma
gracia en favor de Balboa. Ya de noche «y a poco--dice el señor Ruiz de
Obregón--oyóse en las tinieblas un golpe seco y siniestro, que anunció
a los espectadores que todo había terminado, pereciendo también a manos
del verdugo aquella inocente víctima de su afecto a Balboa y de su
imprudencia»[625].

       [625] Ibidem, pág. 161.

Terminemos, por último, este capítulo, reseñando la toma de posesión
realizada por Pedrarias Dávila en la provincia de Paque (costa del Sur)
el año de 1519. Estando Pedrarias, teniente general y gobernador de
Castilla Aurífera, en la boca de un estero que se halla en la citada
provincia, con los capitanes Francisco Pizarro, Bartolomé Pimienta
(piloto), Bartolomé de Bastidas y otras muchas personas, en presencia
de los escribanos Luis Ponce y Cristóbal de Mozolay, tomó en su mano
derecha una bandera de tafetán blanco, en la cual estaba figurada la
imagen de Nuestra Señora, y poniéndose de rodillas como todos los
presentes, dijo en altas voces: «¡Oh, Madre de Dios!, amansa a la
mar, e haznos dignos de estar y andar debaxo de tu amparo, debaxo del
cual te plega descubramos estas mares e tierras de la mar del Sur, e
convirtamos las gentes dellas a nuestra santa fee católica».

Pedrarias Dávila, teniente general de los reinos e tierra firme de
Castilla del Oro, gobernador e capitán general dellos por la reyna
doña Juana y el rey D. Carlos su hijo, ordenó que los escribanos Ponce
y Mozolay diesen fe de haber tomado posesión «de toda la costa de la
tierra nueva e de la mar del Sur, e de todos los puertos y entradas e
caletas e abras que hay en toda ella, y de todas las islas e ínsolas de
cualquier manera o calidad o condicion que sean, que están en la dicha
costa e mar del Sur, e de todas las provincias e tierra o tierras, que
están aguas vertientes a la dicha mar». Luego dijo estas palabras: «En
nombre de los dichos reyes nuestros señores e de sus subcesores de la
corona real de Castilla, corto árboles e rozo la yerba que está en esta
dicha tierra, y entro en el agua de la dicha mar del Sur, corporalmente
e poniéndome de pies en ella, e huello la dicha tierra nueva e aguas de
la dicha mar del Sur». Todos los capitanes y demás individuos presentes
manifestaron que se hallaban dispuestos a defender y resistir la citada
posesión; también los escribanos dieron fe y testimonio de todo lo
sucedido[626].

       [626] _Archivo de Indias. Patronato Real._ Est. I, caj. I,
       leg. 26, núm. 13. _Colec. de doc. inéd._, etc., tom. II, págs.
       549-556.



CAPÍTULO XXVIII

  EXPEDICIÓN DE JUAN DÍAZ DE SOLÍS.--SEGUNDO VIAJE DE
  SOLÍS.--EXPEDICIÓN DE FRANCISCO HERNÁNDEZ DE CÓRDOVA.--VIAJE DE
  JUAN DE GRIJALBA A YUCATÁN.--FAMOSO VIAJE DE FERNANDO DE MAGALLANES
  ALREDEDOR DEL MUNDO.--JUAN SEBASTIÁN EL CANO.


Ibase a descubrir el hermoso país del Río de la Plata. En tanto que
el Rey Católico parecía haber olvidado los descubrimientos, los
portugueses hallaron en Malaca rico comercio constituído por el clavo
y la nuez moscada. D. Fernando hubo de decidirse al fin a mandar una
expedición, recayendo el nombramiento de jefe de ella en Juan Díaz
de Solís, antes al servicio de Portugal y a la sazón muy quejoso
de la conducta que aquel gobierno había seguido con él. Mendes de
Vasconcellos, embajador portugués en España, por encargo del rey D.
Manuel, visitó varias veces al Rey Católico--pues a los portugueses les
tenía en mucho cuidado el tratado de Tordesillas--replicando siempre
D. Fernando «que su propósito era conservar la mayor armonía con su
hijo el de Portugal; que su mayor deseo era no dejar ninguna manera
de conflictos a sus nietos; y que si ahora era viejo y no estaba para
reyertas en los escasos días que le quedaban de vivir, mucho sería su
contento si al irse del mundo dejase asegurada de un modo firme la paz
de su casa.» Vasconcellos escribía luego a su soberano diciéndole:
«que todo no pasaba de muy buenas palabras». El embajador portugués no
descansaba un momento. Convencido que nada sacaba de provecho con sus
visitas al Rey Católico, llamó a Solís repetidas veces, no sólo para
repararle en sus agravios contra Portugal, sino principalmente para
averiguar lo que hubiese de cierto en la expedición a Malaca. Pensaba
el monarca lusitano que la citada expedición podía ocasionar la ruina
del comercio portugués en Asia, dada la intrepidez y deseo de riqueza
de la marina mercante española. Por entonces, habiendo muerto en
Sevilla (1512) Américo Vespucio, nombró el rey _Piloto Mayor del Reino_
a Solís. El nombramiento acrecentó los temores de Vasconcellos, quien
no paró hasta tener larga entrevista en Logroño, el 30 de agosto, con
Solís, de la cual sacó que el ilustre navegante estaría en disposición
de hacerse a la mar en abril del próximo año con tres barcos, uno
de 170 toneladas, otro de 80 y el tercero de 40, con el objeto «de
ver y demarcar los verdaderos límites de las posesiones castellanas
que por las alturas de la Malaca debían caer en dominio español.» D.
Manuel y su embajador insistieron con D. Fernando y Solís, dando por
resultado que el Rey Católico escribiera a Hurtado de Mendoza, quien
con el soberano portugués arreglaría el asunto. Mientras el embajador
español tranquilizaba a la corte de Lisboa, D. Fernando decía a los
oficiales de la Casa de Contratación que había suspendido el viaje a
la Especería. Los aprestos hechos para aquella empresa se utilizarían
en la exploración de las costas de Tierra Firme. ¿Fué el cansancio de
los años lo que obligó a D. Fernando a modificar sus planes? ¿Fué el
amor paterno, pues nietos suyos eran los hijos de D. Manuel? Tal vez ni
lo uno ni lo otro, llegándose a sospechar que todo había sido obra de
Solís.

Dícese también que la expedición que el citado piloto mayor hizo en
1512 fué preparada y por cuenta de él mismo. Ignoramos quién dió el
dinero para armar las carabelas y tampoco sabemos el día cierto en que
Solís se hizo a la vela. Tocó en el cabo de San Agustín, continuó su
camino y llegó al puerto de Maldonado (departamento hoy del Uruguay),
habitado por los charrúas. Apenas desembarcó, tomó posesión del país,
no sin que los indígenas manifestasen cierta admiración por las
ceremonias que hicieron al tomar dicha posesión. Cuando se hallaba
ocupado en adquirir datos acerca de la topografía y extensión de
aquella tierra, furiosa tempestad le obligó a alejarse de la costa,
perdiendo uno de los buques de la flota. Volvió Solís a España. De
aquella expedición se ignora también el día de llegada.

Expedición tan próspera animó a D. Fernando a despachar a Solís, con el
cual hizo asiento (24 noviembre 1514). Solís se hizo a la vela en el
puerto de Lepe (8 octubre 1515) con tres naves, encaminándose a Santa
Cruz de Tenerife. Salió de Santa Cruz, llegó al cabo de San Agustín y
ancló en el puerto de Río Janeiro (1.º enero 1516). Continuó corriendo
la costa hasta el cabo de Santa María, pasó las islas de Lobos, llegó a
Maldonado (2 de febrero), a cuyo puerto denominó de _Nuestra Señora de
la Candelaria_. Continuó su viaje, remontando el curso del río, dando
el nombre de _río de los Patos_ a la parte comprendida entre los 35°
hasta los 34 y 1/3, y siguió adelante, franqueando el abra, cuyas aguas
son dulces, y por ello llamó _mar dulce_ a su caudal. Continuó aguas
arriba con la menor de sus carabelas, y después de haber dejado atrás
una isla que bautizó con el nombre de _Martín García_, en recuerdo de
haber muerto allí un piloto así llamado, dió fondo en las costas de la
colonia. Acompañado del factor Marquina, del contador Alarcón, del
grumete Francisco del Puerto y de 50 marineros, desembarcó en el país,
siendo recibido por los indígenas a flechazos y pedradas. Allí murieron
Solís, Marquina, Alarcón y algunos marineros. Francisco del Puerto
fué herido y prisionero. Los pocos sobrevivientes huyeron a la costa,
donde se precipitaron a los botes y remando llegaron a la carabela. Los
charrúas les persiguieron hasta la misma orilla del mar. Los españoles
de la carabela acordaron partir en busca de los compañeros que habían
dejado atrás, y todos juntos, dirigidos por el piloto Francisco de
Torres, dispusieron la retirada. Desde que franquearon el cabo de Santa
María, fuerte temporal hizo naufragar una de las carabelas, muriendo
gran parte de sus tripulantes e internándose el resto a la ventura.
En la bahía de los Inocentes se proveyeron de madera brasil (palo de
Fernambuco), y a fines de agosto de 1516 llegaron a las costas de la
península. Poco antes se había mandado a Europa el primer cargamento
de dicha madera. La noticia de la feliz llegada de los expedicionarios
se comunicó a los gobernadores del reino el 4 de septiembre. Cinco
meses después Portugal reclamó contra los expedicionarios, pidiendo su
inmediato castigo. Consistió todo el provecho de este viaje en unos
500 quintales de brasil, 66 cueros de lobos marinos y una esclavita.
Expedición tan desgraciada, y la muerte del rey don Fernando el
Católico (1516), contribuyeron con sobrada razón a que por entonces,
o mejor dicho, en algunos meses no se pensara en viajes al Río de la
Plata. Recuerdos tan tristes apenas duraron un año.

Importante fué la expedición realizada por Francisco Hernández de
Córdova en el año 1517. Reunidos 110 compañeros españoles en Cuba,
acordaron, con beneplácito de Diego Velázquez, gobernador de aquélla
isla, nombrar por capitán a Francisco Hernández de Córdova, hombre
rico, para descubrir nuevas tierras. Con tres barcos dirigidos por
los pilotos Antón de Alaminos, Camacho de Triana y Juan Alvarez,
salió Hernández de Córdova de la Habana (8 de febrero). A los doce
días doblaron el cabo de San Antonio, navegando hacia donde se pone
el sol; después de terrible tormenta, y al cabo de veintiún días
de navegación, vieron tierra que antes nadie había descubierto.
Desde los navíos vieron un pueblo grande que denominaron _El gran
Cairo_. Una mañana llegaron algunos indios en cinco canoas y el jefe
de esta gente o cacique les rogó que fuesen a su pueblo; allí se
encaminaron los españoles; pero cuando habían penetrado en el monte
cayeron sobre ellos los indígenas arrojándoles flechas y piedras.
Huyeron vencidos por los nuestros, no sin sufrir unos y otros algunas
pérdidas. En aquél país encontraron algún oro. Siguieron navegando
hacia el poniente, descubriendo puntas, bajos, ancones y arrecifes,
y luego, a los quince días, un pueblo importante, y cerca de él
espaciosa ensenada. Llamaron al pueblo _Domingo de Lázaro_, porque fué
descubierto en un día de estos; los indios le denominaban _Quimpech_,
y los castellanos, tiempo adelante, cambiaron el nombre por el de
_Campeche_. También los naturales de aquella tierra les condujeron a
su pueblo, donde los sacerdotes (_Papas_) trajeron sahumerios como a
manera de resina (_copal_). En braseros de barro arrojaron leña, y
dirigiéndose a los castellanos les dijeron que antes que aquella leña
se quemase, los matarían. Retiráronse a toda prisa costa adelante;
mas luego desembarcaron en un pueblo que se llamaba _Potonchan_, cuyo
cacique les atacó con tales bríos que sucumbieron 50 de los nuestros,
dos prisioneros y muchos heridos, encontrándose entre los últimos el
capitán Hernández de Córdova, quien recibió doce flechazos. Acordaron
regresar a Cuba, deteniéndose al cabo de tres días para tomar agua en
un estero o río. El agua era salada y mala, y habiendo en aquél sitio
muchos lagartos, diéronle el nombre de _El Estero de los Lagartos_.
Se encaminaron a la Florida, y ya en ella el piloto Alaminos, con 20
soldados, bajó a tierra. Dijo el piloto que hacía diez o doce años que
allí estuvo con Ponce de León. Cogieron agua muy buena; mas los indios
cayeron sobre los españoles e hirieron algunos. Entre los heridos se
hallaba el piloto Alaminos. Embarcáronse con el agua tan deseada,
pasaron por las isletas que llaman de los _Mártires_ y llegaron al
puerto de Carenas o de la Habana. Después que Hernández de Córdova dió
a Velázquez noticia de las nuevas tierras descubiertas, se retiró a la
villa de Sancti Spíritus, muriendo a los diez días de resultas de sus
heridas[627].

       [627] Bernal Díaz del Castillo, _Historia de los sucessos de
       la conquista de la Nueva España_, capítulos I-VI, págs. 1-5.

Consideremos la importantísima expedición realizada por el capitán Juan
de Grijalba, preparada y dispuesta también por Velázquez. Grijalba
llevaba por piloto mayor a Antonio de Alaminos, y formaba parte de
ella Pedro de Alvarado. Salieron de Matanzas el 20 de abril de 1518,
entraron en el de Carenas el 22 y se dirigieron pocos días después al
cabo de San Antonio. El 3 de mayo reconocieron la isla de _Cozumel_,
que el capitán, por la solemnidad del día, denominó de _Santa Cruz_.
Siguió nuestra armada la costa. Pudieron contemplar los castellanos una
tierra tan productora como bella, poblada de pacíficos indios. El día
6 Grijalba, acompañado de 100 hombres armados y de un clérigo, saltó a
tierra, llegó a una torre que se levantaba no lejos del mar, y subiendo
a ella, tomó posesión en nombre de Su Alteza[628].

       [628] De dicha torre, dice Oviedo lo siguiente: «Era un
       edefiçio de piedra, alto é bien labrado. En el çircuyto tenia
       diez é ocho gradas, é subidas aquestas, avia una escalera
       de piedra que subia hasta arriba, é todo lo demás de la
       torre paresçia maçiço. En lo alto, por de dentro, se andaba
       alrededor por lo hueco de la torre a manera de caracol, é por
       de fuera en lo alto tenia un andén, por donde podían estar
       muchas gentes. Esta torre era esquinada, y en cada parte tenia
       una puerta, por donde podían entrar dentro, y dentro avia
       muchos ydolos.» Lib. 17, cap. 9.

Encontraron los españoles algunos indios, con los cuales conversaron,
desapareciendo los últimos al poco tiempo. Visitaron los nuestros
varios pueblos, cuyos edificios parecían hechos por españoles. También
hallaron muchos colmenares, abundando, por consiguiente, la cera y la
miel. Había, del mismo modo, liebres y conejos, y, según los indios, se
criaban puercos, ciervos y otros muchos animales monteses.

El 7 de mayo salieron de Cozumel, y, habiendo atravesado quince millas
de golfo, se encontraron en la isla de Yucatán. Vieron en seguida tres
pueblos de numeroso vecindario, formados de muchas casas de piedra,
torres muy grandes y bastantes casas de paja. Corrieron algún tiempo
por la costa, y allá, muy lejos, divisaron un pueblo tan grande, «que
la ciudad de Sevilla no podría parecer mayor ni mejor, y se veía en
él una torre muy grande.» Salieron de la isla de Yucatán, volviendo a
la de Cozumel o Santa Cruz, donde se proveyeron de agua y alimentos.
Pasaron por segunda vez a la isla de Yucatán y anduvieron por la costa,
encontrando una hermosa torre, habitada--según se decía--por mujeres,
tal vez de raza de Amazonas. Llegaron al país del cacique Lázaro,
tierra ya visitada en el año anterior por Hernández de Córdova. En
aquella isla cogieron agua en un pozo, donde también hubo de cogerla
el mismo Hernández de Córdova, y, después de obtener algunos obsequios
de oro, cuyo valor era escaso, recibieron repetidas veces la orden de
retirarse. «Pusieron en medio del campo un tiesto con cierto sahumerio,
diciéndonos que nos fuéramos antes que aquel sahumerio se consumiese,
que de no hacerlo así nos darían guerra. Y acabado el sahumerio nos
empezaron a tirar muchas flechas...»[629]. Reñido fué el combate,
muriendo varios indios y heridos algunos españoles.

       [629] _Itinerario_ escrito por el capellán mayor de la dicha
       armada.

Abandonaron el 29 de mayo el pueblo del cacique Lázaro, recorrieron
algunas tierras y el 31 encontraron un puerto muy bueno, que llamaron
_Puerto Deseado_, permaneciendo en él doce días, alimentándose de
exquisito pescado y encontrando también conejos, liebres y ciervos.
Posteriormente descubrieron una tierra denominada _Mulua_ y un río,
cuya agua dulce penetraba seis millas mar adentro. Pusiéronle por
nombre _Río de Grijalba_. Seguidos de muchos indios, unas veces en
actitud pacífica y otras veces amenazadores y belicosos, llegaron
a ver unas sierras altas, donde nace el río, y «esta tierra parece
ser la mejor que el sol alumbra.» Luego siguió costeando la armada
y los expedicionarios saltaron a una isleta que llamaron _Isla de
los Sacrificios_: en ella hallaron algunos edificios de cal y arena,
bastante grandes, y un trozo de edificio de dicha materia, «conforme
a la fábrica de un arco antiguo que está en Mérida, y otros edificios
con cimientos de la altura de dos hombres, de diez pies de anchos y
muy largos; y otro edificio de hechura de torre, redondo, de quince
pasos de ancho, y encima un mármol como los de Castilla, sobre el cual
estaba un animal a manera de león, hecho asimismo de mármol, y tenía un
agujero en la cabeza en que ponían los perfumes; y el dicho león tenía
la lengua fuera de la boca, y cerca de él estaba un vaso de piedra con
sangre, que tendría ocho días, y aquí estaban dos postes de altura de
un hombre, y entre ellos había algunas ropas labradas de seda a la
morisca, de las que llaman almaizares; y al otro lado estaba un ídolo
con una pluma en la cabeza, con el rostro vuelto a la piedra arriba
dicha, y detrás de este ídolo había un montón de piedras grandes; y
entre estos postes, cerca del ídolo, estaban muertos dos indios de
poca edad, envueltos en una manta pintada; y tras de las ropas estaban
otros dos indios muertos, que parecía haber tres días que lo fueron, y
los otros dos de antes llevaban al parecer veinte días muertos. Cerca
de estos indios muertos y del ídolo había muchas cabezas y huesos de
muerto, y había también muchos haces de pino, y algunas piedras anchas
sobre las que mataban a los dichos indios»[630].

       [630] _Itinerario_, etc.

Fueron obsequiados por los indios con perfumes, con tortas y pasteles
de gallina, con mantas de algodón pintadas de diversos colores.
Trajeron oro fundido en barras y varias joyas de dicho metal. Cogían el
oro de los ríos y lo fundían en una cazuela. Cuando llegó el momento
de marcharse, los indios abrazaban a los españoles y daban señales de
tristeza. En piedras preciosas era tierra muy rica. Entre las muchas
piedras de gran valor, se hallaba una, destinada a Diego Velázquez,
que valía más de dos mil castellanos. Continuaron navegando cerca de
la costa, encontrando, ya gente pacífica, ya gente fiera. Rota una
tabla de la nave capitana, fué preciso componerla, y con este objeto
desembarcaron todo lo que tenía dentro y también toda la gente en
el puerto que se llama de San Antonio. Permanecieron quince días en
el dicho puerto hasta componer la nave. Dirigiéronse a un pueblo,
siendo recibidos con mucho cariño por los indios, quienes les dieron
de comer gallinas y les enseñaron mantas y bastante oro. Habiendo
dejado el puerto; se encaminaron a _Champoton_, pueblo de tristes
recuerdos, por cuanto en él fueron muertos por los indios algunos de
la armada de Hernández de Córdova. A un tiro de ballesta de la costa
se levantaba una torre, que fué ocupada por los nuestros, deseosos de
vengar la muerte de sus compatriotas. Acordóse al fin seguir adelante,
siempre descubriendo nuevas tierras, llegando el 5 de septiembre al
pueblo de Lázaro, donde intentaron proveerse de agua, leña y maíz.
Engañados por algunos indios se alejaron de la costa, hasta dar en una
celada, donde 300 les esperaban armados, y con los cuales tuvieron que
pelear. Salieron de allí el 8 de septiembre, navegaron algunos días,
consiguiendo entrar en el puerto de Jaruco el 4 de octubre. En el día
9, serenado ya el temporal, se trasladaron los navíos al puerto de
Matanzas, teniendo la dicha de encontrar al capitán Cristóbal de Olid,
que por orden de Velázquez había ido con un navío en busca de Grijalva.

Velázquez hizo que se reuniesen todos en la ciudad de Santiago para
aprestar de nuevo los buques y continuar sus expediciones. Entonces
Juan de Grijalva le presentó exacta relación de todos los sucesos de su
jornada, relación que luego se presentó al Rey. Hacía constar nuestro
intrépido navegante que había descubierto una isla llamada Ulúa, cuya
gente vestía ropas de algodón, habitaba casas de piedra y tenía sus
leyes y ordenanzas. Añadía--y esto le llamó mucho la atención--que
adoraban una cruz de mármol, blanca y grande, la cual tenía encima
una corona de oro; «y dicen que en ella murió uno que es más lúcido y
resplandeciente que el Sol.» Muestran su ingenio los indios de aquella
isla en algunos vasos de oro y en mantas de algodón con figuras de
pájaros y animales de varias clases. «Y es de saberse que todos los
indios de la dicha isla están circuncidados, por donde se sospecha que
cerca se encuentran moros y judíos, pues afirmaban los dichos indios
que allí cerca había gentes que usaban naves, vestidos y armas como los
españoles; que una canoa iba en diez días adonde están, y que puede ser
viaje de unas trescientas millas.» Aquí termina el Itinerario de la
isla de Yucatán, escrito por el capellán de la Armada[631].

       [631] Joaquín García Icazbalceta, _Colección de documentos
       para la Historia de México_, tom. I, págs. 281 y 308.--Obra
       impresa el 1858.

El portugués Hernando de Magallanes[632] salió de Sanlúcar (20
septiembre 1519) con el mismo rumbo que cuatro años antes había llevado
Solís. En su juventud había pasado a la India (1505) con el virrey
Don Francisco de Almeida, distinguiéndose por su valor y prudencia en
la conquista de Mambaza y Quiloa. En la conquista de Malaca adquirió
gloria inmortal, salvando la vida del general Diego López de Sequeira
y de las tripulaciones de los buques. Cinco años después, por orden
de Alfonso de Alburquerque, y con el cargo de capitán de una de las
tres naves, salió de Malaca en demanda de las Molucas. Posteriormente,
creyendo que el rey de Portugal no había premiado sus servicios, pasó a
España y se ofreció a Carlos I.

       [632] Nació en Oporto el 1470. En el año 1517 se trasladó
       desde Portugal a España.

Aceptó sus ofrecimientos el Emperador, encomendando la dirección de la
empresa a Magallanes y Rui Falero, nombrando tesorero de la Armada, a
Luis de Mendoza; veedor general, a Juan de Cartagena, y maestre en la
nao _Concepción_, a Juan Sebastián de El Cano. Las naves se llamaban la
_Trinidad_, _San Antonio_, _Concepción_, _Victoria_ y _Santiago_. La
escuadra llegó sin novedad a las Canarias en seis días. Zarparon el 2
de octubre y pronto comenzaron las reyertas entre Magallanes y algunos
jefes. Los castellanos no perdonaban su nacionalidad al valeroso
capitán, distinguiéndose como el más imprudente de aquéllos Juan de
Cartagena. Magallanes le hizo prisionero, encargando su custodia a Luis
de Mendoza. El 8 de diciembre avistó la escuadra la costa del Brasil y
el 13 fondeó en Río Janeiro, donde hizo acopio de víveres. El 27 zarpó
a lo largo de la costa con rumbo al OSO. El 10 de enero de 1520 llegó
al cabo de Santa María y continuó navegando el río de la Plata. El 7
de febrero volvió a salir al Océano y el 24 descubrió extensa bahía,
a la que dió Magallanes el nombre de San Matías (hoy Bahía Nueva).
Soportaron los buques recios temporales, y el 31 de marzo entró la
armada en el puerto de San Julián. Como Magallanes indicase que se
proponía invernar allí, estalló terrible insurrección, dirigida por
Luis de Mendoza y Gaspar de Quesada, quienes pusieron en libertad a
Juan de Cartagena. En seguida se declararon en rebelión las naves _San
Antonio_, _Concepción_ y _Victoria_, mandadas, respectivamente, por
Quesada, Cartagena y Mendoza. Magallanes, al verse desobedecido por las
dos terceras partes de su armada, se decidió a pelear sin temor a nada
ni a nadie.

Todos los medios le parecían buenos si con ellos conseguía su objeto.
Envió a la _Victoria_ al alguacil Gómez de Espinosa con seis hombres
armados secretamente, los cuales mataron a Mendoza, y con el auxilio
de otros quince hombres que mandó Magallanes, se hicieron dueños de
la nao. Atemorizados los otros dos jefes, no hicieron resistencia,
pudiendo Magallanes tomar la _Concepción_ y _San Antonio_. Hizo
decapitar a Gaspar de Quesada y ordenó que fuesen abandonados en
aquella costa inhospitalaria Juan de Cartagena y al capellán Sánchez
de la Reina, que había tomado parte en la conjuración. Tales hechos
acaecieron en el puerto de San Julián. Perdióse navegando a lo largo de
costa unas cincuenta leguas la carabela _Santiago_ que mandaba Serrano:
salvados sus tripulantes, volvieron casi muertos de hambre y de frío
al puerto de San Julián. En aquellos lugares vieron por primera vez
salvajes de gran estatura, que tomaron por gigantes, y a los cuales
dieron el nombre de _patagones_, por el enorme tamaño de sus pies.

Magallanes, pasado el invierno, continuó su viaje. Nombró capitán de
la _San Antonio_ a Mezquita, de la _Concepción_ a Juan Serrano y de la
_Victoria_ a Duarte Barbosa. El 24 de agosto del mencionado año de 1520
salió de San Julián, llegando a mares completamente desconocidos. El
21 de octubre divisó un cabo, que denominó de las _Once mil Vírgenes_,
detrás del cual se encontró el Estrecho que buscaba[633]. No quiso
pasar adelante el piloto portugués Esteban Gómez, quien dijo: «Pues
que hemos hallado el Estrecho para pasar a las Molucas, volvámonos
a Castilla para traer otra armada, porque hay gran golfo que pasar,
y si nos tomasen algunos días de calmas o tormentas pereceríamos
todos.» Magallanes le replicó del siguiente modo: «Aunque tuviese
que comer los cueros de las vacas con que van forradas las entenas,
he de pasar adelante y descubriré lo que he prometido al Emperador.»
Por primera vez surcaron el Estrecho los españoles en veinte días sin
ver habitante alguno; sólo de noche en la costa del Sur distinguieron
muchas hogueras, y por ello llamaron aquella tierra _Tierra del Fuego_.
Una de las veces que se separaron los buques, Esteban Gómez sublevó la
tripulación de la nao _San Antonio_, puso preso al capitán Alvaro de
Mezquita, se dirigió a la costa de Guinea y desde aquí al puerto de las
Muelas de Sevilla, donde fondeó el 6 de Mayo.

       [633] Recordó seguramente que Colón, en su segundo viaje, dió
       a unas islas el mismo nombre.

El 27 de noviembre Magallanes, con las naves _Trinidad_, _Victoria_
y _Concepción_, salió al Océano Pacífico. Abandonaba aquel Estrecho,
llamado por él de _Todos los Santos_, en recuerdo de la fiesta que
celebra la Iglesia al comenzar el mes de noviembre; pero que la
posteridad le ha dado el nombre de _Magallanes_.

Durante el mes de noviembre navegó en demanda de más bajas latitudes,
no sin ser combatido por gruesas borrascas. El 24 de enero de 1521
descubrió una isla desierta, a la que llamó de _San Pablo_, y el 4 de
febrero otra isla, también desierta, que denominó de los _Tiburones_.
El 13 de Febrero cortó la equinoccial por los 147° de longitud Oeste.
A mediados de marzo dió vista a las islas de los _Ladrones_ (hoy
Marianas) y luego al archipiélago de San Lázaro (en la actualidad las
Filipinas). Fondeó la armada en la isleta de Mazaguá y prosiguió a la
isla de Cebú; allí halló víveres en abundancia a cambio de cascabeles
y cuentas de vidrio. Reconocióse el rey de Cebú vasallo del de España.
Peleando Magallanes con el soberano de Mactan, porque éste, si se
hallaba dispuesto a acatar al rey de España, no quería obedecer al
de Cebú, que era igual a él, recibió nuestro héroe una herida en la
pierna, y posteriormente un flechazo que le causó la muerte (26 agosto
1521). «Aun muriendo--escribe Pigafetta en su _Relación_--volvió, bajo
los golpes de los fieros indios, varias veces la cara hacia nosotros,
como para convencerse de que quedábamos a salvo, y como si solamente
se resistiese con tanta tenacidad para sacrificarse por nosotros.
Así cayó nuestro ejemplo, nuestra antorcha, nuestro consuelo y jefe
fidelísimo.» «Era--dice el Dr. Sophus Ruge--, no solamente un soldado
valiente y sufrido, que mejor que ningún otro soportó durante largos
meses el hambre y toda clase de privaciones, sino también un marino
inteligente que quiso que sus pilotos tuviesen siempre en cuenta las
indicaciones de la aguja de marear, cosa nada generalizada en su
tiempo, para no apartarse de la verdadera ruta de las Molucas. La
prueba más brillante de su grande numen y de su valor impertérrito,
está en haber sido el primero que emprendió una circunnavegación
del globo y realizó la parte más difícil de ella. La grandeza y la
importancia de esta empresa no fueron durante mucho tiempo apreciadas
como merecían, a causa, en primer lugar, de la rivalidad entre Portugal
y España. En Portugal no se apreciaron porque Magallanes servía al país
vecino, y en España no se tuvieron en la debida estima, porque era
portugués»[634].

       [634] Dr. Sophus Ruge, _Historia de la época de los
       descubrimientos geográficos_, págs. 196 y 197.--Oncken,
       _Historia Universal_, tomo VII.

«Estuvo adornado--escribe nuestro Fernández Navarrete--de grandes
virtudes y mostró su valor y constancia en todas las adversidades:
su honra y pundonor contra las seducciones cortesanas; su lealtad
y exactitud en el cumplimiento de sus tratados y obligaciones; su
prudencia y moderación para oir siempre el dictamen ajeno; su arrojo e
intrepidez (que acaso rayó en temeridad) en las batallas y combates;
su severidad con los malvados; su indulgencia con los seducidos e
inocentes; su resignación en las privaciones, igualándose en ellas con
el último marinero; su instrucción en la náutica y en la Geografía,
al concebir un plan discretamente combinado para el descubrimiento
del Estrecho y completamente desempeñado, venciendo para ello los
obstáculos que presentaba la naturaleza, las contradicciones e intrigas
de los poderosos y de las pasiones turbulentas de los hombres: si se
halló el Estrecho o el paso de la comunicación de los dos mares; si
se dió la primera vuelta al mundo, con asombro de los coetáneos; si
por este medio se surcaron mares y mares, se descubrieron islas y
tierras desconocidas hasta entonces facilitándose el comercio y trato,
la civilización y cultura de sus habitantes; si las ciencias hallaron
nuevos objetos para extender la esfera de los conocimientos humanos,
todo se debió a Magallanes.»

Sucedió a Magallanes su primo Duarte Barbosa, que también al poco
tiempo fué muerto por los indios, y con él los capitanes de las naos
_Trinidad_, _Concepción_ y _Victoria_.

Desde Cebú marchó la flota a la inmediata isla de Bohal, y como no
hubiera gente para manejar los tres bajeles, se quemó la _Concepción_,
que estaba en peores condiciones. Siguieron su camino y fondearon en
la costa NE. de Mindanao; más adelante llegaron a Borneo en el mes de
julio. En Borneo fueron espléndidamente obsequiados, y allí obtuvieron
noticias exactas de las Molucas. El jefe de la escuadra, Juan de
Carballo, que sucedió a Duarte Barbosa, tuvo la desgracia de dejar a su
hijo y a otros dos españoles en poder de los indígenas: temiendo una
traición de los indios, zarpó a principios de agosto en demanda de las
Molucas.

Destituído Carballo de la jefatura, volvió a su condición de piloto,
siendo elegido general Gómez Espinosa y capitán de la _Victoria_ el
ilustre Juan Sebastián de El Cano. El 8 de noviembre se hallaba entre
las islas de Mare y Tidore, que eran del archipiélago de las Molucas.
El rey de Tidore fué amigo leal de los españoles. Cargaron las naves
de especiería; pero cuando se iban a dar a la vela se descubrió en la
_Trinidad_ una vía de agua por la quilla. Acordóse entonces que El Cano
con la nao _Victoria_ se dirigiera a España. Salió de Tidore el 21
de diciembre con sesenta hombres de tripulación, inclusos 13 indios.
Temporales, tormentas y borrascas se sucedían unas a otras; arroz y
agua era el alimento de aquellos desgraciados navegantes; extenuados
por el hambre y las fatigas, llegaron el 1.º de julio de 1522 al puerto
de Santiago de las islas de Cabo Verde, pertenecientes al rey de
Portugal. No encontrando allí la protección que esperaban, se hicieron
a la mar. Contaba El Cano con sólo 22 hombres, pues los demás habían
muerto durante la navegación; antes de llegar a España murieron otros
cuatro. El 15 de agosto pasó por entre las Azores, el 4 de septiembre
avistó el cabo de San Vicente y el 6 llegó a Sanlúcar de Barrameda.
Tres años menos catorce días había durado el viaje; la _Victoria_ había
cortado cuatro veces la equinoccial y recorrido 14.000 leguas; y Juan
Sebastián de El Cano había dado el primero la vuelta al mundo[635].

       [635] Véase discurso leido en el Ateneo de Madrid, por D.
       Pedro Novo y Colson el 17 de marzo de 1892.



CAPÍTULO XXIX

  EXPEDICIÓN DE ESPINOSA: FÚNDASE PANAMÁ.--EXPEDICIONES ORDENADAS POR
  PEDRARIAS.--GIL GONZÁLEZ DÁVILA SE DIRIGE A NICARAGUA.--CIUDADES
  FUNDADAS POR HERNÁNDEZ DE CÓRDOVA.--ANDAGOYA EN EL PERÚ.--SEGUNDO
  VIAJE DE GONZÁLEZ DÁVILA DESDE SANTO DOMINGO A NICARAGUA Y
  YUCATÁN.--EXPEDICIÓN DE CRISTÓBAL DE OLID: SU MUERTE.--PEDRO DE
  ALVARADO SALE DE MÉXICO PARA GUATEMALA.--EXPEDICIÓN DE RODRIGO DE
  BASTIDAS A COLOMBIA.--EXPEDICIÓN A VENEZUELA.--NUEVA CÁDIZ.--FAMOSA
  EXPEDICIÓN DE FRANCISCO DE ORELLANA AL RÍO AMAZONAS.--LUCHAS DE
  ORELLANA CON LOS INDÍGENAS.--LAS AMAZONAS.--IMPORTANCIA DE LA
  EXPEDICIÓN.--SEGUNDA EXPEDICIÓN DE ORELLANA: DESGRACIAS DE ESTE
  NAVEGANTE Y SU MUERTE.


Espinosa, sucesor del insigne cuanto desgraciado Vasco Núñez de Balboa
en la costa del Pacífico (y que lo mismo el uno que el otro se hallaban
bajo el mando superior de Pedrarias Dávila, gobernador del Darién) con
cuatro bergantines y la correspondiente tripulación y fuerza armada,
fundó en 1519 la colonia de Panamá, a la cual Carlos V concedió en 1521
el título y fueros de ciudad[636]. Espinosa sometió a la corona de
España los territorios del istmo, y Bartolomé Hurtado recorrió la costa
del Pacífico hasta el golfo de Nicoya a los 10° de latitud Norte.

       [636] Panamá estuvo primero en otro sitio, como media legua
       del que hoy tiene, a donde los vecinos se mudaron por la
       comodidad del puerto.--_Colec. de doc. inéditos_, tomo IX,
       pág. 80. Tiempo adelante, Felipe II, comprendiendo lo poco
       saludable que era el clima de Panamá, mandó construir nueva
       ciudad dos leguas más al Oeste.

Las expediciones que después ordenó Pedrarias de Avila, se dirigían
hacia el Noroeste, al contrario de las de Balboa, que se encaminaron
al Sur. Haremos sucinta relación de las expediciones de Gil González
Dávila y de Francisco Hernández de Córdova. También daremos noticia de
las que Hernán Cortés encargó a Cristóbal de Olid y a Francisco de las
Casas, llamando la atención, especialmente, la del capitán Pedro de
Alvarado.

Consideremos la expedición a _Nicaragua_. En los primeros años del
siglo XVI se hallaba en Panamá un hidalgo de la ciudad de Avila, que
se llamaba Gil González Dávila, antiguo criado del obispo Fonseca,
presidente del Consejo de Indias. Autorizóle el Rey para llegar hasta
las islas de la Especería, auxiliándole con algunos recursos. Marchó
a Castilla del Oro y se presentó al gobernador Pedrarias, quien no
tuvo para él las consideraciones que esperaba. Se decidió a construir
naves y comenzó a cortar la madera en Acla para llevarla al otro mar.
Aunque muchos le indicaron que su idea era descabellada, insistió en
su propósito y obligó a su gente a transportar los materiales a través
de las montañas del istmo, teniendo el sentimiento de ver morir más de
la mitad de su gente en tan penoso trabajo. Cuando la expedición se
iba a hacer a la vela, se notó que las maderas de los buques estaban
podridas y las embarcaciones, por tanto, no servían para nada. Aquel
hombre tenaz decidió hacer otros barcos, y puso manos a la obra en la
isla de las Perlas. Por entonces hizo las paces con Pedrarias. El 21 de
enero de 1522 salió de la isla de las Perlas, teniendo que desembarcar
pronto porque los cuatro buques necesitaban reparos de importancia.
Continuó su expedición por tierra, mientras que el piloto Andrés Niño
hacía la reparación de los barcos. Gil González atravesó parte del
territorio de la actual República de Costa Rica y entró en los dominios
de un cacique nombrado Nicarao, de donde vino el nombre de Nicaragua.
Recorrió los lagos de Nicaragua y de Managua; pero comprendiendo que no
tenía elementos para establecer una colonia, dió la vuelta a Panamá.

Veamos cómo en una carta relataba al Emperador sus expediciones:
«Andando yo en este medio tiempo por la tierra adentro, sosteniéndome
y tornando cristianos muchos caciques e indios, de causa de pasar los
ríos e arroyos muchas veces a pie y sudando, sobrevínome una enfermedad
de tollimiento en una pierna, que no podía dar un paso a pie, ni dormir
las noches ni los días, de dolor, ni caminar, puesto que me llevaban
en una manta atada en un palo, muchas veces, indios e cristianos en
los hombros, de la cual manera caminé hartas jornadas; pero por causa
que caminar desta manera me era el caminar muy dificultoso, y por las
muchas aguas entonces hacía, que era invierno, hobe de parar en casa
de un cacique muy principal, aunque con harto cuidado de velarnos;
el cual cacique tenía su pueblo en una isla que tenía diez leguas de
largo y seis de ancho, la cual hacía dos brazos de un río, el más
poderoso que yo aya visto en Castilla, en el cual pueblo tomé la casa
del cacique por posada, y era tan alta como una mediana torre hecha a
manera de pabellón armada sobre postes y cubierta con paja; y en medio
de ella hicieron para do yo estuviese una cámara para guardarme de la
humidad, sobre postes, tan alta como dos estados y dende a quince
días que llegué llovió tantos días, que crecieron los ríos tanto, que
hicieron toda la tierra una mar, y en la casa do yo estaba, que era lo
más alto, llegó el agua a dar a los pechos a los hombres». «Otro día...
me dijeron que el cacique me esperaba en su pueblo de paz, y llegado,
aposentóme en una plaza y casas del alrededor della, y luego me
presentó parte de quince mil castellanos, que en todo me dió, y yo le
dí una ropa de seda y una gorra de grana y una camisa mía y otras cosas
de Castilla, muchas; y en dos o tres días que se le habló en las cosas
de Dios, vino a querer ser cristianos él y todos sus indios e mugeres,
en que se babtizaron en un día 9.017 ánimas chicas y grandes... Pasados
los ocho días me partí a una provincia que está seis leguas adelante,
donde hallé seis pueblos, legua y media o dos leguas uno de otro, de
cada dos mil vecinos cada uno; después de abelles enbiado a decir el
mensaje y cosas que a este cacique Nicaragua, e aposentádome en un
pueblo dellos, y despues de venirme todos los señores dellos a ver y
héchome presente de oro y esclavos y comida, como es su costumbre,
y como ya ellos sabían que Nicaragua y sus indios se avían tornado
cristianos, casi sin hablar se lo vinieron a querello ser.»[637]

       [637] _Carta del capitán Gil González Dávila a S. M. el
       Emperador Carlos V, Rey de España, sobre su expedición a
       Nicaragua_, Santo Domingo, 6 de marzo de 1524. Publicada por
       D. Manuel M. de Peralta en su libro _Costa Rica, Nicaragua y
       Panamá en el siglo XVI; su historia y sus límites_.--Madrid,
       Imp. de M. Ginés Hernández, 1883.

Enterado Pedrarias Dávila de estos descubrimientos, equipó algunas
naves que puso bajo el mando de Francisco Hernández de Córdova, capitán
de su guardia, con encargo de fundar colonias en aquellas regiones.
A fines de 1523 salió Hernández de Córdova de Panamá, desembarcó en
el golfo de Nicoya y fundó, no lejos de la costa, una ciudad que
denominó _Bruselas_, donde había estado el pueblo indígena de Orotina
y que desapareció al poco tiempo. Pasó a la provincia de Nequecheri,
sosteniendo rudas batallas con los indígenas. Fundó la ciudad de _Nueva
León_, levantando en ella un templo y una fortaleza. Armó un bergantín
que había llevado en piezas y con él recorrió el lago y descubrió el
caudaloso río de San Juan, que desemboca en el mar de las Antillas.
Del mismo modo que antes había fundado Nueva León cerca de la bahía
de Fonseca, fundó después _Nueva Granada_ en el extremo Noroeste del
lago de Nicaragua. Hernández de Córdova hizo que los religiosos que con
él iban, acompañados de un capitán y algunos soldados, recorriesen la
tierra con el objeto de convertir y bautizar a los indios. Avanzó hacia
el territorio de Honduras, llegando cerca de Olancho. Al saber González
Dávila que se aproximaba Hernández de Córdova, resolvió defender
con las armas lo que consideraba como propiedad suya. Orgulloso
Hernández de Córdova con sus conquistas, quiso hacerse independiente
(siguiendo el camino que Balboa y otros subordinados de Pedrarias);
pero sus capitanes Hernando de Soto y Compañón se opusieron a ello
y se retiraron a Panamá. Es de advertir que a medida que prosperaba
Panamá, disminuía Santa María la Antigua, que fué abandonada del todo
en 1524. Cuando Pedrarias tuvo noticia de la traición que le hacía su
subordinado, reunió sus mejores tropas y se presentó de improviso en
Nicaragua, y reduciendo a prisión al jefe rebelde, le hizo decapitar en
Nueva León el 1526.

Bajo el gobierno de Pedrarias de Ávila y por orden suya, Andagoya
emprendió (1522) desde el golfo de San Miguel, en el istmo de Panamá,
una expedición a las costas del Sur, llegando--según dijo en su
relación--a una provincia que llamaban Birú y corrompido el nombre se
dijo _Pirú_. Encontró Andagoya bastante poblado el país y la gente
guerrera; pero a pesar de no pocos obstáculos, penetró en el interior y
recogió preciosos datos acerca de los territorios situados más al Sur y
el poderoso imperio que allí existía. Como el estado de su salud no le
permitiese seguir adelante, encargó empresa tan importante a Francisco
Pizarro.

En la primavera de 1524 salió Gil González de Ávila, de la ciudad de
Santo Domingo para Nicaragua y Yucatán, siguiendo la costa oriental del
istmo. Llegó a la embocadura del río Ulea, a cuya ría llamó _Puerto
de Caballos_, porque allí hubo de arrojar algunos para aligerar de
peso el buque. Siguiendo la costa por tierra hacia el Este, llegó al
cabo de Honduras, y volviendo al Sur, se dirigió por tierra al lago de
Nicaragua. Encontró en aquellos lugares algunos aventureros españoles
que formaban parte de la expedición que para conquistar el país había
mandado Pedrarias Dávila a las órdenes de Francisco Fernández de
Córdova. Gil González quitó a sus compatriotas (que eran inferiores en
número a los españoles que él llevaba) las armas y el oro que habían
reunido, regresando al Puerto de Caballos, donde se hallaban los buques.

Sorprendióle encontrar en el Puerto de Caballos a Cristóbal de Olid,
enviado de Hernán Cortés, quien le llamó intruso y le hizo prisionero,
alegando que aquel país pertenecía a México. Olid pobló, catorce leguas
más abajo de Puerto de Caballos, la villa del _Triunfo de la Cruz_,
extendiéndose luego por el país, con no poco contento de los naturales.
De otras partes vinieron a Olid malas nuevas. Hernán Cortés, noticioso
de que Cristóbal de Olid no le obedecía, envió contra él a Francisco
de las Casas. Pelearon Olid y Casas; mas luego vinieron a un acuerdo.
Cuando parecía que todo estaba en paz, ocurrió sangriento suceso. Casas
se arrojó sobre Olid y le hirió con un cuchillo en la garganta, y Luis
González le dió con una daga, en tanto que Mercado, otro conjurado, le
tenía por detrás. Pudo escapar Olid, si bien murió en seguida a causa
de las heridas. «Y de esta manera--escribe Herrera--acabó la valentía
y confianza de Cristóbal de Olid, capitán famoso, de los más famosos
de las Indias, si a la postre no mudara la mucha fe que siempre tuvo a
Cortés»[638]. Muerto Cristóbal de Olid, Francisco de las Casas proveyó
todos los oficios del pueblo en otras personas.

       [638] _Década III_, lib. V, cap. XIII.

Anteriormente se ha dicho que Hernán Cortés, conquistador de México,
al mismo tiempo que encomendó la conquista de Honduras a los capitanes
Olid y las Casas, encargó de la de Guatemala al capitán Pedro de
Alvarado. De esta famosa conquista se tratará más adelante.

Digno, por varios conceptos, de especial mención, es el viaje realizado
por Rodrigo de Bastidas a Tierra Firme[639] en 1525[640]. Con fecha
del 6 de noviembre de 1524, desde Madrid, el Rey concedió a Rodrigo de
Bastidas, vecino de la ciudad de Santo Domingo de la Isla Española,
que poblase la provincia y puerto de Santa Marta, la cual se halla en
Castilla del Oro (parte de la Tierra Firme en la actual Colombia). La
había de poblar dentro de dos años, haciendo en ella un pueblo que lo
menos debería tener cincuenta vecinos. Pondría en la citada provincia
granjerías é crianzas, llevando al presente 200 vacas, 300 puercos, 25
yeguas y otros animales de cría.

       [639] En Tierra Firme se formaron después el virreinato de
       Nueva Granada y la Capitanía general de Caracas; al presente
       las Repúblicas de Venezuela, Colombia o Nueva Granada y
       Ecuador.

       [640] Es el mismo escribano de Sevilla que en 1501--como ya se
       dijo en el capítulo XXVI de este tomo--hubo de salir de España
       y realizó famoso viaje por tierras americanas.

Dió el Rey a Bastidas el título de Adelantado y le concedió que
pudiese «repartir los solares é aguas é tierras de la dicha tierra
a los vecinos y pobladores della como a vos os pareciere, con tanto
que lo hayais de hacer con parecer de los Nuestros oficiales que a la
sazón allí residieren.» De igual modo le facultó para que hiciese una
fortaleza con el objeto de defenderse de los indios caribes. También
le concedió otras mercedes y libertades, no sin encargarle que tratara
a los indios como «libres é industriados en las cosas de Nuestra
Fe», pues «haciendo lo contrario caereis en Nuestra indignacion y
Mandaremos ejecutar en vuestra persona y bienes las penas en que por
ello oviéredes incurrido»[641]. Bastidas se dirigió a Castilla del Oro
(1525) y echó los cimientos de una ciudad, a la que le dió el nombre de
_Santa Marta_. Hombre de carácter dulce, contrajo amistosas relaciones
con algunos caciques, de los cuales obtuvo grandes cantidades de oro.
Como luego se negara a repartir los citados despojos, sus compañeros,
capitaneados por el miserable Juan de Villafuerte, le dieron de
puñaladas, hiriéndole gravemente. Mandados los conjurados a Santo
Domingo, allí fueron sentenciados a muerte; también al poco tiempo, de
resultas de sus heridas, murió Bastidas en la isla de Cuba.

       [641] _Colec. de doc. inéd._, etc., tomo XXII, págs. 98-106.

Noticiosos algunos habitantes de la Isla Española (Santo Domingo) de
que Alonso de Ojeda, Pedro Alonso Niño y otros habían recogido gran
cantidad de perlas en aguas de las islas de Margarita y Cubagua,
fundaron una colonia en el último lugar, primer establecimiento
español en Venezuela. Si el comienzo de la colonia fué próspero por
la abundancia de perlas, pronto decayó a causa de la disminución de
la pesca, la cual era mayor en las islas de Coche y Margarita. Aunque
en el año de 1523 pasó aquella aldea a la categoría de ciudad, con el
nombre de _Nueva Cádíz_; aunque los neogaditanos hicieron ostentación
de poder cuando en 1528 fueron atacados, con escaso valor y poco
empuje, por filibusteros franceses, la ciudad llevó vida raquítica y
miserable hasta el 1543, en que fué arrasada por un vendaval, quedando
al poco tiempo despoblada.

Consideremos el descubrimiento del río de las Amazonas en el año
1541 por Francisco de Orellana. Procede recordar que Orellana ayudó
eficazmente a Francisco Pizarro en la conquista del Perú. Luego
Gonzalo, el menor de los hermanos Pizarro, nombrado gobernador de Quito
en el año 1540, emprendió atrevida expedición en busca de riquezas.
Pasó los Andes Orientales y bajó el río Napo, llegando quizá hasta
la catarata del Caudo. Allí, en medio de selvas intransitables y
careciendo de alimentos, se encontró en situación tristísima. Construyó
un barco y nombró capitán a Orellana, natural de Trujillo. Por algún
tiempo el buque en el río y las tropas en las orillas continuaron la
misma marcha, hasta que Orellana pasó adelante con orden de buscar
provisiones. Pasaron días y días. Gonzalo, considerando inútil aguardar
más tiempo la vuelta de Orellana, volvióse a Quito con su gente
diezmada por las calenturas y el hambre. Entonces supo la desgraciada
muerte de su hermano y la lucha entre el joven Almagro y Vaca de
Castro, representante el último del Gobierno de la Metrópoli.

Orellana, con su buque que tenía a bordo 50 hombres de tropa y dos
clérigos, bajó por el río Napo, encontrando la primera aldea india el
8 de enero de 1541. Habiéndole dicho los indígenas que se hallaban
próximos a un río mucho más caudaloso, dispuso construir otro
buque, que pronto estuvo listo. Acabado el bergantín y hechas las
reparaciones necesarias en el viejo barco y después de proveerse de
tortugas, gallinas y pescado que facilitaron los indios, siguió su
navegación[642]. El 24 de abril de 1541 salió del Asiento de Aparia.
Nuestros sufridos navegantes caminaron 80 leguas sin hallar indio
de guerra y luego penetraron en despoblados, continuando su camino
alimentándose sólo de hierbas y de maíz tostado.

       [642] Véase Herrera, _Década VI_, lib. IX, cap. II.

El 6 de mayo llegaron a un Asiento alto y se detuvieron para pescar,
y el 12 del mismo mes arribaron a las provincias de Machiparo, donde
tuvieron que resistir las acometidas de belicosos indios. Continuaron
su camino río abajo, siempre peleando, distinguiéndose por su bravura
Cristóbal de Aguilar, Blas de Medina y Pedro de Ampudia. Seguidos
los castellanos por muchas canoas de indios, pudieron llegar a la
confluencia de tres ríos, siendo el Marañón el mayor de ellos.

«El 26 de febrero echaron ancla y bajaron a tierra, donde fueron
recibidos pacíficamente por los indígenas, sin otro inconveniente que
sufrir--como escribió el cura Carvajal--la _plaga egipcia_ de los
mosquitos. Más adelante sufrieron los ataques de tribus belicosas,
viéndose obligados a permanecer en el centro de la corriente donde
eran menos molestados, pues la humedad había inutilizado la pólvora
que llevaban y las cuerdas de sus ballestas. La víspera de la
Santísima Trinidad llegaron a la embocadura de un río que procedía
de la izquierda y que por aquel lado era el mayor de los afluentes
del Amazonas, y al cual, unos llamaron de la _Trinidad_, porque se
descubrió en la mencionada víspera, y otros río _Negro_, porque
sus aguas parecían negras como tinta»[643]. Pasando el río Negro
encontraron bastante más abajo el territorio de los _paguanas_, en el
que Orellana sostuvo diferentes combates con los indígenas. El 7 de
junio se hallaba en el país de los _picotas_, nombre que dió porque en
las orillas vió cabezas humanas clavadas en picas.

       [643] Dr. Sophus Ruge, _Historia de los descubrimientos
       geográficos_, pág. 187. Oncken, _Historia Universal_, tom. VII.

Algunos días después encontraron una comarca tributaria de las
_coniapayaras_, la cual estaba gobernada por 10 ó 12 mujeres Amazonas.
Eran--según Carvajal--altas, robustas, de tez clara y llevaban sus
cabellos en largas trenzas. Iban desnudas, armadas con arcos y flechas,
notándose por sus facciones y por su aspecto que parecían proceder
de una raza septentrional. Atacaron valerosamente a los españoles
y murieron en la pelea siete u ocho de ellas. Como se encontrasen
varias aldeas gobernadas por mujeres, recibió el río el nombre de las
Amazonas, que actualmente conserva. Debió Orellana encontrar estas
mujeres belicosas junto a la embocadura del Yamunda. Gomara califica
de _disparates_ lo que refiere Orellana de las Amazonas, añadiendo
lo siguiente: «Que las mujeres anden allí con armas y peleen, no es
mucho, pues en Paria, que no es muy lejos, y en otras muchas partes de
Indias lo acostumbraban; ni creo que ninguna mujer se corte y queme la
teta derecha para tirar el arco, pues con ella lo tiran muy bien, ni
creo que maten o destierren sus propios hijos, ni que vivan sin marido,
siendo lujuriosísimas. Otros, sin Orellana, han levantado semejante
hablilla de Amazonas después que se descubrieron las Indias, y nunca
tal se ha visto ni se verá tampoco en este río. Con este testimonio,
pues, escriben y llaman muchos río de las Amazonas, y se juntaron
tantos para ir allá.» En la citada embocadura del Yamunda se reembarcó
Francisco de Orellana, calculando ya haber recorrido más de 1.400
leguas. Bajó otras 150 y halló (24 de junio) un país poblado, que
recibió el nombre de _San Juan_. Pasó en seguida cerca de varias islas,
de las que salieron más de 200 piraguas tripuladas por 30 ó 40 indios
cada una. Orellana, aunque con algunas pérdidas, rechazó sus ataques.
Supo que todas aquellas islas obedecían a Caripuna, y por ello dió a
todo el archipiélago el nombre de aquel jefe. Notó por primera vez en
el río el influjo de las mareas. Desembarcó en el país de Chipayo para
reparar su nave, y allí sostuvo nuevo combate con los indígenas. Dióse
a la vela el 8 de agosto, y el 26 de dicho mes llegó al golfo de Paria,
en el Océano Atlántico Ecuatorial, no sabiendo dónde estaba ni adonde
debía dirigirse, confiando solamente en la misericordia divina. Los dos
buques doblaron, según Acuña, el llamado Cabo Norte, a 200 leguas de la
Trinidad, anclando (11 de septiembre) en la isla de _Cubagua_, junto
a la de las Perlas o sea Margarita, donde fueron recibidos por sus
compatriotas.

Orellana había navegado durante ocho meses, recorriendo--si no
mentían sus cálculos--1.800 leguas, desde que verificó su embarque
en el Amazonas hasta su salida al Océano Atlántico. En línea recta
las 1.800 leguas, quedarían reducidas a 700. El ilustre extremeño,
sin pensarlo siquiera, había descubierto y explorado el mayor río
de la América del Sur. «Este viaje novelesco--escribe el Dr. Sophus
Ruge--no tiene igual en la historia, a no ser el que hizo en el pasado
decenio el célebre Stanley, por el río Congo en Africa»[644]. «Sin
piloto ni astrolabio--dice el Sr. Coroleu--había hecho por regiones
ignotas y pobladas de indómitos salvajes una travesía igual en línea
recta a la distancia de 2.800 kilómetros, descubriendo el río más
caudaloso del mundo. No sin razón se ha dicho que en la historia de los
descubrimientos geográficos no hay ningún episodio comparable a éste
por su heroica grandeza y por la importancia de sus resultados. Pero
aquella expedición había pasado inauditos trabajos, cuya narración era
para entibiar el entusiasmo de los más animosos exploradores. La obra
de Orellana sólo podía continuarse disponiendo de grandes medios que no
suelen tener a mano los simples particulares»[645]. Orellana, desde la
citada isla de Cubagua envió al Rey minuciosa relación de su atrevido
viaje, marchando después con sus compañeros a la isla de Haití, y a la
cual llegó en 20 de diciembre de 1541.

       [644] Oncken, _Hist. Universal_, tom. VII, pág. 188.

       [645] _América, Historia de su colonización_, etc., tomo II,
       pág. 85.

Orellana intentó colonizar el inmenso territorio descubierto, y a este
fin pasó a España el 1542, logrando lo que deseaba del gobierno de
Carlos V. Llamó al país que iba a colonizar _Nueva Andalucía_, porque
así como Andalucía estaba regada por el Guadalquivir, el río más
caudaloso de España, aquella región estaba regada por el Amazonas, la
corriente más poderosa del Nuevo Mundo. También encontró apoyo en el
país, consiguiendo para la ejecución de su proyecto cuatro buques y
400 hombres, con los cuales salió el 11 de mayo de 1545 de Sanlúcar de
Barrameda[646]. Tras larga y penosa navegación arribó a las Canarias,
en cuyo punto perdió una de sus naves y 148 hombres. Tres meses residió
en Tenerife y dos en Cabo Verde, viendo sus tripulaciones diezmadas
por la sed, y una tempestad le arrebató otro navío y 70 compañeros de
viaje. Habiendo llegado a la embocadura del Marañón, subió por el río
unas 100 leguas, saltando a tierra para construir un barco con los
restos de una de sus naves; perdió allí 57 hombres víctimas del hambre,
y 30 leguas más arriba se hizo pedazos su último navío. Detúvose
algún tiempo y continuó luego su viaje, buscando siempre la corriente
principal del Amazonas; murieron otros 17 españoles luchando con los
indígenas ribereños, y también el mismo Orellana, de dolor y de pena,
en las cercanías de Montealegre, en el territorio de los manoas. La
viuda de Orellana y los demás expedicionarios bajaron por el río, y
arrojados por el mar a las costas de Caracas llegaron, por último, a la
isla Margarita[647].

       [646] Otros dicen que el 1544.

       [647] Véase _Diccionario Hispano-Americano_, cuaderno 347,
       pág. 298.



CAPÍTULO XXX

  EXPEDICIÓN DE JUAN DA NOVA.--SEGUNDA EXPEDICIÓN DE VASCO DE
  GAMA A LA INDIA.--EXPEDICIONES DE ALFONSO Y DE FRANCISCO DE
  ALBURQUERQUE.--FRANCISCO DE ALMEIDA ES NOMBRADO VIRREY DE LA
  INDIA.--GOBIERNO DE ALFONSO DE ALBURQUERQUE: TOMA DE GOA Y
  DE MALACA.--SUCESORES DE ALBURQUERQUE.--VASCO DE GAMA VIRREY
  DE LA INDIA: SU MUERTE.--SUCESORES DE VASCO DE GAMA.--LOS
  PORTUGUESES EN LAS MOLUCAS.--ANTONIO DE ABREU SALE PARA LAS
  MOLUCAS.--AVENTURAS DE SERRAO.--VIAJE DE TRISTÁN DE MENESES.--VIAJE
  DE ANTONIO BRITO.--PORTUGUESES Y ESPAÑOLES EN TIDOR.--GOBIERNO DE
  BRITO.--GOBIERNO DE GARCÍA ENRÍQUEZ.


Antes de haber regresado Alvarez Cabral del Brasil y de la India--como
se dijo en el capítulo XXV--el Gobierno portugués formó una escuadra
compuesta de cuatro buques, la cual salió a la mar el 5 de marzo del
año 1501 bajo el mando del marino gallego Juan da Nova.

En su expedición Juan da Nova consiguió resultados mercantiles tan
satisfactorios como la anterior de Cabral. Descubrió a los 8° de
latitud Sur una isla que llamó de la _Concepción_, y que dos años
después, creyendo Alburquerque que él era el primer descubridor, le
dió el nombre de la _Ascensión_. El 7 de julio llegó a la bahía de
San Braz, al Este del Cabo de Buena Esperanza; en agosto estuvo en
Mozambique, después en Melinde y luego en Cananor. Dirigióse contra
una escuadra del soberano de Calcuta, que intentaba impedirle el paso,
echando a pique catorce buques. Regresó a Cochin y a Cananor, pudiendo
en estos puntos llenar las bodegas de sus naves y capturando luego
en el camino dos barcos de musulmanes cargados de especias, de cuya
mercancía se hizo dueño. A su regreso descubrió una isla a la que dió
el nombre de _Santa Elena_; isla que, según Barros, parece haber sido
colocada en aquel punto por Dios para dar nueva vida a todos los que
vienen de la India, porque allí se encuentra agua excelente y otros
refrescos en abundancia. Juan da Nova dió fondo en el puerto de Lisboa
el 11 de noviembre de 1502.

Después de la expedición de Nova, y sin embargo de que la ganancia
material no fué poca, se pensó por el gobierno si convenía o no
continuar aquel comercio con la India o limitarse al de la costa
de Africa con los negros, que era más fácil y menos costoso y
comprometido. Tuvo el Rey muchas conferencias con sus consejeros,
decidiéndose al fin proseguir los viajes, no sin castigar duramente a
los musulmanes. Se decidieron a ello, ya por las ventajas comerciales,
ya--y esto era lo más importante--por convertir aquellas regiones al
cristianismo.

Nueva expedición se encargó a Vasco de Gama, llevando a sus órdenes a
Sodré, la cual se componía de 20 buques, con 800 individuos armados. El
10 de febrero de 1502 salió Vasco de Gama con 15 buques, y el 1.º de
abril su sobrino Esteban de Gama con cinco buques. Casi al mismo tiempo
llegaron ambas secciones al término de su viaje. En Mozambique recibió
Vasco de Gama señaladas pruebas de amistad del jeque, que ya no era
el mismo de antes; en Quiloa, admiró la ciudad, que contaba con unos
12.000 habitantes, rodeada de bosques de naranjos, limoneros, granados
e higueras. Las casas estaban hechas de cal y canto con azoteas y un
piso superior de madera. Sometióse el jeque, que era árabe, y se obligó
a pagar al rey de Portugal un tributo anual de 500 meticales en oro
(584 cruzados), y consintió en que se izara en la torre de su palacio
la bandera portuguesa. De Quiloa marchó Vasco de Gama a Melinde, a cuyo
rajá, amigo de los portugueses, le invitó a una gran fiesta a bordo
de sus buques. Continuó Gama su viaje y en el mes de agosto encontró
a su sobrino Esteban con tres barcos y luego halló los dos restantes
en las islas Andiedivas. Detúvose en Baticola, puerto perteneciente
al reino de Bisnaga, y allí le dieron un suministro de arroz para su
gente. Siguiendo su ruta a Cananor, apresó, saqueó y quemó un buque
que regresaba de la Meca con peregrinos y mercancías. Tuvo Gama
audiencia solemne con el rajá de Cananor, a quien exigió que rompiese
sus relaciones mercantiles con Calcuta. Antes de llegar a Calcuta
recibió embajadas del Samorin ofreciéndole la paz; mas fueron tantas
las exigencias del portugués, que el soberano indio no pudo acceder a
ellas. Entre otras, pidió que el Samorin expulsase de la ciudad más
de 4.000 familias de árabes del Cairo y de la Meca establecidas allí.
Sin atender razones de ninguna clase, cañoneó dos veces a Calcuta,
destruyendo muchas casas. El Samorin entonces se dispuso a una guerra a
muerte. Mientras tanto Vasco de Gama se encaminó a Cochin, celebrando
un tratado de comercio con el rajá y recibiendo amistosa embajada de la
madre del soberano de Collam. Habiendo hecho su cargamento en Cochin
y Collam, pasó a Cananor en los comienzos de febrero de 1503. Pasado
algún tiempo emprendió su viaje de regreso, no sin dejar a Sodré con
cinco buques mayores y dos carabelas en el mar Índico, ora para tener
en jaque al Samorin, ora para proteger a los príncipes aliados. Llegó
Gama a Lisboa en septiembre de 1503.

Ni Vicente Sodré tuvo en jaque al soberano de Calcuta, ni protegió a
los príncipes amigos. El Samorin atacó por mar y por tierra al rajá
de Cochin, apoderándose del reino. Entretanto, el jefe de las fuerzas
portuguesas había ido a Guzerat y luego a la costa meridional de
Arabia, teniendo la desgracia de que furiosa tempestad destruyese parte
de sus buques, incluso el suyo, muriendo las dotaciones cerca de las
islas de Curia-Muria. Después de esta catástrofe, que ocurrió en el
mes de julio o de agosto del 1503, volvió a la India y se situó en las
Andiedivas, esperando refuerzos de su país.

Pronto iban a llegar los refuerzos con tanta ansia esperados. El 6
de abril de 1503 se hicieron a la vela desde Portugal a la India
tres buques al mando del insigne Alfonso de Alburquerque, llamado el
_Grande_ por los historiadores portugueses, y otros tres dirigidos por
Francisco de Alburquerque, primo de Alfonso. Así describe al primero
de estos capitanes uno de sus compatriotas: «Alfonso de Alburquerque
era--dice--de estatura mediana y de exterior agradable. Su larga cara,
de tez fresca y nariz aguileña, estaba adornada de hermosa barba,
blanca con el tiempo, que le llegaba a la cintura, dándole aspecto
venerable. Sabía perfectamente el latín y era prudente lo mismo en sus
palabras que en sus escritos. Era amado y a su vez temido, sin que su
benevolencia degenerara en parcialidad, ni sus reprensiones en dureza.
Cumplía siempre la palabra que daba, aborrecía la impostura y amaba la
justicia. Por mar y por tierra recibió muchas heridas, probando con su
sangre que no rehuía ningún peligro. Liberal hasta el exceso, cedía el
botín a sus capitanes, porque siempre se cuidaba más de la gloria que
de la adquisición de riquezas.» A Alfonso de Alburquerque acompañaba el
valeroso capitán Duarte Pacheco Pereira, y a Francisco de Alburquerque,
Nicolás Coelho, ya conocido desde el primer viaje de Vasco de Gama.

Las dos flotas llegaron en agosto a la costa de Malabar, primero
Francisco, el cual, con la ayuda de los buques que habían quedado de la
escuadra de Sodré, se dirigió a Cananor y Cochin. Cuando llegó Alfonso,
ambos jefes reinstalaron en su capital y dominios al rajá de Cochin
y levantaron en aquella población una ciudadela. Alfonso hizo sus
compras en Collam y Francisco en Cochin. A fines de enero salió Alfonso
de la India, dejando a su primo Francisco todavía ocupado en las
compras; fondeó el 3 de septiembre en el puerto de Lisboa. Francisco
de Alburquerque salió de la India el 5 de febrero. Sorprendido por
una tempestad en la costa Oriental del Africa, pereció juntamente
con Nicolás Coelho, salvándose sólo la tripulación de un buque de los
de la escuadra de Sodré. Entre tanto, Duarte Pacheco Pereira, que se
había quedado en la India, sostenía lucha empeñada y tenaz con el
Samorin de Calcuta. Luego Duarte fué nombrado administrador de los
establecimientos portugueses en la costa de Guinea; mas el Rey, dando
crédito a calumniadores, dispuso que cargado de cadenas fuese conducido
a Portugal, muriendo en la mayor miseria. El inspiradísimo Camoens
compara al infeliz Duarte con Belisario y censura con acritud al Rey
por su ingratitud, injusticia y codicia[648].

       [648] _Os Lusiadas_, X, 22 a 25.

Nombrado virrey de la India Francisco de Almeida, bajo su mando aumentó
extraordinariamente el comercio de Portugal. Alfonso de Alburquerque
fué nombrado capitán general y gobernador de la India. Lo mismo bajo
el gobierno del uno que del otro, no dejaron los portugueses de pelear
con los naturales del país. En estas grandes y continuadas luchas la
fortuna sonrió algunas veces a los indios. También reinaba cierto
desconcierto y falta de armonía entre los capitanes portugueses. En el
Consejo general que celebraron los capitanes bajo la presidencia de
Alburquerque (12 de octubre de 1510), Fernando de Magallanes se opuso
a los planes de su jefe, lo cual fué motivo para que, contrariado el
dicho Magallanes y luego no atendido por el rey D. Manuel, abandonase
la India y se pusiera al servicio de España. El 20 de noviembre del
citado año, Alburquerque, al frente de una escuadra compuesta de 23
buques con 1.600 individuos de tropa, se presentó a la vista de Goa
y comenzó el ataque. El 25 de noviembre tomó la ciudadela por asalto
y en seguida la ciudad. Los portugueses acuchillaron con verdadera
crueldad a los musulmanes, lo mismo a los hombres que a las mujeres y
a los niños. Comprendieron los portugueses que para hacer de Goa el
centro del comercio entre el Occidente y la India anterior, necesitaban
apoderarse también de Malaca. El 1.º de julio de 1511 se puso enfrente
de Malaca. El sultán Mahmud encargó la dirección de la defensa de la
plaza a su hijo; pero, después de valerosa resistencia, cayó Malaca
a mediados de agosto. A los mahometanos, lo mismo que en Goa, no se
les dió cuartel. Portugal, pues, se estableció en la India, cuyos
príncipes, aunque de mala gana, reconocieron la soberanía de aquella
nación.

La impresión que causó en Europa la conquista de Malaca, fué inmensa.
El rey D. Manuel escribió al Papa, con fecha 6 de junio de 1513,
participándole las conquistas de la India; León X respondió con el
breve _Significavit nobis_, de 5 de septiembre del mismo año. Como el
sultán de Egipto no cesara de excitar a los príncipes indios para que
se levantasen contra los portugueses, prestándoles también auxilios
de buques y tropas, el rey D. Manuel instó al capitán general que
emprendiese una expedición al mar Rojo, con el objeto de cerrar,
tal vez en absoluto, el camino más importante del comercio árabe
con la India. En los comienzos del año 1513 preparó Alburquerque la
expedición, aunque sin prometerse felices resultados, indicándolo así
la comunicación que pasó a sus capitanes, diciéndoles que el rey D.
Manuel le había mandado diferentes veces hacer aquella expedición,
exigiéndole, por último, que la realizase en seguida.

Púsose en camino el 18 de febrero del citado año con 20 buques, 1.700
soldados portugueses y 800 soldados indios. En el puerto de Soco
(isla de Socotora), hizo provisión de agua dulce, penetró en aquel
mar interior que separa dos continentes, dirigiéndose a la ciudad de
Aden, que entonces, como al presente, era la llave del mar Rojo. A
Aden llevaban los buques malabares los productos de la India, y a Aden
acudían a hacer sus compras los comerciantes árabes. El gobernador
de Aden se llamaba Aben-abdel-vahal, que se preparó a resistir a los
portugueses. Comenzó la lucha, teniendo que retirarse Alburquerque
ante el decidido arrojo de los árabes. Aunque con ánimo de volver a
la lucha con más fuerzas, se dirigió a ocupar algunas islas del mar
Rojo, encaminándose hacia la de Camarán, situada en el golfo Arábigo
y cerca de la ciudad de Lohaya (a los 15°, 51' de latitud Norte y 40°
32' de longitud Este del Meridiano de Greenwich). En la isla abundan
los pozos de agua dulce. Permaneció algún tiempo en ella Alburquerque;
mas aquel clima cálido le causó muchas bajas, decidiéndose al fin a dar
la vuelta a la India. El 13 de julio pasó por Aden, y el 4 de agosto
tocó en el puerto de Diu, cuyo gobernador, Melec Eias, le permitió
el establecimiento de una factoría. Siguió ejemplo tan generoso el
emperador de Calcuta. Entonces los portugueses, correspondiendo a la
amistad de los indios, levantaron el bloqueo de las costas, dieron
pasaportes a los buques mercantes mahometanos y el comercio volvió a
florecer. Al año siguiente (1514), Pedro de Alburquerque, sobrino del
capitán general, fué a Ormuz para cobrar el tributo anual; y Jorge de
Alburquerque se dirigió con tropas frescas a Malaca, de cuya defensa
hubo de encargarse.

Cuando Alfonso de Alburquerque se ocupaba en arreglar los asuntos
interiores de la India, recibió carta del Rey, ordenándole que marchase
inmediatamente para Ormuz. Allá se encaminó, partiendo desde Goa el
21 de febrero de 1515 con 27 buques, 1.500 soldados portugueses y
700 indios. Aunque reinaba en Ormuz Rais Nordin, viejo y débil, el
verdadero gobernador era el persa Rais Ahmed, su sobrino. Ya estaba
decidido Ahmed a reconocer la soberanía del shah de Persia, única
manera de librarse del tributo molesto impuesto por los portugueses;
mas lo impidió la oportuna llegada de Alburquerque el 26 de marzo.
Dueño el capitán general de la ciudadela, nombró gobernador de ella a
su sobrino Pedro. En seguida, comprendiendo que Ahmed era un obstáculo
para sus planes, le hizo matar, restableciendo en su antiguo poderío
al anciano Rais Nordin, si bien los portugueses dominaban con su
flota el mar y desde la ciudadela a Ormuz. Dió muestras Alfonso de
Alburquerque de hábil político, mandando una embajada a Ismail, shah
de Persia, estableciéndose la más cordial amistad. Contribuyó a ello
la enemiga que a causa de la religión había entre persas y árabes,
pues los primeros eran mahometanos siitas y los segundos mahometanos
sunnitas. Enfermo el capitán general de disentería, oyendo el parecer
de los médicos, se decidió a volver a la India, zarpando de Ormuz en
los primeros días de noviembre. Al pasar por la costa de Omán, cerca
de Calhat, recibió la noticia por un barco árabe que venía de Diu,
que el Rey, desconociendo sus relevantes méritos, le había quitado el
mando, siendo nombrado sucesor suyo Lope Soarez. Con amargura exclamó
entonces: «¿Capitán general López Soarez? ¿No había otro? ¿Y el Rey
me envía con el caracter de capitanes y secretarios a hombres como
Diego Méndez y Diego Pereira, a quienes por sus delitos he enviado yo
presos a Portugal? Por servir al Rey me he enemistado con esta gente, y
ahora por amor de ellos me retira su confianza.» Deseaba por momentos
llegar a Goa, donde encontraría cartas que le explicasen su destitución
y en las cuales esperaba por lo menos que el Rey reconociera sus
méritos. Por consejo de sus amigos escribió a Don Manuel su última
carta: «Señor--le decía--estas son las últimas palabras que dirijo a
V. M., agobiado por la desgracia, después de tantas relaciones como
le he escrito con alegría y brío. Dejo aquí un hijo (natural) Blas
Alburquerque, y suplico a V. M. premie en él mis méritos. Los asuntos
de la India hablarán por sí y por mí.» Alburquerque murió a la vista de
Goa el 16 de diciembre de 1515, cuando contaba sesenta y tres años.

Ingrato fué el rey Don Manuel con el más notable de los caudillos
portugueses en la India. Los enemigos de Alburquerque le calumniaron
diciendo que quería hacerse soberano independiente de los citados
territorios, como lo indicaba los nombramientos que hizo en favor de
sus sobrinos, confiándoles la defensa de Malaca y de Ormuz. Jamás
pensó Alburquerque en ello, proponiéndose solamente nombrar en las
citadas plazas jefes de su confianza para mejor conservarlas en la
corona de Portugal. Alburquerque era justiciero, enérgico, generoso y
valiente hasta la temeridad. Así como Alejandro el _Macedónico_ procuró
que jóvenes griegos se casasen con mujeres asiáticas, Alburquerque
favoreció los matrimonios de los portugueses con jóvenes indias. A cada
nuevo matrimonio regalaba de los fondos públicos 18.000 reis; a los
portugueses que se establecían en el país repartió las casas y campos
de los musulmanes expulsados. Lo mismo que Colón, pensó en proyectos
absurdos y extravagantes; el genovés quiso conquistar la Palestina, y
el preclaro hijo de Portugal, entre otros proyectos, tuvo el de hacer
una expedición al mar Rojo, conquistar a Medina y llevarse los huesos
de Mahoma, con el objeto de obtener después en cambio el Santo Sepulcro
de Jerusalén, rescatándole del poder de los infieles. Los tres primeros
sucesores de Alburquerque no valían lo que él. Lope Soarez (1515-1519)
y Diego López de Sequeira (1519-1521) sufrieron algunos reveses, como
también Duarte de Meneses. Murió Don Manuel el Grande el 13 de enero
de 1521, sucediéndole su hijo Juan III; el nuevo monarca nombró como
sucesor de Meneses, con el título de virrey, al muy ilustre Vasco de
Gama. El 23 de septiembre llegó el nuevo virrey a Goa, dedicándose
inmediatamente a examinar la administración, harto desorganizada. Por
desgracia, murió el 24 de diciembre de 1524 en Cochin, y como Colón,
fué sepultado en un convento de San Francisco[649].

       [649] Trasladáronse sus restos a Portugal, año 1538, y
       sepultados en Vidigueira, donde el populacho destruyó el
       sepulcro el 1840.

Enrique de Meneses sucedió a Vasco de Gama, que murió el 1526; después
gobernó Lope Vaz de Sampayo, y en seguida Nuño de Acuña (1528-1538),
terminando con él los grandes gobernadores de la India. Coronóse
de gloria en la conquista de la plaza de Diu, ciudad importante y
puerto formidable del reino de Guzerat. Dicha conquista ocasionó
guerra sangrienta con los turcos, los cuales tuvieron empeño en
reconquistarla. García de Noronha, sucesor de Nuño de Acuña, llegó
a Goa el 11 de septiembre de 1538 con una escuadra. No guardó
consideración alguna a su antecesor, hasta el punto que, pretextando
de que le hacían falta todos los buques, no quiso darle uno para su
viaje de regreso. «El hombre--escribe el Sr. Sophus Ruge--que había
ensanchado y engrandecido el poder de Portugal tan gloriosamente, el
que había levantado las fortalezas de Diu, Basein y Chalí, que según
Barros, eran tan importantes como Ormuz, Malaca y Goa, conquistadas por
Alburquerque, tuvo que contratar a su costa un barco para salir de la
India»[650]. Nuño de Acuña tuvo que prolongar su estancia en Cananor
hasta enero de 1538, y, cuando se embarcó, llevaba el germen de próxima
muerte. En efecto, siete semanas después falleció. Preguntándole en
sus últimos momentos si quería que llevasen su cadáver a Portugal,
contestó: «Si Dios tiene determinado que muera en el mar, quiero que
el mar sea mi tumba. La patria que tan ingrata se ha portado conmigo,
no debe conservar mis huesos.» También Publio Escipión, el vencedor
de Aníbal, terminó sus días en voluntario destierro, y al tiempo de
morir prohibió a sus parientes que llevasen su cuerpo a aquella ingrata
patria por la cual tanto había peleado y en la que reposaban las
cenizas de sus antepasados.

       [650] Ob. cit., pág. 78.

Respecto al establecimiento de los portugueses en las Molucas
(Oceanía), después que el gran Alburquerque se hubo apoderado de
Malaca, envió a Antonio de Abreu con tres buques para visitar las
Molucas o islas de las especias (Halmaheza o Gilolo, Ternate y Tidor.
Ceram, Amboina, Banda y otras). Zarparon en diciembre de 1511 y fueron
a la costa septentrional de Java, luego a Amboina y por último a Banda.
Descubiertas las Molucas, último objeto de la política mercantil de
Portugal, Abreu regresó a Malaca y después a Portugal, en tanto que
Francisco Serrao, capitán de uno de los citados tres barcos[651],
pasaba a Ternate y se hacía amigo del Sultán del país, el cual era el
más poderoso de las Molucas, pues cada isla tenía su jefe o soberano
propio. Sucedió que un barco malayo con carga de especias y que varó
en la playa de Java, llevó la noticia a Malaca (1513) de las aventuras
de Serrao. Entonces se despachó a Antonio de Miranda de Azevedo con
una escuadra para ir a buscar a Serrao y demás compatriotas. Llegó
Azevedo, quien se encontró con que los dos sultanes rivales de Ternate
y de Tidor, que habían oído las hazañas de los portugueses, solicitaron
su amistad, y ambos le ofrecieron terreno para establecerse en su isla
respectiva, creyendo cada uno poder vencer a su rival con el auxilio
de los extranjeros. No aceptó el ofrecimiento Miranda de Azevedo,
quien se limitó por lo pronto a cumplir la orden que se le había
dado, llevándose la tripulación y dejando a Serrao en Ternate. Entre
las cartas que dió a Miranda para que éste las llevase a sus amigos
de la India, se halla una dirigida a Fernando de Magallanes, en la
cual exageraba la distancia de Malaca a las Molucas. Esta carta tuvo
consecuencias de gran importancia, porque no dudando Magallanes de la
veracidad de un amigo y creyendo exactas las distancias, tuvo como
cierto que las Molucas se hallaban más allá del Meridiano fijado como
límite entre los descubrimientos de españoles y portugueses. Fundándose
en estos hechos, determinó ir a las Molucas desde España, siguiendo la
ruta occidental, y tomar posesión de ellas en nombre del Rey Carlos I.

       [651] Francisco Serrao no solamente tuvo la desgracia de que
       naufragara el buque que sacó de Malaca, sino que también
       perdió otro adquirido en Banda.

El portugués Tristán de Meneses en el año 1518 llegó a las Molucas,
encontrándose con Serrao en Ternate. Aunque el sultán de la citada isla
se ofreció a construir una factoría para los portugueses, Meneses no
aceptó el ofrecimiento, diciendo que su Rey le había mandado sólo a
comprar especias. Llenó su buque y tres más del país, dando el mando
de los últimos a Serrao, a Simón Correa y a Duarte da Costa. Terrible
tempestad dispersó la flotilla poco después de haber salido de Ternate,
teniendo que cobijarse Meneses en Banda, y los tres barcos del país
regresaron a las Molucas. Meneses se dirigió luego a las Molucas en
busca de sus compañeros, a quienes encontró en lucha con los indígenas
y llevando, desgraciadamente, la peor parte; entonces marchó a Amboina,
completó su cargamento y regresó solo a Malaca. Serrao pudo librarse de
la muerte que sufrieron las tripulaciones de los buques citados en la
isla de Batian y se quedó en Ternate.

Conocidos semejantes hechos en Lisboa, el Gobierno decidióse a enviar
respetable escuadra a las Molucas, confiando el mando a Antonio Brito.
Salió Brito de Portugal el año 1521 y después de sufrir terrible
tempestad, pudo llegar en febrero de 1522 a la isla de Banda; luego a
la de Batian, donde castigó a sus habitantes por la muerte que dieron
a los de la escuadra de Meneses; y al pasar por delante de Tidor, vió
con sorpresa a los españoles establecidos en la isla. Allí averiguó que
dos buques de una expedición mandada por Magallanes, ya al servicio de
Carlos I, había llegado a Tidor, siendo bien recibidos por el sultán
de la isla, hasta el punto de haberse quedado en calidad de factor,
después que se marcharon los dos barcos, Juan de Campos. Brito dispuso
que Campos fuera a Ternate, isla siempre fiel a los portugueses,
donde debió haber muerto el famoso capitán Serrao. Si estuvo acertado
Brito haciendo construir una fortaleza a la que dió el nombre de
San Juan Bautista, cerca de la ciudad, mereció severas censuras por
haber intervenido en el gobierno interior y supremo de la isla. Como
para nuestro objeto no tienen interés tales hechos, recordaremos que
durante el gobierno de Brito en las Molucas llegó Jorge de Meneses,
habiendo salido de Malaca el 22 de agosto de 1526, a un puerto de
Borneo, pasó después entre Joló y Mindanao, viniendo a parar a la
costa Septentrional de la Nueva Guinea, isla que se halla al Este de
las Molucas. Meneses, descubridor de la Nueva Guinea, arribó a Ternate
en mayo de 1527. Desde Ternate mandó también Brito una flota que
descubrió la isla de Célebes, la cual se halla al O. de las Molucas, y
cuyos habitantes no dejaron desembarcar a los portugueses, quienes a
su regreso a Ternate, fueron llevados por el monzón a la playa de una
de las islas Marianas o de los Ladrones, descubiertas ya entonces por
Magallanes y situadas al E. de Filipinas. Relevado Brito, fué nombrado
para sucederle García Henríquez. Más adelante los españoles dirigieron
expediciones a aquellas lejanas tierras, mereciendo entre todos el
primer lugar el guipuzcoano Miguel López de Legazpi.



APÉNDICES



A


Entre los que censuraron con más acritud la dominación española, se
hallan los sabios D. Jorge Juan y D. Antonio Ulloa. Después de la
expedición científica que en el año 1735 hicieron los mencionados
marinos españoles en compañía de los franceses MM. Godin, Bouger y
la Condamine, aquéllos se dedicaron a estudiar el estado social del
Perú. «Ellos viajaron de pueblo en pueblo, indagando por todas partes
cuanto podía conducir a su intento, tomando informe de las personas
más desinteresadas, inteligentes y rectas, sobre aquellas cosas cuyo
conocimiento no podían adquirir por su propia experiencia, y procurando
siempre descubrir la verdad con la calificación de las noticias y con
la repetición o examen de los sucesos»[652].

       [652] _Noticias secretas de América_, publicadas por David
       Barry, parte I, prólogo III. Londres, 1826.

Trasladaremos a este lugar algunos párrafos de la citada obra. Afirman
Jorge Juan y Ulloa que los indios que se llaman libres se hallaban en
peor situación que los esclavos africanos, añadiendo luego: «La tiranía
que padecen los indios nace de la insaciable hambre de riquezas que
llevan a las Indias los que van a gobernarlos, y como éstos no tienen
otro arbitrio para conseguirlo que el de oprimir a los indios de
cuantos modos puede suministrarles la malicia, no dejan de practicar
ninguno, y combatiéndolos por todas partes con crueldad, exigen de
ellos más de lo que pudieran sacar de verdaderos esclavos suyos».[653].
«Los indios son unos verdaderos esclavos en aquellos países, y serían
dichosos si no tuvieran más de un amo a quien contribuir lo que
ganan con el sudor de su trabajo; pero son tantos, que al paso que
les importa cumplir con todos, no son dueños de lo más mínimo que
con tanto afán y trabajo han adquirido...»[654]. «La iniquidad es
todavía mayor en los casos de justicia, pues nada desean más aquellos
jueces que una ocasión de querella o riña para dejarlos enteramente
arruinados...»[655]. «Es dicho común de los hombres más juiciosos y
timoratos de aquellos países, que si los indios llevan por Dios los
trabajos que pasan durante su vida, serían dignos de que al punto que
espirasen los canonizase la iglesia por santos; el continuo ayuno, la
perpetua desnudez, la constante miseria, la interminable opresión y el
castigo exorbitante que sufren desde que nacen hasta que mueren, es
más que suficiente penitencia para satisfacer en este mundo todos los
pecados que les puedan ser imputados»[656]. «Siempre que caminábamos,
era la regular diversión en la molestia de la jornada, la conversación
de los indios que nos servían de guías; y lo primero que nos informaban
era sobre la familia que tenía el cura del pueblo a donde nos
encaminábanos, siendo bastante el preguntar cómo se portaba la mujer
del cura, para que ellos nos instruyesen en el número de las que le
habían conocido, los hijos e hijas que habían tenido en cada una, sus
linajes y hasta las más pequeñas circunstancias de lo que con ellas
sucedía en los pueblos»[657].

       [653] Ob. cit., segunda parte, pág. 231.

       [654] Ibidem, pág. 238.

       [655] Ibidem, pág. 239.

       [656] Ibidem, pág. 292.

       [657] Ob. cit., pág. 349.

«Cuando nosotros pasábamos (año 1741) por aquel pueblo (Lambayeque)
para Lima, sucedió que un simple clérigo tuvo atrevimiento para
intentar apalear al Corregidor porque fué a su casa a sacar un reo
que acababa de dar de puñaladas a un vecino y se había retirado a
ella; en fin, allí es donde no hay poder para que exerca el suyo la
justicia»[658]. «Cuando pasamos por Panamá se hallaba aquella Audiencia
en un estado tan corrompido y tan desacreditada la justicia, que entre
los sujetos que formaban aquel tribunal, había uno (cuyo desahogo
sobresalía al de los demás), el cual tenía a su cargo el ajustar los
pleitos y convenirse con los interesados en el importe de la gracia que
se les había de hacer»[659]. «Entre los vicios que reinan en el Perú,
el concubinaje, como más escandaloso y más general, deberá tener la
primacía. Todos están comprendidos en él, europeos, criollos, solteros,
casados, eclesiásticos, seculares y regulares...»[660]. «Pero lo que
se hace más notable es que los conventos estén reducidos a públicos
burdeles...»[661].

       [658] Ibidem, pág. 447.

       [659] Ibidem, pág. 464.

       [660] Ibidem, pág. 490.

       [661] Ibidem, pág. 494.



B

  PROVISIÓN DE LOS REYES MANDANDO SUSPENDER EL CONOCIMIENTO DE LOS
  NEGOCIOS Y CAUSAS CRIMINALES CONTRA LOS QUE VAN CON CRISTÓBAL COLÓN
  FASTA QUE VUELVAN[662].

       [662] _Archivo de los duques de Veragua._--_Colec. de doc.
       inéd., etc._, tomo XIX, págs. 465-467.


Don Fernando e Doña Isabel, por la gracia de Dios Rey e Reina de
Castilla, de Leon, de Aragon, de Secilia, de Granada, de Toledo, de
Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba,
de Córcega, de Murcia, de Jaen, de los Algarbes, de Algeciras, de
Gibraltar e de las Islas de Canarias: Condes de Barcelona; Señores
de Vizcaya e de Molina; Duques de Atenas e de Neopatria; Condes de
Rosellon e de Cerdania; Marqueses de Oristan e de Gociano: A los
de Nuestro Consejo e Oidores de la Nuestra Abdencia, Corregidores,
Asistentes, Alcaldes e Alguaciles, Merinos e otras Justicias
cualesquier de cualesquier Cibdades e Villas e Logares de los nuestros
Reinos e Señoríos, e a cada uno e cualquier de Vos a quien esta Nuestra
Carta fuese mostrada, o su traslado signado de Escribano publico, salud
e gracia. Sepades que Nos mandamos ir a la parte del Mar Oceano a
Cristobal Colon a facer algunas cosas complideras a Nuestro servicio, e
para llevar la gente que ha menester en tres carabelas que lleva, diz
que es necesario dar seguro a las personas que con el fueren, porque
de otra manera no querrian ir con el, al dicho viage; e por su parte
Nos fue soplicado que ge lo Mandasemos dar, o como la Nuestra Merced
fuere; e Nos tovimoslo por bien. E por la presente damos seguro a
todas e cualesquier personas que fueren en las dichas carabelas con el
dicho Cristobal Colon en el dicho viage que hace por Nuestro mandado
a la parte del dicho Mar Oceano, como dicho es, para que no les sea
fecho mal ni daño ni desaguisado alguno en sus personas ni bienes, ni
en cosa alguna de lo suyo, por razón de ningun delito que hayan fecho
ni cometido fasta el dia desta Nuestra Carta, e durante el tiempo que
fueren e estubieren alla con la venida a sus casas e dos meses despues.
Porque vos Mandamos a todos, e a cada uno de Vos en vuestros logares
e jurisdiciones, que no conoscais de ninguna cabsa criminal tocante
a las personas que fueren con el dicho Cristobal Colon en las dichas
tres carabelas, durante el tiempo susodicho; porque Nuestra Merced e
voluntad es, que todo ello este asi suspendido. E los unos ni los otros
no fagades ni fagan ende al por alguna manera, so pena de la Nuestra
Merced e de diez mil maravedis para la Nuestra Camara a cada uno que lo
contrario ficierede. E demas Mandamos a cualquier Escribano publico que
para esto fuere llamado que deende al que vos la mostrase testimonio
signado con su signo, porque Nos Sepamos en como se cumple Nuestro
mandado. Dada en la Nuestra Cibdad de Granada a treinta dias del mes
de Abril, Año del Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo de mil e
cuatrocientos e noventa y dos años.--_Yo el Rey._--_Yo la Reina._--Yo
Joan de Coloma, secretario del Rey e de la Reina Nuestros Señores, la
fice escrebir por su mandado.--(_Esta firmada._)

En las espaldas está sellada en papel con cera colorada, y
tiene las notas siguientes:--_Acordada su firma._--_Rodericus,
Doctor._--(_Esta firmado._)--_Francisco de Madrid, Chanciller._--(_Esta
firmado._)--_Derechos nihil._--(Esta rubricado).

Del mismo modo, antes de partir Cristóbal Colón a su tercer viaje,
los Reyes Católicos, mediante Real Provisión de 22 de junio de 1497,
concedieron indulto a todos los súbditos y naturales de estos reinos
que hubiesen cometido cualquier delito, con algunas excepciones, con
tal que fuesen en persona a servir en la Isla Española a sus expensas,
por cierto tiempo.

«Los condenados a pena de muerte eran indultados totalmente pasando
allí sólo dos años, y uno únicamente de estancia en la misma libraba
de todas las condenas y penas inmediatas a la última. De esta
manera, exceptuados los casos de herejía, lesa magestad, incendio y
falsificación de moneda, todos los estafadores, perjuros, falsarios,
ladrones y asesinos, yendo a sus costas a la Española, podían
volver plenamente rehabilitados a Castilla al cabo del tiempo ya
dicho...»[663].

       [663] Véase conde Roselly de Lorgues, _Cristóbal Colón_, tomo
       I, págs. 411 y 412.



C

REAL CÉDULA DADA EN MADRID 15 DE ABRIL DE 1540[664].


El Rey: Por quanto Nos somos informados, que en la Provincia de
Tierra Firme, llamada Castilla del Oro, ay echa Ordenanza, usada y
guardada, para que a los negros que se alzaren se les corten los
miembros genitales, y que a acaescido cortarselos a algunos, y morir
dello, lo qual demás de ser cosa mui deshonesta, y de mal exemplo, se
siguen otros inconvenientes, é visto por los del nuestro Consejo de
las Indias: Fué acordado que devia mandar dar esta mi cédula en la
dicha razon por la qual proivimos y defendemos que de aquí adelante
en manera alguna no se egecute la dicha pena de cortar los dichos
miembros genitales, que si necesario es, por la presente rebocamos
qualquier Ordenanza que cerca de lo suso dicho esté echa, y mandamos
a los nuestros oydores de la nuestra Audiencia é Chanzilleria Real de
la dicha Provincia de Tierra Firme, y al Reverendo en Christo Padre
Obispo de la dicha Provincia que ordenen la pena que se deve dar a los
negros que se alzaren, y envien al dicho nuestro Consejo de las Indias
relacion de la pena que assi acordaren que se les dé, y entre tanto que
la envian y se ve, y se provee lo que convenga, Mandamos a las nuestras
Justicias de la dicha Provincia que cada, y quando se alzaren los
dichos esclavos negros ó cometieren otro delito, los castiguen conforme
al delito que hicieren.--_Fray García Cardenalis Hispalensis._

       [664] _Arch. hist. nac._--_Cedulario índico_, tom. IX. núm.
       256, págs. 147 v.ª y 149.



D


De una carta de D. Francisco Pi y Margall dirigida a los Estados Unidos
de América, trasladamos aquí lo que creemos más interesante en el
asunto de que se trata[665].

       [665] Publicóse dicha carta en _El Nuevo Régimen_ de 28 de
       agosto de 1909, y se volvió a publicar en el mismo periódico
       el 31 de diciembre de 1915.

  «Me dirijo a tí, República del Norte, desde una nación que te
  ultraja y te odia, por creerte cómplice de los insurrectos de
  Cuba. Si respecto a Cuba de algo debiera yo acusarte, sería de
  haberte conducido sobradamente remisa y floja. _...América para los
  americanos_; ese ha de ser tu criterio y tu grito de combate.

  Como de los europeos es Europa, de los americanos ha de ser
  América. No consentirían los europeos colonias ni en sus playas ni
  en sus islas, y no hay razón para que los americanos las consientan
  en las suyas. Siete siglos llevaron en Europa los árabes, y no se
  paró hasta arrojarlos a las costas de Africa; seis siglos llevan en
  Europa los turcos, y se conspira incesantemente para rechazarlos al
  Asia. Por dos veces ha intentado Rusia en este siglo apoderarse de
  Constantinopla...

  Europa anda como nunca desalada por ejercer imperio sobre extrañas
  gentes. No obró en siglo alguno con mayor descaro ni mayor
  violencia.

  Ve ahora los principios que invoca para sus conquistas. Te
  detallaré a continuación los medios que emplea.

  Hoy, como en el siglo XVI, tiene por principio inconcuso que las
  tierras ignoradas son del que las descubre. En vista de este
  principio, Colón, al llegar a Guanahaní, bajó a la costa, enarboló
  el estandarte de Castilla, tiró de la espada, y por ante escribano
  tomó posesión de la isla. En virtud de este principio hicieron otro
  tanto los demás descubridores de América. Hasta del mar del Sur
  u Océano Pacífico tomó posesión en parecida forma Vasco Núñez de
  Balboa. Metióse en el agua hasta las rodillas, llevando embrazado
  el escudo, en una mano la espada, en la otra el pendón de Castilla,
  y por ante escribano tomó _posesión corporal y real_, no sólo de
  aquel mar, sino también de sus tierras y sus costas, y sus puertos
  y sus islas, y los reinos y provincias anexos. Se aplica hoy este
  principio con una exageración muy semejante a la de Vasco Núñez. Se
  toma posesión apenas se ha puesto el pie, en un lugar de Africa, de
  territorios inmensos que no se ocuparán en años, tal vez en siglos.
  Se la toma de lo que no se domina, bautizándolo con el nombre de
  _zonas de influencia_.

  El principio es evidentemente falso. Podrá ocuparse lo que otro no
  ocupe, no lo que ocupen pueblos cultos o bárbaros. Se ocupan en
  este caso tierras y hombres, cosa que no prescriben la dignidad
  ni la naturaleza de seres racionales y libres. Las tierras que
  se ocupan, constituye, por otra parte, la patria de los que las
  pueblan: no hay derecho a quitársela, lo hay tanto menos en hombres
  que se consideran obligados a defender en todo tiempo y a todo
  trance la integridad de su patria; ¿cómo se han de considerar
  con derecho a defenderla si están siempre dispuestos a violar la
  integridad de la patria ajena?

  Un pueblo no puede cambiar su condición porque otro lo descubra.
  El descubrimiento es para él completamente extraño, tan extraño,
  que ni aun descubridor se considera. Recibe el pueblo descubridor
  como recibía antes los de sus alrededores; y, si por acaso lo ve
  de otro color o con otras condiciones, lo mira con curiosidad y
  aun lo agasaja, mientras no lo ve con ánimo hostil y en son de
  guerra. Entre el pueblo descubridor y el descubierto cabe que se
  establezcan relaciones de amistad y de comercio, nunca de vasallaje.

  Descubrió Europa la América y se creyó con derecho a sojuzgarla; si
  América hubiese descubierto a Europa, ¿habría reconocido Europa en
  América el derecho de someterla?

  El principio es antihumano, irracional, absurdo. ¿No parece mentira
  que lo aplique aún Europa, blasonando, como blasona, de ser la más
  culta parte del mundo?

       *       *       *       *       *

  Sigue aún Europa otro principio. Colonizar es civilizar, dice;
  porque amo la civilización, llevo mis soldados a las tierras de
  Africa y a las de apartadas regiones.

  ¿No cabe, según esto, civilizar sino por la violencia? La Historia
  lo desmiente. Siglos vivieron en nuestras costas los fenicios y
  los griegos sin lucha ni contiendas. Cuando fuimos nosotros a
  América, hasta con alborozo nos recibieron los habitantes de Haití;
  a creernos bajados del cielo llegaron. Desvivíanse aquellos hombres
  por servir a Colón, sobre todo cuando encalló en sus playas una
  de nuestras naves. Bajaron más tarde Orellana por el Amazonas y
  Ochagana por el Apure, sin que los hostilizaran, antes bien, los
  recibieron con agrado los pueblos de las orillas.

  En la América del Norte compró Guillermo Penn tierras a los
  delawares, y cuando los delawares quisieron faltar al compromiso,
  tuvo en su defensa a los iroqueses.

  En México, ¿quién duda que Hernán Cortés habría podido establecer
  buenas relaciones entre nosotros y los aztecas, si en vez de
  haber ido allí con aparato de guerra se hubiese limitado a
  presentarse como un embajador de don Carlos? Aun habiendo entrado
  en Tenochtitlan con infantes, caballos, arcabuces y cañones, habría
  podido enlazar pacíficamente los dos pueblos, si no se hubiese
  empeñado en poner aquella nación bajo la obediencia del rey de
  España y obligarla al pago de tributos.

  Por el bárbaro sistema de conquista hirió Europa los sentimientos
  y destruyó la civilización de los pueblos cultos y no domó, en
  cambio, los salvajes, vivos y enérgicos, aun después de cuatro
  siglos, así en América como en Oceanía.

  Por el comercio se debe ganar a los pueblos y no por la destrucción
  y la guerra. Aun los más salvajes acogen bien a sus semejantes
  cuando no tienen razón de temerlos. Son en general más humanitarios
  y menos egoístas que nosotros, y no nos rechazan. Los escandinavos,
  en sus primeras excursiones a las islas y costas Orientales de
  América, no encontraron, como es sabido, en los indígenas la menor
  resistencia.

  ¡La conquista medio de civilización! A nosotros, los españoles, nos
  conquistaron los cartagineses, los romanos, los godos y los árabes,
  y en este siglo los franceses, que llegaron a tener aquí un Rey
  en el trono; debiéramos ser y no somos el pueblo más culto de la
  tierra. Ni fueron los romanos vencedores los que en los antiguos
  tiempos civilizaron a los griegos vencidos, sino los griegos
  vencidos los que civilizaron a sus vencedores. Ni fué aquí tampoco
  la gente goda la que nos civilizó a nosotros, sino nosotros los que
  hubimos de civilizar a la gente goda.

  Cuando en nuestros pocos años de esplendor fuimos a América y la
  conquistamos, lejos, por otro lado, de civilizarla, destruímos
  la civilización de México y el Perú, sin hacerlos más felices,
  antes oprimiéndoles bajo el peso de males como en los anteriores,
  ni en los posteriores siglos los registra la historia. De tal
  manera fuimos su azote, que se nos supuso escogidos por Dios para
  instrumento de sus venganzas. Vivía el Perú precavido contra las
  malas cosechas, y el hambre y nosotros suprimimos incesantemente
  las precauciones. Eran los mejicanos gente dócil y los hicimos
  díscolos. ¿Dimos después al uno ni al otro pueblo mayor libertad?
  Respondan las encomiendas. No compensa el bien que pudimos
  hacerles, los horribles males que les infligimos.

  Destruímos civilizaciones que debimos limitarnos a corregir, y poco
  o nada pudimos hacer en mucho tiempo con los pueblos salvajes. Los
  hay todavía después de cuatro siglos, en las dos Américas. No se
  los trae a la civilización; se los va aniquilando.

  No es fácil que sean otros los resultados. Lo primero que procura
  el conquistador es asegurar su conquista, reduciendo los vencidos
  poco menos que a la servidumbre. Piensa a continuación en hacerle
  fuente de riqueza para su pueblo, y ya condena los indígenas a
  rudos e ímprobos trabajos, ya les arrebata la hacienda, ya los
  agobia con excesivos tributos, que los aisla y los condena a que
  no se surtan de otros productos que los de su agricultura y de
  su industria. Un monopolio en nuestra pró hicimos nosotros del
  comercio de América durante siglos. Si en el país conquistado hace
  el pueblo conquistador mejoras, atendiendo a sus intereses, y no al
  de los vencidos, las realiza.

  En el terreno moral no pone ahinco el conquistador, sino en
  fanatizar a los indígenas. Ve en el fanatismo un medio de
  consolidar su obra, y lo utiliza. Los somete a continuas prácticas
  religiosas, y de ahí que le presente como imagen de Dios al
  sacerdote. Esto hicimos nosotros en toda América, y esto en las
  islas Filipinas.....

  La instrucción ¡cuán poco la desarrollaron los conquistadores! Ven
  en ella un enemigo; ven, por el contrario, en la ignorancia otro
  medio de mantener sometidos a sus vasallos. Ya que den la primera
  enseñanza, la neutralizan, esclavizando el pensamiento, y tal vez
  cerrando a piedra y lodo las fronteras para los libros de otros
  pueblos...

  Ciega en su afán de dominación, Europa rara vez consulta la
  voluntad de los que intenta poner bajo su dominio. Emplea, aquí
  la fuerza; allí el más punible dolo; y al otro día de haber
  tomado posesión de sus usurpaciones, castiga hasta con la pena
  de muerte a los que se le rebelan. De bandoleros y de foragidos
  los acusa ella, que para sojuzgarlos no ha ejercido sino actos
  de bandolerismo. Tutora se llama luego de sus oprimidas gentes,
  y no encuentra nunca razón de emanciparlas. Si después de siglos
  se alzan por su independencia, de ingratas las califica y como
  criminales vuelve a tratarlas. Años y años lucha por retenerlas,
  sin perdonar sacrificios de oro y sangre. ¿Qué no debiste sufrir
  tú por conseguir la libertad que tanto te ha engrandecido? ¿Qué
  no debieron sufrir las colonias que nosotros teníamos de México
  a Chile? Debieron nacer hombres del temple de Washington y de
  Bolívar para que América pudiera sacudir el yugo de sus seculares
  opresores...

  Haz tú de América la antítesis de Europa, República de Washington.
  Trabaja cuanto puedas por arrojar de tu continente hasta la sombra
  de la monarquía. Presta, presta, como antes te dije, tu influjo y
  tus armas a las colonias que luchan por su independencia. Te lo
  exige la Humanidad y te lo exige tu historia. Negar a los pueblos
  de la América española el derecho a la independencia, decía, el año
  1821, una Comisión de tu Congreso, sería renunciar a la nuestra; no
  olvides nunca estas palabras.

  No olvides tampoco las que escribió Bolívar en su programa del 2
  de Agosto de 1824: _La libertad del Nuevo Mundo es la esperanza
  del Universo_. Defiende y escuda esa libertad donde quiera que
  esté en peligro. En Europa, no sólo hay aún naciones regidas por
  el absolutismo; en las libres es aún de temer que el absolutismo
  renazca...

  Así termina la notabilísima carta: «¡República de Washington!
  Cansada de tu aislamiento, te ingieres ya en los negocios de Europa
  a la manera de la Europa misma. Apártate de tan cenagoso camino
  y sigue el que podrá llevarte a la regeneración del mundo. Tú
  tienes hoy en tus manos la fuerza, la libertad, la industria, la
  ciencia. Tu poder te impone deberes que no puedes dejar de cumplir
  sin violar los fueros de la Humanidad y los de la Justicia. Aun la
  cuestión social puedes resolver por la anchurosa vía que te está
  abierta.

                                              F. PI Y MARGALL.

    _Madrid, 10 de noviembre de 1896._»



E


GONZALO FERNÁNDEZ DE OVIEDO.

Nació Gonzalo Fernández de Oviedo en Madrid en agosto de 1478. A los
trece años entró al servicio del príncipe Don Juan, y a la muerte de
dicho heredero de la Corona logró continuar en la corte y servir a los
Reyes Católicos. Adquirió gran amistad con Diego y Fernando, hijos de
Cristóbal Colón, como también con Vicente Yáñez Pinzón, Fray Nicolás
de Ovando y otros personajes. Estuvo en Italia y recorrió algunas
poblaciones de España. Asistió en Dueñas (Palencia) al casamiento de
Don Fernando el _Católico_ con Doña Germana, y fué testigo de las
diferencias entre dicho Don Fernando y Don Felipe el _Hermoso_. El
emperador Carlos V le honró mucho y le mandó escribir la _Historia
General y Natural de Indias_.

Hizo su primera expedición al Nuevo Mundo, saliendo del puerto de
Sanlúcar el 11 de abril de 1514. En la misma expedición, y tal vez en
el mismo barco, iba también Bernal Díaz del Castillo; volvió a España
en el año siguiente. Varias veces hizo los mismos viajes, siendo
perseguido y preso por la inquina que siempre le tuvo Pedro Arias de
Avila (Pedrarias Dávila), gobernador del Darién.

Entre sus obras figuran, en primer término, las dos siguientes:

_Sumario de la Natural Historia de las Indias_ (1525).

_Historia General y Natural de las Indias, Islas y Tierra Firme del mar
Océano_ (1535 y 1557).

El asunto de ambas es el mismo; pero debe preferirse la segunda, que
se halla más completa y con más cuidado escrita. Consta dicha obra de
cincuenta libros. «Aunque la _Historia General y Natural de las Indias_
no satisfaga hoy todas las exigencias de la crítica, siempre presentará
a nuestra vista el maravilloso efecto que en nuestros abuelos produjo
el espectáculo de un Nuevo Mundo, y descubrirá a los extraños mil
ignorados tesoros»[666].

       [666] Amador de los Ríos, _Vida y escritos de Gonzalo
       Fernández de Oviedo_, fol. CVI, en la _Historia General y
       Natural de las Indias_, tomo I.


FERNANDO COLÓN.

Fernando Colón nació en Córdoba el 15 de agosto de 1488[667]. Creció y
se educó entre príncipes. Cuando llegó a tener la edad necesaria para
el caso, él y su hermano Diego fueron nombrados pajes del príncipe
D. Juan, hijo de los Reyes Católicos. Habiendo muerto prematuramente
D. Juan y antes de emprender su tercer viaje el Almirante, Fernando,
acompañado de su hermano Diego, marcharon desde Sevilla a la corte
para continuar siendo pajes de la Reina Católica.

       [667] Otros dicen que el veintitantos de septiembre.

Salía ya Fernando casi de la adolescencia cuando marchó a las Indias
en compañía de su padre. Si en su niñez había recibido en Sevilla los
insultos de los enemigos del Almirante, en este cuarto viaje pudo
conocer la fiereza de algunos indios, la furia de las tempestades, la
destrucción de varios navíos, el hambre en la Jamaica, la rebelión de
los Porras y otros sucesos tan poco halagüeños.

A su vuelta de América, padre e hijo se detuvieron algunos meses en
la citada ciudad andaluza para descansar de las fatigas que pasaron
durante el viaje.

Posteriormente hizo segunda expedición al Nuevo Mundo.

Además de sus viajes a las Indias recorrió Europa, Asia y Africa, y
estuvo en Italia, Flandes y Alemania en compañía del Emperador. Todos
estos viajes fueron aprovechados, pues adquirió profundos conocimientos
en Cosmografía, Náutica, Matemáticas e Historia Natural.

Su generosidad le llevó a establecer en Sevilla una Academia y Colegio,
al cual dejó su Biblioteca, que a fuerza de trabajo y paciencia llegó
a reunir muchos volúmenes. También comenzó la fábrica de suntuoso
edificio fuera de los muros de la ciudad y próximo al Guadalquivir, que
la muerte le impidió ver acabada y que destinaba a los citados Colegio
y Academia.

Los muchos trabajos que sufrió durante su vida, los frecuentes viajes
en países de diferente clima, la escasez y mala calidad a veces de los
alimentos debilitaron su salud y abreviaron su existencia, la cual
terminó a las doce del día en la ciudad de Sevilla el 12 de julio de
1539. Otorgó su testamento en dicho día 12.

La _Historia del Almirante_, publicada después de otras producciones
suyas notables, fué escrita para desvanecer los errores que se habían
dicho y propagado acerca del descubridor del Nuevo Mundo.

Dicha obra, escrita en castellano, fué traducida al toscano por Alfonso
de Ulloa; pero habiéndose perdido toda aquella edición, de la lengua de
Toscana pasó a la de Castilla, siendo recopilada con los historiadores
primitivos de Indias en tres tomos en folio, ilustrados con eruditas
notas y copiosos índices por D. Andrés González Barcia, del Consejo y
Cámara de S. M. Divídese en ciento ocho capítulos.

La mencionada obra, que indudablemente tiene mucha importancia, termina
dando noticia de los padecimientos que a la vuelta del Nuevo Mundo
sufrió el Almirante a causa de las tempestades; en una de ellas (19
de octubre de 1504) se rompió el árbol mayor del buque y en otra la
contramesana. En mayo de 1505 pasó el Almirante a la corte. Ya había
muerto D.ª Isabel, muerte que sintió D. Cristóbal porque ella era la
que le apoyaba y favorecía, pues si D. Fernando le recibió con muestras
de cariño y le ofreció volverle a poner en su estado, su intención era
no dejar el absoluto dominio de lo conquistado y proveer a su voluntad
los oficios que le tocasen. Triste, contrariado y enfermo, se retiró a
la ciudad del Pisuerga, falleciendo el 20 de mayo de 1506.



F


LEYES QUE TENÍAN LOS INDIOS DE LA NUEVA ESPAÑA, ANAHUAC O MÉXICO, SEGÚN
FRAY ANDRÉS DE ALCOBIZ.

Si el hijo del principal era tahur, y vendía lo que su padre tenía, o
vendía alguna suerte de tierra, moría por ello secretamente ahogado; y
si era macehual, era esclavo.

Si alguno toma de los magueyes para hacer miel, y son de veinte,
págalos con las mantas que los jueces dicen; y si no las tiene, ó es de
más magueyes, es esclavo o esclavos.

Quien pide algunas mantas fiadas o emprestadas, y no las paga, es
esclavo.

Si alguno hurta alguna red de pescar, págala con mantas; y si no las
tiene, es esclavo.

Si alguno hurta alguna canoa, paga tantas mantas cuantas vale la canoa;
y si no las tiene, es esclavo.

Si alguna esclava pequeña, que no es de edad para hombre, alguno la
toma, es esclavo el que se echó con ella, si muere; de otra manera paga
la cura.

Si llevó a vender su esclava a Escapuzalco, do era la feria de los
esclavos, y el que se la compró le dió mantas, y él las descojó y se
contentó de ellas, si después se arrepiente, vuelva las mantas.

Si alguno quedó pequeñito y los parientes le venden, y se sabe después
cuando es mayor, sacan los jueces las mantas que les parecen para dar
al que lo compró, y queda libre.

Si algún esclavo se huye y se vende a otra persona, pareciendo, se
vuelva a su dueño, y pierde lo que dió por él.

Si alguno se echa con esclava, y muere estando preñada, es esclavo el
que con ella se echó; y si pare, el parto es libre y llévalo el padre.

Si algunos vendieron algún niño por esclavo, y después se sabe, todos
los que en ello entendieron son esclavos, y dellos dan uno al que lo
compró, y los otros los reparten entre la madre de quien era el niño
que vendieron, y entre el que lo descubrió.

Los que dan bebedizos para que otra muera, muere por ello a garrotazos,
y si la muerta era esclava, era esclava la que los daba.

Si hurtaban las mazorcas de maíz, de veinte arriba, moría por ello; y
si menos, pagaba alguna cosa por ello.

El que arrancaba el maíz antes de granado, moría por ello.

El que hurtaba el yete, que es una calabaza atada con unos cueros
colorados por la cabeza, con unas borlas de pluma en el cabo, de que
usan los señores, y traen en ellas polvos verdes, que son tabaco, moría
el que lo hurtaba a garrotazos.

El que hurtaba algún chalchuy en cualquier parte, era apedreado en el
tianguez, porque ningún hombre bajo lo podía tener.

El que en el tianguez hurtaba algo, los del tianguez lo mataban a
pedradas.

El que salteaba en el camino, era apedreado públicamente.

Era ley que el papa que se emborrachaba, en la casa do le hallaban
borracho, lo mataban con unas porras, y el mozo por casar que se
emborrachaba, era llevado a una casa que se decía telpuchcalli, y allí
le mataban con garrotes; y el principal que tenía algún cargo, si
se emborrachaba, quitábanle el oficio, y si era valiente hombre, le
quitaban el título de valiente.

Si el padre pecaba con su hija, morían ahogados con garrote, echada una
soga al pescuezo.

El que pecaba con su hermana moría ahogado con garrote, y era muy
detestable entre ellos.

Si una mujer pecaba con otra, las mataban ahogándolas con garrotes.

El papa que era hallado con alguna mujer, le mataban secretamente con
un garrote, e le quemaban, e derribábanle su casa, y tomábanle todo lo
que tenía, y morían todos los encubridores que lo sabian y callaban.

No bastaba probanza por el adulterio, si no los tomaban juntos, y la
pena era que públicamente los apedreaban.

_Algunas destas leyes no son auténticas, porque se sacaron de un
librillo de indios no auténtico, como estotras que se siguen, las
cuales son verdaderas._

En esto que se sigue no se trata más de decir y contar las leyes que
los indios de Nueva España tenían en cuatro cosas: la primera, es de
los hechiceros y salteadores; la segunda, es de la lujuria; la tercera,
es de las guerras; la cuarta, es de los hurtos.


CAPÍTULO PRIMERO, QUE TRATA DE LOS HECHICEROS Y SALTEADORES.

Era ley que sacrificasen, abriéndolo por los pechos, al que hacía
hechicerías para que viniese algún mal sobre alguna ciudad.

Era ley que ahorcasen al hechicero que con hechizos ponía sueño a los
de la casa para poder entrar más seguro a robar.

Ahorcaban a los salteadores de los caminos y castigaban muy reciamente.

Ahorcaban al que mataba con bebedizos. Ahorcaban a los que por los
caminos, por hacer mal, se fingían ser mensajeros de los señores.


CAPÍTULO DOS, QUE TRATA DE LA LUJURIA.

Ahorcaban al que se echaba con su madre por fuerza; y si ella era
consentidora de ello, también la ahorcaban a ella, y era cosa muy
detestable.

Ahorcaban a los hermanos que se echaban con sus hermanas.

Ahorcaban a los que se echaban con su entenada, y a ella también, si
había consentido.

Tenía pena de muerte el que pecaba con su suegra. Apedreaban a las que
habían cometido adulterio a sus maridos, juntamente con el que con ella
había pecado. A ninguna mujer ni hombre castigaban por este pecado de
adulterio, si sólo el marido della acusaba, sino que había de haber
testigos y confesión de los malhechores; y si estos malhechores eran
principales, ahogábanlos en la cárcel.

Tenía pena de muerte el que mataba a su mujer por sospecha o indicio, y
aunque la tomase con otro, sino que los jueces lo habían de castigar.

En algunas partes castigaban al que se echaba con su mujer después que
le oviese fecho traición.

Por la ley no tenía pena el que se echaba con la manceba de otro,
exceto si había ya mucho tiempo que el otro la tenía, y por haber mucho
que estaban juntos eran entre sus vecinos tenidos por casados.

Ahorcaban al puto o somético y al varón que tomaban en hábito de mujer.

Mataban al médico o hechicera que daba bebedizos para echar la criatura
la mujer preñada, y asimismo a la que lo tal tomaba para este efecto.

Desterraban y tomaban los vestidos y dábanle otros castigos recios a
los papas que tomaban con alguna mujer; y si había pecado contra natura
los quemaban vivos en algunas partes y en otras los ahogaban o los
mataban de otra manera.


CAPÍTULO TERCERO, QUE TRATA DE LAS LEYES QUE HABÍA EN LAS GUERRAS.

Cuando algún pueblo se rebelaba, enviaban luego los señores de los
tres reinos, que era México y Tezcuco y Tlacopan, secretamente a saber
si aquella rebelión procedía de todo el pueblo o sólo por mandado y
parecer del señor de tal pueblo: y si esta rebelión procedía solamente
del señor de tal pueblo, enviaban los señores de los tres reinos
sobredichos, capitanes y jueces que públicamente justiciaban a los
señores que se rebelaban y a los que eran del mismo parecer; y si esta
rebelión era por parecer y voluntad de todo el pueblo, requeríanlos
muchas veces a que fuesen subjetos como antes y tributasen; y si
después de muchas veces requeridos no querían subjetarse, entonces
dábanles ciertas rodelas y ciertas armas en señal de amenazas, y
apregonaban la guerra a fuego y a sangre; pero de tal manera que en
cualquier tiempo que saliesen de paz los tales rebeldes, cesaban la
guerra.

Era ley que degollasen a los que en la guerra hacían algún daño a los
enemigos sin licencia del capitán, o acometían antes, o se apartaban de
la capitanía.

Tenía pena de muerte el que en la guerra quitaba la presa a otro.

Tenía pena de muerte y de perdimiento de bienes y otras muy graves
penas, el señor o principal que en algún baile o fiesta o guerra sacaba
alguna divisa que fuese como las armas y divisas de los señores de
México y Tezcuco y Tlacopan, que eran los tres reyes principales, y
algunas veces había guerra sobre ello.

Hacían pedazos y perdía todos los sus bienes y hacían esclavos a todos
sus parientes, al que era traidor, avisando a los enemigos en la
guerra, avisándoles de lo que se concertaba o platicaba contra ellos.


CAPÍTULO CUARTO, QUE TRATA DE LOS HURTOS.

Hacían esclavo al que era ladrón, si no había gastado lo hurtado; y si
lo había gastado, moría por ello, si era cosa de valor.

El que en el mercado hurtaba algo, era ley que luego públicamente en el
mismo mercado le mataban a palos.

Ahorcaban a los que hurtaban cantidad de mazorcas de maíz o arrancaban
algunos maizales, exceto si no era de la primera renglera que estaba
junto al camino, porque desta tenían los caminantes licencia de tomar
algunas mazorcas para su camino.

Era ley, y con rigor guardada, que si algún indio vendía por esclavo
algún niño perdido, que hiciesen esclavo al que lo vendía, y su
hacienda partían en dos partes; la una parte daban al niño, y la otra
parte al que lo había comprado; y si los que lo habían vendido eran más
de uno, a todos los hacían esclavos.


ESTAS SON LEYES DIVERSAS.

Tenían pena de muerte los jueces que hacían alguna relación falsa al
señor superior en algún pleito, y asimismo los jueces que sentenciaban
a alguno injustamente.

Ahorcaban y muy gravemente castigaban a los hijos que gastaban mal la
hacienda que sus padres les habían dejado, o deshacían para gastar mal,
o destruían las armas o joyas o cosas señaladas que los padres les
habían dejado; y asimismo tenían esta pena y castigo los que quedaban
por tutores de algunos menores, si no daban buena cuenta a los hijos de
los bienes de sus padres difuntos.

Tenía pena de muerte el que quitaba o apartaba los mojones y términos o
señales de las tierras y heredades.

El modo que tenían de castigar a sus hijos y hijas siendo mozos, cuando
salían viciosos y desobedientes y traviesos, era trasquilarlos y
traerlos maltratados, y punzarles las orejas y los muslos y brazos.

Era cosa muy vedada y reprendida y castigada el emborracharse los
mancebos hasta que fuesen de cincuenta años, y en algunas partes había
penas aseñaladas.

Hacían esclavo al que vendía alguna tierra ajena o que tuviese
depositada, sin licencia.

Era ley que el esclavo que estaba preso y se soltaba de la prisión y
iba a palacio, en entrando que entrase en el patio era libre de la
servidumbre, y como libre podía andar seguro.

Era costumbre entre ellos que los hijos de los señores y hombres ricos
en siendo de siete años, poco más o menos, entraban en los templos
a servicio de los ídolos, adonde servían barriendo y haciendo fuego
delante de los templos y salas y patios; y echaban los enciensos en
los fuegos y servían a los papaguaques; y cuando eran negligentes o
traviesos o desobedientes, atábanles las manos y pies, y punzábanles
los muslos con unas puyas y los brazos y los pechos, y echábanlos a
rodar por las gradas abajo de los templos pequeños; y más es de saber,
que en México y ansi mismo en Tezcuco y Tacuba había tres Consejos;
el primero era Consejo de las cosas de guerra; el segundo era adonde
había cuatro oidores para oir los pleitos de la gente común; el tercero
era el Consejo adonde se averiguaban los pleitos que entre señores y
caballeros se ofrecían, o entre pueblos sobre señorios o por términos,
y deste Consejo en ciertas cosas señaladas daban parte al Señor, que
eran como casos reservados a estos reyes y señores de estos tres reinos
que arriba están dichos.


ESTAS SON LAS LEYES POR LAS CUALES CONDENABAN A ALGUNO A QUE FUESE
ESCLAVO.

Hacían pedazos y perdía todos sus bienes y hacían esclavos todos sus
parientes al que era traidor, avisando a los enemigos en la guerra,
avisándoles de lo que se concertaba o platicaba _en el real_ contra
ellos[668].

       [668] Esta ley es la misma que la última del capítulo tercero;
       la única diferencia es que se añade las palabras _en el real_.

Hacían esclavo al que había hecho algún hurto en cantidad, si aún no lo
había gastado.

Era ley que si algún indio vendía por esclavo a algún niño perdido, y
ansimismo hacían esclavos a todos los que lo habían vendido, si eran
muchos.

Hacían esclavo al que vendía alguna tierra ajena o que tuviese
depositada, sin licencia[669].

       [669] Esta ley es la misma que la sexta de _Estas son leyes
       diversas_.

En algunas partes era ley que hacían esclavo al que había empreñado
alguna esclava cuando la tal moría de parto, o por el parto quedaba
lisiada.

Hacían esclavos a los que hurtaban cantidad de mazorcas de maíz en los
maizales de los templos o de los señores.

Por otras cosas también hacían esclavos, mas eran arbitrarias; mas
estas sobredichas eran leyes que ningún juez podía dispensar en ellas,
si no era matando al que las cometía, por no hacerlo esclavo; y todo
esto sobredicho es verdad porque yo las saqué de un libro de sus
pinturas, adonde por pinturas están escritas estas leyes en un libro
muy auténtico; y porque es verdad lo firmé de mi nombre.

Fecha en Valladolid a diez del mes de septiembre de mill y quinientos y
cuarenta y tres años.--_Fray Andrés de Alcobiz._



G


USOS Y COSTUMBRES DE LOS INCAS.[670]

       [670] _Archivo de Indias._--_Colec. de doc. inéd._, etc., tomo
       XXI, págs. 131-220.

En junio de 1571, ante el muy ilustre D. Francisco de Toledo, virrey,
gobernador y capitán general del Perú, presidente de la Audiencia
de los Reyes, se hizo la siguiente información: Que antes que los
españoles--dijeron algunos indios ancianos--se apoderasen del Perú,
los Incas, caciques e indios ricos hacían sus sepulturas en sitios
retirados y escondidos, en las cuales disponían se enterrasen también
parte de sus tesoros y riquezas. El lugar de las sepulturas sólo era
conocido de las mujeres y buenos amigos del muerto, único modo de
impedir el robo de dichos tesoros.

Como los Incas, caciques y principales indios pensaban que habían
de resucitar y volver en cuerpo y alma a la tierra, por esta causa
enterraban sus tesoros; tesoros que habían de gozar después que
resucitasen.

Para servicio del Inca Guaynacapal y de otros Incas difuntos, tenían
los indios algunos criados y ganados, pues consideraban aquéllos como
si fueran vivos.

Con el objeto de que no se descubriesen los tesoros y riquezas de los
Incas y caciques ricos, para el secreto hacían confianza de los viejos,
entendiendo que éstos habían de morir presto y ya nadie sabría el lugar
de la sepultura.

Adoraban los indios a diferentes dioses, siendo el principal de todos
Viracocha, hacedor de todas las cosas[671]; también el Sol, Guanaconcí
y otros Guacas e ídolos. Muchos indios e indias se ocupaban en servir a
dichas divinidades.

       [671] Garcilaso tiene por dios supremo a Pachacámac, y por
       dios inferior a Viracocha, y el P. Valera identifica a
       Pachacámac y Viracocha.

Oyeron decir los dichos testigos que Topa Inca Yupangui, conquistador
del Perú, sacrifica niños a los dioses e ídolos, y ellos vieron que
Guaynacapal hacía los mismos sacrificios a la salida del sol y al
mediodía.

También ofrecían los Incas minas de oro y plata, ganados, etc., a
sus dioses; bienes que eran guardados y aprovechados por empleados a
quienes llamaban Camayos.

Además del dios Viracocha y de otros, los indios adoraban a algunas
fuentes, árboles y piedras, porque en estas cosas se habían convertido
los dioses.

Sin embargo, sólo Viracocha era el verdadero dios, pues los demás
servían como intercesores y nada más.

Con el objeto de que los indios no se hiciesen holgazanes y por ende
conspiradores o rebeldes, el dicho Guaynacapal Inca les hacía trabajar,
ya abriendo caminos, ya cambiando el curso de los ríos o en otras
cosas.

Por naturaleza el indio es holgazán y únicamente trabaja por temor al
castigo.

Puede asegurarse del mismo modo que los naturales de este reino es
gente de poco entendimiento, necesitando, por tanto, curador que los
gobierne.

En tiempo de Guaynacapal eran escasos las cocas[672], y sólo las comía
el Inca, el cual las mandaba como gran regalo a algunos caciques.

       [672] La coca era un arbol del Perú cuyas hojas eran muy
       estimadas por los indios.

El mencionado Guaynacapal hacía que los indios trabajasen en las minas
de oro, plata y otros metales.

Desde los tiempos de Topa Inca Yupangui, todos los curacas (hunos), que
eran señores de diez mil indios, daban al dicho Inca un vaso de oro;
los demás curacas y caciques mandaban a la corte y al servicio del Inca
sus hijos mayores. También cada comarca o provincia enviaba a la corte
un embajador para que enterase al Inca de todo lo que deseaba saber de
la citada comarca.

Dijeron los indios informantes que Topa Inca Yupangui, padre de
Guaynacapal, había muerto, ya viejo, en un pueblo que llaman Chincheso,
en el camino del valle de Yucay, término del Cuzco, y que Guaynacapal
murió en Quito, también anciano, y cuyo cuerpo trajeron a Cuzco.

Afirmaron del mismo modo, que los indios de los Andes, antes de la
llegada de los españoles, comían carne humana, como también los de las
provincias de los Chuncos y Chiriquanale.

Por último, dijeron que en las provincias de los Chinchas y del Collado
había indios que cometían el pecado contra natura, a los cuales se
les llamaba Oruas, que quiere decir hombre que hace de mujer, e iban
vestidos como las mujeres y tenían los rostros afeitados.



H


PATRIA Y ORIGEN DE CRISTÓBAL COLÓN[673].

       [673] _El Imparcial_ del 27 y 29 de diciembre de 1912.

El muy distinguido periódico italiano _Il Secolo_, de Milán, en su
número correspondiente al 23 de noviembre último, publica un notable
artículo bajo el epígrafe de «Una gloria italiana che sfuma...»,
en el cual se trata la cuestión relativa a la patria de Colón y se
intenta refutar un folleto del acreditado escritor cubano doctor
Horta y Pardo, dedicado a demostrar que el descubridor de América era
español y natural de Pontevedra. El erudito doctor aduce y comenta los
diversos documentos y datos que yo tuve la honra de exponer en una
conferencia ante la ínclita Sociedad Geográfica de Madrid acerca de
tan extraordinario asunto, y añade otros sugeridos por el estudio del
mismo. Pero el amable articulista de _Il Secolo_ prescinde de puntos
esenciales, pasa como sobre ascuas en cuanto a los que menciona, pues
se limita a contestarlos con evidente ligereza y no ofrece en su
refutación ninguna argumentación ni dato alguno de importancia, sin
duda porque no los hay, deficiencia que procura encubrir acudiendo a
un tono algo sarcástico, aunque desde luego reconoce lealmente que no
existe completa certeza acerca del lugar en que nació Colón, bastándole
para juzgar la circunstancia de que éste se haya declarado hijo de la
hermosa ciudad de Génova.

Dicho articulista dedica casi toda su tarea al que suscribe, y
empieza por la conocida habilidad de ponerme en berlina ante los
lectores, afirmando que hago alarde de muchísimos títulos honoríficos
y científicos, por cuya razón hay algún derecho a tomar en serio mis
raciocinios. Esta inexactitud no puede ser mayor, puesto que carezco de
tales títulos; de manera que nunca he hecho ni podido hacer alarde de
ellos en ninguna ocasión, por escrito ni de palabra; con esto, no tengo
más que decir acerca de mi modesta persona.

Y contando de antemano con la benevolencia de _El Imparcial_, paso
a rectificar algunas de las demás inexactitudes en que _Il Secolo_
incurre, y a contestar en serio a sus razonamientos, a fin de que la
prensa italiana y de otras naciones, que seguramente habrán copiado
el artículo del importante periódico milanés, obtenga elementos para
formar juicio por el momento, porque me propongo dar muy pronto a la
imprenta el libro prometido en mi citada conferencia, no habiéndolo
hecho antes a causa de los achaques de mi vejez.

Lo primero que a propósito de dicha conferencia debo advertir es que
una Sociedad científica tan ilustre, circunspecta y sabia como la
Geográfica de Madrid, no habría de proporcionar a cualquier atrevido
solemne ocasión para acometer una aventura desatinada, cual sería la
de presentar a Colón como español, si el asunto no ofreciera por lo
menos un aspecto de certidumbre digno de atención. No abrigo ahora el
ridículo intento de hacer solidaria a la docta Corporación, directa
o indirectamente, de mis ideas, sino demostrar con tan oportuna
consideración que la teoría relativa a la patria española de Colón no
es absurda, ni siquiera caprichosa.

No merecen comentario alguno las festivas frases que al ingenioso
articulista de _Il Secolo_ inspira la noticia de que he invertido
treinta años en investigar antecedentes y en rebuscar documentos en
los archivos, pues nunca ni a nadie he dicho semejante cosa; no tengo
la culpa de que en este y en otros puntos se exagere mi labor por los
propagandistas entusiastas, a quienes estoy muy reconocido. Tampoco es
cierto que yo atribuya a un mal concepto acerca de los naturales de
Galicia el hecho de haber ocultado Colón su verdadero origen y patria.
No creo que hay necesidad grande o pequeña de rehabilitar a dicho
país, que tiene una historia tan digna de aprecio y tan honrosa como
cualquiera otra región de España; nada he dicho de esto en mis trabajos
colonianos, ni puedo evitar que haya escritores susceptibles, llorones
o impacientes. A pesar de la exactitud que encierra el proverbio de
que nadie es profeta en su tierra, no se me ha ocurrido aplicarlo en
este asunto; bastan los nombres de Susana, Jacob, otro Jacob, Benjamín,
Abraham y Eliezer o Eleázar con el apellido Fonterosa, esto es, una
familia de hebreos, expulsados precisamente en 1492, así como la
circunstancia, entre otras especiales, de que los Colón de Pontevedra
pertenecían a la clase ínfima del pueblo, para conjeturar las causas
de que el primer Almirante de las Indias ocultase patria y origen y se
engalanase con el título de navegante genovés, dado también que estos
marinos italianos disfrutaban en el siglo XV, como en los anteriores,
merecida fama y gozaban gran acogimiento en la corte de Castilla.

En otro enorme error cae el articulista de _Il Secolo_. Afirma nada
menos que atribuyo el resuelto y constante apoyo que el P. Deza,
oriundo de Galicia, dispensó a Colón, al hecho de que éste le comunicó
en el secreto de la confesión su calidad de gallego. En ninguna
ocasión, lugar ni escrito he aducido tal disparate, y para explicar en
mi libro el motivo de dicha protección, estudio otras circunstancias de
gran valor, fundándome en ciertas cartas de Colón a su hijo Diego.

Descartadas estas pequeñeces y prescindiendo de otras inexactitudes
de escaso interés, entraré en el fondo del asunto. Por lo visto, para
el citado articulista no tienen importancia diversos hechos que por
ningún concepto deben ser desdeñados. La existencia en Pontevedra, en
la generación anterior y en la coetánea de Colón, de personas con este
apellido y con nombres de pila iguales a los de la familia histórica
del Almirante, no significan gran cosa a su juicio; tampoco tiene
ningún valor la circunstancia de aparecer a la vez en dicho pueblo el
apellido Fonterosa, materno de Colón, en una familia hebrea, y la de
constar unidos ambos apellidos en un documento oficial de 1437 para el
pago de 24 maravedís, a pesar de la naturalísima y lógica reflexión
de que apenas hay distancia de un matrimonio entre personas de las
dos familias a una asociación de intereses, o viceversa, para que
hubiese nacido Cristóbal de Colón y Fonterosa, descubridor del Nuevo
Mundo. Carecen también de importancia, en concepto del articulista,
la imposición de ciertos nombres pontevedreses a varios lugares de las
Antillas; no sé qué diría si contemplase en las fotografías la gran
semejanza que hay entre la bahía de Miel, en Baracoa (Cuba), bautizada
por Colón con el nombre de Portosanto, y la ensenada que tiene este
este mismo nombre en Pontevedra.

_Il Secolo_ menciona otro hecho notabilísimo; pero no lo analiza ni lo
comenta o explica, pasando sobre él, repito, como sobre ascuas, aunque
observando que Colón había declarado ser genovés y llevado «durante
mucho tiempo» (esto carece de justificantes) el apellido Colombo. El
hecho a que me refiero es el siguiente: en la escritura de institución
del mayorazgo, año de 1498, el Almirante declara en una cláusula que
«salió de Génova» y «en ella nació» (frase singularmente construída);
pero en otra manifiesta textualmente que «su verdadero» linaje es el de
los llamados «de Colón», con «antecesores» llamados «de Colón», de cuya
manera repudia la nacionalidad genovesa y el apellido Colombo. Estas
dos declaraciones son contradictorias, y hay que elegir una de ellas.
¿Cuál? La solución no es dudosa, porque la primera, que el elocuente
escritor señor marqués de Dosfuentes califica muy acertadamente de
«heráldica», no ha podido comprobarse durante los cuatro siglos
transcurridos, mientras que la segunda se halla cabalmente justificada
por los documentos pontevedreses, en los cuales consta el apellido
Colón precisamente con la preposición «de», así como esos «antecesores
llamados de Colón», de la misma manera que se ve en la inscripción de
principios del siglo XVI, grabada en piedra con letra gótica alemana,
en que figura el mareante Juan «de Colón», existente en la iglesia de
Santa María, de Pontevedra; inscripción que por cierto estuvo oculta
hasta que recientemente fué derribado un antiguo altar del mismo
templo, edificado a costa de los marineros.

Pero, además, ¿quién califica de «verdadero» a su linaje sino en
presencia de otro supuesto o ficticio, como lo era para el Almirante el
de los Colombo italianos? El gran marino no abrigaba seguramente ningún
recelo acerca de que tales manifestaciones descubriesen su patria y
origen, ya porque la escritura del mayorazgo habría de permanecer
reservada en el archivo de su familia y no transcendería al público, ya
porque acaso no ignoraba que en Pontevedra no existían más de uno o dos
humildes marineros de su apellido, y que éstos no habrían de sospechar
siquiera que el «glorioso marino genovés» tenía la misma sangre
que ellos. Por esta razón, y tal vez en descargo de su conciencia,
el descubridor de América dispuso que, en último caso, heredase el
mayorazgo cualquier individuo llamado «de Colón» que hubiera aquí o «en
otro cabo del mundo». Semejante frase en aquella época parece aludir
a Galicia y su promontorio Finisterre y no a Italia en general o a
Génova, Saona, Calví, etc., en particular, que están en el centro del
Mediterráneo. ¿No era esta la ocasión lógica y precisa, si Colón fuera
italiano, de que nombrase heredero en último término a cualquiera de
los llamados Colombo? ¿Hay, pues, fundamentos sólidos para afirmar que
los italianos de este apellido eran parientes del primer Almirante de
las Indias?

El articulista no debiera admirarse de que yo conceda gran importancia
a la afirmación de D. Fernando Colón, hijo y primer biógrafo del
insigne navegante, el cual dice categóricamente que su padre «quiso
hacer desconocidos e inciertos» su origen y patria. Esta afirmación
se halla corroborada, pues resulta que las dos familias de Colón, la
legítima y la de su amante Beatriz Enríquez, ignoraban en qué pueblo
había nacido el Almirante, hasta el punto de que Pedro de Arana, buen
amigo de éste y hermano de aquella dama, en la información de un
expediente de las Ordenes militares, declara con respecto a Cristóbal
Colón que «ha oído decir que es genovés, pero él no sabe de dónde es
natural.» El mencionado articulista prescinde de estos antecedentes,
como también prescinde de que Colón no dejó ningún escrito en italiano,
y, en cambio, llamaba «nuestro romance» a la lengua castellana ocho
años después de venir a España; de que los cronistas italianos de la
época del descubrimiento, el genovés Gallo y el obispo Giustiniani,
dicen que Bartolomé Colón nació en Lusitania; de que ningún escritor de
aquellos tiempos determina el lugar del nacimiento de Colón ni da la
menor noticia acerca de su vida anterior a la presentación en Castilla,
sobre cuyo punto existen las mayores tinieblas, mientras que están bien
conocidas las vidas de varios personajes italianos más antiguos y menos
famosos que el gran navegante, y en fin, prescinde asimismo de otra
multitud de hechos que omito para no cansar a los lectores.

Pero entonces, ¿qué es lo que tiene importancia para el articulista
de _Il Secolo_ en la cuestión que se discute? Pues, simplemente,
la mencionada declaración heráldica de Colón sobre haber nacido en
Génova y, además, un documento especial, conocido y estudiado por el
distinguido escritor norteamericano Mr. Vignaud, fechado en dicha
ciudad a 25 de agosto de 1479 y descubierto recientemente; papel
curiosísimo por todo extremo y que, según veremos, debiera acompañar
a otros que se guardan en la Casa municipal de aquella incomparable
población, con respecto a los cuales, en cuatro libros diversos,
dice el acreditado colombófilo Harrisse, también yanqui, que están
al lado del violín de Paganini. Mencionaré dos detalles del citado
documento: primero, que Colón nació en 1452, y segundo, que en 1479
era todavía ciudadano tejedor de Génova. Pues bien; ambos resultados
son sencillamente inaceptables, a juzgar por los siguientes datos
históricos: primero, Bernáldez, gran amigo de Colón, en su «Crónica
de los Reyes Católicos», dice, y se comprueba por otros datos, que
el Almirante falleció a los setenta años, «senectude bona»; y una
Real cédula, expedida en febrero de 1506, concede permiso a Colón,
en vista de su «ancianidad» y enfermedades, para viajar en mula
ensillada y enfrenada. (Asensio, «Cristóbal Colón», tomo I, páginas
212-213). Nacido el Almirante en 1452, tendría cincuenta y cuatro años
al fallecer en 1506; jamás en ninguna parte se ha llamado ni llama
a esa edad senectud o ancianidad. Segundo, cuando Colón se presentó
en Castilla, año 1484, era viudo y le acompañaba su hijo Diego, niño
de ocho años, nacido en 1476. ¿Cómo podía ser ciudadano de Génova y
tejedor de lanas el insigne marino, que se habría casado en Lisboa por
lo menos en 1475 y consultado entonces su gran proyecto a Toscanelli
desde la misma ciudad? Pensando, pues, piadosamente, resulta sólo
que el Cristóforo Colombo de ese documento de 1479 no era el mismo
Cristóbal Colón descubridor de América, el cual consigna, en una carta
a los Reyes, incluída en su «Libro de las Profecías», que en 1501
contaba cuarenta años de navegación, y restando los ocho que permaneció
en España antes de su primer viaje, resultaría que, nacido en 1452,
como quiere el papel de que se trata, habría empezado a navegar, poco
más ó menos... ¡antes de tener un año de edad! Siendo muy común en
Italia el apellido Colombo, nada tendría de particular que en aquel
país hubiera un Cristóforo Colombo distinto del gran marino, del mismo
modo que hubo otro Cristobo de Colón en Pontevedra durante el siglo XV.

En mi citado libro patentizo el valor que puede concederse al texto de
ciertos documentos; pero no terminaré este punto sin dedicar algunas
palabras a la carta en castellano, que se dice de Colón, conservada
en la Casa municipal de Génova, a fin de que por esa muestra los
lectores y el articulista milanés se enteren de los singulares detalles
que ofrecen aquéllos. En esa carta, fechada «a 2 de abril de 1502»,
Colón participa al magnífico Oficio de San Jorge que manda a su hijo
D. Diego destine el diezmo de toda la renta de cada año a disminuir
los impuestos que por las vituallas comederas se satisfacían a su
entrada en Génova, dádiva verdaderamente espléndida. Ahora bien;
nos encontramos aquí con una contradicción enorme, porque antes de
emprender el cuarto viaje, el Almirante dió a su heredero un memorial
de mandatos, a manera de disposición testamentaria, que comunicó a su
íntimo amigo Fray Gaspar Gorricio «dos días después» de la fecha de
aquella carta, esto es, «en 4 del mismo mes y año», en cuyo memorial,
analizado minuciosamente y comprobado por el Sr. Fernández Duro en su
«Nebulosa de Colón», no aparece, como tampoco en ningún otro documento,
semejante concesión a Génova, ni consta que de ella se hayan preocupado
poco ni mucho las autoridades y el vecindario de aquella ciudad. En
la misma carta, Colón añade que «los reyes me quieren honrar más que
nunca», precisamente cuando se le negaba el ejercicio de los cargos
de virrey y gobernador de los países que había descubierto y se le
imponía, para dicho cuarto viaje, la bochornosa condición de no
desembarcar en la isla de Santo Domingo; he aquí cómo se le honraba más
que nunca. ¿Qué concepto, pues, merece esta carta? Creo que está bien
colocada al lado del falso y desatinado codicilo militar del Almirante.

En Italia se comprendió la absoluta necesidad de probar que la madre
de Colón era italiana; pero por ninguna parte apareció el apellido
Fonterosa. Por fin surgió un gran recurso para salir del atolladero:
habiéndose encontrado documentos acerca de personas que tenían el
apellido «Fontanarubea», una de ellas, padre de cierta Susana, se le
traduce cómodamente convirtiéndolo en «Fontanarossa», con el pretexto
de que ambas palabras tienen el mismo significado. De manera que siendo
los italianos los únicos mortales que en este mundo pueden aspirar a
la infalibilidad, sin duda el articulista de _Il Secolo_ juzga que la
tergiversación mencionada es incontrastable; y así, hay desahogo y
manga ancha para la teoría colombina de Italia, mientras que para la
coloniana de España son las dificultades y los escrúpulos.

Mucho tendría que decir aún sobre esta interesante cuestión; pero
no debo abusar de la hospitalidad que _El Imparcial_ me concede.
Concluiré, pues, haciéndome cargo de la manifestación final de _Il
Secolo_. Dice que «genovés o pontevedrino, Colón no habría arribado a
su maravilloso descubrimiento si no le hubiese abierto camino el buen
Pablo Toscanelli, cuya nacionalidad no constituye, ni ha constituído
jamás, un punto histórico oscuro.» Esta reivindicación tiene el aspecto
de una retirada, puesto que ya se trata de disminuir el mérito de
Colón; perfectamente, pero conste que Toscanelli, en su correspondencia
con el futuro Almirante, considera a éste natural de Lusitania. Se ve,
por consiguiente, que en 1474 o 1475 Colón no decía que era genovés,
ni aparentaba serlo, sino que se fingía portugués. Cierto es que Mr.
Vignaud, citado por _Il Secolo_, califica de apócrifa a la mencionada
correspondencia, sin presentar justificantes adecuados, en su libro
titulado «La carta y el mapa de Toscanelli sobre la ruta de las
Indias por el Oeste», criterio que he refutado en un artículo que _La
Ilustración Española y Americana_ me dispensó la merced de publicar.
Si yo fuera sistemático en mi teoría coloniana, hubiera aceptado y
secundado ese criterio, porque de semejante superchería o falsedad
se deduciría lógicamente que, siendo de mano del propio Almirante la
copia de la carta de Toscanelli hallada por Harrisse en las guardas de
un libro que había pertenecido a Colón, éste presentaba al cosmógrafo
florentino bien enterado de que la nacionalidad del temerario
proyectista no era la italiana.

Por último, el distinguido articulista de _Il Secolo_ censura
sarcásticamente al sabio doctor Horta y Pardo (que posee, en efecto,
muchos títulos honoríficos y científicos) por encargar a los lectores
de su notable folleto que, en vista de los fundamentos que expone,
tengan fe en la nacionalidad española del inmortal descubridor
del Nuevo Mundo. Esa censura es injusta. Por mi parte tengo fe
absoluta y «razonada» en que la gloria de Colón pertenece íntegra a
España.--_Celso García de la Riega._



I


CARTA DEL REY DE PORTUGAL A CRISTÓBAL COLÓN, DÁNDOLE SEGURIDADES PARA
SU IDA A AQUEL REINO[674].

       [674] _Archivo de los Duques de Veragua._--_Colec. de doc.
       inéd. relativos al descubrimiento, etc._, t. XIX, págs. 459 y
       460.

    Marzo 20 de 1488.

En el sobrescrito dice: A _Cristovam Colon Noso especial amigo en
Sevilha_.

Cristobal Colon. Nos Dom. Joham, per graza de Deos, Rey de Portugall
e dos Algarbes; da aquem e da allem mar em Africa, Senhor de Guinea,
vos enviamos muito saudar. Vimos a carta que Nos escribestes: e a boa
vontade e afeizaon que por ella mostraaes teerdes a nosso servizo,
vos agradecemos muito. E cuanto a vossa viuda, ca, certo, assi pollo
que apontaaes como por outros respeitos para que vossa industra, e
boe engenho Nos sera necessareo, Nos a desejamos e prazernos ha muito
de visedes, porque em o que a vos toca se dara tal forma de que vos
devaaes ser contente. E porque por ventura teerees algum rezeo de
nossas justizas por razaon dalgunas cousas a que sejaaes obligado,
Nos por esta nossa carta vos seguramos polla viuda, stada e tornada
que nom sejaaes presso, retendo, acusado, citado nem demandado por
nenhua cousa, ora seja civil, ora criminal de qualquier cualidade. E
por ella mesma tanto vos rogamos e encomendamos que nossa viuda seja
loguo e para isso non tenhaaes pejo algum: e egardecernos lo hemos e
teeremos, muito en servizo. Scripta en Avis a veinte de marzo de mil
cuatrocientos ochenta y ocho.--El Rey.



J


CAMINOS POSIBLES PARA DESCUBRIR AMÉRICA Y CAUSAS DE HABER SIDO EL MÁS
IMPROBABLE, EL MÁS RÁPIDO Y FECUNDO[675].

       [675] Resumen de la Conferencia dada en el Ateneo de Madrid
       (5 mayo 1892), por D. Eduardo León y Ortiz, Catedrático de la
       Facultad de Ciencias de la Universidad Central.

Cuatro caminos se ofrecían--dice el Sr. León y Ortíz--para descubrir
el Nuevo Continente, partiendo de Europa: uno natural o lógico, dos
probables y otro muy improbable.

Era el del Nordeste, a causa de que por este lado linda Europa con
Asia, y también por dicho lado sólo están separadas Asia y América por
un Estrecho, el camino natural o lógico[676]. A seguirlo estaba llamado
el pueblo ruso; pero lo impidieron justas y poderosas causas. Llegó el
siglo XVII. En 1696, reinando Pedro el Grande, una banda de cosacos
invadió la península de Kamtchatka, cuyo extremo meridional los dejaba
enfrente de las islas Kuriles, al Sur de las cuales se hallan las del
Japón[677].

       [676] Pág. 10.

       [677] Kamtchatka es una península montañosa de Siberia, entre
       los mares de Behring y de Okhotsk.

Requería la vasta extensión del territorio dominado establecer
comunicación marítima entre sus distantes regiones, y al efecto,
dispuso Pedro el Grande se prepararan dos flotas: una, desde Arcángel
hacia Oriente, debía costear por el Norte la Siberia, y otra, saliendo
de Kamtchatka, navegar hacia altas latitudes. Aunque no en vida del
célebre Czar, quien murió a poco, ambas expediciones se intentaron. En
la primera, por causa de los hielos, no se pasó de la desembocadura
del Yenisei. Mejor éxito tuvo la segunda, emprendida en 1728. Mandada
la flota por Behring, danés al servicio de Rusia, al cual acompañaba
Tshirikof como segundo, pasó desde el río de Kamtchatka a la isla
de San Lorenzo, y avanzando más hacia el polo, cruzó el Estrecho,
designado después con el nombre de Behring, y penetró en el mar
Glacial, desde donde volvió al punto de partida. Por haberse ceñido en
todo el viaje demasiado a la costa de Asia, no divisaron la de América;
pero esto no podía tardar en suceder. Al coronel Schestakof, que había
manifestado cuánto importaba someter a los tschukches, situados en el
extremo más oriental, se le confió la campaña que debía emprender desde
el Kolima, mientras el capitán Paulustky avanzaría desde el Anadir y,
secundando a ambos, el cosaco Krupishef combatiría por mar. Schestakof
pereció en la pelea. Más afortunado Paulustky, batió a los enemigos y
los persiguió por encima de los hielos, hasta trasponer el promontorio
oriental de Asia, viendo entonces, con no poco júbilo, a lo lejos, una
nueva costa, que también alcanzó a ver Krupishef, impelido hacia ella
por una tempestad. Era dicha costa la de América.

Sucedió esto en 1731, y diez años adelante Behring y Tshirikof,
salieron otra vez de Kamtchatka, proponiéndose descender al paralelo
de 50° de latitud y navegar luego hacia Oriente, hasta dar con la costa
americana. Separados a poco por un temporal, Tshirikof llegó a dicha
costa por los 55° 36' de latitud, mientras Behring arribaba por los 60°
hacia el Cabo de San Elías desde donde costeando pasó a la península
de Aliaska y archipiélago de las Aleoutes. Cumpliéndose, pues, la ley
del progreso, no hubiera dejado de alcanzarse América, así como no
dejara de descubrirse China, en cuyas fronteras quedaron los rusos en
el siglo anterior, según antes se dijo, ni el Japón, adonde arribaron
en el mismo XVIII en que a América. En efecto, en 1732 naufragó en la
costa de Kamtchatka un barco procedente de ese Imperio, y habiendo
llegado a San Petersburgo la noticia, se despertó de nuevo avidez por
los descubrimientos. Spangberg y Walton salieron por separado desde las
islas Kuriles hacia las grandes islas del Japón, y en 1739 la bandera
rusa ondeó por primera vez en los mares donde dos siglos antes lo
habían realizado las de Portugal y España.

¡Qué triste camino el seguido por el Nordeste para llegar a América,
y qué mísero hallazgo el encontrado en ella por ese camino! Cielo
nebuloso y suelo cubierto de nieve es todo el paisaje ofrecido por la
Siberia; y no era mejor el cuadro que Behring y Tshirikof contemplaran
al pisar la parte más septentrional de América. Sucumbió el primero
de frío y de tristeza en una estéril isla, designada después con su
nombre. Tshirikof logró regresar a Kamtchatka, no sin haber perdido
mucha parte de su gente recorriendo aquellas tierras inhospitalarias.
Si no se hubiese sabido ya que tal región pertenecía a la América,
fuente de riqueza y prosperidad para otras naciones, Rusia acaso no
la hubiese abandonado, porque al fin era otra Siberia, mas el resto
de Europa no se hubiera conmovido con el descubrimiento. Tal vez
se escondiera allí un tesoro; pero tanta nieve lo cubría y tanta
esterilidad lo rodeaba, que no hubiera apetecido buscarlo[678].

       [678] Págs. 14, 15 y 16.

Camino probable era el del Noroeste, porque por esta parte y a
distancias comparativamente no muy grandes, hay varias islas y tierras
como escalonadas entre Europa y el continente americano.

Eran, para seguir este camino, los más a propósito por su situación
geográfica y natural intrepidez, aquellos normandos o _magioges_,
según los árabes los llamaban, que aparecieron en el siglo IX como
sección rezagada de los bárbaros del Norte. Habitaban en la Cimbria y
la Escandinavia, donde hoy se alzan los reinos de Dinamarca, Suecia
y Noruega; mas, así que era pasado el invierno, dejaban sus ahumadas
chozas, y acaudillados por los segundones de sus reyes, salían al mar
ansiosos de esgrimir en alguna costa sus mazas estrelladas... Caían de
improviso sobre las poblaciones que allí hubiera, y cuando no existían
éstas, resonaba con sus hachazos la selva próxima y formada con sus
troncos derribados una escuadrilla, remontaban algún río caudaloso
hasta encontrar moradores a los cuales pudieran exigir cuantioso botín
o la cesión de algún territorio, asiento para recabar después mayor
riqueza o más extenso señorío. Así recorrieron las costas occidentales
y meridionales de Europa, y si de las de España fueron rechazados,
en otras se impusieron estos arrojados aventureros, que tanto horror
causaron primeramente con sus crueldades de piratas y tanta admiración
después con sus proezas de caballeros.

A Islandia (_Iceland_ o tierra del hielo), isla por su posición
geográfica más americana que europea, llegaron los normandos en el
mismo siglo en que tan temible aparición hicieron en las costas de
Europa. Unos cien años antes, a juzgar por algunos manuscritos y
ruinas, parece había sido visitada por monjes irlandeses esa isla; pero
su importancia histórica data desde que en las correrías a la ventura
hechas por los normandos, y ya descubiertos por ellos el grupo de
numerosas islas, que por la abundancia de rebaños llamaron Féroe, una
tempestad en el año 860 arrojó a Naddod, que por estas islas viajaba,
hacia aquella otra. Pocos años adelante revueltas interiores hicieron
emigrar hacia la misma a varios nobles y caudillos noruegos bajo el
mando de Ingolf. Imitáranlos otros y pronto en aquella tierra contigua
al circulo polar se fundó otra Escandinavia, donde, andando el tiempo,
no dejó de brillar cierta cultura. En el siguiente siglo, o sea el X,
aún avanzaron más a Occidente, descubriendo un vasto país, al cual
después, por el año 932, según unos, o el 982, según otros, se trasladó
con Eriulfo y otros irlandeses, el noble noruego Erico Rauda o el Rojo.
Era el nuevo país, el que por la hierba que lo cubría, llamaron tierra
verde o Groenlandia.

Siguieron las tempestades desempeñando el papel de hábil piloto en esta
serie de enlazados descubrimientos. Biorn, hijo del citado Eriulfo,
llevado muy lejos hacia el Sudoeste, avistó playas desconocidas,
donde no desembarcó entonces, porque pasada la tormenta, prefirió él
enderezar el rumbo a Groenlandia; pero a las cuales al cabo de poco
tiempo, en el año 1.000, procuró volver acompañado de Leif, hijo de
Erico Rauda. Hallaron en este viaje una isla estéril y pedregosa, que
por ello denominaron Hellulandia, y una ribera baja, arenosa y con
muchos árboles, a la cual dieron significativo nombre de Marklandia.
Dos días después arribaron a otra costa que tenía una isla al Norte
de ella. Remontaron un río e invernaron a orillas de un lago de donde
nacía. Era la isla fértil y abundaba en vides, como hizo reparar un
marinero alemán que iba con los descubridores, quienes esa planta no
conocían. Dieron por esto a dicho país el nombre de Vinlandia. El
clima, comparado con el riguroso a que estaban acostumbrados, era
suave, como correspondiente a latitud menos elevada, pues allí en los
días más cortos el sol permanecía ocho horas sobre el horizonte. Como
esto viene a ocurrir a la latitud de París, las regiones descubiertas
podían ser la isla de Terranova y tierras próximas al golfo de
San Lorenzo, o si esa duración del día se había fijado con alguna
incertidumbre, comprenderían desde el país del Labrador hasta el cabo
Cod y actuales estados de Massachussets, Rhode Island y Connecticut...
Mas esos descubrimientos en la América septentrional, ni los hizo
la verdadera Europa ni los supo siquiera. Fueron obra de islandeses
y groenlandeses, y aunque ambos pueblos fuesen de origen normando,
durante tres siglos vivieron independientes[679].

       [679] Págs. 16, 17 y 18.

... Otro camino probable para llegar a América partiendo de Europa,
era el del Sudoeste, desde el momento en que los marinos contaran con
instrumentos que les permitieran dirigir con acierto su rumbo, sin
precisión de costear.

Consta América de dos grandes regiones unidas por el itsmo de Panamá,
y si la septentrional se acerca tanto a Asia que sólo queda separada
de ella por el Estrecho de Bering, la meridional no se halla muy lejos
del continente africano. Median desde el cabo Verde y las islas del
mismo nombre a los cabos de San Roque y San Agustín unos 20 grados,
distancia grande, sin duda, para naves temerosas de apartarse de las
costas; pero nada excesiva para las que merced al astrolabio y a la
aguja de marear, pudieran alejarse. Sólo faltaría entonces motivo que
impulsara a navegar a esa distancia de la costa occidental de Africa;
mas la experiencia o cierta sagacidad natural, adelantándose a ella,
revelaría que el derrotero más seguro, si se quería evitar las grandes
tormentas y altos mares desde el golfo de Guinea hasta el cabo de
Buena Esperanza, era seguir desde las islas de cabo Verde a orza la
derrota entre poniente y mediodía, conservándose de cinco a diez grados
al Oeste del meridiano de cabo Verde, y llegados a elevada latitud
austral, torcer ya hacia el terrible León o cabo de Buena Esperanza. En
cuanto tal derrotero se siguiese, era muy fácil verse de pronto ante el
Brasil. Así sucedió el 25 de abril de 1500 al portugués Pedro Alvarez
Cabral[680].

       [680] Págs. 23 y 24.

Cristóbal Colón siguió desde las islas Canarias el rumbo de Occidente.
Muy improbable era descubrir por este camino tierra alguna, confiándose
puramente a la casualidad. Desde las citadas islas Canarias, hasta el
archipiélago de las Lucayas, corren, a una latitud de 24 a 28 grados,
cerca de 58 de paralelo, es decir, unas mil cuarenta leguas. No era
semejante trecho para recorrido a la ventura, y mucho menos en la
época del descubrimiento, en que, si algo alentaba a lanzarse en el
Atlántico, no costeando, sino mar adentro hacia Occidente, mucho más
retraía de hacerlo. Pues si algún ánimo podían infundir, de una parte
las costas lejanas, que una ilusión óptica fingía a veces desde las
islas Canarias, y de otra parte las tierras occidentales, citadas en
fábulas con visos de historia, si no era alguna de ellas historia
desfigurada por la fábula, como la Atlántida imaginada por Platón, la
gran isla Antilla, que mentaba Aristóteles, como descubierta por los
cartagineses, y las dos islas de San Brandán y de las Siete Ciudades,
de que se hablaba en piadosas leyendas de la Edad Media, bastaban a
vencer todo aliento las dudas que gentes doctas abrigaban todavía
acerca de que la tierra fuese esférica o de que, aun siéndolo, fuese
posible la existencia humana en el hemisferio opuesto; y los temores
que, sin entrar en tales razonamientos, sentían las gentes de menos
letras, porque las engañosas costas, a veces distinguidas, nadie las
encontraba, como si fuera obra de encanto producida por el ángel de las
tinieblas, que, según antiguas consejas árabes, asomaba su negra mano
en aquellos horizontes para apoderarse de las naves en el silencio y
obscuridad de la noche[681]. Este tan improbable camino, era el que,
seguido al calor de una idea, la de buscar la India por Occidente,
llevaba a regiones cuya exploración sería rápida y fecunda...»

       [681] Págs. 29 y 30.

Así terminaba su notable Conferencia el Sr. León y Ortiz: «Si en la
Edad Antigua, los que ansiaban gloria, provecho o mayor noticia del
mundo, decían: _A la India_, y en la Edad Media añadían: _Al Catay
y Cipango_, también en la Edad Moderna se amplió el propósito, y _A
América_ dijeron a una voz viajeros, mercaderes, políticos, misioneros
y capitanes»[682].

       [682] Pág. 84.



L


LO QUE COSTÓ DESCUBRIR LA AMÉRICA[683]

       [683] _ABC_ del 5 de octubre de 1911.--Núm. 2.307.

Hace poco han sido encontrados en Génova documentos auténticos que
permiten fijar de un modo exacto la suma empleada en el descubrimiento
de América por Cristóbal Colón.

Al célebre navegante, como jefe de la expedición, le fué asignado un
sueldo de 1.600 pesetas anuales.

Los capitanes de las dos carabelas que marcharon a las órdenes de
Cristóbal Colón, cobraron 900 pesetas por año, y cada marinero fué
contratado con el salario mensual de 50 reales.

El equipo de la flotilla sumó en total 14.000 pesetas. Los víveres
(pan, vino, legumbres, carnes, etc.), costaron seis pesetas por mes y
por cabeza.

Cuando regresó Cristóbal Colón, recibió 22.000 pesetas, a título de
reembolso, por las cantidades que adelantó durante el viaje. Esa suma
representa los gastos de la expedición, que duró desde 3 de agosto de
1492 a 4 de marzo de 1493.

Si a las 22.000 pesetas se añade la suma de 14.000 pesetas que, según
hemos dicho, costó el equipo de la flota, resulta que uno de los más
grandes descubrimientos de que se enorgullece la humanidad, ha costado
36.000 pesetas.

No puede darse nada más económico.

Las cifras que acabamos de citar han sido extraídas de los libros de
los hermanos Pinzón, armadores de Palos, merced a los cuales pudo
Cristóbal Colón realizar su viaje.



M


CARTA DE CRISTÓBAL COLÓN DIRIGIDA AL MAGNÍFICO SR. RAFAEL SÁNCHEZ,
TESORERO DE LOS SERENÍSIMOS MONARCAS[684].

       [684] Navarrete, _Colección de los viajes y descubrimientos_,
       etc., tom. I, págs. 179-195.

    14 marzo 1493.

Conociendo que os será de placer que haya yo tenido feliz éxito en mi
empresa, he dispuesto escribiros esta carta que os manifieste todos y
cada uno de los sucesos ocurridos en mi viaje y los descubrimientos
que han sido su resultado. Treinta y tres días después de mi salida de
Cádiz arribé al mar de la India, donde hallé muchas islas habitadas
por innumerables gentes, y de ellas tomé posesión a nombre de nuestro
felicísimo Monarca a público pregón y aclamaciones, tremolando bandera
y sin contradicción alguna; puse a la primera el nombre de _San
Salvador_, en cuya protección confiado llegué así a ésta como a las
demás; los indios la llaman _Guanahanín_. Dí también nuevo nombre a
cada una de las otras, habiendo mandado que la una se llamase _Santa
María de la Concepción_, otra la _Fernandina_, la tercera _Isabela_,
la cuarta _Juana_, y así respectivamente las restantes. Luego que
arribamos a la que acaba de nombrarse _Juana_, me adelanté un poco
cerca de su costa hacia el Occidente, y la descubrí tan grande y sin
límites, que no hubiera creído ser isla, sino más bien la provincia
continental de Cathay...[685].

       [685] Véase Conde Roselly de Lorgues, _Cristóbal Colón_, tomo
       III, págs. 132-137.



N


BULA DE ALEJANDRO VI[686].

       [686] Véase Solórzano, _Política Indiana_, lib. 1, cap. X.

Alejandro Obispo, siervo de los siervos de Dios, A los ilustres
Carisimo en Cristo hijo Rey Fernando, y muy amada en Cristo hija
Isabel, Reina de Castilla, de León, de Aragón, de Sicilia y de Granada:
salud y bendición apostólica. Lo que más, entre todas las obras,
agrada a la Divina Majestad, y nuestro corazón desea, es que la Fe
Católica y Religión Cristiana sea exaltada, mayormente en nuestros
tiempos, y que en toda parte sea ampliada, y dilatada, y se procure
la salvación de las almas, y las bárbaras naciones sean deprimidas y
reducidas a esa misma Fe. Por lo cual, como quiera que a esta sacra
silla de San Pedro, por favor de la divina clemencia (aunque indignos)
hayamos sido llamados, conociendo de vos, que sois Reyes y Príncipes
Católicos verdaderos, cuales sabemos que siempre habeis sido, y
vuestros preclaros hechos (de que ya casi todo el mundo tiene entera
noticia), lo manifiestan, y que no solamente lo deseais, mas con todo
conato, esfuerzo, fervor y diligencia, no perdonando a trabajos,
gastos y peligros, y derramando vuestra propia sangre lo haceis, y que
habeis dedicado desde atrás a ello todo vuestro ánimo y todas vuestras
fuerzas, como lo testifica la recuperación del Reino de Granada, que
ahora con tanta gloria del divino nombre hicisteis, librándole de la
tiranía sarracénica. Dignamente somos movidos (no sin causa) y debemos
favorablemente y de nuestra voluntad concederos aquello, mediante
lo cual, cada día con más ferviente ánimo, a honra del mismo Dios y
ampliación del Imperio Cristiano, podais proseguir este santo y loable
propósito de que nuestro inmortal Dios se agrada.

Entendimos, que desde atrás aviades propuesto en vuestro ánimo, de
buscar y descubrir algunas islas y tierras firmes remotas é incógnitas,
de otros hasta ahora no halladas, para reducir los moradores y
naturales de ellas al servicio de nuestro Redentor y que profesen la Fe
Católica; y que por haber estado muy ocupados en la recuperación del
dicho Reino de Granada no pudistes hasta ahora llevar a deseado fin
este vuestro santo y loable propósito; y que finalmente, habiendo por
voluntad de Dios cobrado el dicho Reino, queriendo poner en ejecución
vuestro deseo, proveistes al dilecto hijo Cristóbal Colón, hombre
apto y muy conveniente a tan gran negocio, y digno de ser tenido en
mucho, con navíos y gente para semejantes cosas bien apercibidos,
no sin grandísimos trabajos, costas y peligros, para que por la mar
buscase con diligencia las tales tierras firmes, é islas remotas é
incógnitas, a donde hasta ahora no se había navegado; los cuales,
después de mucho trabajo, con el favor divino, habiendo puesto toda
diligencia, navegando por el mar Océano, hallaron ciertas islas
remotísimas y también tierras firmes, que hasta ahora no habían sido
por otros halladas, en las cuales habitan muchas gentes que viven en
paz; y andan, según se afirma, desnudas, y que no comen carne. Y a lo
que los dichos vuestros mensajeros pueden colegir, estas mismas gentes,
que viven en las susodichas islas y tierras firmes, creen que hay un
Dios Creador en los cielos, y que parecen asaz aptos para recibir la Fe
Católica, y ser enseñados en buenas costumbres; y se tiene esperanza
que si fuesen dotrinados, se introduciría con facilidad en las dichas
tierras é islas el nombre del Salvador y Señor nuestro Jesucristo. Y
que el dicho Cristóbal Colón hizo edificar en una de las principales de
las dichas tierras una torre fuerte, y en guarda de ella puso ciertos
cristianos de los que con él habían ido, y para que desde allí buscasen
otras islas y tierras firmes remotas é incógnitas, y que en las dichas
islas y tierras ya descubiertas, se halla oro y cosas aromáticas, y
otras muchas de gran precio, diversas en género y calidad. Por lo cual,
teniendo atención a todo lo susodicho con diligencia, principalmente,
a la exaltación y dilatación de la Fe Católica, como conviene a Reyes
y Príncipes católicos, a imitación de los Reyes vuestros antecesores,
de clara memoria, propusisteis, con el favor de la Divina clemencia,
sujetar las susodichas islas y tierras firmes, y los habitadores y
naturales de ellas, y reducirlos a la Fe Católica.

Así que Nos, alabando mucho en el Señor este vuestro santo y loable
propósito, y deseando que sea llevado a debida ejecución y que el mismo
nombre de nuestro Salvador se plante en aquellas partes, os amonestamos
muy mucho en el Señor, y por el sagrado bautismo que recibistes,
mediante el cual estais obligado a los Mandamientos apostólicos, y por
las entrañas de misericordia de nuestro Señor Jesucristo, atentamente
os requerimos que cuando intentaredes emprender y proseguir del
todo semejante empresa, queráis y debáis con ánimo pronto y celo de
verdadera fe, inducir los pueblos que viven en las tales islas y
tierras, que reciban la Religión Cristiana, y que en ningún tiempo os
espanten los peligros y trabajos, teniendo esperanza y confianza firme,
que el Omnipotente Dios favorecerá felizmente vuestras empresas; y para
que siéndoos concedida la liberalidad de la gracia apostólica, con más
libertad y atrevimiento toméis el cargo de tan importante negocio,
_motu propio_, y no a instancia de petición vuestra ni de otro que por
vos Nos lo haya pedido, mas de nuestra mera liberalidad, y de ciencia
cierta y de plenitud del poderío apostólico, todas las islas y tierras
firmes halladas y que se hallaren descubiertas y que se descubriesen
hacia el Occidente y Mediodía, fabricando y componiendo una línea
del Polo Artico, que es el Septentrión, al Polo Antártico, que es el
Mediodía; ora se hayan hallado islas y tierras firmes, ora se hayan de
hallar hacia la India o hacia otra cualquier parte, la cual línea diste
de cada una de las islas, que vulgarmente dicen de los Azores ó Cabo
Verde, cien leguas hacia el Occidente y Mediodía. Así que todas sus
islas y tierras firmes halladas y que se hallaren descubiertas y que se
descubrieren del de la dicha línea hacia el Occidente y Mediodía, que
por otro Rey ó Príncipe Cristiano no fueren actualmente poseídas hasta
el día de nacimiento de nuestro Señor Jesucristo próximo pasado, del
cual comienza el año presente de mil y cuatrocientos y noventa y tres,
cuando fueron por vuestros mensajeros y capitanes halladas algunas de
dichas islas, por la autoridad del Omnipotente Dios, a Nos en San Pedro
concedida, y del vicariato de Jesucristo, que ejercemos en las tierras,
con todos los señoríos de ellas, ciudades, fuerzas, lugares, villas,
derechos, jurisdicciones y todas las pertenencias, por el tenor de las
presentes las damos, concedemos y asignamos perpetuamente a vos, y a
los Reyes de Castilla y de León, vuestros herederos y sucesores señores
de ellas, con libre, lleno y absoluto poder, autoridad y jurisdicción:
con declaración que por esta nuestra donación, concesión y asignación
no se entienda, ni pueda entender, que se quite ni haya de quitar el
derecho adquirido a ningún Príncipe cristiano que actualmente hubiere
poseído las dichas islas y tierras firmes, hasta el susodicho día de
Natividad de Nuestro Señor Jesucristo. Y allende de eso, os mandamos
en virtud de santa obediencia, que así como también lo prometéis, y
no dudamos por vuestra grandísima devoción y magnanimidad real que
lo dejaréis de hacer, procuréis enviar a las dichas tierras firmes é
islas, hombres buenos temerosos de Dios, doctos, sabios y expertos,
para que instruyan los susodichos naturales y moradores en la Fe
Católica y les enseñen buenas costumbres, poniendo en ello toda la
diligencia que convenga.

Y del todo inhibimos a cualesquier personas, de cualquier dignidad,
aunque sea Real é Imperial, estado, grado, orden ó condición, so pena
de excomunión _latæ sententiæ_, en la cual por el mismo caso incurran,
si lo contrario hicieren; que no presuman ir, por haber mercaderías, ó
por otra cualquier causa, sin especial licencia vuestra y de los dichos
vuestros herederos y sucesores, a las islas y tierras firmes halladas ó
que se hallaren descubiertas, y que se descubrieren hacia el Occidente
y Mediodía, fabricando y componiendo una línea desde el Polo Artico al
Polo Antártico, ora las tierras firmes é islas sean halladas y se hayan
de hallar hacia la India ó hacia otra cualquier parte, la cual línea
diste de cualquiera de las islas, que vulgarmente llaman de los Azores
y Cabo Verde, cien leguas hacia el Occidente y Mediodía, como queda
dicho.

No obstante constituciones y ordenanzas Apostólicas, y otras
cualesquiera que en contrario sean: confiando en el Señor, de quien
proceden todos los bienes, Imperios y Señoríos, que encaminando
vuestras obras, si proseguís este santo y loable propósito, conseguirán
vuestros trabajos y empresas en breve tiempo, con felicidad y gloria
de todo el pueblo Cristiano prosperísima salida. Y porque sería
dificultoso llevar las presentes letras a cada lugar donde fuere
necesario llevarse, queremos, y con los _Motu_ y ciencia, mandamos,
que a sus trasumptos, firmados de mano de Notario público, para ello
requerido, y corroborados con sello de alguna persona constituída en
dignidad Eclesiástica ó de algún Cabildo Eclesiástico, se les dé la
misma fe en juicio, y fuera de él, y en otra cualquier parte, que se
daría a las presentes, si fuesen exhibidas y mostradas. Así, que a
ningún hombre sea licito quebrantar, ó con atrevimiento temerario, ir
contra esta nuestra carta de encomienda, amonestación, requerimiento,
donación, concesión, asignación, constitución, deprestación, decreto,
mandado, inhibición, voluntad. Y si alguno presumiere intentarlo,
sepa que incurrirá en la indignación del Omnipotente Dios y de los
bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo. Dada en Roma en San Pedro, a
cuatro de mayo del año de la Encarnación del Señor mil y quatrocientos
y noventa y tres, en el año primero de nuestro Pontificado.



O


PROVISIÓN REAL ACRECENTANDO A COLÓN Y SUS DESCENDIENTES UN CASTILLO Y
UN LEON MÁS EN SUS ARMAS POR PREMIO DE SUS SERVICIOS[687].

       [687] _Archivo de los Duques de Veragua._--_Colec. de doc.
       inéd. relativos al descubrimiento, etc._, tomo XIX, págs.
       475-477.

Don Fernando e doña Isabel etc. Por facer bien e merced a vos don
Cristobal Colon, Nuestro Almirante de las Islas e Tierra-Firme
por Nuestro mandado descobiertas e por descobrir en el Mar Oceano
en la parte de las Indias; acatando los muchos y leales servicios
que Nos habeis fecho e esperamos que Nos fareis, especialmente en
poner vuestra persona como la pusistes a mucho arrisco e trabajo en
descobrir las dichas Islas; e por vos honrar e sublimar, e porque de
vos e de vuestros servicios e linage e descendientes quede perpetua
memoria para siempre jamas, habemos por bien, e es Nuestra Merced, e
vos damos licencia e facultad para que podades traer e traigades en
vuestros reposteros e escudos de armas e en las otras partes donde las
quisieredes poner de mas de vuestras armas, encima dellas un Castillo
e un Leon, que Nos vos damos por armas, conviene a saber: el castillo
de color dorado en campo verde, en el cuadro del escudo de vuestras
armas en lo alto a la mano derecha, y en el otro cuadro alto a la mano
izquierda un Leon de purpura en campo blanco rampando de verde, y en
el otro cuadro bajo a la mano derecha unas islas doradas en ondas de
mar, y en el otro cuadro bajo a la mano izquierda las armas vuestras
que soliades tener, las cuales armas sean conocidas por vuestras
armas e de vuestros fijos e descendientes para siempre jamas. E por
esta Nuestra Carta, Mandamos al Principe Don Joan, Nuestro muy caro
e muy amado Fijo, e a los Infantes, Prelados, Duques, Marqueses,
Condes, Maestres de los Ordenes, Ricos-Homes, Priores, Comendadores e
Subcomendadores, Alcaldes de los Castillos e Casas Fuertes e llanas, e
a los de Nuestro Consejo, Alcaldes, Alguaciles, Regidores, Caballeros,
Jurados, Escuderos, Oficiales, Homes-buenos de todas las Ciudades e
Villas e Lugares de los Nuestros Reinos e Señorios, que vos dejen e
consientan traer e que traigades las dichas armas que Nos vos asi damos
de suso nombradas e declaradas, e en ello vos non pongan ni consientan
poner a vos ni a los dichos vuestros fijos e descendientes embargo ni
contrario alguno; e si desto que dicho es, quisieredes Nuestra Carta
de provision, Mandamos al Nuestro Chanciller e Notario e a los otros
Oficiales que estan a la tabla de los Nuestros sellos, que vos la den,
e libren, e pasen, e sellen. Dada en la Ciudad de Barcelona a veinte
dias del mes de mayo, Año del Nascimiento de Nuestro Señor Jesucristo
de mil cuatrocientos noventa y tres años.


CARTA REPREHENDIENDO LOS REYES A XOAN DE SORIA POR ABER TRATADO AL
ALMIRANTE CON POCO ACATAMIENTO.

                       4 de agosto de 1493[688]

                          El Rey e la Reyna.

Xoan de Soria: Nos abemos sabido algunas novedades que allá abeys
fecho, que non mirays e acatays al Almirante de las Indias como es
rrazon e Nosotros lo queremos, de que Abemos Abido muncho enoxo; e
porque Nos, queremos quel Almirante sea honrrado e acatado sigund
el Título que le dymos, Nos, vos Mandamos que ansi lo fagays e vos
conformeys con él, porque ello seremos servidos; e de lo contrario
abriamos enoxo e lo mandariamos castigar.--De Barcelona, a quatro días
de agosto de noventa e tres años.--(Está rubricado e sellado).

       [688] _Archivo de Indias. Colec. de doc. inéd._, etc., tomo
       XXX, págs. 183 y 184.



P


TRATADO DE TORDESILLAS.

(_Sobre límites, celebrado entre los Reyes de España y Portugal el 7 de
junio de 1494_)[689].

       [689] Véase Guzmán Blanco, _Documentos para la historia de la
       vida pública de Bolívar_, tomo I, páginas 10-17.

Don Fernando y Doña Isabel, por la gracia de Dios Rey y Reyna de
Castilla, de León, de Aragón y de Sicilia, de Granada, de Toledo,
de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de
Córdova, de Córcega, de Murcia, de Jahén, del Algarbe, de Algezira, de
Gibraltar, de las Islas de Canaria, conde y condesa de Barcelona, y
señores de Vizcaya y de Molina, duques de Atenas y de Neopatria, condes
de Rosellón y de Cerdaña, marqueses de Oristán y de Goceano, en una con
el príncipe Don Juan, nuestro mui caro y mui amado hijo primogénito
heredero de los dichos nuestros reynos y señorios. Por quanto, por
don Henrique Henriques, nuestro mayordomo mayor, y don Guterre de
Cárdenas, comisario mayor de León, nuestro contador mayor, y el doctor
Rodrigo Maldonado, todos del nuestro Consejo, fué tratado, assentado y
capitulado por Nos, y en nuestro nombre, y por virtud de nuestro poder,
con el serenissimo don Juan, por la gracia de Dios rey de Portugal
y de los Algarbes, de aquende y de allende el mar, en Africa señor
de Guinea, nuestro muy caro y muy amado hermano, y con Ruy de Sosa,
señor de Usagres y Berengel, y don Juan de Sosa su hijo, almotacén
mayor del dicho serenissimo rey nuestro hermano, y Arias de Almadana,
corregidor de los fechos civiles de su corte y del su desembargo,
todos del Consejo del dicho serenissimo rey nuestro hermano, en su
nombre y por virtud de su poder, sus embaxadores que a Nos vinieron,
sobre la diferencia de lo que a Nos y al dicho serenissimo rey nuestro
hermano pertenece, de los que hasta siete días deste mes de junio en
que estamos, de la fecha desta escriptura está por descubrir en el mar
Océano, en la qual dicha capitulación los dichos nuestros procuradores,
entre otras cosas, prometieron que dentro de cierto término en ella
contenido, Nos otorgariamos, confirmariamos, jurariamos, ratificariamos
y aprobariamos la dicha capitulación por nuestras personas; é Nos
queriendo cumplir é cumpliendo todo lo que asy en nuestro nombre fué
asentado, é capitulado, é otorgado cerca de lo susodicho, mandamos
traer ante Nos la dicha escriptura de la dicha capitulación y asiento
para la ver y examinar, y el tenor della de _verbo ad verbum_ es este
que se sigue:

              _En el nombre de Dios Todopoderoso, Padre
                y Hijo y Espíritu Santo, tres personas
                   realmente distintas y apartadas,
                          y una sola esencia
                              divina._

Manifiesto y notorio sea a todos quantos este público instromiento
vieren, como en la villa de Tordesillas, a siete días del mes de
junio, año del nascimiento de Nuestro Señor Jesu Christo de mil
é quatrocientos é noventa é quatro años, en presencia de Nos los
secretarios y escrivanos, é notarios públicos de yuso escritos,
estando presentes los honrados don Henrique Henriques, mayordomo mayor
de los muy altos y muy poderosos príncipes, señores don Fernando y
doña Isabel, por la gracia de Dios rey y reyna de Castilla, de León,
de Aragón, de Sicilia, de Granada, etc., é don Guterre de Cárdenas,
contador mayor de los dichos señores rey y reyna, y el doctor Rodrigo
Maldonado, todos del Consejo de los dichos señores rey y reyna de
Castilla, é de León, de Aragón, de Sicilia, é de Granada, etc., sus
procuradores bastantes de la una parte, é los honrados Ruy de Sosa,
señor de Usagres é Berengel, é don Juan de Sosa, su hijo, almotacén
mayor del muy alto y muy excelente señor don Juan, por la gracia de
Dios rey de Portugal, é de los Algarbes, de aquende é de allende el
mar, en Africa señor de Guinea, é Arias de Almadana, corregidor de los
fechos civiles en su corte, é del su desembargo, todos del Consejo del
dicho señor rey de Portugal é sus embaxadores é procuradores bastantes,
segund amas las dichas partes lo mostraron por las cartas é poderes, é
procuraciones de los dichos señores sus constituyentes, de las quales
su tenor de _verbo ad verbum_ es este que se sigue:

Don Fernando y Doña Isabel, por la gracia de Dios rey y reyna de
Castilla, de León, de Aragón, de Sicilia, de Granada, de Toledo,
de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de
Córdova, de Córcega, de Murcia, de Jahén, del Algarbe, de Algezira,
de Gibraltar, de las Islas Canarias, conde y condesa de Barcelona, é
señores de Vizcaya é de Molina, duques de Atenas é de Neopatria, condes
de Rosellón é de Cerdaña, marqueses de Oristán é de Goceano. Por quanto
el serenissimo rey de Portugal, nuestro muy caro é muy amado hermano,
embió a Vos por sus embaxadores é procuradores a Ruy de Sosa, cuyas
son las villas de Usagre é Berengel, é a don Juan de Sosa su almotacén
mayor, é Arias de Almadana, su corregidor de los fechos civiles en
su corte é del su desembargo, todos del su Consejo, para platicar
é tomar asiento, é concordia con Nos, ó con nuestros embaxadores é
procuradores, en nuestro nombre, sobre la diferencia que entre Nos
y el dicho serenissimo rey de Portugal nuestro hermano, é sobre lo
que a Nos y a él pertenece de lo que hasta agora está por descubrir
en el mar Océano; por ende confiando de vos don Henrique Henriques,
nuestro mayordomo mayor, é don Guterre de Cárdenas, comisario mayor
de León, nuestro contador mayor, é el doctor Rodrigo Maldonado,
todos del nuestro Consejo, que sois tales personas, que guardareis
nuestro servicio, é bien, é fielmente hareis lo que por Nos vos
fuere mandado é encomendado, por esta presente carta, vos damos todo
nuestro poder complido, en aquella más apta forma que podemos é en tal
caso se requiere, especialmente para que por Nos y en nuestro nombre
é de nuestros herederos, é subcesores, é de todos nuestros reynos é
señoríos, súbditos é naturales dellos, podais tratar, concordar é
asentar, é facer trato é concordia con los dichos embaxadores del dicho
serenissimo rey de Portugal, nuestro hermano, en su nombre, qualquier
concierto, asiento, limitación, demarcación é concordia sobre lo que
dicho es, por los vientos en grados de Norte, é del Sol, é por aquellas
partes, divisiones, é lugares del Cielo, é de la mar, é de la tierra,
que a vos bien visto fueren, é asy vos damos el dicho poder, para que
podais dexar al dicho rey de Portugal, é a sus reynos é subcesores
todos los mares é islas, é tierras que fueren ó estuvieren dentro de
qualquier limitación é demarcación, que con él fincaren é quedaren;
é otrosy vos damos el dicho poder, para que en nuestro nombre, é de
nuestros herederos é subcesores, é de nuestros reynos é señoríos, é
súbditos, é naturales dellos, podades concordar, é asentar, é recebir,
é aceptar del dicho rey de Portugal, é de los dichos sus embaxadores,
é procuradores en su nombre, que todos los mares, islas é tierras que
fueren é estovieren dentro de la limitación é demarcación de costas,
mares é islas é tierras, que quedasen é fincaren con Nos é con nuestros
subcesores, para que sean nuestros é de nuestro señorío é conquista, é
asy de nuestros reynos é subcesores dellos, con aquellas limitaciones
é excepciones, é con todas las otras divisiones é declaraciones, que
a vosotros bien visto fuere; é para que sobre todo lo que dicho es,
é para cada una cosa é parte dello, é sobre lo a ello tocante, ó de
ello dependiente, ó a ello anexo é conexo en qualquier manera, podais
fazer é otorgar, concordar, tratar é recebir, é aceptar en nuesto
nombre, é de los dichos nuestros herederos é subcesores, é de todos
nuestros reynos, señoríos, é súbditos é naturales dellos, qualesquiera
capitulaciones é contractos, escripturas, con qualesquier vínculos,
abtos, modos, condiciones, obligaciones é estipulaciones, penas é
submisiones, é renunciaciones, que vosotros quisieredes é bien visto
vos fuere, é sobre ello podais fazer é otorgar, é fagais, é otorgueis
todas las cosas, é cada una dellas, de qualquier naturaleza é calidad,
gravedad é importancia que sean, ó ser puedan aunque sean tales, que
por su condición requieran otro nuestro señalado é especial mandado,
é de que se deviese de fecho é de derecho fazer singular é expresa
mención, é que Nos seyendo presentes podriamos fazer é otorgar, é
recebir; é otrosy vos demos poder complido, para que podais jurar, é
jureis en nuestra ánima, que Nos é nuestros herederos, é subcesores,
é súbditos, é naturales, é vassallos adquiridos é por adquirir,
tornemos, guardaremos, é compliremos, é que ternán, guardarán é
complirán realmente é con efecto todo lo que vosotros asy asentardes,
capitulardes, é jurardes, é otorgardes, é firmardes, cesante toda
cautela, fraude é engaño, ficción, simulación, é asy podais en
nuestro nombre capitular é segurar, é prometer; que Nos en persona
seguraremos, juraremos é prometeremos, é otorgaremos é firmaremos todo
lo que vosotros en nuestro nombre, cerca lo que dicho es, segurardes
é prometierdes é capitulardes, dentro de aquel término de tiempo que
vos bien pareciere, é que lo guardaremos é compliremos realmente é
con efecto, so las condiciones é penas é obligaciones contenidas en el
contracto de las paces entre Nos y el dicho serenissimo Rey nuestro
hermano fechas é concordadas, é so todas las otras que vosotros
prometierdes, é asentardes, las quales desde agora prometemos de pagar,
si en ellas incorriéremos, para lo qual todo é cada una cosa é parte
dello, vos damos el dicho poder con libre é general administración,
é prometemos é seguramos por nuestra fe y palabra real, de tener é
guardar é complir Nos é nuestros herederos é subcesores, todo lo que
por vosotros, cerca de lo que dicho es en qualquier forma é manera
fuese fecho é capitulado é jurado, é prometido, é prometemos de lo
haver por firme, rato é grato, estable é valedero agora é en todo
tiempo jamás, é que no iremos ni vernemos contra ello ni contra parte
alguna dello, Nos, ni nuestros herederos é subcesores, por Nos, ni
por otras interpósitas personas, _directe, ni indirecte_, so alguna
color, ni causa en juicio, ni fuera del, so obligación expresa, que
para ello fazemos de todos nuestros bienes patrimoniales é fiscales, é
otros qualesquier de nuestros vassallos, súbditos, é naturales, muebles
y raizes, havidos é por hauer. Por firmeza de lo qual mandamos dar
esta nuestra carta de poder, la qual firmamos de nuestros nombres, é
mandamos sellarla con nuestro sello, dada en la villa de Tordesillas, a
cinco días del mes de junio, año del nascimiento de nuestro señor Jesu
Christo de mil quatrocientos é noventa é cuatro años.

                                        Yo _el Rey_.--Yo _la Reyna_.


Yo Fernán Dalvres de Toledo, Secretario del Rey é de la Reyna, nuestros
señores, la fize escrebir por su mando.

Don Juan, por la gracia de Dios rey de Portugal é de los Algarbes, de
aquende, de allende el mar en Africa, é Señor de Guinea. A quantos
esta nuestra carta de poder é procuración vieren, fazemos saber, que
por quanto por mandado de los muy altos y muy excelentes, é poderosos
príncipes el rey Don Fernando, é reyna Doña Isabel, rey é reyna de
Castilla, de León, de Aragón, de Sicilia, de Granada, etc., nuestros
muy amados é preciados hermanos, fueron descobiertas é halladas
nuevamente algunas islas, é podrían adelante descobrir é hallar otras
islas é tierras, sobre las quales unas é las otras halladas, é por
hallar, por el derecho é razón que en ello tenemos, podían sobrevenir
entre Nos todos, é nuestros reynos é señoríos, súbditos é naturales
dellos, debates é diferencias, que nuestro Señor no consienta, a Nos
plazo, por el grande amor é amistad que entre Nos todos ay, é por
se buscar, procurar é conservar mayor paz, é más firme concordia, é
asuciego, que el mar en que las dichas islas están, y fueren halladas,
se parta é demarque entre nos todos en alguna buena, cierta é limitada
manera; y porque Nos al presente no podemos en ello entender en
persona, confiando de vos Ruy de Sosa, señor de Usagres é Berengel,
y don Juan de Sosa, nuestro almotacén mayor, y Arias de Almadana,
correjidor de los fechos civiles en la nuestra corte, é del nuestro
desembargo, todos del nuestro Consejo, por esta presente carta vos
damos todo nuestro complido poder, abtoridad, é especial mandado, é vos
fazemos é constituimos a todos juntamente, é a dos de vos é a uno _in
solidum_ si los otros en qualquier manera fueren impedidos, nuestros
embaxadores é procuradores, en aquella más alta forma que podemos, é
en tal caso se requier general y especialmente, en tal manera, que
la generalidad no derrogue a la especialidad, ni la especialidad a
la generalidad, para que por Nos y en nuestro nombre é de nuestros
herederos é subcesores, é de todos nuestros reynos é señoríos, súbditos
é naturales dellos podaís tratar, concordar, asentar, é fazer,
trateis, concordeis, é asenteis é fagais con los dichos rey é reyna
de Castilla, nuestros hermanos, ó quien para ello su poder tenga,
qualquier concierto, asiento, limitación, demarcación, é concordia
sobre el mar Océano, islas é tierra firme, que en el estovieren por
aquellos rumos de vientos é grados de Norte é de Sol, é por aquellas
partes, divisiones é lugares del cielo é del mar, é de la tierra, que
vos bien parecier, é asy vos damos el dicho poder para que podais
dexar, é dexeis a los dichos rey é reyna é a sus reynos é subcesores,
todos los mares, islas, é tierras que fueren é estovieren dentro de
qualquier limitación, é demarcación, que con los dichos rey é reyna
quedaren, é asy os damos el dicho poder para en nuestro nombre, é de
nuestros herederos é subcesores, é de todos nuestros reynos é señoríos
súbditos é naturales dellos, podais con los dichos rey é reyna, ó
con sus procuradores, concordar, asentar, recebir, é aceptar, que
todos los mares, islas, é tierras, que fueren é estovieren dentro de
la limitación, é demarcación de costas, mares, islas, é tierras que
con Nos é nuestros subcesores fincaren, sean nuestros é de nuestro
señorío é conquista, é asy de nuestros reynos é subcesores dellos, con
aquellas limitaciones é excepciones de nuestras islas, é con todas las
otras cláusulas é declaraciones, que vos bien parecier. El qual dicho
poder damos a vos los dichos Ruy de Sosa, é Don Juan de Sosa, é Arias
de Almadana, para que sobre todo lo que dicho es, é sobre cada una
cosa, é parte dello, é sobre lo a ello tocante, ó dello dependiente,
ó a ello anexo ó conexo en qualquier manera, podais fazer é otorgar,
concordar, tratar, é distratar, recebir é aceptar en nuestro nombre,
é de los dichos nuestros herederos é subcesores, é de todos nuestros
reynos é señoríos, súbditos é naturales dellos, qualesquier capítulos
é contratos é escripturas, con qualesquier vínculos, pactos, modos,
condiciones, obligaciones, é estipulaciones, penas é submisiones, é
renunciaciones que vos quisierdes, é a vos bien visto fueren, é sobre
ello podaís fazer é otorgar, é fagais é otorgueis todas las cosas,
é cada una dellas, de qualesquier naturaleza, calidad, gravedad é
importancia que sean ó ser pueden, puesto que sean tales, que por su
condición requieran otro nuestro singular é especial mandado é que
se deviesse de fecho é de derecho fazer singular é expresa mención,
é que Nos siendo presentes podriamos facer, é otorgar, é recebir; é
otrosy vos damos poder complido, para que podais jurar, é jureis en
vuestra ánima, que Nos é nuestros herederos é subcesores, súbditos é
naturales é vasallos adquiridos, é por adquirir ternemos, guardaremos,
é compliremos, ternán, guardarán é complirán realmente, é con efeto,
todo lo que vos asy asentardes, capitulardes, jurardes, é otorgardes,
é firmardes, cesante toda cautela, fraude, engaño, é fingimiento, é
asy podais en nuestro nombre capitular, segurar é prometer, que Nos en
persona seguraremos, juraremos, prometeremos, é firmaremos todo lo que
vos en el sobredicho nombre, acerca de lo que dicho es, seguiardes,
prometierdes, é capitulardes, dentro de aquel término de tiempo que
vos bien parecier, é que lo guardaremos é compliremos realmente, é
con efeto, so las condiciones, penas, é obligaciones contenidas en el
contracto de las paces entre nos fechas, é concordadas, é so todas las
otras que vos prometierdes, é asentardes en el dicho nombre, las quales
desde agora prometemos de pagar, é pagaremos realmente, é con efeto,
si en ellas incurrieremos, para lo qual todo, é cada una cosa, é parte
dello, vos damos el dicho poder con libre y general administración,
é prometemos é seguramos por nuestra fé real, de tener guardar é
complir, é asy nuestros herederos é subcesores, todo lo que por vos
acerca de lo que dicho es, en qualquier forma é manera que fuere fecho,
capitulado, jurado é prometido, é prometemos de lo haver por firme,
rato é grato, estable é valioso de agora para todo siempre, é que no
iremos, ni vernemos, ni irán ni vernán contra ello, ni contra parte
alguna dello en tiempo alguno, ni por alguna manera, por Nos, ni por
sí, ni por interpósitas personas _directe, ni indirecte_, so alguna
color ó causa en juicio, ni fuera del, so obligación expresa, que para
ello fazemos de los dichos nuestros reynos é señoríos, é de todos los
otros nuestros bienes patrimoniales, fiscales, é otros qualesquier de
nuestros vasallos, súbditos é naturales, muebles é de raiz, avidos é
por aver, en testimonio é fe de lo qual, vos mandamos dar esta nuestra
carta firmada por Nos, é sellada de nuestro sello, dada en la nuestra
cebdat de Lisbona a ocho dias de marzo.

Rui de Pina la fizo año del nascimiento de nuestro Señor Jesu Christo,
de mil é quatrocientos é noventa é quatro años.

                                                         _El Rei._


E luego los dichos procuradores de los dichos señores rey é reyna de
Castilla, de León, de Aragón, de Sicilia, de Granada, etc., é del dicho
señor rey de Portugal, é de los Algarbes, etc., dixeron, que por cuanto
entre los dicho señores sus constituyentes hai cierta diferencia, sobre
lo que a cada una de las dichas partes pertenece, de lo que fasta oy
día de la fecha desta capitulación está por descubrir en el mar Océano;
por ende que ellos por bien de paz é concordia, é por conservación del
debdo é amor, quel dicho señor rey de Portugal tiene con los dichos
señor rey é reyna de Castilla, é de Aragón, etc., a sus Altezas plaze,
é los dichos sus procuradores en su nombre, é por virtud de los dichos
sus poderes, otorgaron é consintieron que se haga é señale por el dicho
mar Océano una raya, ó línea derecha de polo a polo, convien a saber,
del polo Artico al polo Antártico, que es de Norte a Sul, la qual raya
ó línea se aya de dar, é de derecha, como dicho es, a trescientas
é setenta leguas de las islas del Cabo Verde, hacia la parte del
Poniente, por grados ó por otra manera, como mejor y más presto se
pueda dar, de manera que no sean más é que todo lo que hasta aquí se ha
fallado é descubierto, é de aquí adelante se hallare, é descubriere por
el dicho señor rey de Portugal, é por sus navíos, así islas como tierra
firme, desde la dicha raya é línea dada en la forma susodicha, yendo
por la dicha parte del Levante, dentro de la dicha raya a la parte del
Levante ó del Norte, ó del Sul della, tanto que no sea atravesando la
dicha raya, que esto sea, é finque, é pertenezca al dicho señor rey de
Portugal é a sus subcesores, para siempre jamás, é que todo lo otro,
así islas como tierra firme, halladas y por hallar, descobiertas ó
por descobrir, que son ó fueren halladas por los dichos señores rey é
reyna de Castilla, é de Aragón, etc., é por sus navíos desde la dicha
raya dada en la forma susodicha, yendo por la dicha parte del Poniente,
después de pasada la dicha raya hacia el Poniente, ó el Norte, ó el Sul
della, que todo sea, é finque, é pertenezca a los dichos señores rey
é reyna de Castilla, de León, etc., é a sus subcesores, para siempre
jamás. Item los dichos procuradores prometieron, é seguraron por
virtud de los dichos poderes, que de oy en adelante no embiarán navíos
algunos; convien a saber, los dichos señores rey é reyna de Castilla,
é de León, é de Aragón, etc., por esta parte de la raya a la parte
del Levante aquende de la dicha raya, que queda para el dicho señor
rey de Portugal, é de los Algarbes, etc., ni el dicho señor rey de
Portugal a la parte de la dicha raya, que queda para los dichos señores
rey é reyna de Castilla, é de Aragón, etc., a descobrir é buscar
tierras, ni islas algunas, ni a contratar, ni rescatar, ni conquistar
en manera alguna; pero que si acaesciere, que yendo así aquende de la
dicha raya los dichos navíos, de los dichos señores rey é reyna de
Castilla, de León, é de Aragón, etc., fallasen qualesquier islas, ó
tierras en lo que así queda para el dicho señor rey de Portugal, que
aquello tal sea, é finque para el dicho señor rey de Portugal, é para
sus herederos para siempre jamás, é sus Altezas gelo ayan de mandar
luego dar é entregar. E si los navíos del dicho señor rey de Portugal
fallasen qualesquier islas é tierras en la parte de los dichos señores
rey é reyna de Castilla, é de León, é de Aragón, etc., que todo lo
tal sea, é finque para los dichos señores rey é reyna de Castilla, de
León, é de Aragón, etc., é para sus herederos para siempre jamás, é
que el dicho señor rey de Portugal gelo haga luego de mandar, dar é
entregar. Item, para que la dicha línea ó raya de la dicha partición
se aya de dar, é de derecha, é la más cierta que ser podiere por las
dichas trescientas é setenta leguas de las dichas islas del Cabo Verde
hacia la parte del Poniente, como dicho es, concordado, é asentado por
los dichos procuradores de amas las dichas partes, que dentro de diez
meses primeros siguientes, contados desde el día de la fecha desta
capitulación, los dichos señores sus constituyentes hayan de enviar
dos ó quatro caravelas, convien a saber, una ó dos de cada parte, ó
menos, segund se acordaren por las dichas partes que son necesarias,
las quales para el dicho tiempo sean juntas en la isla de la gran
Canaria; y embien en ellas cada una de las dichas partes, personas,
así pilotos como astrólogos, é marineros, é qualesquier otras personas
que convengan; pero que sean tantos de una parte, como de otra; y que
algunas personas de los dichos pilotos, é astrólogos, é marineros, é
personas que sepan, que embiaren los dichos señores rey é reyna de
Castilla, é de León, é de Aragón, etc., vayan en el navío ó navíos que
embiare el dicho señor rey de Portugal, é de los Algarbes, etcétera,
é así mismo algunas de las dichas personas que embiare el dicho señor
rey de Portugal, vayán en el navío ó navíos, que embiaren los dichos
señores rey é reyna de Castilla é Aragón, tanto de una parte como de
otra parte, para que juntamente puedan mejor ver é reconocer la mar,
é los rumos, é vientos, é grados de Sol é Norte, é señalar las leguas
sobredichas, tanto que para fazer el señalamiento é límite concurrirán
todos juntos, los que fueren en los dichos navíos que embiaren amas
las dichas partes, é llevaren sus poderes; los quales dichos navíos,
todos juntamente continúen su camino a las dichas islas del Cabo Verde,
é desde allí tomarán su rota derecha al Poniente hasta las dichas
trescientas é setenta leguas, medidas como las dichas personas, que
así fueren, acordaren que se deven medir, sin perjuicio de las dichas
partes, y allí donde se acabaren se haga el punto é señal que convenga,
por grados de sol ó de Norte, ó por singladura de leguas, ó como mejor
se pudieren concordar. La cual dicha raya señalen, desde el dicho polo
Artico al dicho polo Antártico, que es de Norte a Sul, como dicho
es, y aquello que señalaren lo escrivan, é firmen de sus nombres las
dichas personas que así fueren embiadas por amas las dichas partes,
las quales han de llevar facultad é poderes de las dichas partes cada
uno de la suya, para hacer la dicha señal é limitación; y fecha por
ellos, seyendo todos conformes, que sea avida por señal é limitación
perpetuamente para siempre jamás. Para que las dichas partes, ni alguna
dellas, ni sus subcesores para siempre jamás no la puedan contradecir,
ni quitar, ni remover en tiempo alguno, ni por alguna manera que sea, ó
ser pueda. E si acaso fuere, que la dicha raya é límite de polo a polo,
como dicho es, topare en alguna isla ó tierra firme, que al comienço de
la tal isla ó tierra que así fuere hallada donde tocara la dicha raya
se haga alguna señal ó torre; é que en derecho de la tal señal ó torre
se continúe dende en adelante otras señales por la tal isla ó tierra en
derecho de la dicha raya, los quales partan lo que a cada una de las
partes perteneciera della, é que los súbditos de las dichas partes no
sean osados los unos de pasar a la de los otros, ni los otros de los
otros, pasando la dicha señal ó límite en la tal isla ó tierra.

Item, por quanto para ir los dichos navíos de los dichos señores rey é
reyna de Castilla, de León, de Aragón, etc., de los reynos é señoríos
a la dicha su parte allende de la dicha raya, en la manera que dicho
es, es forzado que ayan de pasar por los mares desta parte de la raya
que queda para el dicho señor rey de Portugal, por ende es concordado,
é asentado que los dichos navíos de los dichos señores rey é reyna
de Castilla, de León, de Aragón, etc., puedan ir é venir, y vayan é
vengan libre, segura é pacificamente sin contradicción alguna por los
dichos mares que quedan con el dicho señor rey de Portugal, dentro
de la dicha raya en todo tiempo, é cada y quando sus Altezas, é sus
subcesores quisieren, é por bien tuvieren; los quales vayan por sus
caminos derechos, é rotas, desde sus reynos para qualquier parte, de lo
que está dentro de su raya é límite, donde quisieren embiar a descubrir
é conquistar, é contratar, é que lleven sus caminos derechos por donde
ellos acordaren de ir para qualquier cosa de la dicha su parte, é de
aquellos no puedan apartarse, salvo lo que el tiempo contrario los
fiziere apartar; tanto que no tomen ni ocupen antes de pasar la dicha
raya, cosa alguna de lo que fuere fallado por el dicho señor rey de
Portugal en la dicha su parte, é si alguna cosa fallaren los dichos sus
navíos antes de pasar la dicha raya, como dicho es que aquello sea
para el dicho señor rey de Portugal, é sus Altezas gelo ayán de mandar
luego dar é entregar. E porque podría ser que los navíos é gentes de
los dichos señores rey é reyna de Castilla, é de Aragón, etc., ó por
su parte avrán fallado hasta veinte días deste mes de junio en que
estamos de la fecha desta capitulación, algunas islas é tierra firme
dentro de la dicha raya, que se ha de fazer de polo a polo por línea
derecha en fin de las dichas trescientas é setenta leguas contadas
desde las dichas islas del Cabo Verde al Poniente, como dicho es; es
concordado, é asentado, por quitar toda dubda, que todas las islas é
tierra firme que sean falladas, é descubiertas en qualquier manera
hasta los dichos veinte días deste dicho mes de junio, aunque sean
falladas por los navíos é gentes de los dichos señores rey é reyna de
Castilla, é de Aragón, etc., con tanto que sea dentro de las doscientas
é cincuenta leguas primeras de las dichas trescientas é setenta leguas,
contadas desde las dichas islas del Cabo Verde al Poniente hacia la
dicha raya, en qualquier parte dellas para los dichos polos, que sean
falladas dentro de las dichas doscientas é cincuenta leguas, haciéndose
una raya ó línea derecha de polo a polo donde se acabaren las dichas
doscientas é cincuenta leguas queden é finquen para el dicho señor rey
de Portugal, é de los Algarbes, etc., é para sus subcesores é reynos
para siempre jamás. E que todas las islas é tierra firme, que hasta los
dichos veinte días deste mes de junio en que estamos, sean falladas
ó descubiertas por los navíos de los dichos señores rey é reyna de
Castilla, é de Aragón, etc., é por sus gentes, ó en otra qualquier
manera dentro de las otras ciento é veinte leguas, que quedan para
complimiento de las dichas trescientas é setenta leguas, en que ha de
acabar la dicha raya, que se ha de fazer de polo a polo, como dicho
es, en qualquier parte de las dichas ciento é veinte leguas para los
dichos polos que sean falladas fasta el dicho día, queden é finquen
para los dichos señores, rey é reyna de Castilla, é de Aragón, etc.,
é para sus subcesores, é sus reynos para siempre jamás, como es, y ha
de ser suyo lo que es ó fuere fallado allende de la dicha raya, de las
dichas trescientas é setenta leguas, que quedan para sus Altezas, como
dicho es, aunque las dichas ciento é veinte leguas son dentro de la
dicha raya de las dichas trescientas é setenta leguas que quedan para
el dicho señor rey de Portugal, é de los Algarbes, etc., como dicho
es. E si fasta los dichos veinte días desde dicho mes de junio, no son
fallados por los dichos navíos de sus Altezas cosa alguna dentro de las
dichas ciento é veinte leguas, é de allí adelante lo fallaren, que sea
para el dicho señor rey de Portugal, como en el capítulo susoescripto
es contenido. Lo qual todo que dicho es, é cada una cosa, é parte dello
los dichos, don Henrique Henriques, mayordomo mayor, é don Guterre de
Cárdenas, contador mayor, é doctor Rodrigo Maldonado, procuradores de
los dichos muy altos é muy poderosos príncipes, los señores el rey é
la reyna de Castilla, de León, de Aragón, de Sicilia, é de Granada,
etc., é por virtud del dicho su poder que de suso va incorporado, é los
dichos Ruy de Sosa, é don Juan de Sosa, su hijo, é Arias de Almadana,
procuradores é embaxadores del dicho muy alto é muy excelente príncipe
el señor rey de Portugal é de los Algarbes, de aquende é allende,
en Africa señor de Guinea, é por virtud del dicho su poder, que de
suso va incorporado, prometieron é seguraron en nombre de los dichos
sus constituyentes, que ellos é sus subcesores é reynos é señoríos
para siempre jamás ternán, é guardarán, é complirán realmente, é con
efeto, cesante todo fraude é cautela, engaño, ficción, é simulación,
todo lo contenido en esta capitulación, é cada una cosa, é parte
dello, é quisieron é otorgaron que todo lo contenido en esta dicha
capitulación, é cada una cosa é parte della sea guardado é complido é
executado como se ha de guardar é complir é executar todo lo contenido
en la capitulación de las paces fechas é asentadas entre los dichos
señores rey é reyna de Castilla, é de Aragón, etc., é el señor don
Alfonso rey de Portugal, que santa gloria aya, é el dicho señor rey,
que agora es de Portugal, su fijo, seyendo príncipe, el año que pasó
de mil é quatrocientos é setenta é nueve años, é so aquellas mismas
penas, vínculo é firmezas, é obligaciones, segund é de la manera que
en la dicha capitulación de las dichas paces se contiene y obligaronse
que las dichas paces ni alguna dellas, ni sus subcesores para siempre
jamás no irán, ni vernán contra lo que de suso es dicho y especificado,
ni contra cosa alguna ni parte dello directa, ni indirecta, ni por
otra manera alguna en tiempo alguno, ni por alguna manera pensada, ó
non pensada, que sea ó ser pueda; so las penas contenidas en la dicha
capitulación de las dichas paces.

E la pena pagada ó non pagada, ó graciosamente remetida, que esta
obligación ó capitulación, é asiento, quede é finque firme, estable,
é valedera para siempre jamás, para lo qual todo asy tener é guardar
é complir é pagar los dichos procuradores en nombre de los dichos
sus constituyentes obligaron los bienes cada uno de la dicha su
parte, muebles é raices, patrimoniales é fiscales é de sus súbditos
é vasallos, havidos é por haver, é renunciaron qualesquier leyes, é
derechos de que se puedan aprovechar las dichas partes, é cada una
dellas para ir ó venir contra lo susodicho, ó contra alguna parte
dello; é por mayor seguridad é firmeza de lo susodicho, juraron a Dios
é a Santa María, é a la señal de la cruz, en que pusieron sus manos
derechas é a las palabras de los Santos Evangelios doquier que más
largamente son escriptos en ánima de los dichos sus constituyentes,
que ellos y cada uno dellos ternán, é guardarán, é complirán todo lo
susodicho, y cada una cosa, é parte dello realmente, é con efeto,
cesante todo fraude, cautela é engaño, ficción é simulación, é no
la contradirán en tiempo alguno, ni por alguna manera. So el qual
dicho juramento juraron de no pedir absolución, ni relaxación del a
nuestro muy Santo Padre, ni a otro ningún legado, ni prelado que ge la
pueda dar, é aunque propio motu gela dé, no usarán della, ántes por
esta presente capitulación suplican en el dicho nombre a nuestro muy
Santo Padre, que a su Santidad plega confirmar, é aprovar esta dicha
capitulación, segund en ella se contiene, é mandando expedir sobre
ello sus bulas a las partes, ó a qualquiera dellas, que las pedieren,
é mandando incorporar en ellas el tenor desta capitulación, poniendo
sus censuras a los que contra ella fueren, ó pasaren, en qualquier
tiempo que sea, é ser pueda. E asy mismo los dichos procuradores en
el dicho nombre se obligaron so la dicha pena, é juramento dentro de
ciento dias primeros siguientes, contados desde el dia de la fecha
desta capitulación, darán la una parte a la otra, y la otra a la
otra aprobación, é ratificación desta dicha capitulación, escriptas
en pergamino, é firmadas de los nombres de los dichos señores sus
constituyentes, é selladas con sus sellos de plomo, pendiente, é en
la escriptura que ovieren de dar los dichos señores rey é reyna de
Castilla, é Aragón, etc., aya de firmar, é consentir, é otorgar el
muy esclarecido, é ilustrissimo señor el señor príncipe don Juan su
hijo, de lo qual todo que dicho es, otorgaron dos escripturas de un
tenor tal la una como la otra, las quales firmaron de sus nombres, é
las otorgaron ante los secretarios, é escrivanos de yuso escriptos,
para cada una de las partes la suya. E qualquiera que paresciere,
vala como si ambas a dos pareciesen; que fueron fechas é otorgadas en
la dicha villa de Tordesillas al dicho dia, é mes, é año susodicho.
El comisario mayor don _Henrique Ruy de Sosa_, don _Juan de Sosa_,
el doctor _Rodrigo Maldonado_, licenciatus _Arias_, testigos que
fueron presentes, que vieron aquí firmar sus nombres a los dichos
procuradores, é embaxadores, é otorgar lo susodicho é fazer el dicho
juramento, el comisario Pedro de León, el comisario Fernando de Torres,
vecinos de la villa de Vallid, el comisario Fernando de Gamarra,
comisario de Tagra é Senete, contino de la casa de los dichos rey é
reyna nuestros señores, é Juan Soares de Segueras é Ruy Leme, é Duarte
Pacheco, contino, de la casa del señor rey de Portugal para ello
procurados. E yo Fernán Dalvres de Toledo, secretario del rey é de la
reyna nuestros señores, é del su Consejo, é escrivano de Cámara, é
notario público en la su corte, é en todos los sus reynos é señoríos,
fuy presente a todo lo que dicho es en uno con los dichos testigos, é
con Estevan Vaes, secretario del dicho señor rey de Portugal, que por
abtoridad que los dichos rey é reyna nuestros señores le dieron para
dar fé deste abçon en sus reynos, que fué asy mismo presente a lo que
dicho es, é a ruego é otorgamiento de todos los dichos procuradores, é
embaxadores, que en mi presencia, é suya, aquí firmaron sus nombres,
este público instromento de capitulación fize escrevir, el qual va
escripto en estas seis fojas de papel de pliego entero escriptas de
ambas partes con esta en que van los nombres de los sobredichos, é muy
signo; é en fin de cada plana va señalado de la señal de mi nombre é
de la señal del dicho Estevan Vaes, é por ende fize aquí mi signo,
que es tal. En testimonio de verdad _Fernán Dalvres_. E yo el dicho
_Estevan Vaes_, que por abtoridad que los dichos señores rey é reyna
de Castilla, é de León, me dieron para fazer público en todos sus
reynos é señoríos juntamente con el dicho Fernán Dalvres, a ruego, é
requerimiento de los dichos embaxadores é procuradores a todo presente
fuy, é per fe é certidumbre dello aquí de mi público señal la signé,
que tal es.

La qual dicha escriptura de asiento é capitulacion, é concordia suso
incorporada, vista é entendida por Nos, é por el dicho príncipe Don
Juan nuestro hijo, la aprovamos, loamos, é confirmamos, é otorgamos,
é ratificamos, é prometemos de tener, é guardar, é complir todo lo
susodicho en ella contenido, é cada una cosa, é parte dello realmente
ó con efeto, cesante todo fraude, é cautela, ficcion, é simulacion, é
de no ir, ni venir contra ello, ni contra parte dello en tiempo alguno,
ni por alguna manera que sea, ó ser pueda; é por mayor firmeza, Nos
y el dicho príncipe Don Juan nuestro hijo, juramos a Dios, é a Santa
María, é a las palabras de los Santos Evangelios do quier que más
largamente son escriptas, é a la señal de la Cruz en que corporalmente
posimos nuestras manos derechas en presencia de los dichos Ruy de
Sosa, é Don Juan de Sosa, é licenciado Arias de Almadana, embaxadores
é procuradores del dicho serenissimo Rey de Portugal, nuestro hermano,
de lo asy tener é guardar, é complir, é a cada una cosa é parte de lo
que a nos incumbe, realmente é con efeto, como dicho es, por Nos é por
nuestros herederos é subcesores, é por los dichos nuestros reynos é
señoríos, é súbditos é naturales dellos, so las penas é obligaciones,
vínculos é renunciaciones en el dicho contracto de capitulacion,
é concordia de suso escripto, contenidas: por certificación é
corroboracion de lo qual, firmamos en esta nuestra carta nuestros
nombres, é la mandamos sellar con nuestro sello de plomo pendiente en
filos de seda a colores. Dada en la villa de Arévalo a dos días del
mes de julio año del nascimiento de Nuestro Señor Jesu Christo de mil
cuatrocientos noventa é cuatro años.

                       _Yo el Rey._--_Yo la Reyna._--_Yo el Príncipe._


Y yo _Fernan Dalvres de Toledo_, secretario del Rey é de la Reyna
nuestros señores, la fize escrebir por su mandado.»

       *       *       *       *       *

Concluido el tratado el 7 de junio de 1494, fué ratificado por los
Reyes de España en la villa de Arévalo el 2 de julio siguiente, y por
el Rey de Portugal el 5 de septiembre de 1494 en Setuval.



Q


CARTA DE CRISTÓBAL COLÓN A LOS REYES CATÓLICOS, EXPONIENDO ALGUNAS
OBSERVACIONES SOBRE EL ARTE DE NAVEGAR.--Granada, 6 de febrero de
1502[670].

       [670] _Cartas de Indias_, págs. 7-10.--Madrid, 1877.

Muy altos y muy poderosos Reyes y Señores: Yo querria ser cabsa de
placzer y holgura a Vuestras Alteças, que no de pesadumbre y hastio;
mas como sé la afizion y deleyte que tienen a las cosas nuevas y dalgun
interese diré de unas y otras, compliendo con su mandamiento, aquello
que agora me venga a la memoria; y cierto non judguen dellas por el
desaliño, mas por la intinzion y buen deseo, ya que en todo lo que
fuere del servizio de Vuestras Alteças, non he de deprender de ningun
otro lo que yo sé fazer por my mesmo; que si me faltaren las fuerzas y
las fatigas me ryndieren, non desfallezerá en my ánima la voluntad como
el más obligado y debdor que soy.

Los navegantes y otras gentes que tractan por la mar, tienen syempre
mayor conoszimiento de las partidas particulares del mundo donde usan
y fazen sus contractaciones más continuo, y por esto cada uno destos
sabe mejor de lo que vee cada dia, que no lo otro que viene de años há
años, y asy reszebimos con delectazion la relazion quellos mesmos nos
fazen de lo que vieron y collejieron, como cierto allegamos más grande
enseñanza de aquello que deprendemos por nuestra propia espirenzia.

Si resconozemos el mundo ser esférico, según el sentir de muchos
escriptores que ansy lo afirman, o que la scienzia non faga asentar
otra cosa con su auctoridad, no se deve entender que la templanza sea
igual en un clyma, porque la diversidad es grande asy en la mar como en
la tierra.

El sol syembra su ynfluenzia y la tierra la reszibe segun las
concavidades o montañas que son formadas en ella, y bien que harto
hayan scripto los antiguos sobre esto, así como Plinio[671], que dize
que debaxo del norte ay tan suave templanza, que la gente que ally está
jamas se muere, salvo por enfadamiento ó aborrimiento de vida, que se
despeñan y voluntariamente se matan.

       [671] Plinio tomó sus fabulosas noticias acerca de los
       hiperbóreos de los autores Hecateo, Heródoto, Pomponio Mela y
       otros.

Nos vemos aquy en España tanta diversydad de templanza, que non es
menester el testimonio sobre esto de ninguna antigüedad del mundo:
vemos aquy en Granada la syerra cubierta de nyeve todo el año, ques
señal de grand frio, y al pie desta syerra son las Alpujarras donde
es siempre suavisima tenplanza syn demasiado calor ny frio, y asy
como es en esta provinzia, es en otras hartas en España, que se deja
de dezir por la prolixidad dellas. Digo que en la mar acaesze otro
tanto y en espezial en las comarcas de las tierras, y desto es en mayor
conoszimiento los que continuo ally tractar, que no los otros que
tractan en otras partes.

En el verano, en l'Andaluzia por muy cierto se tiene cada dia, después
de ser el sol altillo, la virazon, ques viento que sale del poniente,
esta vien muy suave y dura hasta la tarde; asy como esta virazon
continúa en aquel tiempo en esta region, ansy continúa otros vientos en
otras partes y en otras regiones diferentes el verano y el ynvierno.
Los que andan continuo de Cadiz a Napoles, ya saben cuando pasan por
la costa de Catalunia, segund la sazon, el viento que han de hallar
en ella, y asymismo cuando pasan por el golfo de Narbona. Estos que
han de yr de Cadiz a Napoles, si es tiempo de ynvierno, van a vista de
cabo de Creo en Catalunia, por el golfo de Narbona: entonzes vienta muy
rezio, y las vezes las naos conviene la obedezcan y corran por fuerza
hasta Berueria, y por esto van más al cabo Creo, por sostener más la
bolina y cobrar las Pomegas de Marsella o las yslas de Eres, y despues
jamas se desabarcan de la costa hasta llegar donde quier. Si de Cadiz
ovieren de yr a Napoles en tiempo de verano, navegan por la costa de
Berueria hasta Cerdena, ansy como está dicho de la otra costa de la
tramotana. Para estas navegaziones ay hombres señalados, que se an dado
tanto a ello, que conoszen todos estos caminos y qué temporales pueden
esperar, segund la razon del año en que fueren. Vulgarmente, a estos
tales llamamos pylotos, que es tanto como en la tierra adalid; que bien
que uno sepa muy bien el camino daqui a Fuenterrabia para llevar una
hueste, ni lo sabe daqui a Lisbona. Esto mismo acaesze en la mar, que
unos son pylotos de Flandes y otros de Levante, cada uno de la tierra
donde más usa.

El tracto y tránsito d'España a Flandes mucho se continúa; grandes
marineros ay que andan a este uso. En Flandes, en el mes de enero,
están todas las naos despechadas para volver a sus tierras, y en
este mes, de raro sale que no haya algunos estirones de brysa ques
cernosdeste y nornordeste. Estos vientos, a este tiempo, no vienen
amorosos, salvo salvajes y frios y fasta peligrosos: la distançia del
sol y la calidad de la tierra son cabsa que se enjendre esto. Estas
brysas no son estábiles, bien que asy no yerren el tiempo: los que
navegan con ellas son presonas que se ponen a ventura y lo más de las
veçes llegan con la mano en los cabellos. A estos, sy la brisa les
falta y les haze fuerza otro viento, ponense en los puertos de Franzia
o Ingalterra, hasta que venga otra marea que puedan salyr de los
puertos.

La gente de la mar es cobdiziosa de dyneros y de volver a su casa, y
todo lo aventuran syn esperar a ver quel tiempo sea firme. Cativo como
estaba en cama, en otra tal ocasion dixe a Vuestras Alteças lo que pude
de mayor seguridad desta navegazion, que era despues de ser el sol en
Tauru, y renegar de fazer esta partida en la fuerza y más peligroso de
ynvierno. Sy los vientos ayudan, muy corto es el tránsito, y non se
debe de partir hasta tener buena certeza del viaje; y de acá se puede
judgar dello, ques cuando se viere estar el çielo muy claro y salir el
viento de la estrella de la tramotana y durar algunos dias, syempre en
aquella alegria. Saben bien Vuestras Alteças lo que aconteszió el año
de noventa y syete, cuando estaban en Burgos en tal congoxa por quel
tiempo perseveraba crudo y se suçedian los estirones, que de enfadados
se yban a Soria; y partida toda la corte un sabado, quedaron Vuestras
Alteças para partir lunes de mañana; y a un çierto proposito, en
aquella noche, en un escripto mio que envié a Vuestras Alteças, dezia:
tal dia comenzó a ventar el viento; el otro dia no partirá la flota,
aguardando sy el viento se afirme; partirá el miercoles, y el jueves o
viernes será tant avant como la isla de Huict, y syno se meten en ella,
serán en Laredo el lunes que viene, o la razon de la marineria es toda
perdida. Este escripto mio, con el deseo de la venida de la Prinzesa,
movió a Vuestras Alteças a mudar de proposito de no yr a Soria y
espirmentar la opinion del marinero; y el lunes remaneszió sobre Laredo
una nao que refusó de entrar en Huict, porque tenia pocos bastimentos.

Muchos son los juizios y fueron syempre en la mar y en la tierra en
semejantes casos, y agora han de ser muchos los que hayan de navegar a
las yslas descubiertas; y sy el camino es ya conoszido, los que hayan
de tractar y contractar, con la perfizion de los ystrumentos y el
aparejar de las naos, habran mayor conoszimiento de las cosas y de las
tierras y de los vientos y de las epocas mas convenybles para sus usos,
y más espirenzia para la seguridad de sus presonas.

La Sancta Trenydad guarde a Vuestras Alteças como deseo y menester
habemos, con todos sus grandes estados y señoríos. De Granada, a seys
de hebrero de mill y quinientos y dos años.

                                  .S.
                                .S.A.S.
                              X    M    Y
                              Xpo Ferens.


CARTA DE CRISTÓBAL COLÓN AL REVERENDO Y MUY DEVOTO PADRE FRAY D. GASPAR
(GORRICIO), EN LAS CUEVAS DE SEVILLA[672].

       [672] Navarrete, _Colec. de los viajes_, etc., tomo I, pág.
       322.

Reverendo y muy devoto Padre: Si mi viaje fuera tan apropiado a la
salud de mi persona y descanso de mi casa, como amuestra que haya
de ber acrescentamiento de la Corona Real del Rey é de la Reina mis
Señores, yo esperaría de vivir mas de cien gibileos. El tiempo no
da lugar que yo escriba más largo. Yo espero que el portador sea
persona de casa, que os dirá por palabra más que non se puede decir
en mis papeles. También suplirá don Diego. Al Padre Prior y a todos
los Religiosos pido por merced que se acuerden de mí en todas sus
oraciones. Fecha en la isla de Janahica a 7 de julio de 1503.

Para lo que V. R. mandaré.

                                  .S.
                                .S.A.S.
                              X    M    Y
                              Xpo Ferens.


A MI MUY CARO FIJO DON DIEGO COLÓN. EN LA CORTE[673].

       [673] Navarrete, _Col. de los viajes_, etc., tomo I, págs. 351
       y 352.

Muy caro fijo: Diego Méndez partió de aquí lunes tres de este mes.
Después de partido fablé con Amerigo Vespuchi, portador desta, el
cual va allá llamado sobre cosas de navegación. El siempre tuvo deseo
de me hacer placer: es mucho hombre de bien: sus trabajos no le han
aprovechado tanto como la razón requiere. El va por mío y en mucho
deseo de hacer cosa que redonde a mi bien, si a sus manos está. Yo non
se de acá en que yo le emponga que a mí aproveche, porque non sé que
sea lo que allá le quieren. El va determinado de hacer por mí todo lo
que a él fuere posible. Ved allá en que puede aprovechar, y trabajad
por ello, que él lo hará todo y fablará, y lo porná en obra; y sea todo
secretamente porque non se haya dél sospecha. Yo, todo lo que se haya
podido decir que toque a esto, se lo he dicho, y enformado de la paga
que a mí se ha fecho y se haz. Esta carta sea para el Sr. Adelantado
también, porque él vea en que puede aprovechar, y le avise dello. Crea
Su Alteza que sus navíos fueron en lo mejor de las Indias y más rico:
y si queda algo para saber más de lo dicho, yo lo satisfaré allá por
palabra, porque es imposible a lo decir por escrito. Nuestro Señor te
haya en su santa guardia.--Fecha en Sevilla a cinco de febrero (de
1505).

Tu padre que te ama más que a sí.

                                  .S.
                                .S.A.S.
                              X    M    Y
                              Xpo Ferens.



R


CÉDULA ADVIRTIENDO AL OBISPO DE BADAXOZ, QUE LOS INDIOS QUE VENIAN EN
LAS CARABELAS, SE VENDAN EN ANDALUCÍA; E QUE APRESURE BERNAL DE PISA LA
SALIDA DE LAS OTRAS CARABELAS PARA LAS INDIAS[674].

       [674] _Archivo de Indias._--_Colec. de doc. inéd. relativos al
       descubrimiento_, etc., tomo XXX, páginas 331 y 332.

                         12 de abril de 1495.
                          El Rey e la Reyna.

Reverendo _in Cristo_ Padre Obispo: Dempues de aberos escripto e
ymbiado el despacho que os ymbiamos sobre lo que toca a las quatro
carabelas que Mandamos agora ymbiar a las Indias, rrescebimos vuestra
letra con un correo, por lo qual Nos faceis saber la venida de las
otras quatro carabelas de allá, de lo qual obimos muncho plascer;
e porque esperamos la venida de Torres con las cartas que de allá
trae, non podemos agora escrebiros acá en ello. Cerca de lo que Nos
escrebisteis de los indios que vienen en las carabelas, paréscenos que
se podran vender mexor en _Andalucía_ quen otra parte; debeislos facer
vender como mexor os paresciere; y en la venida de Bernal de Pisa,
debeis facer que se venga luego acá, e ymbiad algunas cosas que vengan
con él para las traer a Nos.

Cuanto a las quatro carabelas que vos escrebimos que ymbiáredes agora,
paréscenos que por la nescesidad de manthenimientos que los questan en
las Indias thienen, debeis dar muncha priesa en la partida dellas; e
porque con el mensaxero que ayer partió vos escrebimos largo, non ay
agora más que descir. De _Madrid_ a doce dias de abril de noventa e
cinco. E vos encargamos que con estas quatro carabelas vaya Joan Aguado.

                                        (Está rrubricado e sellado)


PROVISIÓN DE 30 DE OCTUBRE DE 1503[675].

       [675] Abbad y Lasierra, _Hist. de Puerto Rico_, pág. 29,
       nota.--Puerto Rico, 1866.

Por una provisión dada en Segovia a 30 de octubre de 1503, la magnánima
Isabel dió licencia para cautivar a los caribes y venderlos, así
en Indias como en España y demás lugares que por bien tuviesen los
traficantes. «Porque trayéndose a estas partes--decía la Provisión--é
sirviéndose de ellos los cristianos, podrán ser más ligeramente
convertidos é atraídos a nuestra santa fé católica.»


ORDEN DE LOS REYES MANDANDO SE ENTREGAREN A JUAN DE LEZCANO CINCUENTA
INDIOS PARA DISTRIBUIRLOS EN LAS GALERAS DE SU MANDO[676].

       [676] _Arch. de Simancas._--Conde Roselly de Lorgues,
       _Cristóbal Colón_, tom. III, págs. 889 y 890.

El Rey é la Reina. Reverendo in Cristo padre obispo de Badajoz: porque
para fornescer ciertas galeras que Juan de Lezcano, nuestro capitán en
la nuestra armada, trae en nuestro servicio, habemos acordado de le
mandar dar cincuenta indios, por ende Nos vos mandamos é encargamos que
de los indios que vos ahí teneis, deis al dicho Juan de Lezcano ó a la
persona quél con su carta por ellos enviare los dichos cincuenta indios
que sean de edad de veinte fasta cuarenta años; é tomad su carta de
pago ó de la persona quél por ellos enviase, nombrando en ella cuántos
son los indios que así recibiere, é de qué edad cada uno, para que
si los dichos indios hubieren de ser libres retorne al dicho Juan de
Lezcano los que dellos toviere vivos, é si hobieren de ser cautivos, se
les queden para en cuenta del sueldo quél dicho Juan de Lezcano hobiere
de haber en la dicha armada, é se le descuente lo que en ellos montare,
a los precios que cada uno dellos valieren, según la edad de cada uno
dellos: fue fecha en la ciudad de Tortosa a trece de enero de noventa y
seis años.--Yo el Rey, etc.


CLÁUSULA DEL TESTAMENTO QUE HIZO FRAY BARTOLOMÉ DE LAS CASAS, OBISPO
QUE FUÉ DE CHIAPA[677]

       [677] El 17 de marzo de 1564, hallándose en el Monasterio
       de Nuestra Señora de Atocha (Madrid), presentó al escribano
       Gaspar Testa dicho testamento escrito, cerrado y sellado.

En el nombre de la Santísima Trinidad, Padre, é Hijo, y Espíritu Santo,
un solo Dios verdadero: el obispo Fr. Bartolomé de las Casas, porque
todo fiel cristiano debe dar testimonio de sí mismo al tiempo de su fin
y muerte cuanto en sí fuere con la gracia de Dios, y en aquel paso tan
peligroso ocurren muchos é grandes impedimentos, y por eso antes que en
él me vea, digo que protesto morir y vivir lo que viviere en la santa
fe católica de la Santísima Trinidad, Padre, y Hijo, y Espíritu Santo,
creyendo é teniendo como creo y tengo todo aquello que cree y tiene
la Santa Iglesia de Roma, y en esta fe y creencia protesto é afirmo
que quiero vivir lo que me resta de la vida y hasta el fin della, que
es la muerte inclusive, quiero en esta santa fe morir; é porque por
la bondad y misericordia de Dios que tuvo por bien de elegirme por su
ministro sin yo se lo merecer, para procurar y volver por aquellas
universas gentes de las que llamamos Indias, poseedores y propietarios
de aquellos reinos y tierras, sobre los agravios, males y daños nunca
otros tales vistos ni oídos, que de nosotros los españoles han recibido
contra toda razón é justicia, y por reducillos a su libertad prístina
de que han sido despojados injustamente, y por librallos de la violenta
muerte que todavía padecen, y perecen, como han perecido é despobládose
por esta causa muchos millares de leguas de tierra, muchos dellos en
mi presencia, y he trabajado en la corte de los reyes de Castilla,
yendo y viniendo de las Indias a Castilla, y de Castilla a las Indias
muchas veces, cerca de cincuenta años, desde el año de mil é quinientos
y catorce, por solo Dios é por compasión de ver perecer tantas
multitudes de hombres nacionales, domésticos, humildes, mansuetísimos y
simplicísimos, y muy aparejados para recibir nuestra santa fe católica
y toda moral doctrina y ser dotados de todas buenas costumbres, como
Dios es testigo que otro interese nunca pretendí; por ende digo que
tengo por cierto y lo creo así, porque creo y estimo que así lo terná
la Santa Romana Iglesia, regla y mesura de nuestro creer, que cuanto se
ha cometido por los españoles contra aquellas gentes, robos é muertes
y usurpaciones de sus estados y señoríos de los naturales reyes y
señores, tierras é reinos, y otros infinitos bienes con tal malditas
crueldades, ha sido contra la ley rectísima inmaculada de Jesucristo
y contra toda razón natural, é en grandísima infamia del nombre de
Jesucristo y su religión cristiana, y en total impedimento de la fe,
y en daños irreparables de las ánimas é cuerpos de aquellas inocentes
gentes; é creo que por estas impías y celerosas é ignominiosas obras,
tan injusta, tiránica y barbáricamente hechos en ellas y contra
ellas, Dios ha de derramar sobre España su furor é ira, porque toda
ella ha comunicado é participado poco que mucho en las sangrientas
riquezas robadas y tan usurpadas y mal habidas, y con tantos estragos é
acabamientos de aquellas gentes, si gran penitencia no hiciere, y temo
que tarde ó nunca la hará, porque la ceguedad que Dios por nuestros
pecados ha permitido en grandes y chicos, y mayormente en los que se
arrean ó tienen nombre de discretos y sabios, y presumen de mandar
el mundo por los pecados de ellos, y generalmente de toda ella; aun
está, digo, esta obscuridad de los entendimientos tan reciente que
desde setenta años que há que se comenzaron a escandalizar, robar é
matar y extirpar aquellas naciones, no sea ya desta hoy advertido que
tantos escándalos y infamias de nuestra santa fe, tantos robos, tantas
injusticias, tantos estragos, tantas matanzas, tantos cautiverios,
tantas usurpaciones de estados é señoríos ajenos, y finalmente
tan universales asolaciones é despoblaciones hayan sido pecados y
grandísimas injusticias.--_El obispo Fr. Bartolomé de las Casas._


REPRESENTACIÓN DE FRAY BARTOLOMÉ DE LAS CASAS AL CONSEJO ACERCA DE LOS
INDIOS DE GUATEMALA[678].

       [678] _Colec. de dóc. inéd._, etc., tomo VII, págs. 162-167.

... «Otro intolerable agravio y daño padecen las gentes de las
provincias de Guatemala y su distrito, y en toda la Nueva España, y así
debe ser en las otras partes; y éste es el repartimiento ó perneamiento
de los indios que se hace para que se vayan a alquilar y trabajar en
las haciendas de los españoles. Vienen los indios de diez leguas a
la ciudad ó al pueblo, métenlos en un corral como si fuesen carneros
ó otras bestias, y allí un alguacil reparte a un español tantos, y a
otros tantos. Aquél los toma de los cabellos violentamente y los lleva,
como si llevara una bestia, y en llegando a su casa, quítale la manta
que trae con que se cubre, y déjale en cueros, diciendo que porque no
se le huya. Tiénelo en los trabajos que quiere ponerlo sin dalle de
comer, durmiendo en un portal, muerto de frío, etc.»[679].

       [679] _Colec. de doc. inéd., etc._, tomo VII, pág. 105.


REMEDIOS PARA LAS ISLAS ESPAÑOLA, CUBA, SANT JUAN Y JAMAICA, SEGÚN FRAY
BARTOLOMÉ DE LAS CASAS[680].

       [680] Págs. 106-109.

... «En cuanto a los indios, porque están muy destruídos y muy flacos
y muy pocos, que de un cuento y cient mil ánimas que había en la Isla
Española, no han dejado los cristianos sino ocho ó nueve mil, que
todos los han muerto, es necesario que al presente los dejen holgar
y recrearse de los trabajos incomparables pasados y tomar algunas
fuerzas...»


CARTA DE GONZALO FERNÁNDEZ DE OVIEDO AL EMPERADOR, SOBRE LAS
DISIDENCIAS ENTRE PIZARRO Y ALMAGRO (25 DE OCTUBRE DE 1537)[681].

       [681] _Colec. de doc. inéd. referentes al descubrimiento,
       conquista y colonización en América y Oceanía_, tomo III,
       págs. 64-70.

Dícese en dicha carta lo siguiente: «Por cierto, muy bien es que el oro
se les quite (a los indios) y se lleve a España, porque mijor estará en
poder de hombres que no de bestias...»


PLATA QUE SE HA TRAÍDO DE LAS INDIAS, SEGÚN PINELO[682].

       [682] _Colec. de doc. inéd. relativos al descubrimiento_,
       etc., tomo VIII, pág. 53.

Acerca de la plata--pues el oro, perlas y piedras preciosas, no se
puede contar--que ha venido de las Indias a España, Antonio de León
Pinelo, licenciado y relator del Supremo y Real Consejo de Indias, en
su libro _Del Paraíso en el Nuevo Mundo_, libro III, que son más de
tres mil y doscientos y cuarenta millones de pesos de ocho reales; y
por cuenta aritmética, suponiendo que haya dos mil leguas desde las
Indias a España, «se podía hacer un camino cubierto de barras de plata,
de cuatro dedos de grueso y de catorce varas de ancho, con sólo la
plata que han dado las Indias.»


REAL CÉDULA DEL 18 DE FEBRERO DE 1549[683].

       [683] _Cedulario índico_, tomo X, núm. 562, págs. 330 y 330 v.ª

Dióse Real Cédula, desde Valladolid, con fecha 18 de febrero de 1549,
firmada por Maximiliano y la Princesa, mandando que no se dejase pasar
a las Indias ninguna persona casada como no fuera en compañía de su
mujer.


REAL CÉDULA DEL 16 DE JULIO DE 1550[684].

       [684] _Archivo histórico nacional._--_Cedulario índico de
       Ayala_, letra E, núm. 16.

«Noticioso S. M. que a causa de averse encarecido los (esclavos) de
Guinea é islas de Cabo Verde, se llevaban a Indias de las de Cerdeña,
Mallorca, Menorca y otras partes de Levante, de los quales muchos
eran de casta de Moros, y de grande inconveniente en tierra en que
se empezaba a plantar la fee: Mandó a oficiales R^s de Sevilla no
permitiesen pasar Negros de Levante, ni los que, aunque fuesen de
Guinea, se huviesen criado con Moriscos. Véase tomo 16 de Reales
Cédulas, fol. 396 b.º, núm. 673.»


CAPÍTULO DE ORDENANZA DE 19 DE NOVIEMBRE DE 1551[685].

       [685] _Arch. hist. nac._--_Cedulario índico_, tomo XI, núm.
       43, págs. 29 v.ª y 30.

Otrosí, vista la desorden que en esa ciudad y sus términos ha habido
y hay en los negros y negras, así libres como esclavos, de servirse
de indios é indias muy sueltamente, y aun muchos de ellos las tienen
por mancevas y las tratan mal y tienen opresas, y para remediar lo
susodicho ordenaron y mandaron que ningun negro ni negra de aquí
adelante de qualquier calidad y condición que sea, sea osado de tener
y servirse de indio ni india en esa ciudad ni sus términos, sopena al
negro que fuere allado tener india y servirse della le sea cortada su
Naptura, y si sirviese de indio le sean dados 100 azotes públicamente,
y si fuere esclava, por la primera vez le sean dados 100 azotes, y
por la segunda cortadas las orejas, y si fuere libre, por la primera
vez le sean dados 100 azotes y por la segunda destierro perpetuo de
sus Reinos, y mas tenga el Alguacil ó persona en denunciar de lo suso
derecho 10 pesos de pena, los quales le serán pagados de qualesquier
bienes que se hallasen de los dichos negros ó negras, ó de gastos de
justicia no se les hallando bienes, y porque lo contenido en esta
Ordenanza haya más cumplimento ordenaron y mandaron que los tales
señores de los tales esclavos y esclavas no consientan ni den lugar a
que los tales esclavos tengan indias ni se sirvan dellas, y tengan muy
gran cuidado de que así se haga, so pena de 100 pesos y que no puedan
decir ni alegar que no lo saben ni que vino a su noticia.»



S


    Sr. D. Juan Ortega Rubio.

                                       Bilbao 29 de Julio de 1886.

Muy Sr. mío y de toda mi consideración y aprecio: He recorrido
atentamente la obra de Canesi con el objeto de desempeñar cumplidamente
el encargo que en su atenta carta me hizo V. hace días, sintiendo mucho
no poder darle más noticias que las que van por separado sobre los
puntos a que V. se refería. Muy poco es, como verá V., lo que dice de
Colón Canesi; de Cervantes no hace mención siquiera; pero lo que más
me extraña es que nada diga de los sucesos de los luteranos, movido,
sin duda, a callarlos de algunos escrúpulos nacidos de temores o
preocupaciones religiosas.

Deseando poder complacer a V. de nuevo en cualquier otra ocasión queda
de V. affmo. s. s. q. b. s. m.,

                                         FIDEL DE SAGARMINAGA.


Canesi.--_Historia de Valladolid._--Libro V, cap. I.

Por horden de los Reyes se dió también principio aquel año al feliz
descubrimiento de las Indias Occidentales por Christoval Colombo,
que en lengua castellana decimos Colón, Cavallero genovés, ilustre
progenitor de los Duques de Veragua, Marqueses de Jamaica; este, pues,
argonauta insigne salió de Valladolid a esta conquista, y guiado de
los papeles que le dexó en la isla de la Madera Rodrigo Faleyro,
peritíssimo Marinero y gran cosmógrafo portugués, se dió a la vela
viernes al amanecer tres de Agosto, acompañado de noventa compañeros
(algunos dicen ciento y veinte) en tres Navíos del puerto de Palos
de Moguer, junto a la costa del Algarve, aprestados con sólos diez y
seis ó diez y siete mil ducados. (Aquí sigue una breve descripción
del descubrimiento de América, que nada de particular ofrece, y luego
refiriéndose a la residencia de Colón en Valladolid, que es lo que
importa, dice lo siguiente): Diré algo de lo mucho que de él nos
dexaron los Escriptores de aquellos tiempos, pues vivo y difunto honró
esta Ciudad de Valladolid empeñado ya en sembrar al Cielo de almas, y
con esta idea volvió a proseguir con infatigable celo el adelantamiento
de su conquista, descubriendo tierras incógnitas, acompañado de su
hermano D. Bartholomé y de mucha más gente que la primera vez, y
lleno de triumphos se restituió a España, mereciendo que los Reyes le
nombrasen por Almirante mayor, Virrey y Capitán general de las Indias
por él descubiertas y por descubrir para él y los sucesores en su casa
y Estado; y casó con D.ª Phelipa Muniz de Melo, Portuguesa de nación,
y estando en Valladolid hizo Cobdicilo a diez y nueve de Mayo de mil
quinientos seis, ante Pedro de Hinojedo, Escribano de Cámara de los
Catholicos Reyes, que le dieron facultad para fundar el mayorazgo de
su casa el año de mil quatrocientos y noventa y siete, y el título de
Duque de Veraguas el de mil y quinientos seis, en que murió a veinte y
seis de Mayo (algunos dicen a seis) en Valladolid, y sus huesos fueron
trasladados a las Cuevas de Sevilla, donde se lee un Epitafio que
traducido en el castellano idioma dice así en esta Octava.

      Este poco compás que ves encierra
    aquel varón que dió tan alto vuelo,
    que no se contentó con nuestro suelo
    y por darnos un nuevo se destierra;
    dió riquezas inmensas a la tierra,
    innumerables ánimas al Cielo,
    halló donde plantar divinas leyes
    y prósperas Provincias a sus Reyes.



T


LOS PLEITOS DE D. DIEGO Y DE D. LUIS COLÓN[686].

       [686] Duraron las negociaciones desde fin de enero hasta el 17
       de abril de 1492. Esta fecha llevan las _Capitulaciones_.

Cristóbal Colón, antes de su muerte, para asegurarse de sus derechos
como Almirante de las Indias, consultó a un letrado, el cual dió su
opinión, después de estudiar las Capitulaciones de Santa Fe y todos los
privilegios y mercedes concedidos por los reyes.

Dijo el letrado, «sin que en esto pueda haber engaño ni yerro», que a
Don Cristóbal Colón pertenecían el tercio, el décimo y el octavo que
produjesen las Indias descubiertas y por descubrir, esto es, un 55,80
por 100, además de las ventajas de justicia, oficios, nombramientos,
etc.

Aceptó el Almirante el dictamen, y así lo consignó en su testamento.

A la muerte de Colón, su hijo y heredero D. Diego, fundándose en la
citada consulta, hizo las correspondientes reclamaciones, que dieron
lugar a pleitos, los cuales duraron muchos años.

En una petición sin fecha, que conservamos, suplica D. Diego que se
le tenga por virrey y gobernador perpetuo de las Islas y Tierra Firme
descubiertas y por descubrir, que se le entregue la gobernación de la
isla de San Juan y de las provincias de Veragua y Urabá, que se le
señale y libre salario como tal Almirante y virrey gobernador, que
se le dé y pague gente armada para su guarda, que no intervengan los
oficiales de la Casa de Contratación en los negocios de Indias sin el
concurso de la persona o personas que el Almirante designe, que se le
entregue el diezmo de cuanto produjeron las citadas Indias, etcétera.

Aunque la petición se ajustaba casi por completo a las Capitulaciones
de Santa Fe, otorgar aquélla y reconocer la validez de las últimas,
equivalía a enajenar para siempre la soberanía de todos los países
descubiertos y por descubrir. Era evidente que D. Diego daba un
alcance a las citadas Capitulaciones que los reyes no les dieron al
estipularlas en el convenio de Santa Fe. Además, ¿podía la Corona, en
nuestro sistema actual de legislación, otorgar tales mercedes?

Contestóse al Almirante que, según una ley dada en las Cortes de Toledo
de 1480, no podía darse oficio alguno de justicia con carácter de
perpetuidad, añadiendo que los dados anteriormente en esa forma debían
entenderse otorgados de por vida; de modo que, aun en el caso de que
los cargos concedidos a Colón lo hubiesen sido perpétuamente, por la
ley dicha la concesión debía entenderse como hecha de por vida. Negada,
pues, la petición principal, debían negarse todas las demás que de ella
arrancaban.

A pesar de la negativa, merced a las gestiones que hicieron a su favor
el duque de Alba[687], Rodríguez de Fonseca y el secretario Conchillos,
se dispuso, por Real Cédula de 9 de agosto de 1508, que D. Diego
marchara a las Indias y entendiese en la gobernación de ellas, «sin
perjuicio del derecho de ninguna de las partes», y, aunque así lo hizo,
en 9 de diciembre del mismo año otorgó poder a Juan de la Peña, criado
y factor del dicho duque, para que le representase ante los tribunales
e hiciere las diligencias necesarias en favor de sus intereses.

       [687] El Almirante hubo de contraer matrimonio con una hija
       del duque de Alba.

El nombramiento de gobernador, hecho a favor de Don Diego, se hizo con
arreglo a la Real Provisión de 29 de septiembre de 1509, esto es, con
ciertas facultades y por el tiempo que la voluntad real fuere; pero el
Almirante insistió en que se le nombrase virrey y gobernador perpetuo
de las Indias descubiertas y por descubrir. A ello se opuso el fiscal,
sosteniendo que en el segundo capítulo de los otorgados en Santa Fe el
17 de abril de 1492 se concedió el título de gobernador y virrey de las
islas y Tierra Firme que se descubriesen a D. Cristóbal Colón; pero
sólo a él y no a sus herederos, añadiendo que vacaron dichos oficios a
la muerte del primer Almirante «y aun en su vida por deméritos y por
usar mal de la merced que le fué fecha, y pasar a más de lo que le fué
dado.»

Si examinando el texto de las Capitulaciones el fiscal estaba en lo
cierto, don Diego presentó los traslados de dos privilegios: uno, de
23 de abril de 1492 confirmando lo capitulado en Santa Fe, y otro, de
30 de abril del mismo año, en el cual, al conceder a D. Cristóbal el
uso de los mencionados títulos, se dice lo siguiente: «Seades nuestro
almyrante e visorrey e governador en ellas e vos podades dende en
adelante llamar e yntitular don e almirante e visorrey e governador
dellas, et assy vuestros hijos e sucesores en el dicho oficio et cargo
se puedan llamar e yntitular don e almyrante e visorrey e governador
dellas.»

Estimó el fiscal que el último privilegio no alteraba las
Capitulaciones, ni podía alterarlas; pero, dado que se entendiese como
quería D Diego, resultaba contrario a las leyes. Replicó el Almirante.

El 5 de mayo de 1511 el Consejo Real, formado por los doctores
Carvajal, Palacios Rubios y Cabrero, y los licenciados Zapata,
Muxica, Santiago, Aguirre y Sosa firmaron la declaración o sentencia
que a continuación copiamos: «1.º Que al Almirante y sus sucesores
pertenecían la gobernación y administración de justicia, en nombre
de los reyes, así de la Isla Española como de las otras islas que
el Almirante D. Cristóbal Colón, su padre, descubrió en aquellos
mares, y la de aquellas islas que por industria del dicho su padre
se descubrieron, con título de virrey de juro y heredad para siempre
jamás, para que por sí y sus tenientes y oficiales de justicia,
conforme a sus privilegios, pudiesen ejercer y administrar la
jurisdicción civil y criminal de las dichas islas, cómo y de la
manera que los otros gobernadores y virreyes la usan y pueden y deben
usar en los límites de su jurisdicción. 2.º Que la décima del oro y
demás cosas pertenecía al Almirante D. Diego y a sus sucesores de
juro y heredad, ahora y para siempre. 3.º Que no pertenecía parte
ni cosa alguna al Almirante D. Diego y sus sucesores de los diezmos
eclesiásticos. 4.º Que de las penas que pertenecían a la Cámara de sus
Altezas no correspondía parte alguna al Almirante ni a sus sucesores,
pero que pertenecían al Almirante y a sus oficiales las penas que
por las leyes correspondían a las justicias y jueces. 5.º Que las
apelaciones interpuestas de los alcaldes por elección o nombramiento
de los Consejos, fuesen primeramente al Almirante y a sus tenientes y
de ellos fuesen a sus Altezas y a sus Audiencias. 6.º Que sus Altezas
podían poner en las islas jueces que conociesen de las apelaciones.
7.º Que también pertenecía a sus Altezas el nombramiento de regidores
y jurados, fieles y procuradores y otros oficios de gobernación de
dichas islas que deben ser perpetuos. 8.º Que la provisión de las
escribanías pertenecía a sus Altezas, excepto las del juzgado del
Almirante, que pertenecía a éste; pero debiendo poner notarios o
escribanos de sus Altezas. 9.º Que sus Altezas podían mandar, cuando lo
juzgasen conveniente, tomar residencia al Almirante y a sus oficiales,
conforme a las leyes del reino. Y 10. Que a sus Altezas, y a quien su
poder tuviese, y no al Almirante, pertenecía el repartimiento de los
indios»[688].

       [688] Becker y González, _Los pleitos de Colón_, págs. 210 y
       211, en la _Historia del Mundo_, publicada por la Universidad
       de Cambridge, tomo XXIII.

Aprobóse la sentencia por Real provisión el 17 de julio del mismo año,
y aunque el fiscal Pero Ruiz interpuso súplica, se confirmó aquélla por
Real cédula de 5 de noviembre.

Tenaz D. Diego, volvió a continuar sus pleitos, pues con fecha 3 de
enero de 1512 Juan de la Peña presentó un escrito para que se declarase
que el Almirante no estaba obligado a hacer residencia, que los jueces
nombrados por la Corona sólo podrían conocer en grado de apelación,
que se declarase pertenecerle la gobernación del Darién y que se le
autorizara para tomar en el repartimiento los indios que necesitase
para su grangería. Se opuso el fiscal a estas pretensiones, replicó
Peña en nombre del Almirante, acordando el Consejo que su Alteza
proveería respecto a la residencia y que se recibiese el pleito a
prueba por término de ciento veinte días--que luego se amplió hasta un
año--lo relativo a la gobernación de Darién.

En tanto que probaba D. Diego con las declaraciones de 39 testigos cómo
su padre había descubierto el Darién, formuló en 29 de diciembre de
1512 una protesta contra la sentencia dada en Sevilla el año anterior
por el Consejo Real.

Continuaron los pedimentos y réplicas, llegando el atrevimiento del
Almirante a «consignar en un memorial de agravios que contenía 42
capítulos, que le correspondía el gobierno absoluto, provisión de
oficios, administración de justicia y percepción de rentas en la
tierra extendida de polo a polo al Occidente de la línea trazada
por el pontífice Alejandro VI, a las islas del Pacífico, _y a más,
si más se descubriese_, sentando que no le alcanzaba el precepto
legal de dar residencia de sus actos. Añadió en dichos documentos
que los reyes de Castilla no tenían facultad para entender en el
repartimiento de indios, ni para establecer tributos de cualquiera
especie que fueran, toda vez que habrían de afectar al décimo y octavo
de productos, pertenecientes al Almirantazgo por las Capitulaciones de
Santa Fe, y afirmó, en fin, su derecho a percibir parte de los diezmos
eclesiásticos y de las penas de Cámara, y a nombrar, no solamente los
consejos de los pueblos, sino los capitanes de los navíos que fueran a
las Indias»[689].

       [689] Becker y González, _Los pleitos de Colón_, pág. 212,
       en la _Historia del Mundo_, publicada por la Universidad de
       Cambridge, tomo XXIII.

Sin embargo de peticiones tan exageradas y hasta imprudentes,
continuaron las pruebas de testigos. Volvió a insistir el 15 de
diciembre de 1515 en un nuevo memorial de agravios, con otros 42
capítulos, recayendo sentencia, dada en la Coruña el 17 de mayo de
1520. En dicha sentencia se disponía cómo habían de proveerse los
oficios en Indias; se declaró que el Almirante tenía derecho de
gobernador y virrey en todas las islas que su padre descubrió o por
su industria se descubrieron; se dispuso que se guardase lo acordado
é determinado acerca de los indios libres; se hizo constar que el
Rey podía nombrar comisarios que procediesen contra el Almirante,
bien que el proceso se había de remitir al Consejo Real para que
administrasen justicia; se ordenó que no se tomase residencia al
Almirante sino en ciertos casos, pero el Rey podía mandar que se
tomase residencia a los jueces nombrados por el Almirante; se concedió
permiso al dicho Almirante para nombrar un representante suyo en la
casa de Contratación; y, por último, se consignó que al Almirante
correspondía la décima parte de los productos de las Indias, excepto el
almojarifazgo y otros servicios.

Con la misma fecha de la sentencia se dictó Real Cédula ordenando
a Miguel de Pasamonte, tesorero de la Isla Española, que entregase
anualmente 376.000 maravedises al Almirante, «para su ayuda de costa,
en alguna enmyenda y remuneración de lo mucho que a gastado después
que vino de las yndias andando en nuestra corte y servicio e en
equivalencia de lo que llevava a causa de la gente que se le solía
librar.»

Apeló don Diego de la sentencia el 23 de agosto de 1520, y como se
opusiese el fiscal, en 24 de abril de 1524 solicitó que se mandasen
buscar y traer los procesos incoados el 1500 y 1501, «por los quales
constó e pareció que de fecho e contra derecho el almyrante don
cristóbal colón ynjustamente hizo ahorcar e matar a ciertos ombres en
la ysla española e les tomó sus bienes, de cuya causa el Rey e Reina
católicos, de gloriosa memoria, se movieron a le mandar venyr a esta
corte detenydo e le quitaron los oficios de visorrey e gobernador.»

Cada vez más intransigente, Don Diego quiso oponerse a las pretensiones
de Hernán Cortés y Diego Velázquez, alegando que la gobernación
de Yucatán le pertenecía. ¿No era un absurdo creer que por las
Capitulaciones de Santa Fe todo lo que se descubriese debía convertirse
en feudo de la familia de Colón?

Habiendo muerto Don Diego, su viuda, doña María de Toledo, continuó
los pleitos en nombre de su hijo Don Luis, apoyada por su cuñado Don
Fernando y por su padre el comendador mayor de León. Después de
muchos incidentes, Doña María, _la desdichada virreina_, como ella se
intitulaba, logró que el mismo Don Hernando de Toledo se personase en
el pleito, consiguiendo que el 25 de junio de 1527 se declarasen nulas
las sentencias dadas en Sevilla y la Coruña; a su vez se mandaba que
se vieran y fallaran de nuevo los autos. Hasta el 27 de agosto de 1534
no se dictó sentencia, la cual constaba de 33 capítulos; en ella se
reconocía una vez más a los herederos de Cristóbal Colón el derecho
al almirantazgo de Indias, extendiéndose su gobierno al Darién, con
facultad de poner en éste un teniente; mas se le negaba derecho a la
décima del impuesto de almojarifazgo y a parte alguna de los diezmos
eclesiásticos.

Vese con toda claridad que los Colones veían premiados sus esfuerzos;
pero cuanto más se les concedía, mayores eran sus ambiciones; así que
tampoco se dieron por satisfechos con el último fallo. Tanto molestó
esta conducta al fiscal Villalobos, que formuló un alegato, queriendo
demostrar que las Indias se descubrieron, no por industria de Colón,
sino por la de Martín Alonso Pinzón y otros marinos. Sostuvo, del
mismo modo, que los reyes otorgaron mercedes y privilegios a Colón,
creyéndole descubridor. Terminaba afirmando que la mitad de las honras
y provechos correspondían al dicho Pinzón, según el convenio celebrado
por ambos marinos antes de emprender el viaje. El Consejo estimó
impertinente el alegato, y, con fecha 18 de agosto de 1535, dictó nueva
sentencia, reconociendo a los sucesores del Descubridor del Nuevo
Mundo el derecho de disfrutar perpétuamente los oficios de virrey y
gobernador en la Isla Española y adyacentes, en las provincias de Paria
y de Veragua, en Tierra Firme; también percibirían la décima de las
rentas reales.

Los defensores de Don Luis Colón, tercer Almirante, volvieron a
interponer nueva apelación, y tacharon de injusta la anterior sentencia.

Lejos de imponer a los tenaces litigantes perpetuo silencio, como por
el matrimonio de D. Diego Colón con Doña María de Toledo, el Almirante
de Indias se había emparentado con las casas más poderosas de la
nobleza, se pensó acabar los litigios mediante una transacción. Se
ofreció al Almirante el territorio comprendido entre el Cabo de Gracias
a Dios y Puerto Bello, y los islotes adyacentes, con título de Duque
o Marqués. Vínose al fin a un acuerdo, encargándose Fray García de
Loaysa, Cardenal de Santa Susana, Obispo de Sigüenza, Presidente de
Indias y Comisario general de la Santa Cruzada, y el Doctor Gaspar de
Montoya, del Consejo de Castilla, de dictar un laudo arbitral, como
así hicieron el 28 de junio de 1536. Por él D. Luis Colón y sucesores
conservarían el título de Almirante de Indias con diez mil ducados de
renta en ellas, la isla de Jamaica, con título de Duque o Marqués, 25
leguas cuadradas en Veragua con jurisdicción civil y criminal, y otras
preeminencias y rentas para las hijas de D. Diego Colón.

Don Luis no rechazó la sentencia, si bien se consideró perjudicado y
logró, por decisión del Consejo, que el Emperador confirmó por Cédula
de 6 de septiembre, que se mejorasen las condiciones de la mencionada
sentencia. Luego, por otra Cédula de 8 de noviembre, se dió a Doña
María de Toledo la cantidad de cuatro mil ducados en oro, pagados por
las Cajas de Puerto Rico.

El testarudo D. Luis volvió a sus reclamaciones, y el pacientísimo
Emperador, para terminar de una vez para siempre, consintió nuevo
juicio arbitral, que decidieron el dicho Cardenal Loaysa y D. Francisco
de los Cobos, Comendador Mayor de León, en laudo de 5 de febrero de
1540.

Por último, D. Luis volvió a provocar nuevos incidentes, que terminaron
cuando la muerte arrebató la vida del tercer Almirante de Indias.

«Esta rápida exposición de los hechos--escribe el Sr. Becker
González--basta para destruir la leyenda de la ingratitud de España
con el descubridor y con sus sucesores. Se les dió alta posición
política y social, pingües rentas, grandes posesiones territoriales y
títulos honoríficos, y lograron enlazarse con una de las principales
familias de la nobleza. ¿A qué más se les considera con derecho, y
que más podían pretender? ¿Qué más ha hecho nación alguna por sus
descubridores, por sus navegantes y por sus conquistadores? ¿Quién
no recuerda cómo Inglaterra trató a Raleigh, a Clive y a Hastings, y
Francia, a Dupleix y a Lally?»[690].

       [690] Obra citada, pág. 217.



U


COMPROMISO DE MAYORAZGO Y DE TESTAMENTO[691].

       [691] _Archivo de Indias._--_Colec. de doc. inéd._, tomo XXX,
       págs. 481-500.

En virtud de real autorización del 23 de abril de 1497 hizo una
institución de mayorazgo el 22 de febrero de 1498. El mismo Colón dijo
cinco años después que había fundado aquel mayorazgo al objeto de que
fuera al mayor provecho para su alma, para el servicio de Dios, para
su honra y la de sus sucesores. Este documento es de importancia suma
para la historia de Cristóbal Colón. El mismo Almirante dice: «Que
siendo yo nacido en _Génova_, les vine a servir (a sus Altezas) aquí
en Castilla...» Más adelante añade: «Mando al dicho D. Diego (su hijo
primogénito) o a quien poseyere el dicho mayorazgo, que procure e se
trabaxe siempre por la honrra e bienes e acrescentamiento de la cibdad
de _Génova_, e ponga todas sus fuerzas e bienes a defender e alimentar
el bien e honrra de la República della, non yendo contra el servicio
de la Iglesia de Dios, e alto Estado del Rey o de la Reyna Nuestros
Señores e de sus subcesores.»

El carácter del mayorazgo es eminentemente religioso. Manda a sus
descendientes que preparen los medios de rescatar el Santo Sepulcro,
de mantener la integridad del poder temporal del Papa, de pagar el
diezmo a Dios en sus pobres, de establecer un hospital para socorrer
a los pobres, de fundar un seminario de misiones extranjeras para la
conversión de los pueblos idólatras y de erigir una iglesia en honra de
la Inmaculada Concepción. Todo ello se haría bajo la dirección del Sumo
Pontífice, y mediante la aprobación lo mismo del Papa que de los Reyes
Católicos.


                         (APÓCRIFO Y SUPUESTO)

TESTAMENTO MILITAR DEL ALMIRANTE D. CRISTÓBAL COLÓN[692].

       [692] Ibidem, pág. 501.

    Valladolid 4 de mayo de 1506.

Habiéndome honrado con un devotísimo Memorial de preces el Sumo
Pontífice Alejandro VI, dándome un gran consuelo en mi cabtividad,
en mis batallas e adversidades, quiero que dempues de mi muerte, se
entregue por memoria a mi amantísima Patria la República de _Génova_,
e por los beneficios rrescebidos en esta Cibdad, es mi voluntad, que
funde en ella un nuevo Hospital de mis rrentas heredadas en _Italia_,
e para la mejor sustentación de los pobres en mi Patria, faltando
mi línea masculina, declaro e substituyo en mi Almirantazgo de las
_Indias_, e sus anexidades, por subcesora, a la misma República de San
Xorge.

Dado en Valladolid a quatro de mayo de mil e quinientos e seys años.
(Está sellado y firmado).



X


CARTA DE AMERRIGO VESPUCCI AL CARDENAL ARZOBISPO DE TOLEDO (JIMÉNEZ
DE CISNEROS), DÁNDOLE SU PARECER SOBRE LAS MERCANCÍAS QUE HUBIERAN DE
LLEVARSE A LAS ISLAS ANTILLAS[693].

       [693] _Cartas de Indias_, págs. 11-13. Madrid, 1877.

Muy reverendo é magnífico señor: Tengo, pues, de agradezer la confianza
que debo a vuestra reverendísima señoría, que non dexaré de dezirle my
pareszer, syn que me mueva ynterese alguno, aunque non oviere gana de
hablar dello; ya que agora he de responder sobre lo que háse de llevar
a las yslas, sy es bien que vaya por una mano y que Su Alteza lleve el
provecho, segun que lo haze el rey de Portugal en lo de la Mina de Oro,
ó sea, como creo aver entendido ser la manera de pensar de Su Alteza,
que cada uno tenga lybertad de yr i llevar lo que quisyere.

Yo hallo grande diferenzia del tracto del rey de Portugal a este dacá,
por quel uno es enviar a tierra de moros i a un solo lugar una ó dos
mercaderias apreziadas a zierto prezio, y de aquellas le responde los
fatores que allá tiene, con el valor del mismo prezio ó con la ropa;
y acá es al contrario, porque lo que se ha de llevar a las yslas es
diversidad de todas cosas que las personas puedan aver menester, asy
de vestyr como vestidos y muchas cosas nezesarias para edifyzios i
grangerias, que no tienen quenta ny razon; de manera, que yo averia por
muy dificoltoso i casy imposyble que Su Alteza lo pueda mandar hazer
desta manera, en espezial que muchas de las cosas que son menester para
las yslas, cumple más llevarlas de otras partes que destas, asy como
de las yslas de Canaria y las de Portugal, de las quales sacan ganados
y vituallas y otras cosas nezesarias; i para cosa seria menester un
fator, i ay muchas dellas de que non se podria dar quenta, porque
dellas se comen, dellas se dañan y otras se pierden; y desta causa, a
my ver, non se podria llevar este negozio por la dicha manera, i sy en
espirienzia lo pusyere, el tiempo doy por testygo.

Syempre que Su Alteza tenga algun provecho en la entrada de las ropas
que a las yslas se llevaren syn cuidado ny costa, ocurreme uno de dos
camynos: el uno, poner un zierto derecho en todo lo que a las yslas se
llevase, qual a Su Alteza paresziere, i que cada uno pudiese libremente
yr i llevar lo que quisyere; el otro, es encargar esta negoziacion a
mercaderes que repartiesen el provecho con Su Alteza i forneziesen todo
lo que fuese menester, sin que Su Alteza toviese dello cuidado. I en
esta tal companya seria de tener esta orden: que toviese en las dichas
yslas cargo de entender en el reszibir i vender de las ropas que allá
se enviaren el thesorero de Su Alteza, en companya del fator de los
mercaderes, tenyendo cada uno dellos su libro en que, por dos manos, se
asentase todo lo que se vendiese.

Y de todas las ropas que se enviasen en cada navio, fuese la quenta de
lo oviesen costado, firmada del mercader y del thesorero, o bien de
otro factor que Su Alteza deputado a estar en Sevilla o en Cadiz, para
que, segun aquella, pudiesen en las yslas soldar quenta de todo lo que
llevare cada navio sobre sy, i tomar cada uno su parte de la gananzia,
entregandose el mercader del costo de la ropa con costa y fletes,
porque desta manera averia orden y conzierto, ny podria aver fraude ny
engaño alguno; i para las cosas que se oviesen de llevar de fuera dacá
y de las yslas de suso nombradas y saber el costo dellas, el mercader
y fator de Su Alteza que estoviese en Sevilla o Cadiz, podria dar el
cargo a alguna presona que a ellos paresziere.

Este es my pareszer, remityendome a los que más saben.

De Sevilla, a IX dias del mes de diziembre de mill é quinientos é ocho
años.

De vuestra reverendisima señoría humyldemente beso las manos.

                                              _Amerrigo Vespucci_,
                                              piloto mayor.


_Sobre._ Reverendisymo é magnifyco Señor (el Señor) Cardenal d'España,
Arzobispo de Toledo.



ÍNDICE


                                                                Páginas.
PRÓLOGO

  Política de España en las Indias.                                    V
  Plan de la obra.                                                XXXIII
  Fuentes de conocimiento.                                            XL
  Exposición de propósitos.                                           LV
  Descripción geográfica de América.                               LVIII


CAPÍTULO I

  Unidad y variedad de la especie humana.--El evolucionismo.
  --La selección.--El pithecantropus.--Protohistoria
  americana.--El salvajismo.--Antigüedad de los indios.--Razas
  mixtas.--El _homo asiaticus_ y el _homo
  americanus_.--Diferencias y semejanzas entre uno y
  otro.--Algunos pobladores de América son autóctonos.--Razas
  cultas y salvajes.                                                   3


CAPÍTULO II

  Comunicación de América con Asia y con Africa.
  --Consideraciones acerca de la doctrina de Platón, Teopompo
  de Quio, Aristóteles, Diodoro Sículo y Séneca. ¿De dónde
  proceden los indios no autóctonos?--Los egipcios.--Los
  griegos.--Los fenicios.--Los cartagineses.--Los religiosos
  budhistas.--Significado y situación de Ophir.--Los hebreos.
  --Los romanos.--Los etiopes cristianos.--Los troyanos.--Los
  scythas.--Los tártaros.--Origen de los indios según Fr.
  García, el Dr. Patrón, Humboldt y Riaño.                            15


CAPÍTULO III

  Relaciones entre América y Europa durante la Edad Media.--Los
  vascos españoles y franceses.--Los ingleses o irlandeses.--La
  Islandia.--Los Sagas.--Las Crónicas.--El islandés Gunnbjorn.
  --Erico el Rojo en Groenlandia.--Biarne.--Leif en Helluland,
  Markland y Virland.--Thorvall: sus expediciones; su muerte.
  --Expedición de Thorstein y Thorfinn.--Thorfinnhudi.--Lucha
  entre groenlandeses y esquimales.--Regiones visitadas por
  Leif y Thorfinn.--Gudrid en Roma.--Expedición de Freydisa.
  --Otras expediciones.--Autenticidad de los Sagas.--La
  religión católica en el Nuevo Mundo: los obispos; los diezmos
  de los colonos de Vinlandia.--Las colonias.--Interrupción de
  las relaciones entre normandos y americanos.--Correspondencia
  de lugares antiguos con los modernos.--Estatua de Leif en
  Boston.--Trabajos arqueológicos.--Casas descubiertas en
  Cambridge.--Leif y Colón según Fastenrath.                          34


CAPÍTULO IV

  América Meridional: tribus del Océano Atlántico y del
  Pacífico.--Región amazónica: su situación.--Los tupies y los
  guaraníes.--Los omaguas, cocamas y chiriguanos.--Los tapuyas.
  --Los payagüaes, agaces, subayaes y otras tribus.--Tribus que
  habitaban en el Uruguay: Confederación uruguaya: los charrúas.
  --Los chanás y otras tribus.--Los arawak.--Los caribes.
  --Tribus del Alto Orinoco y del Alto Amazonas.--Tribus de las
  mesetas de Bolivia: los chiquitos,--Región pampeana: tribus
  del Gran Chaco y de las Pampas.--Los araucanos.--Tribus
  patagónicas.--Los calchaquíes.                                      52


CAPÍTULO V

  América Meridional.--Región Colombiana.--Tribus del Istmo:
  los cunas y otras tribus.--Los chibchas.--Reyes de Tunja y de
  Bogotá.--Tribus de Chiriqui.--Los panches y otras tribus.
  --Región peruana: tribus principales.--El Perú antes del
  imperio de los incas. ¿Son indígenas los incas?--Manco Capac
  y Mama Ocllo.--Cinchi Lloca: su gobierno.--Lloce Yupanqui: su
  carácter.--Mayta Capac: su pasión por la guerra.--Capac
  Yupanqui: sus conquistas.--Inca Focca: sus victorias.--Yahuar
  Huacac: su cobardía.--Huiracocha: sus triunfos.--Urco: su
  destronamiento.--Titu-Manco-Capac: su cultura.--Yupanqui: sus
  guerras: concilio en el Cuzco.--Tupac Yupanqui: su poder
  militar.--Huayna Capac: su crueldad.--Huascar y Atahualpa:
  guerra civil.--El Inca.--Los incas, curacas y amantas.--Los
  virreyes.--Los gobernadores.--El ejército.--La religión.--La
  cultura.--La poesía.--Las comedias y tragedias.--La música y
  el baile.--La lengua.--La industria.--Vías de comunicación:
  caminos y correos.--Fuentes.--Acueductos.--Las colonias.
  --Colonias militares.                                               66


CAPÍTULO VI

  América Central.--Primeros habitantes del país.--Los mayas.
  --Los quichés y cakchiqueles.--Fundación de la monarquía
  quiché.--Lucha entre quichés y cakchiqueles: batalla de
  Guanhtemalan.--Lucha entre cakchiqueles y otros pueblos.
  --Estado interior de Guatemala y relaciones exteriores.
  --Pedro de Alvarado en el país.--Salvador, Honduras,
  Nicaragua y Costa Rica.--Estado social de los quichés.
  --Cultura de los habitantes de Honduras, Nicaragua, Panamá y
  Costa Rica.--Las Antillas, en particular Haytí y Cuba: artes
  e industria.                                                        84


CAPÍTULO VII

  América Septentrional.--Obscuridad de la historia de México
  en sus primeros tiempos.--Los quinametzín.--Los quinamés.
  --Los nahuas, xicalancas y almecas: su origen.--Los
  chichimecas y fundación de su imperio.--Los toltecas: su
  peregrinación; su asiento en Tula.--Tribus menos importantes.
  --Relaciones entre chichimecas y toltecas.--Monarquía tolteca
  en Tula.--Las tres monarquías; Quetzalcoatl; su doctrina.
  --Tetacatlipoca y otros reyes.--Los chichimecas se apoderan
  de Tula.--Reyes toltecas en Tula.--Cultura de los toltecas.
  --Los chichimecas: su vida.--Gobierno de Xolott.--El
  feudalismo.--Tribus que invaden  el imperio.--Nopaltzin y
  Huetzin.--El reino de Tezcuco.--Los aztecas: su procedencia.
  --Las casas grandes de Gila.--Los aztecas antes de
  establecerse en México y Tlatelolco.--Quinantzin y
  Techotlalazin.--Las 75 provincias.--Ixtlilxochitl: guerra
  civil.--Rivalidad entre Tezcuco y México.--Netzahualcoyotl.
  --Los reinos confederados.--Guerra civil.--Los españoles en
  Tabasco.--Moctezuma II.--La religión y la guerra.--El jefe
  del clan, el capulli y el tlacalecuhli.--Las fratias y la
  tribu.--Consejo Tribal.--La industria.--El Calendario.--Obras
  públicas.--La escritura.--Ciencias religiosas.                      95


CAPÍTULO VIII

  América Septentrional.--Tribus mejicanas.--Los
  shoshoneamus.--Los comanches: sus costumbres.--Tribus
  sonoras: los pimas, los ópatas y los tarahumares:
  sus costumbres.--Tribus iroquesas: sus
  costumbres.--Confederación iroquesa: religión e
  industria.--Los esquimales: su carácter y costumbres.--Los
  algonquinos y athabascos.--Los navajos y los
  apaches.--Los sioux o dakotas.--Los muskokis.--Los
  creeks y otros pueblos.--Los californios.--Los
  tlinkits.--Los pieles-rojas.--Región de los pueblos.--Los
  chinuks.--Situación y costumbres de los pueblos citados.           122

CAPÍTULO IX

  Estado social de los indios.--La antropofagia.--El
  emperador en México y en el Perú.--Los caciques.--La
  policía.--Los mercados.--La Hacienda.--La administración
  de justicia.--Los tributos.--Incas, curecas y amantas.--El
  Interregno.--El clan, el sachem y el Consejo.--Nomen y
  totem.--La tribu.--Confederaciones tribales.--El matrimonio:
  monogamia; poligamia; adulterio; divorcio.--Los hijos.--Los
  ancianos.--Las viviendas.--Instituciones civiles.--La
  propiedad en México y en el Perú.--La sucesión: tutela,
  curatela y adopción.--Esclavitud.--Leyes penales y de
  procedimientos.--Leyes sociales y administrativas.--Las
  postas entre los nahuas y entre los peruanos. 140


CAPÍTULO X

  Instituciones militares.--El arco y la flecha.--La
  lanza, los dardos, las jabalinas, las hondas y otras
  armas.--Las armas defensivas: escudo, peto, cota y
  casco.--Armas de las razas cultas y de las salvajes.--Las
  fortificaciones.--Banderas.--Música militar.--Organización
  de la fuerza armada.--La guerra.--Los tambos o
  cuarteles-pósitos.--La táctica y la estrategia.--Premios y
  castigos.--Leyes militares.--La paz en los pueblos salvajes
  y en los cultos.                                                   153


CAPÍTULO XI

  Lenguas americanas: su número.--Lengua de los habitantes de
  la Tierra del Fuego: el yahgan.--Lenguas que se hablaban en
  las Pampas y en el Gran Chaco.--Lengua charrúa.--Lenguas de
  la América Meridional: grupo atlántico y grupo andino.--El
  goagiro arawak.--El tapuya, el tupí y el guaraní.--Lengua
  chiquita.--El chibcha, el quichua y el aimará.--Otras
  lenguas.--Lenguas de la América Central.--El maya-quiché
  y el nahuatl o azteca.--El otomi y el pama.--Lenguas de
  la América Septentrional: el cahita y otros.--El ópata y
  el dacota.--El chiglet y otros.--Partes de la oración en
  las lenguas americanas.--La escritura.--El lenguaje de los
  gestos.                                                            162


CAPÍTULO XII

  Las ciencias y letras entre los indios.--Las matemáticas,
  la geografía y la astronomía.--La medicina.--La
  religión: el dios de los indios.--Los sacerdotes y
  hechiceros.--El diablo.--Las plegarias.--Las ofrendas.--Los
  sacrificios.--La penitencia.--El cuerpo humano.--El
  alma.--La inmortalidad.--Los sueños.--La vida futura.--Las
  sepulturas.--Los duelos.--El Diluvio.--Las letras, la
  oratoria, la poesía, el drama «Ollanta»: el baile drama
  «Rabinal-Achi.»                                                    173


CAPÍTULO XIII

  Las bellas artes entre los indios.--Carácter de las bellas
  artes en México y en el Perú.--Materiales empleados en
  los monumentos.--Las pirámides.--Relaciones entre los
  monumentos de América y los del Antiguo Mundo.--Los templos:
  el de México.--Los palacios.--Monumentos de Mitla.--Ruinas
  de Palenque.--Oratorios de Ocotzingo.--Estatuas de
  Palenque.--Pirámides de Aké.--Los monumentos de Yucatán
  y de Honduras.--Consideraciones sobre los teocallis.--Su
  semejanza con otros del Asia.--La falsa bóveda en
  América.--La arquitectura en el Perú: monumentos
  pre-incásicos y de los incas.--El templo del Cuzco.--Otros
  edificios.--La arquitectura peruana y la del Viejo
  Continente.--La escultura.--El dibujo y la pintura.--La
  música en México y en el Perú.--Las bellas artes en Bolivia
  y en la América central.--El canto: el areito.                     185


CAPÍTULO XIV

  La industria.--La metalurgia.--La minería.--Los
  curtidos.--Los tejidos.--La cerámica.--Los colores.--Otras
  industrias.--La agricultura.--La ganadería.--El
  comercio.--La moneda.                                              200


CAPÍTULO XV

  Alimentación del indio.--El canibalismo.--Bebidas
  embriagadoras de los indios.--El fuego: modo de
  obtenerlo.--La luz.--Las lámparas.--Las casas de los
  indios.--Las aldeas.--Las viviendas del salvaje.--El
  vestido.--Los adornos.--La caza y la pesca.--Las canoas o
  piraguas.--Los juegos de azar.--El juego de pelota.                209


CAPÍTULO XVI

  Reyes de Castilla a fines de la Edad Media:
  Enrique II, Juan I, Enrique III, Juan II y Enrique
  IV.--Reyes Católicos.--Cultura literaria en aquellos
  tiempos.--Cristóbal Colón en España.                               221


CAPÍTULO XVII

  Descubrimientos anteriores al del Nuevo Mundo.--El
  Preste Juan.--Viaje de Marco Polo.--«De imagine mundi»
  de Pedro de Ailly.--Supuestas cartas de Toscanelli a
  Colón.--Expediciones de Enrique el «Navegante».--Viajes
  de Diego Gómez.--Los conocimientos geográficos en aquella
  época.--La astronomía.--Viajes de Diego Cao.--El cosmógrafo
  Behaim: su famoso globo.--Expedición de Bartolomé
  Díaz.--Viajes de Covilham y Paiva.                                 234


CAPÍTULO XVIII

  Cristóbal Colón: su patria y familia.--Colón en Portugal:
  su matrimonio.--La familia de su mujer.--Alonso Sánchez
  de Huelva.--Cultura de Colón.--La esfericidad de la
  Tierra.--La Academia de Toledo.--Rogerio Bacon y Raimundo
  Lulio.--Proyecto de Colón de ir directamente a la India por
  Occidente.--La librería de Colón.--Junta convocada por Juan
  II y presidida por el obispo de Ceuta: opinión del conde de
  Villarreal.                                                        247


CAPÍTULO XIX

  Cristóbal Colón en Palos y en la Rábida.--Colón en
  Sevilla.--El duque de Medinasidonia y el duque de
  Medinaceli.--Colón en Córdoba: se presenta a los
  Reyes.--Retrato moral y físico de Colón.--Amigos y enemigos
  del genovés.--Política exterior e interior.--Junta
  de Córdoba.--Junta de Salamanca.--Colón ante los
  Reyes en Alcalá de Henares.--Beatriz Enríquez de
  Arana.--Proposiciones presentadas por Colón a los Reyes
  Católicos.--Colón en la Rábida.--Los consejeros de
  Colón.--Juan Pérez ante Doña Isabel.--Tratado entre
  los Reyes Católicos y Colón.--El Almirante en la
  Rábida.--Martín Alonso Pinzón.--_Santa María_, la _Niña_ y
  la _Pinta_.--Convenio entre Colón y Pinzón.                        275


CAPÍTULO XX

  Primer viaje de Colón.--Incidentes más importantes
  que ocurrieron durante el viaje.--Disgusto de algunos
  marineros.--El 11 de octubre de 1492.--Rodríguez Bermejo
  es el primero que grita _¡Tierra!_--Guanahaní (San
  Salvador), Santa María de la Concepción, Fernandina,
  Isabela (Saometo), Cuba (Juana) y Española (Haití).--El
  cacique Guacanagari.--Fuerte de Navidad--Vuelta de Colón a
  España.--Colón en Lisboa y en Palos.--Colón en Sevilla y en
  Barcelona.--Breves de Alejandro VI.--Castilla y Aragón en el
  descubrimiento.                                                    292


CAPÍTULO XXI

  Segundo viaje de Colón.--Prisa de los Reyes en que se
  realizase.--Junta de Tordesillas.--Personas notables
  que acompañaron al Almirante--Descubrimientos: la
  Dominica y otras islas.--El Fuerte de Navidad.--La
  Isabela.--Insurrección general.--El comisario regio Juan
  de Aguado.--Colón en España.--Preséntase a los Reyes en
  Burgos.--El comerciante joyero Mosén Jaime Ferrer.                 311


CAPÍTULO XXII

  Tercer viaje de Colón.--Relación de este viaje hecha por
  el mismo Almirante.--¿Supo Colón que había hallado un
  Nuevo Continente?--Colón en Haití: anarquía en la colonia:
  los repartimientos.--Enemiga al Almirante en la Española
  y en la corte.--El comisario regio Bobadilla en Santo
  Domingo.--Proceso contra Colón.--Carácter y cualidades del
  Almirante.--Colón es preso y cargado de cadenas.--Ingratitud
  general con Colón.--Preséntase a los Reyes en
  Granada.--Nicolás de Ovando, gobernador de la Española.            326


CAPÍTULO XXIII

  Cuarto y último viaje de Colón.--Muerte de Bobadilla, Roldán
  y otros en alta mar.--Conducta de Ovando con Colón.--Ovando
  en Xaragua.--Anacaona: su muerte.--Colón en las playas de
  Jamáica.--Diego Méndez y Bartolomé Fieschi.--Escobar en
  auxilio de Colón.--Conducta de Ovando con Colón y de la
  Reina con los indios.--Repartimientos de indios.--Colón en
  España.--Insurrección de los indígenas.--Diego Colón en la
  Española.--Censuras a la política de Cristóbal Colón en
  Santo Domingo.                                                     336


CAPÍTULO XXIV

  Ultimos días de Colón.--Colón en Sanlúcar y en Sevilla.--Sus
  padecimientos físicos y morales.--Conducta del Rey
  Católico con Colón.--Preséntase Colón a D. Fernando en
  Segovia.--Carta del Almirante a D.ª Juana y a Felipe
  el Hermoso.--Colón en Valladolid.--Testamento del
  Almirante.--Su muerte.--Celebración de sus exequias.--Sus
  restos en el convento de San Francisco.--Juicio que de Colón
  formaron sus contemporáneos.--Firma de Colón.--Casa donde
  murió Colón.--Traslación de sus restos a la Cartuja de Santa
  María de las Cuevas en Sevilla, luego a la Catedral de
  Santo Domingo, después a Cuba y últimamente a la Catedral
  de Sevilla.--Religiosidad de Colón.--Su carácter, según
  Herrera.--Opinión de los Reyes Católicos.--Opinión de
  Bolívar.--Colón, según algunos escritores de nuestros días.        354


CAPÍTULO XXV

  Descubrimientos posteriores al del Nuevo Mundo.--Viajes
  de los Cabot bajo la protección de la Corona de
  Inglaterra.--Vasco de Gama bajo la protección de D. Manuel
  de Portugal.--Expedición de Alonso de Ojeda al Nuevo
  Mundo.--Juan de la Cosa y Américo Vespucio forman parte de
  la expedición.--Viaje de Pero Alonso Niño.--Viaje de Vicente
  Yáñez Pinzón.--Expedición de Diego de Lepe.--Relación de
  Américo Vespucio.--El portugués Pedro Alvarez Cabral en el
  Brasil y en la India.                                              377


CAPÍTULO XXVI

  Expedición de Rodrigo de Bastidas.--Expedición de Alonso
  de Ojeda.--Viajes de Américo Vespucio al servicio de
  Portugal.--Colón y Vespucio en Sevilla.--Vespucio
  al servicio de España.--Origen del nombre
  América.--Expediciones de Cristóbal y Luis Guerra, y de Juan
  de la Cosa.--Real Cédula en favor de Bastidas.--Capitulación
  hecha con Ojeda.--Capitulación con Yáñez Pinzón.--Viajes de
  Yáñez Pinzón y de Solís.--Privilegio en favor de Nicuesa y
  de la Cosa.--Viajes de Ojeda y de Nicuesa.--La Española,
  Cuba y Puerto Rico en aquellos tiempos.--Expedición de Ponce
  de León a la Florida y luego a Biminí.--Pérez de Ortubia en
  Biminí y Ponce de León en Puerto Rico.                             392


CAPÍTULO XXVII

  Descubrimiento y exploración del Grande Océano u
  Océano Pacífico por Núñez de Balboa.--Balboa antes del
  descubrimiento.--Balboa y Enciso.--Lucha entre los
  amigos de Balboa y de Enciso.--Nicuesa en Santa María
  la Antigua.--Muerte de Nicuesa y Enciso sale para
  España.--Balboa y el cacique Careta.--Descubrimiento
  del Pacífico.--Pedrarias gobernador de la colonia del
  Darién.--Enemiga entre Balboa y Pedrarias.--Muerte de
  Balboa.--Pedrarias toma la provincia de Paque.                     407

CAPÍTULO XXVIII

  Expedición de Juan Díaz de Solís.--Segundo viaje de
  Solís.--Expedición de Francisco Hernández de Córdova.--Viaje
  de Juan de Grijalba a Yucatán.--Famoso viaje de Fernando de
  Magallanes alrededor del mundo.--Juan Sebastián El Cano.           419

CAPÍTULO XXIX

  Expedición de Espinosa: funda a Panamá.--Expediciones
  ordenadas por Pedrarias.--Gil González Dávila se
  dirige a Nicaragua.--Ciudades fundadas por Hernández
  de Córdova.--Andagoya en el Perú.--Segundo viaje de
  González Dávila desde Santo Domingo a Nicaragua y
  Yucatán.--Expedición de Cristóbal de Olid: su muerte.--Pedro
  de Alvarado sale de México para Guatemala.--Expedición
  de Rodrigo de Bastidas a Colombia.--Expedición a
  Venezuela.--Nueva Cádiz.--Famosa expedición de Francisco
  de Orellana al río Amazonas.--Luchas de Orellana con
  los indígenas.--Las Amazonas.--Importancia de la
  expedición.--Segunda expedición de Orellana: desgracias de
  este navegante y su muerte.                                        430

CAPÍTULO XXX

  Expedición de Juan da Nova.--Segunda expedición de Vasco de
  Gama a la India.--Expediciones de Alfonso y de Francisco de
  Alburquerque.--Francisco de Almeida es nombrado virrey de la
  India.--Gobierno de Alfonso de Alburquerque: toma de Goa y
  de Malaca.--Sucesores de Alburquerque.--Vasco da Gama virrey
  de la India: su muerte.--Sucesores de Vasco da Gama.--Los
  portugueses en las Molucas.--Antonio de Abreu sale para
  las Molucas.--Aventuras de Serrao.--Viaje de Tristán de
  Meneses.--Viaje de Antonio Brito.--Portugueses y españoles
  en Tidor.--Gobierno de Brito.--Gobierno de García Enríquez.        439



ÍNDICE DE APÉNDICES


         Páginas     Páginas
          en que       del
         se cita.    apéndice.
         --------    ---------
  A.         X         451
  B.       XVI         453
  C.      XXII         455
  D.      XXXI         456
  E.      XLVI         460
  F.       149         462
  G.       150         467
  H.       266         469
  I.       285         475
  J.       298         476
  L.       300         481
  M.       305         482
  N.       307         483
  O.       309         487
  P.       314         489
  Q.       336         501
  R.       342         505
  S.       355         510
  T.       356         512
  U.       357         518
  X.       396         519



PAUTA

PARA LA COLOCACIÓN DE LAS LÁMINAS DE ESTE TOMO.


                                                        Páginas.

  _Leif Erikson._                                             40

  _Isabel la Católica._                                      223

  _Fernando el Católico._                                    229

  _Enrique el Navegante._                                    238

  _Colón._                                                   247

  _Santa María de la Rábida antes de su restauración._       277

  _Fr. Bartolomé de las Casas._                              332

  _Vasco Núñez de Balboa._                                   407



GRABADOS

INCLUÍDOS EN LAS PÁGINAS DE ESTE TOMO.


                                                         Páginas.

  _Cráneo neolítico._                                           7

  _Tipo esquimal._                                             42

  _Primera representación gráfica conocida de los aborígenes
  americanos._                                                 52

  _Caribe._                                                    59

  _Indio peruano._                                             73

  _Tipos mayas._                                               84

  _Mujer esquimal._                                           129

  _Apache._                                                   132

  _Indio del río de San Juan._                                137

  _Teocalli en Palenque._                                     190

  _Escultura en las ruinas de Copán._                         196

  _Dibujo propiciatorio._                                     198

  _Américo Vespucio._                                         327

  _Sebastián Caboto._                                         378





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